Arthur sale de la consulta del doctor, aun preocupado por su propia situación. Sin entender cómo es que el sastre le podía gustar y se grita a si mismo que NO le gusta sacudiendo la cabeza mientras anda por las calles adoquinadas y siempre mojadas de la ciudad.
Está preocupado, genuinamente preocupado por este asunto y el que dirá todo el mundo, su hermano ya parecía haber visto algunas cosas que no debía, todo el tiempo preguntándole si había algo que estaba escondiendo o si se conocían de antes... y es cierto que se siente muy cómodo con el francés, como si le conociera de toda la vida, justamente.
Un poco más tarde, tras haber analizado la situación un poco más fríamente que al levantarse y aun con el cerebro rebosante de endorfinas y su sabor dulzón en los labios, valora que ir con Patrick para que le quitara de dentro el demonio había sido algo poco meditado y precipitado.
Por otro lado, lo bueno de esto es que si eran amantes sería muy difícil que nadie sospechara como le pasaba a su amigo el doctor con la soprano, al ser los dos chicos, es mucho más fácil negarlo y sacarlo de la mente de las personas sensatas.
¡Pero no! ¡No iban a ser amantes! ¿En qué estaba pensando? Se riñe a sí mismo, aunque esta vez le había besado él y había sido... se sonroja y sonríe idiotamente él solo llegando a su casa.
"¿Quién hay en casa?" es justo la pregunta que Arthur le hace a Parker quitándose el abrigo.
El mayordomo le explica que la comida estará lista en punto de las tres de la tarde, que el señorito Wallace y su padre están en el despacho y que su madre está bordando en la terraza del jardín.
Arthur asiente y de todos modos se dirige primero a su cuarto pensando ahora en ir a hablar con su madre sobre los recientes descubrimientos.
Lady Kirkland borda tranquilamente las iniciales de su marido en uno de sus pañuelos, utilizando un cabello propio. Así que nada más termina mientras aun piensa en ese asunto de la infidelidad y cómo abordarlo se acerca a ella.
Lady Kirkland se gira a mirar a la puerta y sonríe un poco frunciendo el ceño al ver al más pequeño de sus hijos entrar a la terraza. Agradece ampliamente la interrupción porque, a pesar de que esta es una de esas actividades clásicas de las mujeres de sociedad, ella la detesta al igual que otras muchas.
—Arthur, que bueno que llegas —sonríe guardando las cosas de costura en la caja.
—Madre, buenos días —se acerca hasta ella sonriendo un poco.
—Tardes ya. No te vi en la mañana —le corrige sin poder evitarlo de un modo un poco irritant, levantándose y dándole la espalda.
—Ah, sí. Tuve que marcharme corriendo... —se excusa y aparta la cara, jugando con el bajo de su chaleco por los nervios.
—¿Tuviste? A ver a Patrick por lo que sé, vino a hablar con tu padre... —comenta girando la cabeza a mirarle, entrecerrando los ojos porque ver a sus hermanos suele ser una obligación para cualquier Kirkland que hacen todo lo posible por eludir.
—Ah, sí... ¿Eh? Y está aquí... ¿se queda a comer? —pregunta tensándose porque no quiere ese tipo de conversaciones en la mesa, ¡es lo que falta!
—No, no. Tu padre no pudo recibirle... Habló conmigo —explica ella negando con la cabeza, empezando a pasear por el jardín de hierba verde y árboles frutales en flor a mitad de primavera. Deja sus cosas de costura ahí, alguien del servicio se encargará de recogerlas sin duda.
—Ah... ¿D-De qué? —da un pasito atrás y seguidamente corretea hasta su lado para andar con ella ¿No podía ser que le hubiera contado a ella, no? Es decir… bueno, en realidad Patrick no sabía nada… ¡PORQUE NO HABIA NADA QUE SABER!
—De nada, en general, me dijo unas cosas de los feligreses y de la organización de la iglesia. No sé qué quería, seguramente dinero —no se animó a contarle en realidad.
—Y... ¿Nada más? —insiste un poco incrédulo, frunciendo el ceño a pesar de que un momento atrás hubiera deseado que así fuera, pero… ¿así que ahora resulta que era tan poco interesante para su hermano que ni se había tomado la molestia de compartir el cotilleo con su madre?
—Me dijo que habías ido a verle muy asustado y que te había calmado —le cuenta, mirándole con los ojos entrecerrados.
—Ehm... u-un poco. No pasa nada —vuelve a girar la cara, sonrojándose. Bueno, por lo menos un poco sí habían hablado… ¡maldito traidor cotilla! ¿A eso llamaba secreto de confesionario?
—Mmm... No me convencen —se encoge de hombros igual porque lleva toda la vida entre sus cuatro hijos y su marido escuchando pleitos y como unos acusan a los otros de cosas falsas o verdaderas. Al principio intentaba entender lo que pasaba, pero a estas alturas ni siquiera se metía entre ellos.
—¿No? ¿Por qué no? —se asusta un poco más dando otro pasito para separarsele pensando en qué historias puede haberse hecho su madre en la cabeza. Ella era la que tenía más imaginación de toda la familia, de admirarle eso a ella es que él había decidido que quería ser escritor.
—No sé qué misterios se traen, Arthur. Parecía muy apurado para ver a tu padre pero como no pudo recibirlo... —deja la frase en el aire—. Tú qué me dices al respecto, ¿eh?
—No sé... no sé qué podía querer hablar con Padre —responde un poco incómodo, pensando que esa pregunta de su madre suena más bien a "¿Algo que alegar en su defensa?".
—Ya nos enteraremos —resume sin mucho interés encogiéndose de hombros llegando a la pérgola, uno de los lugares favoritos de todos de la casa para salir a leer cuando no estaba lloviendo. Lamentablemente era casi imposible usarlo.
—Ehm... No me... No... No es muy buena idea —vacila yendo tras ella, casi sin pensar.
—¿Qué es lo que no es muy buena idea? ¿Enterarnos?—le mira de reojo.
—Eso. Sí. O... no, bueno, no importa —aprieta los ojos. Lady Kirkland suspira y le sonríe un poco.
—¿Tú cómo estás? ¿Ya estás listo para mañana tener un día hermoso lleno de compromisos sociales casi desde que amanezca? —hay un dejo de sarcasmo e irritación en su voz mientras se sienta en el banco de metal blanco del desayunador.
—Ugh —protesta con eso, apretando los ojos y sentándose junto a ella.
—Tu padre está verdaderamente insoportable con eso, ya tiene planeado a la perfección todo lo que pretende hablar con el padre de la chica —murmura—. Espero que sea dulce.
El escritor aprieta los ojos.
—Ella. Espero que sea dulce y te guste —le pone una mano en la rodilla con suavidad.
—Madre, tenemos que hablar de algo —cambia de tema porque no quiere ni pensar en eso.
—¿Hablar de qué? ¿De que no quieres casarte? —le mira haciendo los ojos en blanco otra vez con el asunto recurrente de su hijo.
—He estado hoy el Fleet street —se sienta más cerca de ella y niega. La mujer parpadea tomada un poco por sorpresa, tensándose levemente aunque sabe que es sin razón—. En los juzgados, ¿sabes? No suelo aceptar casos, pero...
Ella asiente sin decir nada esperando a que siga hablando.
—El caso es que he aceptado uno concreto y voy a ocuparme de ello.
—Estás trabajando —eso podría sonar menos sarcástico y sorprendido.
—Pues... bueno, ese no es el asunto —niega porque además acaba de notar que no ha hablado tampoco de honorarios—. Es el caso de Míster Bonnefoy —la escruta al decirlo.
Lady Kirkland no se mueve más allá de entreabrir un poco los labios. Se sonroja un poco pero encuentra casi de inmediato una actividad que hacer, que es sacar de nuevo su bordado, haciéndose la desinteresada.
—¿De quién?
—Míster Bonnefoy, el sastre —repite frunciendo un poco el ceño porque le parece que ella está respondiendo como si no supiera a propósito.
—N-No creo que tengas que ponerte a trabajar para el sastre —murmura tras unos cuantos segundos.
—Él ni sabe cómo hacerlo, ni tiene un abogado, creía que ni lo necesitaba —se defiende.
Era imposible. Es imposible que estuviera ahora trabajando a para el sastre, yendo a los juzgados y metiéndose en ese asunto tan... Lady Kirkland ni siquiera quería ponerle un adjetivo.
—No lo necesita —indica con un tono de voz glacial, atreviéndose a mirar con excesiva profundidad e intensidad al muchacho.
—Sí lo hace. No tiene dinero, madre, se han quedado toda su herencia en impuestos y está el funeral —replica de nuevo pensando que ella ya debe saber perfecto de qué le habla, así que es un poco en riña incluso, sin poder creer que ella haya tomado una actitud tan fría y cínica de dejar a una familia casi en la ruina solo por no enfrentar su secreto. Ella se revuelve VISIBLEMENTE incomoda con el tema.
—Ayer no le querías como tu sastre. ¿Hoy estás haciendo esto? No va a quedarse sin dinero, tiene trabajo —replica defendiéndose porque ese es otro de los motivos por el que ella aboga por él para que su marido no le despida, al final, todo sale a la luz.
—Y aun no le quiero —gira la cara y se sonroja. Lady Kirkland ni siquiera escucha eso último. Era absolutamente indispensable que soltara ese caso YA, antes de enterarse de más, sin embargo había que saber qué tanto sabía hasta ahora.
—¿Q-Qué... —se le seca la boca al empezar a hablar. No podía saber nada. El archivo estaba seguro en Fleet Street. Ella había pagado BASTANTE para que lo desaparecieran. Aun así, a la fecha de hoy le ponía nerviosa—, t-te han dicho?
—He tenido que pelear con mi profesor de economía jurídica del college, pero he logrado que nos dieran los documentos.
A la mujer se le cae la caja del bordado. Y no se le cae Arthur porque ya se sostiene solito. El escritor inclina la cabeza y la mira fijamente con cara de circunstancias
—Te-te-te... Te dieron... —es que hasta le tiembla la voz sin poderse creer que esto esté ocurriendo. Casi era como si alguien le hubiera apuntado en la dirección correcta y justa a la que no debía ir nadie... NUNCA.
—Madre, no eres la primera, ni serás la última. Pero necesitamos esa firma de Wallace —responde lo más fría y profesionalmente que le da la voz.
Ella traga saliva sin pensar demasiado en a que se refiere con no ser la primera ni la última. Debe sonrojarse hasta el banco donde está sentada, eso sí, completamente atrapada y piensa una vez más en este tema que había dejado atrás, la herida aun a medio cerrar. Lo que le había dicho la última vez que se habían visto, el terror con el que ella misma se había tenido que personarse en Fleet Street. Mira fijamente a un punto indistinto escuchando al menor de sus hijos hablar muy a lo lejos.
—Es muy noble por parte de este hombre... Míster Bonnefoy, pero Wallace no lo necesita... ni lo quiere tampoco. Ellos sí lo necesitan —sigue Arthur.
—W-Wallace... —susurra sintiendo repentinamente el corsé muy apretado y falta de aire.
—Ignoro si esto es el impulso de un hombre despechado al que acabaste abandonando para volver con tu marido y trataba de vengarse destruyéndote —el escritor, se ha hecho sus historias indefectiblemente—. Es alguien que odia a Wallace y nada más pretende manchar su carrera o solamente es un hombre que a pesar de todo quiere que su hijo ilegítimo sepa quién es su verdadero padre de una forma u otra.
Lady Kirkland está a nada de que tengas que traerles las sales, de verdad. Se lleva una mano al abdomen, cierra los ojos y respira un poco agitadamente.
—Para, Arthur. Para, por favor —susurra llevándose una mano a la boca. Él levanta las cejas y la mira, deteniéndose, claro. Ella le mira de reojo completamente en pánico.
—¿Estás bien? —pregunta el muchacho preocupado ahora, porque con sus novelas mentales se había olvidado del shock que podía suponer para su madre todo esto. Lady Kirkland gira la cara, se sonroja más aún si es posible y aprieta los ojos. Niega con la cabeza.
—Esto no debía pasar —sentencia con frustración.
—¿Qué pasó? —pregunta con genuina curiosidad.
—Arthur... Es imperioso y crucial que entiendas... —insiste con un poco más de fuerza en la voz—. Que aquello que c-crees que ocurrió... O-o que supones que... Que tú piensas que quizás... De... De manera errónea tú estás... e-estas... Estas... s-suponiendo.
—¿Aja? —la insta a hablar.
—N-No es lo que supones —susurra aun con la mano en la boca.
—¿Estás diciendo que Wallace no es hijo del sastre? —pregunta parpadeando porque entonces sí que NADA de esto tiene el más mínimo sentido.
—Shhhhhh! —le salta encima y le tapa la boca y no sé si algún día Arthur ha visto a su madre tan histérica, ni siquiera aquella vez que se metió el ratón. El muchacho casi se cae de espaldas sin esperarse ese salto, abrazándola por instinto para que no se haga daño—. No. Puedes. Decir. Eso. En. Voz. Alta.
Él le mira con los ojos muy abiertos porque en su interior aun pensaba que había una posibilidad de que su madre pudiera explicarlo de algún modo distinto. Asiente.
—N-No lo es. Wallace... Wallace es hijo de tu padre... —aprieta los ojos porque es ABSURDO, más si ha leído el testamento—. Y... E-El sastre le debía dinero.
—Madre... el sastre le ha dejado el dinero... una vez mueran Francis y su madre.
Lady Kirkland se muerde el labio empezando a resignarse. Se le sale de encima y trata de recuperar la compostura y la calma, pero hasta le tiemblan las manos.
—No podemos hablar de esto aquí —decide mirando ahora alrededor preocupada porque solo faltaría que alguien más les oyera.
—¿Entonces? —pregunta. Ella mira el vasto jardín frente a ellos y se humedece los labios.
—Come con ellos... Yo estaré indispuesta y pediré que nadie me moleste —pide mirándose las manos—. A las cinco, mi doncella te encontrará en la plaza del pueblo, ella te explicará dónde podemos hablar.
—Madre... mamá —le mira con cara de circunstancias un poco desconsolado, pero asiente. Ella le mira a los ojos y se le humedecen los suyos. Desvía la mirada y se levanta.
—Si tu padre pregunta, me duele el estómago —decide levantándose, muy digna.
—Lo siento, Madre —se disculpa pensando que ha tenido poco tacto y delicadeza al decírselo. Asiente a esa excusa.
—Lleva los papeles que necesitan la firma de Wallace —añade sin mirarle, dispuesta a marcharse.
—Los tiene Francis... —susurra Arthur apartando la mirada, un poco avergonzado porque se acaba de dar cuenta que ha confiado ciegamente en que Francis no los usaría para destruir a toda su familia con pruebas plausibles. Lady Kirkland palidece solo de la mención del muchacho. Sabía. Sabía además que llevaban el nombre de Wallace.
—V-Vamos a tener entonces que hablar con Francis tarde o temprano... —se gira a mirarle con pánico.
—Pues... seguramente sí, tendremos que hablar con él y decidir qué hacer con este asunto —responde mansamente y sin mirarla, pasándose una mano por el pelo, nervioso.
—Hablaremos hoy en la tarde. No hables con nadie más de esto —pide señalándole.
El muchacho asiente y su madre le mira con expresión completamente indescifrable y mirada bastante perdida, antes de ir a entrar a la casa otra vez.
Arthur se queda unos instantes más en el desayunador del jardín pensando que esto representaba un conflicto de intereses entre su familia y su... sastre. Cliente. No. Amante NO. Seguramente tendría que retirarse de representarle si había querella por una cuestión de imparcialidad y luego piensa de nuevo en el asunto de su madre engañando a su padre.
Seguramente tendría que retirarse de representarle si había querella por una cuestión de imparcialidad y luego piensa de nuevo en el asunto de su madre engañando a su padre.
Solo un poco después de que ha entrado a la casa su madre, Arthur escucha la campanilla que indica que es la hora de la comida. Así que sale de sus pensamientos y se dirige al comedor con presteza.
La voz pomposa y arrogante de Wallace resuena incluso en el pasillo que lleva a Arthur al comedor, discutiendo con su padre los últimos pormenores del tema complicado de negocios que trataban antes de salir del despacho. El menor se queda un poco congelado pensando en ello. Wallace era el más cercano a su padre de todos los hermanos del clan Kirkland... y resultaba que ni siquiera era realmente un Kirkland. "Cállate, hijo de sastre" piensa para sí.
Es el propio Lord Kirkland quien le pide a Wallace, haciendo eco al pensamiento de su hijo menor, que por favor pare un poco, sentándose en la cabecera de la mesa. Scott ocupa el lugar a la derecha de Lord Kirkland y Arthur se dirige a su lugar junto a la silla vacía de su madre a la otra cabecera.
—Arthur, buenas tardes —saluda Lord Kirkland moviendo los cubiertos en la mesa que no le parece que están colocados a la distancia precisa uno del otro. Wallace sonríe maligno cuando le ve, sentado al lado de Scott, justo en frente de él
—Buenas tardes, padre —saluda un poco distraído, mirando la silla de su madre y pensando en que ella había sido amante del sastre y ahora él sería amante del hijo, tal vez era una cuestión genética... una curiosa coincidencia como si de una profecía se tratara obligaba a la familia Kirkland a estar irremediablemente ligada a la familia Bonnefoy a base de secretos y mentiras pero con una atracción irrefrenable como la gravedad.
Lord Kirkland deja los cubiertos cuando está satisfecho, mira la mesa, saca su reloj y lo consulta.
—¿No dijo Patrick que vendría a comer? —le pregunta a Wallace mirándole de reojo. Scott les mira y mira las sillas vacías de Patrick y su madre con eso.
—Sí, pero ya sabes que la puntualidad no es precisamente su mayor fuerte —asegura arrugando la nariz con desagrado.
Lord Kirkland niega con la cabeza en desaprobación aunque quizás de había encontrado con algún problema propio de su profesión que lo estaba retrasando mientras Arthur sigue perdido en sus pensamientos sobre un posible destino escrito en las estrellas del que no podría escapar que le obligaba a que esto con Francis era inevitable.
—¿Y alguien sabe algo de su madre? —pregunta a cualquiera que quiera responderle.
Scott se encoge de hombros y Arthur ni siquiera oye la pregunta. Lo que sí hace es soltar uno de esos SONOROS suspiros que saca incluso a Lord Kirkland de su propia pregunta sobre el paradero de su mujer.
—¿Soñando despierto, hermanito? —pregunta Wallace sonriendo de lado.
Ni por esas... El escritor apoya la mejilla en su mano e inclina un poco la cabeza con la mirada perdida en el infinito dejándose seducir por la idea del plan cósmico y recordando el beso que no se le había hecho raro en lo más mínimo, tal vez porque su cuerpo estaba nada más esperándole sin saberlo y cuando por fin se habían encontrado y reconocido había sido como si realmente se conocieran de toda la vida.
—¿Acaso nadie me escucha en esta mesa? —protesta un poco Lord Kirkland girándose a buscar a Parker en la puerta para ver si él puede decirle algo sobre ella. Parker niega con la cabeza y ofrece mandar a buscarla.
—Arthur! —Scott le da una patada por debajo de la mesa que le hace dar un salto y sonrojaaaaarse de golpe.
—¿Eh? ¿Qué? —el menor les mira a los tres como si acabara de aparecer realmente en la mesa, sin poder estar seguro de si alguno de ellos es por casualidad consciente de los pensamientos en los que estaba perdido.
—¿Intentas unir dos versos a ver si así consigues gustarle a la pobre víctima que conocerás mañana? —le pregunta Wallace bajito, con mala intención.
—¿Qué... qué? —completamente descolocado sobre lo que habla.
—Que si has visto a madre —le dice ahora otra vez con su tono estirado, subiendo un poco el tono para evidenciar que no está poniendo ninguna atención.
—¿Eh? No. ¡Ah! No, no, sí. Ehm... se... se encontraba mal del estómago, me ha pedido que la disculpemos —vacila un poco. Lord Kirkland deja de cuchichear con Parker y se gira a mirar al escritor.
—Brillante, Arthur. Solo llevamos media hora preguntándolo —suelta Scott.
—Vaya... Sirvan entonces la comida, Parker, que Patrick llegue más tarde —pide con un gesto de la mano—. En la mañana estaba bien, ¿ha llamado ya al doctor?
—¿Eh? No, no creo... —suelta fulminando a Scott y pensando que no se encuentra mal en realidad—. No me parece que sea necesario molestarle —sonríe un poco pensando en Miss Edelstein en la consulta.
Lord Kirkland asiente a ello echándose un poco atrás para que le sirvan la sopa. Arthur mira a su padre ahora pensando en si su madre tal vez fuera como el doctor, queriendo a su padre, que representaba la sensatez y la estabilidad, pero enamorada del sastre que era la aventura y la pasión...
—Más vale que se sienta mejor para mañana. Hay mucho que hacer y debe atender a Mrs. Jones y sus acompañantes —advierte Lord Kirkland a quien quiera escucharle, en realidad.
—Eso me recuerda que voy a huir de la ciudad —suelta Scott.
—¿Huir de la cuidad? No —frunce el ceño Lord Kirkland mirándole ahora a él—. Tienes que atender toda la semana a lo que hemos planeado para los invitados.
—No lo creo, es Arthur quien tiene esos deliciosos compromisos sociales. Vendré la semana que viene a comer gratis a la fiesta de compromiso.
—Arthur y tu madre... Wallace va a estar aquí también con su mujer, al igual que Patrick, aunque solo estará algunos días porque tiene otros compromisos —discute su padre y Scott piensa que Patrick por una vez ha sido más rápido que él con las excusas de los otros compromisos, el maldito estaba aprendiendo.
—¿Va a venir el sastre también? ¿Le has invitado? —suelta Wallace hacia el menor de sus hermanos.
—Ya tuve que soportar bastante cuando fue mi turno, pero gracias igual por ofrecerlo —responde el mayor, mientras Arthur vuelve a estar sumido en sus pensamientos, jugando con su comida.
—Arthur! —protesta Wallace otra vez a quien no le gusta que no le haga caso por estar tonteando. Este sacude la cabeza y le mira cuando le llama.
—A ver si tu madre te hace entrar en razón, aunque ella es igual que tú. No veo por qué no les gustan estos compromisos sociales —murmura Lord Kirkland.
—Que si invitaste al sastre también mañana. ¿En qué estás pensando que estás tan abstraído?
—E-El... ¿sastre? —se sonroja con la sola mención como si le hubiera leído el pensamiento—. ¡No estoy pensando en él!
—¿En quién? —pregunta Patrick sonriendo maligno, entrando al comedor.
—¿Qué? —pregunta girándose a mirarle
—¿Que en quién no estás pensando, larva? —sonríe a todos sentándose en su lugar y mirando a su padre de reojo—. Siento llegar tarde, estaba ayudando a la Condesa a resolver unos asuntos.
—En nadie —Arthur gira la cara a su plato sin mirar a nadie.
—¿Esa es una nueva marca de Wishky? —pregunta Scott a Patrick con absoluta intención, sonriendo un poco.
—No, aunque hemos de decir que la condesa estaba también dándome un poco de Whiskey —Patrick se muere de la risa.
—Claro, pero que yo beba antes de comer y a mí me gritan —protesta Wallace entre dientes.
—Que mal te lo montas —chasquea la lengua Scott, sonriendo igual.
—¿Y que dice la Condesa? —pregunta Lord Kirkland mirándole de reojo, terminada su sopa.
Arthur les mira de reojo sin hacer mucho caso, volviendo a perderse en sus pensamientos, dándole vueltas a la sopa... ¿Y si el francés tenía razón? Solo eran personas y recordaba de sus clases de historia que en la antigüedad, en realidad lo que estaba bien visto y era normal era en realidad el amor homosexual, que lo otro era solo reproducción, no amor de verdad. Y nunca hubiera pensado que eso no estaba bien de no ser su hermano el clero el que les enseñara, pero un poco más de mayor había aprendido también a dudar de todos esos dogmas de una iglesia que podía, de hecho, unir en matrimonio a dos personas que no se amaban.
—Ah, nada muy interesante... O quizás sí. No lo sé, entre una cosa y la otra terminamos hablando del joven Bonnefoy, padre... —se acerca a Arthur al decir el nombre subiendo el tono de voz—. ¿Sabes? El chico que te hace los trajes.
Y si dios que lo sabía todo permitía el matrimonio sin amor y que la gente se matara con la excusa del libre albedrío ¿para qué servía realmente un dios más allá que como consuelo de los necios?, en este caso lo único que lograba era hacerle sentir mal y de que servía creer en algo que le hacía sentir mal si... parpadea poniendo atención cuando oye el nombre de Bonnefoy.
—¿Qué? —pone atención.
—No le hagas caso, Patrick, lleva todo el tiempo en las mismas. Perdido soñando a saber con qué —le advierte Wallace al reverendo.
—¡No estoy soñando con nada! —chilla Arthur.
—¿Pero qué historia os traéis todos con el puñetero sastre? —pregunta Scott un poco descolocado
—Está de moda por lo que veo, sale hasta de debajo de las piedras —asiente Lord Kirkland a Scott, teniendo la misma duda.
—Arthur puede contarte, padre... De hecho es justo a lo que vine hace un rato, pero estando él aquí... —explica Patrick poniéndose un poco más serio.
—¿Q-Q-Qué? —Arthur se echa un poco atrás en la silla mirándoles a todos como si fueran dragones tomando sopa en la mesa de su casa.
—Además de que es su nuevo mejor amigo —apunta Wallace a Scott.
—¡No lo es! —chilla el menos culpablemente, sonrojándose.
—Algo así me dijo él —recuerda de repente Scott—, pero no le di más importancia.
—¿El sastre habló también contigo? —pregunta Patrick levantando las cejas. Arthur le mira con la boca abierta porque no tenía NI IDEA de eso.
—Le llevé a la cocina el día que le encontramos en el armario de Arthur para preguntarle porque se había metido ahí realmente —explica el mayor de los hermanos mientras todos deben poder oír el corazón de Arthur o eso cree él.
—Mismo día en que dijiste que cambiarías de sastre —le recuerda Lord Kirkland que está completamente confundido con todo esto.
—¡N-No es... No es mi amigo! —repite Arthur por quién sabe qué motivo, escuchando a su hermano atentamente por si había dicho algo.
—Sí, para salvar su pellejo —comenta Patrick hacia su padre antes de mirar a su hermano mayor, ignorando a Arthur—. ¿Y qué te pareció?
—¿Qué me pareció de qué? —pregunta Scott a Patrick considerando esta una extraña pregunta.
—No le viste nada... ¿Raro? —insiste pensando en el asunto de la perversión.
—Es inofensivo —decide, encogiéndose de hombros por que casi parecía hasta escandalizado con el asunto de los fumaderos de opio.
—¡Inofensivo! —exclama Patrick escandalizado, Arthur levanta más las cejas con eso, incrédulo—. ¡Qué vas a saber tú! —insiste Patrick
—¿Qué te hace pensar que no es así? —pregunta Scott frunciendo un poco el ceño.
—Ciertamente no parecía en lo absoluto imponente con un arma apuntando hacia él —interviene Lord Kirkland. Arthur les mira a todos de uno a otro sin saber cómo pueden estar hablando de esto.
—Pues... Es obvio que... ¡Esas características no lo hacen especialmente inofensivo! ¡Al contrario! ¡Es un peligro para la sociedad! —insiste Patrick muy seguro, queriendo prevenirles, sin poder decir nada realmente. Maldito secreto de confesión.
—¿Un peligro para la sociedad por no ser imponente? —pregunta Scott sarcástico.
—¡Algo así! No veo que no sea imponente. Arthur! ¡Di algo! —insiste Patrick.
—Y-Yo... yo... —pero el menor está demasiado impresionado, ha olvidado que Patrick cree que es un enfermo sexual depravado en vez de un homosexual y apenas se cree lo que está pasando.
—¿Decir qué? —pregunta Lord Kirkland que no entiende NADA.
—Yo... es... yo... ¡Trabajo para él! —grita Arthur por gritar algo.
—¡¿Trabajas?! —Lord Kirkland impresionado. Arthur se sonroja y fulmina un poco a su padre.
—Ah, ¿pero hay algo que sepas hacer? —Scott tan sarcástico.
—¡¿Ahora trabajas PARA el sastre!? Justo cuando ya no se podía caer más bajo —agrega Wallace riendo.
—Lo que pasa es que me pidió ayuda en unos asuntos legales —explica el menor.
—Vaya, no sabía yo que supieras trabajar...—murmura Lord Kirkland aun sorprendido con esa parte de la historia —. Así que temas legales, eh?
—¡Padre! ¡Para eso fui al college! —protesta Arthur.
—Bueno, sí, sí... Eso ya lo sé. De hecho nos viene muy bien para mañana... —admite Lord Kirkland.
—Fuera de ser el sastre —Wallace no deja de dar la lata con esto mientras Patrick FULMINA a Arthur. Scott mira a Wallace de reojo con ese asunto, pero prefiere no intervenir.
—¿P-Para mañana? —piensa que no quiere hablar de esto con nadie y de hecho su padre tampoco quiere que hable de ello.
—Sí, los Jones estarán más convencidos contigo con este devenir de los acontecimientos —asiente Lord Kirkland aprovechando que no está su esposa quien le haría notar que esto parece más como si estuviera vendiendo carne que casando a sus hijos.
—Pues déjenme, os cuento lo que me ha dicho la condesa sobre el cliente de Arthur —interrumpe Patrick tratando de volver a llevar esto al cauce más importante.
—¡No puedo hablar de ello con nadie, son asuntos personales! —protesta Arthur a su padre.
—¿No puedes decirles que tienes un cliente real en asuntos legales en lugar de tener que hablar de esa ridiculez que haces de escribir? VAS a contarles TODO lo que puedas sobre este caso —advierte Lord Kirkland a su hijo. Patrick les mira a uno y al otro frustradillo.
—¡Existe la confidencialidad abogado-cliente, padre! ¡Podría demandarme a mí! —protesta Arthur.
—No los detalles, Arthur. Simplemente quiero que parezcas interesante —replica Lord Kirkland.
—Soy interesante. De todos modos voy explicarlo igual, espero que así comprendan si tengo que ausentarme repentinamente de alguno de los compromisos —decide el menor, frunciendo el ceño.
—Mira como aprende el enano —se ríe Scott.
—¡No vs a ausentarte! —le riñe su padre. Patrick le sonríe con esto a su hermano, aunque sacude la cabeza enfocándose en el problema que Arthur no ha contado.
—Pues si estoy trabajando, padre... el trabajo es lo primero, ¿no? —suelta esperando que nadie le pregunte cuanto va a ganar con ello.
—Al parecer, el muchacho que representa la larva no es una blanca paloma —suelta Patrick casi a la vez que su hermano pequeño. Arthur se sonroja de muerte con eso y Scott levanta las cejas.
—¿Ah, no? —pregunta el mayor. Patrick sonríe un poco notando que lo ha logrado.
—No, por lo que me cuenta la condesa es de cascos TREMENDANENTE ligeros
—¿Qué? —ni siquiera Arthur se esperaba esa, con la inevitable punzadita de celos.
—¿Ah, sí? —pregunta Scott más puesto en el chisme. Wallace levanta también la cabeza y sonríe maligno mirando a Arthur.
—Sí, estuvo rondando a todas sus doncellas, indistintamente y aun viviendo su padre... Pero no salió con formalidad con ninguna —cotillea el párroco.
—¿Qué? —Arthur sigue incrédulo. Scott se encoge de hombros.
—Pues es bien parecido, yo habría hecho como él de haber tenido oportunidad. ¿Dejó embarazada a alguna? —pregunta el mayor. Lord Kirkland no podría estar menos interesado, sigue la conversación aparentemente, absorto en pensar en los Jones y sus negocios con América.
—No, parece ser muy cuidadoso con esas cosas. Pero... —hace una pausa medio dramática y se dispone a mentir un poco, al final, nadie podía comprobar qué le había contado en verdad la mujer—, parece tener demasiado interés en las cosas sexuales, incluso y de manera enfermiza y pervertida —sonríe levemente intentando no reírse y mantener el semblante. Arthur palidece, con la boca abierta como un pez.
—¿De manera enfermiza y pervertida? —pregunta Scott.
—No creo que sea el único —murmura Wallace—. Todos ELLOS —sí, se refiere a la servidumbre y clase trabajadora en general. Hace cara de desagrado—. Tienen una vida dura por generaciones. Lo llevan en la sangre ya y más de alguno tendrá perversiones que ni siquiera imaginamos.
El menor de los Kirkland frunce el ceño a Wallace pensando precisamente que él es hijo de servidumbre.
—Pues este parece tenerlas especialmente agudizadas. Uno no sabe y no se lo han podido comprobar pero la condesa piensa que quizás incluso ha violado ya a alguien —mira a su padre de reojo.
—Vamos, que no tenéis ni idea en realidad de qué sea —Scott se echa para atrás en su silla perdiendo un poco el interés.
—Lo único que digo es que si lo es, no lo quieres de empleado —presiona porque justo eso es lo que más le preocupa—. Sería indigno, además de peligroso para las doncellas y para cualquier mujer que está en una casa. ¡Imagina que le hace algo a Madre!
—No va a hacerles nada a las doncellas y bien que ellas saben dónde se meten si lo hace —replica Arthur—. Además ya te lo he dicho antes, Madre es una mujer mayor que... —se detiene de decir "podría ser su madre".
—Eso no lo sabes. Podría meterse con miss Jones o con tu esposa, Wallace. O con la tuya, Scott! Es un problema, Arthur y tú lo sabes bien. ¡Díselos, padre!
—¿Y con la tuya no o es que te da igual? —chilla Arthur.
—Con la mía también, desde luego, pero yo pretendo alejarle del todo, que es lo más sensato y es lo que creo que debemos hacer —insiste Patrick.
—Es un sastre de hombres, solo hay que mantenerlo alejado de las mujeres, cualquier hombre sabría hacerlo, ¿o no lo hacías tú con madre, Padre? —pregunta Arthur aprovechando.
—¿Eh? ¿Alejar a quién de qué? ¿De qué hablan? —pregunta Lord Kirklan completamente descolocado.
—A Madre del sastre —explica Arthur.
—¿Del sastre? ¿Por? —de verdad no se ha enterado. Al parecer Arthur sacó eso de soñar despierto de algún lugar que ahora conocemos.
—Eso es un no —deduce Scott
—¿Pero por qué habría de cuidarla del sastre? —pregunta aun sin acabar de entender esta conversación—. ¿Le hizo algo malo? —y claro, piensa que es de ESTE sastre de quien hablan.
—Nah, está bien en realidad que alguien crea en el amor verdadero y piense que las mujeres también pueden querer elegir —suelta el mayor. Lord Kirkland parpadea.
—Nadie le hizo nada malo a Madre —asegura Arthur.
—Al menos no aun. Estoy hablando de que tu sastre es un pervertido —explica Patrick.
—¿Pervertido con tu madre? —de verdad está perdido, les mira a todos.
—¡Pues quizás! Solo advierto lo que dijo la condesa, al menos para, como dice Arthur, mantener al sastre alejado de las mujeres de esta familia —vuelve Patrick con su causa.
—Eso es lo que tu llamas secreto de confesión... —protesta el menor
—¡La condesa no se estaba confesando! —replica Patrick.
—¡Tú le preguntaste a ella porque yo te lo dije! —protesta Arthur.
—Pues me preocupa tu amigo de las perversiones, ¡y no veo que tú arregles nada! —le acusa el reverendo.
—¡Es que ni siquiera le conoces como para que te preocupes tanto! —insiste el escritor.
—¡Pero te conozco a ti! —se defiende.
—¿Y qué? —protesta.
—¡Pues que has venido histérico y has dicho otras cosas que SÍ son secreto de confesión! —le acusa.
—¡No he dicho nada! —se sonroja.
—¡Basta! —protesta Lord Kirkland harto ya de la discusión en su mesa de comida—. ¡Voy a indigestarme si siguen discutiendo tonterías!
Arthur se calla y baja la cabeza, sonrojado. Patrick se calla también con actitud semejante a la de su hermano menor.
