—Es una parte sujeta a cláusulas. En principio, es tuya y de tu madre también, pero solo en caso de que te declares en banca rota o caigáis muy enfermos. Si no, el beneficiario final es... Lord Wallace Kirkland —responde con cierto tono solemne. Hay unos instantes de silencio en los que casi se puede escuchar el cerebro de Francis haciendo las conexiones neuronales adecuadas.

—¡¿Qué?! —pregunta terriblemente sorprendido.

—De todos modos, Wallace puede renunciar a ella a vuestro favor sin necesidad de que declares la bancarota, pero entonces tiene que firmar. No entiendo porque tu padre iba a dejarle nada a uno de mis hermanos —sigue explicando el inglés revisando de nuevo los papeles.

—No, no, no... Pero... Además de todos... ¡¿Wallace?! —lloriquea un poco Francis porque desde luego no es su Kirkland favorito.

—Yo tampoco lo entiendo. ¿Tendría alguna especie de cariño especial? Algo que le hiciera considerarle como su propio... —empieza, dejando la frase al aire y le mira a los ojos pensando en las palabras de su madre.

—Su propio... ¿Qué? —pregunta y es que... El mismo sabe la respuesta—. Mon dieu! Papa...

—No, no, no puede ser, eso significaría que... mi madre... —Arthur niega con la cabeza incrédulo.

—Yo siempre sospeche que... Pero… pero Maman! —exclama Francis escandalizado, llevándose las manos a la boca abierta.

—Esto no puede saberse. Destruiría a mi madre y a mi hermano... y a mi padre. ¡Mi familia entera quedaría desmembrada! —exclama Arthur empezando a recoger los papeles como loco y pensando que quizás por eso es que no querían dárselos al francés en Fleet Street.

—Pero papá y tu madre... Y... Wallace —arruga la nariz porque de todos los hermanos que quisiera... Este es el que claramente no querría—. Wallace que tan mal me trata —agrega en un susurrito. Arthur le mira de reojo y... le pone una mano sobre la suya en gesto de consuelo—. Es que no puedo creer que tenga yo un hermano.

—Si es por eso, la donación al orfanato me hace pensar que tal vez no tenga solo uno —responde Arthur deduciendo.

—En el orfanato... —se humedece los labios, angustiado con eso.

—Eso creo —le aprieta un poco la mano.

—¿Y cómo saberlo? ¿Cómo saber quién o qué o por qué? ¿Qué hacían ahí? ¿Porque no estaban conmigo en casa... Serian de otra mujer? ¿De quién? —empieza a esparcir todas sus dudas que evidentemente nadie puede responder.

—Sobre Wallace le podemos preguntar a mi madre, pero el orfanato... me temo que ni él debía saberlo, al no ser una donación nominal —explica Arthur un poco desconsolado pensando en el pobre niño sin padre.

—Quizás Maman... —propone el francés como posible solución a eso.

—Bueno, de hecho, se tendrá que hablar con mi madre y Wallace seguro si quieres recuperar esa parte del dinero para vosotros. La necesitáis mucho más —valora el inglés, tal vez lo que el padre de Francis quería era que Wallace se supiera realmente su hijo, esta era una forma de presionar para que alguien se lo dijera, aunque en su opinión era un poco cruel.

—No, no creo que sepa. O que supiera. Aunque ella —suspira siguiendo su propia línea de pensamiento sobre su madre y el hermano huérfano, luego levanta la cara—. No creo que Wallace lo creyera, Arthur.

—No importa, solo tiene que firmar —le mira de reojo—. No quieres que haga nada más, créeme. No necesitas que te reconozca como hermano.

—¿Y va a querer firmar? Quizás podemos solo dejar esa parte del dinero —por ahora Wallace le da miedo.

—Puede, si es para desmentir y quitarse de encima esta mancha —sentencia Arthur, que además no le parece justo en lo absoluto que el dinero sea para Wallace, que tiene todo cuanto quiere y no para esta pobre familia con un padre… así. El francés aprieta los ojos.

—E-Esto... Es... —susurra porque le está pasando por encima como la locomotora de un tren, arrastrándole.

—Esto sería un escándalo para su vida política... y mi padre... engañado. También es un pilar de la comunidad. Debe ser eso por lo que lo tenían retenido y le ponían tantos problemas a conseguir los documentos. Tal vez mi madre fue a los juzgados y se lo mostraron, en realidad no tenía que hacer nada. La herencia de Wallace no pasara a él o a sus herederos hasta que tú y tu madre muráis puesto que vosotros vais delante en caso de necesitarlo, así que solo hacía falta esperar o a que la reclamarais o a que murierais. Ella pensaría que moriría mucho antes que tú, igual que mi Padre, así cuando esto llegara a Wallace ya no estaría y se habría ahorrado explicaciones —deduce Arthur montando la historia en su cabeza.

El francés, que estaba medio en pie solo recargando en su mesa de costura escuchando a Arthur, se sienta buscando un poco de estabilidad física que compense la inestabilidad mental que siente ahora mismo.

—Aun no acabo de imaginar a mi madre engañando a mi padre... —comenta el inglés, porque a pesar de su cinismo habitual, sí le afectan las cosas así y si ve a sus padres si no como la pareja más ideal, como un ejemplo de lo que es de verdad el matrimonio ideal. Nunca pensó que ellos pudieran tener realmente los mismos problemas que todo el resto de parejas conocidas o amigas. Una parte infantil de su cerebro acaba de destruirse un poco.

—El mayor de los escándalos... —Francis extiende una mano en busca de la suya y se la aprieta—. Y mi padre engañando también a maman... ¡Aunque siempre se llevaron tan bien! ¿Tus padres cómo se llevan entre sí?

—Pues... ellos... mi padre es un hombre difícil, muy serio, parco en palabras y afectos... y mi madre se le parece mucho, aunque es más de reñir y gritar. Ella era muy joven cuando se casaron —explica Arthur aun pensando en ello y en que no está del todo seguro de cómo es que no lo pensó antes. Si sabe del doctor y de sus hermanos y de todo el mundo en general. Él mismo había hecho bromas sobre conseguirse un amante y cosas así, pero nunca se le ocurrió que sus padres…

—¿Y en la parte íntima? —insiste Francis que hacer que el inglés piense en ello también le ayuda a sentirse comprendido y los une mucho más.

—¿Cómo podría yo saberlo? Supongo que bien, han tenido cuatro... ¡tres hijos! —exclama apretando los ojos al recordar los recientes acontecimientos, preguntándose ahora a si mismo si él sería realmente hijo de su padre o quizás era también medio hermano de Francis… ¡Eso sería un escándalo! ¡Por si no fuera suficiente con el asunto de la homosexualidad! ¡Además medio hermanos! Luego recuerda que de hecho, él no tiene parte de la herencia, así que seguramente no hay de qué preocuparse.

—Wallace —el sastre se muerde el labio con demasiadas ideas y cosas en la cabeza a la vez—. Supongo que lo destrozaría... ¡Ja! Al final resulta que no es TAN británico como cree —sonríe un poco con eso—. Ni tan lejos de mi como supone...

Arthur hace un gesto de desagrado a eso, el francés le mira sin saber cómo interpretarlo.

—Lo siento... Debe ser muy difícil para ti el perder la estabilidad de una familia perfecta —valora al notar su cara, sin querer en realidad hacerle daño ni que esto se convierta en algo peor de lo que debería ser realmente.

—De todos modos... no, no, no somos una familia perfecta ni por asomo. Nos detestamos todos unos a otros —asegura el inglés negando con la cabeza y apretando los ojos, a pesar de que sí es justo lo que acaba de pasar: se le ha perdido la estabilidad de la familia perfecta. Si ni sus padres habían sido un matrimonio perfecto, ¿qué sentido tenía casarse y todo eso? ¿Cómo podía realmente seguir teniendo ilusiones sobre que él no sería como sus hermanos si no que se enamoraría de la chica y sería de verdad feliz?

—¡Que sea van a detestar! Son los Kirkland, por dios, solo de oír su nombre me impresiono —responde el sastre intentando confortarle, sacándole de sus oscuros y desalentadores pensamientos.

—Sí —sonríe de lado y niega con la cabeza, bastante derrotado—. Mi padre es MUY bueno logrando que eso parezca de puertas a fuera —asegura un poco orgulloso e impresionado de él como casi nunca suele estarlo, se pregunta si acaso también sabía de esto y se lo escondió a todos su hijos por el bien de la familia… supone que en realidad no.

—Supongo que no puedo culparle. Todos intentamos hacer lo mismo, ¿no? —valora Francis pensando en sus propios padres y en que su madre SEGURO sabía todo esto y ella sí que nunca le había dicho nada a él para no destruir la imagen de hombre perfecto y figura a seguir que tenía de su propio padre—. Incluyendo a papa por lo visto —sonríe de lado un poco triste y se mira las manos—. Me pregunto qué otras cosas no sé.

El escritor suspira por que de verdad este es un golpe bastante duro.

—Creo que deberíamos hablar... o sea, usted con su madre y yo con la mía —sigue y baja la cabeza volviendo al trato distante, porque acaba de notar que había dejado de usarlo en los instantes de debilidad.

—Oui...también lo creo y creo que deberíamos hablar después —asiente el francés estando de acuerdo con ello porque sí quiere que su madre le explique y le recomponga la imagen de su padre.

—Bueno, tendrá que decirme que quiere hacer con ello —el inglés intenta volver a ponerse en tono de negocios e ignorar la parte emocional de todo esto, que no está ayudando y le hace ver poco profesional en su primer caso. Por todos los cielos, desea que sus próximos trabajos no sean así de complejos y personales, porque menuda historia ha elegido para empezar.

—No sé qué quiero hacer con ello, Arthur. No sé aun. Es una parte de dinero retenida y, la verdad, mentiría si le dijera que no la necesito —confiesa Francis que no es tan rápido para salir de su propia devastación interna.

—Háblelo con su madre y decidan... para eso no hay prisa. Lo que hay que resolver es lo de la pensión —sigue Arthur, cambiando los papeles para distraerse y no pensar más en ello.

—¿Y cómo resolvemos eso? —pregunta decidiendo seguirle también en ello para no dar demasiadas vueltas antes de hablar con su madre. Se siente completamente perdido y hecho bolas sin saber si se lo ha explicado ya o no.

—Sí, a ver, busca algo y apúntatelo —pide el inglés, centrándose y sonríe un poco al verle tan despistado de todos modos.

—Apuntármelo. Oui, buena idea —se levanta yendo a por papel y tinta. No tarda en volver y cuando lo hace le pasa suavemente una mano por los hombros antes de sentarse otra vez junto a él. El inglés da un salto y se sonroja perdiendo el hilo de lo que iba a decir—. Entonces... —el francés sonríe un poquito pero no hace mucho más escribiendo con una letra tan recargada y rococó cómo es posible escribir.

—Ah... eh... sí. Yo... Sí. Quiero decir que... sí. Eso —balbucea sin mirarle, volviendo a revolver los papeles desordenándolos.

—¿Te pasa algo, Arthur? —sonríe más el francés, mirándole como si no supiera nada y fuera tan inocente.

—No, nonono, no. No. Ejem —se revuelve, sonrojadito, pensando de nuevo en su sueño, sin mirarle.

—Pareces nervioso —le roza otra vez, ahora el brazo de nuevo en un movimiento que debería parecer completamente accidental.

—No, no... nono —mira donde le ha rozado como si le hubiera quemado, aspirando aire por la nariz con las cejas levantadas.

Francis toma un poco de aire y sonríe más, pero decide no tocarle más por su propio bien. Arthur traga saliva y se revuelve otra vez. Le mira de reojo de nuevo y se humedece los labios sin saber qué decían.

—¿Entonces qué es lo que urge hacer y qué es lo que no tanto? —pregunta un poco como si nada de eso estuviera pasando.

—Lo que... ehm... me urge... es decir... ¡Yo no estoy necesitado! —exclama Arthur perdido en sus propios pensamientos traicioneros. El francés parpadea con esto y sonríe levemente de lado.

—¿No estás necesitado? —pregunta inclinando un poco la cabeza, aparentemente inocente de nuevo, pero sabiendo bien lo que piensa el escritor.

—¡NO! ¡Ni me urge nada! —exclama señalándole con el dedo como si acaso el francés le estuviera haciendo las peores proposiciones indecentes… cosa que no hace… pasa su desgracia.

—¿Nada de nada? —le pregunta sonriendo un poco más y cerrándole un ojo.

—¡NOOO! —se sonroja más con el guiño, echándose atrás en la silla y agarrándose del asiento con la espalda arqueada en completa tensión y siente que cada vez la mentira es más gorda y evidente.

—Shhh... —se ríe un poco—. Deja de ponerte histérico.

—¡No estoy histérico! —vuelve a mentir, apretando los ojos y las manos agarradas del asiento.

—Si lo estás y me pones a mi histérico... —indica con voz suave y hasta un poco insinuante que hace que los chillidos contrasten más.

—¡NO! —chilla y lo nota. Carraspea intentando calmarse, sin mirarle—. No.

—Claro que si estás histérico. Y aun así creo que si necesitas algo —sigue con voz suave y vuelve a rozarle con la punta del bolígrafo, haciendo que vuelva a dar un salto y se ponga en guardia.

—¿Qué? —chilla agarrándose otra vez del asiento arqueando la espalda, mirándole con los ojos muy abiertos.

—Shh... Creo que necesitas a un francés que te ponga histérico —sonríe y se encoge de hombros.

—¿QUÉ? —se tensa y se sonroja más si acaso eso es posible.

—Relájate, por el amor de dios —se ríe un poco.

—¡NO! —trata de separarse.

—Un francés que te moleste como ahora... Dieu, de verdad ahora entiendo por qué fumas eso que fumas —sigue, aparentemente a su asunto sin tratar de acercarse, lo que le descoloca y sinceramente le fastidia porque por supuesto que quiere un francés que lo ponga histérico y lo… ehm… tranquilice.

—¿P-Por qué... por qué lo dices? —pregunta parpadeando un poco, tal vez él se estaba imaginando que esto iba por un lado que no iba y en realidad Francis no tenía ninguna mala intención en este momento. ¡Maldita sea! ¿Pues cómo se hacía para que la tuviera?

—Porque eres un histérico que salta completamente vuelto loco —chasquea los dedos—. Así.

—¡No es verdad! —replica relajándose y frunciendo el ceño, picado con esto ahora, perdiendo un poco el asunto sexual que lo ha puesto en guardia.

—Basta con verte, estas como loco, Arthur —Francis sonríe de lado, vencedor, abriendo las manos y señalándole para que se mire a si mismo.

—¡Claro que no! —exclama tras mirarse a si mismo.

Francis se echa para atrás en la silla y mira de reojo a su asistente. Mathieu le mira de reojo al notarlo. Hace un casi imperceptible gesto con la cabeza que él sabe bien qué significa, volviéndose al inglés.

—¿Entonces sostienes que no necesitas a un francés que te alegre la vida? —insiste el sastre.

—¡No! ¡Y menos a ti! —chilla mientras el muchacho recoge con discreción para irse.

—¿Por qué no? Parece que lo hacemos bien en realidad... Mira tus niveles de histeria —sigue aparentemente tan tranquilo y parece que como más tranquilo está él más nervioso está el escritor.

—¡No hacemos nada bien! —sigue chillando porque la verdad es que se había olvidado del todo de la presencia del asistente y con el gesto y la mirada de Francis lo ha recordado, lo cual ha vuelto todo esto aun más complicado.

—Para empezar pelear no nos sale tan mal —valora el francés como si acaso estuviera comentando un resultado deportivo.

—¡Eso no es algo bueno! —exclama Arthur con el ceño fruncido, volviendo a meterse en la discusión, siendo absorbido por ella, más bien.

—Sí lo es a momentos... Como ahora —sonríe mirándole fijamente a los ojos.

—¿Qué? ¿Por? —le sostiene la mirada, inclinando un poco la cabeza hacia abajo.

—Es divertido verte todo rojo, chillando sin razón —asegura en casi un susurro, volviendo a sonreír un poco malignamente, de lado.

—¡No lo es! —protesta el inglés frunciendo más el ceño y sin apartar la mirada, traga saliva, porque esa sonrisa… no ayuda.

—Lo es porque no tienes razón alguna para estar histérico —sonríe enseñando los dientes.

—¡Por eso no lo estoy! —replica poniéndose más histérico, pero determinado a no perder esta especie de batalla, desviando la mirada, notando además que cada segundo que pasa está en realidad más perdido en ella.

—Respira —pide Francis con más risas, rompiendo un poco la tensión del momento.

—¡No te rías! —protesta Arthur parpadeando un poco.

—¿Por qué? —inclina la cabeza y sonríe un poco más amable ahora.

—No me gusta que te rías de mi —protesta cruzándose de brazos y desviando la cara, con los mofletes hinchados y la boca pequeña.

–No es de ti, hombre —responde sonriendo y volviendo a ponerle la mano en el brazo en un gesto de cariño, aun así poniendo un poco los ojos en blanco.

—¿N-No? —vacila un instante porque está acostumbrado a que sea de él con sus hermanos y todo eso, se gira de nuevo a mirarle directamente.

—No, es de estar aquí, nerviosos, en una situación rara y que tú reacciones poniéndote histérico —explica de verdad sin malignidad esta vez.

—No es una situación rara —replica aunque piensa que es RARA como pocas cosas—. Y si te ríes es que tú también estás nervioso —le acusa. Francis le sonríe un poquito de manera diferente, un poco más avergonzado.

—Es... Posible que me pongas nervioso también, no soy de piedra —susurra en confesión.

—¿Y-Yo? —más sorprendido no podría estar.

—Pues claro que tú... —se pasa una mano por el pelo—. De hecho, si lo pienso, me lo pones más de lo que quiero pensar.

—Pero... pero... —se sonroja mucho. Francis se muerde el labio y se revuelve un poco.

—Es... normal, pienso yo, con todo esto —se ríe suavemente otra vez.

—¿N-Normal? —repite para que le explique más al respecto, quizás consiga que le diga de nuevo alguna cosa bonita como que le gusta. Siente cosquillitas en el estómago solo con la idea de que eso pase.

—Estar nerviosos y contentos cuando estamos juntos —explica Francis sonriendo un poco infantilmente pero sinceramente, describiendo una idea muy clara en su cabeza de lo que significa que eso suceda.

—¿Lo es? —susurra muuuy suavemente pensando en exactamente lo mismo con cierta ilusión, pero sin atreverse a decir.

—Oui, es lo que pasa cuando... —empieza a hacerla plausible al decirla en voz alta. Arthur le mira de reojo, Francis carraspea sin atreverse a usar la palabra en la que ambos están pensando—. Cuando conoces a alguien —susurra.

—Yo conozco a mucha gente y no... —se mira las manos el escritor, desviando la cara porque no era eso lo que esperaba.

—Cualquier cosa que te diga para aclarar a que me refiero va a escandalizarte —se defiende el francés. Él aprieta los ojos verdes—. Así que, preferiría no decirte exactamente a qué me refiero con conocer, pero claramente no es lo que tú...

—Esto no se puede, ayer... no sé qué me pasó, no debió pasar. Le pido disculpas —vuelve al tono estirado y distante porque la palabra escandalizar le ha hecho volver a la realidad y le ha recordado que efectivamente debe escandalizarse, no esperarlo como un niño en la mañana de reyes.

—Estoy de acuerdo con usted en que esto es muy complicado —responde Francis un poco nervioso con el tono general de la conversación ahora.

—No digo eso... —responde el inglés girando la cara porque no quiere volver a herir sus sentimientos ni le apetece discutir ahora sobre supuestas enfermedades.

—Yo sí que lo digo —replica el francés, él sí mirándole fijamente.

—¿Y qué piensas? —pregunta levantando la cara hasta verle de nuevo a los ojos.

—Que es complicado, muy complicado y estoy seguro de que voy a terminar con el corazón roto —susurra cerrando los ojos y suspirando derrotado.

—El corazón roto —repite también en un susurro el inglés.

—Probablemente más pronto que tarde —se ríe un poco. El inglés le mira de reojo.

—Tal vez debería irme —propone, en vista al cariz dramático que está tomando toda la conversación.

—Tal vez —suspira de nuevo el sastre.

El escritor traga saliva y vacila sin moverse, ni mirarle pensando que esto es muy complicado, no sabe cómo sentirse, no quiere esto, no... No puede querer esto, por dios, mañana llega su prometida, debería estar ya de pie, debería estar saliendo por la puerta y pidiendo que le lleven a casa... y no aquí, aun sentado. Pero las piernas no le responden o a eso quiere darles la culpa.

—Quizás podría quedarse un poco más... ¿No tiene hambre? —pregunta el sastre cambiando de idea, porque en realidad, no quiere que se marche y que le den al mundo y a los problemas.

—¿Q-Quedarme? —repite el escritor levantando las cejas sin esperarse eso.

—Eso he dicho —responde con determinación y le mira otra vez.

—No creo que sea una buena idea —valora, pero no obstante no se mueve.

—Yo creo que es una excelente idea —le pone suavemente una mano en el brazo y se levanta. Arthur le mira la mano y luego a los ojos con cierto pesar y suplica.

—Voy a... Voy a dejar de hacer eso —propone el sastre al ver la expresión de su cara—. Voy a dejar de tocarte—susurra. El inglés se sonroja pensando en otra manera de tocarle—. Me... Me gustaría poder hablar de todo esto abiertamente

—¡No se puede hablar abiertamente! —exclama el escritor un poco frustrado ahora de las idas y venidas y de que el sastre no se decida con lo que quiere.

—Tú y yo. Sin que nadie más nos oiga —explica mirándole a los ojos, un poco suplicante también

—T-T-Tú y... —repite el inglés bastante escandalizado e incómodo, porque suena mucho más a una de las propuestas indecentes que antes quería y que ahora que se las hacen, le dan miedo y nervios.

—Hablar de esto que claramente pasa —levanta la mano para hacerle un cariño y se detiene de hacerlo—. Hablando de ello podemos detenerlo o... No.

—¡No pasa claramente nada! ¡NO puede pasar nada! —exclama levantándose y dando un pasito atrás.

—El problema es que sí pasa... Aunque podemos hacer que deje de pasar —explica tomándose un brazo con la otra mano para controlarse de levantarlo hacia él.

—Entonces DEBEMOS hacer que deje de pasar lo que sea que crea usted que pasa —sentencia nervioso. Francis sonríe un poco de lado otra vez y se humedece los labios.

—Vamos, haré algo de comer —decide y hace un gesto para que le acompañe subiendo las escaleras.

—Pero... —le mira un poco desconsolado siguiéndole igual.

—Vamos a ver qué es lo que pasa... Vamos a ver mañana que llega su futura esposa. Quizás la conoce y le gusta y es feliz. ¿Por qué hablar de cosas y hacer algo hoy? Solo... Voy a hacer comida simple para dos —explica tratando de convencerse más a si mismo que a Arthur realmente.

—¿Hacer algo? —pregunta sin seguirle a qué se refiere, pensando en si acaso habla de… otro beso o algo. Se humedece los labios sin poder evitarlo.

—Hacer. Puntualizar todo esto. Mandarte a casa Arthur —específica mirándole por encima del hombro, dirigiéndose a la cocina.

—Y... ¿Y? —pregunta siguiéndole como hipnotizado.

—Y ya... —le sonríe también un poco desconsolado deteniéndose en el linde de la puerta—. Hay tantas cosas que no van a pasar o que no pueden ser... Solo comamos, como si mañana no fuera a llegar tu esposa y como si yo... —se humedece los labios pensando en una idea terriblemente fantasiosa—, no fuera solo el sastre y simplemente fuera Francis.

—P-Pero... —vacila aun un poco, desconsolado porque todo esto parece terriblemente un adiós para siempre.

—Quoi? —levanta ahora si la mano y le toca la mejilla.

Los ojos verdes se cierran y sigue la caricia sin responder nada. Francis se humedece los labios de nuevo y se echa al frente con el corazón acelerado y un solo posible objetivo que sabe va a volver a echarlo a perder todo.

El inglés abre los ojos un segundo, quedándose paralizado al sentir el beso, nada que impida al francés impulsarse un poco más al frente para profundizarlo, intentando que abra los labios.

Arthur cierra los ojos de nuevo y abre los labios como quiere, dejándose llevar y esta vez, Francis no va a separarse. No es como que el escritor tenga el cerebro para hacerlo.

Lo que pasa es que todo lo que Arthur no ha conseguido calmar esta mañana con la imagen de su esposa y ha tenido que bajar con agua... vuelve a ponérsele a punto. "Hola Arthur, soy tú pequeño Big Ben y quiero decirte de una vez que somos gays"

A su favor hemos de decir que el del francés también saluda... Solo que a su dueño no le traumatiza tanto. Está en una nube de estupor cuando se separan. Vuelve a besarle la comisura de los labios y luego el cuello.

El escritor no sabe ni donde está, abrazándole con fuerza sin apenas moverse porque todo esto es demasiado intenso para que sepa qué hacerles hacer a sus manos siquiera.

—Mmmm —susurra el francés dejándose disfrutar el momento.

El corazón acelerado del inglés le bombea en el cerebro mientras le deja besarle el cuello y cada movimiento y caricia es bienvenida como el aire que respira agitadamente.

Los besos son suaves y complacientes, las caricias en la espalda también, buscando averiguar en donde o qué es lo que le gusta más.

A Mathieu se le cae algo al suelo en ese momento, porque sigue trasteando abajo en el taller... y el mundo entero va a acabarse.

Arthur sale de su estupor... poquito a poco. Francis pega un saltito y veo que es útil la habilidad normal de Mathieu de ser transparente como un fantasma.

El sastre le acaricia al inglés la mejilla y le mira a los ojos. Este parpadea sin saber del todo qué ha sucedido, notando que Francis realmente está ahí y esto no es un sueño.

—Me gusta hacer esto... —admite con sinceridad el sastre.

—Eh... —nota su boca seca y la voz ronca. Cierra los ojos azules y toma aire.

—Oui —repite con convencimiento.

—¿Oui qué? —pregunta el inglés un poco perdido todavía.

—Me gusta —sonríe un poco. Arthur traga saliva y le mira a los ojos un poco vulnerable, Francis los abre al sentir su mirada y se pierde un poco en el verde—. Y a ti también, digas lo que digas —susurra casi de manera imperceptible.

—A mí... —susurra también, hipnotizado.

—A ti —sonríe.

—Me...

—Te...

—Me emborrachas. Me colmas. Me hipnotizas. Me maldices. Me transportas. Me pierdes.

Francis se queda sin aire un instante y deja caer los párpados.

—Me mareas. Me asustas. Me inspiras. Me tientas. Me relajas. Me alzas. Me destruyes.

El francés siente su propio corazón latir con demasiada fuerza.

—Tú me enamoras... —resume todas esas cosas en tres palabras. Arthur se sonroja—. No sé cómo, pero lo haces. Y por eso también me mareas, me asustas, me pierdes, hipnotizas, alzas, destruyes y todas esas cosas que yo hago contigo.

El inglés le mira aun con la boca abierta como un pescado porque era una poesía o algo así. Poesía sonó en sus oídos, no lo duden ni un segundo. Sonríe al verle la cara.

El problema es que nunca se le había ocurrido así, solo viendo a otra persona y sinceramente no sabe qué hacer.

—Dices cosas muy... poéticas —suspira.

—Tú las haces —susurra humedeciéndose los labios.

—¿Ves? Nos complementamos... —cierra los ojos y choca frente con frente. Arthur niega con la cabeza con los ojos cerrados también.

—Non? —pregunta inclinando un poco la cabeza.

—No está bien —susurra apretando los ojos porque ahora mismo le fastidia un montón que no lo esté.

—¿Lo dices tú o lo dices porque eso te hacen creer? —pregunta el francés pasándole las manos por el pelo.

—No... Es una perversión —abre los ojos y le mira un poco desconsolado y agobiado.

—Se siente bien. No veo lo que tiene de pervertido —discute Francis otra vez. Arthur baja la cabeza de su frente a su hombro, incomodito ahí abajo—. Y si es una perversión... Que maravillosa—le acurruca.

—Eres un chico —le recuerda, o más bien se recuerda a si mismo.

—¿Es realmente eso un problema? ¿Más allá del qué dirán? —pregunta Francis porque estos matices son realmente muy importantes y hace la diferencia.

—No lo sé —responde lo más sinceramente que ha hablado sobre esto en toda su vida.

—No lo es. Ese peor lo que imaginas a lo que realmente es —le asegura el sastre calmándole con caricias en la espalda. El inglés gira la cara con la cabeza apoyada en su hombro pensando en las palabras del doctor—. El mundo hace una caza de brujas sin necesidad, solo somos... Personas.

—Chicos —matiza.

—Personas —discute Francis porque este, este es exactamente el punto.

—Tengo que ir a casa —responde Arthur apretando los ojos. Francis suspira empezando a notar que no va a conseguir sacarle de la idea que tiene.

—Bien —asiente entendiendo, pero el inglés no se mueve de la cabeza en su hombro. Gira la cara y le da un beso en el cuello—. Siempre puedes pensarlo mejor.

El escritor siente un escalofrío con eso y nota que está excitado. Se paraliza sonrojado de muerte.

—En vez de una negativa absoluta sigue Francis sin notar aun cual es el problema esta vez. Arthur se asusta y se separa corriendo, llevándose las manos ahí. El francés parpadea un par de veces y levanta las cejas. Sonríe de lado al ver la posición de las manos.

—Tengo que irme —se levanta medio doblado saliendo corriendo.

—¡Pero espera, Arthur! —discute Francis.

No le espera esta vez, demasiado avergonzado con esto, ¡apenas si se ha dado cuenta que lo está! ¡Estaba ahí abrazado tan tranquilo completamente excitado sin notarlo! Sale corriendo escaleras abajo y sale por la puerta. El francés se pasa las manos por el cabello peinándoselo hacia atrás, pensando que esto... Va por extraño camino. No puede negarlo. A momentos piensa que sí y a momentos que no.