El francés termina por separarse del beso y simplemente abrazarle con fuerza apretando los ojos. Arthur, que ya le estaba abrazando, nada más le aprieta un poco más, escondiendo la cara en su cuello.
—Quiero intentar esto... —susurra el sastre.
—¿E-El qué? —vacila el escritor sin poder creer que siga insistiendo con la sodomía.
—Conocernos y estar cerca... —luego dicen que Francis es el que solo piensa en eso... El inglés se relaja y vuelve a apretarle contra si con eso—. Quizás podríamos ser amigos, aunque claro que tú no eres amigo del sastre... Pero Arthur...
—Shhh —susurra para que se calle, lo hace sonriendo un poquito y acurrucándose en él.
Arthur le acaricia la espalda y le frota un poco la frente en el cuello. Francis se tranquiliza más con esto y suelta un sonido gutural que parecería un ronroneo.
—¿Ves cómo eres incapaz de tomarme medidas? —susurra bromeando un poco.
—Eso veo... —se ríe—. ¡Es tu culpa! —protesta.
—¿Mía? ¿Qué culpa tengo yo ahora? ¡Si estoy aquí muriéndome de frío! —protesta sonriendo también.
—Y siendo encantador —responde con sinceridad. Arthur se sonroja y se esconde otra vez. Francis se ríe y le abraza otra vez con fuerza porque le parece muy mono.
—No estoy siendo encantador —responde hinchando los mofletes.
—Eres COMPLETAMENTE encantador —discute negando con la cabeza.
El inglés se separa y le mira a los ojos aun con los mofletes hinchados y el ceño fruncidito. El francés le sonríe sosteniéndole la mirada y hace una suave caída de ojos, así que él parpadea y vuelve a sonrojarse un poco.
—¿Por qué no subimos, preparo algo de cena y me cuentas... Lo que quieras? —propone el sastre que no tiene ninguna gana de trabajar realmente.
—¡Porque tienes que acabar de tomarme las malditas medidas! —protesta frunciendo un poco el ceño, en riña.
—Eso puedo hacerlo antes, en realidad, ¡solo que tienes que dejar de distraerme! —se defiende.
—¡No te estoy distrayendo! —le discute.
—¡No has dejado de distraerme! —discute de vuelta.
—¡¿Cómo te he distraído?! —le reta poniendo los brazos en jarras.
—De todas las maneras posibles, empezando por romperme un poquito el corazón, seguido de matarme de la angustia y luego seducirme —enumera enseñándole los dedos.
—¿Queeeé? —chilla, sobre todo por el último punto que es el que le pone más nervioso.
—Abre las piernas —sigue el sastre, haciendo un gesto de desinterés como si hablaran del clima. El escritor se lleva las manos a su asunto y da un par de pasitos atrás imaginando quién sabe qué solo con esa instrucción—. Quiero medirte, mon amour.
—¡No me vas a medir lo que piensas! ¡Aun llevo calzoncillos! —chilla dejando claro lo que se está imaginando ahora.
—¡No! ¡Quiero medirte las piernas! —se ríe.
El inglés se las mira y se sonroja más girando la cara. Se quita los zapatos. Francis sonríe mirándole de arriba a abajo pensando que no es para nada guapo, ni tiene un cuerpazo... Ni un culo como el de Toni pero le parece atractivo y sensual.
Arthur se vuelve a mirarle sintiéndose otra vez enclenque y huesudo, más de lo que nunca se había notado a sí mismo. El francés se sonroja un poco, atrapado y él parpadea sin entender el sonrojo.
—Me gustas un montón —confiesa sonriendo un poco.
—Oh... ehm... —se siente más desnudo, sonrojándose y trata de cubrirse.
—Shh, cálmate. Qué tal que me cuentas otra cosa. Háblame de... Tu historia favorita o lo que crees que es lo mejor que has escrito... —intenta desviar la atención para que no se sienta tan incómodo.
—En realidad, tú eres el que las leyó todas sin permiso. Tú deberías contarme cosas ahora —responde, incomodándose ahora por este otro asunto, muchísimo más delicado que cualquier inseguridad sobre su cuerpo.
—Cosas... ¿Cosas como qué? Puedo contarte lo que me preguntes —asegura Francis en realidad dispuesto a ello, pero sin saber por dónde empezar.
—Pues cosas de ti, para conocerte. ¿Qué cosas crees que debo saber de ti para conocerte? —pregunta mirándole hacer de reojo, moviéndose un poco como cree que necesita y siguiendo las indicaciones que le da con sus manos sobre cómo poner las piernas o la cadera.
—Tienes que ser más específico en las preguntas —sonríe y le mira hincado frente a él, terminando de apuntar algunas cosas.
—No, es un buena pregunta en serio —sonríe pensando en ello—. Es una forma de decir... ¿cómo te defines a ti mismo o que es importante para ti? Por ejemplo, yo diría mucho antes que es importante saber que soy escritor que qué sé de derecho.
—Yo... —suspira y mira donde está midiendo—. Soy un soñador. O al menos eso decía mi padre. Suelo pensar que todo será como lo sueño.
—¿Y en qué es en lo que sueñas? —inclina la cabeza.
—Sueño que algún día seré feliz —responde sonriendo un poco tristemente.
—Hay filósofos que dicen que la felicidad no es un fin, sino un camino —plantea, inclinando la cabeza.
—¿Camino para qué? —levanta las cejas—. Para mi es el fin. No sé cómo voy a llegar a ese punto, quizás sea de la manera más convencional, con una esposa e hijos, quizás sea de manera diferente... Encontrando a un príncipe azul que me ame —se ríe—. No sé cómo, pero sé que voy a ser feliz.
—Camino para la vida, para conseguir las cosas. Por ejemplo, una esposa... la idea es ser feliz mientras tratas de conseguirla, disfrutando de las personas que conoces... aunque salgan mal —explica sonrojándose de nuevo con lo del príncipe.
—Sí... Y no. Por ejemplo tú —Francis le pone una mano en el abdomen para señalarle y para moverle un poco y tomarle medidas por detrás.
—¿Yo? —da un respinguito, pero se gira, mirándole por encima del hombro.
—Quizás tú no eres solo una parte del camino, quizás tú eres el fin último —explica mientras mide.
—¿Qué? ¡No! ¡El camino acaba con la muerte! —exclama de todos modos sonrojándose.
—Juntos, cuando seamos viejecitos —le sonríe después de apuntar.
—Entiendo lo que dices —gira la cara al frente, sonrojado—, pero lo que quiero decir es que... cuando consigues una cosa... la que sea. A m-m-mi... p-p-por ejemplo... eres feliz un tiempo hasta que decides que quieres conseguir algo más como... una casa más grande o visitar un país lejano, así es como las personas avanzan, pero puedes ser feliz mientras estás en camino para conseguirlo.
—Y... ¿No podemos conseguir una casa, juntos? —pregunta sin entender del todo el punto, volviendo a hacer que se mueva, para tomar otra medida y además verle a la cara.
—Tal vez sí, ese no es el asunto —niega con la cabeza con los ojos cerrados, porque no está siguiendo el discurso como esperaría, si no yéndose a las preguntas incómodas y no sabe si es expresamente.
—Yo soy feliz... En este momento, más —concede, porque sí ha sido un poco adrede.
—A e-e-eso m-me refiero. A ser f-feliz todo el tiempo y más al conseguir... algo, pero no conseguir la felicidad —sigue, balbuceando un poco nervioso al notarlo, si querer mirarle, hablando para el infinito.
—Eso implica... Que no hay algo concreto, no hay una meta —valora tras pensarlo un poco, volviendo a moverse.
—Nunca hay una meta final, solo son metas pequeñas y tangibles una tras otras —explica haciendo gestos con las manos para ilustrarlo.
—¿Y cuál es tu meta ahora mismo? —pregunta y le detiene las manos haciendo que las estire y acariciándole todos los brazos.
—Resolver este embrollo —se sonroja un poco más, mirándole a los ojos, dejándose a pesar de sentir cosquillas y algunas maripositas en el estómago—. A poder ser de una manera satisfactoria.
—Define satisfactoria... —susurra bastante cerca.
—Pues... ¿c-conoces el concepto de "bien mayor"? —traga saliva, nervioso pensando en que quisiera besarle otra vez, esa sería una excelente meta de las que hablan.
—Mmm... —responde Francis bajando la mirada a la cinta métrica, rompiendo el contacto visual, porque no está siendo tan claro como querría.
—Eso —gira la cara, con el corazón acelerado aun porque lo ha sentido muy cerca y no ha sucedido.
—¿Cuál es el bien mayor? —pregunta el sastre mientras anota.
—No lo sé, el máximo que pueda conseguir, supongo —sonríe encogiéndose de hombros sin mover los brazos.
—Es decir... ¿Un sastre francés? —le pone las manos en el pecho y le empuja un poquito, sonriéndole y mirándole a los ojos otra vez.
Arthur se sonroja y aparta la cara sin contestar pero se ríe un poquito, bajando los brazos.
—Te sonrojas —le acusa Francis con su sonrisita.
—¡No! ¡Y claro que ese no sería el bien mayor, sería lo peor de lo peor! —replica sin dejar de sonreír, tomándole las manos que aún siguen en su pecho.
—Eso es mentira, peor serían otras muchas cosas —niega el sastre y le acaricia un poco, moviendo los dedos.
—¿Cómo cuáles? —pregunta en la misma línea de la discusión, soltándole las manos para que siga midiendo.
—Como ser inocente para siempre y no saber siquiera lo feliz que puede ser el mundo —responde tan seguro, estirando de nuevo el metro.
—No iba a ser inocente para siempre, no soy tan inocente —frunce el ceño porque ser el menor de cuatro lleva a esa percepción de la inocencia.
—Sí lo eres, crees que todo está mal —responde y le mira a la cara de reojo, volviendo a agacharse.
—Todo no, solo lo que te implica a ti —levanta un pie y se lo pone sobre el hombro, apretando un poco para echarlo hacia atrás.
Francis levanta las cejas con ese movimiento mirando el pie y levanta la mano para ponérsela en la pantorrilla buscando estabilidad si le empuja.
Arthur sonríe, levanta un poco el pie y le pasa el pulgar por la mandíbula en una caricia, sintiendo sus pelitos de la barba.
El sastre levanta más las cejas aun y traga saliva sin poder decidir si esto le gusta por completo o le parece un poco agresivo. Gira un poco la cara y le da un beso en el pulgar
El inglés se desequilibra un poco al no esperarse eso y parpadea sin saber qué hacer con ello. El francés aprovecha, entreabre los labios y le da una lamida al dedo antes de metérselo en la boca.
—¿Q-Qué haces? —tiene que apoyarse con las manos en el espejo tras él para no caerse.
—Mmm? —absorbe un poco.
El escritor traga saliva y trata de que le suelte, pero no se atreve a moverse mucho para no hacerle daño en la boca.
Francis entrecierra los ojos y le acaricia con la lengua haciéndole temblar y se sonroja mucho sintiendo un tremendo calor desde sus partes bajas. Sin dejar de mover la lengua, sonríe un poco y le acaricia más la pantorrilla.
Además Arthur siente que no puede moverse para no hacerle daño, tiene que volver a llevarse una mano ahí, a pesar de todo. El francés sonríe malicioso, cierra los ojos, entreabre un instante los labios y se mete más dedo a la boca.
—¡Nnnnn! —protesta un poco Arthur y se medio cae sobre los espejos, con el corazón desbocado.
Francis absorbe más poniendo una cara bastante sensual y lo suelta con un "pop". El escritor intenta recuperar el pie y hacerse bolita ahora sí mientras él tiene el morro de relamerse.
Le mira de reojo con sus ojos verdes como si fuera a comerle, recogidito contra el espejo, aun sintiendo un hormigueo en el pie.
—¿Ves que sí eres inocente? —sonríe de lado.
—¿Q-Q-Qué? —le mira de reojo sin saber por donde va.
—Nunca voy a acabar de medirte —se ríe un poquito y le cierra un ojo.
—¡Pues deja de hacer cosas... cosas! ¿qué te falta? —no se suelta la entrepierna porque está un poco reaccionadito.
—Tu culo y tu baja espalda y... El tiro que no me has dejado medirte —se humedece los labios pensando en lo que estaban haciendo en la noche.
Arthur se sonroja más, se da la vuelta y esconde la cara en los espejos. Francis hace un par de mediciones rápidas y se levanta para abrazarle por la espalda, él se asusta un poco dando un saltito.
—Ehh... No pasa nada —trata de calmarle, pero el escritor se hace bolita y se le recarga un poco encima, el sastre sonríe y le da un beso en el pelo.
—Acabemos esto para que pueda vestirme... —pide… casi suplica.
—Mmmm, mejor hagámoslo lento para que no te vistas —sonríe un poquito—. Necesito que te quites las manos de... Ahí.
—L-Lento... Lento no. Y no me toques —pide.
—No te tocaré. Aunque eso lo hará peor —susurra en francés arrastrando las letras.
—¿Q-Qué? —aprieta las piernas porque ese tono y ese acento.
—Si no te toco será peor —repite en inglés por si no tiene bastante sangre en el cerebro.
—¡Qué va a ser peor! —protesta.
—Verás que sí, mira... —se le acerca más hasta pegarsele del todo por la espalda y le respira en el oído.
Arthur parpadea y aparta un poquito la cara, nervioso. Francis baja las manos y lentamente se acerca a la parte apropiada sin tocarle, solo rozándole levemente logrando que tiemble, se le erice la piel y se le tense los músculos a su paso, notando como, de nuevo, el francés tiene razón, los roces son aún peores que un toque directo.
El francés piensa que si el inglés no es homosexual, a saber que será. Le pone los labios sobre el hombro con suavidad, concentrado toma la medida necesaria, que tampoco es que sea una ciencia enorme.
Lo que es, es un chico virginal especialmente sensible a las cosas sexuales. En especial cuando las hace con un chico. En especial cuando se las hace el chico que le gusta. Aprieta los ojos verdes sin moverse... y le suena el estómago, porque además tiene hambre. Francis levanta las cejas.
—¡Oh! ¿Comida? ¿O nervios nada más? —pregunta completamente en otra línea de pensamiento.
—¿Eh? —sale de su estado de semi paralización.
—Te estas comiendo a ti mismo —hace notar y le pasa las manos por el abdomen otra vez.
—¡Oh! —cae en la cuenta y se lleva las manos al vientre sobre las del sastre.
—Te preparo algo de cenar. ¿Alguna preferencia? —propone sonriendo, sin soltarle. Arthur le mira de reojo pensando en la sopa de ajo que le hizo... se supone que él es el adinerado.
—¿Y si te pones tu mejor traje y te llevo a cenar? —decide un poquito inseguro porque eso suena raro, pero no es nada raro, solo es para devolverle el favor y que no tenga que alimentarlo gratis.
—¿Llevarme a cenar... Fuera? ¿De verdad? —Francis parpadea y se sonroja un poco porque le encantan esas cosas.
—Pues... sí. Me sabe mal que... ehm... bueno. Tengas que cocinar —explica un poco nervioso, girándose para mirarle.
—Me gusta mucho cocinar, solo no sé qué haya... Y claro que me gusta más salir a comer fuera. Quizás podríamos... —hace una pausa deteniéndose a sí mismo, pensando que no quiere asustar al inglés que ya lo ha propuesto—. No, es mala idea.
—Entonces... anda, ve a vestirte —hace para que le suelte, pero no lo consigue del todo.
—Mi mejor traje... Está en tu casa —sonríe un poquito tristemente.
—¿Eh? ¡Oh! —aprieta los ojos recordando las maletas del francés en la casa de Portobello—. Tal vez podemos pasar a recogerlo.
—Sí... Aunque tengo otras cosas que ponerme —se encoge de hombros porque no quiere que vuelva a cambiar de idea en lo que van y vienen.
—C-Como quieras... este tampoco es mi mejor traje —se va a por su ropa empezando a vestirse a toda velocidad.
—Quiero recuperarlo, peeeero, encontraré algo que ponerme. Espera... —le sonríe antes de ir hacia las escaleras y Arthur, puedes echarte un sueñito en lo que baja.
Arthur se viste entero... se espera un rato curioseando alrededor y cuando ve la libreta en la que ha apuntado sus medidas... arranca la hoja y se la guarda en el bolsillo. Para que tenga que hacerlo de nuevo, con un carraspeito, sonrojado.
La cierra para que no se note y se pone a curiosear más por ahí pensando que si tiene que ir de nuevo y decirle a su madre "necesito tomarle medidas por CUARTA vez", ella entenderá su punto cuando dice que es un inútil... sin caer que eso conllevará que lo desnude ooootra vez.
El cuarto está bastante lleno de cosas, aunque cualquiera que lo viera y que hubiera visto como estaba cuando vivía el padre de Francis, concluirá que ahora está bastante vacío. Aún hay rollos de tela por todos lados, empalmados unos con los otros y una gran mesa de trabajo.
Sobre ella hay un montón de tiliches encima, libretas, dibujos, partituras. Un juego de té, un reloj que no sirve, alfileteros, otras cintas métricas, notas desordenadas, un cuadernillo con recetas de cocina.
Los lee todos a ver si encuentra algo interesante. Hay muchos hombres dibujados con diferentes trajes normales, hay otros torsos con trajes extraños, camisas sin corbata, algunos abrigos raros.
Las notas son escuetas y algunas en francés, no todas están hechas con la misma letra. La mayor parte de las que están ordenadas y en inglés son cuestiones directamente relacionadas con la sastrería. Las que son en francés son de dos tipos de letra, una de ellas está en menos cantidad de notas y subrayada o encirculada.
Levanta las cejas interesado en esto, mirando sobre todo los dibujos y leyendo las notas más recalcadas, aunque estén en francés
Hay algunos diálogos escritos en los bordes de las notas recalcadas, del tipo "no papa, son 16, lo medí otra vez hoy... Por eso no te sale". Los dibujos cambian también, hay unos increíblemente mejor hechos y otros más bocetados.
Arthur levanta las cejas deduciendo que algunas de esas notas son del padre del sastre, pasa la mano por encima de una de ellas pensando que el francés debe echarle de menos al leerlas y al escribir cosas por ahí y que nadie las corrija, seguramente debe considerar que es como una forma de hablar con él aun el releerlas.
Por un momento piensa en escribirle algo él junto a ellas, pero considera que tal vez es irrespetuoso con la memoria de su padre y decide no hacerlo.
Al lado encuentra un plato con migajas, una taza sucia, un pequeño daguerrotipo de su padre y otro de Francis muy bien vestido con un chico muy sonriente al lado... Que sospechosamente se parece BASTANTE al padre del joven sastre.
Se pasa una mano por el pelo y parpadea porque no sabía que tuviera un hermano, comparando ambas fotografías.
—Ya casi estoooooy —grita el francés desde arriba, lo cual quiere decir que va a tardarse otros cuantos minutos más.
—¡Date prisa o me voy sin ti! —amenaza en broma, solo para que se apresure.
—Nooooo! —responde dramáticamente desde arriba.
Arthur sonríe dejando las fotos de lado y viendo ahora unos trajes en unos maniquíes al fondo, se acerca y decide probarse una chaqueta de ellos. Son muy exagerados, así como de carnaval, con cosas doradas y plumas en el cuello, puede que hasta sean para una chica.
Hace un poco el tonto jugando con ella puesta, al cabo de un rato se prueba la otra. Toma un metro de madera y lo blande como si fuera una espada, saltando y gritando fingiendo ser un pirata, gritando cosas de sus libros hasta que una risita incontenible lo interrumpe.
—¿Qué haces? —pregunta el sastre habiendo bajado ya, con un traje gris perla muy moderno que Arthur piensa que nunca se pondría, pero que le queda espectacularmente y que seguramente se pondrá de moda en la capital inglesa los próximos meses si le ve la suficiente gente.
El escritor se sonroja, tanto por lo que hacía como por el aspecto de Francis, quedándose parado y esconde el metro a su espalda. Francis se ríe más echando la cabeza atrás.
—No, no... No. Espera —baja lo que le queda de escaleras corriendo—. No guarde usted su espada, monsieur pirata.
—Ah, yo... era... solo estaba... —se sonroja más porque ya es mayorcito para estar con esas cosas.
—Sh Sh sh! —le calla riendo aun y buscando por ahí para encontrar otro metro. Lo levanta hacia él—. Ja!
—¿Qué te crees que haces? —sonríe un poco con ello.
—Defiendo lo que es mío —le reta, blandiéndolo un poco, jugando.
—¿Con un palo? —levanta una ceja.
—Es una espada, como la tuya —protesta poniendo los ojos en blanco.
—¿Y crees que puedes contra mí a espada? —sonríe más levantando la suya de nuevo y flexionando un poco las rodillas.
—Oui. Mi padre me enseño esgrima —asiente tan seguro de ello.
—Yo aprendí en el college —golpea la vara con la suya para que desvíe la atención.
—En el "college" no pudiste aprender nada mejor de lo que aprendí yo con mi padre —responde después de fruncir el ceño un poco con el golpe y volver a levantar su metro.
—Eso dices tú, yo no peleaba con mi padre, si no con un montón de chicos de mi edad a quienes no les caía muy bien —otro golpe y amago de estocada.
—¿Y? No supongas que mi padre tenía piedad —su padre debe estar riendo en su tumba con esta mentira vil. Hace un muy elegante giro sobre sí mismo y le da un golpecito al palo del inglés que levanta las cejas con esa cabriola innecesaria.
—¿De qué es está chaqueta? —pregunta sin bajar la vara.
—Es un... Una cosa que hicimos mi padre y yo para un cumpleaños de maman —inclina la cabeza—. Se te ve bien.
—¿¡Es de tu madre!? —protesta y se sonroja. El sastre se ríe.
—No, es... Lo hicimos para él pero quedo tan bien que me lo dejo a mí. Decía que a mí se me veía mejor —da un buen golpe al palo del inglés y él le devuelve un golpe más fuerte con las risas, directo a su mano.
Francis suelta el palo y pega un grito agudo, Arthur levanta el suyo y se lo pone en el cuello sonriendo vencedor pero él ni se ha enterado, apretando los ojos y doliéndose del golpe que le ha dado en la mano, así que se lo clava un poco más.
—Has perdido —asegura triunfante el escritor.
—¡Me has roto la mano! —chillonea aunque no sea verdad.
—¡Anda ya! —ojos en blanco.
No subestimes la fragilidad de este muchacho, Arthur. Suelta un lloriqueo mirándose la mano. Aún tiene que aprender a ser fuerte, eso no se aprende al primer golpe. El inglés deja la vara por ahí y se acerca tomándole la mano para examinársela porque no diría que ha golpeado con tanta fuerza, él lloriquea un poco mirando la mano.
—¡Se me va a infectar y van a tener que amputármela! ¡Y quizás me muera! —sigue lloriqueando porque además usa las manos para coser y ahora no va a poder coser nunca más y van a morir de hambre él y su madre y su aprendiz… y Toni, por algún motivo, y Renata… y un perro, que nadie sabe de dónde ha salido, todos desamparados en la nieve. Justo ahora que empezaba a tener trabajos interesantes, además.
—¡Ni siquiera tienes sangre! —protesta Arthur con los niveles de desesperación y drama.
—¡Si tengo! ¡Y me duele! —sigue lloriqueando porque además el escritor no le está dando la gravedad apropiada al asunto.
—¿Dónde tienes? —le mira todavía en tono práctico.
—¡AHIIIÍ! —ni siquiera se atreve a mirarse. Arthur le acaricia con los pulgares con cuidado a ver pero es que NO hay sangre.
—Anda, vamos, no tienes nada. Iba a castigarte haciéndotelo llevar a la cena por haber perdido, pero no importa, solo no lloriquees —se quita la chaqueta emplumada que es a lo que se refiere.
—No estoy lloriqueando —lloriquea.
—Vamos —tira de su mano igual, Francis se la aprieta un poco y se deja tirar—. ¿A dónde quieres ir? —pregunta saliendo de la sastrería.
—¿Querer yo? No lo sé... —responde todavía secándose un poco las lágrimas.
—¿Qué restaurante te gusta? Podemos ir al que quieras —propone porque secretamente si se siente un poco culpable de haberle hecho daño en las manos, que son lo que usa para trabajar.
—Ehhh... —vacila porque van de vez en cuando a un restaurante... Sí, a uno. Al de Antonio—. Me gustan todos.
—No has estado nunca en uno de los caros, ¿verdad? —sonríe un poco burlón llamando al cochero. Francis se sonroja un poco.
—Claro que nunca he estado en uno de los caros, Arthur. ¿Qué crees que mi padre era millonario?
—Mejor que vengas primero conmigo, así si nos acompañas algún día con Emily no se te hará tan novedoso —le indica al taxi que ha parado a cual quiere ir dejando que Francis entre primero, él va detrás.
Francis sonríe un poquito emocionado de que vayan al restaurante bueno, poniéndose nervioso y estirándose la camisa y la ropa para que al sentarse no se le haga ni una arruga. Arthur sonríe también porque le gusta enseñarle cosas nuevas y que le hacen sonreír. Impresionarle y maravillarle.
—Te voy a llevar a uno muy impresionante, es uno de mis favoritos, aunque a mi padre no le agrada, pero no me importa —se encoge de hombros y se sienta—. De hecho así no habrá peligro de que haya llevado a los Jones ahí.
—¿Por qué no le gusta a Lord Kirkland? —pregunta con curiosidad.
—No lo sé, solo fuimos una vez y no ha querido volver a llevarnos nunca, pero a mí me pareció que tenía mucho encanto —se encoge de hombros y lo que pasa es que es un restaurante de parejas, no familiar, pero Arthur no lo ha notado porque nunca ha ido en pareja. Es el típico lugar al que lleva a Lady Kirkland por su aniversario.
—Me gusta ir a restaurantes —confiesa Francis sonriendo aun—. ¿Crees que estaré bien ahí? ¿Me mezclare más o menos bien?
—Pues depende de cómo te comportes. ¿Cómo sabes que te gusta si no has ido?
—Porque Maman me ha contado. Papa la llevaba a veces y estoy seguro de que va a gustarme.
—Supongo que sí te gustará, la verdad es que no sé porque siempre que le pido a mi padre que nos lleve no quiere... —sigue pensando en ello y lo que pasa es que la primera vez fue un error que fueras, porque si no fuera por Francis o tu matrimonio concertado tendrías cuarenta y seguirías acompañando a tus padres a todos lados.
—Quizás es muy caro —propone el sastre un poco preocupado, mordiéndose el labio.
—Bueno, sí es un poco caro, pero venga... —se encoge de hombros—. De todos modos, si nos encontráramos a alguno de mis conocidos, no te presentes como mi sastre.
—¿Entonces? ¿Les digo que soy un... Amigo? Mejor me presentas tú —le mira de reojo claramente nervioso con todo este asunto de cómo comportarse en sociedad.
—Les diré que eres... mi cliente. Un cliente importante al que estoy agasajando —decide, asintiéndose a si mismo con la cabeza por haber tenido tan buena ocurrencia.
—Un cliente importante... —Francis se ríe un poquito con esa idea.
—¿Qué? No es del todo mentira... —le mira de reojo, defendiéndose.
—¿Te parezco importante? —sonríe más
—Sí, o sea... ¡No! Pero... eres mi primer cliente —exclama un poco nervioso.
—Y tu primer amor —añade entrecerrando los ojos, ya que estamos en estas.
Arthur se sonroja de muerte con eso, tanto que boquea sin saber ni qué responder. Gira la cara y de repente se le ocurre algo. Francis le sonríe y se sonroja un poquito también.
—¿Quién fue el tuyo? —pregunta sin mirarle, con los mofletes hinchados y la boca pequeña.
—¿Mi primer amor? —levanta las cejas y se ríe un poco—. Podría decir que fue mi madre cuando tenía unos tres años...
—Entonces tú tampoco eres mi primer amor. De hecho no eres mi amor —bufa un poco. Francis se ríe.
—Tendría unos diez o doce años cuando conocí a Toni —explica—. Te he hablado ya de él
—¿Toni? —vuelve a mirarle.
—¿No te he hablado de él? Es mi mejor amigo... Como mi hermano —explica.
—¿Tu hermano fue tu primer amor? Eso es un poco enfermizo —asegura pensando en sus propios hermanos.
—No es mi hermano, es mi mejor amigo hoy y es como mi hermano. Cuando lo conocí solo era guapo y tenía mucha, mucha personalidad... Y una gran sonrisa.
Arthur entrecierra los ojos y casi se puede ver en su cara como Toni pasa a ser una persona non grata. Tal vez hasta un enemigo acérrimo, aun no lo ha decidido.
—De hecho, alguna vez tenemos que ir a comer a su restaurante. Es pequeño, pero la comida es deliciosa —asegura Francis.
—Mmmm... Ya veremos —no le hace ninguna gracia.
—¡Ah! ¡Va a caerte bien! ¡Es muy bueno conmigo y me da de comer cuando no me da tiempo de cocinar nada! Además es amable con maman y lleva comida al orfanato todos los días —sigue explicando.
El inglés pone los ojos en blanco y se cruza de brazos fastidiado y celoso de lo "perfecto" que es Toni que todo lo hace bien, hasta repite en su mente con voz burlona y en falsete lo que acaba de decir Francis, medio refunfuñando por lo bajini con ñañaña.
—Y él podría saber... Lo que pasa. Saber de verdad —añade.
—¡No! —exclama el escritor saliendo de su tren de pensamiento.
—Sí podría. No diría nada y lo entendería. De hecho va a alegrarse mucho —valora sinceramente, mirándole de reojo, porque esto debería darle una idea de cuánto es que debe realmente preocuparse.
—¡Ya bastante malo es que lo sepa tu madre! ¡No! ¡No quiero! —sigue negando con la cabeza, un poco infantilmente incluso.
—¡No es malo que lo sepa maman! —protesta el francés.
Aprieta los ojos verdes porque sí lo es porque él ni siquiera lo tiene claro, porque no conoce ni confía en ella ni en Toni que además ni siquiera le cae bien y eso que ni le ha visto en su vida y él nunca le diría a sus hermanos. Además que le da miedo que alguien vaya a acusarle.
El francés se estira un poco y le toma de la mano.
—Ahora mismo da igual, ¿vale? Solo te contesto tu pregunta —le sonríe. Él le mira de reojo y desfrunce un poco el ceño—. Vas a llevarme a un restauranteee.
—Que tonto eres, así seguro que no encajas —protesta haciendo los ojos en blanco y sonriendo un poco.
—¡¿Dónde está lo tonto!?—levanta las cejas pensando que sí que quiere encajar.
—Pues nadie canturrea así en la alta sociedad.
El sastre se revuelve un poco porque no le parece algo malo, pero sabe bien que hay muchas cosas que hacen diferente a como las hace él y sí que puede ser evidente que no es uno de ellos.
—Vale, vale. No canturreo. Que aburridos son en la alta sociedad.
—Nah —le mira de reojo y le diría que lo que pasa es que estan acostumbrados a ir a esos sitios y por eso no les parece excitante, pero prefiere ver como todo le entusiasma en vez de decirle que finja no hacerlo.
—Papa estaría muy orgulloso de que conociera todos estos lugares. No dejaría de preguntarme cosas —se mira las manos (y es que se le humedecen los ojos cada vez que piensa en él)—. Gracias por darme la oportunidad de venir contigo.
—T-Tú padre... —traga saliva—. ¿Crees que yo le gustaría a él? —pregunta porque parece alguien muy importante para el francés y quisiera que le aprobara, no como la madre de Emily que es evidente que le odia. Francis sonríe un poco más y le mira. Entrecierra los ojos.
—Papa...Querría matarte si me rompes el corazón, pero te querría mucho y sería muy feliz si me hicieras feliz. Le gustaría mucho lo que escribes y querría que le explicaras todas las cosas sobre ser un abogado... Te haría mil preguntas hasta que te cansaras y después se acordaría de las preguntas que tiene para preguntártelas después. Sabría exactamente que decirme para tranquilizarte y para convencerte de que lo que hacemos está bien y es algo bonito. Nos protegería y escondería si alguien sospechara algo y te querría como a un hijo suyo después de un tiempo... —sonríe un poco, nostálgico.
Arthur se pasa una mano por el pelo considerando todo eso muy bonito.
—N-No que yo quisiera gustarle o algo, ya te he dicho antes que nada de primer amor ni de nada —susurra nada más para que conste en acta.
—Maman va a quererte mucho también —responde ignorando el comentario.
—No lo creo, soy hijo de... bueno, ella. Entendería que no le gustara yo mucho —asegura nervioso, mirándole de reojo.
—Nah, mi madre no va a tomarla contigo por ella, puedo asegurártelo. Ya la has visto el otro día —explica negando con la cabeza y vacila un poco—. Tú... ¿Crees que yo podría algún día gustarle al menos un poco a tu padre?
—No —sentencia sin dudar ni por un instante.
—Al menos un poco... Non? —parpadea sin esperarse así esa respuesta.
—Pues sí, como sastre —se encoge de hombros.
—Como persona... Non? ¿No hay manera alguna en que viera un poco más allá? —pregunta desconsolado.
—Tal vez podrías hacerte con su favor al hablar con él cortésmente por unos momentos cortos de forma distante y convertirte en una presencia no desagradable —explica, tan duro, negando con la cabeza.
—Eso ya lo he hecho, creo. He hablado con él al tomarle medidas... O más bien él ha hablado conmigo —recuerda vagamente—. Da un poco de miedo.
—Solo le interesa el dinero y el negocio, casi no se puede hablar de nada con él y desde luego nunca aprobaría esto —se señala a ambos.
—Eso es triste —arruga un poco la nariz. Arthur se encoge de hombros y se pone de pie ahora que el taxi se ha detenido.
—Me alegra ver que tú saliste a tu madre —sonríe poniéndose de pie también para bajar, nerviosito con el restaurante. ¿Y si no le dejaban pasar? Era imposible, ¿verdad? Es decir, iba con un caballero de verdad.
—No creas que ella es mucho mejor, no sé cómo logras que sea amable contigo —hace un gesto para que le siga. Es un edificio muy bonito, con papel pintado rosa en las paredes y muebles modernistas de hierro negro forjado, madera oscura y algunos detalles en latón dorado.
—Pues conmigo es muy ama... —se queda callado mirando a todos lados, impresionado.
Arthur le mira de reojo y sonríe al verle la cara dirigiéndose a las grandes escaleras de madera pulida, sube los primeros dos escalones y abre las manos volviéndose a él como ofreciéndoselo todo. Si acaso se hubiera escrito y hubiera leído ya el Gran Gatsby podría sentirse como si lo fuera.
Francis sonríe impresionado con todo, pensando que si el tuviera un palacio tendría unas escaleras como esas en él.
—Es muy bonito este sitio —asegura embobado.
—Aun no has visto nada, vamos —hace un gesto para que le siga otra vez subiendo al piso principal. Francis sube tras él y mira al techo entreabriendo un poco los labios.
