Se oye una voz desde otro cuarto que hace que la mujer se quede que con la puerta abierta con ambos perfectamente a la vista... pero la cabeza girada hacia el otro lado. Arthur cierra los ojos pensando que ya está, este es el fin de toda su vida, lo van a apresar y a condenar, su padre va a renegar de él y realmente va a dejar de ser un Kirkland. Va a pasarse el resto de su vida en una celda de prisión oscura, húmeda y lúgubre, donde solo su madre va a ir a verle a gritarle "¿cómo has podido?" y reñirle más o menos regularmente, muerta de la vergüenza y dónde ni siquiera habrá una biblioteca como es debido.
Y no quiere ni saber que querrían hacerle el resto de reclusos hombres si supieran además que lo han apresado por homosexual... La idea de las duchas comunitarias lo hace morirse de la vergüenza si acaso queda algo que matar a lo que el miedo no esté atacando ya.
Se aplasta contra Francis y solloza un poco en silencio cuando la mujer pone los ojos en blanco y cierra las puertas de un portazo sin mirar dentro, yendo a ver qué le ocurre a la entusiasta voz que le llama.
Francis abraza al inglés contra él cuándo la puerta se cierra y le empuja un poco para que vayan a detenerla y que nadie más la pueda abrir pero lo siguiente que hace Arthur en cuanto oye los pasos irse es tirar de él para sacarle del cuarto, directo a saltar por la ventana y descolgarse al jardín.
El sastre le sigue con tremenda torpeza y nervios por todo el proceso, pero el escritor es que no se para ni a mirar si alguien vuelve al cuarto o si acaso hacen algún ruido o si el sastre protesta. Solo tira de él, se monta al caballo salen de ahí galopando y hasta que no está como cuatro manzanas más lejos no es que vuelve a respirar y bajar el paso del caballo.
Y debido a la tensión y los nervios y todo el francés termina por soltar una carcajada apretándole contra si de manera mucho más cariñosa de lo que debería para estar en público.
—Cielos —protesta riéndose también a causa de la adrenalina, echando la cabeza atrás apoyándose sobre él.
—¡Estaba ahí! Solo tenía que girar un poco la cara.
—¡Lo sé! Lo sé, mira como me va el corazón —toma una de sus manos para que se la ponga sobre el pecho. Francis sonríe sintiéndole el corazón, mirándole de reojo.
—¿Qué hubiera pasado si nos ven? —le acaricia un poco el pecho.
—No quiero ni pensarlo, era mi padre. Esa mujer es mi futura suegra, creo —aprieta los ojos echado sobre él, calmándose sin sábelo con las caricias.
—Es guapa... Aunque mi madre es más bonita —valora Francis cínicamente, ahora que ya está mucho más tranquilo y el peligro ha pasado.
—¿A quién le importa si es bonita o no? —protesta un poco y espolea al caballo para ir hacia la sastrería. Francis se ríe.
—Quiero darte un beso, Arthur —asegura en un tono franco y sincero, sonriendo.
—¿Qué? —se sonroja pensando que ha oído mal, girando un poco la cara.
—Quiero darte un beso. De hecho, no, quiero darte varios —repite y le aprieta contra si en el abrazo, cariñosamente.
—¡No! —responde sonrojándose más y apresurando al caballo.
—Claro que sí, uno largo y húmedo como los de anoche... En mi casa —sonríe hundiéndole un poco la cara en el cuello.
—N-No... Tengo que estar en la hora de la comida... —vacila sin atreverse a moverse demasiado, rojo como un tomate.
—¿Y eso qué? —le acaricia un poco con la nariz.
—Pues no sé qué hora es ahora y tengo que hacer cosas y te voy a llevar la sastrería pero mi padre cree que estoy en Fleet Street y... —empieza a parlotear nerviosamente.
—¿Y ya no vamos a huir juntos? —pregunta suavemente separándose un poco.
—Yo... tenemos que hablar sobre eso —sentencia sin mirarle, más serio. Francis le mira a la cara un instante y siente una punzadita en el corazón sin saber si es el modo o el tono lo que le da temor.
—¿Hablar de... eso? —pregunta soltándole del todo, instalándose en el drama en solo un segundo.
—Sí —le mira de reojito.
—Quizás no sea necesario hablar... —susurra. Ha dicho "mi futura suegra" hace un rato, cae en la cuenta. Se humedece los labios.
—¿Qué? —protesta Arthur pensando que Francis debe estarse haciendo ideas.
El sastre se encoge de hombros alicaído pensando que no quiere oír cómo es que quizás se lo pensó mejor o algo. No después de la noche tan maravillosa que había pasado con él, con su corazón y su imaginación.
—Lo hablaremos ahora que lleguemos a la sastrería —pide el escritor nervioso, volviendo a espolear el caballo, porque es importante hacerlo y no es una buena idea que lo hagan aquí en mitad de la calle.
Traga saliva y cabalgan el resto del camino en silencio.
Aun a pesar de la tragedia, el sastre abraza al inglés con bastante fuerza por el resto del viaje, un poco renuente a bajarse del caballo cuando al fin se detiene. Este le pone las manos sobre las suyas, notando que le está apretando más
—Antes de que hables conmigo... Quiero decirte una cosa —pide el sastre con los ojos húmedos desde ya.
—¿Qué? —le mira un poco de reojo.
—No es justo, no estamos en el mismo canal—protesta y se sorbe los mocos.
—¿Canal? —parpadea un par de veces sin saber del todo de qué habla.
—No estamos en las mismas circunstancias, a eso me refiero —especifica, limpiándose un ojo con una mano.
—Ya lo sé, pero... ¿y qué quieres que haga yo? —suspira el inglés derrotado pensando que se refiere a la evidente diferencia de clase y posición social.
—No, no... Me refiero a conocernos —niega con la cabeza porque no sabe en lo que piensa el inglés, pero está claro que no lo sabe.
—¿Conocernos cómo? —vuelve a parpadear descolocado, inclinando la cabeza.
—Yo... Anoche estuve leyendo y tú... No —susurra bajando la mirada.
—¿Estuviste leyendo? —se gira un poco en la silla de montar sin estar seguro de qué se refiere—. ¿Qué leíste?
—Te leí, a ti... Escribes muy bien —sonríe un poquito, tristemente y le mira.
—¿Q-Qué? ¿Leíste mis diarios? —se sonroja más, escandalizado.
—Lo que quiero decirte es que tú no me conoces tan bien... Y necesito una oportunidad —lloriquea nervioso de nuevo.
—¡Leyó mis cosas privadas! —protesta de nuevo volviendo al trato distante.
—Arthuuuur —protesta porque no está centrándose en el punto importante.
—¡No! ¡No tenía permiso para hacer eso! —riñe, indignado y muerto de vergüenza.
—Era de noche y estaba ahí... Y... Céntrate en lo importante, ¿quieres? —insiste.
—¡Esto es importante! —discute él también.
—Es más importante lo otro. ¿Qué vas a decirme? —pregunta negando con la cabeza.
—No puedo creer que haya leído esas cosas —se tapa la cara.
—No estabas y estaba asustado —confiesa mordiéndose un poco el labio y poniéndole una mano a la espalda.
—Y... y... —vacila aun tapándose la cara.
—Y me encantas —resume, acariciándole la espalda. El escritor aprieta los ojos verdes y se sonroja más con eso, sin descubrirse la cara, medio hecho bolita.
—¡No! ¿C-Cuáles has leído? —se le echa un poco encima para que lo abrace.
—Ehh... A-Algunas. ¿Por qué no entras a mi casa y hablamos? —le abraza igual, aunque incomodo por estar todavía sobre el caballo.
—¿Qué... piensas? —pregunta con bastante dificultad, mirándole entre los dedos.
—Que... No tengo... Algo así para ti —confiesa con pesar.
—¿Qué? —parpadea sin entender porque esperaba que le dijera si tiene talento, si cree que podrían publicarse y venderse, si a la gente le gustarían o si no, o donde mejorar... como hacían sus profesores. Porque es la primera persona que no es un profesor que lee algo suyo.
—No tengo cómo darte algo así de mi parte, vas a tener que conocerme a MÍ para descubrir esas cosas tan bonitas —explica un poco mejor porque eso es lo que le preocupa, como es que Arthur lo ha enamorado a él con sus textos y su imaginación, mientras él solo… es el sastre pobre.
—¿C-Conocerte... cómo? —pregunta aun un poco incómodo, pero como el sastre no se está burlando como está seguro harían sus hermanos, va relajándose poco a poco.
—Así, tú... Como eres tú. Lo que piensas —especifica sin saber del todo como exponerlo.
—¿Quieres que sepa... las cosas que tú piensas? —baja un poco las manos y le mira, porque de hecho, casi puede recitar de memoria TODO lo que le ha dicho desde la noche de la Ópera por la forma que tiene de llamarle la atención que hace que le escuche.
—Sí, sí yo ya sé lo que tú piensas... Como una ventana a tu corazón, querría poder hacer lo mismo contigo —le sonríe con sinceridad, con una de esas sonrisas tan bonitas que tiene.
—¡No sabes lo que pienso en mi corazón! —chilla y se sonroja tomando eso como una acusación de "estás enamorado de mi".
—¡Leí cosas muy bonitas! —exclama levantando las cejas con esa reacción inesperada.
—¡No son sobre ti! —aclara, porque tampoco ha tenido mucho tiempo para escribir sobre él todo lo que le ha venido a la mente los últimos días. Francis parpadea un poco extrañado porque no lo pensaba.
—Es sobre ti —responde y le señala con el dedo.
—Ehm... n-no... No todo. E-Es decir, tengo muchos personajes y... trato de ver el mundo de muchas formas con ellos y... es divertido porque te obliga a pensar distinto y... aunque suene como una locura a veces discutes con los personajes que no existen porque es como si tuvieras en tu mente una mente más pequeñita diferente de la tuya, que es la de ellos y que funciona distinto y... —parlotea nervioso, rascándose un poco la cabeza, bajándose del caballo por hacer algo.
—Quiero que me cuentes más y me hables más de ti —pide desde arriba, aun montado. Arthur se calla y traga saliva, nervioso y sonrojado... lleva al caballo hasta amarrarlo en silencio. Francis se pasa una mano por el pelo—. ¿Por qué no pasas a mi casa? —el muy señorito extiende la mano para que le ayude a bajar. El inglés le mira y como no está pensando muy en orden levanta ambas para sujetarle.
Francis se deja con facilidad como se dejaría con su padre o con Antonio y claro, tieeeene que abrazaaarle un pooooco, así que quedan demasiado cerca, respirando el mismo aire que él, con un escalofrío.
Arthur vuelve a sonrojarse, girar la cara y separarse. El sastre le toma de la mano y tira de él con suavidad pero decidido, entrando a la sastrería. Él levanta las cejas y se deja tirar, claro
—Oh! —Francis se detiene en la puerta al ver a su empleado tomando medidas a otro cliente. Por lo visto le llueven clientes últimamente pero basta ya de esto, tenía muchísimas ganas de besarle, de convencerle de que no se casara y de que huyeran juntos. Saluda al chico con la mano y se va directo a las escaleras sin soltarle.
Arthur se sonroja un montón porque conoce al cliente, de hecho es uno de los que él recomendó, se levanta el cuello del abrigo para esconderse sin saludarle. Al ayudante ni lo ve, sinceramente.
Mathieu quisiera comentarle algo a Francis, pero es perfectamente ignorado, así que nada.
En cuanto llegan a la parte de arriba de las escaleras, el francés, que va adelante, se gira a mirar al escritor a quedar frente a frente... Y antes de que pueda hacer nada, levanta la mano, se la pone en la mejilla... Y le besa.
Arthur que aún estaba un poco preocupado por el cliente sobre si le ha visto o no o le ha reconocido o no, es tomado por absoluta sorpresa.
El sastre le abraza de la cintura, profundiza aún más el beso cerrando los ojos y piensa que quizás es el último que le da en su vida, así que más vale que cuente por todos los que quizás no le dará.
De todos modos para el escritor se siente como una bocanada de aire tras haber estado aguantando la respiración, demasiadas discusiones y reproches ayer noche, demasiados comentarios ácidos, gritos y sustos en la mañana.
Madamme Bonnefoy saca la cabeza del cuarto porque estaba lavándose ya que acaba de despertarse y le ha parecido oír ruidos. Sonríe al ver que es su hijo besando a alguien y se vuelve a lo suyo sin molestar.
El francés le besa con más ganas aun, empujándole un poco para acostarlo DONDE SEA. Si no hay otro lugar, en el piso, queriendo tocarle con ansias.
De hecho, lo aplasta contra la pared y encuentran una sillita en su camino, así que Arthur acaba sentado en ella con el francés encima... pero si alguien le pregunta, ahora mismo puede que creyera estar aun en el caballo. O tal vez dormido en el vestidor porque esto le parece un sueño.
Al contrario, es sumamente vivido y real. La mujer se mueve por el piso pequeño con naturalidad, le revuelve un poco el pelo a su hijo con cariño al pasar por su lado y automaticámente sabe que tiene hambre, yendo a la cocina a preparar desayuno o comida ya a esta hora para cuando acaben de besarse.
Francis siente agradable la caricia de su madre, aunque no deja de besar al inglés con pasión y necesidad. Van a estar en eso un buen rato.
Si Arthur tuviera bastante sangre en el cerebro para opinar ahora mismo, aseguraría que podría quedarse a vivir en este lugar exacto con Francis exactamente donde está para el resto de su vida. Aunque empezaría a quejarse de que tiene hambre en un par de horas, pero él sí ha desayunado.
A Francis le rugen las tripas un rato más tarde sin que pueda hacer nada para evitarlo. En el momento en que su madre sirve la comida en la mesa y se sienta frente a ellos tan sonriente.
Francis baja un poco del idilio y levanta las cejas al oler la comida, aun sentado sobre las piernas del escritor. Sonríe. Arthur aún está sin aliento y con los ojos cerrados.
—Buenos días, mi vida —saluda Madamme Bonnefoy a su hijo—. Buenos días, Monsieur... —deja la frase inacabada esperando a que el mismo inglés se presente, pero lo que este hace es tener un triple infarto.
—Kirkland... —susurra Francis sonrojándose un poco.
—¡Oh! —sonríe ella—. Es un placer conocerte, mi hijo me ha hablado mucho de ti.
Y el hijo sale volando porque Arthur lo empuja, metiéndose bajo la mesa. Francis mira a su mamá y le sonríe un poquito, sonrojándose... Antes de salir volando y chillando como una niña. Cayéndose al suelo.
Madamme Bonnefoy levanta las cejas y se incorpora enseguida a ver qué ha pasado y como Arthur trata de hacer un agujero en el suelo para escapar de este lugar mientras ella ayuda a su hijo y le pregunta si está bien.
—Oui, Oui... No sé qué ha pasado. ¿Arthur?
El nombrado da un saltito y se queda paralizado bajo la mesa, atrapado. Genuinamente sin saber qué hacer porque... esa... esa mujer les... ¡ha visto!
—¿Qué pasa? Es... Maman.
Madamme Bonnefoy mira a su hijo a los ojos buscando un poco de explicación, sin entender tampoco.
—¡Yo no soy homosexual! —chilla desde debajo de la mesa, dándoles la espalda súper tenso—. ¡Y usted no me agrada! —le chilla al sastre.
—¿Por qué? ¿Qué? —Francis levanta las cejas y mira a su mamá, preocupadillo.
Ella le mira también sin entender, aunque el mensaje es claro, es que... hombre, estaba explorándole las amígdalas como si no hubiera mañana hace menos de un minuto.
—Por qué no te calmas... —propone suavemente.
Lo que pasa es que no es la idea que tenía Arthur, el caballero formal, de cómo iba a conocer a la familia del sastre. Ni se había planteado que fuera a pasar, en realidad, pero ya que iba a ser estaba seguro había una forma mejor que esa. Tal vez con él entrando con algunas flores para ella, besándole los nudillos, haciendo alguna broma ligera y sonriendo. Siendo presentado como EL ABOGADO, no el maldito amante de su hijo.
Y desde luego, no besándole cuando aún ni él mismo esta aun seguro de que le guste. A pesar de que hace solo unas horas iba a renunciar a su nombre, familia, vida y herencia solo por ir con él. Aprieta los ojos sintiéndose hecho un lío.
—Oui, Monsieur Kirkland, ¿por qué no sale de ahí debajo y nos acompaña comiendo algo? —propone Madamme Bonnefoy apoyando al sastre.
—Sí, sal, hay comida muy buena —sonríe Francis un poco infantilmente, agachándose para mirarle, sentado como una rana.
¡La comida! Se acuerda de repente que su padre lo está esperando para al menos asistir a la comida familiar con los Jones y si no se presenta puede que sí lo mate. Se gira a mirar a Francis como si estuviera viendo un alienígena. Francis le sonríe, sonrojadito.
—T-Tengo q-que... —se arrastra un poquito hacia atrás y aun se permite pensar que el imbécil se ve espléndido con esa cara de estúpida ilusión que pone y que alguien DEBERÍA inmortalizar ¡o algo! Esa expresión.
—Comer, anda... Levántate —le tiende una mano.
—I-Irme —consigue, a pesar de todo, acabar la frase adecuadamente.
—¿Qué? ¿Por qué? —pregunta un poco desconsolado.
Arthur mira a la mujer rubia de reojo un segundo y de verdad trata de esconderse más, bajo una silla o algo. Ella le sonríe con dulzura a pesar de todo.
—Nos gusta mucho que estés aquí, ¿verdad? —Francis mira a su madre esperando un poco de ayuda.
—Claro, es maravilloso poder conocerle al fin —asegura ella. El inglés se sonroja más si acaso eso es posible, ¿cómo iba a decirles que su familia le estaban esperando?
—Le he hablado mucho a maman de ti, ¿verdad? Cosas bonitas —sonríe el sastre muy orgulloso de ello, mirando a su madre.
—Oui —asiente ella y le hace un cariño al francés.
—Eres como parte de la familia —asegura él.
—S-Sepa, s-señora, que... que las r-relaciones entre su hijo y... y-yo son p-puramente comerciales —suelta el escritor, todavía en su ridícula situación escondido debajo de la mesa.
—Comerciales —repite el francés levantando una ceja.
Arthur trata de mantener el temple y tiembla saliendo de debajo de la mesa, aun completamente sonrojado hasta las orejas. Pero considera que no es bueno para su imagen profesional quedarse ahí debajo. Se estira la ropa, se arregla el cuello de la camisa y las regiones vitales lo más disimuladamente que puede. Carraspea tratando de parecer muy digno. Tiende la mano a Madamme Bonnefoy.
—Soy el abogado de su familia —se presenta en francés, con ese horrible acento suyo. Ella parpadea un par de veces y mira de nuevo a Francis de reojo no muy convencida con esa presentación, antes de tomarle la mano de vuelta de todos modos.
Francis parpadea también un poco descolocado preguntándose si esto tiene que ver con el asunto de hablar... Pero los besoooos. El escritor trata de ponerse todo lo profesional posible y hacer como que el accidente anterior no ha sucedido. Le aprieta un poco la mano con firmeza y la suelta, igual de terriblemente incómodo.
—¿Estás bien? De verdad no pasa nada —insiste Francis estirando una mano hacia él y tocándole suavemente el hombro. Arthur se aparta como si su tacto le quemara.
—Lamentablemente no puedo quedarme ahora mismo, otros compromisos me requieren, pero estaré encantado de aceptar su invitación otro día —sigue para la mujer.
Francis le mira un poco desconsolado porque se ha quitado, aunque no pierde el asunto de "otro día"... Al menos pretendía volver.
—Oh, pero... creí que ya estaríais lejos de Londres a esta hora —asegura ella para su hijo.
El baja la cabeza y se guarda las manos en los bolsillos. También lo hubiera creído... Y no pasaba nada de no ser porque el inglés pretendía hablar de algo, de lo que no habían hablado por besarse.
—¿Q-Qué? —pregunta Arthur, es que no se puede creer que esta mujer lo sepa TODO.
—Estábamos en su casa, en la que tienen vacía para que viva con la chica con la que su padre pretendía —vacila Francis—, o pretende que se case. Decidimos pasar la noche ahí. Y nos encontró un policía, entonces tuvimos que salir huyendo medio desnudos y él tuvo que volver a su casa —sigue explicando.
—¡No estábamos medio desnudos! —chilla el inglés sin entender porque tiene que darle esa clase de detalles también.
—La cosa es que al final no nos fuimos... Y mis cosas siguen en su casa —resume el sastre mirándole de reojo.
—¡Espere! ¡Mis diarios! ¡Están todos esparcidos por el vestidor! —cae en la cuenta acusándole. Francis sonríe sinceramente y se gira a su madre.
—No podía dejar de leer. Escribe PRECIOSO —asegura tan feliz, un poquito culpable.
—¿Ah, sí? —pregunta ella con ensoñación. El inglés se sonroja aún más con ello.
—Nunca he leído algo mejor. Es como si cada palabra se me metiera en el corazón —sigue, sonriendo con la misma expresión de su madre. Además suena mejor todo cuando se dirige a ella con susurros suaves y melodiosos en francés
—Debe ser realmente muy bello entonces —asegura ella y es que el escritor... tiene el corazón dividido. Por una parte le gusta oír todo eso que nadie le dice nunca y por otra... quiere salir corriendo de este lugar infernal y de la presencia de esa mujer que siente que sabe cosas que ni él mismo sabe. Francis asiente con completa ensoñación.
—Quizás algún día podría leernos algo frente a la chimenea —propone.
—Oh, ¡me encantaría! ¿Crees que podrías? —le pregunta al escritor, que da un paso atrás y se sonroja más imaginando una de esas postales navideñas... en su casa, frente a su chimenea, con sus padres y hermanos tomando copitas de alcohol y riendo, cantando villancicos y con Francis a su lado, dándole la mano mientras él lee un cuento para todos. Hasta Madamme Bonnefoy está ahí y el bueno de Mathieu estaría si hubiera reparado en él.
Luego todos le felicitarían y su padre y sus hermanos se sentirían profundamente admirados y orgullosos de su talento, diciéndole cosas amables y bonitas como las que decían Francis y su madre y... puede que hasta Francis le diera un beso bastante casto frente a todos. Sacude la cabeza con todas esas cosas.
El sastre mira Arthur de nuevo con una gran sonrisa y recuerda ahora otra vez que quizás las cosas no van tan bien como deberían. Suspira sin dejar de sonreír... Tendría que esforzarse más para convencerle otra vez, por lo visto.
—No... No lo sé. Tendrá que disculparme, madamme, de verdad debo irme —balbucea un poco.
—Pero no hemos hablado... —susurra Francis.
—No vamos a hablar con... —mira a Madamme Bonnefoy de reojo a modo de señal. Francis se humedece los labios a punto de decirle que sí que pueden hablar con ella ahí... Pero decide mejor que ya van demasiadas sorpresas para el inglés.
—Maman...
—Ah, sí, claro. Bajaré a ver cómo va Mathieu —se levanta y se dirige a las escaleras. El sastre le sonríe un poquito, agradecido, humedeciéndose los labios y mirando al inglés. Se le pasa por la cabeza volver a besarle.
Arthur se mira los pies y la mira de reojo hasta que se va, luego mira al sastre y se sonroja. Francis suspira y se sienta sin mirarle.
—Dime lo que piensas, directamente —pide, intentando no volver a ponerse dramático.
—Yo... —se pasa una mano por el pelo, nervioso, cambia el peso de pie y le mira un instante de reojo, incomodo.
—Te lo has pensado mejor y siempre prefieres casarte con tu chica y ser feliz... —ahí está el resultado de sus intentos.
—¡No! —responde y se lleva las manos a la boca al oírse demasiado sincero. Francis levanta las cejas y le mira sin esperarse eso—. Q-Quiero decir... —se acerca y se sienta en otra silla, nervioso. El sastre sonríe un poco porque esto suena mejor, sea como sea—. Mira, esto... esto está mal.
—Cómo tantas cosas en el mundo. De hecho como tantas cosas en el mundo están DE VERDAD mal... Esto solo es... Espera. ¿A qué te refieres? —pregunta con paciencia, sentándose frente a él y comiendo un poco.
—Pues es que... —le mira, nervioso, dejándole hacer.
—¿De qué hablas? De... —se señala a ambos.
—Es que ¿sabes qué nos harían si nos atraparan? Yo ni siquiera soy homosexual, ¡pero a ti te condenarían a muerte! —exclama preocupado, porque se ha asustado mucho con eso cuando casi los encuentran en el armario.
—Eres tan homosexual como yo, en primera y en segunda... No van a atraparnos —replica Francis después de tragar.
—¡No lo soy! ¡Y hoy casi lo hacen! ¡Esta mañana en casa! —exclama apretando los ojos por las negativas del francés que parece no querer darse cuenta de la realidad.
—Casi lo hacen porque estábamos en una casa en la que sí que pueden atraparnos. Si estamos en lugares seguros, como este, no pasará. Como al doctor con la cantante no le atrapan —explica mucho más tranquilo, encogiéndose de hombros.
—¡Ellos no son amantes! —insiste a pesar de las evidencias.
—Cielo, de verdad... Deja de negar todo lo que te asusta —pide un poco exasperado, porque así no hay modo de avanzar.
—¡Cállese y no me llame cielo! —protesta sonrojándose y volviendo al trato distante. Francis aprieta los labios y le mira intensamente—. De todos modos esto es un error —asegura pasándose una mano por el pelo.
—Para mí no lo es —sentencia el francés apenas sin mirarle.
—¿Qué? —él si le mira, interesado, esperando como cada vez que discuten esto que le dé el mágico y maravilloso argumento que hace que todo encaje y esto sea perfectamente normal y le ayude a aceptarse a sí mismo con solo una frase en vez de sentirse un desviado.
—Para mí esto no es un error. Ya te lo dije antes. No es un error en lo absoluto—insiste mirándole fijamente.
—Pero es que... es que tú... las chicas... yo no... —trata de hacerle entrar en razón.
—Las chicas me gustan también, pero podría intentar que fuera bien contigo a pesar de todas las complicaciones —responde poniendo un poco los ojos en blanco a las excusas que está encontrando el inglés, que le parecen pobres y tontas.
—Ni siquiera hace tanto que nos conocemos... —responde con preocupación con algo mucho más realista y difícil. Los ojos azules le miran y... Es que no es mentira. Que él y su corazón fueran capaces de enamorarse perdidamente en unas horas no hacía que el resto del mundo lo fuera.
—Pero... ibas a huir conmigo hace unas horas —susurra en discusión, aferrándose a ello.
—Pero no está bien... tu madre... tu madre me necesita aquí para recuperar la herencia de tu padre y... —no acaba la frase pensando que su padre necesita que él se case para conseguir sus inversiones.
—Y no vamos a hacer nada, ¿entonces? Tú... —se le corta un poco la voz porque el inglés era quien le había propuesto huir con él en el gesto más romántico del mundo y ahora le decía que... no. Aprieta los ojos—. Y... Yo... ¿Qué? ¿Vas a ser mi abogado y yo a hacerte el traje de tu boda?
—¿N-No quieres? Creo que nos precipitamos un poco ayer y... —se pasa una mano por el pelo, nervioso.
—Pero íbamos a ser felices y a estar juntos y tú ibas a escribir y yo a coser trajes de novia... —mira a la mesa con los ojos rojos, tremenda cara de tristeza y decepción.
—Francis, ¡¿en qué mundo es que vives?! —le riñe un poco, porque no es tan fácil ser simplemente el sensato y rompeilusiones, a él también le duele—. Eres un hombre y yo también. Si no puedes hacer esas cosas ahora siendo una persona aceptada en una ciudad que conoces ¿por qué íbamos a poder hacerlas en un lugar en que seremos los extranjeros y no conoceremos nada ni a nadie?
—Dijiste que podríamos... Tú dijiste que algo haríamos, que encontrarías trabajo de escritor y yo de costurero en un teatro. Que viviríamos como amigos y nadie lo sabría. Tú dijiste que si se podía y yo... ¡Yo iba a dejarlo todo! —protesta limpiándose la cara.
—Pero piénsalo bien, ¿qué pasa si no vendo ni un libro? ¿Qué pasa si no te contratan en el teatro porque no te conocen? ¿Cómo pagaremos las facturas? Y ¿Sabes lo raro que es que dos hombres adultos vivan juntos en la misma casa sin que entren chicas regularmente? ¡Aunque sean amigos! —continua, con todas las cosas a las que ha ido dándole vueltas al respecto del asunto.
—¡Si entrarían chicas! ¡Justo para que nadie sospechara! —solloza una vez y se gira para darle la espalda.
Arthur se masajea las sienes frustrado porque se siente demasiado parecido a su padre haciendo todo esto, cosa que odia porque le gusta creer, le gusta la fantasía y la ilusión de realmente escaparse para escribir y convertirse en un escritor famoso y ayudarle a él a coser disfraces del teatro... pero suena todo TODO tan como castillo en el aire cuando su razón entra en juego. Francis se queda unos segundos en silencio sorbiéndose los mocos y limpiándose la cara.
—Escucha... organicemos mejor esto, ¿De acuerdo? —pide. El francés suelta otro sollocito con esto porque otra vez eso suena mejor que lo otro. Le mira de reojo.
—¿O-Organizarlo cómo? —pregunta en un susurrito.
—Vamos a... vamos a arreglar lo de tu madre y le daremos a mi padre su estúpida boda para que consiga su dinero, mientras buscamos como organizar esto y donde ir. Nos aseguramos que tendremos casa y oficio antes de marcharnos y cuando sea el momento propicio lo hacemos —propone con un poco más de madurez.
—Pero... Pero ¿y tú chica? —se limpia los ojos de nuevo.
—Pues tendré que casarme con ella de todos modos... —se encoge de hombros.
—Y a enamorarte de ella y a considerar que quizás tenerme a mí es muy complicado. Además ella... —se muerde el labio y traga saliva—. Necesito pensar esto.
—No voy a enamorarme de ella —ojos en blanco.
—Ni siquiera la conoces... ¿Por qué no habrías de hacerlo además? —aprieta los ojos y se riñe a si mismo por tratar de convencerle de que lo haga.
—Pues porque... no lo sé —aparta la cara pensando que porque se siente enamorado de él, lo cual es SUPER raro.
—No voy a dejar que te enamores de ella —sentencia como una advertencia, casi parece una amenaza. Los ojos verdes le miran, sonrojado y un poco impresionado con eso—. Voy a hacer que te enamores de mí, aunque sea injusto para ella —se humedece los labios sin saber por qué está TAN interesado y TAN empeñado en alguien que solo lleva tres días de conocer. Pero su padre le habría instado a seguir a su corazón y su corazón saltaba de manera excepcional por este chico.
El escritor balbucea un poco de forma incomprensible y se sonroja más, mirándole con la boca abierta. El sastre se revuelve y le sonríe.
—Eres gay. Lo siento, pero lo sé. Lo eres y eso hace que este seguro de que esto va a ir bien, no importa lo complicado que sea —acaba, convencido, con mucha seguridad en sí mismo y en sus sentimientos
—¿Q-Q-Qué? ¡No lo soy! —lloriquea porque de hecho ese tono le había hasta convencido a él mismo, El francés se ríe. El inglés da un paso atrás, levantándose y se sonroja más.
—Venga, Arthur, cálmate. Si te hace sentir más feliz, quizás no lo eres aun... —se encoge de hombros sonriendo de lado.
—¡No lo soy! ¡Y menos por ti! —chilla nerviosísimo, sintiéndose acusado de nuevo.
—Vale. No lo eres —levanta las manos en señal de rendición. Arthur frunce el ceño y se calma un poquito—. Vamos a hacerlo bien, entonces... A pensarlo un poco más y a quedarnos aquí —resume Francis, él traga saliva y asiente un poco—. ¿De verdad no te agrada mi madre? —le mira a los ojos, suspirando.
Arthur parpadea con eso porque no ha dicho que no le agrade, de hecho ni la ha visto bien.
—No he dicho que ella no me agrade, de hecho habría sido un comentario de bastante mala educación por mi parte, así que estoy seguro de que no lo he hecho—replica.
—¡Lo has gritado desde allá abajo en tu histeria! —le acusa señalando el lugar.
—¡No es cierto! —discute.
—"Usted no me agrada", eso dijiste —insiste.
—¡Me refería a ti, idiota! —chilla tras parpadear un par de veces y levantar las cejas.
—A mí... ¡Oh! ¡Pero yo si te agrado! ¡Y no me llames idiota! —protesta.
—No me agradas y sí eres idiota —sonríe un poco.
—¡No soy idiota! —discute.
—Claro que sí y por eso no sabes cuando hablo de ti —se ríe un poco maligno.
—¡Tú eres idiota por hablarme a mí de usted! —exclama poniendo los ojos en blanco.
—Vea usted caballero, que tanto defiende mi punto con esa exposición que es a todas luces demasiado bruto para acostumbrarse a un trato de respeto —sonríe más.
—No me hables de usted, no es que no me acostumbre, ¡es que no me gusta! —protesta.
—Pues no le queda más remedio que soportarlo —se encoge de hombros tan divertido, haciéndolo solo para molestarle ahora. Francis arruga la nariz
—Cada vez que me hables de usted voy a darte un beso—sentencia. Arthur parpadea y se sonroja un poco.
—¡No! —protesta.
—Sí, ya me debes dos —decide y se le acerca sonriendo otra vez, de forma un poco depredadora.
—¡Yo no le debo nada! —chilla nervioso.
—Tres —sonríe más.
—¡No he aceptado esa condición! —da otro paso atrás.
—Es unilateral —niega con la cabeza.
—¡Entonces no puedo deberle nada! Otra prueba para demostrar sus pocas luces —insiste, con la espalda apoyada contra la pared y la cabeza un poco girada, de puntillas.
—Pocas luces me da lo mismo. Cuatro besos —invade su espacio vital.
Arthur se aplasta contra la pared todo lo que puede intentando traspasarla con el culo, sintiendo desde ya que el siguiente movimiento va a ser uno de esos besos prometidos que se supone que no quiere. Pone las palmas contra el mueble bajo sobre el que está en vez de tratar de empujarle.
El sastre sonríe y se inclina al frente. Le da un suave beso en la comisura de los labios. Cierra los ojos verdes y gira un poco la cara hacia él de manera obvia pensando que ha apuntado mal y el beso le da de lleno en los labios.
La vena de Lord Kirkland empieza a saltarse. Algo en el cerebro de Francis hace click repentinamente y se separa de golpe.
—¡Tu madre! —exclama.
—¿Q-Qué? —Arthur casi se le cae encima cuando iba a por más.
—He... He quedado hoy de... —no sabe ni por qué se ha acordado de golpe. El inglés parpadea unas cuantas veces porque no sabe ni donde está. Francis e sonríe un poco porque se ve adorable y le besa de nuevo.
Un buen rato un BUEN RATO más tarde, Madamme Bonnefoy vuelve a subir, porque tiene hambre y está segura que el chico Kirkland ha dicho que le estaban esperando. De todos modos sube hablando animadamente con Mathieu para que les oigan con tiempo.
Las voces hacen que el cerebro del inglés se conecte un poco y se separe del francés con bastantes trabajos.
—M-Mathieu... —susurra Francis oyéndole a él también, apretándole un poco la mano con los dedos entrelazados que a saber en qué momento del beso le tomó, antes de girar la cara y separarse un poco.
Arthur parpadea un par de veces. Francis se le separa del todo, soltándole la mano y se acerca a las escaleras, con los labios hinchaditos.
El inglés se pasa una mano por el pelo y nota que necesita organizarse un poco la ropa, haciéndolo con prisas, mirando al sastre sin apenas parpadear, pero de reojo, espiándole.
Él no hace nada por organizarse las regiones vitales, aunque están notoriamente felices. Solo se cierra el saco y sonríe encantador de manera que nadie le mire la zona en cuestión.
—¿Cariño? ¿Estás visible? —pregunta su madre desde fuera—. Está empezando a hacerse tarde y Mattie y yo tenemos hambre.
—Oui, solo estaba refrescándome un poco en lo que revisaba unos papeles. ¿Cómo estás, Mathieu, cielo? —se ríe un poco.
—¡La comida! —chilla Arthur recordándolo y sale corriendo apartando a todo el mundo de en medio a empujones.
Francis levanta las cejas y se cae un poco encima de Mathieu. Madamme Bonnefoy y Mathieu se apartan para dejarle pasar, se vuelven a Francis después de que ha pasado, este segundo, sujetándole. Él les mira y se sonroja un poquito antes de reírse
Su madre se ríe un poquito con él haciéndole un cariñito, Mathieu parpadea y de repente se oye un ruido en las escaleras otra vez, cuando se vuelven hacia ahí, Arthur ha regresado, señala a Francis con el dedo.
—¡Esto no cambia nada! ¡Sigue siendo usted un idiota! —asegura y ahora sí se va. Francis levanta las cejas y se ríe un poquito más, aún más sonrojado.
—Eh! —protesta a gritos.
