—Ehm... —susurra Mathieu saliendo desde atrás nada más y el francés casi se cae de culo del propio susto.

—Ahh! Mathieuuuu! Me asustas, mon dieu —protesta llevándose la mano al corazón al girarse y ver que es él.

—Yo estaba... dentro y... —vacila porque en realidad no quería espiarles y ha sido un accidente, pero entre una cosa y otra, se ha enterado de suficiente.

—¿Ha-Has visto...? —pregunta vacilando asustado sin saber qué tanto ha notado ni que tanto puede escandalizarle.

—Lo lamento —asiente un poquito, porque no, no ha visto el beso en sí, pero si las caricias de Francis y los sonrojos de Arthur.

—No pasa nada, solo... Discreción —pide llevándose un dedo a los labios en gesto de silencio. Mathieu asiente de nuevo.

—¿Quieres que vaya yo a tomarle las medidas? —propone, en vistas de lo que le parece sería más cómodo para todos... y más sensato en su opinión, en especial por la forma en la que se ha marchado. El francés le mira y le sonríe negando con la cabeza.

—Sospecho que las conseguiré —se muerde el labio mirando un poco hacia la puerta por la que se ha marchado como si esperara verle aparecer, luego se vuelve a Mathieu nuevamente—. ¿Qué opinas?

—Que es un poco raro... y peligroso —valora nervioso, porque tampoco quiere decirle algo malo, Francis parece ilusionado... como de costumbre. Él no lo entiende del todo, pero tras todo este tiempo de ver entrar y salir a personas de la sastrería que no tenían por qué ser exactamente clientes, ya se ha acostumbrado a ignorarlo.

—Lo es. En concreto peligroso. Voy a arrepentirme de ello —se lleva las manos a la cara aun pensando en el asunto de la homosexualidad y la diferencia de clases sociales. El ayudante se acerca y le pone una mano con suavidad en la espalda para consolarle.

—De todos modos creo que necesitamos esas medidas cuanto antes —decide mejor centrarse en el trabajo para que esto sea más fácil.

—Sí, las medidas son importantes... Pero dudo que te deje tomárselas. ¿Lo intentamos?—propone sonriendo un poco ilusionado con la idea de volver a verle pronto, sinceramente.

—Creo que deberíamos hacerlo —asiente mucho más determinado en que este sea un tramite comercial eficiente. Francis suspira y sonríe llevándose las manos tras la cabeza cuando realmente nota porel tono las intenciones de su ayudante—. ¿Estarás bien?—pregunta un poco preocupado el chico de las gafas por ese gesto de su patrón.

—¿Yo? Seguro —no suena para NADA seguro. Mathieu sonríe un poco con pesar, sin saber cómo ayudarle realmente en esta ocasión.

—¿Querrás que te acompañe?—propone, porque no confía demasiado en que Francis no vuelva a regresar con las manos vacías si va él solo.

—¿Acompañarme?... Pensé que ibas a ir tú solo —Francis levanta las cejas con esta nueva y diferente perspectiva.

—Pero... —le mira porque no está del todo seguro de que medidas hay que tomar, nunca lo ha hecho solo y no se las ha apuntado. Y sabe que sería terrible olvidarse una y tener que volver.

—Oui? —le sonríe aunque frunce un poco el ceño a ver la inseguridad en sus ojos.

—Es que nunca lo he hecho solo —acaba por confesar, bajando la cabeza y con la boca pequeñita.

—Pero tú eres muy listo y podrás hacerlo sin problemas —se levanta tan determinado en este momento—. Tómame medidas a mí —se empieza a abrir los pantalones.

—Ehm... No es que no quiera aprender pero... ¿cómo vamos a justificarles esto a los señores? —pregunta antes que nada, girando la cara para darle intimidad.

—¿Tu ida ahí? —pregunta Francis sin tener ningún pudor en lo absoluto de desvestirse ni necesitar ninguna intimidad realmente.

—Sí... —asiente Mathieu de todos modos sin mirarle.

—No lo sé, en realidad me interesaba ver si Arth... Si el joven Kirkland se picaba si no iba yo... —se revuelve incomodo porque esto parece más complicado de lo que esperaba.

—Está bien, está bien... —resuelve un poco derrotado de todos modos.

—Podríamos ir los dos y esconderme —propone ilusionado de nuevo, ¿qué tienes? ¿Ocho?

—¿Esconderte? —parpadea sin esperarse esa propuesta en lo absoluto, pero considera que quizás sea un plan más adulto del que su imaginación deja que parezca de buenas a primeras.

—Oui —sonríe—, que CREA que no estoy —no le dejes por el amor de dios, va a salir mal y tú vas a estar súper nervioso.

—No estoy seguro de cómo...—vacila porque eso no explica en realidad ni el procedimiento ni las intenciones intrínsecas en el asunto.

—Vamos los dos y en lo que nos atiende... —empieza a relatar, imaginando la escena en su cabeza.

—¿Aja?

—Me escondo —sonríe como si eso lo resumiera todo a la absoluta perfección, un plan maestro no solo por su perfecta aplicación práctica, sino también por su simpleza.

—Ehm... bueno —accede Mathieu nada convencido en realidad.

—¡Ah! Ven, vamos a que aprendas que medir y anotar —da una palmada y ahí van los pantalones al suelo, no trae ropa interior pero la charla le ha tranquilizado lo bastante como para no sacarle un ojo a Mathieu, lo bastante poco como para quizás incomodarle un poco.

Mathieu los mira caer y luego nota el problema en la ropa interior. Carraspea con las cejas en alto, pero se acerca, valientemente. El francés se mueve un poco para sacarse los pantalones de los pies sin pudor alguno.

—Tienes que medir el tiro, cintura y cadera —explica señalando con las manos a que corresponde cada una.

—V-Vale. Vale —toma unas hojas y pluma, apuntándolo.

—¿Sabes qué he pensado? Quizás alguna de las chicas que trabajan en la casa Kirkland podría gustarte —le sonríe poniéndose en posición para que le mida.

—Ah, demasiado trabajo para ello —sonríe acercándose con el metro.

—Pero mon amour... nunca se tiene demasiado trabajo para una chica —responde Francis dulcemente. Mathieu se sonroja un poco y niega—. ¿O ya tienes una y no me has contado?

—No, no —se ríe un poco.

—¡Ah! Estaba punto de estrangularte —le hace un suave cariño en la mejilla—. Bien. Mídeme entonces como si yo fuera Kirkland, imagínate mis grandes cejas.

—Es difícil ¿Qué has dicho primero? —mira sus notas.

—Tiro —le sonríe y ahí va el muchacho.

xoOXOox

Entretanto, Arthur ha salido corriendo de la sastrería como alma que lleva el diablo aun aguantándose las regiones vitales. Se detiene contra la pared de un edificio, con la respiración agitadísima.

Se pasa una mano por el pelo intentando calmarse y no tiene ni idea que hacer con su cuerpo ni porque le ha pasado esto, se suponía que eran hombres y... ¡Hasta había hablado con él del problema!

Se da la vuelta con la cara contra la pared, apretando los ojos. Piensa que esto es totalmente un desastre y ahora sí está enfermo. Tal vez debía ir a ver al doctor.

No está seguro de poder ir ahora, era la hora de comer, tal vez ni estaría en casa... o en la consulta. Tal vez estaría en su consulta. A lo mejor había algún remedio de choque.

Menos mal que aún no inventan las lobotomías porque Arthur se rebanaría el cerebro si eso funcionara, así que tan rápido como puede, se persona en su consulta.

En unos cuantos minutos le hacen pasar y el doctor se sorprende genuinamente al verle ahí, levantando las cejas y saliendo de detrás de su gran escritorio de roble para saludarle.

—Vash? —sonríe al meter la cabeza tras picar la puerta. Se le acerca nervioso e incómodo a saludarle también con un apretón de manos.

—Arthur! ¡No sabía que eras tú! ¡Pasa, pasa! —le invita con un gesto de la mano.

—Siento aparecer así de improvisto sin haber pedido cita ni nada —entra cerrando la puerta a su espalda.

—Bueno, por lo que veo mi secretaria te ha puesto como si fueras paciente así que mientras me pagues la consulta —medio bromea. Sí, solo medio.

—Ah, sí, sí, claro. Yo le he dicho... es la forma más fácil. Ehm... ¿quieres ir a comer? —propone, porque la verdad es que o sabe cómo abordar el problema.

—Ah, a comer —mira su reloj—. Como dentro de veinte minutos, pero sí, si me esperas un poco —el señor cuadrado.

—Ah, claro. Claro —asiente.

Así que el doctor se pasa unos buenos quince minutos en su despacho, en silencio organizándolo antes de finalmente ponerse su chaqueta para ir a comer mientras Arthur se toca los labios una y otra vez sumido en sus pensamientos y un poco fascinado con la facilidad de palabra que tiene cuando está con el sastre... aunque todo el tiempo le parece ser torpe y que las palabras se le mezclan en el cerebro y se le hacen nudos en la lengua... enamoras había dicho. ¿Cómo es posible?

Un instante antes de que el doctor tome su chaqueta, la enfermera golpea la puerta de la consulta.

—¿Sí? —responde Vash levantando una ceja.

—Está aquí... ehm... —mira de reojo a Arthur que ni se ha enterado—. Miss Edelstein —susurra. La boca del doctor se abre como si fuera de un pez.

—M-Miss... Eh... Y... Y-Yo... —se sonroja, balbucea un poco y mira a Arthur de reojo y luego otra vez a su enfermera—. Hágala que pase. Arthur te importaría esperar un poco más, debe ser una urgencia.

—¿Qué? —parpadea y le mira... y mira un poco a su alrededor sin saber del todo como ha llegado aquí.

—Ha-Ha venido... ¿Sabes? M-Miss Edelstein —trata de usar un tono calmado y profesional, como si fuera cualquier otra de sus pacientes sin acabar de conseguirlo del todo para el ojo entrenado.

—Ah... ¡Ah! ¿Ahora? —pregunta pensando que es un momento muy raro para tener un encuentro secreto con una amante… a la hora del mediodía de un día entre semana… esas cosas necesitaban de misterio y nocturnidad, por el amor de dios!

—Ehm, sí. Debe ser una urgencia, no creo tardar... —vacila un poco.

—Ah, sí, sí. Claro —se levanta de todos modos, aun pensando en lo desordenado de todo esto… un buen encuentro secreto con un amante necesitaba nocturnidad, dijera lo que dijera Vash. Aunque él viniera de besar a Francis, que desde luego NO era su amante.

El médico vacila un poco deseando sinceramente que se salga del consultorio y a la vez considerando eso demasiado culpable.

Arthur se vuelve a sus pensamientos sin hacer más caso ni entender que debería salir, así que Vash se sonroja un poco, se pasa las manos por el pelo y carraspea abriendo la puerta.

El doctor sale a la recepción buscando a Sophia Edelstein... Sophia Beilsmichtd cuando no usa su nombre de soltera, es una mujer morena, alta y con presencia, aunque puede que se deba más a las mangas bombachas de los hombros de su vestido violeta que a ella en sí. De pie sobre sus botas de tacón alto, mira alrededor con la barbilla levantada con cierta cara de suficiencia exasperada de alguien que odia que le hagan esperar mientras se quita delicada y lentamente uno de sus guantes.

—Ehm... Eh... —es que ya está balbuceando—. M-Miss... E-Edelstein.

No vuelve la mirada a él todavía, pero sonríe un poco porque POR SUPUESTO le ha oído, quitándose el otro guante con la misma dedicación. En su mayoría enfocada en IGNORARLE.

El doctor no sabe con exactitud qué le pone tan nervioso, si el aire de superioridad o la mirada infame y tremendamente atractiva que aún no posa sobre sí. La mayor parte del tiempo que pasa con ella se debate en sentimientos de frustración, molestia y absoluto deseo... Sentimientos que no se hubiese imaginado jamás que podrían mezclarse. Carraspea, frunciendo un poco el ceño y acercándose con suavidad intentando entrar en su zona de visión.

—Miss Edelstein? —insiste un poco ante la falta de respuesta.

—Ah, Doctor Zwingli. Buenos días —le mira de reojo un segundo y le tiende la mano ahora ya sin guante para que se la bese como si nada.

—Tardes ya, m-mi estimada s-señora —balbucea y se tropieza con sus propias palabras, rojo como tomate, limpiándose el sudor de una mano helada antes de tomarle la suya y darle un suave beso.

—¿Ha comido usted ya? —pregunta levantando una ceja, haciendo un suave y secreto gesto con un dedo para rozarle la mejilla.

—He... Eh... Y-Yo... No. No, no he comido —es que no tiene ni un mililitro de sangre en, por ejemplo, los pies o las piernas. Desde luego no se quita del roce y hasta cierra un poco los ojos—, estaba a punto d-de ir con... ¿Se siente usted bien?

—Me parece que ese es el trámite diario que suele diferenciar entre la mañana y la tarde —recupera su mano con suavidad y le sonríe un poco.

—El trámite. Sí. L-Lo es —asiente un poco, ejem, idiotizado, pensando en decirle algo galante y poético sobre los trámites y las cosas que diferencian unas de otras—, c-como el día y la cena con la, noche y... la luz de la luna.

Ella levanta una ceja y sonríe un poco más sin tener ni idea de lo que habla, pero considerándolo muy gracioso.

—S-Se ve usted es-especialmente bien el día de hoy —susurra casi sin aire y es que esta en una nube rosa de idiotizamiento.

—Dankeschön —le sale el alemán, sin pensar—. Es muy galante por notarlo —hace una pequeña inclinación de cabeza y reverencia, porque como le gusta la pompa, por dios.

Justo la pompa extrema es lo que hace que salga de sus pensamientos porque él es un hombre práctico y a pesar de lo mucho que le gusta la mujer... Es decir, como canta, ehm... le irrita tanto como le gusta. Carraspea recuperando un poco su cerebro.

—Supongo que tiene algún malestar —deduce intentando llevar de nuevo la conversación a un terreno conocido.

—Yo supongo que debe haber sucedido un accidente terrible en sus salas de consulta privadas —responde ella con cierto grado de sarcasmo porque no quiere hablar aquí en frente de todo el mundo. El doctor parpadea un poco y, vale, apenas nota que siguen ahí, a la mitad de la recepción.

—No, no, ningún accidente. Yo... Venga —se le ha olvidado ahora Arthur. No pueden esperar que se acuerde de todo con el colapso mental que le da la promesa tacita de un área más privada junto con la cantante. Abre la puerta de su despacho y ella anda tras él con el sonido característico de los tacones en el suelo.

Arthur ahora está en una crisis del estilo "todo esto está mal" que combina con sus crisis de "no puedo crees que esté pasando algo tan maravilloso" dando vueltas de una a otra hasta volverse probablemente loco.

Muy bien, sigan adicionando fetiches a la larga lista de Vash. Cuenta los pasos mentalmente pensando que camina de manera perfectamente sincronizada con un reloj. Aspira y se embriaga con su perfume cuando pasa frente a él al dejarla pasar delante de él por la puerta y se detiene al notar a Arthur ahí sentado. El escritor ni siquiera la ve, menos mal que le ha notado ella.

El doctor cierra la puerta a su espalda y se le acerca poniéndole una mano en la cintura en uno de esos movimientos que ha tenido que aprender a base de estar solos. Es literal, Arthur no está en su cabeza.

Ella le detiene con una mano sobre el pecho y se separa mirando al escritor fijamente. Se vuelve al doctor para evidenciarlo.

—Oh... ¡Oh! —exclama sorprendido.

—¿Eh? —Arthur levanta la cabeza. El sonrojo del doctor es épico, sin mirarla a ella ni a Arthur, nervioso como si los hubieran atrapado en medio acto sexual.

—Arthur, yo... No... Es... —carraspeo carraspeo—, iba a... auscultar a... —de ser posible se sonroja aún más con la posible implicación y doble sentido—. E-Es decir, ¡m-médicamente!

—¿Eh? —parpadea el escritor sin entender.

—Puedo regresar en otro momento si está ocupado con otro paciente —ofrece la soprano con voz de "o puedo ir a otra consulta con otro médico también".

—No, n-no. No. Espere. Ehm. Conoce ya a mi buen amigo A-Arthur, lo ha visto incontables veces en la ópera. Arthur, Miss Edelstein esta u-un poco... —se sonroja mucho más recordando el asunto de ser amantes y el sastre—, médicamente... Físicamente. E-enferma. Eso es.

—Ah, sí, claro —Arthur sonríe también un poco cohibido con la presencia de la mujer, se levanta para saludarla con el beso en la mano y traga saliva mirando a Vash balbucear e ir por su estetoscopio para convencerles a todos, y en especial a sí mismo, que este es un examen médico que no tiene NADA que ver con las cosas que claramente NO pasan relacionadas con los placeres carnales que le hacen sentir tan culpable y completo a la vez.

—¿Te molestaría darnos un poco de... Solo un momento de... Privacidad para hacer el examen MÉDICO? —insiste sin mirarle aun sintiéndose completamente bajo el foco. Mentirosooooo.

—Ah, sí, sí, claro... hum... puedo... tal vez vuelva yo por la tarde, no te preocupes, no te preocupes —va a por su abrigo—. Disfrutad. Es decir... pasadlo bien. Ehm... bueno. Que se mejore usted. Sí. Eso —termina por salir por la puerta mientras Miss Edelstein le mira con las cejas en el techo. El doctor prácticamente saca una pala y empieza a cavar un agujero en el suelo en donde pretende meterse de aquí al día del juicio final, más o menos. Cuando arderá públicamente.

—O-Oh Dios mío —susurra. La mirada morada de la soprano se vuelve al doctor con cierta incredulidad—. A-Aunque no se pueda creer es... culpa del sastre —agrega a la cuenta de susurros.

—¿Qué sastre? —pregunta sin que esa respuesta le haga ningún sentido.

—El de Arthur... —la mira de reojo para ver qué tan grande es la extensión de la tragedia.

La incredulidad va en aumento—. Parece tener información... No sé cómo —cambia el peso de pie y, por una tremenda necesidad de hacer algo útil, jala una de las sillas para invitarla a sentarse—. A-Arthur me...

—El sastre de la familia Kirkland... —repite sin acercarse a la silla.

—Desde luego lo negué categóricamente —el corazón le late con bastante fuerza un poco, mucho, demasiado en pánico.

—... Es el nuevo sastre del coronel —acaba la frase inclinando la cabeza.

La confirmación de lo que el doctor ya sospechaba le cae en la cabeza como un balde de agua fría. No había querido ni pensar en ello después de verles hablar en el club. Tampoco había querido pensar en lo que había dicho Arthur. La mira a los ojos fija y profundamente, sin evadirlos o avergonzarse, por primera vez desde que apareció hoy en su despacho, abriendo la boca para decir algo y volviéndola a cerrar sin verse capaz de decir algo útil o coherente.

Ella le sostiene la mirada habiendo dicho todo lo que cree necesario para que se entienda el peligro que esto supone, sabiendo por su cara que es consciente.

—Solo veo una medida posible... —susurra con bastante firmeza a pesar de todo. Nunca habían hablado de nada de esto.

—¿Cuál? —pregunta ella mirándole a los ojos.

Vash levanta las cejas porque la respuesta a esa pregunta le parece tan obvia, que preguntar cuál le hace pensar que ella tiene otra posible medida. Sophia da un paso hacia él con un suave clock en el suelo que rompe el silencio.

—Necesito protegerte... —murmura mirándola mucho más desconsolado de lo que quisiera sentirse. Quizás podría haber otro doctor que la hiciera feliz y que fuera menos arriesgado. Nunca había sentido tanto drama personal en una frase pronunciada por él.

—¿Por qué Arthur Kirkland habla de mí con su sastre? —pregunta en un tono entre fastidio y miedo.

—¡Porque el sastre lo sabe! ¡No sé ni por qué lo hace! —protesta frustrado y da un par de pasos hacia ella.

—¿Cómo es eso posible? —le mira con cara de circunstancias, porque Arthur es su amigo y quizás han sido… demasiado cercanos últimamente o algo parecido.

—No lo sé. No he hablado de nada JAMÁS con nadie. Sabes bien que sé que tu marido... Y mi... —aprieta los ojos avergonzándose solo con decirlo, con esta mezcla infinita de violentos sentimientos encontrados que tiene cada vez que piensa en este tema—. Si le llega a insinuar al coronel...

Ella le pone la mano en la mejilla con suavidad. Él desfrunce el ceño y relaja el semblante solo con sentirle.

—No entiendo como alguien que nunca nos ha visto juntos puede siquiera pensarlo, parece nada más un intento de impresionar a alguien que una acusación real —valora sintiendo esto más peligroso de lo que nunca lo había sentido hasta ahora si incluso la gente que no les ha visto juntos considera la opción.

—Un intento excesivamente atinado —murmura dando un pasito hacia ella y poniéndole torpemente la mano en la cintura.

—Solo hay que extremar precauciones —cierra los ojos y le pone la otra mano sobre la suya.

La relajación del doctor es completamente evidente y de hecho se siente tan aliviado con esta idea que se impresiona a sí mismo. Siempre había pensado que esto era solamente un pequeño accesorio en la vida, nada tan importante como para sobreanalizarlo y algo que podría detenerse en cualquier momento. Asiente levemente, eso sí.

—Eres muy hermosa —susurra poniéndole la mano suavemente en el cuello. No importaba lo mucho que odiara todo esto, lo mucho que le irritaba, no había manera en que no la elogiara con todas las cosas que se le ocurrían.

—Y por lo visto todos saben que así lo piensas —sonríe un poco de lado.

—¡No es verdad! Además lo eres, ¡todo el mundo lo piensa! —casi suena a una acusación. Ella se ríe con suavidad. Él se humedece los labios y le mira relajándose con la risa—. E-Entonces extremar precauciones —susurra un poco incómodo.

—¿No te parece adecuado? —pregunta más para molestarle que por otra cosa.

—Me parece que siempre las hemos extremado —se pone un poco de puntas sin animarse a besarla.

Sophia se le acerca un poco también porque nunca tienen casi tiempo y esto es muy absurdo en general. Su marido era un hombre fuerte, imponente y rico. Y le gustaba... pero el doctor, era tan dulce y tan amable. Todo el tiempo pendiente de ella diciéndole cosas bonitas y siendo dulce cuando el coronel ni la miraba.

Vash levanta la mano y le acaricia la mejilla con torpeza, con el corazón súper acelerado. Esta mujer le robaba el pensamiento lógico y el cerebro en general, haciendo que sienta la necesidad absoluta e imperiosa de procurar su bien y hacer que sea feliz... CUALQUIERA que fuera el precio.

Ella junta los labios con los suyos con suavidad y cierta urgencia como siempre, el hecho de que la enfermera o su amigo el escritor pudieran entrar en cualquier momento añadía además un peligro excitante como pocas cosas.

Él la aprieta un poquito contra si esforzándose por ser suave, delicado y dulce... Pero se pierde buscando profundizarlo más de lo que debería y ella también porque son tan pocas veces, tan espaciadas en las que consigue excusas para verle y en particular a solas.

Hay una mano que con destreza médica intenta tocar más piel, ganar un poco más de terreno. Mano por la que siempre termina pidiendo mil disculpas con un millón de flores. Le acaricia un poco el hombro bajándole levemente la bombacha manga del vestido mientras ella le quita la pajarita que lleva al cuello.

Y es que están muy solos, ha venido por él, sus labios son tan calientitos, su piel tan suave y... quien sabe cuándo vuelvan a tener la ocasión de tener el tiempo suficiente a solas.

Ni siquiera ahora lo tienen en realidad, pero ya han tenido un poco más que tras bambalinas en la ópera.

El problema es que YA están teniéndolo, es limitado y entre más tiempo pasa, menos tiempo les queda.

Sophia no sabe ni cuánto tiempo ha pasado que consigue que se eche para atrás con suaves movimientos y casi sin empujarle, hasta la camilla de reconocimiento, haciendo que se suba a ella y se siente.

Vash se deja llevar en todos los movimientos que ella quiera, perdido y concentrado únicamente en cumplir sus expectativas.

Ella se le sube encima con una sorprendente gracia inesperada, que pensando en su profesión en el mundo del espectáculo no debería ser tan sorprendente. Todo es demasiado apresurado porque en realidad si la incómoda el asunto del sastre y que vayan diciendo esas cosas. Tal vez esta sea la última vez que le tenga entre sus brazos.

El doctor hace todo con mucho cuidado y le pregunta quizás demasiadas veces si está bien, asegurándole repentinamente con plena consciencia y mucha seguridad que debe sentirse absolutamente querida.

Ella le corresponde y le besa porque este hombre... es tan dulce. Tan dulce como, está segura, no lo podría llegar a ser nadie nunca. Maldice interiormente el destino que los hizo conocerse ya casados con otras personas deseando que el tiempo se doble y el momento no acabe.

La realidad es que, es demasiado corto, demasiado tenso y a la vez demasiado intenso como para que el doctor pueda o... quiera durar mucho. O pueda pensar algo. Con la mente en blanco le pasa por encima todo como una locomotora y cuando menos se da cuenta ha terminado y no puede hacer nada para alargarlo. La mira con la respiración agitada.

Pero no es tan fácil en su caso, su ritmo requiere paciencia y perseverancia, no es nada amiga de las prisas. Aun así se aparta de él antes de tiempo para evitar quedar embarazada.

Él se muere de la vergüenza sin estar seguro de haberla complacido, mirándole con cara de muchas, muchísimas circunstancias por ello.

Con la respiración agitada, toma su mano y le guía el camino adecuado, demasiado en materia para avergonzarse hasta que logra hacerla acabar y se estremece en las manos gozando de los beneficios de que este sea un médico con mano segura y firme.

Cosa que no pasa con el coronel que apenas si se ha fijado alguna vez en cómo es realmente el órgano sexual femenino.

El médico hace lo que puede y quizás tenga demasiadas noches de insomnio o con sueños eróticos recurrentes después de esto, cuando al fin consigue que termine.

Tiembla del propio placer y va a pasar unos cuantos días sin reñir mucho a nadie porque ella a sí misma no se toca y el coronel no sabe hacerlo pero de verdad lo necesita.

Temblando un poco y completamente fascinado, Vash la besa de nuevo con un montón de palabras inconexas de frases de amor que quisiera decirle si le salieran, dándole vueltas en la cabeza. No sabe cómo va a enfrentar a alguien después de esto pero se cuida muy bien de limpiarse ESAS mano con su pañuelo que guarda como un tesoro, porque se MUERE de ganas de olerlo.

Sophia le abraza unos segundos sin querer moverse ni querer que le limpie ni querer que se acabe. El doctor sonríe un poco, con absoluta sinceridad, acariciándole la espalda con suavidad. Y va a estar sonriendo toda la siguiente semana.

—Voy a ir a buscarte a la ópera y a verte todos los días que pueda... Y cuando me veas ahí sentado, sabrás, que cuando haya una oportunidad, volveré a decirte lo mucho que te quiero —susurra.

—Un bel dì vedremo —le canta en un susurro al oído. Se estremece y le tienes de esclavo para TODA LA VIDA, Miss Edelstein.

—Y voy a estar ahí... Aunque me tome veinte años volver a estar un minuto a solas contigo —ni siquiera es poeta o lírico, lo dice muy textual y muy en serio.

Ella le da un beso suave antes de suspirar y hacer ademán de soltarle. Él la deja ir tragando saliva pero sin oponer resistencia.

—Solo extremar precauciones... —asegura ella sin mirarle. El doctor asiente agarrándose a esa idea como a una tabla de salvación cubriéndose un poco.

—¿Estás bien? —pregunta dulcemente, preocupado.

Sophia se arregla un poco la falda y se cubre, subiéndose la ropa. Le mira y le sonríe. Vash se humedece los labios y le sonríe un poco de vuelta, sonrojándose.

La soprano se da la vuelta y sigue cantando Madame Butterfly un poco más fuerte mientras se arregla la ropa y el pelo. El doctor la mira completamente idiotizado arreglándose la ropa seguro abrochándose mal los últimos botones de la camisa y así sabe Vash que esa aria siempre la canta para él. Así salen las obsesiones de cancelarlo TODO si va a cantar Madame Butterfly.

—¿Va a permitirme al menos que le tome la presión, Miss Edelstein? —pregunta mirándola de arriba a abajo, sin poderse creer que acabe de... hacer eso con semejante e impresionante mujer.

—Tome usted lo que quiera, doctor Zwingli —responde volviendo al tono distante del trato de usted del que van y vienen con extrema costumbre.

—Temo que la vuelva a tener elevada —traga saliva y se sonroja acercándose a ella ahora muy profesionalmente.

—Qué desafortunado, a pesar de sus cuidados —le mira de reojo.

—Quizás mis cuidados tienen bastante que ver... Tendré que pedirle que vuelva si vuelve a sentirse mal... Ya le haré la receta para un tónico—asegura a modo profesional, mirando hacia la mesa donde tiene el recetario.

—No dude que lo haga así como me lo pide —asegura ella dócilmente.

—Ya le he dicho que tiene que sonreír más a menudo y ser más feliz —responde con suavidad. Ella sonríe con eso.

—¿Y quién no, doctor? —pregunta un poco tristemente aun sonriendo. Vash levanta la mano para hacerle un cariño y se avergüenza en el camino arrepintiéndose un poco.

—Usted más que todos, ilumina al mundo —en serio, Vash.

—Y sin embargo todos dicen que mis mejores interpretaciones son cuando soy desdichada —responde notando el movimiento torpe.

—Yo podría arriesgarme a tener interpretaciones menos buenas... Además a mí me parece que todas le salen muy bien —insiste en alagarla.

—Es usted un adulador —sonríe más.

—No, no... Lo digo en serio. Todos lo saben, además, nadie canta como usted —continua.

—¿Cómo al respecto de mi belleza? —pregunta un poco sarcástica.

—Tampoco hay nadie más hermosa que usted —susurra sonrojadito. Ella vuelve a sonreír y él se sonroja más porque le gusta mucho que sonría, aunque sea porque él dice un montón de cursiladas... que sí que piensa—. Ya no me haga decir más tonterías, estoy seguro que se las dice más gente y de mejor manera.

Sophia se ríe un poco negando con la cabeza.

—Yo no soy un hombre de palabras, no se burle de mi —se acerca al escritorio para escribirle la receta.

—¿Y de qué es hombre usted? —pregunta coqueteando un poco.

—De ciencia médica claro está... Y de ópera —la mira de reojo y se sonroja otra vez terminando de escribir la receta.

—Qué conveniente —se le acerca por la espalda.

—Probablemente no lo sería tanto en otras... Circunstancias —se yergue y lee lo que ha escrito.

—¿Ah, no? —pregunta divertida.

—Si usted no fuera actriz de ópera quizás tendría otros gustos —confiesa en un murmullo.

—Quizás... de todos modos seguiría enfermando fuera lo que fuera —responde a eso sin mirarle. Él sonríe un poquito y la mira de reojo sonrojadito—. Me parece, de todos modos, que su amigo debe estarle esperando y me preocupa un poco lo que ha dicho al salir.

Al doctor se le borra la sonrisa y carraspea un poquito porque a él también le preocupa.

—Hablaré con él y volveré a aclararle. Usted... No tiene nada de qué preocuparse. Yo me encargaré —asegura extendiéndole la receta.

—Dankeschön —la toma doblándola con cuidado y guardándola ordenadamente.

Vash abre la boca para decir algo más, la cierra y la abre otra vez... Y la cierra. Se sonroja un poco tragando saliva sin que le salgan las palabras. Sophia se pone de pie y suspira acercándose a la puerta, detestando que sea ya hora de irse.

—Iré a verla mañana a la ópera... Si se siente usted mejor como para cantar. Confío en que así sea —se acerca a ella sin mirarla aferrándose a la idea de que va a estar ahí—. Sophia...

Ella se vuelve a él y le mira.

—Si esto... Llegará a oídos del coronel por alguna razón, que espero que no sea así... Y él... —empieza nervioso, con toda la historia que tiene en la cabeza.

—No se preocupe por eso —niega con la cabeza y sonríe sin ganas.

—Es lo que más me preocupa —susurra—. Mande por mí con urgencia, yo iré a enfrentarle.

—No habrá que enfrentar nada —niega, abriendo la puerta.

El doctor frunce el ceño odiando un poco al estúpido coronel que no tiene ni la más mínima idea de lo que tiene con ESTA mujer y la ignora. Le detiene la puerta y la acompaña en silencio hasta el carro. Cuando pasan por recepción notan que Arthur se ha ido. Lo cual no crean que no hace que el Dr. Zwingli se sonroje más y se ponga más nervioso.

—Su amigo... —nota ella y le mira de reojo.

—Debe haberse ido a... comer —saca su reloj y levanta las cejas al notar la hora.

—Si tiene tiempo entonces, tal vez debería acercarse al teatro para hacerle una revisión a Lily, temo que tenga una enfermedad y pueda contagiarme —le mira con intensidad. Él le mira un par de largos segundos con la misma intensidad.

—Lily... —susurra con un tono de voz extraño y desconocido para muchos, aunque no para la cantante—. Me haré sin duda un espacio hoy.

—Decía de ir ahora —aclara ella. Él la mira y sonríe un poco porque no lo había entendido así. Se le ilumina la mirada.

—Vamos, puedo llevarla también a comer —asegura, ella sonríe y asiente porque justo eso pensaba—. Detrás de usted, Miss Edelstein —susurra ahora si saliendo a la calle.

Sophia levanta la barbilla y sale delante de nuevo con sus aires de diva, poniéndose los guantes con el doctor detrás de ella, serio, recatado y profesional. Tan poco llamativo a su lado que nadie les miraba con duda y nadie suponía que fueran siempre un poco más que solo la diva y su doctor.

Menos aún iban a sospechar que Lily, la asistente personal de Sophia Beilschtmidt, era de hecho su hija con el doctor a quién él mismo había traído al mundo y encargado de esconder para que el coronel creyera que había nacido muerta y nunca descubriera la verdad.

Se había encargado también de meterla al orfanato y en cuanto hubo pasado un tiempo prudencial suficiente es que la soprano había ido a reclamarla como uno de sus arranques artísticos de "quiero un bebé debido al trauma del hijo que nació muerto" y la había convertido en su ayudante asalariada y protegida.