Cuando llegan arriba la lámpara de araña de un millón de trocitos de cristal es perfectamente impresionante.

—Algún día voy a tener una lámpara como esta —asegura Francis después de mirarla embobando por un buen rato.

Aun así la luz de ambiente es tenue y cálida. Hay unos grandes ventanales que dan a un frondoso jardín que tiene velitas colgadas como si fueran haditas (eso es lo que más le gusta a Arthur) cada una de las mesas tiene largos manteles impecables, velas también y una rosa natural en un delicado jarrón que hace juego con los candelabros. Con más cubiertos junto a cada plato de los que Francis tiene en su casa, contando TODOS sus cubiertos.

El inglés habla con el metre dejando a Francis mirarlo todo con tranquilidad, pero apenas sin apartar la vista de él. Pide una de las mesitas que dan al jardín y que le traigan una carta de dama a su acompañante mientras se oye de fondo la música de un pequeño cuartero de cuerda.

Francis no puede creer que pueda existir un restaurante así... O si puede creerlo, es como el lugar de sus sueños. Le da cierta rabia y bastante envidia el que Arthur pueda venir aquí cuando quiera y él no.

—¿Qué te parece? —pregunta Arthur mientras les acompañan a la mesa dos camareros vestidos de punta en blanco, apartándole las sillas para que se sienten y sirviéndoles una copa de champagne nada más así, solo por sentarse.

Por otro lado... ¡Todo es tan bonito! Tiene que contarle a su madre... ¡TODO! Se acerca al ventanal con los ojos muy abiertos, casi hipnotizado.

—Francis, siéntate, por favor —se ríe un poco el inglés al notar que no lo hace y el camarero que le está apartando la silla se pone nervioso.

—¿Que me... Que yo me... Quoi? —parpadea despegando la vista del jardín al fin.

—Siéntate, siéntate tranquilo, el jardín estará ahí toda la velada —le señala la silla riendo aun un poco. El sastre parpadea un poquito otra vez y se sonroja levemente con eso, mirando al mesero de reojo.

—Oh... Oui. Ya. Ya me siento. ¡Es que es hermoso! —se defiende un poco.

—Es tal como lo recordaba. Parecen hadas... me pareció encantador —comenta el inglés sacando la servilleta del servilletero de plata y poniéndosela sobre las rodillas con pulcritud.

—Son preciosas y se ve... Como de cuento, ese jardín. Creo que he soñado con él —sonríe tomando la servilleta sin notar el servilletero. Se le cae encima de los cubiertos haciendo un "cling" y levantaría las cejas al notar que son tantos que es ridículo... Pero se avergüenza un poco de ser torpe. Él no era torpe nunca. Aprieta los ojos.

El camarero, además, se apresura a ver si hay algún problema o se le ha caído al suelo.

—¡Lo siento! Perdone, solo no lo he visto y... —se excusa un poco ordenando los cubiertos otra vez.

—Cálmate —le pide Arthur y hace un gesto con la cabeza para indicarle al hombre que todo está bien, otro de ellos les trae un platito con tostaditas y caviar y las cartas entregándole a cada uno la que les corresponde. Dorada para el francés y plateada para el inglés.

El sastre no se entera de la diferencia, mirando ahora si los cubiertos impresionado.

—Esto es... —carraspea un poco sin querer decir que tanto cubierto le parece incluso ridículo.

Arthur aun no abre su carta tampoco, tomando la copa de champagne y levantándola hacia él con el meñique en alto.

Francis se ríe un poquito con suavidad, porque esto parece una cita por completo. El chico es guapo y el lugar es mucho más increíble de lo que hubiese esperado. Extiende la mano para tomar su copa.

—Gracias por invitarme —le mira a los ojos.

—Por los sueños que involucran jardines —brinda con él, sonriendo.

—Por los sueños hechos realidad —sonríe de vuelta.

El escritor se lleva la copa a los labios con un gesto elegante, mirándole a los ojos y el sastre le imita, con un gesto menos refinado pero con esa elegancia natural que hace que no se note.

Ahí el escritor sonríe más porque además el champagne francés frío, como todas las cosas francesas, entran casi sin que te des cuenta, piensa para sí mismo y se sonroja un poco ahora si abriendo la carta.

—¿Qué te apetece cenar? —pregunta empezando a leerla. Francis se relame cerrando los ojos y disfrutando visiblemente del sabor, incluso paladeándola un poco.

—No lo sé... ¿Qué es bueno aquí? —pregunta pensando que todo debe ser carísimo y pedirá algo que le parezca barato pero su carta es una carta de dama, es decir... no tiene los precios puestos. Levanta las cejas al notarlo revolviéndose un poco incómodo. ¿De verdad, la gente aquí tenía tanto dinero que no le importaba cuanto costaran las cosas?

—La última vez tomé el solomillo de ternera Wellington y estaba exquisito, pero prueba lo que te apetezca —recomienda el inglés leyendo por encima a ver si algo le llama la atención.

—Un... Solomillo —repite. Todo se ve muy apetitoso y bastante sofisticado y a decir verdad, a pesar de que en su casa se comía comida muy buena, todo tenía nombres de personas o de cosas que no le decían nada, no tenía idea de cómo era ninguno de esos platillos.

—Aunque hoy me apetece más pescado —saca su monóculo mientras busca la página—. O tal vez marisco... ¿Has comido alguna vez langosta?

—¡Traes un monóculo! —se ríe un poco con la imagen.

—¡Ah! —sonríe mirándolo—. A veces lo uso para leer —se lo tiende.

—¡Es... Es... Taaaan de gente rica y estirada! —se burla un poco tomándolo para examinarlo.

—No lo es, es cómodo porque ocupa poco espacio. Y eso que no viste los binoculares nacarados que lleva Vash a la Ópera —responde sonriendo, haciendo un gesto de desinterés.

—Es muy gracioso —lo levanta colocándose sobre un ojo sin soltarlo. Intenta imitar marcadamente el acento inglés que aunque tiene por vivir aquí, aun le cuestan las erres—. ¡Ah! ¿Qué pediré de esta carta sin precios?

—Terrible. ¿Cuántos años hace que vives aquí? —protesta sin dejar de sonreír.

—Ehh... —sonríe y carraspea—. No los suficientes.

—Solo es tu carta la que no tiene precios, es para que elijas sin preocuparte de eso —se ríe. Francis parpadea y le mira con la boca abierta un segundo. Estira el cuello para intentar ver la suya.

—¿Tienen cartas así?

—Claro que las tienen —no le deja mirar más que un instante, sonriendo.

—Eso no es justo —protesta un poco aunque le parece súper romántico que tengan una carta así, una carta para no incomodarle—. ¿Es tan común traer al sastre que hicieron cartas para gente como yo?

—No es para gente como tú —se ríe, explicándole—, es para las damas, como cortesía, porque es de mala educación que anden contando dinero. En realidad, aunque no lo creas, así se ahorra bastante, es difícil atinarle al plato más caro.

Francis se ríe un poquito él también considerando más lógico que no quieran incomodar a las damas que el que traigan al sastre...

—Es bastante romántico eso —valora de todos modos.

—¿Entonces qué es lo que...? —empieza a preguntar y se detiene a mitad de frase con esa valoración—. ¿Romántico? —toma uno de los aperitivos de caviar.

—Aunque el pobre chico se pase un rato de la velada suplicando internamente "que no pida pescado, que NO pida pescado".

—¿Por? Hay carnes bastante caras también... —mira la carta de precios sin entender demasiado ese comentario porque nunca se ha visto en la situación. Claro que tampoco es que hubiera llevado nunca a nadie a comer fuera.

—Me refiero a... Lo que sea, entiendes la idea —se revuelve Francis.

—De todos modos no te preocupes, estaba a punto de pedir una igual para mí. El que paga es mi padre —se encoge de hombros tan cínico. El sastre traga saliva con eso. Gracias por el comentario tranquilizador.

—Tu padre que te MATARÍA si se enterara que has invitado al sastre a venir aquí —intenta disuadirle un poco.

—Bueno, le diré que traje a Miss Jones y asunto arreglado —toma un poco más de champagne como si nada.

Francis sonríe un poquito tratando de no seguir pensando en ello, preguntándose si su padre habría venido a un lugar así con Lady Kirkland, haciendo que pagara Lord Kirkland. Se encoge de hombros extendiendo una mano para probar una de esas tostaditas.

—¿Qué tiene esto encima? —pregunta mirándolos y frunciendo un poco el ceño porque parece algo como confitura de moras, aunque cree que a este champagne no le va nada algo dulce.

—Caviar, son huevos de pescado —explica el inglés mirando por encima de la carta lo que le muestra.

—Oh —lo huele un poco contra toda regla de etiqueta—. Huele a pescado.

—Claro que huele a pescado, también sabe a pescado —se ríe un poco.

—Veamos... —se mete la tostada en la boca y cierra los ojos. Mastica unos cuantos segundos sin decir nada más concentrado por completo en el sabor y la textura. Arthur le mira muy interesado en su reacción—. Mmm —susurra unos segundos más tarde de forma bastante placentera.

Parpadea y el escritor toma otra intentando disfrutarla como lo ha hecho el sastre.

—¡El sabor es perfecto! —asegura relamiéndose—. Balanceado y suave, y a la vez intenso.

El inglés lo saborea intentando notar eso que dice.

—Nunca había probado esto —confiesa—. ¡Me encanta!

—¿Sí? —en realidad ahora a Arthur le parece que está aún más bueno al verle, nunca había prestado demasiada atención al caviar de todos modos.

—Oui —asegura asintiendo y tomando otro—. Aunque me parece ese tipo de cosas que es mejor comer poco.

—Sí... sí, creo que sí. Por eso solo ponen esto —no parece muy seguro en realidad.

—Tiene un sabor muy intenso, te hartaría si comieras mucho más. De hecho, es impresionante, creo que solo unas cuantas bolitas servirían para dar sabor —sonríe–. Asumo que esto es caro.

—Pues... sí, sí lo es. Pero lo pasarías mejor si dejaras de pensar en lo que es caro o no.

—Lo siento —susurra Francis entreabriendo la boca y le mira un poco regañado aunque pensando que tiene razón.

—No, no. Está bien, calma —sonríe Arthur quitándole importancia, porque en realidad tampoco es tan malo que se maraville de los precios.

—No puedo evitar pensarlo constantemente mientras estamos aquí pero, es verdad... Debería olvidarme de eso ahora —asiente bajando la cabeza.

—Si eliges lo que quieres cenar, te dejo ver mi carta con los precios —propone el escritor inclinando un poco la cabeza.

—Vale... Pero si elijo algo ridículamente caro lo cambiaré —se muerde el labio.

—Ni en broma —sonríe negando con la cabeza.

—Pero por queeee? —protesta un poco, sonriendo—. Vas a malacostumbrarme y el día que no vengas más conmigo...

—Pues porque no es ese el caso —mueve la mano igualmente desestimando la idea.

—Ah, non? —sonríe un poquito.

—No. Hoy consiste en no preocuparse del dinero —le sonríe de vuelta y hace un gesto para que abra su carta y lea.

—Vale. Ser feliz en el camino —le cita lo que hablaron hace unas horas en la sastrería.

—Exacto —asiente Arthur sonrojándose un poco por eso sin saber demasiado bien porqué. Francis toma su copa y sonríe dándole un buen trago, decidiéndose a tomarle la palabra, actuar como un señor y dejar de preocuparse por esas cosas.

—El único modo en que pudieras ver los precios ahora es que acordemos pedir lo MÁS caro que haya desde ya —añade el inglés.

—¿Y lo más caro será lo más bueno? —pregunta no muy convencido.

—No lo sé —se encoge de hombros.

—Ilústrame Arthur... ¿Qué es lo más caro? Yo creo que debe ser la... Mon Dieu, ¡es que no se ni siquiera que son todas estas cosas! Deberías pedir tú por mí —suplica un poco más lloriqueante de lo que quisiera porque es que no puede dejar de preocuparse, son demasiados años.

—En realidad, lo más caro suele ser lo más escaso o más difícil de conseguir. Por ejemplo. Un tomate perfectamente rojo cultivado por un experto el tiempo justo, seleccionado y apartado puede ser más caro que un pescado nada más conseguido en un vivero —valora Arthur. Francis se ríe un poco e inclina la cabeza, escuchándole con atención—. La creencia de que el precio indica calidad viene justo de que nadie medianamente inteligente haría un esfuerzo extra por conseguir un producto mediocre, pero a veces pagas solo la exclusividad y no hay diferencia con uno más sencillo —sigue explicando mientras revisa toda la carta.

—Yo tengo la impresión de que a veces ustedes pagan más de lo que deberían por algunas cosas iguales a las que tenemos nosotros —valora Francis en esa línea de pensamiento.

—Por supuesto, es deber del hombre sabio saber reconocer las cosas valiosas independientemente de su precio o condición —asiente y se sonroja un poco con eso de nuevo pensando que él lo está valorando a él, su sastre, como algo valioso y que merece ser traído aquí y tratado con todos los lujos a pesar de su condición de sastre.

—Creo también que a veces ustedes no tienen opción. Como son ricos, se aprovecha —sigue el francés sin notar eso.

—Sí —sonríe más—. Pero a veces en una concepción utópica del mundo, eso ayuda a repartir de forma más igualitaria la riqueza.

—Exactamente. Es decir, no puedo venderle a... Digamos a Toni. Un traje al precio que te lo vendo a ti. Jamás podría pagarlo. Aun cuando los materiales del suyo no sean tan buenos, quizás su traje salga solo un poco más barato que el tuyo, pero a ti... —vacila y se ríe—. Ehm... Quizás no debería contarte estas cosas.

—Espero que todo esto ayude a bajar un poco ese precio —sonríe cínico.

—Mmm, ya veremos, ya veremos —le coquetea el sastre como si se lo estuviera pensando.

Arthur se ríe negando con la cabeza y decide que sí, la langosta es lo más caro de la carta. Francis se ríe con él mirando a su alrededor.

—Entonces lo más caro, ¿eh? —le tiende su carta con precios. Francis aprieta los ojos y él se ríe de que lo haga.

—Vale... Quizás no es tan impresio... ¡Oh cielos! —exclama abriendo los ojos y viendo el precio. Sí, la mayoría de lo que hay vale más o menos lo que cuesta uno de tus trajes.

Arthur se ríe más llamando al camarero y diciéndole que es lo que van a pedir. Dos platos de lo más caro que haya en la carta acompañado del vino más caro que recomiende el somelier.

—Pero, Arthur —se muerde el labio cuando se va el camarero, sin poder evitar sentirse completamente feliz y consentido.

—¿Sí? —pregunta con cierta sonrisita traviesa por estar haciendo esto.

—Creo que yo en un año no gasto lo que vas a gastar tú en la cena —sigue, preocupado, pero muy sonriente.

—Oigo una especie de voz que habla pero no entiendo nada de lo que dice —se burla volviendo a tomar su copa y acabándosela. Francis se ríe también recordando que ha dicho que no va a pensar en ello, imitando la acción con la copa y volviendo a mirar alrededor.

—En alguna medida puedo entender a tu padre... —valora de repente, tras unos instantes en silencio.

—¿En cuál? —levanta las cejas con eso.

—Es un lugar muy bonito... —para que venga él solo con tu madre, piensa para sí sin querer decirlo.

—Sí, por eso no entiendo por qué no quiere venir nunca.

—Quizás venga... Con tu madre. Mira como es una atmósfera más callada y suave y...

—¿Para qué iba a venir con ella sin mí? —es una pregunta inocente, en serio. Francis sonríe un poquito de lado.

—Seguro hay algunas cuantas cosas que tu padre hace con tu madre sin ti... ¿No? —valora inclinando la cabeza.

—¿C-Cosas? ¡Pero no en un restaurante! —protesta al creer entender de qué habla.

—¡Salir y hablar con tu madre no es nada que no pueda hacer en un restaurante! —replica porque por una vez no estaba hablando de esa parte de una relación de pareja.

—Pero puede hablar con ella conmigo ahí... además no es que mi padre sea muy bueno hablando —replica de todos modos, un poco infantilmente, sin acabar de entender muy bien este asunto. Aunque si le preguntaras si le importaría que alguien más le acompañara al comer contigo tiene muy claro cómo es que SÍ le importaría.

—Pero... Hombre, es que aun cuando tu madre y mi padre... —hace un gesto para decir a que se refiere—, creería yo que tu padre de todos modos alguna relación con tu madre ha de tener. No lo sé. ¿Qué hacen en su aniversario?

—¿¡Y yo cómo voy a saberlo!? —pregunta levantando un poco las cejas, escandalizado, pensando en si Francis acaso… espiaba a sus padres en su aniversario o algo así y por eso es que sabe toda esta clase de cosas.

—Pues... ¿Que no te cuentan? —parpadea algo incrédulo porque la realidad es que no espiaba a sus padres porque no lo requería.

—¡No! ¿Por qué iban a hacerlo? —inclina la cabeza, si su padre hablaba poco con su madre, aun menos hablaba con él si no era para discutir.

—Porque... ¡Porque son cosas que se cuentan! ¿No ayudas nunca a tu padre a comprarle un regalo a tu madre? —insiste con las cosas que hacía él, sin poder entender una relación padre-hijo tan deshumanizada e independiente.

—Pues... no, nunca me lo ha pedido. Ni en Navidad ni por su Cumpleaños, cada uno va por su lado —responde notándolo, porque siempre le ha parecido que eso es lo normal.

—¡Pero qué triste! ¡Claro que es imposible que te lleves bien con él si nunca hablan de nada! Papá me lleva siempre cuando le compra regalos a maman y... —hace una pausa y traga saliva—. Llevaba.

El inglés se encoge de hombros y tuerce el morro un poco desinteresado de todos modos. Francis suspira volviendo a pensar que su padre estaría muy orgulloso de él comiendo aquí. Sonríe un poquito.

Arthur piensa en la fría y distante relación que tiene con su padre. Por lo general no le importa que así fuera y casi odiarle, pero la cercanía y amor que demuestra Francis con el suyo aun muerto le hace envidiarle un poco. Piensa que tal vez quisiera que su padre se interesara un poco más por él a parte de los beneficios que puede ocasionar. Por comprar regalos juntos o tal vez leer algo de lo que escribe...

—Mmm... ¿Qué piensas? —pregunta Francis al notar que se ha quedado callado.

—¿Eh? —sale de sus pensamientos.

—¿En qué estás pensando? —insiste.

—Ah, no, nada importante —sonríe mientras les sirven el vino.

El somelier hace un gesto para preguntar quién va a probarlo y el inglés señala al francés con vehemencia porque le hace gracia que sea el protagonista de todo este ritual, así que el hombre le sirve un culito en la copa y se espera.

Francis mira todo el proceso de apertura del vino con interés y hasta asombro.

Vacila sin estar del todo seguro de lo que hay que hacer pensando que el mesero es un poco lento al servir y ha servido poco... Y se le ha olvidado una copa.

—Francis —sonríe Arthur divertido al notarle descolocado, llamándole para que le mire a él.

—Ehh... A-Arthur —vacila en respuesta.

—Prueba el vino y dile al somelier si te gusta para que pueda servirlo —le explica lo que tiene que hacer, sonriendo con paciencia.

—Si me... ¡Oh! ¿Yo? —pregunta sin creerlo del todo, levantando las cejas. Arthur le guiña un ojo sin pensar. Francis sonríe un poquito y se sonroja levemente estirando la mano hasta la copa.

El inglés se sonroja en espejo al notarlo, sosteniéndole la mirada en lo que da un trago al vino mirándole fijamente, pero cuando el líquido toca sus labios y su lengua cierra los ojos.

—Mon dieu! —susurra cuando separa la copa de sus labios. El escritor levanta las cejas.

—¿N-No está bueno? —pregunta un poco preocupado, sin dejar de mirarle porque le hipnotiza verle disfrutar de estas cosas y aun no lo sabe.

—Es buenísimo —asegura sonriéndole y asintiendo.

—¡Oh! —sonríe aliviándose y el hombre les llena las copas. El francés sonríe de oreja a oreja esperando a que le sirvan para darle otro trago.

—Me alegro que te guste —asegura Arthur sonriendo cuando el hombre se va.

—A mí me alegra poder probarlo, Mon dieu. ¡Pruébalo! Pruébalo —le apresura. El escritor se ríe con la impaciencia, tomando la copa y acercándosela a los labios... para luego separarla en el último segundo, sonriendo con maldad. El sastre bufa en protesta

—Sabes que dicen... —empieza con cualquier cosa...

—¿Qué dicen? —pregunta frunciendo un poco el ceño porque no bebe. Inclina la cabeza porque se suponía que tenía que protestar.

—No lo sé, te estaba preguntando —bromea.

—¿¡Qué que di... ?! —protesta un poco y sonríe. El inglés se ríe de la tontería y el francés se ríe también haciendo un poco más de escándalo del que deberían—. ¡Bebe!

—Sí, pero es que pienso que... —vuelve hacer el mismo movimiento.

—Aghhh! —protesta y Arthur se muere de la risa—. No, no, venga, di! Di y luego... ¡BEBE!

—¿Eh? ¿qué beba? —se hace el tonto.

—Ouiiii, ¡pruébalo! —insiste y hasta hace gestos con las manos para empujarle a ello.

—¡Me estás incitando a la bebida! —exclama divertido, falsamente escandalizado.

—Ouiii, bebe. Te incito a ser un borrachín —se ríe—. ¡Venga! ¡No te hagas!

—¡Es terrible que hagas eso! —sigue protestando sin beber.

—¡Lo que es terrible es que no bebas! —exclama incrédulo.

—¿Por? —tan tranquilo, sonriendo muy divertido con esto.

—Porque me voy a acabar yo tu bebida... ¡JA! —le reta.

—¿Tú? ¡Eso quisieras! ¡Ser más rápido que un Kirkland bebiendo! —exclama, así o más sarcástico.

—¡No te vas a beber este vino como agua! —levanta las cejas, la cosa es siempre llevarle la contraria al otro.

—¿Eso crees? —toma la copa—. Vas a arrepentirte de esto, Francis.

—¡Nooo! ¡Si es un muy buen vino! —lloriquea, pero el escritor se lo lleva a los labios y se lo bebe como agua—.Agh! Arthuuuur!

El nombrado se muere de la risa a la mitad escupiendo un poco. Francis se lleva las manos a la cara.

—Nooooon! —hace drama, el inglés baja la copa y se ríe—. Acabas de beberte como agua... Un... ¡Mucho dinero!

Se ríe aún más

—¡Ni siquiera sé cuánto! —protesta... Es que Arthur casi da golpes con la mano en la mesa—. ¡No te rías tanto!

—Pues es que escúchate, ¡es divertido! —se defiende intentando calmarse un poco, llevándose una mano al pecho para respirar.

—Anda, seguramente no me sabes siquiera decir si esta bueno o no, por cómo te lo tomaste —le saca la lengua, sonriendo igual sin notarlo.

—Claro que está bueno, lo sé por cómo te lo tomaste tú —responde humedeciéndose los labios, pero sin dejar de sonreír.

—¿Yo cómo me lo tomé? Fuera de cómo una persona decente —se finge tan estirado, medio en riña.

—Como si estuvieras teniendo un... —se detiene a sí mismo a tiempo al oírse, sonrojándose. En ese momento es en el que deciden traerles la cena. La buena suerte de Arthur siempre presente.

Francis se sonroja un poco también, pero la cara del escritor es realmente tan cómica que prefiere optar por reírse un poco, echando la cabeza atrás, él casi se mete bajo la mesa.

El mesero no sabe a quién ver con peor cara, si al francés que no se está riendo tan discretamente como un caballero de alcurnia o a Arthur que casi se está escondiendo detrás de su servilleta. Termina de servir la entrada levantando una ceja, aunque hace una reverencia antes de irse sin decir nada.

De hecho, el escritor se lo come en un momento porque tiene mucha hambre y le da vergüenza mirar al sastre. Francis se sigue riendo cuando el mesero ya se ha ido, mirándole comer en silencio, pensando que, en realidad, le gustaría cocinar y que comiera su comida con esas ganas.

—¿Estaba buena, verdad? —cambia de tema nervioso, sin mirarle.

—Muy buena. Aunque creo que es mejor mi sopa de ajo —comenta dándose crédito a sí mismo.

—No lo es —responde más por molestarle y llevarle la contraria que nada.

—¡Claro que sí! —inclina la cabeza muy seguro de sí mismo con ello

—Nah, no es verdad —vuelve a mirarle, negando y sonriendo.

—¿Por qué no? ¿Qué es lo que le falta a mi sopa? —pregunta cruzándose de brazos y fingiéndose tan indignado.

—¿Un... mejor cocinero? —pregunta y sonríe de lado.

—¿Perdóname? —abre la boca cómicamente sin poder creerse esa respuesta.

Arthur se encoge de hombros y levanta la barbilla, retador, sin dejar de sonreír.

—Ya quisiera cualquiera hacer una sopa de ajo como la mía. ¡Es perfecta! Todos lo dicen —insiste.

—Yo no lo digo —responde tranquilo mientras les retiran los platos.

—Pues... Yo opino que no escribes tan bien —responde y sonríe también levantando la barbilla en la misma postura.

—Ja! Eso no es lo que has dicho antes, ¡lo dices ahora solo porque he tocado tu orgullo! —le acusa.

—¡No es verdad! —discute.

—¡Claro que sí! —discute de vuelta.

—Lo digo porque es cierto —asegura.

—No tiene nada de cierto —replica.

—Es aburrido y no me gusta —valora. Arthur frunce el ceño y Francis sonríe al ver que lo hace—. Ja!

—Lo estás diciendo solo para fastidiarme —protesta el escritor.

—¡Tú también! ¡No puede no gustarte mi sopa! —sigue exclamando incrédulo.

—Claro que puede no gustarme, ¿por qué iba a hacerlo, además? —pregunta.

—¿De verdad no te ha gustado? —le mira un poco desconsolado.

—Nada que venga de ti me agrada —tan seguro de ello.

—Eres un tonto —protesta frunciendo el ceño y cruzándose de brazos, el inglés se ríe un poco, travieso—. ¡Además estás bromeando!

—¡No! —se pone serio de nuevo pero se le escapa la sonrisa y les traen otro plato. Francis le vuelve a sacar la lengua cuando viene el mesero.

—Deje de hacer eso, Mister Bonnefoy, este es un lugar con clase y usted no tiene cinco años —lo regaña.

—Voy a darle unos besos que me debe —replica cuando se va el mesero. Él se sonroja.

—¡Claro que no va a hacer eso! —chilla mucho más nervioso ahora.

—Sigue hablándome de usted —le reta.

—¿Y? ¿Cómo va a impedírmelo? No puede hacer nada aquí frente a todo el mundo —le recuerda, en realidad imaginándose que lo hiciera y estando menos seguro de lo que quisiera de que no le gustara.

—Pero los tengo anotados en mi mente... Y ya me debes como seis —valora tan tranquilo.

—¡Yo no le debo nada! —exclama sonrojándose.

—Shhh —se lleva un dedo sobre los labios porque está gritando.

—No me haga callar, lo digo en serio —replica. Francis vacila un poquito.

—Solo digo que no grites esas cosas —responde tras unos instantes, incomodo, porque ha sonado más a algo serio que a una parte de una conversación en broma. Arthur refunfuña.

—Siempre va a ser así —comenta Francis.

—¿Eh? —pregunta descolocado con eso.

—Nada más digo... Que siempre va a ser así. Siempre podrás asustarme así —explica un poco incómodo con esto.

—¿Asustarle? —sigue de usted, pero relaja el tono agresivo.

—Sí. Hablarme de usted, cambiar al tono formal y decirme que hablas en serio. Y en cuanto hagas eso volverás a ser el caballero y yo el sastre —explica señalándose y señalándole a él.

—¿Y? ¿Cree que usted no puede hacer lo mismo? —se defiende, el francés inclina la cabeza.

—¿Para qué querría yo dejar de ser iguales? —pregunta sin entender.

—¡Pues no lo sé! —exclama porque en realidad está nervioso y no lo ha pensado, solo es que si le considera tan igual a si mismo que piensa que podría hacer lo mismo exacto que él.

—Lo que quiero decir es que siempre vas a tener ese poder sobre mí, porque eso es lo que es... Porque en el instante en que dejamos de ser iguales yo estoy completamente a merced de lo que hagas o digas —explica porque parece no estar entendiéndole,

—Tú eres una persona, no un esclavo. También puedes... —no acaba la frase al notar que sí, puede hacerle daño.

Francis se humedece los labios y le mira pensando en cómo iba a completar esa frase... Como fuera, era de manera tal que al final hacia que el sastre pensara que él también tenía pensado poder sobre él y eso hacía que se sintiera un poco mejor, aún sin saber del todo a que se refería.

—¿Puedo? —pregunta suavecito pensando igual que era bonito que lo pensara así...

—P-Pues... —se asusta más porque parece que no tenía ni idea.

Porque por ejemplo, sigue pensando Francis, para Lord Kirkland era solo un poco más que un esclavo, a pesar de no serlo. No que no le tratará con respeto, pero no tenía ningún poder sobre él que no fuera algo vil, como contarle de su esposa. Arthur parecía estarle dando un poco más de poder y de igualdad y eso... le hace sonreír un poco y extender la mano hacia él queriendo tocarle. Arthur se sonroja al notar la mano acercándosele, escondiendo las suyas de nervios.

—¿Has montado alguna vez en dirigible? —cambia de tema.

—Un... ¿Eh? ¿Esos que vuelan? —parpadea descolocado el francés.

—Un dirigible, son esos aerostatos ovalados así, enormes —lo describe haciendo el gesto con las manos—. Sí.

—¿Que si me...? —hace una pausa y luego se ríe—. ¡No, claro que no!

—Mañana subiremos —comenta recordando la conversación con Emily. Francis levanta las cejas y se ríe un poco más, pensando que es una broma—. ¿De qué te ríes? Hablo en serio.

—A uno de... Esos —hace ahora él el gesto con la mano.

—Sí, Emily dijo que quería volar y le dije que Scott conoce a un piloto. Así que habló con él y ha dicho que mañana quiere ir a ver si montamos —resume.

—Suena... —se detiene a si mismo de decir romántico, poniéndose un poco nerviosito sin poder evitarlo.

—Da un poco de miedo, ¿no? —valora él también.

—¿Un poco? —sonríe estirando un poco el pie hacia él y tocando el suyo.

—¿Te da mucho? Ay, perdona —aparta el pie pensando que lo está invadiendo o algo. Francis parpadea y frunce el ceño un poquito.

—Me da... Algo. Un poco, sí, ¡Es una cosa que vuela! —exclama valorándolo.

—A mí también me incomoda un poco —confiesa—. Pero también me da curiosidad a partes iguales, por la aventura. Tal vez pueda escribir un cuento con la experiencia.

—Un cuento —sonríe casi olvidando del todo que sí que le da terror—. ¿Conmigo de protagonista?

—Mmm... —le mira y lo valora porque sí sería un buen protagonista y no es la primera vez que piensa que tiene ganas de escribir sobre él—. Tal vez, veremos qué me inspira.

El francés aprieta los labios queriendo protestar un poco porque el inglés sí que le inspira mucho... ¿De verdad él quizás no tanto?

—¿Qué? —pregunta al notar ese gesto.

—No te creo que no te inspire —responde con seguridad.

—¿Eh? ¿El qué? ¿El dirigible? —inclina un poco la cabeza.

—No... Hablo de —le mira de reojo—. ¡Olvídalo!

Arthur parpadea un par de veces acabando su cena. Francis se relame habiéndose quedado un poco atrás en la cena, aun impresionado con el tamaño y el sabor de la langosta, aunque levemente distraído con ese pensamiento de si de verdad no inspira aun al escritor lo suficiente.

—En realidad no sé ni cómo irá, tal vez ni esté aquí. Nunca hemos ido con mi hermano —vuelve al asunto.

—Ojalá sí esté. Me gusta mucho la idea de volar —asegura cambiando un poco la estrategia de hace un rato, para en vez de sonar atemorizado, sonar seguro de sí mismo e inspirador... O al menos sonar como Emily.

—¿Sí? ¿Qué es lo que te gusta? —pregunta curioso.

—Pues... La idea de... —vacila un poco—, verlo todo desde arriba

—Ah, la ciudad desde el aire... tal vez podrías dibujarla —propone asintiendo, porque ni siquiera había pensado realmente en las vistas.

—Tal vez podría dibujarte a ti mirándola —responde sonriendo.

—¿A-A mi? —se sonroja.

—Sí. Prefiero dibujarte a ti que a la ciudad —se encoge de hombros.

—¿Por? —parpadea un poquito mirándole bastante impresionado, aunque le gusta que le diga eso.

—Tú me haces más... Ilusión y me pareces más guapo que esta ciudad fea y lluviosa —se ríe

—No es fea y... yo no soy... yo... no, yo... —balbucea sin saber por qué protestar ni qué idea defender.

—¿Ves?, justo por eso. Para mí sí es fea pero cuando la veas tú, a ti te gustará y tendrás unas bonitas expresiones... Si tengo suerte, unas sonrisas también —le sonríe seductoramente. Arthur se lleva las manos a las mejillas sintiéndose sonrojado—. Y unos sonrojos —puntualiza sonriendo.

—¡No! —se tapa los ojos.

—Así también podría dibujarte —asegura porque además le parece encantador cuando se sonroja.

—No puedes dibujarme si tengo las manos en la cara —replica sin quitárselas.

—Sí que puedo dibujarte —se ríe.

—¡No! —aunque piensa en el dibujo que encontró que le había hecho él.

—Sería un dibujo bastante adecuado a la realidad —valora.

—¿Qué? —le mira entre los dedos.

—Pues te sueles tapar la cara y avergonzarte —explica encogiéndose de hombros.

—Porque dices cosas inadecuadas —vuelve a cerrar los dedos.

—¿Qué hay de inadecuado en decir que te ves guapo? —pregunta levantando las cejas.

—Los hombres no dicen esas cosas —protesta con la cara tapada.

—Ah, non? Mon Dieu. Que raros son los hombres que conoces —le quita importancia.

—¡No tienen nada de raro! —chilla porque es que está nervioso.

—Estoy seguro entonces que a sus parejas les dicen esas cosas los hombres que conoces —responde haciendo especial hincapié en el asunto "parejas".

—Pero... pero... pero... —balbucea sin saber cómo defenderse, con la idea de que no son una pareja.

—Es ser romántico, querido mío —sentencia negando con la cabeza de manera categórica.

—Estoy seguro que ninguno de mis hermanos le dice eso a su esposa —responde apartando la cara sin mirarlo, sin querer decir en realidad que no son pareja.

—¿Ninguno de tus hermanos le dice a sus esposas que es bonita? —pregunta levantando las cejas incrédulo.

—Estoy seguro. Ni tampoco mi padre a mi madre —insiste, conociéndoles.

—No me extraña que estuviera enamorada de papa —sentencia apretando los ojos.

—Pues es que... mi padre es un desastre, hablo conmigo la otra noche y no tiene ni idea de lo que es el amor —recuerda de repente preocupándose un poco.

—Si eso es verdad, es horrible y tienes que hacer algo para arreglarlo —le mira a los ojos, muy serio.

—¿Eh? ¿El qué? —vacila sin saber si habla de algo en concreto, sin saber qué es.

—A tu papa. No puede vivir sin saber que es el amor y que tú lo sepas y no hagas nada —insiste.

—¿Pero hacer qué? —inclina la cabeza.

—¡Algo! ¡Sacarlo de su error! Es injusto —protesta tan apasionado.

—¿Cómo? Ya le he dicho que estaba equivocado —explica encogiéndose de hombros, porque de todos modos tampoco lo ha hecho en la mejor forma, pero su padre estaba siendo completamente irracional.

—Es injusto para cualquiera no conocer el amor, quizás podríamos... Hacer que se enamore de tu madre —ya aprenderás pronto, Arthur, como en serio Francis disfruta esa actividad de cupido. Él parpadea unas cuantas veces—. Sería bonito y tu maman ya no extrañaría a papa.

—Sí, pero ¿qué quisieras hacer para ello? —insiste.

—Mmm hacer que vengan a cenar aquí... O que vayan de vacaciones a France. Algo romántico —valora con su habitual aire soñador, imaginando las escenas.

—Espera... venir aquí te parece... —se da cuenta de repente y se sonroja.

—Delicioso —sonríe acabándole la frase—. La comida es espectacular.

—¿Quieres postre o té? —gira la cara cambiando de tema.

—Café —sonríe un poco más y vuelve a tocarle la pierna.

—Yo quiero... ehm... las dos —decide porque no quiere irse a casa, sin apartar el pie esta vez—. ¿Cómo estaba el plato más caro del restaurante?

—Lo más delicioso que he comido en mi vida... Después de la comida de mi madre. Y de la de mi padre —se ríe.

—No creo que ellos cocinen como un chef de primera categoría —discute por discutir y porque no le gusta que su opción sea la tercera en la lista.

Francis sonríe e inclina la cabeza sin querer contradecirle, porque no es, obviamente, que no le haya gustado, ni que no estuviera realmente bueno... Pero si algo ocurría en su casa en general era que se comía bien. Quizás con menos ingredientes o de menos renombre, pero sí que sabían comer.

—Es verdad. Gracias por traerme aquí a comer.

Arthur sonríe un poquito y llama al camarero para pedirle el postre, el café y el té. Francis sonríe también preguntándose cómo va a terminar la noche. ¿Le llevaría a casa y luego se iría a la suya? ¿Le dejaría darle unos besos en la sala? Se humedece los labios con este pensamiento.