—Puedes traerme a cenar aquí cuando quieras, lo apruebo —el francés le cierra un ojo y asiente.

—Ah, lo apruebas... menos mal —se ríe.

—Aunque tiene puntos de mejora... —añade y Arthur levanta una ceja—, por ejemplo, para mí estás muy lejos.

—¡No puedo estar más cerca! —exclama.

—Sí, podrías —se ríe.

—No sin romper las normas del decoro —niega con la cabeza.

—¿Ves? Esa es un área de mejora—hace un gesto con la mano como mostrándole.

—De las normas de decoro, ¡no del restaurante! —insiste en protestar.

—Me encantas —se ríe otra vez echando la cabeza atrás. El inglés le da un golpecito en el pie por debajo de la mesa, sonrojándose—. ¡Au! —protesta.

—Jum! —se cruza de brazos, aunque se le escapa la sonrisa.

—Patadas no valen —le regaña—. ¡No son dignas de un caballero!

—Pff como si tú te portaras como un caballero —se burla.

—¡Claro que lo hago! —se defiende.

—Desde luego que no, ¡si hasta estas diciendo que debería sentarme más cerca! —protesta cuando traen el café y el pastel de manzana que ha pedido.

—¡Eso no tiene nada que ver! —replica.

—Tiene TODO que ver —responde mirando el pequeño trocito de pastel un poco con horror... tal vez podía comérselo muuuy lentamente.

—Claro que no, los caballeros también quieren estar cerca de la gente, ¿cuál es el problema de ello?

—Los caballeros saben la importancia del decoro —corta un pedacito muuuy pequeñito de pastel y se lo lleva a los labios, finge saborearlo. Francis hace un mohín un poco picado con esto.

—No voy a decirte más cosas bonitas ya, entonces... —asegura Francis, Arthur levanta las cejas y parpadea sin acabar de creerle—. Te trataré como todo un caballero frío y distante y me convertiré en tu padre. Seré horrible y ya no me querrás, pero seré un caballero.

Arthur se humedece los labios y traga saliva porque al parecer ahora mismo no hay nada en el mundo que fuera a odiar más que eso. Los ojos azules le sostienen la mirada.

—¡No te quiero! —exclama el escritor.

El francés le mira desconsolado y el inglés lo mira desconsolado de vuelta.

—Pues yo tampoco —suelta todo apasionado. Arthur frunce el ceño—. Y no creas que te he querido nunca con solo unos días de conocernos ni nada —se cruza de brazos mirando por el ventanal.

—Pues serías un estúpido si lo hicieras —insiste.

Francis abre la boca impresionado porque claaaaro que le quiere y un montón. ¡Si iba a huir con él! le mira indignado, claro con cara de "me acabas de llamar estúpido". El problema es que él se siente un estúpido también, hasta está comiéndose el pastelito a miguitas para no irse.

—P-Pues... Pues... —empieza muy fiero y luego cambia el tono a uno más desconsolado—. ¡P-Pues entonces soy un estúpido! ¡Y tú no eres un caballero por llamarme estúpido!

—¿Q-Qué?

—Tú eres un estúpido —susurra apretando los ojos y los brazos.

—¡No soy un estúpido! —discute.

—Sí lo eres, por tonto, por mono y por hacerte querer. ¡Pero ni creas que te quiero tanto! —asegura.

El inglés parpadea y se sonroja con lo de mono y de hacerse querer... sintiéndose menos estúpido, porque si no le pasa a él solo, no es tan terrible... o no lo parece al menos. El francés arruga la frente y le da un trago a su café notando que por estar alegando se le ha enfriado ya.

Arthur sonríe un poco tonto, jugando con el pastelito, pensando si será verdad, porque se siente bien en el estómago y es la primera persona que le dice que le quiere. Además es tan atractivo... le mira de reojito. Francis le mira intensamente porque puesto así también suena un poco idiota que no le quiera nada de nada. Aunque diga todas esas cosas tontas, todas parecen ser fruto de la histeria.

Sin darse cuenta, el escritor se lleva el pastelito entero a la boca. Se queda paralizado al segundo mordisco al notar lo que ha hecho mientras el sastre le mira y sonríe de lado, sumido en sus pensamientos, seguro de que en el fondo algo debe quererle si le está consintiendo e invitando a todos estos lugares.

Se plantea por un instante sacárselo de la boca ¿Qué tanto lo ha destruido con los dientes? Seguro será muy feo que lo haga pero... ¿Qué puede hacer? ¿Y si pide otro pedazo?

El francés le sonríe un poco deseando de verdad que se quede a dormir en casa... O que le sugiera ir al parque a caminar o ¿quizás al fumadero de opio? Ahí al menos estaban cerca, aunque la sensación no le había gustado nada, pero los besos y el calor del inglés abrazado a él, ahora mismo le parecía algo muy atractivo.

—Ehm... —vacila después de tragar ¿Que tan tonto goloso se verá tomando otro?

—Y si... —empieza Francis—. ¿Y si volvemos caminando a la sastrería? —se revuelve un poco.

—Ah... Ehm... s-sí. Es una idea —asiente conforme aunque hayan de cruzar la ciudad entera prácticamente. Francis sonríe con esto pensando que si hace frío va a convencerle de que le abrace todo el camino.

—Deja que... que vaya al excusado —pide levantándose.

El francés siente sonriendo otra vez un poco y mirando alrededor medio embonado con todo en cuanto desaparece de su vista.

Arthur casi corretea al baño, muy nervioso, entra y se mete al primero cuarto con la taza teniendo que apoyar la cabeza en la pared tras cerrar la puerta con el seguro porque... le ha dicho que le quiere, ¿verdad?

Francis levanta la nariz y sonríe un poco sintiéndose por un momento uno de estos caballeros adinerados y bien posicionados en los estratos sociales del alto Londres. Se imagina un mundo perfecto y utópico en que Arthur pudiera de verdad ser su esposo y pudiera traerle aquí estando abiertamente juntos.

Arthur, un escritor de renombre, junto con Francis, el diseñador de ropa. Se ríe de sí mismo pero a pesar de todo, era un chico con suerte y se lo sabía, porque fuera como fuera el chico que le gustaba le había dado unos buenos besos y le había llevado a cenar a este sitio tan bonito. Quizás pudiera ahorrar toda su vida y traer a su madre.

Arthur se pasa la mano por el pelo y se sienta en la taza pensando en todo esto. Le había invitado a esto, le había invitado a ir mañana con su prometida, se había saltado la cena, se habían dado unos besos increíbles en el carro y llevan cuatro días sin separarse casi ni por un instante. Ríen, juegan, charlan como no lo ha hecho con nadie... bueno, nunca y ahora iba a acompañarle a su casa y... podrían hablar un rato más, pero luego tendría que irse... tal vez podrían dar una larga vuelta, aunque se siente muy cansado por haber dormido tan poco en la noche anterior.

Francis piensa que, como sea, debería ser capaz de hacer algo que realmente... Marcara la noche. Algo romántico que le hiciera a él también alguien que aportará algo a la relación.

El inglés hace sus deposiciones, se lava las manos y se enjuaga un poco la boca con agua por si acaso se besan de nuevo... y se sonroja de muerte cuando nota lo que está haciendo, así que sale, yendo a pedir que rindan cuentas con su padre a fin de mes, volviendo a la mesa.

Francis le sonríe cuando vuelve a la mesa aunque se lamenta no haber conseguido algo súper romántico que darle o que hacer. Le da las gracias una vez más por la comida y por invitarle.

—No lo he hecho porque me gustes ni para agradarte ni para que me des las gracias —protesta mientras se pone el abrigo, sin mirarle, yendo hacia la puerta.

—Bueno, por lo que sea que lo hayas hecho... Que me parece que es porque sí te gusto —discute sonriendo igual.

—¡Acabo de decir que no es por eso! —protesta bajando las escaleras.

—¿Y? Ya he aprendido que no hay que escucharte mucho —sigue, con un gesto de desinterés

—¡¿Por qué no?! —protesta.

—Porque dices muchas mentiras —tan claro como suena.

—Claro que no —sale por la puerta, tan seguro.

—Sí que las dices. Lo que sea con tal de que no me entere yo que te gusto. Aunque sea evidente —insiste.

—¡No es evidente! ¡No me gustas! ¡No hay una sola cosa que me guste de ti! —exclama apasionadamente.

—Eso ES mentira —asegura tan convencido.

—¡No tiene NADA de mentira! —sigue discutiendo.

—Te gusta mi ropa —acusa vencedor.

—¿Qué? ¡Claro que no! —protesta.

—Claro que sí, voy a hacerte trajes —sentencia.

—¡Ja! ¡Eso será si puedes! —sonríe maligno pensando en la hoja de medidas que tiene en su bolsillo.

—Claro que puedo, ¿por qué dudas? —pregunta mirándole de reojo.

—Pues... estas todo el día perdiendo el tiempo en otras cosas... —responde con los ojos cerrados, levantando la barbilla tan estirado.

—Como en pasear con mí... Contigo —le acusa.

—Por ejemplo. El caso es holgazanear —sentencia con un gesto de una mano.

—¡No es holgazanear! Es... Deja de quejarte de que pase tiempo contigo —protesta.

—Pues es que estás todo el tiempo persiguiéndome y molestándome ¡y no me das ni tiempo para escribir mis cuentos geniales! —se ríe maligno.

—No es verdad que... ¡Tú no has dejado de invitarme a lugares! —vuelve a acusarle señalándole con el dedo.

—¿Quién se queja ahora? —replica sosteniéndole la mirada sin dejar de sonreír.

—¡Tú! —exclama sin poder creer esta pregunta.

—¡Tú te quejas de que te invito! —se defiende.

—¡No es verdad! ¡Te he agradecido! —discute.

—Yo también te agradecería los trajes si hubiera algo más que palabras... —replica.

Francis se sonroja un poco con eso pensando justo en lo que reflexionaba un poco atrás... Sobre el escritor haciendo muchas cosas bonitas por él y él sin poder hacer nada a cambio.

—¡Ja! ¿No dices nada? ¡Sabes que tengo razón! ¡Holgazán! ¡Holgazán! ¡Holgazán! —canta acusándole, señalándole con el dedo.

—¡No es verdad! No me llames holgazán. Yo quiero hacer algo también por ti —se defiende un poquito.

—¡Ja! ¿Hacer qué? —pregunta, porque además se lo está pasando muy bien.

—Pues... Algo. Algo bonito y romántico —susurra revolviéndose un poco.

—¿R-Romántico? —se pone nervioso y le viene a la cabeza eso que le prometió acabar ayer noche que estaba haciéndole. Se sonroja mucho.

—Pues... Algo. Tú haces cosas bonitas y yo no, fuera de tu dibujo —explica un poco avergonzado.

—Ah... e-el... dibujo. Ehm... sí. Tal vez puedas dibujarme s-si quieres... —cambia de pensamiento riñéndose un poco a si mismo.

—¿Quieres que te dibuje? ¡Sí! ¡Te dibujare ahora que lleguemos! —decide, emocionado de nuevo.

—¿Q-Qué? ¿Ahora? —¿por qué te estás imaginando que te va a dibujar desnudo, Arthur?

—Oui! —sonríe contento con la idea. Él sí imaginándole desnudo y siendo muy feliz con la idea. Le toma de la mano.

—¡No me vas a dibujar ahora! No hay luz y... estoy cansado —protesta sin querer mirarle a los ojos.

—No necesitas moverte, de hecho hasta podrías dormir. Y puedo poner velas —insiste.

—No me hagas... cosas, mientras duermo —cubre el torso con sendas manos porque no va a querer dormirse si se queda.

—No te duermas mientras te dibujo —sonríe.

—Estoy muy cansado de todos modos, ayer dormí muy poco —confiesa.

—Mmm... Bueno, si te duermes no pasa nada. Saldrás menos tenso en el dibujo —valora encogiéndose de hombros.

—¡No quiero que me dibujes mientras duermo! —sigue protestando, porque la idea de Francis, viéndole desnudo… mientras él no se entera…

—Puedo mejor abrazarte mientras duermes —propone mirándole de reojo.

—¿A-Abrazarme? —piensa en cómo se han despertado esta mañana juntos en el suelo.

—Sí, abrazarte. Duermo muy bien así —asegura pensando en lo mismo, en realidad.

—¿P-Por qué? —se incomoda.

—No lo sé. Eres cómodo —sonríe un poco y le mira de reojo.

—¿Cómodo? —eso no le hace mucho sentido.

—Sí, duermo bien cuando duermo contigo —asegura de nuevo, tan convencido.

—Solo dormiste conmigo ayer y... tú dormías cuando llegué y ¡estábamos en el suelo! —sigue protestando intentando ver esto solo desde el lado racional.

—Dormimos también después del opio... —le mira de reojo porque sigue sin estar seguro de que hayan hecho nada más.

—¡Y estábamos drogados! —exclama, aunque piensa que de tres noches que se conocen, dos las han dormido juntos.

—¿Y? Aun así dormí bien. ¿Tú no? —pregunta inclinando la cabeza y sonriendo.

—Pues... —vacila porque por supuesto que durmió bien, incluso esta mañana en el suelo, por algún motivo el calor de otra persona en su cama y más una persona que le agrada como él lo hace sentir tranquilo y... amado.

—¿No? —le mira un poco desconsoladito.

—¡Ese no es el caso! —trata de desviar la atención.

—Sí dormiste bieeeen —canturrea.

—¡Cállate! —le empuja un poco.

—Aaah!—protesta, el inglés se ríe.

—¡Eres muy poco caballero con esos empujones! —sigue quejándose así que él le da otro y se ríe de nuevo—. Paraaaa

—¡No! —le despeina.

—Nooooon! —protesta dándole unos golpecitos. Arthur da un salto para separarse y no lo alcance, riendo—. Ven acaaaaa! —protesta echándoselo encima, pero el escritor salta y sale corriendo riéndose—. Veeeeen! No huyas —se le va detrás.

Arthur se muere de la risa, huyendo y el sastre se ríe con él, dando unos grititos y tratando de alcanzarle, así es como corren y juegan por todas las calles sucias, adoquinadas y para siempre mojadas de Londres.

No encuentran casi transeúntes más que cerca de los pubs de los que salen luz amarilla que ayuda a iluminar las calles mayoritariamente oscuras, mientras siguen sus risas y persecuciones.

Francis llega a la sastrería sin aire y cansadísimo, pero muerto de risa se rebusca la llave en los bolsillos y abre la puerta acristalada.

—Pasa —le invita.

El inglés niega con la cabeza aun riéndose en la oscuridad de la calle, parado junto al escaparate de madera blanca en el que hay dos maniquíes y las letras doradas con el nombre de la familia, dibujadas en el cristal.

—¿Por qué noooo? —lloriquea el dueño del establecimiento.

—Te he dicho que te acompañaría aquí y ya —sigue negando.

—Pero Arthuuuuur —sigue protestando y el nombrado niega de nuevo—. Has dicho que podría dibujarte.

—¡No es verdad!

—¡Claro que sí! Y voy a dibujarte —asegura consiguiendo abrazarle.

—¡No! Nooooo —intenta soltarse chillando y riendo.

—¡No griteeeees! —protesta tirando de el para meterlo a la sastrería.

—Si gritooooo —pelea un poco sin dejar de reír.

—¡No lo hagas! ¡Van a oírte todos! —insiste.

—Pues deja que me marche —igualmente deja de gritar.

—Pero... No quiero —responde llanamente. Los ojos verdes parpadean y baja un poco la resistencia—. Si te vas no sé si volverás. Quizás cambies de idea en todo.

—¿Qué?

—Te fuiste y dejaste de querer escapar conmigo —traga saliva—. Quizás si te vas ahora... Mañana ya no quieras que volemos juntos o algo. Quédate.

—Pero... debo irme, mañana es domingo y tendré que ir a la iglesia con mi familia. Lo aborrezco, pero notaran mi ausencia —intenta razonar.

—¿Vamos a vernos mañana? ¿No cambiaras de opinión? —le mira inseguro.

—No lo sé —se pasa una mano por el pelo porque en realidad no quiere irse. Francis entreabre los labios con esto

—¿No lo sabes? —susurra angustiado. Quizás esto era todo. Quizás de verdad se iría para siempre y él mañana sería el sastre únicamente y el inglés el chico que iba a casarse. Se le humedecen los ojos.

—Pues yo... todo es tan... inseguro —le mira de reojo.

—Entonces no puedes irte —sentencia con repentina seguridad, tirando más de él hacia adentro, aun sosteniéndole abrazado.

—Pero... —vacila.

—Pero nada. Si solo me queda una noche más con Arthur Kirkland voy a hacer que Arthur Kirkland no se olvide de mí NUNCA.

El nombrado se sonroja con eso sin saber que responder. Francis sigue tirando de él con más fuerza hasta conseguir que pase por la puerta.

El escritor pasa sin ninguna resistencia ahora ya y en cuanto están un poco a cubierto y Francis consigue cerrar la puerta, le besa. Desde luego, eso acaba por hacer el truco. Por supuesto Arthur se lo devuelve porque todo el juego de persecución en la calle ya habría querido uno a pesar de lo peligroso que habría sido que le besara ahí donde cualquier transeúnte les pudiera ver.

Francis le salta encima colgándose de la cintura con las piernas y abrazándole del cuello y puede que esta vez sea la primera que el sastre pierda la cabeza del todo antes que él y demande más beso y más abrazo.

El inglés le sostiene como puede, perdiendo el equilibrio un poco apoyando la espalda en un mueble, con los ojos cerrados mientras vendaval francés le besa con todo el corazón, queriendo impregnarle de sí mismo hasta que no se acuerde ni remotamente de que tiene que ir a casa o que tiene una futura esposa. Ni siquiera está seguro de tener piernas y eso que a ellas las tiene desde pequeñito

Sería recomendable que Arthur buscará un lugar para detenerse más a largo plazo, pero ni sabe dónde tiene la cabeza.

Francis se le separa un poco en algún punto, acariciándole la mejilla, aunque él aun no recupera el sentido, puro instinto. Se le abraza un poco más al cuello, apretándose contra su oído.

—A la mesa... O a mi cama —pide.

—¿Q-Qué? —susurra Arthur.

—Sube —ordena. Y ahí va, trastabillando un poco, sujetándole del culo, pero tan obediente. El francés sonríe dándole un beso en la mejilla—. La tercera puerta de la izquierda.

Las cuenta y aun así se dirige a la segunda. Francis no se da cuenta hasta que Arthur tiene ya, con muchas dificultades, la mano sobre el pomo así que con trabajos llegan al cuarto correcto esta vez sí y Arthur se deja caer en la cama con Francis en brazos, sobre él.

El sastre se ríe y le mira a los ojos con intensidad, a pesar de la penumbra.

—Ven acá... —susurra volviendo a besarle y está ocupado devolviéndole el beso.

Francis tarda en quitarle el saco y acariciarle la espalda intentando desfajarle, haciéndolo con parsimonia y suavidad y el problema de eso es que es... complicado porque al ir lento es más consciente de lo que hace, así que se sonroja un montón cuando se mueve para ayudarle a que le desnude... y más aún cuando él mismo tiene que desnudar al sastre, no sabe ni por dónde empezar.

Él le ayuda un poco en desfajarse también y abrirse la camisa con suavidad humedeciéndose los labios y tratando de verse sexy. Arthur se muere de la vergüenza cuando le sonríe sensualmente y busca esconderse.

—¿N-No te gusto? —le abraza dejando que se esconda en su cuello, pero el escritor ni siquiera se atreve a responder. Él le aprieta un poco contra sí y le acaricia la espalda.

—Esto es raro —susurra.

—A mí sí me gustas, cálmate... Te ves súper tenso y nervioso —explica, un poco preocupado porque no quiere que lo pase mal.

—Estoy tenso y nervioso —responde sinceramente.

—¿Por qué?

—Porque esto es raro... —repite en un susurro, aun medio escondido.

—¿Raro cómo? ¿Raro mal? ¿Lo pasas mal? —insiste, preocupado, pero el escritor niega con la cabeza—. ¿Tienes miedo de algo?

Asiente.

—¿Qué te da miedo? —pregunta poniéndose un poco más cómodo.

—No quiero hacer eso de... no quiero —aprieta los ojos tensándose un poco más.

—No vamos a hacer nada, NADA que no quieras —asegura acariciándole y acunándole un poco. Él asiente relajándose un poco—. Pero los besos si nos gustan... ¿No?

Se sonroja y asiente muuuy sutilmente.

—Podemos besarnos más... Y yo quiero tocarte un poco, me gusta tu abdomen —asegura bajando una mano hacia ahí.

—Y-Yo... —vacila, aun sonrojado y vulnerable.

—¿Aja?

—Yo... —aprieta los ojos deseando que le bese y ya en vez de preguntarle.

Francis le besa en la comisura de los labios y él abre la boca yendo a buscarle, así que sastre sonríe y le deja, claro está, abrazándole otra vez. Van a besarse hasta quedarse dormidos.

Aunque Francis sentirá que al cabo de unos cuantos besos... Arthur tiene una... reacción interesante, así que después de un rato, Francis se sube sobre Arthur y empieza a moverse en un feliz vaivén con intenciones de crear fricción para ambas partes.

Pues aun peor es que sucede la reacción interesante de los dos. Después de eso se quedan dormido casi en el acto como PIEDRAS.

El olor del café y el desayuno es lo que hace a Francis despertar lánguidamente, oyendo a su madre en la cocina, sintiéndose felizmente calientito y acompañado.

Arthur, que no siente tan fuerte los olores, le babea un poco el pecho porque está hablando de algo. El francés sonríe intentando averiguar qué es lo que dice.

—Eres tan guapo... Y yo debí cerrar las cortinas.

Nadie sabe de qué habla, pero le abraza con fuerza, lo que impide a Francis estirarse del todo del brazo derecho, aunque si lo hace del lado izquierdo y luego le hace un cariño en el pelo.

Cuando el sastre se mueve, Arthur se mueve también acomodándose. Le acaricia un poco más el pelo con suavidad.

—Buenos días, Arthur.

El nombrado entreabre un poco los ojos al oír su nombre, empezando a despertarse con mucha pereza.

—Mmmm ¿ves que rico dormimos los dos? —pregunta suavecito acurrucándose un poco.

—¿Mmmm? —pregunta y paladea acomodándose otra vez y frota un poco la cara sobre Francis que es suavecito y calentito.

Él le acaricia el pelo que parece un nido despeinado, sonriendo un poco más. Arthur se queda quieto un instante más con los ojos cerrados que parece que se va a volver a dormir.

Francis vuelve a relajarse para acompañarlo en su sueño, abrazándole un poco más fuerte.

Un instante más tarde yergue la espalda y levanta la cabeza mirando alrededor. Notando que no está en su casa y no sabe dónde es que está.

—Mmmm —protesta un poco Francis medio amodorrado moviéndose un poco y quizás despertando un poco más al inglés. No parece tan extrañado de quien está en su cama, al contrario, pareciera que siempre han dormido juntos.

El escritor parpadea un par de veces y nota que Francis le mira, se vuelve a él como si fuera una serpiente en su cama.

—Buenos días, mon amour.

—¿Dónde...? yo no... yo...

—Es mi casa y mi cama. Ven, acuéstate aquí otra vez que tengo frío —estira las manos intentando acercarle y abrazarle.

—¡Noo! —se sienta en la cama, nervioso, recordando las cosas de ayer, el vino el restaurante... los besos...

—Arthuuuur —protesta el francés.

El nombrado se lleva las manos a la boca y piensa en que... no solo pasaron besos. Se lleva las manos a sus genitales y se sonroja de muerte al sentirlos desnudos y pegajosos.

—¿Qué pasa? —murmura Francis un poquito en protesta mirándole de arriba a abajo y sonriendo.

—Y-Yo... yo...

—Estás despertaaaandomeeeeee —protesta intentando abrazarles que se acueste.

—¡Pues tengo que irme! —nota de repente

—Noooon! ¡Arthuuuur! —protesta un poco más.

—¡Franciiiiis! —le imita.

—Quédate a desayunar —pide.

—¡No puedo! ¿Qué hora es? ¡Deben estar ya todos en la abadía!

—Sí puedes, seguro ya es taaaarde.

—¡No! ¡Me estarán esperando! —se acerca al borde de la cama buscando sus pantalones.

—¡Pero es que es muy temprano! A esta hora nadie hace nada más que dormir, además es domingo —insiste.

—Por eso, todos estarán en la abadía oyendo la misa de Patrick —se los pone a toda prisa y recoge el resto de su ropa de por ahí.

—¿Y quién quiere oír la misa de Patrick? Esto es una conspiración para no comer la comida de maman —sigue, protestando.

—Yo quiero ir a la misa de Patrick porque como mis padres se enteren que he... dormido aquí estando mi prometida en la ciudad, soy un hombre muerto, ¿entiendes? —se sienta en la cama de nuevo poniéndose los calcetines y zapatos.

—Ah, es verdad que tu prometida... Ugh... —se incorpora un poco—. Deberías llevar un traje que no fuera el de ayer.

—No tengo aquí otro traje —ojos en blanco.

—Yo tengo un traje para prestarte, obviamente. Soy tu sastre —comenta, divertido.

—¿De mi talla? —pregunta levantando las cejas.

—De la mía, pero creo que te quedaran bien. Ven —se levanta, desnudó como esta.

—Pero... —empieza a protestar que entonces será aún más obvio que ha pasado la noche aquí, pero se le mueren las palabras en la boca, embobándose al verle, mirándole de arriba abajo.

El francés se pasa las manos por el pelo antes de abrir el ropero. Es que... hemorragia nasal fulminante, le mira embobadísimo.

—Pero nada, vamos a vestirte bien y ya, dudo que alguien en tu casa sepa cuáles son todos tus trajes —sigue aun sin notar la reacción.

Arthur no oye nada de lo que dice, así que el francés parlotea más dando características de cada uno de los trajes tardándose en elegir. Finalmente toma uno y se gira hacia el escritor dándole una buena perspectiva ahora de frente.

La única reacción es un aumento del sonrojo, de la abertura de la boca y de la altura de las cejas. Francis sonríe cuando le ve la cara de bobo que pone.

—Veo que te gusta lo que ves... —se ríe echando la ropa sobre la cama y dando una vueltecita sobre sí mismo. El inglés parpadea un par de veces saliendo de la estupefacción.

El francés se le acerca moviéndose sensualmente, así que Arthur se asusta levantando las piernas y reptando un poco hacia atrás en la cama, cayéndose de espaldas sobre ella.

Francis sonríe más y se le trepa encima haciendo que el escritor se sonroje más, echándose para atrás hasta tumbarse del todo, con el corazón acelerado.

Lo que no disminuye la sonrisa del sastre, por el contrario, la aumenta mientras le acaricia la cara a Arthur con los mechones de cabello que caen como cascada sobre su cara. El corazón le late con bastante fuerza un poco, mucho, demasiado en pánico.

—Y-Yo... yo...

—Me encanta como me miras —le responde en un susurrito antes de darle un beso suave en los labios.

Cierra los ojos verdes pensando en un montón de cosas sobre lo seductor y sensual que parece el francés que se mueren en el beso, que es lánguido y suave esta vez, aprisionándolo del todo contra la cama. Francis no deja de sonreír sintiendo mariposas en el estómago sabiéndose guapo y atractivo para él, diga lo que diga.

Arthur se deja llevar y rápidamente no es capaz ni de controlar sus manos, que suben para tocarle y acariciarle el torso y la espalda.

—Mmmm —susurra complacido con este movimiento, separándose del beso un rato más tarde para irle s comer el cuello y a morderle la manzana de Adán.

Él se queda sin aire con eso, levantando la barbilla con los ojos cerrados. En silencio se mueve un poco más bajando por su esternón lentamente. Arthur va a llegar demasiado tarde.

El inglés respira agitadamente con el corazón acelerado, lo que invita a Francis a ir más y más abajo hasta llegar al borde del pantalón y desabrocharlo sacándole algunos ruiditos aún más vergonzosos que no impiden al francés el bajarle el pantalón dispuesto a terminar lo que dejo pendiente hace dos noches.

Tiembla todo él, pobre muchachito que afirma ser heterosexual, dejándole y tapándose la cara mientras Francis sonríe vencedor porque este es un buen paso a superar que los hace cada vez más íntimos. Se esmera en dejarle por completo satisfecho.

Y vaya que lo logra, es que no puede ni avisarle de que va a acabar. El sastre se ríe un poco en protesta, limpiándose la boca y relamiéndose obscenamente, yendo a besarle el muy guarro.

Deja que le bese porque aún no sabe cómo es que no ha salido volando y cuando nota el sabor en su boca piensa que esto es lo más GUARRO que ha hecho en su vida en un pequeño momento de lucidez pasajero.

—Tócame —pide Francis en su oído interrumpiendo la idea pasajera.

—¿Y-Yo? ¿C-Cómo? —susurra con sincera intención de que le explique para hacerlo.

—Como si fueras tu... —se le esconde un poco en el cuello y lleva la mano del inglés hacia sus partes íntimas que no están para nada tranquilas.

Este traga saliva, dejándole y le empieza a acariciar con cuidado y bastante timidez... pero haciéndolo. El sastre responde con ciertos soniditos y movimientos de cadera que lo hacen morirse de la vergüenza pero no detenerse, de hecho al cabo de un rato trata de sacarle más.

Y se los saca, vaya que sí, porque el francés no se corta un pelo y se mueve para aprovechar más la situación lo más cómodo posible. Susurra su nombre varias veces.

—¿A-Así? —pregunta incluso sin detenerse.

Francis baja la mano y le toma de la muñeca cambiando un poquito el ritmo antes de sobrarle y entreabrir los ojos para mirar la escena que le parece muy sexy.

Arthur se sonroja más si es que es posible, siguiendo lo que quiere que haga.

Sonríe un poco el sastre y arquea levemente la espalda pidiéndole que lo haga más rápido y así lo hace... además le abraza un poco hacia sí con cierta posesividad.

No crean que tarda demasiado en terminar, feliz de que le abrace. Cuando el francés acaba es que le suelta y lo abraza con ambos brazos.

—Je... Je... Eso... Dieu... —susurra en francés dejándose abrazar.

—Yo... no sé por qué lo he hecho, creo que me gustas un poco —susurra, él se ríe un poquito.

—A mí me encantas... Menos mal que te gusto un poco —confiesa. Arthur se sonroja de que se ría y le empuja pensando que se burla.

—¿Qué pasa? —Francis levanta las cejas sin esperarse que le empuje mirándole descolocado.

—Es mentira, no me gustas, ¡te odio!

—Pero... ¿Por qué chillas así? —parpadea un par de veces más intentando entender.

—¡Porque te odio! —le empuja de nuevo saliendo de debajo suyo, levantándose.

—Pero... Pero... Pero... ¿Qué ha pasado? —le mira confundido.

—Que eres un idiota —se sube los pantalones otra vez sintiéndose todo pringoso.

—Por qué voy a ser un idiota, ¿por decirte que me gustas? —se pasa una mano por el pelo.

—¡Por idiota! —se pone su camisa y se va a la puerta, dispuesto a marcharse.

—Pero ponte mi traje...a dónde vas. ¡No te vayas enfadado sin explicarme! —se va detrás.

Sale por la puerta poniéndose la chaqueta un poco abrumado con todo, porque además le ha parecido muy bonito y se ha burlado de él. Hasta le salen un poco las lágrimas, pero no quiere que lo vea. Francis le sigue, desnudo como está, de verdad sin pillar cual es el asunto ni que ha pasado.

Madamme Bonnefoy levanta las cejas al verle salir de esa forma y parpadea un par de veces, pero el escritor ni la ve.

—¡Pero es que qué pasa, Arthur! ¡No entiendo! ¡Al menos explícame el problema! ¡No me llames idiota así nada más!

No se vuelve siquiera, baja las escaleras a toda prisa.

—¿Francis? —le llama su madre... Menos mal porque él le habría perseguido desnudo hasta la calle. Se pasa las dos manos por el pelo y se detiene mirando a su madre desconsolado—. ¿Qué ocurre? —pregunta dulcemente mientras sostiene su taza de café del desayuno.