—Artie? Ven, ¡necesito que veas esto! —viene corriendo Emily. El nombrado se sonroja aún más porque se había olvidado de ella también.
Francis se pasa las manos por el pelo notando que se había olvidado de que estaba frente a todo el mundo. Lady Kirkland le toma del brazo y tira un poco de él ofreciéndole un poco de comida en la cocina cuando su hijo menor se va con Emily sin más remedio.
Sesel les mira con curiosidad y hace ademán de que quisiera acercárseles de nuevo. Lady Kirkland es PARTICULARMENTE amable con Francis, sonrojándose también y haciéndole un leve cariño en el brazo antes de alejarse de vuelta sin notar a Sesel.
—Ehm... —risita de ella—. ¡Hola!... antes nos han interrumpido, los señores son a veces un poco pesados.
—A veces lo son, yo no convivo tanto con ellos —sonríe un poco y se encoge de hombros.
—¿Ah, no? —le mira interesada inclinando un poco la cabeza.
—Pues... No. Es decir yo les veo nada más un rato, no soy como tú. Me imagino, que estas todo el día con la chica —explica señalándola al fondo, aprovechando para ver un poco qué es lo que hace con Arthur.
—Bueno... sí, eso sí —Sesel también los mira notando como el inglés parece un poquito fastidiado y la americana ni se entera.
—¿Me acompañas a la cocina?—pregunta aun de pie donde les dejo Lady Kirkland, empezando a tener hambre de nuevo y pretendiendo tomarle la palabra.
—Ah, ¿no se enfadará Lord Kirkland? —le mira de reojo a él ahora.
—Pero Lady Kirkland me dijo que podía comer... —se muerde los labios.
—Ah, entonces vamos, claro. Lo que tú quieras, guapo —risita. Francis levanta las cejas y se ríe un poco con esa declaración.
—Vamos... guapa. A la cocina entonces —le pone las manos en los hombros, ella se sonroja un montón con eso y se ríe tontamente—. Pero cuéntame más de tu vida en la casa... ¿Cómo se llaman? ¿Jones?
—Sí, claro, él es el señor. ¿A qué te refieres con cómo se llaman? —pregunta aun con una sonrisita de ensoñación un poco tonta.
—A que no me acordaba si eran Jones u otro apellido —sonríe encogiéndose de hombros.
—Ah, sí, sí. Jones —sonríe asintiendo.
—Y... ¿Desde cuándo trabajas para ellos? Es decir, pareces... muy joven —valora mirándola con un poco más de detenimiento ahora.
—Desde siempre, soy hija de... bueno, mi madre ya trabajaba en la casa —empieza a explicar y vacila mejor dejándolo un poco más en la ambigüedad.
Francis entreve algo extraño en ello, pero no es capaz de determinar qué es. Se plantea por un instante que sea una esclava... Pero ya no existían los esclavos en América, ¿no? Su padre le había hablado de ello.
—Como mi padre era el sastre de Lord Kirkland. Supongo que es nuestro destino seguir el camino de nuestros padres. Aunque yo quisiera... —empieza Francis en su tono soñador de nuevo.
—¿Aja? —ella le insta a hablar.
—Yo quisiera hacer vestidos —confiesa riéndose, avergonzándose un poco.
—¿Eh? ¿Pues que no es el sastre? —pregunta un poco confundida con ese asunto, sin pensar en el tema de los sastres para caballeros y las modistas para las damas.
—Yo hago trajes de caballero —explica notando la confusión.
—Ah, no querrías hacer un vestido de mujer, es infernal —asegura negando con la cabeza, desde la propia experiencia.
—¿Lo es? Nah... ¡Que va a ser infernal! ¡Todos los bordados! —exclama emocionado, imaginándolo como siempre y recordando los que le ha hecho a su madre.
—He roto un millar de ellos —confiesa y aprieta los ojos.
—¡Oh! Pero ¿por qué? —levanta las cejas, sorprendido.
—Pues porque se rompen —le mira de reojo y suspira porque definitivamente este no es su mejor talento.
—No se rompen si uno es lo bastante delicado —asegura un poco sermoneante.
—No creo que haya nadie en el mundo bastante delicado —niega con la cabeza.
—Cualquiera puede ser lo bastante delicado. Cualquiera. Solo hay que tener paciencia —le sonríe un poco paternalmente y Sesel pone los ojos en blanco.
—Espera —cae en la cuenta de repente—. ¿Has dicho que querías hacer el vestido de novia?
—He dicho que querría hacer vestidos de lo que fuera... De novia ya sería un absoluto sueño —casi está a punto de dar una vuelta sobre sí mismo.
—Ehm... ¿En serio? Quiero decir... yo me estoy ocupando de eso —comenta sin poder creerlo, porque justo quería pedirle que le ayudara un poco a revisar los puntos y esa clase de cosas.
—¡Oh! ¿De verdad? Es... Niña, es la mejor oportunidad del mundo —asegura un poco en tono de riña porque no suena para nada emocionada y a él le haría una ilusión tremenda.
—Nah, lo odio —frunce el ceño porque la ha llamado niña.
—Podría... —empieza a proponer, no muy seguro.
—¿Qué? —se cruza de brazos.
—Podría... No sé en qué momento... —porque estoy ocupado con mi vida social, en realidad, no que hagas otra cosa, Francis—, ayudarte con los bordados.
—Espera... ¿En serio? —levanta las cejas y descruza los brazos.
—Quizás... Un poco. Los bordados sobre todo —se muerde el labio y la mira de reojo sin querer ilusionarse demasiado con esto.
—¿Y si hacemos algo? Yo te ayudo con el del novio y tú a mí con el de Emily y hacemos ambos entre los dos —propone porque eso suena prometedor a pasar bastantes horas ocupada en compañía del guapísimo sastre.
—Me parece quien excelente trato, Mathieu y yo estamos hasta el tope de trabajo. ¿No tendrás problemas con Mademoiselle Jones? —sonríe un poquito de lado.
—Ehm... no, no, claro. ¿Tú no tendrás problemas con la señora Bonnefoy? —pregunta de repente porque… es importante saber si hay una señora Jones o puede hacerse aún más ilusiones. Francis parpadea, levanta una ceja y se ríe.
—¿Hablas de mi... Madre? Non, en lo absoluto. Quizás ella te enseñe a bordar, tiene más paciencia que yo —le quita importancia al asunto con un gesto de la mano.
—No, no hablo de tu madre —frunce un poco el ceño sonrojándose porque este hombre no pilla ni una. El francés le cierra un ojo porque sí que lo ha pillado—. ¡Oh! —sonríe y se sonroja más haciendo una risita tonta.
Francis gira sobre sí mismo notando que han llegado a la cocina y no se ve ni un alma, todo el servicio seguramente ha terminado ya de limpiar lo de la comida y se han retirado a descansar.
Sesel se acerca a ver con las manos algo de por ahí, antes ha podido hablar con algunas de las chicas pensando que va a tener que acostumbrarse a esta gente y a la comida de aquí si a partir de ahora van a vivir en esta ciudad. Suspira un poco porque no está muy feliz con ello, le gustaba su casa en América tenía ahí sus amigos y su novio con el que había, trágicamente para él, roto al marchar y aunque había prometido no olvidarle nunca, la verdad es que el sastre se veía súper guapo y mentiría si dijera que no se estaba haciendo algunas ilusiones con él, sobre todo ahora que sabía que no había una esposa que pudiera complicarlo.
—Y tú... ¿dejaste algún tórrido romance o al amor de tu vida en América para venir hasta acá? —pregunta Francis con esa cualidad que le habían dado sus padres de leer a la gente y casi adivinarles el pensamiento sin siquiera notarlo.
—¿Eh? Ah... —le da la espalda al hablar—. Sí, pero en realidad fue un alivio quitármelo de encima.
—Ah ¿sí? ¿Por? —pregunta levantando una ceja mientras saca algo de comer.
—Era un idiota —se encoge de hombros desinteresada, mirándose las manos en el mármol.
—Vaya —hace un pequeño gesto de desagrado con los labios porque no le gustan las historias de amor que no acaban bien.
—Me parece que aquí hay chicos más interesantes... —sonríe y se gira para mirarle directamente. Hace una caída de ojos.
Él se humedece los labios notando el movimiento... Pensando que nunca se ha acostado una chica de color. Francis, Francis, Francis... Deja de coleccionar personas. Agita la cabeza quitándose la idea de la cabeza.
Ella sonríe al notar que sacude la cabeza, seguro se lo había planteado y le había parecido una buena idea, pero intentaba desestimarla por algún motivo relacionado con el trabajo, seguro. Toma aire, se le acerca y le pone las manos en las caderas sonriendo.
—¿Qué piensas? —pregunta con su mejor sonrisa seductora.
—Pienso que eres extremadamente bonita —levanta la mano y le hace una caricia en la mejilla—. Mucho y muy muy tentadora... Pero es que... —aprieta los ojos, ella sonríe e inclina un poco la cabeza—. Vamos a decir que tengo una situación sentimental complicada.
—¿Disculpa? —parpadea echándose un poco atrás, sin soltarle. Él le sonríe un poco y le acaricia la mejilla porque NO le gusta hacer esto—. ¿Estás saliendo con alguien? —pregunta y traga saliva.
—Recientemente tuve una decepción —se inventa—. Y... Se murió mi padre lo cual también le da a uno un vuelco al corazón…
—Oh —mueve las manos acariciándole un poco porque eso suena a hacerse el duro—. Pero eso se resuelve fácil... —sonríe de nuevo lo más seductora que puede. Francis sonríe un poquito—. Un clavo saca otro clavo —le guiña un ojo echándosele un poco encima y se sonroja un poco al hacerlo.
—Eso parece... De verdad que lo parece, pero últimamente no está siendo tan fácil conocer gente y dejarme llevar —explica mirándole acercarse, sin quitarse pero sin acercarse él tampoco.
—Bueno, ya me has conocido a mí —otra caída de parpados.
—Ya lo sé, ya lo sé... Y vamos a vernos bastantes veces más —asegura asintiendo, mucho más pendiente de todo el dialogo corporal que de las palabras en sí.
—¿Y no te apetece que la salida de hoy sea una cita doble? Emily me ha dicho que vienes también por un asunto aburrido del trabajo —propone un poco más directa al notar que Francis ni se inclina ni se separa. Él se muerde un poco el labio y se ríe
—Eres buena en esto —asegura, desviando la pregunta para de nuevo intentando mantenerse en la indecisión.
—Venga —se ríe también—. No te estoy pidiendo que te cases conmigo, solo es divertirnos un poco igual que ellos —señala hacia el comedor—. Trabajar tanto no es bueno para la mente.
—¿Crees que van a divertirse mucho? —mira hacia adentro y la abraza un poco de nuevo pensando en ese asunto del matrimonio en que él nunca podrá ser nada más que el amante sastre como su padre—. Tengo que advertirte dos cosas, una es que el joven Kirkland es celoso de mi atención cuando está trabajando.
—Él no me interesa en lo absoluto y no creas que no noto que no me estás dando una respuesta... —protesta frunciendo un poco el ceño, pero sin dejar de sonreír.
—Estoy siendo vago porque claramente no quiero decirte que no... Pero no quiero saltar a decirte que sí seguro —se defiende, un poco desconsolado.
—Hagamos algo... digamos sí hoy, salimos con ellos, hablamos un poco, nos conocemos y vemos si nos divertimos. ¿Te parece? —propone de una manera un poco menos atemorizante y seria, porque no es el primer chico con terror al compromiso que se encuentra. Francis toma aire y le acaricia un poco la cintura.
—Vale, vayamos lentamente —asiente a eso porque no encuentra ningún motivo por el que negarse de manera educada y razonable.
—Que divertido, eres el primer chico que quiere ir lento —sonríe y le acaricia un poco el pecho.
Él se ríe porque es la primera vez que ÉL quiere "ir lento". En concreto lo que quiere es saber más de Emily... tener cerca al enemigo y de paso, claro, está el asunto de que la niña es guapa. Se agacha un poco y le da un beso rápido en la mejilla.
Ella se sonroja un poco más e intenta darle uno en los labios pero sutilmente gira la cara para darle en la comisura de los labios.
—Hemos dicho "lentos —susurra riéndose.
—¿Tan lentos? Vale, vale —ojos en blanco.
—Yo he dicho que era complicado —le pone suavemente una mano en el culo sabiendo que noooo debería. Ella levanta las cejas porque eso no parece para nada lento y se ríe—. ¡No me pemitaaaas hacerlo! —protesta apretando los ojos y riendo.
—¿Qué? —levanta las cejas sin estar entendiendo ahora, porque… él decía que quería ir lento, ¿por qué no parece que quiera realmente? Y si no quiere… ¿por qué pedirlo?
—Que no, hemos dicho lento —la suelta riñéndose a sí mismo, apretando los ojos...
—Escucha, no tienes porqué pasarlo mal... —asegura ella preocupada con esto porque de veras no lo entiende, si no hay nadie más ¿cuál es el problema?
—Voy a pasarlo bien, te lo aseguro —asiente con la cabeza sin dudarlo ni por un instante.
—¿Qué te pasa en realidad? —pregunta inclinando un poco la cabeza.
—¿En realidad? ¿Quieres completa sinceridad? Vas a confundirla con cinismo y estoy seguro de que no te va a gustar —niega, sonriendo un poco tristemente.
—Venga —pide ella frunciendo el ceño y sonriendo igual.
—Hace tres días conocí a alguien y es complicado... No sé si va a funcionar. No quiero decirte que no porque solo es que te conocí hoy y no hace cuatro días, pero decirte que sí es... Un poco anti climático —explica por fin.
—¿Qué? ¿Qué clase de hombre eres? —le empuja un poco, frunciendo el ceño, ligeramente indignada.
—Solo conocí a alguien, no le dije que se casara conmigo —se defiende un poco levantando las manos y mirándola con inocencia—. Solo soy un chico que te ha dicho de ir lento justo por eso.
—No, es que... ¿y qué pretendes? ¿Salir con las dos? —protesta porque esa es una de las cosas que no tolera bajo ninguna circunstancia, ella no es una zorra para andar levantándole el novio a alguien más, por eso es que ha preguntado.
—Pretendo salir contigo a donde sea que Arth... Que nos invite la familia Kirkland y veremos qué pasa, quizás al final no te agrado tanto —sonríe encantador.
—Pero... ¡pero hombre! ¿Y qué pasa si encontramos nosotras a alguien más? —le reta, riñéndole.
—Me quedo sin ninguna, es el triste riesgo —asegura suspirando derrotado.
—¿Y no preferirías que nosotras no nos fijáramos en alguien más? —sigue protestando, porque tampoco es el primero hombre que encuentra que piensa que puede tenerlo todo.
—Preferiría organizar mis sentimientos —susurra y se pasa una mano por el pelo—. Vamos, chica, solo vamos a conocernos un poco y ser amables.
—No si estás pensando en conocer a alguien más para que al final sea segundo plato. No me gustas tanto —sentencia muy segura. Francis aprieta los ojos con eso
—Quiero presentarte a alguien —asegura en una línea de pensamiento completamente distinta.
—¿Eh? —se descoloca.
—Mi asistente. Me caes bien y él es más joven que yo... Es como mi hermano pequeño —explica un poco más conciliador porque hasta cierto punto cree que ella tiene razón.
—Espera, ¿tú quieres organizarme una cita? —se ríe, incrédula.
—Algo así —se humedecen los labios y se encoge de hombros, sonriendo.
—Maldita sea, no sé si eres un cabrón o te lo haces —protesta ahora, pero vuelve a sonreír.
—Te juro que no soy tan malo. Aun quiero ayudarte a bordar y ¡me caes bien! Si fuera todo un carbón no te habría dicho nada —se defiende de nuevo levantando las manos.
—Definitivamente eres un cabrón —decide muy segura, sonriendo un poco.
—Que no te escuchen decir eso aquí porque van a escandalizarse —responde tan cínico mirando alrededor.
—Uno asquerosamente adorable, creo que por eso es que me has llamado la atención —sigue, riendo un poco. Francis se relaja un poco al ver que al menos se ríe.
—Asquerosamente —repite él.
—Voy a volver al salón... —sigue sonriendo.
—¿Voy a ayudarte con el vestido? —pregunta porque eso sí le hacía ilusión.
—Ya veremos, tal vez si ese ayudante tuyo sabe tratar a una chica... —se encoge de hombros coqueteándole un poco igual—. Y más te vale que tenga una gran p... personalidad —se ríe y se va por la puerta.
Él se muere de risa y le cierra el ojo pensando que no tiene ni idea de cómo hacer esto de estar con Arthur y no coquetear con más gente.
Sesel sale de la cocina pensando que quizás ha sido un poco tonta de rechazar al sastre por una chica que ha dicho que había conocido hacía tres días, estaba segura que ella podía ganar en exótica a cualquiera de la ciudad, pero bueno, no era el único hombre de Londres y si hacia eso con su otra chica quién podría asegurarle que no haría lo mismo con ella una vez se acostumbrara a lo exótico. Tal vez podría volver a intentarlo más adelante y así podía observar un poco más la mercancía. Se cruza con Patrick en el pasillo mientras piensa en eso y apenas si le ve.
Él levanta las cejas dándose del todo cuenta de su presencia y sonrojándose sin notarlo.
—¡Ah! ¡Tú! —exclama un poco exageradamente, porque antes en el salón, cuando la ha visto y su padre los ha presentado, ya le ha llamado la atención... y no ha dejado de mirarla en toda la velada. Se siente un poco culpable por eso, porque además al principio se ha convencido de que lo hacía como cuando uno va al zoo y observa a los animales, pero un poco más tarde se ha dado cuenta que no era eso, si no que ninguna mujer británica le había parecido nunca tan interesante y atractiva. Exótica como diría ella misma.
—¿Eh? —ella levanta la cabeza y parpadea.
—E-Es decir... —balbucea él sin saber que decir, nervioso porque tampoco planeaba hablarle para nada ni sabía del todo siquiera qué decirle. Había sido un completo impulso para nada meditado el llamarla al cruzársela.
Claro que no tenía que ver con ella, sigue pensando Sesel, estaba segurísima de poder enrollar a cualquier hombre. De hecho el francés no la había rechazado, ella lo había hecho con él y para demostrárselo a sí misma, le guiña un ojo al hombre pelirrojo con bastante más gracia que la que le ha salido con el sastre, ya que ahora no está nerviosa. El susodicho abre los ojos como PLATOS porque ella es NEGRA.
—¿Algo que requiera de mí el señor? —pregunta con un cierto tono sugerente.
—¿Y-Yo? E-Es... Yo... T-tú... Ehm... —y es PRECIOSA. Querría acariciarle la cara y tocarle el pelo. Claramente NO debería quererle acariciar nada. Aprieta los ojos. Y es del servicio, como se entere Wallace de lo que estáis haciendo todos con el servicio os deshereda. Aunque no está haciendo NADA con ningún servicio... No es que mentalmente piense que debería hacer algo. ¡Porque no está pensándolo siquiera! ¡Es absurdo! Es una chica negra del servicio, si casi parece que no ha visto nuca a nadie como ella.
—No sufra, estoy aquí para servirle... puede pedirme LO QUE SEA —sigue ella y le toca la cara, con una voz especialmente seductora al notar que aprieta los ojos. Toma ya, ahí lo tienes. Cualquier hombre. Hasta uno casado.
Patrick se PLANCHA contra la pared abriendo los ojos y mirándola como si fuera el mismísimo demonio.
—Lo siento, ¿acaso no debí tocarle sin su permiso? No estoy del todo segura de las normas de este país —se hace la inocente retirándose un poco porque solo es una prueba para sí misma por volver a rehinchar su autoestima después del pequeño desengaño con el sastre.
—N-No debería tocarme sin... —traga saliva balbuceando nerviosísimo—, no de-debería tocarme yo... yo solo vine...
—Suena usted tenso, ¿tal vez necesitaría alguna práctica relajante? —pregunta entrecerrando un poco los ojos e inclinando la cabeza, sonriendo. Oh, sí, así era como se llevaba hasta al más inocente de los hombres a pensar en exactamente eso que TODOS hacían para relajarse… sin mancillar el honor propio de mujer.
—¿Una p-practica relajante? —chillido agudo, escandalizado, de momento sin poder pensar en nada de nada.
—Un masaje, por ejemplo —sonríe no tan inocente y se encoge de hombros—. Soy especialmente eficaz en dejar a los hombres saciados y relajados con ellos.
—¿¡Q-Qué?! —abre los ojos como PLATOS, ultra sonrojado imaginándose toda clase de... Cosas ahora sí.
Ella se sonroja un poco, tal vez eso había sido demasiado hasta para ella, tampoco hacía falta sonar como una meretriz, aunque a ser sinceros funcionaba doce de cada diez veces.
—Lo lamento, no era mi intención importunarle, solo se lo hacía saber —se excusa y se separa un poco con una sutil reverencia digna de señorita del servicio, bajando la cabeza y agarrándose la falda—. Si cambia de idea nada más hágame llamar.
—E-Eso es c-completamente impropio... Y... Y... Necesita... Debería...yo debería... —jamás sabría decir que sí aunque desde luego NO ha dicho que no.
—¿Aja? —pregunta volviendo a mirarle a los ojos en una actitud ahora mucho más distante y servicial digna de su posición porque ella ya había demostrado su punto.
—U-Usted de-debería ve-venir conmigo a-a-a confesarse —decide, sin notar que en realidad ha llegado a esa conclusión por la clase de cosas que está pensando él mismo, no por el comportamiento de ella.
—¿Discúlpeme? —parpadea descolocada unas cuantas veces.
—L-Lo que estoy diciendo es que... E-Es... U-Usted —balbucea idiotamente sin saber cómo salir de esta, porque tampoco estaba pensando muy ordenadamente al proponer eso.
Espera. ¿Había uno que era cura, verdad? piensa Sesel. Le sonaba que Emily le había contado. Levanta las cejas... ¿Sería este? Cielos, tal vez por eso el hombre estaba reaccionando así, estaba escandalizado y no... Siendo seducido ¿Cuánto tiempo era de purgatorio tentar a un hombre de dios?
Toda la vida de purgatorio, piensa Patrick. Toda la vida para el hombre de dios y un poco más. Se sonroja un poco más aun planchado contra la pared. Estaba seguro de que tendría algunos sueños de ESOS con esta muchacha. ¡Le había ofrecido un masaje! Con lo infinitamente insatisfecha que era su vida.
—¿Lo que quiere es que me confiese con usted... ahora? —pregunta nerviosa. ¿Estos son de los que hacían voto de castidad o no? Porque estaba segura de que alguien le había contado también que en este lado del mundo la religión era un poco distinta, pero no estaba muy segura de en qué partes de la liturgia.
—Sí. Lo antes posible —decide contestar, carraspeando un poco para recuperar su postura un poco más seria e imponente.
—E-Está bien, supongo que hasta que Miss Jones no quiera marcharse... —se encoge de hombros no muy convencida. Patrick la mira y piensa que esto va a ser un SUPLICIO. Trata de ponerse muy serio.
—Vamos... Venga. Vamos a sentarnos en un lugar privado y silencioso... —pide haciendo un gesto con la mano para que le siga por los pasillos de la casa
—Aunque me da un poco de vergüenza... —le sigue agarrándose las manos una con la otra y mirando al suelo en una actitud un poco más sumisa—. ¿Es su iglesia de las que hacen votos?
—¿Votos? —saca su pañuelo y se limpia la cara guiándola hacia la biblioteca.
—De pobreza... de silencio... esa clase de votos. Aun no entiendo del todo la diferencia entre las diferentes ramas de la iglesia cristiana —explica queriendo saber seguro lo de la castidad, porque se siente un poco culpable si realmente el problema del hombre es que no debe ser… tentado a esas cosas.
—Somos anglicanos. Hice votos de... Ehm... Obediencia. Siéntese ahí —pide retirando un par de las sillas de madera de la mesa en el centro.
—Ah, anglicanos... —lo hace recordando que de hecho todos están casados y lleva el anillo, así que de castidad nada. Sonríe con eso más tranquila, no hay problema con seducirlo entonces.
Él se pasa una mano por el pelo rojo y se sienta junto a ella. Era solo una chica, una joven. Él estaba casado y no tenía ninguna necesidad de nada. Aprieta los ojos otra vez y toma aire.
—Hija mía —empieza, tratando de atenerse a la formula común usada en los confesionarios en la iglesia para no ponerse nervioso.
—Ehm... ¿sí, padre? —pregunta ella mirándole de reojo, todo nervioso, incómodo y con los ojos cerrados, parecía que ni quisiera mirarla. Sonríe un poquito porque le hace gracia.
—¿Qué cosas tienes que confesar? —pregunta de nuevo en su mejor tono serio, intentando concentrarse.
—La verdad, no estoy muy segura, usted me ha dicho que viniera... —asegura humedeciéndose los labios, con las manos tomadas sobre su falda.
—Le he dicho eso por esa... p-propuesta de los ma-masajes —balbucea nervioso mirándola ahora, porque está cada vez más claro que el que debía confesarse era él y aun no tiene muy claro que pretende exactamente con esto. Aquí le lleva el no pensar antes de actuar.
—Ah, bueno, no era algo especialmente pecaminoso... —empieza ella tomando aire—. Es decir... no lo es en lo absoluto, es nada más una práctica de relajación. Consiste en que el hombre —le mira directamente a los ojos—. Se tumba... desnudo... sobre una cama o una mesa.
—A-Aja... — Abre los ojos verdes como platos imaginándose a sí mismo acostándose desnudo sobre la cama.
—Entonces... yo, a veces desnuda también, depende de cada señor —se pone el pelo tras la oreja—, echo un chorrito de aceite en mi mano y lo unto acariciando todo el cuerpo del hombre.
—¿T-Tú desnuda también?! ¡Eso... ! —chilla y tiene que agarrarse del borde de la mesa.
—Es que a veces algunos señores prefieren que extienda el aceite con otras partes del cuerpo que no son las manos —empieza a inventarse, nunca ningún señor le había pedido que hiciera nada como eso, más bien algún novio… pero parece que el sacerdote alegre la había traído aquí precisamente para oír un poco más sobre eso, más que por una confesión con reales intenciones de salvar su alma, así que… no iba a decepcionarlo. De hecho era hasta divertido.
—E-Es... ¿E-En serio? —abre los ojos como PLATOS y empieza a hasta temblar un poco.
—Sí. A veces es con la cara... o el pelo... o los senos... —hace algún movimiento con los hombros. Él abre la boca y se sonroja un montonal—. La idea es hacerlo con mucho mimo y dedicación, a veces hay que insistir en algunas partes complejas. Un masaje bien hecho puede durar horas.
—Se-Senos —es lo único que puede repetir.
Doce de cada ¿diez? Doce de cada seis. Sonríe. Patrick baja la mirada y se los mira... Y es que además es negra.
—Sí —se los levanta un poco juntando los codos y cuando nota la mirada demasiado intensa cruza un brazo por delante de ellos para incomodarlo, como si le diera pudor que la mirara.
Patrick no puede creerlo. En todos sus años de... Vida... Ninguna mujer le ha hecho una insinuación así de directa.
—Es una técnica de relajación, padre. Funciona también con los labios y... creo que cualquier parte del cuerpo de una mujer resiguiendo con cuidado el cuerpo entero de un hombre es relajante. Y por supuesto funciona igual a la inversa, cuando es un hombre el que toca a una mujer —sigue intentando no reírse demasiado y parecer turbada y sumisa—. A algunos señores les gusta tocar también.
—Pe-alero usted... U-usted hace... E-Esas... —se resuelve dónde está sentado usando su potente imaginación británica.
—Pues depende del señor, yo hago lo que me piden —responde tan inocente, parpadeando un poco y bajando la mirada para esconder la risa.
El reverendo parpadea un par de veces entre escandalizado y sorprendido... Y no se diga excitado. Era como... ¿Una prostituta? Que directamente insinuaba que quería... Algo con él. Se humedece los labios.
—L-Lo que... Le piden —susurra sonrojadito. Se pregunta que le pediría él... Que le hiciera olvidarse de su mujer.
—Aunque ya que estoy confesándome, debo admitir que a veces sueño con que me lo hacen a mí y siempre despierto temblando y con un deseo lujurioso que me consume —decide continuar tras carraspear un poco, aunque bueno, eso no es del todo mentira como lo otro.
—Que… que te lo ha-hacen a tú... ¿Quién te lo-lo hace? ¿O qué te hace exactamente en el sueño? —levanta más las cejas. Unas preguntas tremendamente dirigidas hacia una confesión religiosa, seguro vas a salvar su alma sabiéndolo. Nada de tener a una chica contándote cosas pornográficas.
—Pues la verdad es que no es un hombre concreto... en mi sueño suele cubrirme el cuerpo entero con nata y luego ir lamiéndomela de todas partes —susurra cerrando los ojos y se revuelve un poco.
Patrick se imagina con claridad la nata blanca sobre sus pechos oscuros y él lamiéndola con la lengua. Vuelve a mirarle los pechos sin poderse creer que una chica le esté contando estas cosas a ÉL.
—La sola idea me hace estremecer y me avergüenza, tal vez no debería estar contándole estas cosas, no sé qué pensará de mí —sigue ella, pareciendo turbada y sin mirarle a los ojos para no reírse, aunque un poco más incómoda cada vez.
—E-Es confesión, no tengo por qué juzgarla —lo ha dicho mil veces, así que lo dice casi sin pensar—. Y no tiene... Nada de que a-avergonzarse, puede contarme estas cosas siempre.
—La verdad, entonces, es que esas mañanas que me despierto así, con la cama demasiado caliente y el cuerpo incomodo, no puedo evitar... tocarme —responde sonrojándose un poco ahora sí, riéndose menos porque esta parte también es cierta.
Patrick se mueve en su lugar y cruza la pierna visiblemente incómodo. Sesel sonríe relajándose un poco al notarlo y se pregunta si todos los hombres estarán tan necesitados.
—Creo que es una afección grave, que solo podré curar con un hombre que sea capaz de satisfacerme —se lamenta con cierto pesar, sin pensar en lo absoluto que esté enferma de nada más de, tal vez, de juventud y ganas de vivir una vida plena.
—Tocarse —es que esta aun con esa imagen mental, le mira a los ojos medio enajenado con la idea de ella tocándose y él mirándola.
—Sí, hasta que me siento mejor... hasta que me humedezco y me estremezco toda —explica al notar que eso le llama la atención, aunque empieza a sentirse demasiado descriptiva con un hombre que ha conocido hoy y que va a ser cuñado de Emily. Por un momento piensa en eso y en si de verdad quiere que piense esto de ella y si no va a acusarla de algo solo por ser un hombre blanco adinerado. Él está a punto de morirse de la imagen mental.
—Hu-Humedezco —repite idiotamente, sonrojadito y probablemente esté a punto ya con cómo se está moviendo como si tuviera hormigas en el culo. Su mujer qué iba a humedecerse con nada, si era seria y no parecía jamás querer sexo con él.
—Sí... ¿qué puedo hacer, padre? Yo nada más quisiera ser una devota de dios pura y cándida —responde poniendo un poquito de distancia, nerviosa, porque esto sería más fácil con alguien que no fuera a ser tan cercano y con el asunto del sastre no ha pensado en ello hasta ahora.
—De-Debería... Debería dejar de-de... Es decir... Es... Importante ser de-devota, sí —asiente sin pensar demasiado en lo que dice, mucho más preocupado con su propio cuerpo reaccionando solo a las palabras y sus propios pensamientos que le impiden ser puro y cándido a él.
—¿Pero cómo puedo dejar de tener esos pensamientos y deseos? —insiste y al notar como el hombre no parece escandalizado ni por un segundo, si no que más bien está realmente disfrutando esto y sintiéndose culpable por ello, se relaja un poco y pone la mano a la rodilla de él, con desesperación.
—¿C-Có-Cómo? —pregunta pensando que NO debería dejar de tenerlos, al contrario, ¡son cosas tremendamente sensuales! Sería un desperdicio—. Debería... Debería venir a hablar conmigo CADA VEZ que le pase.
—¿Usted cree padre? —pregunta y mueve un poco la mano y esa respuesta hace que Patrick le caiga bien, no parece en lo absoluto pensando en nada malo de ella ni al respecto de esto, más bien parece estarlo disfrutando, así que decir seguir describiendo un poco más—. Es que yo me siento sucia y pervertida al describir a los hombres como mi lengua les resigue toda su masculinidad una y otra vez de arriba a abajo y de abajo arriba, junto con algunos besos...
—¡Reseguirle... Con la... La lengua! —es lo único que logra balbucear y se paraliza cuando por fin nota la mano de ella tocándole.
—O los labios en la punta mientras la base se estimula con las manos —sigue y sinceramente se pregunta porque le está contando ahora ya todo esto a este hombre, tampoco es necesario ser tan específica, tal vez si es por la absolución, pero es que parece que vaya a realmente a acabar solo con sus palabras y se pregunta si es posible que eso pase.
Patrick esta PLANCHADO contra la silla, le pone la mano encima de la suya sin notarlo y está tan caliente que la quita de inmediato como si le quemara.
—No, no puede... ¡E-Estimular! ¡No! ¡Esas cosas! —exclama, casi parece que vaya a subirse a la silla para echarse atrás y escapar.
—Lo siento, padre —se humedece los labios notando el movimiento con las manos, quitando la suya y pensando que tal vez ahora sí que ya hay suficiente—. Creo que... será mejor que vuelva con Miss Jones y no lo maree más a usted con mis tonterías, estoy segura que como hombre de dios tiene usted pensamientos más elevados que todo esto.
—¡N-No son tonterías! —asegura extendiendo otra vez la mano y tomándola de la muñeca con suavidad.
Sesel levanta las cejas sin esperar eso. Patrick traga saliva sin poderse creer que su cuerpo se ha movido hasta atraparla.
—¿C-Cómo te llamas? —pregunta suavemente en un tono de voz casi de niño pequeño preguntándole eso a una chica bonita.
—Sesel... —responde no tan feliz ahora, volviendo a pensar… ¿y si la acusaba de algo con Miss Jones o con su esposa? ¿Podía hacer que la despidieran? ¡Ella solo se estaba confesando como él había pedido! Bueno, confesándose más o menos, en realidad, contándole lo que sabía que quería oír, pero el caso es que ¡ni siquiera lo había tocado! Es decir… indecorosamente.
Él le acaricia un poco la muñeca con el pulgar con bastante más inocencia de la que se esperaría, en concreto después de escuchar esas cosas que le ha contado. Nota su piel suavecita... también se nota a si mismo que le tiembla la mano como si nunca en su vida hubiera tocado a una mujer.
—Sesel —susurra suavemente sintiéndose un poco patético por haberla tocado. Ella estaba confesándose con un hombre de dios, quizás incluso de manera inocente, esperando consejo. Aprieta los ojos y la suelta recordando las insinuaciones de hacía unos minutos. ¡Quizás ni lo eran!
—Ehm —traga saliva porque esa caricia es rara en un hombre blanco que además es un señor y acaba de conocerla... ya que no parece muy lujuriosa, se revuelve pensado que le fallará la lectura.
—P-Pienso q-que... D-debes rezar —susurra sin mirarla ahora, mucho más sonrojado aun si eso es posible. La suelta y se pasa una mano por el pelo pensando en su incluso dolorosa excitación... Y aun un poco en el asunto de la lengua en su miembro—. Y de-debes volver conmigo si vuelve a pasarte.
—Está bien —asiente nerviosa.
Él se siente uno de esos curas ancianos y asquerosos que van detrás de jovencitas sin ninguna esperanza. Quizás sería así de mayor. Aprieta los ojos. Claro que ella no se le iba a insinuar.
Ella se marcha sintiendo un poco de lástima por el pobre hombre... aunque tal vez hoy tenía una noche interesante con su mujer mientras ella se comía los mocos en el cuarto de Miss Jones. No, ya no le daba tanta pena.
¡Que iba a tener una noche interesante! Patrick se levanta después de un ratito y se va con desesperación al cuarto de baño a terminar en medio minuto lo que empezaste.
