Unos segundos más tarde el carro se detiene y antes de que puedan hacer cualquier cosa, la puerta se abre y entra la doncella, vestida de doncella, con la cabeza cubierta por una toquilla y un velo oscuros, como para ir a misa.
Arthur se mete un susto echándose un poco encima de Francis porque estaba medio levantado para bajarse y no crean que la doncella no se metió el susto del año, en concreto al ver al francés, mientras el carro empieza a moverse de nuevo.
—Ah... Hola —saluda Arthur sonrojándose un poquito.
—Eres un idiota —protesta debajo del velo la voz de su madre.
—¡Madre! —exclama incrédulo.
—¡No tenías por qué traerle a ÉL, aquí y a esto! —protesta quitándose el velo. Esta peinada de manera bastante más discreta que habitualmente y ya es bastante extraño que vaya vestida de doncella.
—Ah... eh... —vacila, mira a Francis y se sonroja—. Él estaba... vino porque... eh... yo...
—¿Es que no te das cuenta de la gravedad de esto? Y... —es que se mira a sí misma y aprieta los ojos. Se humedece los labios, toma aire y rebusca en sus bolsillos.
—Sí, pero... ehm... también es su padre y su familia —se defiende. Francis mira toda la escena un poco azorado y sin saber bien qué hacer.
—Bien, Míster Bonnefoy. Francis. Voy a decirle esto una sola vez y espero que lo entienda claramente —indica Lady Kirkland levantando la vista y mirándole fijamente.
—Y cuando dijiste que esperara a la doncella no esperaba que fueras tú disfrazada —añade Arthur en un susurro, con la boca pequeña.
—Ya, claro. Tú no esperabas que esto saliera así. ¿Tú qué crees que esperaba yo? —reprocha Lady Kirkland mirando a Arthur de reojo antes de volverse otra vez con Francis, quien traga saliva porque toda esta es una posición tremendamente comprometedora para ella.
—Mira, muchacho... Tú puedes ver, oír, saber muchas cosas y sentir que tienes control de demasiados hilos con los cuales, sutil o no tan sutilmente, podrías presionarme —empieza.
—No va a presionarte, Madre —asegura Arthur.
—Eso es lo que tú supones. No lo sé, no le conozco aunque... —se sonroja y desvía la mirada, porque la realidad es que le conoce mejor de lo que quisiera admitir porque su padre hablaba bastante de él.
—No va a hacerlo porque no es así y porque no le conviene —asegura Arthur en un tono más frío mirando a Francis de reojo para que confirme.
—Le aseguro que entiendo bien la problemática de todo esto —susurra Francis. Lady Kirkland suspira pensando que es inútil hacer más amenazas. Va a tener que vigilar a este muchacho de MUY cerca.
—¿Trajeron los papeles? —pregunta y se revuelve un poco sin mirar a Arthur.
—No... ¿Los trajiste? —le pregunta a Francis, que niega con la cabeza porque no sabía que iban a venir aquí, siquiera. Lady Kirkland da un bufidito de molestia.
—Mandaré por ellos mañana. Conseguiré la firma de Wallace. Tú —mira a Arthur—, te encargaras de que una vez se haya hecho la sucesión de bienes... Todos estos papeles desaparezcan, incluyendo el testamento.
—Sí, sí —asiente conforme para relajar a su madre, porque esto tampoco consiste en hacer que ella esté con los nervios a flor de piel.
Ella toma aire otra vez, aun sonrojada y nerviosa, sin saber qué más hacer o decir. Había pensado en decirle cosas a Arthur, en explicarse... Pero ahora mismo, con el muchacho aquí... solo de pensarlo se sonrojaba. ¿Qué podía decirles? Sí, tuve un amorío infinito con el sastre... Aprieta más los ojos y se lleva una mano a la cara.
—Madre... quisiéramos saber... —se humedece los labios Arthur empezando.
Ella no le escucha demasiado y piensa también en lo mucho que le echa de menos y lo infinitamente más simple que sería enfrentar esto estando él VIVO. Se había muerto y ni siquiera con ello había podido enterrar su secreto. Aprieta su pañuelo, sí, SU pañuelo de sastre y con el corazón acelerado endurece un poco la mirada haciendo tripas corazón y mirando a su hijo.
—¿Qué quieren saber? —suspira finalmente.
—La historia... vuestra historia —especifica Arthur mirándola bastante más curioso que reprochándole todo lo que es incorrecto aquí, porque al final, esta es una parte de la vida y del carácter de su madre nueva y que nunca había ni imaginado que existiera, que tal vez la haga mucho más cercana y parecida a él mismo.
—¿No podrías ser un poco más específico, hijo? Como imaginarás, pedirme la historia completa es... —protesta un poco, sobrepasada.
—Pues... es que... ¿qué pasó? ¿Cómo empezó eso? ¿Quieres a papá... Padre? —empieza con su batería de preguntas a ver si así a su madre le resulta más sencillo hablar.
Lady Kirkland abre la boca para decir algo y luego la cierra... Y luego la abre otra vez riñéndose a sí misma por tonta y luego la vuelve a cerrar. Siempre le había costado mucho trabajo esto, mucho. Pero la ocasión lo merecía.
—S-Sí, sí q-quiero a... a tu padre —baja la cabeza y la mirada, un poco regañada y culpable.
—¿Entonces? —pregunta echándose un poco adelante y calmándose más interiormente. Si de verdad quería a su padre esto además se volvía mucho menos preocupante entonces.
—Quizás no de la manera en que debería quererlo. Quizás él tampoco me quiere de vuelta en la manera en que se supone que debía ser —se encoge de hombros—. Me casé con tu padre siendo muy joven y en circunstancias convenientes para nuestras familias.
—Eso ya lo sé, pero... —se detiene y se le ocurre otra pregunta—. ¿Mi padre es...?
—¿Aja? —parpadea.
—¿Pues... es mi padre? —pregunta planteándoselo por primera vez. ¡Podía ser hijo del sastre! ¡Medio hermano de Francis! Como si lo que pasaba entre ellos no fuera ya bastante raro y censurable.
—¡Claro que es tu padre y es padre de tus hermanos! —chilla ella incrédula, hasta riñéndole por tener estas ideas.
—¿Y Wallace? —se defiende un poco el escritor, de todos modos aliviándose de nuevo.
—Wallace... —repite y se revuelve un poco, apretando su pañuelo y desviando la mirada, maldiciendo al sastre—. E-Ehm...
Francis se mira las manos preguntándose qué tan difícil podía ser para esta mujer sentarse enfrente de un de sus hijos y el hijo de su amante, y admitir abiertamente que había tenido un hijo de alguien que no era su marido.
—¿Cómo empezó eso, entonces? —cambia un poco el tema Arthur. Ella abre la boca para decir algo y vuelve a cerrarla, vacilando.
—Después de que nació Patrick, tu padre comenzó a tener cada vez más éxito en el negocio y a viajar con más frecuencia —murmura.
—¡Oh! ¿Aja? —asiente instándola a seguir hablando.
—Y... —se mira las manos sin guantes y el atuendo de doncella. Se humedece los labios mirando de reojo al muchacho hijo del sastre. ¿Qué le diferenciaba a él de su propio hijo, nacido y crecido en su casa? ¿Qué la hacía tan distinta de una doncella? Nada. De hecho probablemente ella fuera peor que cualquiera de sus doncellas, viviendo una extraña vida de engaño. Se frota un poco las manos—, sólo... se dio la ocasión.
—Y... ¿Dejaste de verle después? —pregunta intentando buscarle la mirada.
—No debió darse, no debí nunca quedarme a solas con él —en especial con lo mucho que ya me gustaba, piensa para sí mientras aprieta los ojos—. No quiero justificarme pero... —baja la cabeza porque querría explicar un poco más todo esto, aunque su hijo no parece del todo querer escuchar sus explicaciones. Tampoco era tan raro, en general en su casa nadie la escuchaba demasiado, hasta... que llegó el sastre. Traga saliva y se limita a responder las preguntas que ella misma había pedido—. Un tiempo deje de verlo, sí —asiente, aunque se hecho, nota que nunca había tenido tanta atención por parte de su hijo—. No sé... No sé si sepas realmente lo difícil que es hacer todo esto. Insisto que no quiero justificarme, pero... —se sonroja un poco—, F-Francis... El señor Bonnefoy... no podría haber sido más distinto a tu padre. Quizás ese era justo el problema.
Asiente y mira a Francis hijo de reojo un instante, quien sigue mirándose las manos con mirada un poco perdida, escuchándola. Lady Kirkland se revuelve un poco en su asiento.
—Valoro mucho las cualidades de tu padre, Arthur. Es trabajador, responsable... da una asombrosa estabilidad familiar. Creo que ha sido un buen padre con ustedes y... No creo que fuera justo decir que ha sido un mal esposo —asegura muy seria y con mucha propiedad.
—¿Entonces? —se echa un poco más adelante escuchándole—. ¿Qué pasaba con el sastre?
—E-Era exasperante... —asegura tragando saliva y sonrojándose más—. E irritante. Molesto. Enervante. Tenía una risa imposible, ideas terribles sobre la igualdad de las clases sociales y el amor libre —susurra—. Y me escuchaba y respondía con lo que pensaba y no con lo que yo quería oír o lo que él debía contestar. Consiguió que dejara de odiar a tu padre por no entenderme con él o por no escucharme lo suficiente... Haciendo que le odiara a él —sonríe un poco sin siquiera notarlo. También... Ocurrió lo de Wallace.
—¿Que le odiaras? —Arthur parpadea con todo eso escuchándola con atención.
—Sí. Lo bastante como para echarle y asegurarle que nunca más iba a ser el sastre de esta familia. Y no lo fue por un tiempo, en efecto —asiente sin mirarle—. Cuando me prometí a mí misma que sería la mujer con la que tu padre se había casado.
Arthur se sonroja sintiéndose bastante identificado con eso, sin querer mirar a Francis.
—En esa época naciste tú —sigue ella. Francis, que también había estado temiendo por un momento ser el hermano perdido de Arthur, se tranquiliza un poco con esto, mirándole de reojo—. Pasaron algunos años. Y finalmente el otro sastre de tu padre tuvo a bien mudarse a Nueva York... Y Parker trajo de nuevo a Bonnefoy.
—¡Oh! ¡El reencuentro! —exclama Arthur bastante emocionado. Lady Kirkland entreabre los labios y parpadea mirando a su hijo y tratando de leerle.
—El... Reencuentro —inclina la cabeza—. Arthur... ¿Qué piensas de todo esto?
—¿Qué pasó entonces? —sonríe un poco pensando que es una gran historia. Ella parpadea porque probablemente estos minutos hayan sido los peores de su vida. Se relaja un poquito al ver que su hijo incluso sonríe.
—E-Entonces seguí odiándole... Y... —con más valor al notar que en realidad su hijo no la juzga y la detesta para siempre como todo este tiempo ha pensado que harían todos.
—¿Pero odiándole por qué? —pregunta un poco descolocado con ese asunto, ¿Qué no era que se amaban realmente y por eso había engañado a su padre? Lady Kirkland le mira y traga saliva desviando la mirada.
—Porque era un idiota que hacía todo mal, que me hacía a mi hacer todo mal y me hacía hacer las cosas cuando no debían ser. Reír en los peores momentos y llorar justamente cuando no debía hacerlo —resume ella.
Arthur cambia su mirada, a una de ternura y comprensión, en realidad. Deduciendo que estaba enamorada de él y aunque le duele que no fuera su padre, que estuviera enamorada es... bonito y le hace sentir bien. Francis se revuelve un poco, ligeramente sorprendido, porque está seguro de que su padre hacia lo mismo exactamente con su madre.
—¿Y? —vuelve a instarla a seguir su hijo.
—Y pasaron los años —murmura sonrojada porque siente que esto es admitir demasiadas cosas otra vez. Aprieta el pañuelo y piensa en lo mucho que él se hubiera burlado de su sonrojo y de que dijera que le odiaba.
—¿Y te sentías... bien? —pregunta porque eso es importante, nada de esto habría valido realmente la pena si no era así y podría realmente enfadarse con ella por eso mucho más que por otra cosa. Britania suspira porque esa pregunta es todo lo complicada que puede ser una pregunta
—Me sentía... Me sentí mejor con el tiempo —explica ella resumiendo lo que fueron unos cuantos años de un montón de emociones entremezcladas y turbulentas indesentrañables.
—¿Con el tiempo? ¿Qué pasó? —inclina la cabeza Arthur.
—Descubrí que tu padre estaba bien... Así. No creo que haya sido infeliz a mi lado a pesar de todo. Dejé de sentirme culpable todo el tiempo por hacer esto —explica, porque en realidad ese era uno de los mayores problemas.
—Entiendo —asiente sintiéndose de nuevo mejor, entendiendo que ella de verdad sí quería a su marido y su familia y no quería hacerles daño.
—A-Algún día pensó en... —pregunta Francis con la voz un poco cortada. Carraspea levemente—, perdón, Lady Kirkland, solo... mi... mi madre.
Lady Kirkland se revuelve un poco porque tiene una teoría sobre ello, aunque le da vergüenza compartirla. Se sonroja.
—Creo que tu padre hacía feliz a tu madre —susurra.
—Pero estaba... ¿enamorado de ti? —pregunta Arthur proyectándose en esa relación, con el asunto de las doncellas. Lady Kirkland se revuelve otra vez porque ¡esas preguntas, Arthur!
—¡No! ¡Nadie estaba enamorado de nadie! —chilla inevitablemente, Arthur parpadea y se echa para atrás—. Solo era una... Solo... —le mira porque además, conteste lo que conteste esta acorralada. No sabía si estaba o no enamorado, aunque él siempre le decía que sí. Y si no lo estaba, que tan patética ridícula era ella. Se humedece los labios porque al final todo eso daba igual ahora. Se encoge de hombros—. Es igual... Ahora está muerto.
Traga saliva y le mira nada convencido porque a él si le importa.
—Y ha seguido dando la lata aun estando muerto... Con el testamento, mencionando a Wallace. Me lo dijo la última vez que lo vi —se mira las manos otra vez y parpadea, perfectamente entrenada a desaparecer cualquier rastro de lágrimas en el momento que quiere. Suspira—. Hasta que has venido tú a desnudar a tu madre. No debías verlo, pero lo viste... —mira al sastre—. Tú no debías saberlo tampoco, pero lo sabes. Esto... Puede ser un gran escándalo.
—Te prometo que no va a serlo, Madre... —asegura el escritor determinado a protegerla ahora como ella les había protegido a ellos a pesar de sus sentimientos.
—Yo tampoco quiero que sea un escándalo... Por mi propia madre —murmura el francés.
—Conseguiré la firma de Wallace —asegura Lady Kirland fríamente.
—Es una historia muy interesante —le sonríe y asiente—. Aunque es un poco feo con Padre.
—No, no es solo "un poco feo" con tu padre —admite mordiéndose el labio y suspirando—. Es una historia difícil y dura sobre un gran engaño y mi doble moral.
—Bueno, sí pero... creo que es algo muy común en nuestra sociedad —explica su hijo con su discurso y postura cínica habitual. Ella levanta las cejas.
—Quizás... Quizás hemos superado nuestros propios niveles de cinismo como sociedad —suspira masajeándose las sienes y recargándose en el asiento—. Por ahora, Arthur, solo actúa normal.
—Claro, no te preocupes por eso. ¿Cómo estuviste después de su muerte? Debiste quedar destrozada —pregunta notando que seguramente tuvo que llevar todo el duelo ella sola y en secreto. Lady Kirkland traga saliva y piensa que es bastante extraño estar hablando de esto con su hijo menor, quien lo pregunta casi como si hablaran del clima.
—En realidad... No —miente vilmente, abriendo un poco la cortina para ver hacia afuera—. Yo le odiaba.
—Eso es un poco cruel —le mira desconsoladito.
Ella deja de mirar a la calle y gira los ojos hacia su hijo con excesiva intensidad. La muerte del sastre había sido quizás peor que quedar viuda y se tenía a si misma prohibido pensarlo. Nadie le había dado el pésame, nadie le había dado un abrazo, no había podido verle en sus últimos momentos, ni había ido al funeral. Y después de ello había quedado un hueco tremendo en su vida que nadie sabía que existía ni había modo de llenar, no importaba cuantas horas en su vida se dedicara a bordar.
—¿Estás segura que no quieres hablar de ello? —insiste Arthur preocupado.
—Es una herida cerrada —miente otra vez apretando su pañuelo.
—Ah, por el amor de dios. ¡ABRAZA A TU MAMÁ EN ESTE INSTANTE! —protesta Francis, lleno de lágrimas y mocos, empujando a Arthur hacia ella.
Él se le cae encima a Lady Kirkland un poco asustado, abrazándola. Ella también da un saltito. Para colmo, el joven francés les abraza a los dos y solloza.
Arthur se sonroja un poco pero no le quita, traga saliva mirando a su madre un poco incómodo y quizás es lo que le hace falta a Lady Kirkland para soltar una pequeña lagrimita traicionera.
Al notar un poco al cambio de respiración, Arthur la abraza más fuerte y por algún motivo piensa que si Francis muriera él no podría ponerse tan triste como seguramente se pondría, aunque fuera solo por un par de besos.
Lady Kirkland se derrumba en brazos de su hijo menor porque esto ha sido muy complicado, como si el cielo se le hubiera caído encima pero él no la suelta y hasta se le humedecen un poco los ojos, en silencio.
Con la mezcla de sentimientos tremendos de culpabilidad, dolor y necesidad de sentirse comprendida. Este hijo si le entiende con sus propios sentimientos a flor de piel, un poco asustado por cómo le llevan por delante como arrollado por un tren.
De todos modos Arthur no la suelta hasta que ella se mueva para que lo haga
Lady Kirkland lo agradece y en realidad, le pide una suave disculpa sincera... A él en nombre de Lord Kirkland, de sus demás hijos, de la esposa del sastre y de todos los demás a afectados, agradeciendo mucho a los cielos el tener a alguien, al fin, con quien disculparse.
—Yo te perdono, mamá —susurra Arthur—. Solo queda una cosa por hacer para saldar la deuda del todo. Su familia merece tener todo lo que necesitan y yo te prometo que nunca tendrás que pasar por ninguna humillación ni vergüenza a raíz de este tema. Yo te cuidaré.
Ella asiente suave y dócilmente, de manera bastante extraña. Arthur sonríe un poco y cuando está a punto de decirle que la quiere recuerda que Francis está ahí y le da mucha vergüenza, así que no lo hace.
Al fin, Lady Kirkland hace por separarse, sonrojándose al recordar al hijo del sastre, pensando aun que se le parece... Se sonroja aún más desestimando el plan que tenía en principio, sobre intentar hacerle a él su amante, pensando que ya ha hecho bastantes calamidades en su vida. Finalmente se sueltan del abrazo y Arthur piensa en qué va a hacer su madre ahora.
—¿Quieres que te llevemos a casa? —propone dulcemente el escritor.
—¡No! No puedo llegar a casa vestida así. Pídele al cochero que me devuelva al lugar donde me recogió —exige ella recuperando su voz y su tono mandón de siempre.
—Tal vez podemos pasar por la sastrería a recoger los papeles antes... —mira a Francis de reojo—. Aunque no hay prisa.
—Vayan ustedes —pide limpiándose los ojos con el pañuelo.
—Bueno, ya... sí —saca la cabeza para hablar con el cochero.
El francés y la señora intercambian unos segundos de incómodo silencio, esperando que el escritor vuelva a meter la cabeza, mientras ella se pone la toquilla y el velo.
—Ya está —vuelve a sentarse en su sitio junto al sastre, que guarda también su pañuelo que, aunque nadie lo note es igual al que trae Lady Kirkland y le sonríe un poco.
Arthur mira a ambos un poco incómodo con esta situación, su madre y su pervertido y secreto... SASTRE. Solo SASTRE. Juntos los tres en un carro tan pequeño. Se sonroja y se mira las manos en la falda con las que juega nerviosamente.
—Ehm... —Francis vacila un poco antes de mirar a Arthur de reojo—. Aún no he podido tomarle las medidas, Monsieur Kirkland.
—Eso es porque claramente no es usted mi sastre, míster Bonnefoy —no le mira.
—¿No te has dejado aun tomar las bloody medidas, Arthur? —protesta Lady Kirkland tomando el tono que ocupa en realidad cuando están solos y tiene que portarse menos como mujer de sociedad... A estas alturas y con lo que sabe y ha visto el sastre, le da lo mismo.
—¡Es que no quiero que sea mi sastre! —se defiende un poco infantilmente.
—No me importa. Mañana en la tarde, al final del día, va a tomarte las medidas —sentencia ella inapelable.
—¿Qué? ¡Pero mañana van a estar los Jones! —protesta Arthur porque se supone que tienen que atenderles y toda esa tontería.
—Precisamente. Mañana al final del día no podrás escaparte a ningún lugar —le mira y hasta podría sonreír un poco con ello.
—¡Pero es que no le quiero como sastre! —insiste el escritor, neciamente.
—¿Por qué no? —pregunta Francis un poco desconsolado
—Porque no quiero que me ponga las ma... —se calla antes de acabar de decir "las manos encima mientras yo estoy indefenso y en calzoncillos sin poder huir" sonrojándose mucho con la idea.
—¿Las ma? —pregunta lady Kirkland... Y el carro se detiene.
—¡Nada! —chilla Arthur nervioso, Francis se ríe un poquito sin poder evitarlo.
—Creo que no le pasara nada si le pongo un metro encima, monsieur —asegura Francis con cara de inocente.
—No es eso... ¡y cállese! Cállese porque no es e... ¡Cállese! —protesta con la cara que pone y le empuja un poco. Lady Kirkland levanta una ceja notando cierta camaradería en Arthur... Con el hijo del sastre. Por alguna razón esto le hace sonreír un poco.
—Voy a bajar ahora... Mañana en la tarde, Mister Bonnefoy —susurra con cierta complicidad cubriéndose del todo la cara y abriendo la puerta. Arthur no le hace ni caso mientras sigue pinchando al sastre, que medio asiente aun riéndose y el carro se pone otra vez en marcha con ellos dos solos y las cortinas cerradas.
—¡Eres un idiota! ¡No puedes decir eso de la cinta métrica con mi madre aquí! —sigue protestando Arthur.
—¡Sí que puedo! Malo que hubiera dicho "medirte a palmos"—le sonríe.
—¡Ni se te ocurra atreverte a decir que te has olvidado la cinta métrica o que mides mejor a palmos porque así te enseñó tu padre o cualquier idiotez parecida! —le señala con el dedo, más relacionado con su propia fantasía que nada.
—Mira que buena idea me has dado... Aunque podría decir que mejor te mido con la lengua —responde el sastre entendiendo bien de donde ha salido esa idea.
—¿Queeeeé? —se sonroja de muerte, incrédulo, añadiendo la idea por un momento a su propia escena imaginaria.
—¿Qué te estas imaginando, monsieur Kirkland? —el sastre se ríe más.
—Yo... ¿Q-Qué...? Yo... n-n-n-n... —se echa para atrás sonrojadísimo y atrapado.
Francis se le echa encima riéndose, él le pone una mano en la cintura y otra en el pecho con absoluta intención de apartarle... solo que no lo aparta. Y aquí empiezan los problemas de la cercanía... Porque no crean que no le gusta tenerlo así de cerca. Los labios se van directo a su cuello.
—¡Ah! —protesta el inglés levantando la barbilla convenientemente. El francés le da un beso suave en el cuello, cierra los ojos—. Espera... ni siquiera sé a dónde... —susurra sin apartarle con los ojos cerrados también, perdiéndose en su propia frase.
Francis entreabre los labios y le besa un poco más haciéndole un caminito húmedo por la mandíbula hasta el oído. Arthur traga saliva y ya está ridículamente reaccionando de nuevo. Aparta un poco la cara.
El sastre le toma el lóbulo de la oreja y absorbe sacándole un sonidito maravilloso que ni él sabía que podía hacer. Le suelta el aire en el oído con suavidad y le muerde un poquito el lóbulo, echándosele más encima y antes de que pueda pasar mucho más, se separa con suavidad, relamiéndose los labios.
Arthur, completamente perdido se va tras él a por un beso y el francés le responde el beso, más suave y casto que los anteriores.
Es Arthur el que profundiza ahora, no sabe ni como, pero la historia de su madre ha sido un poco... reflejo de su futuro desalentador. Tercer beso y ya pide besos curativos.
Y es que no crean que la historia de su padre no le generó angustia al francés... (Y que no requiere curarse también a besos). Sorprendentemente, el beso le calma el desaliento y angustia que sintió después de la historia de Lady Kirkland.
El carro se detiene con un golpe lo bastante fuerte como para que dentro se note, el problema es que el escritor está como "cinco minutos maaaaás" sin querer notarlo. El francés se separa un poquito con suavidad, acariciándole un poco el hombro, donde ha terminado poniendo la mano.
Arthur se le va un poco detrás pero finalmente le suelta los labios, aun con los ojos cerrados. El sastre cae entonces en la cuenta de que otra vez se han dado un excelente beso, teniendo esa profunda sensación de hormigueo en las manos y mariposas en el estómago. Piensa, no sin temor, que las otras dos veces han terminado con el inglés huyendo despavorid y con aun los labios ligeramente rojos una gotita de saliva aun de boca a boca el escritor susurra algo tan difícil y romántico como "huye conmigo".
—Q-Quoi? —pregunta igual en un susurrito, tremendamente vulnerable, sin creer lo que escucha.
—Hoy. Esta noche, antes de que me case, antes de que conozca a mi futura esposa. Huyamos juntos de una vida de escondernos, ser repudiados por todos y no poder llorar si uno muere, como mi madre —sigue, considerando esta la mejor idea que se la ocurrido en la vida.
Francis traga saliva y en lo primero que piensa es en su padre... Diciéndole que lo más importante de todo era ser feliz ¿Estaría su felicidad con este hombre? Era suave, dulce y... De verdad le enamoraba. Sentía mariposas en el estómago a su alrededor y le pasaba por encima como un trasatlántico y aquí no tendrían jamás la oportunidad de ser felices. Con sus diferencias de clases sociales y siendo dos hombres. Se imagina una vida dura en otro lado... Y sonríe solo de pensar que el inglés tuviera que trabajar para sobrevivir. Gracias a esa característica suya que tanto fascinaba a su padre de lanzarse al voladero y luego pensar... Cierra los ojos y le aprieta contra sí.
—Oui.
Arthur sonríe y le vuelve a besar. La verdad es que el rico escritor inglés no está pensando ni por un segundo ni a donde ir, ni cómo ni lo que implica perder su familia, amigos, casa, vida, nombre, estatus y posición por una persona que hace tres días que conoce. De hecho, el beso lo atonta tanto que ni siquiera está pensando que están detenidos en el carro frente a su casa.
Francis tampoco está pensando en quien velará por su madre y le dará su herencia.
Fuera del carro se oyen las voces de su padre y sus hermanos, así que Arthur vuelve un poco en sí, separándose del sastre quien le mira con la respiración agitada... Sonriendo un poco con ensoñación.
—Está noche, en el caserón azul de Portobello Road. Es la casa que preparan para mí y mi esposa tras las nupcias. Pasaremos la noche ahí y mañana tomaremos un tren que nos lleve lejos de aquí —organiza apresuradamente con la voz agitada—. Vaya a por sus cosas, no veremos luego —otro beso rápido.
—Portobello Road —repite asintiendo un poco con el corazón súper acelerado.
Asiente él también y abre la otra puerta del carro que da a la calle y a la entrada de casa de los Kirkland para salir por ella antes de que lleguen sus hermanos, saliendo y sonriendo idiotamente, apresurándole.
Francis sale detrás, pensando que esta es la aventura más maravillosa en la historia de las aventuras maravillosas. Se pone el sombrero y el abrigo rápidamente sin dejar de mirar al inglés.
—Ande, ande, corra. Yo les distraigo —le sonríe un instante antes de volver a meterse al carro y salir por el otro lado—. ¡Ah! ¡Padre! —exclama haciendo que se giren dándole la espalda al carro. El francés sonríe de vuelta, se detiene el sombrero y echa a correr a la calle para tomar un carro hacia su casa.
—Vengo de... eh... el médico. He ido a preguntar que podíamos darle a Madre para que se sintiera mejor. D-Dice que es una rara afección que... requiere que... Esté sola toda la tarde. Pero... necesita calor humano en la noche. Me ha dicho que alguien tiene que abrazarla toda la noche y puede que llore del dolor, pero es normal, que aun así hay que abrazarla —se inventa mirando a su padre con cara de circunstancias.
—¡¿Abrazarla!? —levanta las cejas Lord Kirkland, sorprendido. Scott frunce un poco el ceño porque eso suena...
—¿Qué es lo que le duele? —pregunta Wallace.
—Le he dicho al médico que no habría problema, que podrías abrazar a madre toda la noche o varias de ser necesario... —sigue el menor ignorando a sus hermanos. Lord Kirkland se sonroja un poco, porque no recuerda la última vez que durmió abrazando a su mujer, menos aún toda la noche. Carraspea un poco.
—E-Es un tratamiento un poco extraño —valora nervioso.
—El... eh... estomago. Se ve que es una cosa de mujeres —todos los hombres saben que suceden cosas raras con ellas pero ninguno es plenamente consciente de qué exactamente, así que es la excusa perfecta, piensa para sí mismo. Lord Kirkland arruga la nariz. Scott pone los ojos en blanco creyéndose eso más.
—Arthur, para ya con las intimidades de tu madre —le riñe un poco.
—Ehm... sí. Lo lamento —se disculpa y mira a ver que el sastre ya se haya ido—. Voy... voy dentro. ¡Adiós!
—Arthur —le llama con claridad la voz de su padre, antes de que pueda huir. Él se detiene congelado—. Quisiera hablar contigo antes de la cena.
—Eh... B-Bien —asiente y sonríe forzadamente.
—Dos horas antes, en la salida sur, con ropa de montar. Tu valet ya está avisado —explica tan escuetamente como habitualmente.
—¿Qué? —pregunta por qué se imaginaba una entrevista en el despacho de su padre como las que tienen habitualmente, esto sale fuera de lo común.
—He dicho que quiero hablar contigo —añade su padre como única y críptica explicación.
—¿Ropa de montar? —pregunta Arthur intentando sonsacarle un poco más de información sobre qué extraña cita era esta.
—Sí. Iremos a dar un paseo —asiente sin preocuparse demasiado.
—Pero... —empieza a protesta Arthur intentando buscar una excusa, ¡tenía que preparar todo su equipaje para esta noche!
—Pero nada —le corta su padre conociéndole, antes de que pueda replicar.
—Mañana vienen los Jones y... tengo que prepararme —insiste él de todos modos, encontrando una excusa bastante buena a su parecer.
—Justamente porque mañana vienen los Jones es que vamos a hacer esto —le sonríe levemente—. He tenido esta charla con todos tus hermanos al igual que mi padre la tuvo conmigo.
—Ehm... Bien. De acuerdo —asiente haciendo para irse. Lord Kirkland asiente, tan conforme.
Arthur corre a su cuarto, pensando en que cosas tiene que llevarse pero no le va a dar tiempo recogerlo todo, así que va a buscar al mayordomo para pedirle que lo empaquete todo y lo lleven ya a Portobello Road. Mientras él se viste para montar.
De todos modos, Arthur se ocupa de preparar las cosas con sus diarios y libretas de poesías. Parpadea con el dibujo de sí mismo que encuentra ahí. Se sonroja con él, sin entender de dónde ha salido ni como ha llegado ahí.
Es un buen acercamiento de su cara, sonriendo un poco con el ceño fruncido, con mucho detalle y muy trabajado, porque estuvo todo el santo día dibujándolo.
Lo observa un bueeen rato, sonrojado, hasta que empieza a entrar gente al cuarto para recoger cosas como ha dispuesto, con lo que lo guarda enseguida, como si le hubieran atrapado.
