Ahí entra Francis tan mono con su bolsa, sonrojadito porque hay mucha gente, con un traje diferente al de la mañana, peinado, perfumado y algo sonrientito.

El inglés aprieta más los ojos necesitando ir a darse topes contra la pared con la cabeza, sin verle por ahora.

Los presentes en general, en especial sus hermanos, parecen muy divertidos con la perspectiva de esto que promete ser un gran entretenimiento.

Los Jones no están muy seguros de que esto sea muy correcto, ni normal, pero tampoco están tan familiarizados con las normas de etiqueta en este lado del océano por el momento. Aunque Lady Jones piensa que ni por una apuesta van a ver todos como le toman medidas a su niñita.

Francis carraspea un poco sin saber qué hacer poniéndose genuinamente nervioso al ver a Arthur. Lady Kirkland se le acerca.

—Solo... Toma lo indispensable. No tienes que desnudarle —le pide en un susurrito.

El escritor abre los ojos como platos asustándose de nuevo, sonrojándose más si acaso es posible al verle. De repente parece un Ángel del cielo. El pelo rubio brilla dorado a la luz del fuego y la luz tenue de los ventanales, la ropa le cae perfecta como si hubiera crecido con ese traje puesto, huele como una panadería y su mirada parece completamente hipnotizante. Peor es aun el contraste porque esta mañana había dormido mal y no se había acicalado aun, pero ahora sí lo ha hecho. Ya se le ha olvidado toda su predisposición mental para convencerse de que no le gusta.

—Oui, oui. ¿Q-quiere que le tome las m-medidas... Aquí? —pregunta el sastre mirando a su alrededor.

El simple hecho de que ahora se le acerque y le obligue a quitarse la ropa lo hace sentir aún más inseguro y vulnerable. A su lado se siente completamente desgarbado, el francés es el que parece un señor mientras que él parece... un quiero y no puedo. Siente que ojalá supiera tener el porte que tiene él... y ya que estamos su vientre y su pecho, que los recuerda de ayer noche, se veían tan proporcionados como los de un Adonis mientras que él es tan delgaducho y feo... no le extrañaría que Emily lo prefiriera a él.

Siente que está hecho a base de defectos y no tiene una sola parte del cuerpo bonita. Por lo general no le preocupa mucho su cuerpo, es más propenso a preocuparse por cultivar su mente nada más, pero ahora mismo desearía ser un poquito más esbelto y atlético.

El francés se humedece los labios y mira una vez más a toda la concurrencia cuando Lady Kirkland le confirma que al parecer será la única manera de que Arthur se deje. Sonríe un poquito de lado pensando que es irónico que vaya a obtener al fin sus medidas... Estando aquí. Enfoca la mirada en Miss Jones.

Aun así, Arthur levanta la barbilla. Ningún señor deja que un miembro del servicio le diga qué hacer, tiene que parecer que es él quien toma las decisiones, así que sin que nadie se lo pida, rojo como un tomate, empieza a desanudarse el pañuelo del cuello y desabrocharse el chaleco tratando de no pensar en los roces cuando le mida el ancho de las caderas o el tiro del pantalón... y fallando miserablemente.

Francis le mira hacer y levanta las cejas admirando por un momento su valentía. Aquí, frente a todo el mundo. Algún día se acordarían de esto juntos y les parecería memorable y gracioso. Ahora mismo, incluso él estaba nervioso por hacer solo los movimientos precisos y no más... Y... Arthur se veía tan guapo otra vez, solo con esas pocas miradas y esos nervios que se le notaban le parecía... Adorable.

Abre su maletín y saca su metro, sintiéndose casi como un actor de teatro. Convence a todos de que eres solamente el sastre... Y a la vez hazle sentir a el que eres MUCHO más que el sastre.

Secretamente Arthur tiene la esperanza de que alguien lo detenga a medida que se va despojando de piezas de ropa y complementos siendo que cada vez restan menos de las superfluas, está seguro de que todos deben poder oír su corazón delator, pero no tiene ni idea de cómo pararlo. Se quita la camisa quedando con el pecho descubierto y le echaría a su madre una mirada de súplica si se atreviera a mirar a alguien a los ojos.

—Eso... Es suficiente —pide Francis después de dos segundos de mirarle y de desviar la mirada, tragando saliva sin estar seguro de que no se le vaya a ir la mano frente a TODOS si se quita los pantalones, pero lo pide en un susurro que queda ahogado por los gritos de sus hermanos recordándole que aún no se quita los pantalones. Arthur centra la atención en ellos porque es más fácil diciéndoles que no quiere importunar a sus esposas y llevándose algunos comentarios burlones y sarcásticos como premio. Patrick también le silba y Wallace no lo hace porque se ha ido a revisar unos papeles enviado por su padre, para su total rabia ya que promete ser la mejor parte de la velada.

—Mo-monsieur Kirkland? —vacila Francis mirando todo el intercambio con el resto de los vástagos como en un partido de tenis.

Miss Jones, por su parte, está siendo debidamente distraída por su madre, cosa que no es en lo absoluto difícil. Arhur está completamente paralizado y colorado mirando a Francis, con las manos sobre sus inmencionables otra vez. Sesel le hace una repasada a Arthur de esas que si notara, le sonrojarían aún más.

—Ehm... Monsieur, voy a tomarle medidas. Necesita relajarse... —pide el sastre y a oídos de Arthur eso parece casi burlón también.

—E-Estoy... —tiembla un poco incluso y aparta la mirada intentando defenderse y fallando miserablemente.

—Muy guapo —susurra REALMENTE suavecito acercándose a él con la cinta de medir en la mano tocándole de un hombro.

Abre los ojos verdes como platos, levantando las cejas y no se sonroja más porque ya no puede. Francis le mide la espalda a lo ancho casi sin tocarle.

Cierra los ojos de nuevo pensando que prefiere no ver lo que está haciendo.

—Aunque podría haberse dejado la camiseta, monsieur... Nadie más va a pensarlo pero yo si dudo de si está... —se acerca a su nuca para medirle la espalda a lo largo—. Intentando seducirme —juegas con fuego, Francis.

El escritor da un salto adelante y se lleva una mano a la nuca apartándose, habiendo sentido el tacto demasiado cercano.

—¡No estoy intentando nada! —chilla. Todos, todos... Hasta Miss Jones, le miran... Manos a la boca.

—E-Está intentando huir de nuevo —balbucea el sastre un poco acusatorio... sin tener muchas más salidas. Arthur ni siquiera es capaz de inventar nada, solo quiere que le trague la tierra.

—Arthur —le riñe su padre. El sastre le mira con cara de circunstancias.

El nombrado aprieta los ojos y se queda lo más quieto que puede, tapándose la cara entera con las manos. El sastre le toma medidas con eficiencia, tocándole un poquito más de lo que tocaría a sus demás clientes... Pero de manera muy sutil.

Da un saltito cada vez que nota que le toca o lo acaricia y él no deja de tocarle en realidad, poquito a poco, esperando que eventualmente se calme.

Lo que pasa es que en su mente se imagina que empieza a acariciarle más e incluso a protestar que los interiores le molestan para tomar las medidas. Eso es lo que quieres, ¿verdad? ¡Que te quite la ropa! Ah, pillín.

El problema viene con la medida de las piernas... Y el tiro, porque no está muy por la labor de abrir las piernas... y no sé cómo le has medido la parte de abajo de los brazos si está casi hecho bolita.

Francis hace lo que puede rozándole un poco la cara interna de los muslos. Arthur se paraliza y aprieta las piernas con eso demasiado... demasiado concentrado en sacarse de la mente las ideas de que lo excite para medirle también cuanto es que... tratando de recordar algún artículo de la legislación, recitándolo de memoria y como no es obviamente suficiente, tiene que volver a agarrarse el asunto y apretárselo para que con el dolorcillo físico se mantenga donde tiene que mantenerse.

Francis levanta la cabeza mirándole hincado frente a él y sonríe. Sesel levanta una ceja a como le mira. De hecho, toda la situación del inglés en especial le parece una reacción en exceso exagerada para lo vergonzoso real del trámite.

La realidad el francés le toma unas medidas muy malas, si ni siquiera le ha abierto las piernas. Lo toquetea, eso sí, un poquito. Lord Kirkand levanta una ceja porque a él le suelen exigir mejores medidas.

Y es que a cada roce, porque los roces son criminales, Arthur tiene que apretarse más. Finalmente tras lo que parece una eternidad, el sastre se levanta y va en busca de la camisa de su cliente.

Él no se mueve. Una vez recuperada se acerca al escritor y se la echa encima de los hombros, este parpadea sin entender, abriendo los ojos.

—Ya acabé —le sonríe.

—Oh... ¡Oh! —corre a ponérsela enseguida. El francés se ríe un poco olvidando la formalidad del asunto y el inglés sonríe un poco contento de haberlo conseguido sin un problema real.

—¡Por primera vez en días se consigue el objetivo! —exclama Lord Kirkland poniéndose de pie—. Míster Jones... ¿Qué quiere beber? —decide cambiar de tema e ir con otros asuntos.

—Pobre muchacho... qué vergüenza ha pasado —comenta Míster Jones mientras Arthur va a por sus pantalones.

—Es un poco exagerado de su parte, son solo unas medidas —responde Lord Kirkland poniendo los ojos en blanco.

—¿Pero ha visto lo incomodo que parecía? —pregunta Míster Jones mirándole aun de reojo mientras sigue a su anfitrión.

—Sí, sí... Ehm... No siempre es así —cree necesario aclarar el europeo.

—En fin... —suspira desinteresado con eso—. Volvamos a las inversiones.

Francis vuelve a mirar a la chica americana mientras guarda sus cosas.

—Ya la conociste, entonces... —susurra para el escritor pero este está peleando con su hermano que no quiere devolverle los pantalones.

—¿Hola? —llama al sastre una vocecita. Él parpadea y se gira a quien le habla.

Levanta las cejas al ver a la niña negra frente a si, sin esperársela.

Ella se sonroja y sonríe un poquito porque le parece que de cerca es aún más atractivo.

—Hola. ¿Tú eres...?

—¿Eh? —risita tonta de Sesel. Él sonríe más.

—Soy Francis, el sastre. ¿Tú? —se presenta.

—F-Francis... —repite ella, se sonroja y se pone el pelo tras la oreja.

—¿También? Mira qué casualidad —bromea.

—¿Qué? —parpadea saliendo un poco del embrujo pero es que cuando sonríeeee.

—Que te llamas Francis o eso me has dicho. Lindo nombre —le cierra un ojo—. ¿Trabajas aquí?

—Ehm... eh... yo... —risita tonta de nuevo, se lleva las manos a las mejillas.

—Tú, debes tener un nombre bonito y raro —intenta de nuevo, paciente porque esto le ocurre a menudo con las chicas y está acostumbrado.

—S-Sesel —balbucea ella sintiéndose un poco idiota pero muy turbada, sin entender porque no le salen mejores cosas que decir.

—Sesesel? —pregunta porque no está seguro que haya sido un balbuceo o el nombre en sí.

—Sesel —corrige y se ríe. Él sonríe también, riéndose un poco.

—¿Trabajas aquí? Nunca te he visto en la ciudad —pregunta con curiosidad.

—No, no —niega con la cabeza—. Soy doncella de Miss Jones —la señala.

—¡Oh! Eso... Eso explica algunas cosas —asegura él desviando la mirada a la chica americana antes de volverse a la doncella, que hace una risita ooootra vez—. ¿Está contenta Miss Jones?

—Ella siempre está contenta —se encoge de hombros con esa pregunta, sintiéndose un poquito menos atontada en un tema que maneja.

—Ah, ¿sí? Cuéntame de ella... —pide con clara intención, ten cerca de los amigos y aún más a los enemigos.

—P-Pues es una chica muy alegre y enérgica, es muy amigable también —explica, pensando—. Es como una hermana para mí.

Francis levanta más las cejas por el trato cercano. Luego cae en la cuenta de que Sesel no es la única de piel oscura en la sala. Ella sonríe aun atinadísima, fijándose de nuevo en lo muy guapo que es.

—¿Y qué... Haces de doncella de Miss Jones? —pregunta por sacar conversación, tal vez ser amable con esta chica podía ayudarle en sus intenciones generales.

—Sí, bueno, de doncella y de... todo, prácticamente —se ríe de su propio chiste y se pasa una mano por el pelo.

—¿Es divertido? ¿Te gusta? —pregunta sonriendo, interesado en hacerla hablar de sí misma porque eso le gusta a todo el mundo y pone al interlocutor en una buena predisposición para con uno.

—A-A veces sí, aunque a veces es duro también —sonríe ella sin haber sido capaz de pensar ni una sola pregunta buena que hacerle y Arthur se acerca a ellos habiendo conseguido ya otros pantalones.

—¿Por qué lo es? —levanta las cejas sin haberse esperado eso, ahora con curiosidad real.

—¿No debería haberse marchado ya, míster Bonnefoy? —la interrumpe Arthur.

—Haberme... ¡Ah! Arth… Monsieur Kirkland —se corrige y se vuelve a él sonriendo, el nombrado también sonríe un poquito—. Puede que tenga que tomarte medidas de nuevo.

—¿Qué? ¡Pero si acaba de hacerlo! —protesta, Sesel les mira a uno y otro.

—Hay algunas medidas que me faltaron —sonríe—. ¿Conoce ya a Sesel?

—¿Por qué no las... qué? —parpadea, ni la había visto.

—Hola —sonríe ella con una risita tímida. Francis les sonríe a ambos.

—Es la doncella de su... Futura esposa, Lady Jones —explica el sastre.

—Lo sé —responde el escritor frunciéndole un poco el ceño sin entender porque se la presenta.

—Pero no le riña, por favor, he sido yo quien le ha entretenido hablando —pide Sesel aun pensando que lo de "yq debería haberse ido" iba en serio—. Vaya tranquilo, yo me ocupo de todo —le hace un gesto. El sastre escruta al inglés intentando ver su reacción. El fruncido de cejas le relaja un poco.

—Gracias, Sesel... Aunque no va a reñirme —intercede Francis mirándola.

—¿Q-Qué me vaya? —protesta un poco Arthur sin poder creer el descaro con el que un miembro del servicio acaba de echarle… aunque haya sido educadamente.

—Pues con E... Miss Jones, ya sabe —explica ella mirándole fijamente intentando valorar qué hace y porque ha venido a buscar al sastre personalmente después de lo avergonzado que estaba antes.

—Quizás sea mejor que me acompañe a mí a la puerta —propone Francis arrugando un poco la nariz.

—Claro, yo le acompaño sin problemas —asegura Sesel. Francis vacila porque lo que quiere es tiempo a solas con el inglés... Una vez más.

—Ehh...bien. Bien. Ella me acompaña entonces —responde no muy seguro.

—No —frunce el ceño el inglés que ha venido por lo mismo taxativo hacia Sesel—. Vaya usted a ver si Miss Jones necesita algo.

—Pero... —es que ella también quiere pasar tiempo a solas con el sastre. Francis inclina la cabeza porque le da la impresión que la chiquilla quiere algo en concreto, solo no sabe qué.

—¿Pero? —levanta una ceja Arthur sin estar nada acostumbrado a que el servicio le cuestione. Ella baja la cabeza y tras una reverencia se marcha.

Francis la mira irse con cierta curiosidad, luego se gira con el inglés, que aún le frunce un poco el ceño a la muchacha.

—¿Celos? —pregunta el francés sonriendo al notar esto.

—¿Qué? —se sonroja y se vuelve a él con la boca muy abierta de la impresión porque no se había dado cuenta de que justo eso es lo que estaba sintiendo y no tanto problema con la insubordinación del servicio.

—Eso es... Bonito —se ríe moviendo el pelo.

—¡No lo son! —chilla en un tono demasiado acusatorio.

—Es bonito que lo sean... —insiste, cada vez más seguro que ha dado en el clavo.

—¡Pero no lo son! —repite apretando los ojos porque le da aún más vergüenza que sí lo sean y el sastre mismo lo haya entendido antes que él. Francis se ríe.

—¿Cuándo nos veremos otra vez? —pregunta humedeciéndose os labios.

—No lo sé, ya no tiene excusa para venir aquí... —responde yendo con él hacia afuera—. Por suerte —añade nervioso.

—O por desgracia... —susurra no muy convencido.

—Pues al fin podré librarme de usted —responde un poco duramente, aun nervioso con todo. Francis le roza la mano con la suya, Arthur se sonroja otra vez y la aparta un poco.

—No vas a librarte de mí —responde un susurro, más como un hecho que como una amenaza o advertencia.

—¿Qué? —le mira levantando las cejas.

—Ya la conociste... Ahora no vas a librarte de mí —le toma de la mano entrelazando los dedos y se la aprieta.

—No voy a... No puedes... no... —balbucea sintiendo el tacto de la mano, siendo muy consciente ahora de que aún están en su casa y cualquiera podría verlos tomados de las manos y pensar… bueno, exactamente lo que es. Por lo menos ya han andado hasta el vestíbulo, lo que les da un poco más de privacidad.

—Tú tampoco puedes —responde él con media sonrisita, sin saber ni necesitar saber a qué se refiere.

—¿No puedo qué? —pregunta parpadeando porque ni él mismo había formado del todo la idea en su cabeza al estar pendiente de las manos.

—Librarte de mí —sonríe y le hace una caricia en la mejilla.

—¿Qué? ¿Por qué no? —pregunta nervioso y tenso, pero aun sin soltarle la mano.

—¡Porque no te puedes librar de mí! ¿Por qué quieres librarte? —inclina la cabeza.

—Pues porque... porque yo... tu... ¡No me gustas! —insiste en aclarar eso.

—¡Basta con eso! —le riñe Francis ahora frunciendo el ceño y soltándole la mano. Arthur se sonroja y se calla, él sonríe—. Ven mañana a cenar a la casa

—N-No puedo ir a cenar, voy a tener que ir con... mi prometida todo el tiempo —explica pasándose una mano por el pelo y mirando hacia la sala.

—¿Y no pretendes volver a verme? —pregunta temiendo una respuesta afirmativa.

—Pues... ¿Cómo? —se vuelve a él otra vez—. Ella va a querer venir a conocer a mis amigos y la clase alta de Londres...

Francis levanta las cejas con esa respuesta.

—Es lógico que quiera asistir a cualquier compromiso social... —Arthur desvñía la mirada porque no podría apetecerle menos.

—Claro... Esas cosas —responde él cambiando el peso de pie recordando una vez más que, desde luego, es solo el sastre y así sería su vida SIEMPRE. Él sería el sastre al que echan de las reuniones después de tomar las medidas, el que no tiene clase ni estilo ni refinamiento social alguno... Y no tiene por qué tenerlo. Al final solo era el sastre.

—Y por eso debimos marcharnos ayer, maldita sea, ¡si no fuera por ese asunto de su madre y la mía! —protesta Arthur lamentándose. Francis parpadea porque ya se hacía bebiendo café con Antonio y llorando toda la noche por lo que no había sido.

—Podrías venir... Mañana cuando todos se hayan dormido —propone de nuevo un poco a la desesperada.

—A no ser qué... —parpadea el escritor, sin escucharle, ocurriéndosele algo de repente, se le ilumina la mirada y sonríe.

—¿Qué? —parpadea Francis también, pero se relaja un poco con su expresión.

—Es... es una locura, una locura —se pasa una mano por el pelo y se muerde el labio.

—¿Qué cosa? —insiste. Arthur vuelve a mirarle y da una vuelta sobre sí mismo muy nervioso.

—¡Además usted no me gusta! No veo porque tendría que querer que viniera —asegura moviendo las manos, más para sí mismo que nada.

—¿Ir a dónde? ¿En qué estás pensando? —da una vuelta a su alrededor otra vez esperanzado.

—No estoy seguro de querer empezar así mi matrimonio, con mentiras y engaños. Pidiendo favores —le mira a los ojos con clara intención de "convénceme". Francis se pasa una mano por el pelo porque cualquier comentario que incluya al matrimonio lo saca de la ecuación.

—¿Empezar tu matrimonio? Es decir, vas a tener un matrimonio largo y próspero y yo... —empieza a dramatizar otra vez.

—¿Qué? ¡No! O sea... ¡No lo sé! No, pero... —responde descolocado porque no estaba en esa línea de pensamiento en lo absoluto.

—¡Pues explícame! —exclama empezando a impacientarse.

—¡Es que es mucho riesgo! ¿Y si ella lo nota?... no que haya nada que notar... —sigue, peleando consigo mismo, en voz alta.

—¿Notar qué? ¿Qué te gusto? No va a pensarlo —responde Francis muy seguro de eso.

—¡No me gustas! —chilla porque es inevitable.

—Arthur. ¡Dime ordenadamente qué estás pensando! —protesta y se pellizca el puente de la nariz. El nombrado traga saliva y le toma de la mano tirando de él hacia dentro de la casa de nuevo. Busca a Emily entre la gente y la llama con un "querida" el muy cínico. Francis levanta las cejas aun extrañado y sin entender ni pío. Arthur se sonroja un poco también al llamarla así.

Emily está parloteando con la esposa de Wallace, hablando casi sola y sin que ella le haga mucho caso. Levanta las cejas cuando escucha el "querida" y sonríe.

—Ehm... Miss Jo... Emily —cambia de idea a media frase, pensando que esto es una LOCURA.

—Artie! —sonríe un poco más. Carraspea ODIANDO que le diga así, pero decide dejarlo pasar.

—Hay alguien a quien quiero presentarte, Emily, este es Míster Bonnefoy —se aparta un poco para dejar que le vea, pensando en qué tipo de novela se está convirtiendo su vida para que decida que es una buena idea presentar a su amante y a su prometida.

—¡Ah! Hola Mister Bonne... Bonee... ¿Cómo te llamas? —pregunta. El sastre parpadea descolocado con TODO.

—Emily, por favor —Arthur la riñe un poco intentando que esto suene formal y profesional—. Mr. Bonnefoy es el sastre de la familia, como ya habrás observado —se sonroja un poco—. Lamento que haya tenido que ver eso, pero por otro lado y es lo que más complica las cosas, es también mi cliente. Mi primer cliente ejerciendo la abogacía en un caso complejo relacionado con la herencia de su padre.

—Oh, pero yo quería saber para acordarme... —responde ella igualmente sintiéndose regañada. Arthur mira a Francis un segundo y decide seguir con lo suyo, soltarlo todo y luego dios dirá.

—El caso es que Mr. Bonnefoy entiende mi situación contigo, pero no puedo dejar de lado su caso, así que ha dispuesto que se ofrece amablemente a acompañarnos a que te muestre la vida de clase alta londinense de manera que mientras tú disfrutas de los atractivos de la ciudad yo pueda trabajar con él en su caso —explica con la mayor seguridad que puede, como si esta fuera una práctica muy común. Francis levanta las cejas.

—Quieres que venga con nosotros... Y tú... Ugh, ¿pero eso no es aburrido para todos? —arruga la nariz ella pensando en que Arthur va a estar trabajando, no realmente en que quisiera estar a solas con él.

—Pues... sí, pero es la única forma que veo de poder hacer ambas cosas, si no, voy a tener que dejarte hacerlo sola mientras yo... hago mi trabajo —explica pensando "está bien, Arthur, eres el COLMO del cinismo pretendiendo llevar a tu esposa y tu amante por ahí juntos. Esto no puede acabar bien de NINGUNA forma" y aun así suspira con pesar como si le costara mucho tomar esta decisión, a saber de dónde ha sacado la cara dura para proponerlo siquiera. Él no era así antes, está seguro.

—¡Oh! No, ¡Eso es peor! Está bien, de todos modos Sesel vendrá también y entre más vayamos es más divertido —responde ella riendo un poco.

—Estupendo, si para ti no es un inconveniente —sonríe y así es la vida de simple cerca de Emily, entre más gente y más bullicio está mejor y si todo el mundo es feliz... Mejor.

—Nah, está bien. ¿A dónde vas a llevarme? Tengo que ir a ver un tal Braginski —explica ella, sin más problema con el otro asunto zanjado.

—¿Eh? A donde tú quie... ¿Braginski? —pregunta y mira a Francis de reojo un instante... sin darse cuenta que aún no le suelta la mano.

Francis sigue inmóvil pensando que esto raya en lo ABSURDO. Como va a ir él con la chica... Y... O sea Arthur se ha vuelto loco. No se entera siquiera de que le tiene agarrada la mano.

Sí, así es la vida alrededor de Arthur, un día estás leyendo un libro aburrido frente a la chimenea mientras ves caer la lluvia tras la ventana y al día siguiente estás en un jodido barco buscando tesoros, borracho de ron y en el Mar del Caribe...

—Sí, Scott me dijo que él nos llevará en dirigible a conocer London —explica ella súper emocionada, haciendo gestos con las manos para ilustrar el dirigible.

—Ah... ¿pero quieres ir hoy? E-Es decir... ¿ahora? —se sorprende un poco porque lo propuso como algo que hacer... un día, no HOY MISMO.

—¿Mañana? —sonríe ella.

—Pues... como quieras, podemos ir ahora, no hay problema... creo —vacila el escritor rascándose la cabeza.

—¡Ah! ¡Ahora! ¡Vamos ahora entonces! Podemos ir TODOS —da una palmada, muy contenta.

—No creo que nuestros padre quieran venir... y preferiría que no nos acompañaran mis hermanos —responde Arthur arrugando la nariz.

—Ah... Bueno, ¡que venga quien quiera! Pero vamos, ¡anda! —le insta, casi empujándole hacia la puerta.

—Vale, vale... ehm... ve a invitarlos —pide y se vuelve a mirar a Francis otra vez, nerviosito. Emily asiente y se va, literalmente, dando brinquitos. El sastre abre la boca un poco para decirle algo... Y la cierra otra vez.

—Ehm... —Arthur carraspea.

—Eso... fue inesperado —valora al parecer sin tener nada más que decir por ahora, aun sin digerir lo incomodo que pueda ser todo esto.

—Al menos parece haber funcionado. Pero si tiene algún otro compromiso o asunto que atender... —vacila Arthur ahora, que en realidad acaba de pensar en esa posibilidad.

—Considerando que iba a escaparme contigo... —responde Francis sonriendo un poco.

—Bueno, eso ha cambiado un poco... —le mira de reojo.

—Puedo escaparme largos ratos —responde guiñándole el ojo.

—No que quiera que venga —responde sonrojándose, apretando los ojos y la mano, sonriendo un poco.

—Ah ¿no? Yo sí quiero ir contigo —susurra sintiendo el apretón de la mano como si le abrazara—. Aunque voy a acostumbrarme a la vida de alta alcurnia.

—Oh, pobre desgraciado —pone los ojos en blanco sonriendo, fingiendo drama.

—Pues es fácil acostumbrarse a la buena vida, aunque no lo creas... Especialmente cuando terminas por recordarme que soy solo el sastre —protesta un poco haciendo drama también, pero sonriendo.

—Es parte de un plan maquiavélico para hacerte sentir desgraciado como venganza por avergonzarme frente a toda mi familia —responde Arthur coqueteándole sin notarlo.

—Yo no hice NADA para avergonzarte —se defiende exageradamente él sí notando el coqueteo.

—¡Me tomaste las malditas medidas! —protesta en respuesta fingiéndose indignado y se le escapa la sonrisa.

—¡Bajo las órdenes de Lord y Lady Kirkland! —se encoge de hombros negando con la cabeza, con los ojos cerrados.

—¡Podrías haber dicho ya tenerlas! —le acusa, pinchándole en el pecho con un dedo de la otra mano.

—Lord Kirkland, tengo la medida de ciertas partes privadas de su hijo... —susurra con cierta malicia.

—¿Qué? —vuelve a pensar en ese asunto de excitarle y medirle, sonrojándose de nuevo. Francis se ríe porque SI está hablando de eso—. ¡No te rías! —protesta y le empuja un poco.

—¿Por qué no? —trastabilla.

—¡Porque lo dices a propósito para molestarme! —vuelve a por él y aun así sonríe un poco con el ceño fruncido.

—Sí que lo digo para molestarte... Y en si porque suena escandaloso —trata de ponerse firme para que no pueda moverle si vuelve a empujarle.

—¡Pues no me moleste! —sigue empujándole sonriendo y está a nada de empezar a hacerle cosquillas.

—¡No le molesto! —vuelve a trastabillar.

—¡Acaba de decir que lo hace adrede! —vuelve a acusarle sin dejar de sonreír.

—¿A... trapado? —se ríe volviendo a intentar ponerse de manera en que NO lo mueva sí lo vuelve a empujar... Y es obvio que lo intenta.

—¡Que cínico! —protesta sonriendo.

—Bueno, usted no me va a llamar cínico a mí —responde Francis sonriendo un poco también e inclina la cabeza.

—¡Yo se lo llamo, mire lo que acaba de decirme! —levanta la barbilla y se cruza de brazos.

—Es usted perfectamente molestable —se ríe el sastre.

—¡Y sigue con ello a peor además! —exclama escandalizado, pero sin dejar de sonreír.

—Es su culpa, no la mía —se ríe más.

—¡¿Cómo que mi culpa!? ¿Qué culpa tengo yo, a ver? —exige que le cuente.

—Es divertido y se sonroja —se encoge de hombros.

—¡No me sonrojo! —se sonroja.

—Sí lo haces. Acabas de hacerlo —vuelve a reírse.

—Claro que no —sonríe tan seguro.

—¿Lo intentamos? O eres muy fino para apostar algo —propone el francés sugerente.

—¿Apostar? —parpadea ahora.

—Apostemos algo. ¿Qué pasa si te hago sonrojar? —pregunta incitándole.

—No lo vas a lograr —responde frunciendo un poco el ceño, sonriendo, predispuesto con el juego que le agrada.

—Es ridículamente fácil —asegura Francis muy seguro de sí mismo también.

—¿Qué quieres si lo consigues? —pregunta retador.

—Ya sabes que quiero si lo consigo—le sonríe de una de esas maneras seductoras.

—¿Qué? —pregunta inocente.

—No puedo decírtelo así —niega con la cabeza, fingiendo pesar mientras sonríe.

—¿Por qué no? —inclina la cabeza.

—Sería trampa —explica. Arthur parpadea y frunce el ceño sin entender—. Si te digo qué es, vas a sonrojarte.

El escritor se sonroja desde ya imaginando lo obvio y Francis se ríe.

—¡Te sonrojaste! —le acusa.

—¿Qué? ¡No! —manos a la cara y algunos de los presentes les miran con una ceja levantada.

—¡Claro que sí! Me debes... ¡Eso! —se ríe tan contento.

—¡No voy a...! —empieza a chillar habiéndose olvidado de que está ahí toda su familia. Por suerte, Lady Kirkland se acerca a Arthur y carraspea poniéndole la mano en el hombro. Él pega un salto y se sonroja de muerte recordando dónde está, manos a la boca, se separa del francés tres metros.