—¿Qué? ¿Por qué paras? —pregunta Francis parpadeando y deteniéndose también. Le mira a los ojos sin entender.

—Estás... algo no... ehm... —vacila Arthur porque en realidad no está muy seguro del problema.

—¿No te parece que lo hago bien? —pregunta levantando las cejas.

—No... No estoy seguro, es que te pegas mucho y... —trata de separarse pero es que no puede decir que sus movimientos no son gráciles y armónicos.

—No me pego mucho, así se baila —protesta el sastre.

—¡No! No en los bailes de sociedad —se excusa como puede, tampoco es que haya bailado en muchas ocasiones, nunca ha sido lo que más le ha llamado la atención y a menudo ha sido lo bastante mañoso para escapar de casi todas sus clases de baile.

—Bueno, los bailes de sociedad... Deben ser sin tocarse en lo absoluto —responde el francés poniendo los ojos en blanco.

—Por eso —carraspea intentando aparentar seguridad y un profundo conocimiento del asunto.

—Que aburrido. Puedo bailar así también —responde él desinteresado ahora en la actividad.

—¡No es aburrido! Es grácil y hermoso... todos moviéndose igual y al mismo tiempo... ¡Mira lo que me haces hacer! ¡Estoy alabando cosas de la burguesía por tu culpa! —protesta con cierta sonrisa sarcástica.

—Eres un burguesito muy mono, en realidad —se ríe echando la cabeza atrás. Arthur se ríe también un poco pensando que es guapoooo.

—No lo soy, a partir de ahora soy un proscrito. Un hombre libre. ¡Un pirata! —es inevitable.

—Anda, un pirata —sonríe levantando las cejas con esa idea, abrazándole repentinamente de la cintura.

—¿Qué? ¿No te gustan los piratas? —pregunta incrédulo, casi parece que si es una respuesta negativa vaya a decirle "¡Lo nuestro se ha acabado aquí y ahora!"

—Los piratas dan miedo, ¿no? —pregunta apretándole contra sí.

—Seh! —sonríe porque en parte por eso es que le gustan—. Sobre todo a los hombres débiles como tú —le toca la nariz.

—Yo no soy un hombre débil—frunce el ceño.

—Ah, ¿no? —pregunta divertido sin notar rara ahora la cercanía.

—Pues no, soy un hombre y ya, ¿de dónde sacas que soy débil? —sigue protestando incrédulo, porque a pesar de saberse fino y grácil nunca se ha considerado débil.

—Pareces débil, aunque seas hombre —valora inclinando la cabeza y mesándose un poco la barbilla.

—¿Débil de qué? ¿De pelearme a golpes y esas cosas? —ojos en blanco.

—Sí —asiente.

—No soy débil... Solo no me gustan esas cosas —le quita importancia, más tranquilo ahora de que el tema vaya por ahí puesto que al fin y al cabo tampoco le interesa ser fuerte de ese modo.

—A nadie le gustan. Pero seguro podría vencerte con una espada. Hice esgrima en el college —asegura el escritor cada vez más confiado, porque no era algo que se le diera mal.

—Yo... Buff —se ríe un poco atrapado porque la verdad es que esas cosas... aunque piensa que el esgrima es sexy—. Yo jugaba al futbol.

—¡Ja! Claro, como todos —replica poniendo los ojos en blanco, porque cree que nunca en su vida ha conocido un solo hombre que nunca haya jugado al futbol, es la esencia del género masculino.

—No lo hacía tan mal, era el portero. Luego dejé de hacerlo... Seguro podría ganarte igual, se mover bien la aguja —responde el francés igual de desinteresado en esto también porque tampoco era su actividad favorita, ni a los once años.

—No podrías. ¡Portero! ¡Ja! A mí me gusta jugar de centro. Y también hacía Rugby —explica recordando los días de escuela, bajo la lluvia, muertos de frío, de hambre y cansancio, corriendo por el barro tan guarros que apenas si podías saber quien llevaba qué camiseta, pero todos sabían perfecto quienes estaban en su equipo. Se recuerda golpeando de forma sucia, escupiendo, dando patadas y echando barro en los ojos de los contrarios para ganar con métodos no muy deportivos. En definitiva se recuerda pasándolo bien.

—UGH, rugby sí que no. Acaban todos enlodados —cara de asco, Arthur se ríe.

—¿Quién parece el burguesito ahora? —se burla de él de todos modos.

—¿Yo? ¡Ja! ¡Ya quisiera! Solo no me gusta el lodo en mi ropa —explica como si fuera lo más normal del mundo, sabiendo que estaría demasiado preocupado de eso para que el rugby se le diera realmente bien, así que nunca se había siquiera planteado intentarlo.

—Claro, claro, claro —se burla más sonriendo, porque es muy divertido como lo dice.

—¡No me gusta! Que tú aparentemente seas un guarro, por más caballero que seas, es otro asunto —se devuelve sacándole la lengua.

—¡No soy un guarro! —exclama falsamente ofendido con eso.

—¡Pues te gusta revolcarte en el lodo! —le acusa sonriendo ahora él.

—¡Me gusta jugar! No revolcarme —protesta un poco más en serio.

—Revolcarte con otros hombres —replica levantando las cejas un par de veces con claras intenciones de una lectura distinta de este asunto.

—¡Hacer deporte! ¡Eso no me gusta! —protesta por el doble sentido. Francis se ríe.

—¿Nunca te gustó alguno de tus compañeros? —pregunta el sastre cayendo en la cuenta de esa posibilidad, imaginando un pervertido y secreto romance escolar… sinceramente, imaginándose a sí mismo y al escritor, con diecisiete años, ambos en uno de esos elegantes uniformes ingleses de colegial adinerado, besándose en los pasillos vacíos de un gran edificio gótico con paredes de piedra de las que cuelgan tapices. A si mismo con la excitación propia de que alguien pudiera sorprenderles en algo prohibido como eso y a Arthur además con esa turbación propia suya que ya le había conseguido sacar en más de una ocasión.

—¡Claro que no! —protesta el escritor sacándole de su burbuja.

—¿Ni secretamente? —intenta de nuevo, sonriendo de lado, porque ese podría ser el problema.

—¡No! —exclama sin sonrojarse esta vez, sinceramente. Aunque sí recuerda en alguna ocasión haber oído rumores sobre algunos de sus compañeros o chicos que no conocía de otros cursos, pero siempre eran muchachos raritos a los que nadie se acercaba ni tenían amigos.

—¿No te gustaba nadie? —pregunta levantando las cejas sin poder hacerse a la idea, porque casi suena a ciencia ficción.

—No, nadie —de hecho, ni siquiera las chicas... En realidad, se pasó la mayor parte de su escolarización escondido en algún lado leyendo. Seguramente sus compañeros decían de él lo mismo que lo que él oía a veces de otros chicos raritos… quizás incluso eran indirectas, cae en la cuenta pensando en una vez que alguien le robó uno de sus libros y cuando se lo devolvieron lo habían destrozado escribiéndole toda esa clase de insultos en todas las hojas, aunque nunca les había prestado mucha atención ni dado importancia al hecho en sí más allá del cabreo porque le destrozaran un libro. Los sospechosos autores de eso habían recibido más de una patada en los dientes por eso en el rugby.

—¿Y en quién pensabas? —insiste aún más extrañado, porque a él se le despertó la necesidad sexual muy pronto y no puede entender cómo es posible que a Arthur no le hubiera pasado nunca.

—¿Qué? —pregunta él sin entender demasiado bien, "¿pensar en quién para qué?" se pregunta a sí mismo.

—En alguien debías pensar a veces en tus historias o en tus fantasías —explica por poner un ejemplo.

—Pues en... chicas bonitas, qué sé yo —protesta un poco porque nunca pensó que el quién en esos casos fuera tan importante, eran personajes inventados, hadas unicornios… seres amables que no le echaban toda la ropa al patio en mitad de la tormenta, ni lo acechaban a las puertas de la biblioteca para insultarle cuando salía.

Francis le sonríe un poco pensando que es monísimo tan reprimido y perdido en general.

—¿Dónde vamos a dormir? ¿Aquí románticamente frente al fuego? —decide mejor cambiar de tema, mirando la manta.

—¿Románticamente? Es que aún no hay camas —se excusa un poco mirándola también, realmente le parece que el problema es la falta de comodidad.

—Es romántico dormir frente al fuego, ¿no? —sonríe porque en realidad no ha pensado ni por un segundo en los problemas de comodidad. No que su cama fuera incómoda, pero alguna vez yendo fuera con su padre, de excursión en verano, le había tocado dormir en el suelo, ya estaba más acostumbrado.

—Ah... un poco, tal vez —se sonroja y mira el fuego.

—¿No sale eso en alguna de tus novelas románticas? ¿O alguna historia? "Los dos hicieron el amor frente al fuego..." —empieza a recitar como si leyera de una novela inventada, incluso cerrando los ojos y moviendo un poco los brazos teatralmente.

—¡No escribo esa clase de cosas! —chilla Arthur con eso, sonrojándose ahora sí.

—Escríbeme algo así... Invéntame una historia así —pide inclinando la cabeza.

—¿S-Sobre una... pareja haciendo el a-a... eso, frente el fuego? —levanta las cejas porque NUNCA en su vida ha escrito sobre el acto sexual, en realidad no es que tenga tampoco mucha idea de cómo funciona pero parece la cosa más prohibida, pervertida y estúpidamente erótica que se le podría haber ocurrido al francés ahora mismo.

—Sobre nosotros. Ven, vamos a sentarnos aquí abrazados—tira de él dejándose caer sobre la manta.

—Pero... —se deja tirar de todos modos.

—¿Pero queeeé? —vuelve a abrazarle.

—¿No te parece bastante interesante la historia que estamos viviendo? Tal vez podríamos conseguir un barco e ir a navegar una temporada. Siempre he querido conocer el mundo... ¿Qué conoces tú? —se acurruca sonando un poco más infantil que todo eso en lo que piensa el sastre.

—¿Del mundo? —se ríe—. Conozco París, Lille y Calais... Y un poco más de esta islilla.

—¿Y no quisieras conocerlo? Siempre he leído historias sobre el misterioso medio oriente y el Mediterráneo... y sobre las aventuras de los conquistadores en las américas y toda la china y sus extrañas costumbres o las islas de la polinesia. ¡Y sobre las expediciones de la selva africana! —explica recordando sus libros y sus aventuras maravillosas vividas en ellos desde un confortable butacón a cubierto y junto al fuego… pero esto es alimentar al soñador con ideas GRANDES.

—Sí, ¡sí que quiero conocer el mundo! —exclama Francis y le sonríe de lado a lado.

—Yo también. Tal vez deberíamos vender todo esto y con el dinero de mi padre comprar un barco pequeño —propone Arthur mirando todas sus cosas, pensando más bien en la ropa y enseres, no en sus libros, por supuesto.

—¿Vender todo y comprar un barco? Eso... —se muerde el labio y piensa que él trae un poco de dinero y sí podría vender el reloj de su padre y algunas de las cosas que ha traído...

—No mis libros, pero tengo cosas de valor que podrían servir. Seguro nos alcanzara, quiero algo pequeño que podamos llevar entre los dos. ¿Tú sabes navegar? —pregunta ya bastante instalado en esta idea maravillosa sobre un excitante y prometedor futuro marítimo.

—Sé subirme a un barco... Y marearme un poco —responde. Arthur le mira unos instantes y luego se ríe. Francis parpadea y sonríe también aunque no está seguro de por qué se ríe...

—Bien, mañana iremos al puerto —asiente tan convencido de todos modos.

—¿Y... Si chocamos y el barco se hunde? Nos quedaremos sin nada —pregunta el francés temeroso de repente con esta idea que se le ha ocurrido.

—No lo haremos, yo sí sé navegar. Te enseñaré —asegura el inglés, confiado, sin querer pensar en esa posibilidad ni en ninguna otra que merme su esperanza.

—¿Cómo aprendiste a navegar? —es que le parece inaudito.

—¡Mi hermano mayor está en el cuerpo de marina! En verano vamos a veces a pescar en los lagos del norte, donde vivían mis abuelos —explica recordando los veranos con sus hermanos y su padre entre las montañas verdes de Escocia y los lagos de agua cristalina, que está tan fría incluso en agosto, que alguna vez ha creído que podría haber muerto congelado.

—Pobres... Lo pasan tan mal —se burla el sastre sarcásticamente.

—No es tan divertido como suena estar a sus órdenes en todo —responde pensando en su padre gritándoles cosas que hacer para que no anduvieran jugando a acabar todos en el agua… y aun así sus hermanos siempre conseguían remojarse aun completamente vestidos.

—Pero sabes navegar... ¿Crees que quieran venderte un barco? —pregunta porque nunca ha pensado siquiera en la idea de tener un barco, no sabe ni cómo es que funciona este asunto.

—Si pagamos bastante... —se encoge de hombros, porque tampoco ve el problema—. Seguro, todo se puede comprar. Si se tiene suficiente dinero.

—¿Sabes que quisiera hacer yo? —pregunta Francis—. Ir a Roma.

—¿A Roma? —levanta las cejas, porque se estaba imaginando un barco de recreo como el de su padre, sin estar del todo seguro que consiguieran cruzar el canal de la mancha hasta el continente, pero entusiasmado por la idea con insensato optimismo podía planteárselo. Lo que sí sabía seguro es que sería imposible bordear España y cruzar el Mediterráneo hasta Italia en un pequeño catamarán para dos…

—Papá siempre quiso ir a Roma con nosotros —explica Francis soñador también, recordando a su padre contarle historias sobre el gran imperio romano y los emperadores antiguos, una de sus áreas de estudio favoritas a pesar de ser un hombre humilde. Hablándole de los grandes monumentos y como un día les llevaría a él y a su madre a ver el coliseo, desde el que subirían a la más alta punta para ver la puesta de sol.

—¡Pues iremos! —decide Arthur emborrachándose de sueños y de la expresión de Francis, que le sonríe ilusionado y él le sonríe de vuelta.

—¿Entonces de verdad no vas a casarte? —vuelve a preguntar, porque aún no acaba de creerlo.

—Pues... no —responde ahora descolocado pensando que eso ya había quedado claro, qué si no es lo que hace aquí.

—¿De verdad vas a ser mi chico y vas a dejarlo todo? —sonríe—. ¿No voy a ser el amante secreto? Eso es muy romántico.

—Y-Yo... —traga saliva y se sonroja

—Tú eres muy muy romántico —se le acerca para abrazarle y volver a hacer tumbarse en el suelo.

—No... No tanto. Ni siquiera me gustas...—gira la cara pero se deja abrazar.

—Ah ¿no? ¿Ni un poquito? —se recuesta un poco en el piso de madera que rechina levemente con su peso. Tira de el para que se le recueste junto.

—¡No! —pero se recuesta.

—A mí sí me gustas, Monsieur Kirkland... Tanto como para dejar atrás todas mis nuevas oportunidades —le susurra al oído.

—Ehm... bueno... —vacila él de nuevo visiblemente nervioso.

—Y para ir a viajar en barco contigo todo el tiempo —se le encarama un poco y le mira como siempre de muy cerca.

Arthur se sonroja más y gira la cara... sonriendo un poquito, porque le gusta y le gusta que esté emocionado. Francis le hace un cariñito con la nariz en la mejilla.

—Hablé con mi madre —comenta Francis de repente poniéndose un poco más serio, girándose, apoyado sobre un costado.

—¿De qué? —pregunta mirándole y saliendo de sus pensamientos.

—De tu madre y mi padre —responde bajando un instante la mirada, tomando un pellizco de la ropa de Arthur, tocándola y jugando con ella.

—¿Y qué dijo? —pregunta girándose cara a él también, sin impedirle el movimiento.

—Lo sabía —explica mirándole con cara de circunstancias.

—¿De verdad? ¿y qué dijo? —pregunta levantando las cejas incrédulo y tomándole la mano sin pensar.

—Cosas... Que no quería que juzgara mal a papa —responde desviando la mirada, pero apretándole la mano, como si hubiera mucho más que ello en eso, costándole hablar de este tema y aun así buscando la compresión y empatía de la que parecía ser la única persona del mundo en su misma situación y que realmente podía entenderle.

—¿Aja? —le insta a seguir, prestándole toda su atención inclinando un poco la cabeza.

—En general... Creo que papa quería también a tu Maman —murmura no muy feliz aun con ello.

—Eso... está bien. Mi padre es un desastre... —responde él sin saber en realidad muy bien que decirle, pero alegrándose por su madre.

—¿Por? —Francis vuelve a mirarle.

—Yo he hablado con él... y es lo que imaginaba —susurra apartando la cara, con la boca pequeña.

—¿Qué? ¿Qué te ha dicho? —pregunta pensando que tal vez eso puede hacerle el trago un poco menos amargo a él.

—Pues que... la quiere, pero que no está enamorado, de hecho dice que no es posible enamorarse, son cosas de libros de fantasía... y me he enfadado con él —resume. Francis parpadea y le mira levantando las cejas.

—Tu padre me da mucha pena. De verdad. Puedo entender que no esté enamorado pero... ¿Qué tan triste debe ser ni siquiera reconocer al amor como una opción? —pregunta en realidad un poco más apenado con ello, pero olvidando un poco el propio drama de su madre.

—Sí la quiere, lo que dice que no existe es el enamoramiento —replica frunciendo el ceño, defendiéndole.

—¿Pues no te parece triste no reconocer el enamoramiento? —se encoge de hombros.

—Bueno... un poco, pero no es tan así, mis hermanos son igual y no por eso tienen una... mala vida —se aferra un poco a esa idea porque sí le parece terrible, pero se trata de su familia y no quiere aceptar que realmente TODOS sus familiares sean desdichados.

—¡¿Tampoco están enamorados de sus esposas!? Pero... Eso es horrible —lo dice el hombre que vive de amor.

—Todos sus matrimonios fueron concertados, como el mío —explica Arthur como si eso lo resolviera todo.

—¿Pero no han funcionado? ¿No se enamoraron nunca? Podrían... Pero... ¿Y qué hacen con sus esposas? —pregunta Francis prácticamente escandalizado.

—Yo que sé, nada —le mira un poco desconsolado porque hasta ahora todo eso tampoco había sido un problema ni algo que a él le preocupara, pero si Francis estaba tan preocupado tal vez era realmente algo dramático y horrible.

—Qué vida tan aburrida —se ríe un poco el francés rompiendo el tren de pensamiento del escritor.

—Scott se embarca por meses, Patrick se refugia en la iglesia y Wallace es algo como adicto al trabajo —explica enumerando con los dedos.

—Y ninguno es realmente feliz —niega con la cabeza sonriendo tristemente por ellos.

—Bueno... no lo sé —se plantea realmente por primera vez en su vida.

—Espero que lo sean, aunque sea con sus barcos —desea sinceramente, sonriéndole un poco a Arthur.

—Me da igual, en realidad —decide porque es un poco desesperante y preocupante, pero bueno, sabe que él no va a correr esa suerte, no ahora que se ha escapado. Se encoge de hombros y se acurruca para tumbarse.

—Espero que tú seas feliz con esto también —le sonríe acurrucándole un poco contra sí haciendo que se tumbe sobre él ahora

—Pues para eso huimos —se tumba como pide y siente el suelo frío—. Espera quizás tenga mi colcha y podamos tumbarnos en ella —se levanta.

Francis se queda acostado en el suelo recargado en su brazo mirándole hacer. Arthur busca de nuevo desordenándolo bastante todo.

—Preferiría que buscaras sin pantalones —comenta Francis con una sonrisilla sin perder oportunidad igual de mirarle el culo y las piernas, lo que dejan intuir los holgados pantalones del pijama.

—¿Qué? —se detiene y le mira por encima del hombro. El francés sonríe mucho.

—Como hace un rato, con el culo al aire —explica con un gesto de la mano.

—¡No! —manos al culo.

—¿Por? —sonríe divertido porque le parece mono ese movimiento.

—¡Me quieres mirar el culo! —le acusa dejando de buscar y dándose la vuelta del todo.

—Pues claro. De hecho no solo quiero mirarlo —vuelve hacer el movimiento de cejas propio de sus palabras.

—¡Deja de decir esas cosas! —se sonroja y da un paso atrás apretando los ojos.

—¿Qué cosas? ¿Qué quiero tocarte? —insiste y se toca un colmillo con la lengua sintiéndose de nuevo como un depredador frente a su asustadiza presa.

—¡S-SÍ! —responde Arthur nervioso con los ojos apretados y las manos en el culo.

—¿Por qué? Te da vergüenza saber que quiero tocarte y... —empieza, dispuesto a describir todo lo que piensa, pero Arthur se gira y le tira la colcha a la cabeza—. Ehhh! —protesta muerto de risa saliendo de debajo.

Saca algunas mantas y un cojín mientras el sastre extiende la cobija en el suelo de manera que les sirva de colchón y les tape a ambos... Si se ponen muy muy juntos.

—Ven aquí... Junto a mí —da unos golpecitos a su lado.

Arthur traga saliva y se abraza al cojín y las mantas, sonrojándose. Francis le sonríe ampliamente cerrándole un ojo.

—Solo ven, vamos a dormir —insiste en el tono menos inocente de la historia de las propuestas inocentes.

—Ya... ya lo sé —pasito pequeñito hacia él, no muy seguro.

—Tengo que confesarte algo —sonríe más y se saca la camisa del pantalón.

—¿El qué? —prefiere centrarse en el cambio de tema y dejar las mantas y cojín en el suelo como si lo anterior no acabara de pasar, sin mirarle.

—Es sobre la manera de dormir —se estira un poco.

—¿Eh? —ahora sí le mira.

—Veras, es que esta el asunto de la comodidad... —explica empezando a desabrocharse lentamente.

—¿La comodidad? —pregunta sin estar seguro de a qué se refiere, acomodando el cojín y las mantas, arrodillado sobre la colcha a su lado.

—Sí, la comodidad. Dormir con ropa es incómodo —le mira de forma significativa para que note como es que está desvistiéndose.

—¿Q-Qué? —Arthur se detiene de todo lo que está haciendo para mirarle.

—Dormir con ropa. ¿Cómo duermes tú? —repite lentamente.

—¡Pues con un pijama! —exclama mostrándole sus pantalones de cuadros.

—Ah... sí, eso es justo el asunto —de todos modos mira los pantalones poco convencido con ellos.

—¡Usa tú un pijama también, te puedo prestar uno! —exige apretando los ojos e imaginándose como podría ser esto si acaso realmente duerme con él desnudo.

—Supongo que puedo dormir en interiores —apunta sin quitarse la camiseta pero sí la camisa.

Los ojos verdes le miran y se sonrooooja de nuevo. Los azules le miran de reojo y sonríe.

—Hay otro problema... —sigue el francés y se humedece los labios.

—Eh... ¿Eh? —sale de sus pensamientos o más bien de su embobamiento.

—Que en realidad es el mismo problema... Si uno lo mira con atención —explica abriéndose el pantalón.

Al escritor se le van los ojos a lo que hace con las manos con más curiosidad de lo que admitirá nunca. Ve pelitos los pelitos rubios sobre su piel blanca iluminados por el fuego. Se baja un poco el pantalón.

Arthur levanta las cejas comiéndoselo con los ojos. Francis se baja un poco más el pantalón y es evidente lo que hay debajo o lo que no hay.

El inglés se queda paralizado un segundo y automáticamente después se lleva las manos a la cara tapándose los ojos y dándole la espalda, gritando alguna invocación divina como respuesta.

El francés entonces se saca del todo los pantalones, con el miembro un poco menos relajando de lo que sería cómodo para todos.

—¡Pero tápese, por dios! ¡Es que no tiene ni un mínimo de pudor o decencia! —chilla, volviendo además al tono distante para conseguirse un poco de espacio.

—Ya he dicho que... Sería un problema —puntualiza.

—¡¿Cómo es posible!? ¡Es usted sastre, virgen del cielo!¿Por qué no tiene ropa interior? —sigue dándole la espalda con las manos en la cara.

—Es incómoda. Y deja de hablarme de usted —le pone una mano en la pantorrilla y se medio cubre con la cobija—. Ya está resuelto.

—¡No lo está! ¡PONGASE UNO DE LOS MIOS! —chilla al mirarle de reojo un instante entre los dedos y volver a darle la espalda.

—Pero es incómodo... Ven acá, no tienes que ver nada —se mira a si mismo comprobando que efectivamente todo queda en el ajustado grado de sugerencia.

—¡Es incómodo para mí que no los lleves! —sigue gritando sin moverse.

—¿Por qué va a ser incómodo para TI? ¿Qué estás imaginando que voy a hacer? No tienes que ver ni que tocar nada... Si no quieres —sigue en un tono evidentemente sensual.

—¡Por qué SÉ que no los llevas! —explica desesperado casi sin saber ni lo que dice.

—Yo también SÉ que debajo de tus interiores está tu pene —responde con la obvia lógica aplastante.

—¡NO! —manos ahí directas sintiéndose desnudo aun llevando los pantalones.

—¿No? —levanta las cejas.

—¡No! —grita todavía irracionalmente por culpa de los nervios.

—¿Y qué es lo que tienes? —pregunta sugerentemente poniéndole una mano en el muslo.

—Yo... ¡No hables de eso! —chilla y se cae de culo apartándose de él pero volviendo a abrir los ojos y a mirarle, rojo como un tomate.

—¿Por qué no? ¿Ahora no puedo decir que tienes partes íntimas? —insiste como si eso fuera tan absurdo como que le prohibiera decir que el cielo es azul y en realidad no hubiera ninguna intención oculta detrás de semejantes comentarios.

—¡No puedes hablar de ellas! —chilla igualmente apretándoselas.

—¿Por qué? —inclina la cabeza y vuelve a tocarle, el tobillo esta vez.

—Porque no es... es... no... —responde nervioso lloriqueando un poco sin encontrar realmente un motivo para negarle esto.

—De hecho pretendo hacer más con ellas que solo hablar de ellas —le sonríe, él se las aprieta y da otro pasito—. Vengaaa, será si quieres y cuando quieras.

Arthur traga saliva y se hace bolita dándole la espalda con los ojos cerrados. Francis le acaricia un poquito con suavidad.

—No me molestes —susurra como respuesta apretando más la bolita.

—No te estoy molestando —discute sin dejar de acariciarle la espalda, acercándosele más.

—Sí lo haces—protesta sin hacer nada para detenerle de todos modos.

—¿Pero cómo? Solo te estoy acariciando la espalda —se defiende y le abraza un poco incluso.

—¡Con lo que dices! —exclama en protesta temblando un poquito.

—¡No estoy diciendo nada que no sea cierto! —vuelve a defenderse y suspira un poco derrotado.

—¡Pero es incómodo! —responde soltándose un poco con el suspiro y hasta girando un poco la cabeza para mirarle por encima del hombro.

—No es tan incómodo. Puede que lo sea al principio... Y después cuando ya sepas a que me refiero cuando digo que voy a hacerte una cosa o la otra —sonríe un poco y le pasa el dedo por la columna vertebral.

—Entonces será peor —aprieta su bolita con un escalofrío.

—Entonces será incomodo pero... Habrás disfrutado mucho las cosas que ahora digo que te voy a hacer, pero no te hago. ¿Quieres probar una cosa? —propone mientras sigue resiguiéndole la columna arriba y abajo con el dedo, pendiente de ello.

—¡No! —pero no se mueve y le mira un poco de reojo.

—Es algo que quizás se te haga raro pero va a gustarte —le mira a los ojos sin detener su mano.

—¿Q-Qué es? —se gira un poco de costado, con curiosidad.

—Algo que no sé si las señoras de alta sociedad sepan hacer... O admitan que saben. Pero es algo muy bonito que va a gustarte mucho —asegura con la mano en su hombro, mirándole a los ojos.

—Mmm... —se mantiene un poco receloso el inglés, haciendo un ademán de darle la espalda de nuevo.

—De verdad va a gustarte. Es más, me pongo interiores para dormir si me dejas hacerlo —negocia deteniéndole del hombro para que no se gire.

—¿Pero qué es? —pregunta un poco menos histérico, mirándole tumbado con la espalda contra el suelo.

—Si te digo que es vas a escandalizarte. Si no me dejas siquiera HABLAR de tu pene —se encoge de hombros y le acaricia el brazo esta vez.

—Pues menos vas a HACER sin decirme —responde muy en serio sin impedirle las caricias.

—¿Prometes no morir de la vergüenza? —le sonríe un poquito.

—Yo... —se empieza a morir de la vergüenza desde ya.

—Quiero darte un... Beso ahí —le señala la zona desviando la mirada.

—¿Queeeeé? —se vuelve a hacer bolita hacia el costado y se muere de la vergüenza imaginando nada más un besito con los labios como el que podría darle en la mejilla… pero en la punta de salva sea la parte, cuando esta ya está excitada además y la idea no le desagrada todo lo que quisiera, muy al contrario.

—No es tan terrible como suena, de verdad... Solo es una cosa que se siente bonito — Francis se le echa un poco encima.

—Pero... ¡No! ¡¿Cómo vas a...?! ¡Nooo! Eso es... —le parece increíblemente vergonzoso, esa es la raíz de todos los males, porque no tiene ninguna cosa que argumentar contra eso.

—Shhh... No lo digas ni lo pienses demasiado, solo ponte boca arriba y déjame hacer —pide volviendo a ponerle la mano en el antebrazo y empujando un poco con suavidad para que se tienda cara arriba.

—Que... —SUPER incómodo, no se mueve demasiado.

—Boca arriba, venga. Puedes taparte la cara si quieres... —le sonríe y se acerca a darle un besito en los labios.

—Pe... —se le corta la protesta con el besito mirándole muy nervioso.

El francés le besa un poquito más, sonriendo y nota ahí que el inglés se relaja bastante en sus brazos con el beso, tomando nota a futuro para ello. El beso es laaaargo pero no deja que se le vaya la cabeza del todo.

Arthur se le va detrás como conejo tentado con zanahorias. Francis le besa bastante pero pronto se separa un poco para besarle la barbilla y empezar a bajaaaar y bajaaaar.

El escritor levanta la barbilla dejándose hacer y se le empieza a acelerar el corazón y la respiración. Besito en la manzana de Adán, besito en el esternón, besito en el abdomen, abriéndole la camisa al paso, haciéndole cariñitos con la barbita de dos días... Hasta llegar al pantalón de pijama y aflojárselo un poco

Se lo baja lentamente y ahora, el inglés es el que agradece ampliamente el haber terminado antes con los besos para no hacer esto de nuevo ridículamente rápido y obvio. Aun así, aunque pensaba que no podía volver a pasar en tan poco tiempo, es un chico sano, joven, virgen y vigoroso.

Hola, pequeño Arthur. No creas que vas a estar mejor en cuanto Francis se acerque a ti puesto que es momento de empezar a gritar como loco y a golpear el suelo.

El sastre levanta las cejas porque no parece estarle desagradando, se empeña en la labor y descubre que es... ¡De ese modelo de gente que grita! Las regiones vitales se alegran de este descubrimiento.

Pero pronto, con los gritos, un policía de la calle se mete a la casa pensando que será una pareja que se ha colado ilegalmente en la propiedad vacía, puesto que sabe bien de quién es el inmueble y que aún no vive nadie ahí. El francés solo sigue, esforzándose porque grite más fuerte.