El escritor se monta en el caballo bastante incomodo con su propia situación al tener que llevar las piernas abiertas y no poder hacer al caballo correr todo lo que ameritaría, pero al menos va a llegar para el postre y aun sabiendo que su padre va a matarlo, sonríe como un idiota con la mano en sus labios pensando en si realmente mantendrá su promesa y le besará cada vez que le hable de usted.
A pesar de todo, el movimiento con el caballo lo ayuda a relajarse de la excitación causada por el beso, pero no le borra el sonrojo ni la sonrisita tonta. Deja el caballo en el establo y entra a la casa por la puerta de servicio, escondiéndose, tratando de mezclarse con la gente y pasar desapercibido para que en caso de que su padre lo encuentre pueda decir que en realidad lleva ahí ya un buen rato, el problema es que esto no es un cóctel, es una comida y todos están sentados a la mesa cuando cruza las puertas con sigilo y es que se nota, solo por la voz; que Lord Kirkland está casi trabado del enfado.
Arthur se queda paralizado y evidentemente todos se vuelven a mirarle. Scott tiene que hacer un sobre esfuerzo para no aplaudirle sarcásticamente.
—Ahhh! Artie! —una muy enérgica chica se levanta de golpe y se ríe saludándole con la mano.
El joven escritor parpadea y evidentemente la mira a ella. Levanta las cejas al reconocerla por las fotos. Da un pasito atrás de la impresión. Es alta, quizás más que él y rubia. No precisamente delgada y tiene una enorme y brillante sonrisa enseñando todos y cada uno de los aperlados dientes
Arthur se sonroja un poco porque SABE quién es y que se supone que representa en su vida, lo cual es tremendamente extraño. Tal vez por esa circunstancia es que su visión es bastante crítica y de aversión hacia ella, más de la que tendría normalmente por cualquier persona desconocida. Le parece una mujer demasiado grande en todo el amplio sentido de la palabra, con el pelo cortado en media melena semi rizada que le da un aspecto infantil al que no ayudan lo que parecen ser unas cintas con estrellitas. El vestido es naif, de colores brillantes y el porte y movimientos no es que sean mucho mejores.
—Ehm... B-Buenas tardes, Señorita Jones, supongo... y compañía —susurra con formalidad. Ella sale de la silla sin ningún tipo de formalidad y se acerca a él.
—Mamá, papá! ¡¿Ya han visto quién es!?
—Sí, cielo —responde Lady Jones sin hacerle demasiado caso a ella, escrutando a Arthur como si tuviera rayos X. Su padre se ríe un poco aliviado, haciendo alguna broma con Lord Kirkland. Scott les silba con esa melodía cuando ella se acerca al menor de los ingleses. Por supuesto, Arthur se sonroja más con el silbidito y la chica no ayuda, abrazando al inglés y levantándolo un poco del suelo.
—Ah! —protesta y se asusta él que no esperaba que tuviera tanta fuerza... y lo levantara y lo dejara sordo con las risas en su oído.
—¡Pensé que te habías escapado! ¡Pero veo que nooooo! Mamá, ¿¡ya viste que delgadito es!?
Arthur aprieta los ojos apartando la cara en un gesto de desagrado cuando le grita al oído y se mantiene muy tieso sin moverse.
—S-Señorita Jones, por favor... —pide. Lady Kirkland se ríe un poco, bajito, de la cara de Arthur.
—¿Qué? ¿qué? —pregunta ella un poco agobiada.
—Suélteme —pide todo formalmente pero sin poder empujarla por educación.
—Llega muy tarde —bufa Lady Jones para Lord Kirkland—. Realmente tarde.
—Una mala manía de mi hermano, por desgracia, estamos seguros que Miss Jones podrá quitársela. Yo rezo todos los días para que mejore —comenta Patrick. Aun así, Lady Jones sigue con su postura desaprobatoria con la nariz levantada.
—¿Pero por qué llegaste tan tarde? —pregunta la chica americana.
—Yo... estaba... —se sonroja al pensar en lo que estaba haciendo y sin fijarse, levanta las manos poniéndoselas en el pecho para apartarla—. Trabajando y... —nota esa zona demasiado blanda y se sonroja aún más al notar lo que hace, apartando las manos en seguida sin saber dónde ponerlas—. ¡Suélteme! —lloriquea un poco desesperado.
Ella levanta las cejas con este movimiento, se sonroja un poquitín y suelta una risita diferente a la que ha hecho todo este tiempo. Al menos le suelta.
—¡Ah, Artie! ¡Pillín! —le acusa y vuelve a reírse.
El nombrado se sonroja aún más con eso y es que desearía empujarla pero es una chica... Así que solo hace fuerza para intentar abrirle los brazos y poder escapar del abrazo rompe-costillas. Al final ella se hace atrás un poco pero le toma de la mano.
—Ven, Ven a que conozcas a mis papás —tira de él enérgicamente y arrastra un poquito a Arthur hasta donde esta si madre, sin dejar de sonreír.
Él suspira aliviándose un poco y arreglándose la ropa con la otra mano, siendo tirado por ella como si fuera un muñeco de trapo. Lady Jones vuelve a mirar al joven con gesto de desagrado, repasándole de arriba abajo. Él se siente aún más pequeño con esa mirada, encogiéndose un poquito.
—¿Ya viste lo delgado que es? Siento que voy a romperlo en dos con facilidad —exclama la entusiasta chica rubia.
—Sí que lo es... esperemos que sea resistente a pesar de ello —responde en un tono aparentemente dulce la mujer de piel oscura.
—Lo será, haremos que este un poco más gordito —asegura y luego se ríe un poco. Arthur parpadea y se sonroja un poco con todas esas cosas, frunciendo el ceño no muy contento de que hablen así de él—. Ya en serio, seguro te gustara la chica que traje para la cocina, hace muchas cosas muy buenas de comer, a mí me encanta la comida. La comida y los paseos. Y en realidad me gusta nadar y los deportes pero no me dejan casi nunca —Miss Jones sigue parloteando. Arthur la mira de reojo.
—Porque no vais a conoceros los dos un poco, ¿eh, cielo? —propone Lady Jones para su hija—. Luego quisiera yo hablar con él.
—Sí, seguro... Al fin que yo ya termine la comida —asiente ella para su madre y mira a su futuro esposo, le sonríe—. Artie, ¿vamos afuera?
—Mi nombre es Arthur —responde en un susurrito.
—Por eso te llamo Artie, me gusta más —le mira de reojo y entrecierra un poquito los ojos acercándosele porque no ve del todo bien—. Estoy feliz de conocerte al fin.
Él mira a su padre de reojo, quien estaba a punto de carraspear justamente para que se girara a verle. Le echa una mirada que en principio pretende ser de advertencia, pero aun sin querer le sale de súplica. Tenso y atemorizado.
—Vamos fuera —decide el escritor—. Acompáñame, por favor —pide en la formula un poco rocambolesca y educada de todos modos.
Ella sonríe y mira a su madre de reojo un instante antes de salir muy contenta tarareando una suave tonadilla. La mujer les mira un poco incomoda, pero no interviene. Él tira de ella hasta fuera de las puertas del comedor, donde intenta soltarse de la mano y lo consigue esta vez.
—Umh... ya sé que no es lo habitual ni lo más adecuado a las circunstancias pero ¿me disculparía? —pide educadamente.
—¿Disculparle qué? —pregunta ella inclinando la cabeza.
—De... ausentarme —aclara porque en realidad pensaba que estaba claro, ¿por qué iba a disculparle si no?
—¿Ausentarte? ¿Eso es... Irte? —pregunta sin estar muy segura de esas palabras y ese tono tan formal.
—Ehm... sí, unos instantes —asiente sin poder estar seguro de que le esté preguntando en serio.
—¿Para ir a dónde? —pregunta con curiosidad dispuesta a pedirle ir con él, con cierta ilusión puesto que tampoco está muy cómoda en estos actos sociales. En realidad le encanta estar rodeada de gente, son las normas protocolarias la que la ponen nerviosa.
—Ehm... es que no he comido, quería ir a la cocina —confiesa mirándola un poco culpable porque esto es tremendamente irregular y no quiere darle realmente una mala primera impresión.
—¡Ah! ¡Vamos! —exclama tan entusiasta porque siempre es una buena idea ir por comida.
—¿Q-Qué? Pero... pero no, no es adecuado que una señorita vaya a la cocina —responde agobiado y nervioso por las reglas sociales.
—¡Ah! No te preocupes, yo voy bastante a la cocina —asegura asintiendo y dando vuelta sobre sí misma—. ¿Dónde está?
—Ah... uhm... por ahí —señala con el dedo un poco sorprendido, notando que no es una señorita estirada como las esposas de sus hermanos, como se había imaginado todo el tiempo que sería, sino una bastante peculiar, cosa que le llama un poco la atención.
—Vamos entonces —le hace un gesto con la mano. Él se dirige ahí no muy convencido mirándola un poco de reojo—. ¡No sabes lo HORRIBLE que es pasar días y días en el barco! ¡Es minúsculo!
—¿No le placen los barcos? —pregunta educadamente y aun en el tono de respeto por educación, pensando que está tratando de hacer conversación.
—Lo que no me gusta es estar encerrada todo el tiempo, por horas y horas y horas, en un barquito —responde haciendo gestos con las manos y en un tono de voz desenfadado que vuelve a descolocar al escritor y su imagen de "Lady de sociedad" que se suponía ella debía tener.
—A mí me parece muy emocionante hacer un viaje por mar y conocer el mundo y tierras lejanas —decide comentar relajándose y hasta sonriendo un poco, tal vez al estar a solas era mejor entrar en una dinámica un poco más desenfadada y no tanto de actuación, eso hacía mucho más agradable el trato. Sí, definitivamente debía ser eso lo que ella estaba haciendo, seguramente se volvería formal en cuando estuvieran en público.
—¿Has ido a las Américas? —pregunta ella mirándole de reojo con una gran sonrisa mientras anda a su lado.
—No, pero he leído sobre ello —sonríe un poquito porque en realidad si le llaman la atención los libros de aventuras sobre indios y sobre la gran conquista del oeste... Y sería un buen momento para que el escritor se preguntara a si mismo qué libros son los que no le llaman realmente la atención.
—Cuando nos casemos iremos alguna vez, al menos una vez al año... A pesar de los horribles barcos. ¿Sabes? En el futuro me imagino que se podrá ir VOLANDO —sigue ella tan segura y le brillan los ojos de una forma especial con esa última palabra, muy emocionada con este tema, habiendo llevado aquí la conversación expresamente, porque está son la clase de cosas de las que le gusta hablar.
—¿Cómo? ¿Disparando un proyectil con personas como en la novela de Verne? —pregunta un poquito burlón porque no está del todo seguro que vaya a ser posible, en especial con la ingeniería aérea de la época.
—Quizás. ¿Sería maravilloso, no crees? Volar por todo el mar por horas y horas y aterrizar en un cojín de plumas de este lado. Sería mucho mejor eso que estar aburrido en el barco —asegura ella encantada con esta idea que no se le había ocurrido, haciendo un gesto con la mano para describir la trayectoria del proyectil.
—Volar horas y horas no creo que fuera más divertido que navegar horas y horas... de hecho en un proyectil la gente debería ir más apretada —valora Arthur de un modo más realista, sin querer meterse tampoco en temas de seguridad, mirándola de reojo a ver que dice con eso, porque parece realmente infantilmente ilusionada con la idea absurda.
—Pero sería más rápido que ir en barco... Además se estaría volando. ¿Sabes lo divertido que sería eso? ¡Volar como un pájaro! —insiste ella sin pensar realmente más allá de en lo excitante.
—Mmm... No estoy seguro, me parece que navegar tiene cierto encanto, como en las historias de piratas... —valora intentando no pensar tanto tampoco, tomando esto más como un cuento como ella y el problema es que a él le llaman mucho más la atención los barcos.
—¡Ah! ¿Te sabes historias de piratas? —tan emocionada, entra a la cocina y da unos saltitos—. ¡Deberías contármelas!
—S-Sí, claro que me sé historias he piratas, ¿ha leído "La isla del tesoro"? —pregunta mirándola de reojo entrando tras ella y yendo a buscar algo de comida en algún armario o en las ollas que la cocinera aún no ha recogido porque no ha acabado la comida.
—No. No leo mucho porque... —vacila un poco y carraspea porque lo que pasa es que no ve bien pero no le gusta mucho decirlo—, no me gusta mucho.
—Oh... entiendo —responde pensando que en realidad debe ser un poco... ese tipo de mujeres que solo se interesan en tener hijos y una casa grande y todo eso. Arruga la nariz entrando a la despensa.
—Pero me gusta mucho que me cuenten historias, sobre todo de aventuras, con piratas y guerreros —explica ella un poco nerviosa porque ha notado que esa respuesta ha decepcionado un poco a Arthur y no quiere eso.
—Oh... yo soy... escritor —confiesa sonriendo un poco, sacando la cabeza para mirarla a los ojos.
—¿Queeeé? Naaah, no es verdad —se ríe perdiendo del todo el estilo—, ¡eres un aburrido abogado!
—Bueno, sí, eso me obligo a estudiar mi padre, pero yo quería ser escritor —responde él frunciendo el ceño, un poco crispado con el adjetivo "aburrido".
—¡Oh! Yo quería ser Constructora de Trenes —confiesa ella como respuesta. Arthur parpadea unas cuantas veces sin esperarse eso.
—¿Constructora de trenes? ¿De verdad? —saca la cabeza con una hogaza de pan y algo de queso. La mira con real curiosidad porque es como la última ocupación que ninguna señorita podría querer ocupar de tener oportunidad. Quizás tan solo un poco por encima de la minería o el servicio del ejército.
—Sí, en realidad... Me gustaría diseñarlos —explica perdiendo un poco la seguridad, porque ya se imagina que clase de conclusiones va a sacar de esas ideas, como las sacaban todos a quienes les contaba sus ambiciones.
—¡Pero es usted una mujer! —exclama Arthur tal y como ella temía.
—Sí, bueno... Es justo lo que dice papá. Y mamá en realidad. Es decir, ya lo seeeeé que tengo que dedicarme a la casa y esas cosas —vacila un poco pensando que ha metido la pata—. No es que no pueda, ¿vale? Lo... Lo haré bien, eso de tener niños y ser ama de casa y esas cosas.
Arthur la mira a los ojos y desvía la mirada un instante, empatizando con ella al notar que no quiere casarse en realidad. Sonríe un poco.
—¿Qué es lo que le gusta de los trenes? —decide preguntar para hacerle ver que en realidad no le parece que esté mal que tenga aspiraciones que no son las que se esperan de ella, al fin y al cabo, a él le pasa lo mismo y sabe que no es nada fácil.
—Me gusta que se mueven mucho más rápido que cualquier otra cosa —explica ella sonriendo al ver que en realidad no la regaña ni nada, sintiéndose mejor con el escritor—. Bueno, que cualquier otra cosa de este tipo. Más que una carroza o un caballo. Y se mueven solos.
—Pero ¿y volar? —pregunta valorándolo mientras come, porque ella lo ha mencionado antes.
—¿En un dirigible? Aun no lo he hecho pero sería... ¡Fantástico! Me encantaría —asegura muy emocionada, sonriendo sinceramente y de nuevo con ese brillo en los ojos.
—Hay, a las afueras de Londres... —empieza Arthur y es interrumpido por un ruido en la entrada de la cocina. La chica se gira y está ahí su pequeña doncella/esclava/modista, con sus ropas simples y su gorrito blanco a quien Lady Jones ha mandado de carabina porque no está bien que una pareja joven estén solos tanto tiempo antes de las nupcias.
—Ahhh! Seseeeeel! —chilla la americana contenta al ver a la chiquilla, que es delgada y de ojos, pelo y piel oscuros. Hay pocas personas así en Londres.
—Discúlpame Emily, la señora... —suspira con cara de circunstancias, tratándola con una cercanía y confianza que hace a Arthur levantar las cejas.
—Nah, no le hagas caso. De hecho me alegra que estés aquí. Así te presento. Artie, ella es Sesel. Mi mejor amiga y confidente —hace un gesto para que se acerque y le pone las manos en los hombros en cuanto lo hace, poniéndola frente al caballero inglés.
—Ehm... Arthur Kirkland —se presenta limpiándose las manos y la boca en una servilleta, un poco incómodo. Completamente ajeno a lo que debe hacer cuando le presentan a un miembro del servicio con tanta cercanía. Levanta una mano para hacer como si fuera una señora de sociedad y vacila apartándola.
—Encantada, señor —Sesel decide mejor hacer solo una pequeña inclinación de cabeza con reverencia ignorando la vacilación del que será su nuevo patrón y se vuelve a la chica—. Estaba esperando fuera para que pudieras hablar con él a solas tranquila pero las cocineras han empezado a reñirme.
—No te preocupes. Todo lo que me diga puede hacerlo frente a ti —le sonríe cariñosamente pasándole un brazo por los hombros—. ¡Me está contando cosas increíbles, como que él es escritor!
—¡Ah! ¡Seguro podrá contarnos historias maravillosas! —exclama ella levantando las cejas porque Mïster Jones había dicho que era abogado, no escritor. Emily asiente contenta con ello relajándose un poco porque estaba asustada de que fuera un hombre aburrido... Y no parece serlo.
—Le gustan los barcos —añade como el otro único detalle que puede recordar de toda la conversación.
—¿A las... dos? —pregunta Arthur notando el intercambio, un poco incrédulo. Sesel baja la cabeza dando un pasito atrás pero Emily la mantiene en su lugar, empujándola un poco para que dé un paso al frente otra vez. Frunce un poquito el ceño y mira a Arthur a los ojos, que parpadea sin acabar de entender.
—Sesel es... Mi doncella y mi dama de compañía. ¿Por qué no contarnos historias a las dos? —pregunta sonriendo pero frunciendo un poquito el ceño pensando que tal vez vuelvan a ser esos problemas de racismo con los que siempre se topan en todas partes y que no está dispuesta a permitirle a su futuro marido por nada, queriendo cortar esta posible vía desde YA.
—Ah, ehm... no... No hay problema, claro —responde aunque no acaba de entender cómo es que es tan cercana a alguien del servicio, porque en realidad, en la inocencia de Arthur y su absolutamente indiscriminada xenofobia por TODO el mundo, no es el color de la piel, si no su condición social el problema. Uno pensaría que después de venir de besuquearse con el sastre ya habría aprendido esta lección—. Solo es un poco extraño.
—Las cosas son diferentes en mi casa. Solo es cuestión de acostumbrarse —sonríe de oreja a oreja y aun así hay cierta fuerza en eso que podría llegar a entenderse como una amenaza de "más vale que te acostumbres".
—Ehm... sí, supongo que ya me acostumbraré... —vacila justamente entendiendo esa amenaza sutil y prefiriendo tomar una postura cooperadora.
—Genial —asiente Emily feliz borrando cualquier rastro amenazante de su semblante completamente conforme—. ¿Qué me decías entonces?
—¿Eh? —parpadea Arthur sin saber de qué habla ahora.
—No lo sé, ¡estábamos hablando de algo! De que... —frunce un poco el ceño y se rasca la cabeza intentando recordar.
—Tal vez deberíamos volver con los demás —propone un poco incómodo, porque de todos modos ya ha acabado de comer y tampoco quiere que haya demasiado comentarios incomodos cuando regresen.
—Vale, mamá estará nerviosa —asiente conforme con la idea, olvidando lo que trataba de decir—. Tengo un poco de hambre y... ¿Aquí es siempre todo tan lluvioso? Solo hemos estado un día y llueve todo el rato.
—Sí... sí. Siempre está lloviendo —responde Arthur y la mira de reojo porque no cree que esa mujer sea su madre, ella tan blanquita... habría pensado que es madre de la otra, la dama de compañía, no de ella, pero no dice nada mientras se dirigen fuera de la cocina.
—¿¡Siempre, siempre?! ¡Eso es terrible! —se escandaliza llevándose las manos a la cara.
—Ah, seguro no es todo el tiempo, no te apenes Emily —la conforta Sesel.
—Espero que no porque... ¡Sería muy triste! —responde ella dramáticamente, con lo que le gusta estar en el exterior y las actividades de campo.
—No es siempre este tiempo... a veces llueve de verdad y las calles se inundan, entonces sacamos barcas como en Venecia y navegamos para ir a visitar a la gente —se inventa Arthur como broma.
—¿De verdaaaaaad? —pregunta Emily deteniéndose y abriendo la boca verdaderamente impresionada.
—Ehm... sube el nivel del río y los peces campan a sus anchas por las calles, la gente pesca desde las ventanas de los primeros pisos —sigue al notar que parece que se lo cree, levantando las cejas porque está claro que es algo digno de un cuento infantil.
—Wow! ¿Es en serio? ¡Sería genial pescar desde la ventana! —exclama ella, la chica que considera que deberían lanzarla con un cañón desde un lado del océano para aterrizar en un cojín del otro lado. Sesel inclina la cabeza pensando que debe ser como un cuento o algo aunque con los europeos nunca se sabe.
—Eh... en fin —suspira Arthur considerando que aclarar podría ser incluso tomado como insulto a su inteligencia y que debe estar tomándole el pelo a él un poco sarcásticamente como hacían sus hermanos constantemente. De repente se acuerda de qué iba a contarle en la cocina—. Hay un hangar del ejército al sur de Londres en el que hay dirigibles. Mi hermano mayor Scott conoce a algunos de los pilotos, aunque él sea de la marina.
—¿¡En serio?! —Emily sonríe ahora por esto olvidando la pesca desde la ventana y da unos saltitos a su alrededor de Arthur—. ¡Vamos, vamos! ¿Nos llevas?
—¿A-Ahora? —vacila él que lo contaba más como una anécdota que nada.
—¡Cuando se pueda! —exclama ella muy emocionada, que desde luego no planea tomarlo para nada como anecdótico—. ¿Se puede ahora?
—Pues tendrás que hablar con mi hermano, no tengo ni idea... —responde Arthur un poco avergonzado.
—Con tu hermano... ¿Es el del puro, verdad? —pregunta intentando recordar los nombres de todos que le han dicho antes, no muy segura todavía de cual es cual.
—Sí, el mayor de pelo rojo —asiente haciendo un gesto con las manos para ilustrar como es que lleva cortado el pelo.
—Le diré que nos lleve ahora que volvamos —decide Emily tirando del brazo del escritor para que vayan más rápido al comedor.
Arthur abre las puertas y entran de vuelta... Patrick se tapa la boca y suelta un gritito así de esos molesto es como de "estaban haciendo eeeeesooo", su esposa lo calla. El menor de los Kirkland se sonroja a pesar de que se lo temía y le fulmina separándose un metro más de Emily que se ríe de buena gana acercándose a su padre dando saltitos
—¡Papaaaaá! ¿Sabes qué me contó Artie? —pregunta tan emocionada.
—Ahora no, cariño —pide Míster Jones, porque está hablando con Lord Kirkland. Ella sonríe de lado porque en alguna medida lo esperaba... Y así puede hacer lo que quiera. Se acerca a Scott que está intentando que su madre y su esposa discutan porque por lo visto ese es su pasatiempo preferido en las comidas familiares y se le da de rechupete.
—¡Hola! ¿Tú eres Scott? —pregunta ella tan feliz.
—Ah, hola, mi futura cuñada —saluda él con cierta sonrisita de lado.
—Futura cuñada. Eso suena extraño. Pero sí —asiente y se encoge de hombros—. Artie me contó algo genial con unos dirigibles y quiero pedirte que me lleves a montar uno.
—Oh... ¿Quieres montar en un dirigible? ¿Por qué no te lleva... Artie? —pregunta frunciendo un poco el ceño y buscando a su hermano con la mirada, pensando que esto debe ser alguna otra estrategia para sacarse de encima a la chica.
—Ha dicho que debía pedírtelo a ti —sonríe ampliamente—. Por favoooor —implora un poco infantilmente.
—Tendría que escribirles a ver qué día se puede ir... —valora de todos modos, pensando en ello.
—Escríbeles hoy. Por favor, por favor, por favor —pide ella y hasta le toma del brazo apretándole un poco.
—Ni siquiera sé si Braginski está en la ciudad ni si hace vuelos recreativos, no puedo prometer nada —levanta las manos en señal de rendición.
—Braginski? ¿Es el jefe? Seguro se le puede convencer —responde tan convencida.
—Es... el piloto —se encoge de hombros—. Si prefieres ir a ver directamente y probar de convencerle. No te lo recomiendo pero...
—¿Por qué no me lo recomiendas? —frunce un poco el ceño e inclina la cabeza.
—Es un tío raro. Así muy grande y con una sonrisa un poco inquietante, cuesta saber lo que piensa y hablar con él ¿sabes? No esta lo que se dice muy cuerdo precisamente. Dicen que mató a su padre y luego se lo comió —le cuenta en confidencia con la esperanza de que se olvide de este asunto, aunque de todos modos es cierto que corren esos rumores, sobre todo entre los soldados novatos, así que de todos modos es divertido contárselo a esta chica.
Emily se ríe asumiendo obviamente que es broma.
—Yo puedo convencer a cualquiera de cualquier cosa —asegura muy convencida—. Y nadie me da miedo ¿Dónde le encuentro?
—Si está en la ciudad, es más fácil que lo encuentres en el Hangar o en la cantina de pilotos que en su casa —toma un papel y le escribe la dirección que debe darle al cochero.
—¡Ah! ¡Fantástico! ¡Gracias! —tan feliz, se gira y busca a Sesel con la mirada para darle el papel con la dirección.
—Dile que vas de mi parte —sonríe tan tranquilo—. Aunque hubiera pensado que preferías ver la ciudad antes de hacer algo así.
Sesel se acerca a ella, solicita cuando nota que la mira.
—¡Voy a ver todo desde el cielo! —asegura encantada dándole el papel a la chica aun mirando al pelirrojo—. Como un águila.
—Llévate a mi hermano, suena muy romántico —le guiña un ojo pensando que no está del todo seguro que el pequeño Artie no tenga vértigo.
—Lo haré —asegura ella muy feliz yendo a sentarse con su madre.
Una chica entra al comedor y le susurra algo a Lady Kirkland, ella asiente y espera a que salga antes de levantarse.
—Quisiera pedirles en esta ocasión, que en lugar de que los hombres vayan por un whisky al salón y las mujeres vayamos a dar un paseo... —pide con media sonrisita, de manera educada y sin mirar a nadie especial—, me ayuden a concluir una labor que he intentado por días llevar a cabo sin éxito.
La mayoría de los presentes estaban ya a su asunto hablando en pequeños grupos de dos o tres, se quedan callados y levantan la vista hacia ella con curiosidad al oír esas palabras. Les sonríe un poco más aunque se sonroja, frunciendo el ceño porque hablar así frente a todos es una cosa aprendida con años de práctica... No es algo que realmente le guste y aun la avergüenza un poco.
—Arthur necesita que le tomen las medidas de su traje de novio y ha venido el sastre cinco veces antes sin éxito —concluye ella con cierto dramatismo.
Eso le causa mucha gracia a Míster Jones y algunos más se ríen también con él, Arthur parpadea y de repente recuerda que esta mañana su madre le ha dicho que Francis vendría por la tarde… y Francis también se lo ha dicho.
—Oh, Madre. No es necesario que se marchen por eso, seguro puedo ir yo a la sastrería sin importunar a los presentes —se ofrece sonrojándose un poco pensando en una tarde de besos como los de esta mañana, sonríe un poco tontamente incluso.
Sesel pone la oreja, porque como encargada del vestido de la novia, de verdad le preocupa que no le salga bien, no es tan buena modista y ser dama de compañía de Emily le ocupa treinta horas al día con la atención que tiene que prestarle, así que conocer al sastre de Arthur le interesa especialmente.
—Acaban de anunciarme que el sastre está aquí y quisiera, por favor, que me ayudaran a crear un poco de presión social... Y a pesar de lo que implica estoy lo suficientemente desesperada como para pedirles que no le dejen ir hasta que el sastre no tenga las medidas —sigue Lady Kirkland mirando de reojo a su esposo.
—¿Q-Qué... qué? —palidece Arthur de repente imaginándose de nuevo siendo desnudado frente a todos y además recordando las palabras del sastre sobre que no iba a dejar que se enamorara de Emily y en general la forma en que siempre logra que necesite tocarse para calmarse.
—Lo siento, Arthur... No me has dejado otra opción —su madre le sonríe un poco y Lord Kirkland bufa haciendo los ojos en blanco.
—P-P-P-Pero... pero... —se levanta y se va corriendo hacia ella para hablar en privado—. Pero Madre yo no... Eso no... No está bien que todos me vean... Yo no...
—Es la única manera. Se le ha ocurrido a tu padre, de hecho —asegura su madre.
—¿Qué? —mira a su padre en pánico. Él entrecierra los ojos y le da un trago a la taza de té que acaban de traerle.
—¡P-Pero padre! —protesta apanicado otra vez corriendo hacia él ahora—. Todos están... y yo... —lloriquea un poco incluso, medio suplicante.
—Al fin te alcanza el destino que tú mismo has trazado, Arthur —responde Lord Kirkland en un murmullo grave.
—¡P-Pero...! —se le muere en la boca una protesta, histérico y le dan unas gas tremendas de gritarle "ayer te tiraste a tu señora gracias a mi ¿y así me lo pagas?"
—Solo son medidas. Deja de hacer un drama como de cada cosa —repone Lord Kirkland con un cierto tono plano y aburrido.
—Pero... ¡Miss Jones! No está bien que ella vea... no... ¡No es correcto! —sigue protestando, histérico.
—Tampoco son correctas algunas de las cosas que TU has provocado —le riñe aprovechando el pánico de su hijo, este parece un buen castigo, uno mejor de lo que habría esperado.
—Pero... ¡Pero! —sigue alegando Arthur sin saber a quién mirar para encontrar un poco de comprensión.
—Pero nada —Lord Kirkland le mira fijamente, otra vez con su mirada de hielo, baja el tono de voz para que ni su madre le escuche—. No me toques lo cojones, Arthur. Solo hazlo —y es escandaloso. Porque en toda su vida Arthur nunca debe haber oído a su padre decir algo así. Nunca jamás. Ni hablar de este modo, ni con una expresión tan... Vulgar.
Arthur levanta las cejas con eso quedándose sin habla, hasta se lleva las manos a la boca un poco escandalizado como si fuera un niño pequeño. Lord Kirkland da otro trago a su te, desviando la mirada.
—¿Cómo ha ido todo con Miss Jones? —pregunta como si lo anterior no hubiera pasado.
—¿Qué? Yo... ¿qué? —casi ni sabe de qué le hablas en este momento, está demasiado agobiado.
—Miss Jones. ¿Cómo ha ido con ella? —le mira de reojo.
—No... Qué sé yo. ¡Padre no me obligues a que me tome medidas frente a todos! —suplica de nuevo porque está demasiado agobiado para pensar en nada más.
—Sugiere algo más. Algo que, con la poca confianza que te tengo ahora mismo, funcione —pide señalándole con un dedo, con el ceño fruncido.
—Y-Yo iré, iré a la sastrería —propone a la desesperada. Lord Kirland niega con la cabeza—. ¿Por qué no?
—Has dicho eso ya antes. Has dicho eso y has acabado en la ópera con el sastre —le acusa muy serio.
—Pues en mi cuarto. Que lo haga en mi cuarto a-a s-solas —aprieta los ojos porque eso no es una buena idea pero es mejor que tener que verse desnudo y siendo tocado y rozado desde muy cerca por el sastre.
—Me pregunto cuántas veces más crees que voy a caer en tus mentiras. Deja de verme a la cara de idiota —protesta—. ¿Para qué te escapes por la ventana?
Arthur se tapa la cara con las manos.
—Ya me conozco todos tus trucos. Ya te conozco al fin y sé que decididamente no se puede confiar en ti muy a pesar de lo que diga tu madre. Por esta razón, vamos a hacerlo a mi modo —sentencia Lord Kirkland a quien se le ha acabado la paciencia con las últimas conversaciones de su hijo que parece haber olvidado como respetarle y esto representa incluso una cuestión personal entre ellos.
—¡Pero el decoro y el pudor! Castígame, castígame con cualquier otra cosa, ¡pero no con esto! —sigue suplicando.
—Unas cosas por otras —se encoge de hombros porque en realidad a Lord Kirkland no le parece algo tan terrible… es decir, es cierto que es la clase de actividad que no se hace frente a una concurrencia de invitados en una reunión social, pero tampoco es algo tan grave y viendo que no hay otra forma de conseguirlo no es una mala opción hacerle pasar a su hijo un poco de vergüenza a fin de que madure y se tome más en serio estos asuntos y a él mismo—. Y yo ya me harté, ¿sabes? Para que te castigo con, digamos, obligarte a hacer algo si al final vas a encontrar una manera de escaparte del castigo. No, Arthur. Esto ya no es negociable.
—Por favor, por favor te lo pido, te lo suplico, me pongo de rodillas —casi lo hace el dramas. Lord Kirkland levanta las cejas y le mira directamente a los ojos.
—¿Hay algo que no sepa y debería de saber? —pregunta porque está claro que esto no tiene que ver nada más con lo cuestionable de la situación en cuanto a las normas sociales.
El pequeño del clan Kirkland se sonroja de muerte soltando las manos que había puesto en postura de ruego dando un paso atrás, su padre le mira de arriba a abajo pensando qué puede estar ocultando, que es lo único que se le ocurre que podría tenerle tan nervioso de tomarle unas medidas en público.
—N-N-No, c-claro que no —tartamudea, más culpable no podría parecer. Lord Kirkland se humedece los labios y toma aire rogando por paciencia.
—Arthur. ¿Recuerdas esa época cuando eras pequeño que eras capaz de decirme siempre la verdad y de hacer lo que yo quería? —pregunta frunciendo el ceño sin dejar de mirarle con dureza.
—Ehm... —no es el mejor momento para ponerse cínico, Arthur.
—¡Que pase el sastre! —suelta Lord Kirkland levantando la voz.
El escritor se mete un susto con ese grito y se lleva las manos a las regiones vitales de golpe, quien sabe por qué reflejo sonrojándose completamente. Se asegura a sí mismo una y otra y otra vez que Francis no le agrada, que no le provoca nada, que es un hombre y él también y eso significaría que es homosexual y él no es homosexual, así que está claro que no hay nada que le agrade de él y mucho menos que le excite.
Ni siquiera la idea de que lo desnude y lo palpe sin vergüenza ni pudor y sin dejarse ni el más pequeño rinconcito, frente a toda su familia, incluidos sus hermanos y futura familia política... nada más esa idea ya le hace sentir calores y cosquilleos en zonas inapropiadas.
