—¡Basta! —protesta Lord Kirkland harto ya de la discusión en su mesa de comida—. ¡Voy a indigestarme si siguen discutiendo tonterías!

Arthur se calla y baja la cabeza, sonrojado. Patrick se calla también con actitud semejante a la de su hermano menor.

—Están chismeando tontamente, ¡parecen mujeres! —sigue riñendo su padre.

—Es que Patrick está exagerándolo todo —trata de defenderse Arthur en un tono bastante infantil a pesar de todo.

—Y Arthur no está viendo lo terrible de esto —replica Patrick de forma parecida, señalándole.

—¡Y tú tampoco! ¡No le conoces! —chilla el menor frunciendo el ceño, levantándose en un arrebato, ahora mirando a su hermano.

—¿Y tú sí? —pregunta Wallace de una forma bastante sardónica.

—¡Yo...! —empieza a gritar y se calla al nota que no le beneficia en nada esto, ni puede decir realmente cuál es su relación con él..

—Ja! —se burla Wallace, Arthur le fulmina y se sonroja.

—Entonces en resumen... —murmura lord Kirkland intentando entender.

—En resumen trabajo para él así que no va a ser mi sastre y ya está —sentencia Arthur volviendo a sentarse, o más bien dejándose caer en la silla de brazos cruzados y todo enfurruñado.

—Arthur no sabe distinguir las cosas graves de las que no lo son —acusa Patrick entre dientes. Lord Kirkland suspira negando con la cabeza.

—¡Sí que sé! —vuelve a replicar el nombrado.

—Estoy harto ya del sastre. Así que punto final —establece el jefe de familia girándose a Wallace. Arthur vuelve a callarse—. Así que, mañana —eso sí, es necio.

—Ya no tengo más hambre —el menor de todos se levanta otra vez.

—Oh, el niño pequeño ya no quiere hablar de su gran día —susurra Wallace sonrientillo.

—Mañana a las ocho en mi despacho, Arthur —le recuerda su padre.

El nombrado les mira a los dos y aun así se va sin decir nada. Se dirige a su cuarto pensando que todos son unos idiotas, sus hermanos... y su padre un poco. Ninguno conoce realmente a Francis como él, por mucho que digan todos o que Patrick haya ido a hablar con la condesa y le haya contado... tal vez podría ir a hablar con las chicas de la condesa, piensa por un momento.

Se muerde el labio y decide ir a la biblioteca para consultar los manuales de leyes del país para ver como solicitar una pensión de viudedad, es irónico porque la biblioteca es a donde van todos cuando quieren estar solos, que es casi todo el tiempo, así que es el lugar más concurrido de la casa con diferencia.

Busca un rato entre los libros y acaba más interesado en algunos tomos de filosofía helenística clásica porque ellos eran todos homosexuales, tal vez haya algo escondido en algún lado sobre si es o no una enfermedad y si tiene alguna cura, aunque seguramente eso habría sido un tipo de tratado altamente polémico y no estaría en una biblioteca tan pequeña de una casa respetable... tal vez en la biblioteca de College, pero no le da tiempo a ir y volver a las cinco para la cita con la doncella de su madre. Aunque yendo en caballo nada más en vez de en carro...

Es que es muy diferente el asunto de hablar de los demás a la consideración de uno mismo, poder decir abiertamente "me gustan los hombres, soy un ser contra natura" y aun así se escuchaban historias por todas partes. Historias de profesores y alumnos, de experimentos, de pervertidos...

Se acerca a la estantería donde están los libros del seminario de su hermamo y toma una Biblia. Recuerda una historia en el antiguo testamento sobre Sodoma y Gomorra que tal vez debería volver a leer con más cuidado. La abre sentándose en la mesa del escritorio, buscándola mientras piensa... ¿Qué tan malo sería en realidad ser homosexual, aunque nunca nadie de su familia o sus amigos lo supieran?

Nadie se burlaría ni le criticaría o rechazaría, aunque siempre, siempre tendría que estar escondiéndose. ¿Y qué pasaría con su mujer, cuando no pudiera consumar el acto y darle un heredero?

Además, él no quería ser un desviado pervertido. Aunque por otro lado esos besos... nunca nadie lo había besado así y no le molestaba mucho cuando se decía a sí mismo en la cabeza que le gusta a ese hombre tan guapo con ese pelo rubio y esa sonrisa franca. Se sonroja un poco pensando en ello. Y los griegos creían que estaba bien y de verdad eran gente inteligente... claro, que habían vivido hacía mil años, pero...

Parecía difícil aceptarse a uno mismo como tal, daba mucho miedo y de hecho hasta entendía un poco esas personas que se sentían un poco así y no tenían el valor de ser felices de este modo. Algo en su interior le hace pensar que si esto salía realmente mal no quedaría otra opción para él que odiarlos a todos con una envidia y dolor profundos hasta volverse realmente un homófobo.

Tampoco le gusta esa opción, nunca ha sido persona que odie a los demás nada más por tener unas costumbres inofensivas diferentes a las suyas, pero... no sería nada justo. Ojalá se enamorara mañana de esa chica americana para siempre y no tuviera que pensar en esto más que como un pequeño experimento en su juventud, muchos hombres sensatos necesitan adentrarse en una aventura antes de entender lo que significa sentar cabeza de verdad.

Además si el sastre es realmente tan cascos ligeros... se muerde el labio y decide ir a casa de la condesa a investigar sobre el asunto. Así que se pone su abrigo y se sube al carro hasta ahí.

El palacio del conde es enorme, con unos vastos jardines que casi no tienen fin ubicado a las afueras de Londres. El camino trazado dentro de los terrenos del mismo es largo e intrincado, con demasiadas bifurcaciones como para no terminar por perderse aun cuando el imponente caserón se observa al fondo.

El chofer del carro da bastantes vueltas antes de conseguir detenerse en la puerta lateral destinada a la servidumbre, tomando más tiempo para llevar a cabo esta empresa, del que Arthur quisiera. Hay un chico afuera, uno de los valets, vestido de traje y pajarita, fumándose un cigarrillo.

El escritor sale apresuradamente dándole algunas instrucciones al chofer sobre que no se estará mucho rato antes de acercarse al mayordomo. A pesar de no reconocerle, el muchacho tiene buen ojo y puede distinguir muy bien el carro, traje y actitud. Se cuadra un poco y le saluda con cortesía.

—Señor. ¿Puedo ayudarle?

—Arthur Kirkland —se presenta tendiéndole la mano. Kirkland, que no es un apellido especialmente desconocido en la zona, le confirman lo ya sospechado, hace una pequeña reverencia tomando la mano.

—Berwald Oxenstierna, soy el tercer valet de la casa del Conde de Devonshire.

—No quisiera molestar a los condes en realidad, ni siquiera he pedido cita. Mi hermano Patrick, uno de los párrocos de Westminster, ha venido esta mañana a hablar con ellos sobre unos asuntos con las doncellas de la condesa y quisiera preguntarles a ellas personalmente.

—El reverendo Kirkland. He visto que estaba aquí esta mañana —asiente—. No sé de qué hablaron, pero estoy seguro de que puedo pedirles un momento a las doncellas si quiere verlas.

—Eso sería estupendo —asegura sonriendo.

—Solo... —vacila un poco—. ¿Le molestaría esperar en el comedor de sirvientes? O prefiere hacerlo aquí afuera.

—No, no, el comedor está bien. Quisiera la máxima discreción en esto.

Le mira de reojo pensando que sea como sea tendrá que decírselo al mayordomo principal de la casa... Pero era un señor de calidad y parecía solo querer preguntarles algo a las chicas. Le abre la puerta dejándole pasar igual.

—Muchas gracias —entra. Le guía hasta el comedor de servicio que bien podría ser el de cualquier caserón del centro por el tamaño y después de pedirle que le espere un poco, se va a por las doncellas.

Arthur se queda sentado en la mesa, nervioso e incómodo mirando alrededor y pensando que no debió decir su nombre real, planeando como abordar esto con las doncellas para que no pareciera... bueno, un acosador o algo así. El chico vuelve con dos chicas rubias y esbeltas vestidas de oscuro y una mujer gorda algo mayor. Arthur levanta la cabeza y les mira entrar, tragando saliva e irguiéndose un poco

—Señor Kirkland —saluda la mujer—. Me explica el joven Oxenstierna que desea hablar con las doncellas. Soy Miss Marray, el ama de llaves.

—Ah, buenas tardes Miss Marray, efectivamente. Quisiera hablar con las que haya tenido trato con Míster Bonnefoy, el sastre de la condesa —decide mejor exponerlo abiertamente para evitar más sospechas, si usa la excusa del abogado-cliente todo parece mucho más inocente y lógico. Incluso le beneficia pareciendo un prolijo trabajador aplicado.

—Ah, el joven sastre. Sí —cara de cierto desagrado y las mira de reojo. Una de ellas suelta una suave risita tonta.

—Le estoy... —mira fijamente a la que suelta la risita—. Representando en algunos asuntos legales y es propio de ello investigar algunas cosas de los clientes. Ejem. ¿Todas ustedes trataron con él?

Otra de ellas se sonroja sin decir nada.

—Contesten, niñas —las riñe el ama de llaves.

—Yo... —susurra la de la risita, roja como tomate—, fui a un baile con él.

—Un baile... ¿Aja? ¿Y qué sucedió? —pregunta Arthur como si esto fuera un interrogatorio policial. La señora mayor carraspea.

—No creo que esa pregunta sea muy apropiada. Mary simplemente fue al baile, el Señor Bonnefoy invitó a Therese una semana más tarde a la feria —explica señalando a la otra chica.

—Disculpe, señora, pero como abogado me parece que me corresponde a mi decir que preguntas son adecuadas —replica porque si nada más van a contarle sus itinerarios como que tampoco le interesa tanto.

—Pero es que, señor... Estas muchachas —se excusa ella con una mirada cargada de sentido, como si el asunto fuera obvio.

—¿Aja? —pregunta el escritor, sin realmente entender.

—Su reputación... —trata de dilucidar un poco más a ver si así se da cuenta y no tiene que decirlo claramente.

—Está protegida por el contrato de confidencialidad abogado cliente —replica él frunciendo el ceño, queriendo saber ahora todo ese asunto con pelos y señales.

—Pero... —lloriquea un poco la señora.

—Fue muy atento y amable... —interviene Mary.

—Si lo prefiere puede ausentarse —Arthur fulmina al ama de llaves, porque está claro que pretende entorpecerle y luego se vuelve a la chica.

—Y nada más. ¿Hizo algo malo? Espero que no —expresión soñadora de la doncella.

—¿Qué tan atento? ¿Planeaba cortejarla? —insiste el escritor.

—Mucho. Parecía muy interesado, en realidad... —sonríe un poco y suspira, porque al final tampoco volvió a por ella.

—¿Y qué ocurrió? —el inglés parpadea varias veces y frunce el ceño.

—Nada, fue muy atento y... —ella sonríe un poquito—, muy cariñoso. Dijo que sería mi amigo.

—Pero... ¿cómo fue? ¿Usted le rechazó? —pregunta frunciendo el ceño porque no acaba de entender esto.

—No... —se sonroja y aparta la mirada.

—¿Entonces? —inclina la cabeza.

—Solamente me dijo que lo repetiríamos en otra ocasión y ya. Y una semana después invito a Therese.

—¿Y? ¿No lo hicieron? Oh... ¿Y qué pasó con usted? ¿Usted es Therese, verdad? —se vuelve a la que cree que es. Therese se muere de la vergüenza cuando la nombran.

—Y-Yo... Sí... É-Él... —balbucea ella mirando al suelo, moviendo las manos nerviosamente.

—¿Aja? —le insta a seguir.

—P-Pues fue muy amable y agradable y... yo pensé —casi susurra, tímida.

—Fuiste una tonta —interrumpe Miss Marray.

—¿Le hizo a usted lo mismo? —pregunta Arthur ignorando al ama de llaves.

—No... —susurra la chica, turbada.

—¿Qué fue diferente? —insiste el escritor intentando verla a los ojos.

—Caballero, ¿de verdad es necesario...? —empieza de nuevo el ama de llaves.

—Sí —frunce el ceño, cortándola. Therese se sonroja un poco más.

—Yo l-le permití que... Y... Claro que él nunca... —sigue y hasta ahora es que Arthur no levanta las cejas pensando que se acostaron.

—Y fuiste una tonta porque ya le había hecho algo parecido a Mary —insiste Miss Marray.

—Miss Marray, por favor. No está ayudando —se queja el escritor.

—Pues es la verdad —se cruza de brazos, enojada porque considera todo esto muy poco adecuado y no lo aprueba.

—Therese... —insiste Arthur con voz dulce para que le aclare si acaso es ese el asunto.

—Fue fantástico... Es lo peor —suelta un sollocito y se tapa la cara con las manos.

—Llegó a hacerle... ¿algo? —es que sigue incrédulo.

—Pues es que... Yo... —en realidad no sabe quién le hizo qué a quién porque ella también tuvo bastante que ver.

—Bueno... ¿y luego? ¿Estaba usted embarazada o algo? —pregunta él, inocente. La chica parpadea.

—¡No! No, gracias a dios, no! Simplemente no... —carraspea—, no.

—Ah... pero... ehm... —vacila sin estar seguro ahora de qué pasó entonces.

—Solo pasó y luego tampoco la volvió a buscar, ¡como un barbaján! —suelta Miss Marray.

—Oh... pero sigue trabajando para la condesa, ¿verdad? —pregunta Arthur mirando a Miss Marray ahora sin saber cómo sentirse al respecto, porque… bueno, no había vuelto por esas chicas, así que no es como que tuvieran mucho que envidiarles.

—Sí, desgraciadamente al conde le gustan sus trajes. Aunque no compra muchos —responde ella con un gesto de desinterés.

—Ah, para el conde, claro... y no saben entonces de alguna chica con quien haya mantenido una... ehm... ¿relación más estable? —pregunta intentando parecer no muy interesado tampoco, pero es que unas chicas de una sola noche tampoco pueden ayudarle ni hacer realmente inclinar la balanza sobre las verdaderas intenciones o intereses del sastre.

—No creo que nunca tenga una relación estable, dice que no le gustan —asegura Mary riéndose. Arthur mira ahora a esta.

—¿Por qué no? —pregunta, porque eso no le cuadra para nada con la actitud para con él, aunque tal vez a él solo le decía lo que quería oír hasta que pudiera por fin… hacer eso tan atroz del culo. Se lleva una mano a la cadera sin poder evitarlo como acto reflejo, aunque no acaba por tocarse el culo a si mismo por pudor de la presencia femenina.

—No lo sé, si supiera, haría algo para gustarle —responde Mary un poco más cínica y menos avergonzada que Therese.

—¡Mary! —protesta el ama de llaves en riña porque desde luego no es la clase de comentarios apropiados.

—¡Pues es verdad! Usted misma lo haría, Miss Marray —se defiende insolente.

—¿Con usted también hizo...? —pregunta Arthur ahora sí sorprendido de esto.

—No! No! —la mujer protesta y se sonroja un poco apretando los ojos. Arthur las mira a ambas como un partido de tenis—. Señor Kirkland... ¿Ha averiguado ya lo bastante? —chilla un poco la mujer con intenciones de echarle.

—No, no... ehm... ¿además de ustedes, saben de alguien... más? —vuelve a insistir en la pregunta, no parecía muy sano ir a investigar todas las parejas sexuales de alguien con quien, además, técnicamente no tenía intención alguna en ese campo, pero…

—Es bastante conocido, todas quieren que les invite —responde Mary, el escritor traga saliva con eso.

—¿Y ha estado rondando a alguien o... alguna casa? —sigue.

—Es imposible saberlo, señor —explica otra vez la chica.

—Bien... supongo entonces que lo único que le interesa es aprovecharse de las señoritas y una vez consigue llegar al final las descarta —deduce cruelmente el inglés, sin pensar en los sentimientos de las presentes.

—A-Algo así —afirma Miss Marray mirando ella sí a las muchachas, Therese solloza un poco.

—Es un espíritu libre —suspira Mary, romántica—. Y con ninguna ha salido más de una vez...

—No que sepamos —añade el ama de llaves.

Therese suelta otro sollocito. Arthur parpadea y la mira pensando en su propia situación. Bueno se habían visto más de un día pero él no tenía nada tan especial más que dinero. Y no le había dejado llegar al final, claro. La idea de que tal vez se interesaría por alguien más cuando eso pasara, como con estas chicas, se afianza aún más en sus pensamientos.

—Bien, creo que es suficiente esta entrevista, señor —puntualiza Miss Marray.

—¿Eh? —sale de sus pensamientos—. Sí, sí, claro. Muchas gracias por su colaboración.

—Agradecemos mucho su discreción —insiste el ama de llaves protectora, a sabiendas de lo mucho que detesta la condesa los chismes y escándalos, aún más entre la gente del servicio.

—Desde luego, lo mismo espero de regreso —responde él asintiendo con la cabeza porque solo faltaría que todos supieran que ha estado haciendo preguntas… después de que le vieran todos en público con él. En la ópera y en el club de caballeros.

—No lo dude, señor. Berwald le acompañará a la salida —hace un gesto para dirigirle a la puerta.

Arthur asiente de nuevo y se levanta aun pensando. El mayordomo se pone derecho y le pide que le siga. Él lo hace, distraído aun con esto, es una mala MALA idea a todas luces, comprometer todo su futuro con su esposa y su familia por algo que ni sabía si no iba a... ni a durar.

xoOXOox

Una vez dentro de la casa, mientras esperan que el señorito Arthur baje a recibirlos Mathieu mira a Francis no muy convencido de todo esto. Francis esta ultra nervioso, dando un salto a cada sonidito, buscando un lugar donde esconderse.

—Solo tómale las medidas, yo saldré cuando sea necesario —pide intentando tranquilizarle, mirando si acaso es muy obvio debajo de la mesa, pero descartando el lugar porque las sillas no cubren lo suficiente.

—¿No es un poco como... engañarle? —pregunta el asistente preocupado, tragando saliva y mirándole hacer.

—Es totalmente engañarle. De hecho lo único que tienes que hacer es estar en silencio si... Es necesario. ¿Qué tal aquí atrás de la cortina? ¿Me veo? —pregunta metiéndose tras ella.

—¿Y no crees que se enfadará? Sí, se nota a contraluz —responde mirándole todavía, frotándose una mano con la otra por los nervios.

—No va a enfadarse... Espero. Mmmm... ¿Atrás del sillón mejor? —sale de la cortina y se acerca pensando que la perspectiva puede cubrirle bien.

—Siempre que no entre por ahí —señala otra puerta, porque siente que esta casa está llena de puertas y se sube las gafas con un movimiento automático—. ¿Cómo sabes qué no?

—Porque no. ¿Por qué habría de enfadarse tanto? Solo es un... Bueno, es una treta —se encoge de hombros sonriendo un poco de lado, mirando como agacharse para ponerse porque sabe que esa puerta es la que da a las estancias del servicio, así que seguro no va a entrar por ahí.

—Pues por eso —insiste Mathieu con una muy firme idea de la importancia de la sinceridad.

—No creo que le enoje... —se abre la puerta con Parker anunciando al escritor que entra muy muy nervioso y rojo como un tomate quedándose paralizado al encontrarse a Mathieu. Francis tiene que lanzarse detrás del sillón en un movimiento muy poco propio suyo.

—Tú —susurra Arthur. Mathieu sonríe un poco avergonzado y se sube las gafas de nuevo.

—Allô —saluda nervioso.

—¿Dónde está Francis? —pregunta frunciendo el ceño y al ayudante del sastre se le van los ojos al escondite.

Francis, hincado en el suelo detrás del sillón, se esconde un poco más aguantando la risa nerviosa que le da. Por algún motivo quiere salir y decirle que está aquí con urgencia, mientras le estrella contra la pared y le come en un beso.

—No ha... ehm... me ha pedido que viniera yo —decide mejor cambiar a algo que no es claramente una mentira, sino solo una mentira por omisión.

—Pues es un terrible momento, muchacho. Ahora no puedo atenderle, tengo que irme —replica Arthur frunciendo el ceño porque de algún modo esperaba… bueno, llevarle por ahí otra vez. Con su madre básicamente, a que les explicara la historia de Wallace.

Francis se prepara para atraparle en la puerta de ser necesario. Saliendo un poco del escondite, levantándose y arrepintiéndose al ponerse de pie desde un ángulo en que el inglés no le ve .

—Ah, pero... —Mathieu busca la mirada de Francis para saber qué hacer, mientras el escritor se dispone a irse—. ¿C-Cuándo es que le vendrá bien?

—Pues no lo sé, solo vuelva en otro momento, no es tan difícil —protesta como si fuera culpa de Mathieu y se da la vuelta hacia la puerta para salir.

El francés, en un impulso, se le acerca al escritor por la espalda y le hace un gesto a su ayudante que... En resumen, quiere decir que desaparezca unos momentos. Sin pensar demasiado, abraza al inglés por la cintura.

—Pero qué se cree que... —se queda mudo al girarse para apartar a Mathieu y notar que no es este precisamente.

—Allô —susurra en su oído. Arthur se sonroja de muerte PARALIZADO y esa tremenda tendencia a decir lo que se piensa—.Te echaba de menos, Arthur

—P-P-P-P... —está intentando decir algo. Seguro. No sabe ni él el qué.

Francis le da un beso en el cuello y hasta él siente el escalofrío que recorre la espalda del inglés, le aprieta más.

—¡S-Suélteme en este mismo instante! —atina por fin a chillar cinco horas más tarde. El sastre le suelta un poco asustado, él se separa tres pasos, rojo como un tomate—. Yo no... no me... yo no... No. NO —le señala, riñéndole.

Francis se pone el pelo detrás de las orejas, sonríe un poquito, culpable. Arthur traga saliva y se sonroja más con la sonrisa, apartando la cara.

—Solo pensé que... No podías irte —se excusa encogiéndose de hombros un poco culpable.

—No, pero... no me... mis hermanos y... no —sigue y le mira a los ojos. Se muerde el labio y aparta la cara porque además… le ha gustado—. Vamos.

—¿A dónde? —parpadea sin esperarse ese cambio de idea.

Los ojos verdes le miran y vuelve a sonrojarse porque a Mathieu le ha dicho que se fuera y a él que lo acompañe... a pesar de lo que va a hablar con la doncella de su madre.

—Vamos a donde quieras —casi es una promesa.

El escritor se sonroja más pensando en donde quiere que vayan, decide darle la espalda y casi salir corriendo. El sastre le sigue olvidándose de Mathieu.

Se pone el abrigo casi sin mirarle y sale pero asegurándose que a Francis le da tiempo a seguirle. Luego ignora el comentario sarcástico del cochero sobre la práctica común de sacar al sastre de paseo y le da la dirección donde ha quedado con su madre antes de subirse.

Mathieu es trágicamente olvidado por ambos y se va a pasar un rato buscándoles por la casa antes de irse a su casa sin que nadie ni le vea, podría haber desvalijado la mansión entera de querer hacerlo.

—¿A dónde vamos? —pregunta Francis más por curiosidad que por otra cosa, sentado junto a Arthur en el carro.

—He quedado con la doncella de mi madre —explica en confidencia mirando alrededor para asegurarse que nadie les oye.

—¿Le has dicho ya? —pregunta levantando las cejas.

—Más o menos... —confiesa, mirándole a los ojos.

—Uff... Y... ¿No lo ha negado? —se muerde el labio porque sabe que es un tema complicado, además de que él aun no lo ha hablado ni siquiera con la suya.

—No se ha pronunciado, nada más dijo que fuera a donde vamos y me diría cuando podríamos hablar —explica.

Francis se revuelve nerviosito porque a pesar de conocer a su padre, también tiene una leve esperanza de que haya otra explicación menos horrible

—Usted... tú... ha hablado, es decir... con tu... madre —pregunta cambiando del trato distante al cercano varias veces sin estar seguro de cual usar.

—No aún... —admite mirando por la ventana—. He de admitir que estaba alargando el momento.

—Bueno... no hay prisa en realidad —mira al otro lado también.

—Es esa sensación de que todo lo que yo creía... No es como era en mi cabeza —explica—. Aunque es muy afín a la filosofía de papá.

—¿Cómo era su padre? —pregunta con genuino interés el escritor. Francis sonríe un poco sin poder evitarlo porque le gusta especialmente su padre y este tema. Hablar de él le hace sentir que sigue ahí con ellos.

—El hombre más feliz que he conocido. Hablaba además con todo el mundo y con todos tenía algo que ver... —sonríe melancólico.

—¿Cómo es eso? —inclina la cabeza.

—Conocía a todos... A todos ayudaba cuanto podía —explica mirándole.

—Pero si no era ni de aquí —hace un gesto un poco despreciativo, por esa xenofobia que tienden a tener todos los ingleses.

—¿Y? —levanta las cejas y se ríe—. Los conoció cuando llegó.

—Bueno, pero... —vacila, porque en realidad él no tiene muchos amigos—. De todos modos con las rentas que ha dejado, está claro que hacía algo más que regentar una sastrería.

Francis le mira con la boca medio abierta unos instantes.

—Oh... Eso es... verdad —admite mordiéndose el labio porque no había pensado en ello—. Es... No deja de parecerme extraño que papá sea tan distinto a lo que siempre pensé.

—Es... un poco sorprendente, me hace pensar que descubriremos cuando mueran los míos —asiente curiosamente empático del sentimiento del sastre.

—Una cosa ya la has descubierto desde antes —le sonríe un poco, porque no es fácil este asunto y le está ayudando mucho tener a alguien a su lado que se sienta igual con quien poder compartir la preocupación.

—Sí... precisamente —asiente pensando… "y menos mal" añade para sí mismo, porque de este modo van a tener una explicación real y la oportunidad de que su madre se defienda y se explique antes de hacerse una idea equivocada sobre sus motivos verdaderos.

—¿Crees que hayan sido felices de alguna manera? —pregunta Francis soñador, imaginando el tipo de relación que podían haber tenido. Siempre a escondidas, besándose en los rincones cuando Lord Kirkland les daba la espalda, con su padre muerto de risa y ella muerta de la vergüenza en cuanto el marido volvía a mirarles de nuevo.

—Pues eso espero —responde él mirándole de reojo, pensando que al final, después de todo este lío, al menos esperaba que hubiera merecido la pena el asunto.

—¿A pesar de tener que ocultarse toda la vida? —vuelve a preguntar, porque no está seguro de que él fuera capaz del todo.

—Supongo que lo hicieron porque valía el esfuerzo... —reflexiona. Francis sonríe un poco el idealista.

—Seguramente le hacía feliz... Aunque Maman... —piensa en voz alta dejando de sonreír tanto.

—Bueno... y mi padre —añade Arthur siguiendo su misma línea de pensamiento.

—Exactamente —asiente Francis.

—Tal vez... me sabe mal que fuera mal su matrimonio, aunque sé que fue concertado igual que conmigo —confiesa el escritor mirándole un poco triste.

—Quizás no iba del todo mal... O no va aún del todo mal. ¿Tú dirías que tus padres se quieren? —pregunta cada vez con más curiosidad por Lord Kirkland y su intimidad. Extrañamente en ningún momento duda de su sus padres se llevaban bien. SABE que sí.

—Pues creería yo que sí pero... —suspira sin estar muy seguro, lo frío de su padre y lo autoritario de su madre no eran cosas que jugaran precisamente a su favor.

—Quizás tu madre te explique todo ahora —se acerca a él y le toma de la mano.

—Es que hay muchos tipos de amor. No creo que ellos no se quieran, no puedes dormir durante veinte años junto a una persona y no quererla... pero la pasión y el deseo... —explica pensando en ello, porque no es tan fácil como "se quieren" o "no se quieren". El francés le mira y es que le brillan los ojos con eso, pensando evidentemente en otra cosa.

—Menos mal que tu madre encontró un lugar en donde saciarlas —le hace un cariñito en la mano. Arthur se sonroja un poco pero no aparta la mano y carraspea porque se ha sentido mucho más aludido en ese comentario de lo que parece.

El sastre piensa un poco en su situación y en que Arthur va a casarse. Quizás él de verdad representara la pasión y el deseo en el matrimonio del inglés. Pero ¿Qué representaría el inglés en su propia vida? Su padre tenía a su madre.

Había algo en todo esto que no dejaba de darle miedo. Ni siquiera eran realmente amantes, la futura mujer de este hombre llegaría al día siguiente y le distraería lo bastante como para, quizás, prescindir de su compañía y el problema era que él.

No había dejado de pensar en Arthur. Se sentía completamente atraído e idiotizado aún con solo unos cuantos besos. Le hace un cariño más en la mano ignorando el carraspeo, advirtiéndose a sí mismo que debía tener mucho más cuidado con esto del que estaba teniendo hasta ahora si no quería vivir prendido de alguien para quien solo sería la pasión y deseo.

—Aunque no creo que mi padre no supiera cumplir como hombre con mi madre... es incómodo imaginar estas cosas —aprieta los ojos. Francis sale de sus pensamientos y parpadea.

—Yo no creo que sea de saber o poder cumplir —valora mirándole y pensando en Lord Kirkland de ese modo por un instante. Le había dado tres hijos más así que no, claramente el problema no era la virilidad.

—Tal vez fue su padre quien la engañó... no sé cómo. Seduciéndole o algo —propone porque eso lo protege un poco más, le hace sentir menos destruida la relación de sus padres.

—Papa no tenía por qué ir a seducir a nadie. Maman lo dejaba perfectamente satisfecho cada vez que quería —asegura con el ceño fruncido.

—Pues estoy seguro que mi madre tampoco le necesitaba para nada —responde un poco agresivo, defendiendo a su padre.

—Quizás simplemente se encontraron —se encoge de hombros tratando de evitar la discusión para en realidad no hacerse daño ninguno de los dos.

—¿Y? —le mira porque eso suena un poco… novelesco, así que le atrae la idea.

—Y nada, se encontraron y... —se muerde el labio—. Espera, seguían cuando papa... —Los ojos verdes le miran ahora, escuchándole—... ¡¿Crees que siguieran viéndose cuando se murió!?

El escritor se lo piensa a ver si su madre se fue varias veces a algún lado, pero de hecho nunca se ha preocupado demasiado por donde va o no. Ni siquiera sabe en qué época fue, ella siempre quiere contarles sobre esas cosas pero nadie le escucha, así que podría haber ido perfectamente sin que nadie supiera.

—Es que si es así... ¿Cuántos años tiene Wallace, Arthur? Es toda una vida también —sigue Francis un poco escandalizado, porque hasta ahora estaba imaginando esto un poco como quizás un par de deslices puntuales en un momento de arrebato pasional, no como una verdadera relación intensa.

—Sí... sí que lo es. Pero... no podía estar enamorada de dos hombres —responde Arthur mirándole a los ojos al entender por donde va.

—Mmmmm no lo sé —responde no tan seguro.

—Ella nos lo contará mejor —que esperanzas tienes, Arthur.

Francis asiente preguntándose si Lady Kirkland contará algo con él, el hijo legítimo de su amante, enfrente.