Arthur está siendo torturado con el incipiente y malintencionado cuestionario de su futura suegra en el que no hay una sola pregunta que no sea personal e incómoda y ni una sola respuesta que sea certera y satisfactoria para esa mujer de mirada insondable.

Francis vuelve a la puerta del salón con su maletín en la mano y toma aire, pensando que esto es... Quizás demasiado, pero después del intercambio con Sesel le parece necesario. Resuelto vuelve a entrar con cuidado al salón buscando a Arthur con la mirada. Se acerca a él lo más discretamente posible.

El joven escritor lo ve como si fuera un oasis en el desierto, se disculpa de Lady Jones apresuradamente, levantándose hacia él, que le sonríe y le hace una pomposa reverencia a Miss Jones antes de dirigirse a la puerta.

—Necesito tomarte más medidas —asegura Francis ahora con cierta desesperación porque sabe, SABE que las que ha tomado antes no sirven de mucho.

—Vamos a ir a cenar con ellos... —se pasa una mano por el pelo con cierto pesar porque le da una pereza tremenda—. Tal vez si le decimos a mi madre...

—Tu madre es muy amable conmigo... —asiente y sonríe un poco—. Podríamos ir a tu cuarto y tomarte medidas... Un buen rato. Luego puedes irte a cenar.

—¿Mi madre es amable? —levanta las cejas porque de hecho pensaba que le salvara de ir a cenar, diciendo que tenía que tomar las medidas en su taller o algo así. Francis le mira de reojo y sonríe—. Debes ser la única persona con quien lo es...

—Totalmente, me envió a la cocina por comida —explica—. A menos que ahora si aceptes mi invitación a cenar... Creo que podría convencer a tu madre de que nos tardemos más de una hora. Entonces te quedas en casa y así podríamos acabar lo de anoche...

—¿Q-Q-Quedarme? —se sonroja un montón sabiendo perfecto a qué se refiere con eso.

—Oui —se sonroja un poquito y se recarga en la pared afuera del salón.

—No creo que... ehm... yo... —se sonroja más, en espejo.

—Anda, ven conmigo hoy... Estaremos bien en mi casa —asegura y le cierra un ojo todo seductor.

—No está bien que me quede y... ¡no quiero! —miente.

—Voy a establecer una regla aquí —puntualiza mirándole a los ojos—. La frase "no está bien", está prohibida desde ahora. Es demasiado vaga y no quiere decir nada más que una idea preconcebida y tonta. Así que... Vamos a buscarnos otros pretextos si acaso o simplemente hacer las cosas que queramos mientras se pueda.

—Pero es que... —responde suavecito, regañado. Francis se humedece los labios notando el cambio de tono.

—Andaaaa... Di que sí y ven conmigo —pide mucho más dulce. Él le mira a los ojos y se sonroja porque... OBVIAMENTE que quiere ir—. Voy a hablar con tu madre —decide sonriendo y yendo ooootra vez al salón. Arthur se sonroja más y tras vacilar un instante corre tras él.

Lady Kirkland está peleando un poco con el servicio... Solo para descargar tensión porque ha hablado con Lady Jones un minuto nada más y le pone los pelos de punta.

—Ehm... Madame Kirkland? —la llama el francés con voz suave.

Arthur se tapa la boca ahogando un chillido de "Iiih" tras él porque estaba oyendo a su madre gritar y no es una buena idea interrumpirla cuando hace eso. Lady Kirkland pega un saltito y cuando le ve se sonroja un poco, pero lejos de gritarle a él, le sonríe levemente y luego se mira las manos.

—Ah, es usted... —medio susurra.

—No pasa nada, Madre... —trata de intervenir Arthur para, nunca lo admitirá, salvar a Francis.

—Oui. Gracias por la comida —asegura Francis sin hacerle mucho caso a Arthur, con voz suave y arrastrando un poco las palabras—. Abusando de su amabilidad, tengo que pedirle otro favor y espero que pueda concedérmelo.

—¡No es un favor! —chillonea el escritor por detrás—. Es decir... él está... —no sabe ni que decir. Lady Kirkland levanta las cejas al ver a Arthur y se tensa con sus chillidos. Francis opina que no está ayudando, pero no dice nada al respecto. Sigue con su idea.

—Verá... Es que ahora que tomamos las medidas, Monsieur Kirkland estaba muy nervioso y... Hay algunas que revisando mis notas no son correctas. Además es un traje de novio y otros trajes los que estoy preparando para él... —se muerde el labio y la mira a los ojos antes de pasarse una mano por el pelo. Lady Kirkland se sonroja también un poco sin dejar de pensar que este maldito muchacho le recuerda muchísimo a su padre. Le mira fijamente y asiente algo embobada.

—Lo que pasa es que es un inútil, lo he dicho desde el primer día —refunfuña Arthur, cruzándose de brazos y tratando de captar su atención otra vez. Francis le mira de reojo un instante y sonríe.

—Un inútil, sí... —asiente Lady Kirkland sin tener idea de lo que está diciendo, estableciendo parecidos y diferencias entre Francis y su padre. Francis frunce un poquito el ceño con eso.

—¿Podría llevarlo ahora mismo a la sastrería para tomarle mejores medidas? Finalmente dijo que sí y, con su perdón, sabe ya lo testarudo que es... —comenta más para Arthur que para ella.

—¡Yo no dije que sí! —chilla sintiéndose acusado. Lady Kirkland parpadea y mira otra vez a Arthur.

—¡Sí dijo que sí! —protesta Francis pensando que es mal momento para negarlo.

—¡No lo hice! ¡Yo no quiero ir y tú eres un pesado! —le discute como si fuera un niño pequeño. Francis le mira suplicante y Lady Kirkland frunce el ceño levantando un brazo y tocando un poco al francés del brazo para intentar recuperar su atención.

—No le haga caso a Arthur. Si necesita tomarle las medidas y consigue llevárselo aunque sea a rastras... —empieza dramáticamente.

—¿Qué? ¡No! ¡Es un embaucador, molesto y negligente! ¡Y la cena con los Jones! —sigue protestando Arthur, aunque sonríe un poco porque su plan ha funcionado, su madre acepta para fastidiarle y no hay nada sospechoso ya que él se niega a ir con el sastre como siempre.

—Oui, sí que lo necesito. Le agradezco mucho Lady Kirkland —le asegura Francis haciéndole una reverencia—. Por favor no se quede con la idea de que soy molesto y negligente...

—No se preocupe, desde luego no tengo esa idea —Lady Kirkland le sonríe—. De hecho le agradezco todo el tiempo que ha invertido en esto.

—¡No se quedaría con esa idea si no fuera usted así exactamente! —protesta Arthur picándole a Francis con un dedo en el pecho para que vuelva a hacerle caso a él.

Francis por un momento infla el pecho y se siente el hombre de los mil Kirklands, sonriendo de lado antes de recordar que es mejor salir corriendo lo antes posible.

—¡No soy así! Y ya nos vamos, Lady Kirkland. ¡Un gusto verle! —toma a Arthur del brazo y tira de él de manera considerablemente más informal de lo que debería.

—¡Claro que eres así! ¡Maldita sea! —sigue protestando el escritor pero se deja tirar sin hacérsele raro, hasta le da un golpe con el hombro empujándole un poco y riendo maligno.

Francis trastabilla un poco y Lady Kirkland se les queda mirando teniendo un leve golpecillo de celos, pero finalmente y solo porque Francis es un muchacho muy afortunado, consiguen escaparse sin que nadie les interrumpa... Y sin que Lord Kirkland los vea.

Arthur llama a su coche para que les lleve sin dejar de pelear y picar al sastre que se ríe de todo lo que dice y le pica de vuelta y en cuanto está el coche en marcha con los dos adentro con puerta cerrada se le echa encima para darle un beso.

El inglés parpadea sin esperárselo pero sonríe devolviéndoselo. El francés se separa un poquito y le mira, él le mira, sonrojadito.

—Me gustas —asegura Francis.

—Tonto. Tú a mí no —Arthur se sonroja más, gira la cara sonriendo un poquito y relamiéndose sin darse cuenta que lo hace.

—Ah ¿no? ¡Claro que siiiiií! —pica el sastre, burlón.

—¡Claro que no! —insiste sin que se le borre la sonrisa.

—Sí que lo hago... Aunque sea hombre —sonríe y se acerca a darle un beso de nuevo haciéndole callar cuando iba a protestar.

El francés se ríe a mitad del beso antes de cerrar los ojos y dejar que se le vaya un poco la cabeza, pensando que esto es absolutamente fantástico. ¿Cabeza? Hace RATO que Arthur ya no sabe dónde es que la tiene... Bueno, sus labios sí que sabe dónde están.

La cosa es que esta vez Francis si se da cuenta cuando el carro se detiene definitivamente frente a lo que supone es su sastrería... Se da cuenta porque el chofer pasa unos cuantos minutos gritando. Arthur aun parpadea descolocadísimo a pesar de los gritos.

—Creo... Que ya llegamos —sonríe un poco y se sonroja levemente, con los labios hinchaditos

—Pues bájate y no me aplastes, gordo —le empuja un poco para que se quite de encima, sonriendo.

—¡¿G-Gordo?! ¿¡Me has llamado gordo!? —levanta las cejas llevándose las manos al abdomen—. ¡No estoy gordo!

Arthur se ríe y se lo pica, Francis frunce el ceño.

—¡No estoy gordo! —insiste aunque se le escapa la sonrisa con el piquete.

El inglés se lo pica más veces riendo tontamente mientras el cochero aún les grita. El francés se ríe ahora sin poder evitarlo y trata de empujarle un poco para que pare, pero es evidentemente más débil que el escritor y esto le causa mucha gracia a Arthur que le pica aún más y le hace cosquillas echándose sobre él.

El chofer debe levantar una ceja con las risas que salen de la carroza, pero ni caso. Francis se mueeeeere de la risa, intentando picarle él... Y es que pueden estarse TODA LA VIDA así.

Al final el chofer golpea el cristal de la carroza y ahí es cuando Arthur se detiene.

—Anda, bájate ya, vago, que con tal de no andar a trabajar te quedabas a vivir aquí dentro.

—¿Qué? ¿Yo? ¡Si es tu culpa que no bajemos! —protesta pero toma la manija de la puerta y la abre, saliendo con esa naturalidad y elegancia que hacen que parezca que está física y mentalmente preparado para hacer una entrada triunfal a la coronación del rey de Inglaterra. Le da una palmada en el culo con eso, hasta que nota que ha abierto la puerta.

Arthur se sonroja de muerte y baja tras él mirando al suelo, apenas sin despedirse del cochero, pero eso sí, mandándolo a casa en un susurrito.

Francis se sonroja un poquito también, sonriendo tontamente y mirándole de reojo mientras se va a abrir la puerta de la sastrería, deteniéndosela para que él entre primero.

—Tonto —suelta al pasar por su lado y ¡Sorpresa, sorpresa! No hay nadie en el establecimiento.

Francis sonríe con eso y le brillan los ojos poniéndose un poquito nervioso. Arthur entra pasando la mesa de trabajo y se quita el abrigo mirando la peana frente a los espejos en la que los clientes se prueban la ropa.

—Puedo... Tomarte medidas —levantamiento de cejas.

—Sinceramente dudo muchísimo que realmente pueda usted, míster Bonnefoy —levanta la nariz, tan estirado, pero se le escapa la sonrisa, mientras se quita los guantes.

—Me parece que hay ciertas medidas que, claramente, que no podré tomar... Pero no será por falta de pericia —se le acerca y le da un beso rápido en los labios. Arthur parpadea y se sonroja. Se lleva una mano a los labios.

—¿Cuáles? —pregunta inocentemente.

—Te aseguro que no quieres saberlo —sonríe con picardía.

—¿Por qué no? —frunce el ceño y sonríe

—Vas a morirte de la vergüenza si te lo digo —asegura encogiéndose de hombros. Arthur se muere ya de la vergüenza pensando lo que se le ha ocurrido antes de las medidas de su masculinidad.

—¿Ves? —Francis se ríe.

—¿Qué? ¡Ni siquiera has dicho! —protesta nervioso.

—Pero estás pensando en eso que estoy pensando —asegura confiado sonriendo de lado.

—¡No! —se sonroja más.

—Puedo medírtela... También —propone sacando una cinta y haciendo un malabar con ella entre los dedos.

—¡NO! —manos ahí.

—Eres monísimo —decide sonriendo tiernamente con ese gesto.

—¡Cállate! ¡Solo quieres molestarme! —lloriquea.

—Nah, quiero que te sonrojes —se le acerca otra vez y le abraza un poco, este se deja, aunque aún tiene sus manos ahí

—¿De verdad necesitas más medidas o solo lo has dicho para traerme aquí? —pregunta en un susurrito porque en realidad, no le molestaría que con la excusa volviera a desnudarle… aún más y acabaran empezando y terminando lo que ayer no pudieron.

—De verdad las necesito. Si con trabajos te he medido la espalda —confiesa, porque eso también demuestra lo nervioso que estaba él.

—¡Pero si me has metido ese metro tuyo por todas partes! —protesta y no nota lo mal que suena hasta que lo ha dicho en voz alta.

—No aun —Francis se muere de risa.

—No estaba... ¡No me refiero a eso! —aprieta los ojos sonrojándose más—. ¡Eso no va a pasar! —asegura con convicción, porque además aún está asustado de eso desde su ilustrativa conversación con el doctor al respecto.

—Ah, ¿no? ¿Por qué no? —pregunta levantando una ceja, divertido.

—Porque me niego ROTUNDAMENTE —asevera categórico.

—¿Por qué? —pregunta otra vez, sintiendo que siempre acaban teniendo la misma conversación.

—¿Cómo que por qué? ¿A caso tú vas a dejarte? —le mira de reojo sin poder creerlo.

—A veces tú, a veces yo —responde encogiéndose de hombros.

—Pero... ¡Pero! —es que está escandalizado—. ¡Es un acto atroz, invasivo, incómodo y doloroso! ¿Quién en su sano juicio iba a querer que le hicieran eso?

—¿Quién dice que es atroz y doloroso? Te estas imaginando algo mal —niega con la cabeza.

—¡No me lo estoy imaginando mal! ¡Me he informado! —exclama señalándole con un dedo para dar más peso a su argumento.

—¿Te has informado? ¿Cómo? —le mira con curiosidad.

—¡Informándome! ¿Cómo es que tú lo sabes? Es por la enfermedad, ¿verdad? —pregunta un poco preocupado, a lo mejor ahora empezaba a gustarle a él también. ¿Y si de repente empezaba a tener erecciones cada vez que tenía que defecar? ¿Sería así como diagnostican la enfermedad los doctores?

—¿Qué? —parpadea.

—Es porque es una enfermedad, es uno de los síntomas —explica nervioso.

—No, no es ninguna enfermedad. Lo sé porque lo he hecho, punto —responde poniendo los ojos en blanco.

—De todos modos no quiero hacer eso. No quiero enfermar, ni estamos aquí para eso —asegura porque tal vez aun esté a salvo de todas esas cosas y si no lo prueba nunca, no le pasará.

—No vas a enfermar de nada —le pasa una mano por el pelo pensando que... Sí que están aquí para algo así. Arthur se aparta de él—. ¿Qué pasa? —parpadea de nuevo al notarlo.

—Pues que... es... es que yo no recordaba eso y no... —vacila, asustado.

—Arthur... ¿De verdad te parezco enfermo? —inclina la cabeza.

—¡No voy a discutir esto otra vez! —protesta también sintiendo que siempre dan vueltas a lo mismo.

—Yo tampoco querría hablar de ello de nuevo —hace los ojos en blanco—. ¡Pero es que no sé qué estás haciendo exactamente! ¡Un momento quieres que deje todo y me vaya contigo, otro momento dices que vas a casarte y yo a ser tu amante, al instante me besas como si no hubiera mañana y luego me dices una vez más que estoy enfermo!

—Yo no... —le mira desconsolado porque el problema es que está realmente hecho un lío con todo esto. Francis se pasa las dos manos por el pelo y se lo echa hacia atrás.

—Quisiera solo... Que te quitaras esas ideas de la cabeza y valoraras las cosas por ti mismo —suspira—. Y si no te gusta al final o si tú concluyes que si es una cosa enferma... trataremos de que cambies de opinión —sonríe con eso último que dice.

El escritor parpadea avergonzado porque la presión social es dura e importante, así como su propia consideración por el caso en sí. El sastre se guarda las manos en los bolsillos y suspira un poco resignado.

—¿Quieres beber algo? arriba hay aguardiente y un poco de cognac —propone a ver si con alcohol consigue relajarlo otra vez un poco.

Arthur se pasa una mano por el pelo pensando en ello. No, no quiere beber. No quiere solucionar sus problemas ahogándolos en alcohol como su hermano Wallace, pero ¿qué otra cosa puede hacer? ¿Admitir que de verdad nunca se ha encontrado a otra persona como Francis con quien se sienta tan a gusto y compenetrado? Eso no es lo difícil, en realidad se siente cómodo con esa definición, Francis es bueno y no hay problema en ello y le gusta la idea de ayudarlo con sus asuntos legales y de huir con él... pero su familia y estatus social son importantes, es el mundo en el que ha crecido y ha conocido siempre... y este otro mundo nuevo y adverso lo asusta e incómoda.

Su familia tal vez no ha sido la ideal y tal vez no le quieren y le aprecian como le gustaría, ni son los más amables, pero son su familia y siempre han estado ahí. Su madre... se llevaría un gran disgusto de todo esto, está seguro. Y sus amigos... el doctor no volvería a hablarle o le miraría para siempre más con condescendencia de un enfermo. No hay nadie en quien pueda confiar más allá que en Francis... ¿y qué pasa si él se cansa o se aburre o se va o encuentra a alguien más o le rompe en corazón? Nunca nadie lo sabría, nadie podría saberlo. Se siente repentinamente solo y asfixiado con esto, porque tampoco hace tanto tiempo que conoce al sastre.

Siempre se ha considerado a sí mismo un alma solitaria, diciendo que no necesita a la gente, un escritor incomprendido y perturbado solo por ser el único artista en una familia en la que lo que se les ha enseñado es el valor del dinero, la disciplina y el esfuerzo, las cosas que representan un beneficio son buenas e importantes, lo demás son meros pasatiempos, pero hasta ahora nunca se había sentido que iba a quedarse tan tan solo. La simple idea de que no pudiera suceder algo bonito y tan simple como leer uno de sus cuentos a su familia abrazado del hombre al que ama es mucho más deprimente de lo que puede parecer.

Tener que negar su naturaleza y esconder una parte tan importante de quien es a todas las personas a quienes quiere y en quienes confía le hace preguntarse si realmente está tan bien como el sastre plantea.

—O... No quieres —cambia el peso de pie sin saber muy bien qué hacer con esto, sintiendo otra vez esa vorágine de sentimientos... Esa absoluta inseguridad con el escritor. Era un gran peligro y se sentía solo e inseguro, más aún ahora que no estaba su papá que solía ser el que le decía que estas cosas que estaba haciendo no estaban tan mal.

—No lo sé, no sé lo que quiero —confiesa mirando el suelo, desconsolado y con el corazón hecho un nudo. No era tan fácil cuando el problema no era solo este... El inglés era un caballero además. Traga saliva.

—Bueno. Ehm... Todo esto va muy rápido quizás —vacila porque... Es que a él le había pedido que se escaparan juntos sin siquiera dudarlo un segundo y ahora se sentía que él había puesto todo lo que tenía en esa apuesta y el inglés estaba arrepintiéndose de ello.

—¿Muy rápido? —los ojos verdes le miran.

—Quizás no sabes lo que quieres por eso, están pasando muchas cosas para ti, ahora conociste a tu chica y... Bueno, no sé. Piénsatelo bien y... Eso —susurra Francis cambiando el peso de pie y mirando al suelo.

—¡Esto no tiene nada que ver con ella! —exclama y nota que es cierto. Había estado toda la tarde con ella y no le había prestado ni una mínima atención. Cuando había sabido por fin la fecha en que la conocería, antes de hablar con el sastre por primera vez, se había hecho, a pesar de toda la actitud contraria que tenía para con la boda, unas ilusiones y expectativas sobre la chica. Cuando llegara le preguntaría y le contaría cosas esperando tener gustos y conocimientos afines como el amor por la lectura o el arte o cosas así... pero al final no lo había hecho. No le había preguntado ni contado nada y no porque ella hubiera sido una idiota interesada solo en cosas absurdas de chicas, le había dicho que le gustaban las historias aunque no leyera y que le interesaba la ingeniería o algo parecido... le había caído bien y descubre justo ahora, que de no haber estado el sastre, tal vez la habría mirado mejor y hasta le habría gustado.

Francis vuelve a cambiar el peso de pie sin creérselo. Parecía mucho más seguro de todo antes... De hecho parecía mucho más seguro de todo en el carro, unos pocos minutos atrás.

—Realmente no sé qué decirte. Tú tienes un plan B fantástico, tienes una chica que será tu esposa, un padre, mucho dinero, una casa que será tuya en cuanto la ocupes y... Una vida maravillosa —traga saliva y se le humedecen los ojos—. Yo solo soy el sastre, piensas que estoy enfermo y que esto está mal. Y, ¿sabes? Aun creo que puedo ser mejor para ti que tu vida perfecta.

—¿Mejor? —le mira porque sí quiere que le convenza de eso, porque esto también implica un sacrificio personal para él, un cambio radical en su vida y las cosas que aprecia y conoce, que es complicado de asumir.

—Sí. A pesar de todo. A pesar de todas las adversidades, hay algo cuando te veo, que siento aquí —se toca el pecho—, y que me dice que por más que todo parezca que está mal, no debo dejarte ir, porque... Porque a pesar de todas esas adversidades sigues aquí, a pesar del miedo que te da esto y el que me da a mí, ¡aquí seguimos los dos! ¡Y solo llevamos tres días de conocernos! ¿Cómo será cuando llevemos un mes? ¿O tres? ¡O seis! Seremos invencibles.

Arthur parpadea, mirándole de forma bastante inocente, queriendo creerle con todo su corazón. Francis le mira también, queriendo creerse a sí mismo.

—Si te arrepientes de todo esto... —se talla un ojo pensando que él no es tan fuerte nunca, se siente también perdido y cree que sus argumentos no le alcanzan para convencer al inglés—, voy a... Voy a tener que convencerte de que estas mal, porque yo soy mejor para ti que ella.

—Es que... ¿En qué mundo eres tú mejor que ella para mí? Ella es una mujer, la que haría feliz a mi padre y familia que tuviera. Todo el mundo estaría encantado de que estuviera con ella —responde mientras piensa "salvo yo" y la realidad es que no sabe cómo responder.

—En cualquier mundo soy mejor yo, que sí te gusto, que sí te llamo la atención... Soy un sastre, Arthur y aun así estas aquí tratando de encontrar razones para elegirme por quien soy yo en realidad, como persona y no por lo que dictan las reglas. Y eso, ESO que estás haciendo me hace mucho mejor para ti que todas las otras personas que has conocido —replica encontrando seguridad en si mismo en no se sabe que rincón.

—¡No es verdad! —chilla muy nervioso, sonrojándose muchísimo porque es completamente cierto y lo sabe.

—Y de todas las personas con las que te podría haber pasado esto, hombre o mujer, joven o vieja, tienes la suerte de que la persona con la que te paso TAMBIÉN quiere lo mismo, a pesar de las adversidades y las complicaciones —sigue, porque ahora que empieza a conocer al escritor, esa respuesta, lejos de desalentarle, le da aún más fuerza para seguir, sabiendo que lo sabe.

El escritor da un pasito atrás contra la pared, muy agobiado y se tapa la cara con las manos porque es que ni siquiera quiere pensar en esto. Francis le mira pensando que está presionando y presionando y presionando y va a acabar por hacer que se vaya... Pero es que no era justo. Cada vez lo ilusionaba y cada vez sentía esta misma inseguridad.

—Va... ¿Va usted a tomarme las medidas que faltan? —cambia de tema y de tono a uno mucho más frío, tragando saliva. Aún necesita pensar en todo esto y le gustaría marcharse, pero al menos que la visita no haya sido una completa pérdida de tiempo.

Siente el tono brutalmente frío y duro, y el que le hable otra vez de usted le desarma también. Se queda unos segundos sin hacer nada y sin moverse antes de conseguir reaccionar y asentir levemente. No le mira, sacando su cinta métrica y acercándose a él pensando que siempre, SIEMPRE va a estar a merced de que pase esto.

Aun siendo amantes siempre va a poder cansarse y volverle a hablar con ese frío y distante tono, de esa manera sutil en la que él volvía a convertirse en el sastre y el otro en el caballero, poniendo de por medio la vasta diferencia social que existía entre los dos.

Se pregunta si su padre tenía los mismos problemas. Si Lady Kirkland a veces le trataba mal... Y así era como volvía a los brazos de su madre. Cierra los ojos verdes con el ceño fruncido y piensa en si necesita que se desnude de nuevo, aquí hace frío.

—¿N-Necesita que me... puede encender el fuego? —pregunta mejor decidiendo cambiar de idea a la mitad.

La idea le repugna un poco al francés, sin escucharle, pensando en su madre otra vez y en lo mal que debe haberlo pasado. Y en la chica de hoy... Tan simple que sería quedarse con ella y olvidarse de toda esta complicación, aunque le dolería ver a Arthur casarse con alguien más enfrente de sus narices. Aprieta los ojos y la pregunta lo saca de sus pensamientos.

—¿Eh? —parpadea descolocado saliendo de sus pensamientos.

—Pues... es que hace frío para desnudarme —se sonroja un poco.

—Ah... El... Sí, sí, permítame un momento, monsieur —responde sin mirarle aun, ahora él ocupando el tono frío, yendo hacia la chimenea.

Arthur traga saliva y se queda ahí mirándole de espaldas, porque además sabe que tiene razón y lo siente igual. Si bien es cierto que Emily sería la que haría feliz a la sociedad, al mundo, a su familia y amigos, pero no a él, Francis resulta ser todo lo contrario. Aprieta los ojos con este asunto demasiado complicado y empieza a desabrocharse la camisa sin saber cómo resolverlo, sabiendo desde ya que nunca NUNCA podría ser del todo feliz con su esposa en caso de elegirla a ella.

Francis se pone en cuclillas, se arregla un poco el pelo y mueve los troncos antes de prender el fuego sumido de nuevo en ese mar de pensamientos extraños. No podría ser el sastre, estar con Sesel y ver a Arthur hacer una familia. ¿Qué pasaría cuando Arthur tuviera un buen día con ganas de algo más? ¿Le llamaría a su cuarto y se acordaría de que es homosexual solo por un rato?

—¿Así está bien el fuego para el señor o quiere que vaya por otro tronco? —responde con un marcado tono sarcástico.

—¿Eh? —sale de sus pensamientos, pero ignora el tono—. No, no... Así está bien.

Francis suspira y asiente volviendo a él, mirándole de reojito. El inglés le mira también mientras se baja la camisa por los hombros y se sonroja otra vez, girando la cara y dándole un poco la espalda, por alguna razón sintiéndose ahora casi más avergonzado que antes en su casa que estaba todo el mundo mirándole. Tal vez porque sabía que el sastre estaría mucho más distraído en varias cosas en vez de hacerle caso.

Francis frunce un poquito el ceño pensando que... Estaba tan seguro de todo hacia un rato. Los besos eran tan... Perfectos.

—Dese la vuelta —pide cayendo en la cuenta de que así, así es como funciona todo.

—¿L-La vuelta? —se detiene con las manos en los pantalones abiertos.

—Oui, la vuelta a ponerse aquí de frente —insiste haciendo un gesto con la mano para describir el movimiento.

Arthur se baja los pantalones, los acomoda junto a la camisa y la chaqueta en una silla y se da la vuelta abrazándose un poco a sí mismo, con la piel erizada de frío. El francés se le acerca con la cinta de medir, humedeciéndose los labios y con un propósito concreto.

—Levante los brazos así, tengo que medirle el pecho —hace el gesto que requiere.

Traga saliva porque siente bajo las manos sus pezones bastante erectos a causa del frío, se humedece los labios y vacila mirándole a los ojos. El sastre le pone suavemente las manos encima para que levante los brazos, mirándole intensamente a los ojos. Se acerca un poco a él, con suavidad y lentamente.

Arthur se sonroja más sin apartar la mirada, inmóvil, con los brazos extendidos, sabiendo que no tiene precisamente un cuerpo muy bonito, tan delgaducho, pálido y débil como es... las palabras de su suegra esta misma tarde sobre que es evidente que no hace mucho deporte no han ayudado tampoco, pero ahora, con el frío, la luz baja del atardecer y la mirada crítica del sastre le avergüenza mucho más de lo habitual.

Francis le pone las manos encima y le acaricia el pecho, con suavidad con las yemas de los dedos, aun mirándole a los ojos. A él se le acelera el corazón y tiembla sintiendo los dedos calentitos y agradables sobre su piel.

El sastre sonríe al notar que tiembla, acariciándole las costillas con una mano y el esternón con la otra hasta llegar a su cuello y reseguirle la clavícula.

Arthur aprieta los ojos y como le hace cosquillas vuelve a abrazarse a sí mismo apretándose un poco y girando la cara. Él se estira un poco y busca darle un beso en los labios deseando no haber perdido su oportunidad.

Como tiene los ojos verdes cerrados no lo ve venir hasta que le tiene encima, tras vacilar un instante se suelta el pecho para abrazarlo a él porque en realidad no quiere perderle ni quiere hacer lo que se supone todos esperan pero a él no le va a hacer feliz.

Francis aprende que los besos casi lo curan todo, abrazándole de la cintura y cerrando los ojos, besándole con angustia. Arthur le besa igual y hasta levanta una pierna para atraerle más hacia sí.

Ni siquiera termina por ser un beso tan sexual o tan excitante, pero es muy reparador.