—Pues vale, entonces yo traje chocolates para todos, ¿tú que trajiste? —pregunta Francis mirándole de reojo, mostrándole el paquete que le ha dado su madre mientras lo abre.
—¡Todo esto! —señala su gran pila de equipaje amontonada a su espalda.
—¿Nada más? —se ríe un poco sarcástico, mirándola de reojo.
—¿¡Te parece poco!? —se gira a mirar sus bolsas también, volviendo a pensar en que van a necesitar vagón de primera clase entero, pero no en cómo van a llevarlas hasta ahí ni en cómo van a pagarlo.
—Meh... No es mejor que mis chocolates —Francis se encoge de hombros sin dejar de sonreír, llevándose uno a la boca.
—¿Un techo y un fuego? —se le acerca con el ceño fruncido... pero sonriendo, toma uno también.
—Yo tengo una casa con techo y fuego —sonríe más—. ¿Trajiste comida?
—No... —responde sinceramente con el chocolate en la mano, mirando las bolsas y cuando se lo lleva a la boca distraídamente, levanta las cejas, porque está muy bueno.
—Maman mandó bocadillos —le sonríe sentándose en el suelo frente al fuego, sacándolos de otro bolsillo, dejando el paquete de chocolates junto a ellos.
—¿Por? —inclina la cabeza y se acerca un poco.
—¿Por qué mandó bocadillos? —pregunta sin entender la pregunta mientras abre los paquetes, mirándole a los ojos.
—Sí. ¿Cómo sabía? —insiste porque no puede ser que le haya dicho, ¿verdad? ¡Esta era una escapada secreta! Es decir… Nadie había convenido lo secreto, ¡pero estaba claramente implícito! ¿Qué clase de persona es alguien que no sabe que una escapada secreta es secreta por definición?
—Pues yo le dije que huiríamos y mandó cosas para huir —explica Francis tranquilamente porque él ni concebía en su mente la idea de no despedirse de su madre.
—¿L-Le dijiste? —parpadea un par de veces incrédulo, porque a él habrían tenido que torturarle para confesarlo.
—Sí, le dije que te había conocido a ti... Y que huiríamos para ser felices —tan tranquilo y soñador, se vuelve a los bocadillos mirándolos un poco con ternura como si fuera su propia madre.
—¿Qué? —es que no puede creerlo, tendrían que haberlo torturado por horas, clavarle agujas bajo las uñas y marcarle con hierros candentes.
—Pues no podía desaparecer así como así, así que le expliqué. Te manda cariños y nos desea suerte —asegura sonriendo y hace un gesto para que se siente con él, tan feliz, una vez ya a terminado—, y nos manda bocadillos.
—Pero... —se sienta junto a él, descolocadisimo es poco.
—Es Maman... Ella lo sabe todo y lo entiende todo —asegura llanamente como una verdad universal, encogiéndose de hombros y sonriendo.
—¿Pero no te ha reñido ni te ha dicho que eres un desviado pervertido ni nada? —se rasca un poco la cabeza, debe haber algún truco, tal vez le ha dicho que van a escapar para ser amigo y trabajar juntos en algo. Sí, eso podría ser. Parecía tener más sentido.
—Estaba preocupada... Porque no podríamos darnos la mano en la calle o un beso en público. Sabe que todo será difícil —asegura un poco tristemente porque él está de acuerdo con ella. Desde luego esta frase disipa la idea del escritor, que sacude la cabeza y se humedece los labios pensando.
—Pero... les diremos a todos que somos hermanos, eso será menos raro —decide y gira un poco la cara, pensando que no le trata como a sus hermanos para nada y que si lo hiciera no huiría con él ni a la esquina.
—No les diremos nada y ellos no sabrán nunca lo que haremos a puerta cerrada —explica Francis un poco más firmemente porque desde luego aun le parece peor que crean que son hermanos y hacen algunas cosas—. Y con Maman podremos ser lo que somos.
—Pero... —no está muy seguro de querer ser eso frente a NADIE—. ¡Y si les dice a mi familia! —cae de repente en la cuenta asustándose.
—No va a decirle a nadie, obvio. ¿Por qué haría eso? —frunce el ceño Francis nada más de pensar que él desconfíe, por su puesto ¡su madre no es ninguna traidora!
—¡Pues quién sabe! ¡Por... maldad! Por venganza —sigue, porque el problema es que tiene en la cabeza muchas ideas sobre cómo son las personas debidas a sus hermanos mayores un poco más crueles de lo que deberían.
—Maman? Ella no es mala. Ni quiere vengarse de mí, ¿por qué? —es que hasta casi le da la risa ahora sin ni saber de dónde puede haber sacado semejante ocurrencia.
—¡Pero de mi tal vez sí! —le mira agobiado con el firme pensamiento que está seguro que Miss Bonnefoy podría odiarle por lo que hizo su madre con Míster Bonnefoy.
—¡Jamás, si eres el hombre que amo! —exclama el sastre apasionada y sinceramente, casi sin pensar en el peso de sus palabras. Arthur se queda sin habla con eso, otra vez—. E-Es... Bueno. Siendo tu... De hecho no creo que se vengara de tu mamá tampoco.
El escritor gira la cara, sonrojado y le importa un pimiento ahora eso, pensando en lo del hombre al que ama. Francis le pone un bocadillo en la mano.
—Es tuyo. ¿Algún día has comido algo como esto? ¿Así sin que te sirva alguien con guantes? —pregunta intentando cambiar de tema porque esta vez hasta él mismo se ha puesto un poco nervioso.
—He ido al campo algunas veces —es decir, no, en su vida. Lo toma de todos modos y no sabe ni como sostenerlo, porque es comida y la está tocando con las manos, técnicamente eso no se puede. En su casa hasta los panecillos tienen unos pequeños juegos de cubiertos con los que sostenerlos para partirlos y untarlos con mantequilla.
—Con sirvientes igualmente —insiste el sastre empezando a comerse el suyo con absoluta naturalidad.
—Pues sí. ¿Y? —mira al francés hacerlo y luego se vuelve a su propio bocadillo, que aún está sujetando en la misma postura para no tocarlo más, pensando en que cuando va al campo esto no es así, en el campo los bocadillos están cortaditos en pequeños daditos tipo canapé del tamaño de un mordisco y ellos siguen usando tenedorcitos para comerlos, ¡Nada de tocarlos con las manos!
—Y aquí no tienes. Solo me hace gracia —responde sonriendo y mirándole hacer de reojo, notando que no está comiendo.
—Bueno, tú nunca fuiste a la ópera —se defiende picándose un poco y mira a sus bolsas pensando si deben haber traído algún juego de mesa de su ajuar.
—Yo fui muchas veces a la ópera, es mi actividad favorita —se le acerca y recarga encima.
—¡Que vas a haber ido! —exclama y como no sabe qué hacer con él cuando se recarga, se quita y se levanta—. Además, no necesito sirvientes para nada, es un engorro ir a buscar las cosas yo mismo, pero puedo hacerlo perfecto —sí, va a buscar unos cubiertos para comer un bocadillo en el suelo.
—¿Pero qué haces? ¿A dónde vas? ¿Qué cosas te faltan? —protesta, más porque se ha quitado que porque se vaya a buscar quién sabe qué.
—¡Pues no voy a comer con las manos como un animal! —exclama como si fuera obvio aun con el bocadillo en la mano en la misma postura. Francis le mira... Y se muere de risa, Arthur levanta las cejas cuando se ríe.
—No puedes traer cubiertos para comer esto. Ven aquí, iba a recargarme en ti —hace un gesto para que se acerque de nuevo, haciéndole mucha gracia este asunto, como si fuera una broma.
—¿Por? —Arthur mira a Francis y al bocadillo alternadamente.
—Es un poco absurdo. Como beber agua con una cuchara —explica el sastre sonriendo divertido e insistiendo en los gestos para que se acerque de nuevo.
—¡No lo es! —discute, pensando que se está burlando un poco de él, frunciendo un poco el ceño.
—Sí, ven, te explicaré cómo se come —insiste.
—¡No necesito que me expliques como si fuera tonto! —protesta e igual se acerca de nuevo para sentarse porque ahora ya se le ha olvidado lo que iba a hacer.
—Parece que sí necesitas que te explique. Mira —abre la boca y se mete el bocadillo, lo muerde. El inglés le fulmina pero sonríe un poco—. ¿Ves? No es tan difícil.
—Bla bla bla blaa —le imita el tono y el acento, burlón.
—Exactamente, blablabla —le saca la lengua—. Ahora ven aquí que tengo frío —lo abraza recargándosele.
—No voy a calentarte yo —se deja de todos modos, un poco nervioso.
Y sí, Francis está mucho más acostumbrado al contacto humano y físico todo el rato de lo que está Arthur. Francis podía a estas alturas dormir abrazado a su madre si estaban hablando en la cama y se quedaban dormidos o antes con su papá, podía incluso dormir entre ellos en una noche fría. También había dormido con Toni más de alguna vez.
—Sí vas a calentarme —se le echa encima. El escritor le empuja con la rodilla y una mano, jugando dejando el bocadillo a un lado—. ¡Nooo! No voy a quitarme —insiste en aplastarle.
—Siiiií —trata de hacerle rodar, riendo, pero el sastre no ofrece NINGUNA resistencia. Así que Arthur acaba sobre él intentando inmobilizarle. Francis se ríe y protesta amargamente.
Se abalanza y le vuelve a dar un beso, al francés le toma por sorpresa el beso esta vez, pero se lo devuelve, sintiendo que es además más sexy aun porque está inmovilizado. Como Arthur ve que le responde bien, se atreve a hacer cosas más complicadas (y raras) sin soltarle, empotrándolo contra el suelo sujetándole de las muñecas, sentado sobre sus caderas.
Francis intenta inclinar la cabeza y llevarle un poco... Pero no deja de tener bastante de sensual que no pueda moverse... Además de la cierta fuerza bruta y bestialidad.
No entiende muy bien esos gestos, así que se separa pensando que no le gusta y parpadea desconsolado sin saber qué pasa. Los ojos azules le miran relamiéndose y sonríe.
—Hazme en el cuello —pide girando un poco la cabeza.
—¿Q-Qué? ¿Cómo? —parpadea con esa petición, mirándole el cuello largo y fino… y sin tener ni idea de qué hacer con él.
—Bésame el cuello, o lo que quieras. Lámeme —explica al verle la cara.
Arthur se sonroja con esos verbos y se acerca un poco vacilante, sin estar muy seguro de cómo... le da un besito así pequeñito nada más. El sastre sonríe con eso mirándole de reojo.
—Eres dulce —susurra. El inglés se sonroja y le hunde la cara en el cuello porque no sabe qué hacer ni cómo es que el sastre lo hace de lo perdido que está cada vez... y le da vergüenza.
—Mmmm... —se permite susurrar apretando los ojos—, oui.
El escritor parpadea un par de veces porque no hacía nada más que estar ahí escondido
—Tu cara queda perfecto a la forma de mi cuello y cuando respiras me dan escalofríos.
Respira de nuevo un poco más profundamente y mueve los parpados para acariciarle con ellos.
—Eso es suave —susurra Francis otra vez con voz un poco grave—, y dulce. Y... Y si... —le mira de reojito y entrecierra los ojos porque no había pensado en esta opción.
—¿Y si? —pregunta el escritor sin seguir su tren de pensamiento.
—Y... Si tú... ¿Y si me tomas? —propone mirándole a los ojos intensamente.
—¿Que yo... qué? —parpadea tomado por sorpresa con eso, sin esperárselo ni estar muy seguro de a qué se refiere con tomarle.
—Tú, podrías esta vez ser el que me tomaras —insiste el francés pensando que quizás eso es un poco menos atroz en la mente de Arthur y si ve que él lo disfruta, tal vez entienda que no es algo terriblemente malo para poder hacerlo también al revés.
—¿Que te tomara cómo? —pregunta sinceramente pensando en cosas como robárselo o secuestrarlo románticamente y pensando que eso es justo lo que está haciendo.
—Pues... ¿Cómo que como, Arthur? Podrías tu ser el... Activo —hace un gesto con la mano para evidenciar la idea.
—Espera, te refieres a la... es decir... —se echa para atrás incorporándose—. ¿So... so...? —no es capaz de decirlo—. ¿Eso te gusta?
—Pues... Sí. A ti también te gustará —levanta las manos y le mira acostado en el suelo aun.
—¿Qué? ¡Claro que no! —exclama escandalizado, separándosele del todo y negando con la cabeza queriendo mantenerse muy firme en este asunto.
—Yo creo que sí. Aunque deberías empezar por... Esta parte. Creo que puedes tú hacerlo esta vez —se encoge de hombros—. Iremos poco a poco.
—P-Pero... pero... —es que sigue en pánico y en la negación absoluta.
—Ven aquí otra vez y dime ¿qué te parece tan horrible? —pide tendiéndole la mano usando un tono de voz un poco más dulce para intentar calmarle.
—Pues es que tú... y mi... y yo no... Tú... ¡ni siquiera te he visto desnudo ni te he tocado ni nada! ¡Y no quiero porque no soy homosexual! —chilla apanicado.
—Sí me has visto desnudo, ¡dormimos juntos! ¡Y sí que eres homosexual con esos besos! —le acusa porque le desespera que aun esté tan atrasado en confesarse y aceptarse a sí mismo estas cosas. Arthur se sonroja con la acusación.
—Yo no soy... yo... —como verás aun no lo tiene del todo asumido, es algo complejo en especial para uno mismo, por mucho que ya te dé besos de esos y se deje llevar no se ha hecho a la idea. El curioso funcionamiento de la mente humana en la que el corazón va por un lado y la razón grita millones de cosas que a menudo son ignoradas sobre cómo podría todo esto destruirle y hasta qué punto por hacer algo que ni siquiera está seguro de que vaya a gustarle, de hecho, algo que le da bastante repelús de pensarlo.
—No es tan horrible como lo imaginas... De hecho no es horrible para nada. Tiene sus ventajas sobre las relaciones heterosexuales —sigue Francis suspirando por paciencia intentando convencerle.
—¿Ventajas? —levanta una ceja y le mira sin estar muy seguro.
—Todo es mucho más... Equilibrado. A veces pasa de una manera, otras de la opuesta. Eso entre un hombre y una mujer no se puede —explica seguro para el escándalo de Arthur que en su vida creo que haya tenido muchas conversaciones sobre sexo.
—¿Q-Quée... qué? —se lleva las manos a la cara sin poder creer que esté diciendo toda esta clase de cosas, escandalizado.
—Sí, a veces quieres penetrar y otras ser penetrado. Con una mujer no tienes esa opción —sigue explicando en una desafortunada elección de palabras que casi hacen al escritor llevarse las manos al culo.
—¡NO DIGAS ESAS COSAS! ¿¡Es que tu madre no te enseñó lo que es el pudor!? —chilla riñéndole.
—Sí que me lo enseñó, pero tú y yo, si estamos juntos, podemos hablar de esas cosas —frunce un poco el ceño.
—¡Claro que no! Estoy seguro que mi madre y mi padre nunca hablaron de semejantes cochinadas —responde frunciendo el ceño también porque todo esto parece completamente impudoroso y ni siquiera puede imaginar para qué una pareja iba a hablar de esto si no era para claramente incomodarle o porque era… sexo homosexual. Seguro las parejas de hombre y mujer… bueno, seguro la naturaleza era la que se ocupaba de que todo fluyera.
—¿Intentas convencerme de que tu padre y tu madre tienen una espléndida vida sexual? —levanta una ceja incrédulo, pensando que seguro de todos modos tarde o temprano, hasta los castos señores Kirkland debían haberse dado instrucciones el uno al otro sobre de qué manera proceder.
—¡Tienen cuatro hijos! —exclama sin poder creer que lo ponga en duda ante una evidencia semejante.
—Tres. Y eso no es indicativo de una buena vida sexual... Quizás solo lo han hecho tres veces y no sé si en serio de tu padre piensa mucho en tu madre al hacerlo —replica Francis mucho más consciente de la mecánica real de esto en la que las cosas no son como en las novelas, la gente no sabe hacerlo y en general las primeras veces, si no se habla al respecto, suelen ser bastante mediocres y puede que hasta dolorosas.
—¿¡Y en qué otra cosa iba a pensar!? —protesta Arthur pensando que esto va más en la línea de su padre teniendo una amante también.
—En sí mismo y su placer —responde Francis llanamente imaginando perfecto como debe funcionar una pareja que solo ha tenido sexo por puros deseos reproductivos y nada más.
—¿S-Su... placer? —pregunta Arthur sin seguirle ahora, sin entender que el placer no llega por iluminación divina como si esto fuera nada más axiomático. Si no que uno debe conocer su cuerpo y como la comida, saber qué le gusta y qué no para lograrlo.
—Sí, en él y no en tu madre. Llegar él al orgasmo y ya es, creo yo, el problema principal de algunos hombres. La mayoría ni siquiera creen que exista tal cosa como el orgasmo femenino —insiste Francis habiéndolo notado en muchas de sus parejas, en especial las que ya tenían otra relación. La mayoría quedaban completamente prendidas solo porque él se esforzaba por hacerlas disfrutar, no como sus bastante inexpertos y egoístas maridos.
—¡¿Pero cómo puedes estar hablando de esto así!? —se tapa la cara con las manos completamente avergonzado con tales palabras, sintiéndose un poco como cuando los chicos en el College hablaban sobre esas cosas súper vergonzosas o como cuando uno de ellos trajo un libro con ilustraciones de picardías que… él se robó.
—¿Cómo puedes pensar en no hablarlo JAMAS? ¿Cómo esperas satisfacer a alguien? —discute el francés frunciendo un poco el ceño, porque si nada más hablarlo así le da vergüenza, como no se la va a dar hacerlo.
—¿Q-Qué? Pues... —intenta abrir su mente, en realidad, porque sí ha leído algún libro sobre ello a escondidas, ¡pero hablarlo con alguien a viva voz y teniéndole enfrente es escandaloso!
—Es como querer gustarle a alguien con comida y no dejar de darle lo que a UNO le gusta de comer, aunque la otra persona lo odie. Hay que hablar y decir "esto sí, esto no... Prefiero hacer esto" —explica usando el símil que es más natural para él.
—¡No es como la comida! ¡Solo hay una forma! —chilla completamente ignorante del tema.
—¿Cómo que solo hay una forma? —el francés parpadea descolocado—. Como me saltes con que la única forma que conoces es la de la manta y el agujero...
—Pues es... ¿Qué? ¿La manta y... que? —pregunta desconsolado y sonrojadísimo sin entender nada.
—Antes, para evitar la vergüenza del sexo, había quien lo hacía únicamente con fines reproductivos... La mujer se recostaba —se acuesta en el suelo escenificándolo—. El marido le ponía encima una sábana blanca, con un agujero. La mujer se quitaba las prendas indispensables y el hombre solo... Buscaba el agujero. Sin tocarse piel con piel, sin besarse... Y mucho menos mirarse.
Arthur parpadea porque ni siquiera le habían hablado de eso.
—Ahora imagina la mierda que sería ser una de esas parejas... —explica Francis que alguna vez lo ha imaginado… y siempre le ha provocado pesadillas.
—No creo que mis padres hicieran eso —no tiene ni idea en realidad, pero hasta a él le parece frío y descorazonador, aunque tiene cierto temor de que así fuera sabiendo que su madre tuvo que buscarse un amante y su padre no parece no tener ni idea cuando le ha hablado de amor. ¿Y si era cierto? ¿Y si funcionaban así? Se muerde el labio muy preocupado con esto, la verdad es que nunca se había fijado demasiado en sus padres y había asumido que se querían quizás de una forma un poco infantil en la que presuponía que una pareja se quiere porque justo eso hacen las parejas, pero estaba claro que podían no hacerlo. Solo hacía falta ver a los Zwingli para deducirlo, pero nunca había pensado en eso de sus padres.
—Yo tampoco. Pero sí creo que tu madre se acuesta ahí y tu padre le da... Quizás hasta por la espalda —nota Francis levantando las cejas, entendiendo un poco mejor a Lady Kirkland y la necesidad con su propio padre ante esta revelación.
—¡Es de tremendo mal gusto pensar en esas cosas! —protesta porque no quiere, de verdad, no quiere seguir pensando en ello e imaginando a sus padres en algo así.
—Lo es, no lo negaré. Pero son esas cosas que tienes que pensar alguna vez, en especial si no quieres ser como tus padres —explica Francis ya instalado en el drama de la pareja sin amor que son los padres de Arthur.
—Pero... es que... ¡Y aunque lo hiciera decírtelo no es lo mismo! —insiste Arthur queriendo dejar de lado de la conversación a sus progenitores de una vez.
—¿Por qué no? Si se supone que yo soy tu pareja... —Francis inclina la cabeza sin estar seguro que esté realmente entendiendo el motivo de esto.
—Porque es... ¡Incomodo! —exclama apretando los ojos sin poder creer que no se lo parezca, definitivamente era mucho más fácil besarse que hablar de besos y eso debía ser completamente claro hasta para un francés.
—Lo es más ser infeliz en la cama —responde frunciendo el ceño con firmeza, porque es algo por lo que no está dispuesto a pasar, no. Ellos van a hablar de esto, van a conocerse el uno al otro y van a tener el mejor sexo que haya tenido nunca nadie en el mundo.
—Pero... —le mira entre los dedos.
—Poco a poco vas a ir confiando en mí... Espero. Hasta que deje de darte vergüenza —responde Francis en un tono un poco más conciliador. Arthur traga saliva y se descubre la cara. Francis le sonríe—. Se supone que si incluso vamos a HUIR juntos y hacer una vida, tenemos que confiar uno en el otro, ¿no?
—S-Sí, pero... —responde el inglés porque es que no deja de darle mucha vergüenza todo esto.
—Entonces ya llegará ese momento —sonríe y se estira un poco, habiéndose terminado su bocadillo.
El escritor traga saliva, sonrojadito y va a por su bocadillo, aun pensando en ello... sin estar del todo seguro de querer que llegue ese momento y a la vez tampoco que no lo haga. Y en que han huido juntos y eso significa que se quieren y que es abiertamente homosexual realmente.
—¿Cuál es el plan ahora? Tu chica llega mañana... ¿Cómo vamos a huir? —pregunta el sastre mirándole de reojo.
—Pues ir a buscar el tren, había pensado ir al norte —confiesa después de tragar la comida, porque sus abuelos maternos era escoceses y conoce un poco la zona de haber ido los veranos. Francis levanta las cejas porque de todas las opciones que se le habían ocurrido, ir al norte no estaba en ninguna.
—¡Al norte! Yo... Había pensado más bien en ir al continente —confiesa, porque la idea de un lugar con aun más frío y más lluvia no le hace ninguna gracia.
—¿Al continente? —arruga la nariz debido a su incipiente xenofobia.
—A France... La gente es más abierta de mente allá —alega encogiéndose de hombros. Arthur arruga más la nariz aun porque además de todos los lugares, la tierra esa de las ranas donde la gente comía asquerosidades y nadie se bañaba—. En el norte solo hay hielo.
—Así no nos molestaran —trata de defender su idea.
—Y... ¿Seremos unos ermitaños? —pregunta el francés sonriendo con ensoñación.
—Pues... tal vez un poco —responde asintiendo porque la idea no le desagrada del todo, aunque esté acostumbrado a tener un millón de sirvientes a su alrededor, no le gusta demasiado la gente.
—Pero los ermitaños... Pero... ¿Cómo vamos a ser unos ermitaños? —le mira—. Los ermitaños no van a la ópera ni cosen trajes de teatro, ni siquiera necesitan ropa bonita.
—Bueno... tal vez... ¿De qué vamos a trabajar? —pregunta frunciendo un poco el ceño y pensando en el dinero por primera vez.
—Pues yo... De sastre —le mira porque en realidad no es que sepa hacer muchas más cosas—. Podría hacerlo de cocinero, ya le he ayudado muchas veces a Toni, pero... Es cansado.
—Podríamos abrir una sastrería y yo escribiría —sueña en voz alta.
—Podrías hacer como mi ayudante de sastre para evitar sospechas —sonríe un poco añadiéndose a la idea.
—¡Sí! Yo sé bordar, mi madre me enseñó. ¡Mira! —se levanta a buscar algo bordado por él en sus bolsas.
Francis parpadea completamente incrédulo y ha de decir que un poco divertido con ello porque bordar es una actividad bastante... De chicas. Una de esas cosas que le encantaría hacer sobre un traje de novia, pero que es el tipo de cosas que solo hacen... Las costureras de ropa de mujer.
Tras rebuscar un poco encuentra un pañuelo con un unicornio... y sonríe mostrándoselo, bastante orgulloso. El francés parpadea de nuevo y extiende la mano para que se lo dé, levantando las cejas y preguntándose sinceramente como este hombre no se había planteado ser homosexual antes.
—¿A que es bonito? Es un unicornio, se llama Morning Star —explica muy feliz e inocente al respecto de si esta es o no una actividad masculina propia de alguien como él.
—¿De verdad... Bordaste tu esto? —pregunta notando que, en realidad, el bordado SÍ está bien hecho y perfectamente limpio, por delante y por detrás—. Es... Un unicornio. ¿Tiene hasta nombre?
—Sí, es de un cuento que me contaba mi madre de pequeño. Mis hermanos se burlan de mí, pero porque a ellos no les sale tan bonito. Mira, esto es cabello de mi madre —se lo señala.
Francis pasa el dedo por encima del bordado y sonríe, pensando que de verdad es bonito... Aunque sea un unicornio, que es algo bastante extraño para bordar. Extiende la mano y le acaricia la mejilla con suavidad acercándose a él.
—Estás lleno de sorpresas, Monsieur Kirkland. Quizás puedas bordar en mi sastrería... Y yo ayudarte a escribir.
Arthur sonríe porque no se burla de él y se sonroja un poco.
—¿Ayudarme a escribir?
—¿No? Quizás pueda... —se lo piensa un poco—, darte ideas.
El escritor se sonroja porque ideas ya le está dando un montón. El sastre le sonríe notando el sonrojo.
—Quizás pudieras escribir literatura erótica. Nos haríamos millonarios —propone medio en broma… pero más en serio de lo que Arthur quisiera.
—¿Q-Qué? —se gira a mirarle parpadeando con eso, desde luego sin esperarse que haya deducido con tanta claridad que ideas es las que le da, se sonroja sin querer ni asentir ni negarse, apresado en la culpabilidad.
—Novelas eróticas. ¿Sabes cuantas mujeres, incluso de las tuyas de alta sociedad no pagarían muchísimo por leer novelas así? Más aún si fueran disfrazadas de novelitas bonitas —se lo imagina perfecto, especialmente si se tratara de algo prohibido como dos chicos homosexuales y tratado con amor y delicadeza.
—¡Pero... no! No pasarían la censura —responde pensando en cosas muchísimo menos complicadas por ahora.
—Esa es justo la idea, EVITAR la censura —le sonríe ilusionado.
—Para eso habría que... tendríamos que hacer nosotros mismos todo el proceso de edición, impresión y distribución —responde pensando en ello, con el ceño fruncido porque ese si es un mundo que conoce y le llama la atención, sabiendo bien lo difícil que sería.
—O conseguir a alguien que nos ayudara... Como maman... Y Toni con su niña —Arthur, sácalo de su fantasía... Vive de ellas.
—Pero ellos no estarán si nos vamos de Londres —responde porque no ve cómo podrían ayudarles, acaso Francis espera que Arthur mande sus originales a Londres para editarse en Inglaterra donde podrían llegar a manos de… quien sabe si su madre, hermanos o colegas del College… Piensa en su profesor de literatura y como es que devora cualquier libro que sea editado en la isla con avidez y palidece un poco con la idea de que él pudiera leer una historia suya que además fuera erótico opio para las masas.
—Pueden venir cuando ya estemos instalados —verás, es que el sastre, aunque no sea un caballero de alta sociedad como tú, está acostumbrado, MUY acostumbrado a esto de estar rodeado de un montón de gente.
—¡No tiene sentido que vengan sí estamos huyendo! —replica saliendo de sus pensamientos sobre sus supuestos lectores.
—¡Pero no huimos de ellos! —discute Francis porque aún no se acaba de hacer a la idea de dejarles atrás en su vida.
—¡Huimos de todos! —sentencia Arthur que se siente un poco expuesto solo con la idea de los potenciales lectores de su libro imaginario.
—Huimos de quienes nos traten mal por ser lo que somos y... De tu futura esposa —niega el francés muy convencido de este punto concreto.
Arthur gira la cara porque... él no va a ver de nuevo a su familia, pero Francis... ¿sí? ¿Y si a los amigos del francés él no les gusta o no lo aceptan? Estará completamente solo y a merced de que lo acusen con su familia.
—Quoi? —inclina la cabeza para mirarle, preocupado al ver la extraña reacción.
—Es que... no quiero que lo sepan todos, esto es huir los dos solos —insiste preocupado con la gente, como siempre. Francis se humedece los labios porque... Es que su mamaaaaá... Pero a la vez sí que la idea de irse y huir de todo con un chico que le ama es demasiado romántica.
—Entonces huyamos los dos solos —sonríe. El inglés sonríe también con ello calmándose un poco.
—De todos modos, tendremos la sastrería y haremos amigos nuevos entre las gentes ricas a quienes les harás trajes como al coronel —intenta consolarle. Francis asiente sonriendo un poco más y alargando la mano para acariciarle el pelo de la nuca—. Iremos a los eventos sociales y... ¿Sabes bailar?
—En realidad, solo me preocupa maman... Que está sola y si no le dan lo de la herencia no tendrá dinero para... nada —explica y sale de sus pensamientos angustiosos con esa pregunta—. Oui! Sí que sé bailar, muy bien. Papá me enseñó.
—¡A ver como lo haces! —se pone de pie. Francis se pone de pie también de un salto—. Si lo haces bien podré llevarte a bailes para que conozcas gente —le tiende las manos, él sonríe mucho porque sabe en realidad que sí lo hace bien—. Vamos a ver, solo... Necesitamos música.
—Música —se detiene, porque de eso no hay.
—¿Sabes cantar? —pregunta mirándole porque ha traído su violín que como miembro de la alta nobleza entra dentro de los talentos requeridos a dominar, aunque nunca le ha gustado especialmente y además si se pone a tocar, no podrá bailar.
—Sí, pero no la música de los bailes —responde un poco apenado, porque sí tenía ganas de bailar con el escritor.
—Pues vamos a tener que hacer un poco la tonada —decide de todos modos porque esto solo es una prueba para ellos dos, no es como que sea un baile de verdad.
—Yo la hago —le toma las manos como él sabe, es decir, siendo el chico sin darse cuenta. Francis se deja ser la chica esta vez.
Así que un poco tenso, empieza a tararear y a hacerle moverse como es debido, sintiéndole muy cerca. Se le acelera el corazón. No ha bailado jamás con un latino antes; se da cuenta de que Francis tiene un muy buen ritmo, en especial en la cadera, siguiendo sus movimientos con mucha facilidad como si llevaran bailando juntos toda la vida.
Se vuelve torpe y nervioso porque está cerca y siente todo esto mucho más sensual de lo que debería, se pierde en sus tarareos y tiene que hacerle parar. Convencido que hay algo mal en todo esto, pero sin saber qué.
