—Ehm... —Arthur se agarra las manos a la espalda, nervioso. El reverendo se pasa una mano por el pelo sonriendo aun, cayendo un poco en la cuenta de los nervios del francés.

—¿Estás bien? —pregunta el sastre inclinando un poco la cabeza.

—¿Qué? Ah, sí, sí... —el inglés no le mira.

—¿Seguro? —insiste, porque no lo parece en lo absoluto. Arthur le mira y se sonroja recordando su sueño. Francis se humedece los labios notando el sonrojo—. Ehm... Y... —vacila sin saber del todo qué decir, carraspea mirándole los labios y recordando su beso de la noche anterior. Era mucho, MUCHISIMO avance el que estuviera aquí después del beso.

Al notar que le mira los labios, el escritor se sonroja aún más y hasta se lleva las manos a ellos pensando lo mismo, mirándole con los ojos como platos. El francés parpadea humedeciéndose de nuevo los labios.

—Oh... —susurra sin tener realmente idea de qué decir al descubrir en lo que piensa. El inglés da un pasito atrás a punto de volver a salir corriendo—. ¡He estado pensando en el traje para el teatro! —suelta el sastre a la desesperada con intención de cambiar el tema. El escritor da otro pasito atrás aun tenso y se plancha contra la pared—. Y... Yo... Querría otra vez pedir su ayuda... Cuando haga el diseño.

—¿Q-Qué? —pregunta Arthur completamente descolocado porque… aún no ha entendido que Francis ha cambiado de tema para que no fuera tan evidente lo que estaban pensando los dos.

—De-Del teatro, lo que... Yo... ¡Ópera! ¡Ópera! —se ríe un poco, más nerviosamente que porque realmente le haga gracia la confusión o algo parecido.

—¡Ah! Eso, sí —el escritor cae en la cuenta entonces de lo que ha pasado, asintiendo con la cabeza y respirando un poco.

—Ehm... ¿Y su... Mujer? —vacila Francis, porque Arthur no le da conversación como él querría, contestándole solo con monosílabos, así que saca de nuevo el primer tema que se le ocurre, igual que se le pregunta a un vecino que se ha encontrado uno por la calle.

—¿Qué mujer? —se escandaliza Arthur tomado completamente por sorpresa, volviendo a pensar en el beso y sintiéndose ahora como si estuviera engañando a alguna mujer misteriosa que estuviera esperándole en casa. No hace el asunto menos atractivo, aunque ni siquiera esté realmente casado todavía.

—Con la que va a casarse —le sonríe con sinceridad Francis, relajándose poco a poco porque realmente este parece un tema neutral del que hablaría con cualquier persona con la que tuviera una relación cordial pero distante. Es solo un poquito mejor que el tema del clima.

—Ah... ¡Ah! ¡E-Ella! Ehm... llega mañana —recuerda Arthur de repente metiéndose casi sin darse cuenta en el papel de hablar realmente con uno de los amigos de su padre o algo así.

—Mañana —traga saliva y siente una punzada de celos que le toma por sorpresa porque eso no lo sabía, volviendo a destruir la burbuja de cordialidad y distancia—, Ehm... Oh. Ya no vas a tener tiempo.

—¿Eh? No, no, vamos a resolver esto —responde pensando que se refiere al trabajo y los asuntos de su padre, porque en realidad ahora el tema le interesa y le da mucha curiosidad su caso, aunque parece claramente algún asunto xenófobo, pero no deja de ser que es la primera vez que siente útil su carrera y estudios.

—¿Esto? —pregunta casi quedándose sin aliento por un momento, pensando que se refiere a lo que hay entre ellos dos, que es de lo que realmente hablaba él. Se instala en el drama en menos de un segundo. No había pasado ni una semana, apenas se habían dado solo un beso ¿y ya estaba queriendo acabarlo? Y encima frente a su hermano, habiendo removido por completo los papeles de su difunto padre ¡Este hombre no tenía corazón ni sentimiento alguno!

—Lo del testamento —especifica Arthur en su propia línea de pensamiento sin ni pensar en que podría haberlo confundido.

—Ah, ya... —asiente aliviado saliendo de su propia tragedia tan pronto como ha entrado y le sonríe ahora tranquilo, hasta desinteresado—. Sí, eso, gracias de verdad. ¿Y estás listo ya?

—¿Listo? Pues es mi profesor y no sé del todo qué sucede, pero lo leeré con calma y seguro lo resuelvo —explica bastante confiado en sí mismo y le mira a los ojos sonriendo un poco. El sastre parpadea porque... Hablaba de la chica otra vez en realidad, si ya estaba listo para verla y para plantearse casarse con ella de verdad, pero el hecho de que no le esté dando a eso ninguna importancia le hace sentirse bien. Sonríe más.

—Confío completamente que para eso estas más que listo —asegura en relación a sus dotes abogadiles, no es que tenga ni idea de cuánto es que Arthur estudió y sabe que tiene apenas nula experiencia pero en solo cinco minutos ha conseguido más que él en toda una mañana (y unas cuantas semanas atrás) así que seguro puede ayudarle mejor que nadie… sobre todo si se conforma con que no le pague o con tan solo algunos besos más como el de ayer que en realidad planea darle igual aunque no resuelva este asunto—. A mí jamás me habrían dado los papeles siquiera. Por lo que veo voy a tener que confeccionarte todo un armario en agradecimiento.

—No lo hago para que me haga un armario —responde Arthur sonriendo y volviendo a sonrojarse un poco porque en realidad le gusta que valoren sus habilidades y no suele hacerlo nadie, más bien todo el mundo se empeña en recordarle que tan infructífero e inútil es saber contar historias y como es que nunca conseguirá hacer fortuna con esa clase de aspiraciones infantiles.

—Eso lo sé, pero puedo hacerte un armario igual —le cierra un ojo complacido, volviendo a pensar de todos modos que lo que planea es darle un millón de besos… y algunas otras cosas, no estar cosiendo todo el día, sinceramente. Pero bueno, tampoco es cuestión de decírselo aquí en medio y además asustarle.

Se sonroja y una secretaria sale del despacho a buscarlos con los documentos, porque Scrooge no quiere ni verlos. Se los da todos a Arthur, que comprueba que no falten y aunque sí faltan asegura que no los han pedido, así que el menor de los Kirkland asegura que vendrán el lunes, despidiéndose de ella.

El francés pone mucha atención a todo y falla miserablemente en entender pero asiente a lo del lunes y espera a ver qué le dice Atrhur, este le ignora un poco, acercándose a Patrick con el ceño fruncido, concentrado en leer los papeles.

—¿Ya acabaron? —levanta una ceja el reverendo sin que le hable Arthur siquiera, sin mirarles.

—Eh? Masomenos —responde levantando la cabeza de los documentos solo un instante antes de volverse a la lectura sin hacer más caso de ninguna otra cosa.

—Mas o menos... Que claridad. ¿Eso es que nos vamos a ir? Joven sastre, ¿usted qué opina de todo esto? Le ayuda bien mi hermano —hace hincapié en la palabra sastre mirándole de arriba abajo, pensando en si… quizás podría dilucidar un poco más todo este caso turbio preguntándole a él o si tal vez haya alguna forma un poco sutil y educada de dejarle MUY claro que en la casa Kirkland los pervertidos sexuales no son bienvenidos, que están abastecidos más que de sobras ellos solos sin ayuda, muchas gracias.

—Ehm... Yo estoy muy agradecido —asegura el francés en tono diplomático, mirándole levemente sorprendido porque había olvidado un poco que estaba aquí.

—Sí, sí, ya nos vamos —asegura Arthur de la nada sin siquiera saber de qué están hablando, pero le ha parecido que quizás alguien le preguntaba, de todos modos sigue a lo suyo, leyendo. Alguien va a tener que tomarlo de los hombros y dirigirlo hacia la salida como si fuera su lázaro.

—Bien. A casa de tu amigo entonces, Arthur —Patrick se pone de pie de nuevo pensando en el motivo de su presencia aquí y que definitivamente es mejor hablar en un lugar más privado donde el sastre tampoco se sienta muy mal. Bastante duro era que un reverendo fuera a tacharlo de libidinoso y demoniaco como para que el pobre cordero del señor tuviera de sufrir de más, en especial él que parecía tan angelical que nadie querría hacerle daño.

—A su... un momento —empieza distraídamente el escritor y de repente se detiene, levantando la cabeza. Vuelve a tomar de las manos al sastre para llevárselo aparte un instante. Francis levanta las cejas porque además nota un tono no tan amigable en el eclesiástico, mira a Arthur de reojo y vuelve a recordar todo el asunto.

—¿Por qué quieren ir a mi casa? —pregunta un poco angustiado, frunciendo el ceño una vez están unos pasos más allá en el pasillo.

—Cree que eres adicto al sexo —susurra sin mirarle, en confidencia, porque no le había dado tiempo a explicarle ese pequeño detalle todavía y, aunque fuera solo para sostener su coartada (Y saber, de hecho, de que le estaba hablando el eclesiástico), debía decírselo antes de que hablara con Patrick.

—¿Adicto al sexo? —Francis levanta las cejas sin esperarse eso en lo absoluto, aunque una parte un poco cínica en su cerebro le recuerda tras salir del impacto inicial que tal vez Arthur no vaya realmente tan desencaminado—. Quoi?

—Pues fue lo único que se me ocurrió —se defiende revolviéndose incómodo porque por un momento no sabe que es peor, si ser homosexual o un depredador sexual... pronto vuelve a decidir en su mente que ser homosexual.

—¿Pero qué? ¿Tenías que ir con él a confesarte hoy? Es mal día, ¿no crees? —protesta mirando a Patrick de reojo, preocupado y luego a Arthur sin poder creer que realmente haya hecho todo este lío ¡Y después de besarle! Aunque seguramente el beso concretamente había tenido la mayor parte de la culpa.

—Pues es que... me asusté y luego me asusté más cuando ya estaba ahí y... —empieza a confesar el inglés y se lleva las manos a la boca notando lo que ha dicho, porque evidentemente lo único que se puede deducir de esto es que se asustó porque realmente le gustó el beso.

—Te asustaste... ¡Y fuiste con el único individuo...! —le señala a lo lejos, incrédulo, porque es que echarle todo el peso de la iglesia encima le parece tremendo y más con lo celoso que es Arthur de esta situación que apenas si se la ha contado a sí mismo.

—¡No me asuste! ¡No me gustas y no me estás contagiando! —chilla asustado desvelando torpemente todos los motivos de sus desvelos, por la tensión.

—Shhhh! ¡No tengo nada que contagiarte! ¡¿Le has dicho algo de eso?! —pregunta Francis preocupado, llevándoselo aun unos pasos más lejos, solo por si acaso.

—¡No! Le he dicho lo que te he dicho —responde nervioso, dejándose tirar de todos modos, vigilando a Patrick a lo lejos para asegurarse también que no les escuche.

—Tu padre… Va a echarme aun con todo —asegura Francis preocupado, porque considera que podría ser la persona más peligrosa que podría enterarse de esto y no le parece tan raro que uno de los hermanos de Arthur vaya a compartir sus impresiones con su padre, ya que él lo haría perfectamente si el suyo estuviera vivo.

—No, no, es secreto de confesión. Solo viene a echar un sermón o algo, no lo sé —se pasa las manos por el pelo, agobiado. El sastre cambia el peso de pie si sintiéndose un poco acorralado pero... Le había ayudado tanto, era mono y aun así había conseguido inventarse algo que era malo pero no TAN malo como lo otro.

—Puedo confesarme con él —propone como medida resolutoria, después de todo, algo podría inventarse, no es como que estuviera falto de aventuras sexuales que poder contar e incluso adornar un poco si era menester, hasta incomodar al reverendo.

—Esto... esto puede curarnos. Curarte. Le. Curarle. O algo. Yo voy a tener que confesarme antes de casarme y... no va a volver a suceder nada como eso nunca. Nunca lo ha hecho antes, no ha pasado nada entre tú... usted y yo —decide Arthur tratando de poner de nuevo distancia entre ellos, dando incluso un pasito atrás. Los ojos azules parpadean un par de veces.

—Uno, si va a curarme va a curarnos. Dos, no soy tan idiota como para decirle que ha pasado algo entre tú y yo... Tres, puedes mentir mientras te confieses —enumera, de nuevo incrédulo de estar teniendo otra vez esta conversación con el escritor.

—¡Yo no estoy enfermo! —chilla él dando otro pasito atrás.

—¡Yo tampoco! —replica exactamente igual que la otra vez.

—Claro que sí, esto sería más fácil si nada más aceptara la ayuda para superar su afección —insiste Arthur instalado en la negación, sintiendo que toda esta situación le supera y es mucho más manejable si se queda al margen del asunto.

—¡No tengo una afección más allá de gusto por la gente! —exclama en un susurro, indignado—. Deja de acusarme de cosas, Arthur.

—Mire, solo escúchele. Tal vez le ayude —propone de nuevo, usando el tono de usted para seguir apartado de todo.

—¿Usted quiere que hable con él? —le mira fijamente, usando el tono de usted también por la costumbre de cambiar cuando el interlocutor cambia, apenas sin notarlo.

—No dejará de preguntarme si no lo hace... —responde un poco suplicante y nervioso con la pura realidad.

—Lo haré entonces —decide, suspirando derrotado, porque tampoco quiere que el reverendo presione al escritor hasta que este lo chille desesperadamente, cosa que sabe qué pasaría con pasmosa facilidad.

—Va a... —traga saliva y se atreve a tomarle del brazo—. ¿Va a contagiarle a él? —le mira a los ojos porque de repente eso le da miedo… y celos. La imagen de la orgía con todos sus hermanos mientras él sigue en su cama virginal vuelve a cruzar por su mente y definitivamente no le gusta nada la idea.

—¡No voy a contagiar a nadie! ¡Ni voy a intentar nada con un reverendo! ¡Por el amor de dios! —protesta Francis que no puede siquiera creer que esas ideas estén concibiéndose en su mente. El inglés se sonroja y aparta la cara—. Arthur... No sé qué tipo de persona crees que soy pero claramente no soy el monstruo que imaginas. No es que este ligando con todos todo el tiempo —eso es en parte mentira. Él se sonroja más—. Se le ocurren ideas bastante... Particulares, monsieur.

El escritor le suelta, sin mirarle y con las orejas roooojas. Celosillo sin entender en realidad porque siente celos, no quiere que de repente se haga más amigo de su hermano y lo prefiera a él para... quien sabe qué. El sastre le sonríe de todos modos.

—Ehm... Entonces en mi casa. Vamos pues, trataré de sonar como si fueras un exagerado —propone el sastre de un modo mucho más dulce. Arthur aprieta los ojos y sin mirarle se vuelve con el reverendo que sigue mirándoles extrañado sin acabar de entender qué tipo de relación tienen que les hace actuar de manera... Demasiado íntima.

—¿Ya acabaste de aleccionar al enfermo? —pregunta Patrick un poco sarcástico, porque realmente todo el intercambio le ha parecido tremendamente extraño.

—Nada más era un asunto de los documentos —replica Arthur girando la cara, sin quererle mirar a los ojos, culpablemente.

—Ya... —responde el mayor que por supuesto no le cree ni un pelo.

—Vamos —cambia de tema el menor y pasa delante, empezando a leer de nuevo para evitar mirar a nadie. Patrick mira con atención al francés sonriendo un poco porque como sea esto puede darle horas y horas de diversión

—Ehh... ¿Han venido en su carroza? —pregunta Francis un poco incómodo y desconfiado de la mirada del reverendo, yendo a andar junto a Arthur, pero del otro lado, para que quede entre él y Patrick, protegiéndole un poco aun sin saberlo.

—Mjm... —responde Arthur sumido en su lectura, frunciendo el ceño mientras caminan por los pasillos y bajan las escaleras, dejándose guiar un poco.

—¿Así que cuándo empezó su problema? —pregunta el reverendo mirando al francés de reojo. De repente, el papeleo se vuelve aburrido y Arthur levanta una ceja y finge seguir leyendo pero con la oreja puesta en escuchar atentamente.

—Antes que nada quiero decir que para mí no es un problema —deja claro Francis, porque ya sabe cómo funcionan estas cosas y más con la gente de la iglesia.

—¿Ah, no? ¿Y qué es lo que es? —pregunta Patrick en un tono hasta divertido.

—Ehm... Una vida no muy recatada, quizás, pero todo con muchooo... Ehm... Respeto —Francis carraspea porque eso sonaba mejor en su mente. Arthur le mira de reojo y Patrick levanta una ceja.

—¿Una vida no muy recatada? Vaya... ¿No le parece a usted que es más bien una vida indigna? —propone el reverendo mirándole de una forma un poco reprobatoria. El escritor piensa para sí mismo de nuevo sobre ese asunto sobre los juicios... sin decir nada.

—No me parece una vida indigna... —susurra el francés de todos modos bajando la cabeza un poco regañado—. Me parece una vida normal.

—No todos son hombres de dios, Patrick... —le defiende Arthur al notar su postura corporal, olvidando que él, técnicamente estaba inmerso en la lectura sin escucharles.

—Pero esto parece más de hombre del diablo —replica Patrick porque de verdad está muy impresionado con ello y no precisamente para bien.

—No es de ningún hombre del diablo —indica Francis una vez salen del edificio, mirándoles subirse a la carroza.

—Es usted francés, algo diabólico debe tener —sonríe Arthur discutiéndole un poco en juego, tendiéndole la mano para ayudarle a subir.

—Lo es, más aún si intenta llevar a los hombres de bien por el camino del mal —murmura Patrick desde dentro ya, el francés ni le escucha sonriéndole al escritor y haciendo los ojos en blanco.

—Me habían llamado de muchas maneras, pero nunca diabólico —se ríe suavemente el sastre mientras se acomoda junto al escritor en el asiento.

—Será que no han mirado bien —sonríe un poco más el inglés mirándole de reojo.

—Debe ser el acento, que suena tan fuerte —agrega apretándole la mano antes de soltarle, un poco demasiado tarde para lo que sería normal en dos… amigos.

—Ese acento horrible. Cuando aprendía francés no me gustaba nada imitarlo —comenta girándose un poco hacia él.

—Y puedo ver que no lo hace, cuando habla francés, en realidad tiene ese horrible acento inglés —sigue Francis inmerso ahora en esta conversación relajada. Patrick parpadea porque él estaba dando el sermón y no parecen ya estarle escuchando.

—Mais oui! —Arthur intenta exagerar el acento inglés consiguiendo otra vez las risas de Francis.

—¿Ya ve? ¡Es como oírle hablar mal el inglés! —protesta el francés entre risas de ambos. Patrick se ríe un poco también. Lo cual descoloca al francés que había olvidado al reverendo. Se le borra la sonrisa. En realidad el menor de los tres también le mira como si acabara de aparecerse frente a ellos en el carruaje.

—¿Qué? Es verdad que tu acento en francés es fatal —el reverendo se encoge de hombros.

—Bueno, no es que el tuyo sea mejor —replica a su hermano frunciendo el ceño porque con ellos nunca es una conversación relajada.

—Pues no, en realidad no. Ni eso ni el Latín —se encoge de hombros sonriendo porque además tampoco es como que le preocupe realmente mucho este asunto concreto—. ¿Ustedes dos se conocen bien de algún lado?

—Patrick… mira, te lo presento, es el sastre de la familia. Alguna vez lo habrás visto por casa, antes lo era su padre, antes de que nacieras tú incluso —explica Arthur sarcásticamente a eso.

—Pareciera que se conocen más —replica el pelirrojo poniendo los ojos en blanco a esa explicación estúpida a su parecer.

—¿Por? —pregunta el menor inclinando la cabeza. El francés se revuelve un poco porque sí, es que él también lo siente.

—Y yo que sé, parecen amigos desde niños o algo así. ¿Que el sastre te traía para que jugaras con él? —pregunta Patrick a Francis ahora. Arthur mira a Francis de reojo, porque si así era, no se acuerda.

—No creo que Padre hubiera permitido eso —responde el escritor de todos modos, sabiendo el problema de la clase social en el que no había reparado demasiado hasta ahora, ofuscado por el tremendo problema del género del sastre.

—Yo tampoco, solo... —frunce el ceño el reverendo mirándoles a uno y luego al otro, pensando. Arthur se sonroja un poco y decide mejor volver a sus papeles.

—Ehh, non. Me llevó en cuanto pude ayudarle, pero no. En realidad simplemente le he tomado las medidas y hemos podido hablar un poco, por eso supone que nos conocemos —murmura el francés—. Últimamente hemos hablado.

—Tomado las medidas, ¿eh? Claro... Lo único que ha hecho usted. Nada relacionado con llevar a un hombre por el camino del mal a solo unas semanas de contraer nupcias —sermonea Patrick que sigue pensando en el asunto de las prostitutas o tal vez de llevarse a algunas mujeres de una taberna.

—¡No me ha tomado las medidas ni me ha llevado por ningún camino del mal! —chilla el inglés porque es que le da mucha vergüenza que lo imaginen con él en calzoncillos. Francis aprieta los ojos porque esos chillidos son inculpadores.

—Sí que se las tomé —protesta un poco y le da un codazo, mirándole con el ceño fruncido.

—¡No! No lo hizo —protesta y salta un poco, frunciendo el ceño también.

—¿Y las prostitutas? —pregunta el reverendo. Arthur levanta las cejas y se sonroja con eso pensando de nuevo en sus sueños, se esconde hundiendo la nariz en sus documentos.

—¿Cuáles prostitutas? —pregunta Francis descolocado ahora, porque de eso no le ha hablado nada. El inglés se esconde más en los papeles, culpable.

—¡Pues con las que llevó a mi hermano! —exclama Patrick incrédulo de que el sastre se haga el tonto con esto como si pensara que Arthur iba a ser tan idiota para inventarse una historia tan mala que le inculpara. El francés parpadea con eso y mira al escritor de reojo que tiene sonrojados hasta los documentos, aunque no creo que se le vea la cara.

—Ehm, lo que... Lo que pasa con ellas... —el francés vacila pensando, él sí en tratar de inventarse algo, sin tener ni idea en realidad de qué podría casar con la historia que el escritor haya inventado y de la que le acusan ahora… como si fuera un hombre poco imaginativo, el inglés—, e-en realidad...

—Solo fue una vez, Patrick y no se repetirá, ya te he dicho que nada de caza de brujas —responde Arthur a fin de ayudar, sin mirarles, leyendo por vez veintitrés la misma línea del documento.

—Y era alguien de mucha calidad —el muy cínico francés, Arthur se sonroja MÁS.

—¡No me explique las guarradas de mi hermano! —Patrick aprieta los ojos—, ¿qué no tiene usted límites?

—¡No son mis guarradas! —chilla Arthur de vuelta, bajando incluso los papeles un poco.

—La verdad es que estoy intentando reformarme —sentencia Francis sin especificar, intentando calmar los ánimos… y lo logra, Arthur traga saliva y le mira de reojo.

—Ah, menos mal. ¡Llevando a mí hermano comprometido al camino del mal! —sigue sermoneando Patrick.

—E-E-Él lo pidió. Quería tener experiencia y no ser un inútil —se defiende Francis, que en realidad no es el primer caso que encuentra que así funciona.

—¡Eso no va a pasar ni con todas las prostitutas del mundo, Arthur! —sermonea Patrick ahora a Arthur, como si fuera alguna especie de rociador de riñas.

—¡No es verdad! ¡Yo no quería esa clase de experiencia con usted! —chilla refiriéndose a lo otro. El francés levanta las cejas porque eso es demasiado obvio mientras el carro se detiene en la sastrería.

Es que todo es muy complejo y Arthur sale casi disparado, el primero, huyendo bastante. Tras respirar un par de veces nota que los otros dos no bajan de inmediato. Parpadea sin saber porqué y trata de escuchar si se han quedado hablando.

Oye un pequeño sermón por parte de reverendo... Sermón que es mucho más de hermano mayor amenazador que de reverendo interesado en uno de sus feligreses. Arthur se queda con una oreja puesta mirando los papeles hasta que algo en el testamento le llama mucho la atención.

El francés está en completo silencio tratando de no rebatirle al reverendo, pensando que un sermón de un hombre es mucho más simple de soportar y manejar que el de un hombre de la iglesia. Piensa que, en realidad, tiene bastante suerte. Podría estar en la cárcel, mejor esto relativo a las prostitutas y a la honra de los Kirkland.

—Patrick, basta —pide Arthur a la mitad sin importarle ni lo que le está diciendo—. Francis tiene que bajar a ver esto.

Patrick se calla de golpe y el francés le mira sonrojadito.

—¿Qué es lo que quieres que vea? —pregunta Francis, no obstante agradecido de que lo haya sacado de la regañina.

—Esto, esto del testamento. Gracias, Patrick, ya puedes volver a casa o a Westminster o a donde sea —le hace un gesto al sastre para que salga. Francis ni lento ni perezoso sale huyendo y Patrick fulmina a su hermano pequeño.

—¿Qué? ¿Qué me vuelva a la abadía después de no hacer nada más que seguirte idiotamente todo el día? —protesta incrédulo otra vez, él que se esforzaba tanto por protegerle y ayudarle, Arthur no había tenido ni la delicadeza de dejarle acabar. ¡¿Dónde estaba el respeto!?

—¿Y qué querías hacer? Ya has hablado con él —se defiende Arthur levantado la cabeza a mirarle unos segundos.

—¡No he hablado con él del todo! —protesta porque ese es el problema, que lo ha interrumpido—. Voy a hablar con padre. Y con Wallace.

—¿Y a decirles qué? —pregunta Arthur pensando por un momento en si acaso habrá podido deducir algo o algo y va a acusarles.

—¡Que se cuiden! —replica Patrick que obviamente no se le ha ni ocurrido nada de lo que sucede realmente, centrado en la complicada historia que le han contado.

—¿De qué? ¿De las meretrices? —sigue el escritor, un poco sarcástico y hasta sonriendo al notar que en realidad su hermano está completamente perdido.

—¡No! ¡De él! —chilla el reverendo señalando al sastre con él dedo dramáticamente.

—¿Y qué crees que va a hacer él? —frunce el ceño el menor, porque si no cree que sea homosexual, no ve cual es el peligro que pueda representar.

—¡¿Pues tú qué crees, sabio!? —protesta el mayor, con los brazos en jarras y el ceño fruncido. Indignado con el cinismo y desprendimiento que parece mostrar su hermano hacia el bienestar de la familia.

—No voy a tocar a las mujeres de su familia, reverendo —protesta el francés harto de sentirse humillado. El reverendo bufa y mira a Arthur.

—Hay algo que no me has dicho... Y llevas todo el día haciéndome perder el tiempo —le acusa muy serio, más enfadado y consciente esta vez.

—A lo mejor así estarían menos ásperas y enfadadas —responde el cínico escritor y cierra la puerta del carruaje. Patrick protesta otra vez sentándose y sacando su libro de nuevo. Francis mira al inglés sin CREER que finalmente se haya terminado el interrogatorio—. Vamos, tienes que ver esto —hace un gesto de nuevo.

—Ven —el francés le toma de la mano y tira de él hacía su sastrería.

Arthur se deja, claro, notando de repente que tiene las manos bastante suaves y fuertes. Francis abre a puerta de la sastrería y le dan muchas, MUCHAS ganas de darle un beso contra la puerta.

Para entonces el inglés aún está moviendo sus dedos para sentir sus manos. El francés saluda al asistente con la mano y tira aun de Arthur para que suba las escaleras tratando de pensar en otro tema que no sea el beso.

Cuando le lleva arriba piensa en lo que hicieron ayer y se sonroja del todo poniendo resistencia porque además ahora están completamente solos otra vez y le da mucha vergüenza.

—Ahh! ¿Qué pasa? —el sastre casi se cae del tirón por la resistencia. Sí. Es enclenque.

—A-Arriba... no... —se sonroja y desvía la mirada.

—Quoi? —parpadea descolocado, los ojos verdes le miran suplicantes—. Eh... Vale. Pero... —inclina la cabeza teniendo una idea igual que podría facilitarle el trabajo—. Vale.

Arthur sonríe un poquito cuando accede, Francis le sonríe un poco en espejo y se encoge de hombros.

—Pero de verdad tienes que ver esto —insiste el escritor y le muestra los papeles.

—Vamos, siéntate en el banco de ahí al centro —le pide asintiendo y luego girándose a ver a su asistente—. Mathieu, perdona la incomodidad.

—¿Quieres que vaya... a hacer recados ahora? —se ofrece el chico de las gafas. El francés le sonríe dulcemente.

—No, por ahora mejor sigue lo que hacías como si no estuviéramos —hace un gesto de desinterés porque además cree que Arthur va a volver a ponerse nervioso si se quedan solos de nuevo.

—Mira, ven, ven —le llama Arthur, sentándose.

—¿Qué es? ¿Algo horrible? —pregunta asustado pero sentándose a su lado para leer.

—Más o menos. La herencia, que es sustanciosa, más de lo que parece, está dividida en tres partes —le explica moviendo hojas arriba y abajo intentando buscar la adecuada para que lo lea él mismo.

—¿La herencia? ¿Hay una herencia real más que esta sastrería? —Francis levanta las cejas incrédulo.

—Oh, sí... hay propiedades, sobre todo —asiente aun buscando, cuando encuentra la hoja en la que realmente se detalla, la pone encima de todo para que la lea.

—¿Propiedades? —levanta las cejas muchísimo mirando la hoja de papel como si fueran los documentos de alguien más—. Es muy extraño. Que propiedades hay y... Espera. ¿Dividido entre tres?

—Sí, hay un número de cuenta bancaria y creo que una caja fuerte privada, creo que habría que ir ahí a ver que hay... pero sí, en origen hay tres partes —explica ahora buscando el documento en el que se detalla cómo es que está repartida.

—¡¿Mi padre dejó una caja fuerte?! —levanta las manos y se las hunde en el pelo sin entender nada, dejando de leer y prefiriendo escuchar al escritor—. Pero... Espera. ¿Mi madre, yo y quien más?

—No, no. Hay una parte, la vuestra, de ti y tu madre, de donde se han pagado todos los impuestos de las tres. Por eso ha quedado en nada y los impuestos eran tan elevados que no cuadraban. Y luego hay dos partes más como esa, que son exentas —explica lentamente intentando usar palabras fáciles porque sabe que esto es complicado.

—Es de... ¿Es de verdad? Pero... Eso quiere decir que mi madre... Y que yo... No. No puede ser —niega con la cabeza.

—Mira, hay una parte a nombre del orfanato local, que ignoro si les ha llegado —le muestra el documento donde se especifica el importe y los detalles.

—¿Del orfanato? —levanta las cejas de nuevo mirando el papel como si fuera completamente ajeno a él.

—Sí, no es muy justo, porque tú y tu madre habéis pagado los impuestos de esa parte —especifica intentando darle un poco de aire y tiempo para que entienda, antes de seguir con las sorpresas.

—Pero como va a haber una donación al orfanato. ¿Para qué? —al fin mira el documento.

—Eso no lo dice, pero la tercera parte que queda, aun es más sorprendente —explica buscando de nuevo el documento adecuado.

—¿Por qué? —le mira levantando las cejas del asombro, dejando de leer de nuevo.

—Es una parte sujeta a cláusulas. En principio, es tuya y de tu madre también, pero solo en caso de que te declares en banca rota o caigáis muy enfermos, si no, el beneficiario final es... Lord Wallace Kirkland —responde con cierto tono solemne. Hay unos instantes de silencio en los que casi se puede escuchar el cerebro de Francis haciendo las conexiones neuronales adecuadas.