Lady Kirkland de pie a media escalera, deteniéndose la bata del cuello, con ojos infamados de llorar y de despertarse a media noche, mira a Arthur salir del despacho.
—Arthur —le llama con cierta dulzura inusual en ella.
Él, con los ojos hinchados, medio llorando también de rabia y casi ciego de todo anda deprisa hacia la puerta sin apenas oírla.
—¡Arthur! —vuelve a llamarle ella bajando un poco más. El menor se detiene parpadeando antes de salir—. ¿Qué ha pasado?
—Huyo, madre —sentencia tragando saliva, mirándola a los ojos.
—¿Qué? ¿Cómo que huyes? —pregunta sin esperarse eso.
—Huyo de esta casa y de esta vida que padre ha planeado para mí y que no quiero. De su idea de la familia tóxica en la que cree que puede vender y comprar nuestro corazón con dinero—explica mirándole con los ojos brillantes por las lágrimas. Su madre suspira sin dejar de mirarle, consternada.
—¿Por qué no vienes un poco a mis aposentos y hablamos? —pide intentando serenarle.
El pequeño se pasa una mano por el pelo mirando a la puerta del despacho y luego a su madre. Tiene que hacer un gran esfuerzo para no sollozar.
—Ven acá. Una taza de té te tranquilizará —insiste un poco más taxativa pero sin perder el tono suave. Él va con ella arrastrando un poco los pies, sintiendo unas terribles ganas de llorar—. ¿Qué ha pasado con tu padre? ¿Qué te ha dicho? Oí los gritos nada más...
—No quiero ser como él... —susurra como resumen absoluto de todo.
—No eres como él hasta ahora —le asegura para tranquilizarlo y porque además es cierto.
—Ni quiero, dice que si me marcho me desheredara y renegará de mí. Pero si no lo hago me obligará a casarme con esa mujer extraña y a marchitarme en vida como un cascarón vacío con el interior de hielo —explica él calmándose bastante más con las formas de tratarle de ella.
—Tu padre tiene grandes expectativas de tu boda, es cierto —suspira su madre.
—Y yo no quiero casarme —responde frunciendo el ceño, para dejar claro este punto cuantas veces sean necesarias.
—Y es una chica a la que no conocemos, a mí también me tiene nerviosa —le hace entrar a su recamara privada—, pero no me parece algo tan horrible...
—Madre, yo no quiero vivir como tú, no quiero acostarme por las noches con una persona que no me entiende y no me quiere... o que no está enamorada de mí y acabar teniendo que ir a buscar eso en alguien más —entra tras ella mirándole con bastante desconsuelo.
—Yo tampoco quiero que tengas una vida como la mía —asegura con sinceridad tocando una campana de una mesita auxiliar.
—¿Entonces qué otra opción me queda? —pregunta desplomándose en un sofá.
—Pues... —se lo piensa un poco—. Quizás lo que tú quieres y lo que quiere tu padre no es tan diferente, aunque lo parezca.
—Padre NUNCA va a entender lo que yo quiero —niega con la cabeza, casi divertido con esa ocurrencia, pensando en su padre aceptando a Francis.
—Tu padre... Yo no creo que no quiera que seas feliz, desgraciadamente no es su prioridad —explica un poco duramente.
—Pero sí es la mía y él espera que yo renuncie a ello en su beneficio nada más porque es lo que... quiere él —explica porque además ese asunto le desespera.
—Mmm pero... ¿a qué estás renunciando? —pregunta inclinando la cabeza porque Arthur parece tener un plan más sólido de alternativa que solo sus sueños de convertirse en poeta habituales.
—¡A mi felicidad! —exclama pensando en Francis por supuesto, cuando entra una doncella al cuarto, medio dormida, con un servicio de té. Arthur se sonroja y se calla de golpe.
Lady Kirkland le agradece y se disculpa por la hora, pidiéndole que vuelva a dormir. La chica vuelve a asentir y a irse sigilosamente. Lady Kirkland espera pacientemente en silencio a que se vaya, pensando.
Arthur la mira, con las manos sobre la boca, pensando por primera vez en lo que está diciendo.
—No lo sé, Arthur... Tu padre es controlador y quiere calcular todas y cada una de las cosas que pasan en la vida de todos... Y yo sé que no puede —trata de sonar conciliadora.
—Pues no, no puede —replica enfadado, frunciendo el ceño.
—Sin embargo... —le mira con cierto pesar, el escritor la mira de reojo yendo a por su taza de té, porque aún tiene frío—. Él intenta poner las cosas para que seas feliz, ¿sabes?
—¿Y cómo planea acertar si no me pregunta qué es lo que me hace feliz? —protesta.
—Trató de conseguirte a una chica bonita, además de que fuera hija de una familia adinerada e interesada en sus negocios —ella le defiende, lo más razonable que puede.
—¿¡Y a quién le importa si la chica es o no bonita!? —protesta, porque desde luego, a cualquiera que le gustaran las chicas le importaría. No es, obviamente, el caso, aunque él no lo sepa.
—Pues... Yo hubiera pensado que te llamaría la atención que lo fuera —confiesa—. Y no sé si nos caerán bien, ni sé si le salgan tan bien las cosas a tu padre como espera...
—Ehm... bueno, tal vez sí me la llama —decide tras pensárselo un poco, reflexionando sobre ese asunto de que le gusten los hombres ahora... y lo poco que le gusta y se acepta a si mismo que así sea—. ¿Cómo iban a salirle mal? —pregunta porque no se lo ha planteado.
—Quizás ellos no están tan interesados como aparentan, quizás la chica tampoco quiere casarse... —se encoge de hombros.
—¿Qué pasaría entonces? Igualmente es un matrimonio concertado —reflexiona ya no estando tan agresivo, pensando ello y en si de verdad quisiera que ella no estuviera interesada. Es decir, por un lado resolvería sus problemas pero por otro lado… no le gusta la idea de que ella le rechacé.
—No lo sé, sería más difícil. Aun así, insisto en decirte que a mi gusto tu padre te pone a ti y a todos tus hermanos las cosas lo mejor que puede —suspira porque sí que sabe lo que pasaría en ese caso, que en realidad es lo más probable porque es lo que siempre pasa… y es que los van a obligar a casarse igual como paso con ella y con sus otros tres hijos mayores.
—Tal vez se nos pondrían mejor las cosas si nada más nos dejara a parte en sus negocios. Ni uno solo de mis hermanos es feliz con su esposa y lo sabes —responde Arthur acusándola ante ese pensamiento.
—Lo cual es una tristeza... Él lo intenta. Y es verdaderamente inútil en ello —hace los ojos en blanco.
—Pues es que no me deja más opción que huir o tener un amante —replica siendo traicionado por el subconsciente al respecto del género—. Y pasará como lo que me dijo con la poesía "ya lo harás en tus momentos libres" —protesta.
Lady Kirkland nota el cambio en el discurso de su hijo, ya que no hace una semana, este se basaba en que le daba miedo que la chica no fuera buena o no congeniaran, pero no le desagradaba tanto la idea, ya que él mismo se sentía incapaz de acercarse a cualquier otra mujer para nada relacionado con esas cosas, ni siquiera para un beso, así que ni se habría planteado tener una amante. Mientras que ahora las protestas van por otro lado completamente, parpadea temiendo ser la culpable de este giro inesperado en el pensamiento de su hijo pequeño.
—¿No te estás adelantando mucho a los hechos? —pregunta suavemente.
—¿Qué? ¿Adelantándome? —parpadea saliendo de su línea de pensamiento.
—Completamente. No sabes si no va a funcionar —reflexiona.
Arthur pone los ojos en blanco porque OBVIAMENTE no va a funcionar, esa chica nunca va a ser Francis y aunque fuera su hermana gemela tampoco sería lo mismo. Parpadea deteniendo sus pensamientos al notar QUÉ está pensando.
—¿Qué? —pregunta su madre al notar esa expresión.
—Pues es que... —vacila un poco porque se ha asustado un poco a sí mismo.
—No sabemos si será bonita o agradable, pero podría serlo. Tu padre te ha dado unos ingredientes con los que podrías ser feliz o ser infeliz. ¿Qué tal que intentas serlo? —propone sonriendo un poquito para darle ánimos.
—Pero... ¿y si me ena... me gu... me... bueno, lo que sea, alguien más? —pregunta cambiando el verbo varias veces, asustándose de nuevo al darse cuenta de lo rápido que está yendo todo con el francés y aun así lo cómodo que se siente con ello.
—¿Te gusta...? ¿Qué? ¿Quién? —pregunta ella deduciendo, levantando las cejas sorprendida, porque no ha pasado en toda la adolescencia del muchacho, al menos que ella se haya enterado, como para que ahora sí pase.
—¡No me gusta! —chilla asustándose más al notar que ha sido demasiado obvio y su madre lo ha descubierto. Lady Kirkland abre un poco la boca, volviendo a verse reflejada en su hijo pequeño.
—Oh...
—¡No digas "Oh…"! ¡Es verdad! —sigue protestando, sonrojado.
—¿Quién no te gusta? —pregunta mirándole de reojo.
—¡Nadie! —chilla. Lady Kirkland traga saliva poniéndose nerviosa solo por empatía.
—No creo que sea simple tener un amante, Arthur —susurra sonrojada, mirándose las manos.
—¿Qué? —vuelve a sentirse descolocado con eso saliendo de su histeria.
—No es simple, ni es la manera apropiada de vivir... Ya no digamos de empezar algo —asegura mirándose las uñas.
—¿De empezar algo? —parpadea sin entender.
—Un matrimonio —explica pacientemente, mirándole a los ojos.
—¡Pues precisamente de ello protesto! —responde haciendo aspavientos con las manos.
—Lo que me lleva a pensar... —empieza de nuevo su madre, con cierto aire misterioso.
Arthur se calla y da un pasito atrás, tragando saliva. Lady Kirkland le mira, insegura y vacila un poco antes de cambiar lo que iba a decir.
—Que después de escuchar mi historia, hoy, has pensado que podría ser realmente una opción para ti y te has asustado con ello.
—Y-Yo... —vacila, porque no era eso lo que esperaba oír, también creía que su madre iba a decirle que ya tiene un amante y por eso hace todo esto, pero le alivia que no lo haya deducido.
—Puedes hacerlo mucho mejor que tu padre y yo —asegura sonrojándose más y con muchos trabajos—. Puedes intentar enamorar a Miss Jones. Perseguir la felicidad con ella.
—¿Pero y si yo no me enamoro de ella? —pregunta preocupado porque de verdad sabe que no es Francis.
—¿Y si sí? —responde ella de vuelta porque esto solo son suposiciones… ¿No?
El escritor vacila y se lo piensa un poco, porque... Francis es como la persona más inconveniente que existe, no solo por ser de clase baja, es que además es un hombre... y tal vez Emily podría curarle todo ese asunto.
—¿Sabes cuántas veces he deseado yo estar... —se sonroja más y aprieta los ojos, pero es importante decirlo así que hace un esfuerzo y se le corta un poco la voz—, enamorada de tu padre? Como me gustaría volver a empezar, en esa época en que tu padre aún me veía e intentaba agradarme... En vez de pensar que no valía la pena, debí esforzarme.
Él se humedece los labios y desvía la mirada. Ella suspira de nuevo porque esto otra vez se va al lado demasiado personal para ella, volviendo a desear que el sastre estuviera aún vivo y en posibilidad de darle consejo y... Abrazarla un poco.
—Y-Yo puedo... intentarlo —susurra pensando en ello.
—Me alegra oírlo —Lady Kirkland asiente tranquilizándose un poco con ello. Él la mira de reojito y sonríe levemente—. No lo hagas por tu padre, hazlo por ti —pide su madre.
—Por mi... —suspira.
—Por ti y tú futuro —añade.
Arthur se mira las manos pensando en ello y es que era obvio que Francis no era una opción. Nunca podrían estar abiertamente juntos ni formar una familia, nunca podría casarse con él... no que quisiera pero la idea tan simple de que... bailaran juntos en un convite o que se sentara a su lado a la mesa para hablar con él. Respira profundamente y la nariz le traiciona un poco. Su madre inclina un poco la cabeza al notarlo.
—Un penique por tus pensamientos —propone con curiosidad, el chico carraspea para esconderlo y se sonroja con eso.
—E-E-Estaba... p-pensando... —trata a toda velocidad de buscar otra idea—. En que... seguramente podría escribir una novela de todo esto —miente humedeciéndose los labios. Ella abre los ojos como PLATOS.
—¿Qué? —pregunta sonrojada y escandalizada.
—Pues... toda esta historia es... de ese modelo —explica con un cierto aire de desinterés.
—¡No puedes hacer una historia así! Ni cambiándome el nombre —chilla nerviosa pensando que se refiere a lo de su amante. Arthur levanta las cejas porque no se refería a la historia de ella, pero inclina la cabeza porque bien pensado... Lady Kirkland aprieta los ojos.
—Antes le he dicho a Padre que te abrazara... —cambia de tema de repente, ella levanta la vista.
—¿Le has pedido a tu padre... que qué? —susurra.
—Antes, me ha preguntado de dónde veníamos y le he dicho que del médico. Le he dicho que tenías una cosa femenina y que podía ser que lloraras de dolor. Que necesitabas calor y que te abrazaran —explica sin mirarla porque quisiere que le diga que sí lo ha hecho para saber que no todo está tan mal realmente entre ellos.
—E-Eso explica algunas cosas... —balbucea.
—¿Sí? —levanta las cejas y la mira un poco ilusionado infantilmente.
—S-Sí, él... Hizo exactamente lo que le pediste, además de pedir unas botellas de agua caliente para la cama —explica ella. Arthur asiente y se levanta para irse a dormir, se detiene un segundo en la puerta.
—Mad... Mamá —la llama. Ella le mira, visiblemente cansada—. Creo que antes no te lo he dicho... lamento tu perdida —asegura sinceramente. A Lady Kirkland se le humedecen los ojos.
—G-Gracias...—susurra pensando que es la primera persona del mundo que le dice eso y seguramente será la única. Asiente un poco y sale.
xoOXOox
Francis corre un poco por las calles de Nothing hill bastante incomodo con el frío y, en especial, con traer un atuendo tan feo. Intenta esconderse en uno de los porches de las casas, muy atento, esperando que el inglés aparezca casi en cualquier instante.
Poco habituado a este tipo de situaciones e incomodidades, después de un rato, empieza a temer que el inglés haya decidido no volver... O peor aún, que se lo haya llevado la policía. Con bastante miedo, pero cierta resolución, es que se vuelve a la casa pensando que no tiene otra opción, no hay como volver así. Quizás se hubieran ido todos ya y pudiera al menos entrar por su ropa.
Se acerca a la casa después de al menos una hora escondido con terror, solo para notar que todo está en calma y silencioso.
Después de rebuscar un poco, sintiéndose bastante idiota y atemorizado porque él NO HACE esas cosas, vuelve a la entrada de la casa... Quizás si tocaba la puerta.
La toca y desde luego nadie abre...
Lo más adulto y sano y lógico que puede hacer es justamente lo que hace, que es hacerse bolita en el suelo y ponerse a llorar.
A la mitad de su llanto, sentado en el suelo, susurrando su tragedia de que Arthur le abandonó, que no trae ropa y tiene muchísimo frío, se mueve un poco notando que está sentado en un incómodo bulto en el suelo.
Parpadea unos segundos y se limpia la cara antes de caer en la cuenta de que eso que tiene en la mano ¡es una llave de la casa!
Con prisas y cierta torpeza mete la llave en la cerradura intentando abrir la puerta, sonríe cuando lo consigue sin poder creer su suerte. ¿Se le había caído a alguien aquí la llave? ¿O alguien la había dejado expresamente? Se le acelera el corazón con esta segunda posibilidad.
Entra a la casa con sigilo sintiéndola calientita y agradable. Después de revisar en silencio la entrada y de aguzar el oído para notar que no hay nadie, vuelve a donde están las cosas buscando un poco de ropa.
Se viste primero sin ver la nota y ya que está un poco más tranquilo y arreglado es que se da cuenta que está.
"No tengo tiempo de extenderme mucho. Un agente me ha descubierto y me llevará con mi padre. He hecho que su compañero le acompañe así que tienes un rato, pero no sé si volverán. El que me ha atrapado pensaba que había alguien más. Trataré de escaparme de nuevo"
Hay un "tuyo" tachado y firma "A. Kirkland"
El francés se muerde el labio preguntándose qué hacer, aunque sonríe mirando a la luz de la luna que se cuela por la ventana el asunto del "tuyo".
Suspira abrazando la nota y pensando que podría esconderse en la casa en algún lado donde, si vuelven a buscarle, no le encuentren... Pero si Arthur vuelve sí pueda encontrarle. Le brillan un poco los ojos cuando, al revolver unas cuantas cosas, encuentra algunos escritos del inglés.
Están ahí todos, en realidad. En la misma bolsa, además. Puestecitos porque OBVIAMENTE no los iba a dejar en su casa.
Le brillan mucho más cuando nota que ¡son un montón! Toma TODO lo que hay escrito, la manta y una vela.
Es como tenerle ahí, o mejor, porque los libros no gritan cada cinco minutos "¡no soy homosexual!" Aunque tampoco dan besos húmedos y se deshacen en tus brazos.
Francis recorre un poquito la casa hasta encontrar un cuarto donde no hay ventanas, dispuesto a hacer un campamento ahí dentro... Acarrea algunas cuantas más de sus cosas hasta ese lugar, para mantenerse caliente y para cubrir el borde inferior de la puerta, de manera que no se cuele la tenue luz de su vela.
Ya habrá mucho tiempo para besos húmedos, está seguro de ello... Aunque, ejem... Se le antojan un montón. Sea como sea ¡es una oportunidad fantástica y maravillosa para conocerle de verdad!
No mucho más tarde empieza a reírse de algunas cosas, a no creerse otras y a buscar desesperadamente una pluma y un tintero para hacer anotaciones en los márgenes, o correcciones... O dibujitos.
Sobra decir que el francés pasa una perfecta y feliz noche en vela sintiéndose en total compañía del escritor.
Arthur le echa mucho de menos cuando recuerda lo que no han acabado... para acabar él solo.
Francis tiene únicamente orgasmos mentales al leer sus escritos, olvidando esos aspectos físicos que tan necesarios le parecerían otro día. Ni siquiera nota cuando se hace de día.
Arthur tampoco... porque se ha dormido hace unos veinte minutos cuando eso pasa. Lo malo es que la casa despierta y él tiene que estar vestido y acicalado para el desayuno a las siete. A diferencia de Francis que termina por quedarse dormido cuando se le acaba la vela.
Extrañamente es Lady Kirkland la que va a despertarle.
El menor de los Kirkland está hecho un revoltijo de sábanas y almohadas, cosa extraña, en un sueño agitado llamando a Francis en voz bastante clara porque los policías quieren atraparlo y él no corre suficiente.
Su madre parpadea en la entrada, extrañada, acercándose a la cama con sigilo, escuchando a la perfección el nombre que sale de sus labios.
—¡Arthur! —le despierta poniéndole una mano en el hombro y moviéndole un poco.
El nombrado abre los ojos y parpadea un poco, mirando un instante alrededor asustado hasta que entiende que todo ha sido un sueño.
—¿Pesadilla? —pregunta ella tiernamente.
—¿Eh? ¿eh? —parpadea todavía volviendo en si.
—Parecías agitado y asustado... ¿Qué soñabas? Llamabas a alguien —se sienta en la cama ya vestida y viéndose considerablemente mejor que anoche.
—Ah... yo estaba... —bosteza un poco y se rasca la cabeza, incorporándose. Ella le sonríe un poco inclinando la cabeza.
—Preocupado por Francis —acaba su frase con cierta sonrisita.
—¡¿C-Cómo!? —se sonroja despertándose de golpe.
—Eso decías... Va a venir hoy —recuerda levantando las cejas y sonrojándose un poco.
—¿Qué? —se asusta aún más, echándose un poco atrás incluso y cubriéndose con las sábanas por si acaso… no era solo una pesadilla lo que tenía y hay alguna prueba física de ello.
—Le pedí a ver si hoy podía finalmente tomarte esas medidas —explica con paciencia.
—¿M-M-Medidas? ¿Qué? —pregunta sin acordarse de nada de todo eso.
—Del traje de novio —especifica frunciendo un poco el ceño.
—¡No es mi...! —por suerte se detiene antes de gritar "novio" sin procesar aun del todo de lo que le habla su madre.
—¿Eh? —lo frunce más porque desde luego no es la respuesta que esperaba.
—Sastre. Es un cliente ahora. Eso es lo que me preocupa —sale del apuro gracias a su rápido ingenio.
—¿Que sea tu cliente? —inclina la cabeza con cierta sospecha de todos modos.
—El... caso —se frota los ojos y se da la vuelta para volver a dormir, acurrucándose—. Quiero hacerlo bien y resolverlo sin problemas.
—Entonces levántate —exige.
—Nnn —protesta sin moverse
—Arthuuuur —responde ella, él se tapa la cabeza con las sábanas—. Si tu padre no te ve abajo creerá que sí te has ido.
—Él me da igual —responde apretando más la bolita porque además tiene mucho sueño.
—Sí y no, necesitas venir al desayuno —insiste ella sensatamente.
—Necesito más dormir... —lloriquea.
—Arthuuuur —le riñe, pero él no le hace ni caso, está intentando a ver si lo deja tranquilo. Ella suspira—. Nos meterías a todos en menos problemas si bajaras a tiempo.
—Pero... —protesta.
—Tu padre... —insiste.
—Tengo sueño —lloriquea otra vez.
—Yo también —sonríe levantándose.
—Yo no he dormido hasta la madrugada —se destapa, mirándola. Le sonríe
—Yo tampoco... —se sonroja—. Espero que tu padre estés hoy de mejor humor.
Él parpadea unas cuantas veces y por un instante piensa en si su madre y su padre habrán estado... abre los ojos como platos y luego los aprieta con fuerza porque no quiere saber esa clase de cosas.
—Te veo en el desayuno —medio chilla Lady Kirkland casi corriendo a la puerta. SONROJADISIMA
Arthur se masajea las sienes... ojalá no tenga otro en hermanito en un tiempo, es lo que le faltaba, técnicamente el próximo niño de la familia tenía que ser de Scott y su esposa Marlijn. Bien que disfrutaban todos de sacar el tema y presionar al pelirrojo para molestarle.
Al final, con un montón de sueño y arrastrando los pies es que consigue lavarse y vestirse. Sin embargo, por su orgullo que no es que abre las puertas del comedor hasta las siete... y tres minutos.
Lord Kirkland solo levanta la cara de su periódico y medio fulmina a Arthur de manera mucho menos congelante y furiosa de lo que se esperaría habitualmente.
Arthur se acerca y se sienta en su sitio, está seguro que hoy habrá una comida familiar con los Jones, pero al menos, de momento sus hermanos y esposas respectivas, están cada uno en su casa.
—Buenos días —murmura Lord Kirkland sin mirarle.
—'nosdias —recibe como gruñido en respuesta.
—Me alegra ver que ha ganado la razón... —comenta.
Ahora si se lleva una fulminación. Lord Kirkland baja su periódico y ahora incluso parecería divertido si no lo conocieran bien.
—Habrá un almuerzo con los Jones... —continua. Arthur pone los ojos en blanco—. Y vendrás conmigo ahora a recibirles
—Me desvivo por eso —responde con sarcasmo.
—Me parece perfecto —responde haciendo caso omiso al tono de su hijo, así que este refunfuña en respuesta.
—El sastre vendrá temprano hoy, quizás sería bueno que fueras tú a recibirlos, y Arthur nos acompañe al medio día en el almuerzo —tercia Lady Kirkland mirando a su marido y sonrojándose un poco, luego mira a Arthur un instante, se sonroja un poco más pensando que quizás es él el... culpable... De la noche de anoche. Aprieta los ojos y se enfoca en su té.
El pequeño mira de reojo a su padre pensando que ya podría estar de mejor humor si lo que parecía con su madre es verdad. Se come su tostada con los ojos cerrados porque tiene sueño.
—Arthur, estuve pensando... —comenta su padre girando la cabeza para mirarle de reojo. El nombrado pone de nuevo los ojos en blanco, sin atreverse a contestar "Oh, mierda"—. ¿Qué sugieres que hagamos después con los Jones? La tarde de hoy —pregunta mirando a Lady Kirkland de reojo.
—¿Hacer? No creo que quieran hacer nada la primera tarde que pasen en tierra firme después de un viaje de semanas por mar.
—Bueno, mañana o pasado mañana. Quiero escuchar tus propuestas —responde revolviéndose un poco y arrugando la nariz.
—Tal vez Miss Jones quiera intentar suicidarse... —propone con cierta esperanza.
—Arthur —le riñe un poco su madre.
—Eso sería bastante encantador por su parte —susurra riéndose un poquito de su propio chiste, tomándose su té. Lord Kirkland frunce el ceño mirando a su esposa.
—¡Es que es imposible! —protesta.
—No es imposible, solo es una broma. Una un poco fuera de lugar... —le defiende su madre y Arthur suspira un poco sin ganas de intervenir.
—Pueden tomar el té en casa hoy —ni se acuerda que su madre le ha dicho que va a venir el sastre.
—Vas a tener que invitarles —advierte Lord Kirkland un poquito agresivo.
—Hoy viene el sastre... —comenta Lady Kirkland.
—Ah, ¿ves? No pueden venir —Arthur sonríe con una cara que trata de ser de mucho arrepentimiento al estilo "yo lo he intentado, pero mira que cruel es la vida que me lo pone todo en contra". El jefe de familia tamborilea los dedos en la mesa con impaciencia—. Lo siento, Padre, no querrás que estén aquí mientras me toman las medidas...
—No, no querré que estén aquí claramente, pero estoy tomando en consideración tu opinión. ¿Qué quieres hacer entonces? —insiste a modo de "dame una solución YA"
—Pues parece ser un compromiso ineludible, así que querría acompañarte pero tendrán que excusarme con todo el pesar de mi corazón —andas por una cuerda floja, Arthur y aun así, sonríe encantador.
—Esto es exactamente por lo cual es imposible entenderme con él, Brittany. ¡No hay manera alguna de que se tome nada en serio!
—¡Pero si estoy hablando en serio! —sonríe, porque además está pensando en a donde podría llevarse al sastre.
—¡Hablando en serio mis polainas, estas sonriendo complacido! —protesta Lord Kirkland con un rugido.
—No estoy sonriendo —se sonroja y trata de dejar de hacerlo, pero le escapa igual la sonrisita.
—¿Te hace gracia que te pida tú opinión y te considere? —pregunta frunciendo el ceño, el escritor niega con la cabeza—. ¡Menos mal!
—Pero que la consideres para esto es como si me preguntaras si prefiero comer carne o pescado, cuando lo que yo quiero es dormir —explica desinteresado.
—Es decir, no quieres estar aquí, así que no sirve de nada preguntarte nada respecto a esto porque simplemente no quieres casarte —resume su padre.
—Exacto —asiente con cinismo. Lord Kirkland rechina un poco los dientes y mira a Lady Kirkland.
—¿No dijiste que había aceptado ya hacerlo bien? ¿Qué es lo que quiere? —pregunta enfadado a ella ahora.
—Déjalo, vamos a recibir a los Jones nosotros si quieres, que Arthur vaya con el sastre —vuelve a terciar ella.
Arthur sonríe un poquito llevándose la taza de té a la boca otra vez, feliz con esto. Lord Kirkland gruñe de nuevo, casi olvidando que está de buen humor. Se levanta de la mesa.
—Vas a acompañarme ahora de igual manera—sentencia para su hijo, que pone los ojos en blanco—. ¿No quieres acompañarme tampoco? Me importa bastante poco.
—De hecho tengo trabajo. Debo ir a Fleet Street —se le ocurre de repente y suspira profundamente como si eso le causara un gran pesar.
—Tienes que conocer a tu prometida y hoy es sábado —replica su padre.
—Sí... y tengo que trabajar. Tú siempre dices que el trabajo es lo primero —se defiende encogiéndose de hombros, aun con su molesta sonrisita.
—¿Es acaso tu propósito en la vida el molestarme? Vas a venir conmigo, lo has acordado y por eso es que te he permitido sentarte aquí a desayunar en MI mesa y en MI casa —protesta Lord Kirkland.
—Podría tener MI mesa en MI casa si solo me dejara ir a trabajar, padre —replica.
—¿Voy a tener que ARRASTRARTE para que conozcas a la chica? Arthur, te advierto que mi paciencia no es infinita —sisea pellizcándose el puente de la nariz.
—¿Pues yo que puedo hacer si tengo trabajo? —vuelve a discutir.
—Lárgate a hacer tu trabajo, anda —decide el mayor, cansado de las discusiones infinitas con sus agotadores hijos.
Arthur sonríe y se levanta casi sin poder creérselo, antes que se lo repiense. Lady Kirkland le hace un gesto con la cabeza para que salga corriendo, aunque frunce el ceño sin estar muy de acuerdo con su comportamiento durante el desayuno.
Su marido otra vez tiene un palo en el culo y parece estar a punto de matar a alguien... y Su hijo y su cero cooperación.
Lord Kirkland intentó al principio decirle, vale, ¿cómo quieres tú que hagamos las cosas? y Arthur seguía en modo adolescente rebelde. Lady Kirkland quiere sacarle un ojo porque no da una con sus hijos.
Por lo pronto, lo que hace Arthur es tomar el caballo más rápido de la casa, ensillarlo y correr como un loco por todo Londres hasta la sastrería. Habla con el bueno de Mathieu con mucha urgencia y cuando le dice que Francis no estaba esta mañana cuando ha llegado, cabalga de nuevo en vistas de encontrarle en Portobello Road, deseando que no le hayan atracado o apresado o tal vez robado y matado.
Francis duerme como piedra, hecho bolita porque tiene hambre después de leer como loco la noche anterior, aun dentro de su barricada en casa de Arthur.
Este se hace una historia tremenda en que unos maleantes y mendigos lo asaltaron en mitad de la noche para robarle las joyas que él mismo hizo empaquetar para llevarse. Aprieta los ojos y cabalga más deprisa hasta la casa, quizás hasta le forzaron a quién sabe qué. Se le anuda el estómago con esa imagen y decide tomar alguna rama del jardín como arma por si acaso.
Cuando nota que la puerta no cede al empujón, busca por el suelo las llaves que él mismo arrojó, esperando que no estén, porque eso podría significar que ha entrado y está a salvo... o que sí lo estén porque podría significar que ha logrado escapar.
Se pasa una mano por el pelo cuando no la encuentra, nervioso y se imagina de nuevo el escenario, tres hombres feos, con los dientes torcidos y los cabellos largos canosos y sucios, y barbas mal cortadas. Uno de ellos con un ojo de cristal, otro con un sombrero con la coronilla rota y guantes sin dedos. Dos de ellos sosteniendo al francés semi-desnudo contra la pila de sus enseres personales, el tercero de ellos con el atizador de la chimenea al rojo vivo acercándose a la piel blanca del sastre peligrosamente, con risas desencajadas.
Corre a la ventana por la que se descolgaron trepando para meterse por ella ya que nadie se molestó en cerrarla.
Arranca de la pared de uno de los baños de blancos azulejos un palo de madera oscura que hace a las veces de toallero y armado con él revisa cuarto por cuarto.
Casi puede oler el aliento a vino fuerte y putrefacto de los tres hombres horribles.
En el dormitorio principal de la casa, dentro del vestidor, es que encuentra al francés dormido en el suelo. Levanta las cejas.
Hay un montón de papeles conocidos a su alrededor, está abrazando un libro, tiene algo manchada la cara de tinta y aún tiene la pluma en la mano
Apenas si ve los libros ni nada que no sea él, sin hacer caso de ellos, porque además hay poca luz, pero se siente tremendamente aliviado al notar que no parece inconsciente, nada más dormido.
Se ríe un poco de sí mismo al notar lo acelerado que tenía el corazón y lo asustado que estaba, ralentizando su respiración. Cierra la puerta del vestidor y deja el toallero por ahí, acercándosele.
El francés duerme en silencio y con leve sonrisa en la cara. Arthur le tapa mejor con la manta, le mira y bosteza porque él ha dormido muy muy poco. Se lo piensa un momento y decide que ¿por qué no? Se quita la chaqueta y los zapatos, se mete bajo la manta, le quita el libro y se acurruca a su ladito sin decir nada.
Francis tarda exactamente cinco segundos en abrazarle y acurrucarle contra él y ahí se van a quedar hasta la hora de la comida.
Arthur escucha como un murmullo lejano la profunda voz de su padre y unas risotadas al fondo un rato laaaargo más tarde.
Lord Kirkland ha llevado a los Jones a visitar la casa en la que vivirá la feliz joven pareja por petición expresa de Emily, ya que se ha desilusionado porque "Artie" no ha ido a por ella.
Técnicamente los Jones se alojaban en la segunda residencia de los Kirkland en el mismo Londres, es decir, la casa de visitas y esta era la casa en la que vivirán Arthur y Emily después de las nupcias, por eso no tiene muebles.
El caso es que los ruidos y las voces despiertan al escritor un par de horas más tarde. Se frota un ojos dentro del abrazo del sastre aun sin saber muy bien donde está, ni si son parte de su sueño.
—No te vayas... —le susurra Francis al oído en francés, acurrucándose un poco más, sin despertarse.
Arthur se asusta un poco con eso y se asusta aún más con otra risa, despertándose de golpe y recordando dónde es que está, le tapa la boca al sastre automáticamente para que no chille poder oír con atención.
No es posible describir con precisión el susto que se mete Francis, imaginándose que es uno de los borrachos malolientes de dientes torcidos que el escritor se imaginaba un poco atrás.
—Shhh, creo que hay alguien en la casa —susurra.
Francis le mira con bastante sorpresa porque pensaba que estaba soñando que estaba ahí con él. Arthur escucha con atención y se asusta con otro sonido, le quita la mano de la boca y gira la cara un poco.
—Tenemos que irnos antes de que nos encuentren —susurra de nuevo.
—P-Pero... ¿E-es otra vez la policía? —susurra asustado.
—No lo sé, no importa. ¿Sabes lo que pasaría si nos encontraran aquí juntos? recoge tus cosas —responde incorporándose y acercando hacia sí sus zapatos y chaqueta, haciendo una bola con ellos.
Francis traga saliva y en vez de recoger sus cosas recoge los papeles y escritos que están por ahí tirados, ahora considerándolos su mayor tesoro. Ejem, junto con sus trajes.
—Me encantas —suelta mientras los recoge, recordándolo.
—Deja eso, no hay tiempo —se acerca a la puerta abriendo una rendijita y viendo a través de ella a una mujer en el cuarto. Es de piel y pelo oscuro, con porte elegante. Lleva un vestido que su madre NUNCA se pondría a pesar de que parecen de la misma edad y ahora que se fija se oye el golpeteo de sus tacones sobre el suelo de madera cuando anda por todo el cuarto observando con detenimiento el techo ahora mismo.
Arthur no se sobresalta esta vez, directamente casi se mea de miedo arrastrándose un poco hacia atrás y cayendo sobre Francis, yendo directo a evitar que se mueva ni haga ruido alguno.
—¿Q-Qué pasa?
Le tapa la boca en absoluto pánico, seguro de que van a descubrirlos, solo con lo fuerte que bombea su corazón debería estar sorda. La reconoce un poco como su futura suegra, de retratos y daguerrotipos, lo que implica que su padre está ahí. Todo se va a venir abajo, no hay forma en que pueda explicar qué hace con el sastre en el vestidor vacío de la casa nueva cuando la puerta empieza a abrirse y la luz inunda la reducida estancia.
Esconde un poco más al francés detrás de él sosteniendo la respiración como si eso fuera a servir de algo. Reza sus oraciones empapado en sudor frío. Cada vez más luz, cada vez la rendija es más grande, casi parece ir en cámara lenta.
