—¿Francis? —le llama su madre... Menos mal porque él le habría perseguido desnudo hasta la calle. Se pasa las dos manos por el pelo y se detiene mirando a su madre desconsolado—. ¿Qué ocurre? —pregunta dulcemente mientras sostiene su taza de café del desayuno.

—E-Es que se ha ido y... Y... —mira a las escaleras habiendo escuchado la puerta de cerrarse. Aprieta los ojos un instante y camina hasta ella sentándose a su lado—. Y no sé qué pasa, Maman, es todo tan raro.

—A ver... ven aquí y cuéntame —levanta un brazo para que se eche sobre ella y abrazarle. Francis lo hace, agradeciendo mucho el gesto.

—Todo es tan bonito de repente y tan horrible después. Siento que me muero, que le quiero, que voy a caerme al peor abismo porque no va a funcionar y luego creo que es imposible que no funcione.

Ella le acaricia un poco el pelo y le acerca los bollos de desayuno, escuchándole.

—Y es que... Es un chico y él tiene una chica que será su esposa... Y además es un caballero —hace un poco de drama—. ¿Sabes que ayer me llevo al restaurante más hermoso del mundo?

—Ah, oui?

—Oui, es precioso y tiene velas en el jardín que parecen hadas —cambia el tono de angustia y agobio por uno emocionado otra vez.

—Oh, que hermoso debe ser —comenta imaginándolo.

—¡Y la comida! —se separa un poco para contarle—. Comí huevos de pescado y Langosta... Lo más caro del menú. Y un vino, tan delicioso como nunca has probado. Y luego Arthur vino aquí y durmió conmigo.

—Nada de eso suena mal en lo absoluto, cariño —le peina un poco.

—Fue la noche más romántica de mi vida—asegura con ensoñación. Ella sonríe de nuevo—. Y acaba de terminar así.

—¿Se habrá asustado? Parecía que llorara cuando salió —valora ella pensando.

—¿Que llorara? —pregunta suavecito porque eso no lo notó.

—Pues como si estuviera llorando —explica, Francis suspira y desvía la mirada.

—No sé qué pasó, todo iba bien, me dijo que le gustaba un poquito y yo le dije que él a mí me gustaba mucho —responde casi en un susurro.

—Supongo que estará confundido. No te preocupes, mi vida, seguro lo arregláis pronto —trata de confortarle, esperanzada, sin dejar de acariciarle tiernamente.

—No es muy feliz con que yo sea un chico... —se lamenta.

—Eso es difícil —asiente con pesar, entendiendo.

—Es difícil competir contra una chica rica... Y aun así ella está aquí en Londres y él fue a cenar conmigo —argumenta intentando convencerla a ella.

—En eso tienes razón.

—Pero a la vez, Maman... ¿Qué puedo ofrecerle yo? No tengo dinero ni nivel social, ni manera de... Competir —se humedece los labios.

—Tienes amor que dar, mi niño. Ese es el bien más escaso y valioso. No se puede comprar con dinero y, si es listo, sabrá apreciarlo a tiempo —le acaricia la cara con dulzura.

—¿Y si ella también sabe amarlo? —cierra los ojos siguiendo la caricia.

—Eso está por ver todavía, no te preocupes de cosas que aún no suceden —le da un beso. Francis sonríe un poquito y ella le abraza acunándole un poco.

—Extraño mucho a papa... Pero luego hablo contigo y recuerdo que estás tú y eres muy lista, das consejos mejores incluso que los suyos —se ríe un poquito. Madamme Bonnefoy se ríe también y le besa en el temple otra vez.

—Yo te quiero mucho también, igual que lo hacía tu padre —asegura sonriendo.

—Yo también te quiero, maman. Me alegra que estés aquí conmigo y no haberme escapado del todo.

Ella vuelve a abrazarle con eso.

—Arthur va a ayudarnos y vamos a vivir mejor, vas a ver —le mira a la cara—. ¿Verdad que no le odias?

—No y menos con lo que tú le quieres —niega un poco derrotada, porque le resulta imposible, sobre todo porque le rompería el corazón a Francis.

—Él cree que lo haces por ser quien es —explica.

—Quoi?

—Él cree que lo odias por ser... Hijo de quien es.

—Ah... no, no lo hago —niega con la cabeza—. En realidad quisiera conocer a su madre alguna vez, me da curiosidad.

—¿D-De verdad? —parpadea un poco—.Te da curiosidad o esa sensación de querer... Ver por quien...

—Las dos cosas. Tu padre era especialmente cuidadoso en procurar que ignorara todo lo referente a ella para protegerme —suspira acariciándole la cara, viendo a su padre en el rostro de Francis.

—¿Y por qué quieres ahora conocerla? —pregunta él un poco desconsolado, inclinando la cabeza.

—Porque tu padre ya no está para impedírmelo —sonríe. Él se ríe un poco aunque aprieta los ojos.

—Es amable conmigo, aunque creo que todos le tienen un poco de temor —valora el chico.

—Me alegro que se porte bien contigo al menos —responde con un cierto tono muy lejano de "que menos que sea buena"

—No es muy bonita tampoco —frunce el ceño—. De hecho es bastante fea y delgaducha con unas cejas parecidas a las de Arthur y tiene el peor marido posible, Lord Kirkland. Es cruel y no sabe lo que es el amor. Creo que papa le tenía lastima. Es una mujer de sociedad, pero solo es eso. Amable y adinerada y en quien ni su marido se fija.

—Puede ser —asiente a eso pensando que su hijo quiere que ella se sienta mejor... y agradeciéndolo—. Pobre mujer...

—No sé en qué pensaba papa pero te juro que no es ni una décima parte de la mujer que eres tú —insiste.

—Aun así me da curiosidad —la cosa es que ella era realmente feliz ignorando todo el asunto, lo cual ayudaba mucho a Mr. Bonnefoy.

—Bueno, si quieres conocerla podemos un día tratar de que lo hagas. Encontrarnosla.

—No te preocupes por eso ahora tampoco —vuelve a besarle.

—Deja que me preocupe y me interese por tiiii —lloriquea un poco y Madamme Bonnefoy se ríe—. Me gusta preocuparme por ti, maman, aunque creas que no es necesario ahora que tienes ese novio nuevo —se ríe—. ¿Cómo te va con él, por cierto, no lo he visto estos días?

—Bien, aunque hoy tuvo que marcharse enseguida... —se lamenta un poco.

—¿Por? ¿Estaba aquí anoche? No me entere —asegura levantando las cejas.

—No, no... estábamos en el college, yo volví pronto por eso —explica negando con la cabeza. Francis se ríe un poquito.

—¿Se supone que puede recibir a alguien ahí? —pregunta el sastre un poco travieso.

—Non —se ríe también y se encoge de hombros—. Pero si es maestro interino...

—Yo creo que el que esté ahí lo hace...Sensual. Que nadie pueda oírles, que no puedas estar ahí... —valora Francis humedeciéndose los labios imaginando una escena similar aunque con él y Arthur como protagonistas.

—Un poco, aunque me gusta quedarme a desayunar con él —valora ella, que ya está en una época de su vida en que le interesa una relación más madura y mucho menos tormentosa que la aventura adolescente que fascina a su hijo.

—Quizás podríamos un día comer los cuatro... —propone Francis, porque en realidad es una persona bastante familiar.

—Ojalá, eso sería muy bonito —asiente.

—Voy a decirle a Arthur... Si volvemos a vernos, claro... ¡Me dijo que hoy me llevaría a volar en zepelín! —recuerda de repente, incorporándose del abrazo de su madre dentro del que ha estado todo el rato.

—¿De verdad? —levanta las cejas impresionada.

—Oui. La chica futura esposa quiere volar —sonríe de lado, porque a pesar de todo, va a llevarlo a él también.

—Oh, ¡saldré a la ventana a ver si te veo para saludarte! —responde ella ilusionada.

—Te buscaré —se ríe un poquito con esa idea y la abraza—. Ya voy a vestirme para irme.

Ella asiente y le da otro beso. Él sonríe más y se levanta yendo a asearse y a vestirse. Va a llegar a la mansión Kirkland así... "Hola, buenos días, me invitaron".

De momento, Arthur ha salido corriendo como alma que lleva el diablo, se ha acabado de vestir en el carruaje y ha entrado a la misa en la abadía de Westminster por la puerta de atrás a hurtadillas, preguntándose si no entrará en combustión espontánea al pisar la casa de Dios viniendo de hacer lo que ha hecho.

Aun así, se siente muy mal por todo ello. Está mal y encima el sastre se ha burlado de él. Tal vez sería mejor no volver a verle nunca y centrarse en su esposa... aunque le había gustado tanto lo que habían hecho, lo que había sentido tan dulce y tan íntimo, que las burlas aun le dolían más.

De manera increíblemente suertuda, nadie se da cuenta, aparentemente y en principio, así que pasa toda la ceremonia de pie al final de la iglesia pensando en todo ello.

Al final de la ceremonia encuentra la pesada mirada de su padre porque la altura le permite encontrarle, él se tensa y se sonroja con ella.

Lord Kirkland le frunce el ceño y desvía la mirada sin hacer más cuando todo el mundo empieza a salir de la iglesia. El pequeño del clan, trata de huir mezclándose entre la multitud, aunque sabe que es bastante inútil hacerlo, pues igual van a comer todos juntos.

Efectivamente solo un poco más tarde están todos juntos hablando afuera de la iglesia. Todos a excepción del reverendo que está terminando de saludarles a todos

Arthur se esconde intentando comentar algo con Miss Jones o con sus hermanos y ella se le acerca con su gran sonrisa.

—Ho-Hola —saluda y trata de sonreírle un poquito.

—Artie! No estabas en el desayuno —saluda ella, sonriendo ampliamente de todos modos.

—Ehm... es Arthur —susurra para corregirle.

—¿Quién? —parpadea y mira alrededor un poco descolocada.

—Yo. Mi nombre —explica un poco más y suspira.

—Ah! Sí. Artie. ¿Estás listo para volar? —pregunta toda emocionada dando algunos saltitos.

—¿Eh? Ah, sí, sí —asiente pensando en que ayer le dijo a Francis que irían y que dijo que le parecía muy romántico.

—¡Casi no pude dormir en la noche pensando en ello! —insiste sonriendo mucho, moviendo las manos.

—Me alegro que te haga mucha ilusión —sonríe sinceramente—. Hay quien consideraría esto bastante... romántico —asegura y se sonroja un poco.

—¡Romántico! Ehm... Ya, ¡yo diría EMOCIONANTE! —responde, nada interesada en el asunto del romanticismo y acaba por alzar la voz demasiado.

—¿Eh? —la mira con eso.

—Pues no sé si sea romántico y me da igual —insiste con un gesto de la mano.

—Oh, bueno... —sonríe de todos modos, aunque la verdad es que a él también le parece romántico.

—Pero es súper emocionante, ¿no? No puedo esperar, ¿crees que nos vayamos ya a casa para cambiarme? —pregunta empezando a hablar bastante deprisa y buscando a Sesel y a sus padres con la mirada entre la multitud para preguntarles eso también y disponerse a la acción lo antes posible.

—Pues... no, creo que vamos a ir a comer primero —se rasca un poco la nuca, avergonzado y le suena el estómago, porque además no ha desayunado.

—¡Ah! ¡Comer! Tengo mucha hambre también —asegura ella como si acabara de acordarse de repente.

—¡Eso también es fácil de arreglar! —sonríe.

La comida es tranquila, Arthur habla un poco con Emily sobre los dirigibles, contándole más que nada la novela de Julio Verne "Cinco semanas en globo". Emily le escucha... Bastante. No del todo y le interrumpe muchas veces con preguntas extrañas que en realidad Arthur no sabe responder porque Verne no las respondía. De hecho, Verne no había montado nunca en globo al escribir esa novela y Emily quiere saber una enorme cantidad de cosas técnicas.

Al final, Arthur tiene que confesar que realmente no tiene ni idea de cómo va eso y por fin acaban el té y la sobremesa. Aun así Emily empieza a darle algunas explicaciones de cómo cree que funciona, hablando un MONTÓN, sin callarse un solo momento, hasta que se separan para irse a cambiar.

En cuanto se separan en la puerta del salón, uno de los valet se acerca al inglés, medio sonrojado.

—Ehm... Señor —carraspea suavemente para llamar su atención.

—¿Sí? —responde el escritor sin mirarle, aun un poco mareado de la charla de Emily.

—Ehm... —vacila un poco porque no le parece del todo convencional—. Alguien le espera fuera de su cuarto.

—¿Fuera de mi cuarto? ¿Quién? —levanta la vista y le mira ahora si con curiosidad.

—Un joven —responde escuetamente.

—¿Y qué hace ahí? ¿Quién le ha dejado pasar? —pregunta frunciendo un poco el ceño.

—Ehm... Yo. Él me dijo que le esperaban —explica pacientemente.

—¿Y no le dijo quién es? —levanta las cejas porque esto es bastante extraño y misterioso.

—Un joven francés, Mister... Bone and Forge —explica el valet lo mejor que puede porque estaba intentando evitar pronunciar el nombre.

—¿QUÉ? —el grito que da Arthur debe oírlo hasta el joven y no sé si el sonrojo traspase las paredes, aunque para el valet bien puede parecer sonrojo de enojo, da un paso atrás.

Arthur sale disparado hacia su cuarto ignorando olímpicamente al valet, que agradece esto. Francis está paseando, perfectamente arreglado y bien vestido, afuera del cuarto del inglés.

—¡Tú! —grita al verle, acercándosele señalándole con el dedo, iracundo—. ¡¿Cómo se le ocurre!? ¡¿Cómo se atreve!?

—No te enojes, no me grites —parpadea sin entender.

—¡¿Que no me enoje?! ¡¿Aun tiene el morro de pedirme que no me enoje!? —sigue gritando, acercándose a él.

—Es que no se por qué estas tan enfadado. ¡Cálmate! —pide a susurros

—¿¡Cómo me voy a calmar cuando se presenta aquí como Pedro por su casa!? —insiste, cruzándose de brazos.

—Me presento porque me invitaste —sonríe un poquito.

—¡Eso fue ANTES! —lo empuja dentro del cuarto igual y cierra la puerta, sonrojándose por el hecho que marca el antes y el después.

—¿A-Antes? Arthur... Calma —insiste, levantando las manos hacia él, nervioso, pero dejándose empujar hacia dentro de todos modos, porque no parece un mal movimiento.

—¡Deje de decir que me calme! —protesta en un grito.

—No voy a dejar de decir que te calmes hasta que te calmes —se defiende Francis. Arthur hace una pausa respirando y se pellizca el puente de la nariz.

—Váyase de mi casa —pide intentando sonar mesurado.

—¿Por qué? —le mira desconsolado.

—Porque me está usted incomodando y no le quiero en ella —le fulmina.

—Pero... Yo no te estoy incomodando. Soy yo —susurra igual de desconsolado.

—¡Sí me está incomodando! —discute volviendo a subir el tono de voz.

—Es que no entiendo nada. ¡No sé qué ha pasado y no es justo! —se defiende de nuevo abriendo las manos, intentando sonar razonable.

—¿¡Qué demonios no entiende de "lárguese de mi casa"?! —protesta exasperado. Francis vuelve a mirarle a los ojos desconsolado.

—Nada, si que entiendo todo de "lárguese de mi casa" —baja los hombros y se guarda las manos en los bolsillos—. Pero que sepas que... Quizás a ti te da confusión todo esto, pero yo te he dicho cosas bonitas, siento cosas bonitas y es completamente INJUSTO lo que estás haciéndome.

—¡¿Y lo que haces tú no lo es!? ¡Me meo en tus puñeteras cosas bonitas! —grita perdiendo todo el control y caballerosidad.

—¿Por qué? ¿Qué estoy haciendo mal!? —grita de vuelta.

—¡Pues no necesito tus burlas! ¡Yo ni siquiera quería nada de esto en primer lugar! —chilla.

—¡¿Burlas?! ¿Cuáles burlas! ¡Te dije cosas bonitas! ¡Te dije que me encantas!

—¡Te reíste de mí!

—No me reí de ti, ¿cuándo me reí de ti?

—¡Cuando te dije que me...! —empieza a chillar y se calla a la mitad, sonrojándose sin querer repetirlo. El sastre aprieta los ojos repitiendo la conversación en un cabeza. Le había dicho que le gustaba "un poco" y eso le había hecho gracia.

—Quoi? Yo no me burle de nada, me hizo gracia porque tú a mí me... Gustas. Quoi? Arthuuuur! —protesta.

El nombrado le mira, sinceramente, esperando una explicación.

—Dijiste un poco y tú a mí me gustas mucho —baja la cabeza—. ¿Qué pasa contigo? Estábamos muy bien hasta que decidiste irte corriendo.

—¡Estábamos muy bien hasta que decidiste reírte de mí! ¡No estábamos muy bien! —sigue sin saber muy bien qué decir ni cómo defenderse.

—¡No me reí de ti, demonios! ¡Tú te largaste y cada vez me dejas con el corazón a la mitad! —le riñe.

—¡Sí te reíste! —insiste, porque le dolió mucho.

—¡Me reí porque estaba contento! —responde poniendo los ojos en blanco.

—¿Qué? —es que no se lo cree. Esto sería más fácil si sus hermanos no fueran un montón de gusanos malignos.

—Te dije un instante más tarde que me encantabas, por qué demonios iba a burlarme de... ¿Sabes? Creo que estás buscando un pretexto —protesta, fulminándole.

—¿Un pretexto para qué? —frunce más el ceño.

—Para deshacerte de mí —se le corta la voz.

—¡Como si eso fuera tan fácil! —protesta demasiado sincero. Francis le mira dolido con ese comentario.

—No he dejado de obligarte a hacer cosas y presionarte todo el tiempo —murmura—. Veo que en el fondo solo es eso.

Arthur traga saliva y cambia el peso de pie, porque no es del todo cierto pero... ¡él se ha burlado después de empujarle al precipicio! ¡Uno que él ni siquiera estaba cerca de querer saltar!

—¿Quieres que me vaya de verdad? Dilo y no me volverás a ver nunca más... Y podrás casarte con tu esposa y... —se le humedecen los ojos, baja la cabeza y se los talla. El escritor parpadea un par de veces sin contestar

—Eres un idiota y te odio —responde nervioso, porque en el fondo, en el fondo, no quiere que se vaya y deje de obligarlo a hacer cosas, porque le gustan esas cosas y no tiene ni la más remota idea de cómo conseguirlas si no es con Francis empujándole a ello.

—No me odies —solloza una vez—. Yo... Yo...

—Si te odio porq... —se queda congelado al notar que está llorando. Francis se sobre los mocos.

—¡No me odies! —vuelve a protestar con rabia—. ¡No hice nada!

—¿Pero qué...? ¿Estas llorando? —se acerca cambiado completamente el tono de voz, sin esperarse tanta sensibilidad.

—¡No! —solloza y le da la espalda.

—¿Qué haces llorando? —parpadea un par de veces, debe ser la primera vez que ve a un hombre hacer eso frente a él.

—No estoy llorando —es OBVIO que lo está, Arthur da la vuelta hasta verle de frente y él se limpia los ojos con las palmas de las manos y saca su pañuelo—. Eres un idiota —protesta.

—Tú más. No llores —pone los ojos en blanco.

—¿Por qué no? Es tu culpa —le fulmina.

—Porque eres un hombre y los hombres no lloran —asegura tal como le ha enseñado siempre su padre.

—Claro que si lloramos los hombres, ni que fuéramos de piedra —se suena la nariz.

—Solo los hombres débiles —niega con la cabeza.

—Eso es una estupidez —responde Francis aun dolido. Arthur pone los ojos en blanco—. Lo es, por completo, una absoluta estupidez. Como todas tus ideas preconcebidas del mundo —insiste el francés—. Los hombres lloramos, ¿qué acaso tú no lloras, tonto? —se le echa encima y le abraza.

El inglés se sonroja pero no se mueve ni le aparta, él le solloza encima apretándole con fuerza.

—¡Eh! ¡Ya vale! —protesta un poquito, pero sin moverse ni un milímetro.

—Es que tú quieres que me vaya —sigue el sastre haciendo drama.

—Es que... —nota que en realidad que ahora esté llorando sería bastante vergonzoso y haría que él pudiera humillarle con bastante impunidad, así que realmente no debía estar burlándose y... decide hacer como que no ha pasado nada—. Seguro Emily nos está esperando.

—No voy a irme hasta que no me des un beso —sentencia sorbiéndose los mocos.

—¿Q-Qué? —otra vez pillado por sorpresa. La historia se repite.

—Si me rompes el corazón, tienes que arreglarlo. Quiero un beso —le mira con los ojos brillantes de llorar. Muy serio.

—¡No te voy a dar un beso! —se sonroja.

—Entonces te lo voy a dar yo —decide yendo a por uno y Arthur se queda paralizado, eso sí, muy convenientemente.

Francis le besa con fueeeeeeeza abrazándole y Arthur se deja llevar poco a poco por ello. Tras unos segundos, se separan con los ojos cerrados.

—Quiero ir a volar contigo —sentencia el francés aun con los labios sobre los de Arthur, susurrando—, ¿me llevarás?

Este asiente un poquito, aun sonrojado y recibe una sonrisa como respuesta, apretándole más contra sí. Alguien golpea la puerta y los dos se separan uno de otro como activados por resortes.

—¿S-Sí? —pregunta el inglés nervioso de tener a Francis en su cuarto.

—¿Mister Kirkland? —pregunta la voz de Sesel—. Soy yo, Sesel... Emily pregunta si le falta mucho.

—Ah... ¡Ah! Sí, sí, claro. Ya vamos —responde y mira a Francis a ver si ya está listo. Le encuentra arreglándose la corbata y el pelo y estirándose la camisa. Sesel se pregunta a sí misma "¿Vamos?" Pero no comenta nada volviendo con todos.

—Vamos —Arthur hace un gesto para que le siga, yendo a la puerta.

Francis sonríe un poco y le da una palmadita en el culo justo antes de que la abra, pero cuando ya no va a detener el movimiento de abrirla, este da un salto y se sonroja, fulminándole.

El francés se ríe cerrándole un ojo, saliendo tras él y ahí van los dos en busca de Sesel que ya les están esperando en la entrada. Emily da saltitos y les saluda con la mano a los dos desde que van bajando la escalera. Arthur sonríe un poco y les dirige a todos a fuera donde Sesel ya se ha ocupado de que el carro les esté esperando para que no tengan que esperar ellos.

—Artie! Francis! —les saluda Emily siguiéndoles. Va vestida extrañamente, como si fuera a montar a caballo, con botas altas, una falda larga oscura y una camisa beige. Es un atuendo mucho más funcional que bonito y seguramente su madre se enfadaría mucho si tan siquiera supiera que lo ha traído a Europa. Arthur no se fija demasiado en realidad, mientras suben al carruaje.

Si Arthur creía que el incesante parloteo terminaría solo por cambiarse de ropa estaba equivocado. TODO el viaje Emily mira por la ventanilla y les explica cosas sobre el aire caliente que es menos denso que el frío.

Sesel la ignora como normalmente de esa forma en la que está especialmente entrenada para que no se entere, pero Arthur se ve forzado a escucharla, sonriendo un poco falsamente mientras piensa que nada de eso es realmente tan interesante y que ya lo ha entendido con el primer ejemplo.

Hasta que se detiene el carro y Emily se calla del todo bajándose la primera.

Arthur suspira agradecido y mira a Francis de reojo, quien sonríe satisfecho al notar que el británico parece no hacerle mucho caso a ella. Le extiende una mano a Sesel para ayudarla a bajar del carro. Ella le sonríe tomándosela.

El hangar es una gran construcción de madera y metal, se ve al fondo tras las alambradas. Hay algunos pabellones más esparcidos por el recinto y un guardia en la puerta en la que les ha dejado el carro.

Emily se acerca a la puerta decididamente y pregunta por el Señor Braginski.

El guardia hace un gesto de extrañeza con la cara porque no es como que suelan ir muchas mujeres a preguntar por él. Le pregunta su nombre y de qué le conoce, porque no se supone que puedan entrar civiles, pero no puede abandonar su puesto para ir por él.

Ella le explica que su nombre es Emily Jones y que le envía el coronel Kirkland a buscarle para una cuestión secreta y complicada. Que ha venido desde América a verle. Extrañamente le sonríe más conforme va hablando con más soltura.

El problema es que no hay ningún coronel Kirkland, porque Scott no es aun coronel, pero todo lo demás parece bastante más trabajo del que está dispuesto a tener, así que decide dejarles pasar señalando la cantina e informar a quien deba estar debidamente informado al respecto de la presencia de ellos ahí.

Ella es muy feliz cuando les dejan pasar gracias a su enorme labor de convencimiento. Se dirigen todos a la cantina, ella mirando a todos lados, deteniéndose el discreto sombrero... De manera extraña, en silencio.

Arthur mira a todas partes con curiosidad y al cruzar la mirada con Francis, se sonroja desviándola de nuevo. Francis también mira a todos lados acercándose un poquito al inglés y pensando que nunca, nunca seria soldado.

En el trayecto encuentran a dos soldados. Emily les pregunta por el señor Braginski. Todos insisten en la cantina y Arthur frunce el ceño pensando en si va a estar en condiciones de volar.

Así que llegan a la cantina con Emily de nuevo entrando antes que ellos. Francis sostiene la puerta a Sesel para que pase. Ella le hace una risita coqueta y Arthur frunce el ceño esta vez sí notándolo.

El lugar está limpio y ordenado, hay muchas cosas colgadas de las paredes, medallas, banderas, uniformes, pistolas y un sinfín de botellas tras la barra de madera y espejo. La luz es tenue y no hay mucha gente. Hay una gramola bonita y grande al fondo.

Emily mira a todos lados sonriendo y llamando la atención de todos los presentes, en especial por ser chica. Ya no digamos lo que hace Sesel que además es negra...

—Mister Braginski? —pregunta en voz bastante alta.

No hay respuesta, pero un hombre de unos cuarenta años, grande sentado en la barra con un abrigo largo marrón, un gorro de cuero con orejeras y gafas apoyadas en la frente se vuelve a ellos. El barman también les mira y luego al hombre de reojo. Emily bufa con una poca de impaciencia.

—¿Alguien sabe dónde está? Quiero encontrarlo —insiste ella en voz alta sin perder la sonrisa.

—¿Quién le busca? —pregunta el hombre, que además tiene una nariz grande y los ojos extrañamente morados y tristes.

—Yo, Emily Jones —le mira y se acerca un par de pasos a él.

—¿Con qué fin? —la mira de arriba abajo de una forma bastante evidente.

—El Zepelín —le escruta también entrecerrando los ojos porque no ve bien del todo.

—¿Qué puede querer una mujer con ese trasto infernal?

—Subir y volar —hace un gesto con a mano para describir el proceso.

—Bagrinski está en Moskba —responde en ruso volviéndose a su vasito de vodka, dando otro trago y acabándoselo. Emily frunce el ceño con esto y se le acerca del todo.

—¿Está qué? A mí me dijeron que estaba aquí —insite, frunciendo un poco el ceño.

Bagrinski se encoge de hombros sin mirarla, de cara a la barra. Emily se quita el sombrero y se sienta al lado de él.

—Moscba es Moscú? —pregunta de nuevo.

—Da —la mira de reojo. Ella niega con la cabeza y sonríe.

—Eso es mentira. Si estuviera ahí no me habrían dejado entrar. ¿Tú quién eres? ¿Cómo te llamas?

El hombre la mira de reojo, porque por lo general esto es suficiente para que la gente se vaya de su lado y deje de molestarlo, a veces aunque él no quiera. Parpadea un par de veces.

—Yo soy Emily. Ya te lo he dicho pero por si se te olvida —le extiende una mano para saludarle, sonriendo.

Bagrinski le mira la mano sin estar muy seguro de qué hacer con ella. ¿No que las damas hacían esos movimientos raros con las faldas?

—¿No sabes dar la mano o no me entiendes el inglés? —pregunta sin ser agresiva.

—Las mujeres no dan la mano así —explica.

—Ah, pues... Yo si la doy —se ríe un poquito. Él vacila un poco otra vez porque no solo no se ha ido corriendo, se está riendo. Le tiende su manaza enfundada en un guante negro de cuero.

Ella se la toma con seguridad apretándole con fuerza que, aunque seguramente no es ni por asomo la que tiene él, pero claramente no es ni por asomo la fuerza normal de una chica.

Él no aprieta ni hace nada, solamente ve lo que hace ella con postura de "esto no está sucediendo, no entiendo nada"

—Así que tú también eres ruso. Sigues sin decirme tu nombre —insiste, porque sabe que ella es buena con los nombres, le ayuda a recordar a las personas y organizarlas en su mente.

—Iván —susurra un poco.

—Iván —repite—. Muy bien. ¿Qué sabes del Zepelín? Quiero montar en él.

—No hace vuelos recreativos —recita como si fuera un texto aprendido de memoria.

—Pero este vuelo no sería recrea... Eso —parpadea apartando la mirada sin estar muy segura.

—No sería un vuelo militar, eso está claro —discute.

—Sería de... Investigación —decide, sonriéndole otra vez.

—¿Investigación de qué? —levanta las cejas y pregunta igualmente con curiosidad. Algo tiene el que le esté sonriendo todo el rato en vez de asustándose.

—De... Los militares. Una operación conjunta del gobierno británico con el americano —explica con una palmada, haciéndose una historia en su cabeza con asombrosa facilidad.

—No voy a inmiscuirme en el espionaje bélico. Trabajo para el ejército que me paga, pero no explico cómo hago mi trabajo —niega con la cabeza porque eso suena realmente a muchos problemas muy complicados.

—Yo puedo pagarte —decide ella notando más el problema, bastante lúcida.

—¿Tú? —niega con la cabeza.

—¿Por qué no? —inclina la cabeza.

—Es muy muy caro para un particular —suspira.

—No me importa. Es volar. ¡Volar allá arriba! ¿Cuánto te parece muy caro para hacer algo que solo pueden hacer los pájaros? —sigue, emocionada de nuevo. Bagrinski parpadea e inclina la cabeza con esas palabras que le llaman la atención, recordándole a si mismo de joven cuando empezó con lo de querer ser piloto—. ¿Cuánto cuesta entonces? Puedo pagarlo.

—¿A dónde hay que ir? —pregunta porque aún no entiende del todo las intenciones de esto.

—Al cielo. Lo más arriba posible —parpadea sin creerse esa pregunta.

—¿Al cielo? —le mira.

—Pues claro. Allá arriba. Hay que volar —señala hacia arriba.

—El cielo es el lugar por el que se va a otro lugar en el que se aterriza —explica como si fuera tonta.

—No me interesa aterrizar en otro lado —se ríe y le mira fijamente escrutándole—. Entiendo que el ejército lo use para eso, pero yo lo que quiero es volar.

—Entonces sí es un vuelo recreativo —sentencia volviéndose a su vaso.

—¿Importa eso? —se ríe un poco otra vez.

—No hago vuelos recreativos —repite, aunque es un tono un poco distinto al notar que ella se ríe porque nadie suele reírse a su alrededor.

—¿Por que? —frunce un poco el ceño con eso.

—Porque se convertiría en una atracción. Es muy serio —explica.

—Yo soy seria. Lo que me interesa es ver que realmente funciona como dicen que funciona —cambia su parecer a ver si así parece más convencido.

—¿Por qué? —la mira de reojo.

—Porque quiero ir más y más arriba, hasta la luna —sonríe un poco infantilmente.

—¿Lo que quieres es tener tu propio dirigible? —pregunta sin entender del todo.

—No. Quiero saber qué es lo que hay que hacer para ir a la luna. Debe poderse ir, lo que no sabemos es cómo. Si veo tu dirigible, me subo en él y floto en el en el aire, sabré si se puede ir así o hay que buscar otra manera —explica—. Tengo una idea. ¿Cuándo pensabas subir otra vez? ¿Hoy?

Bagrinski parpadea un par de veces pensando que eso no tiene mucho sentido y luego piensa que él construyó el dirigible en primer lugar por algo parecido.

—¿Qué idea? —pregunta con curiosidad.

—¿Tienes algún trabajo en puerta o algo que hacer con el dirigible hoy? —insiste ella.

—No te importa. ¿Qué idea? —responde bastante seco, porque se le da mal hablar con la gente.

—Si no tienes nada podrías hacer o decir que sí tienes, que es algo del ejército y llevarme a mí y a los míos en el como si fuéramos... Soldados —propone y hace una sonrisita que suele funcionar con su padre cuando le pide algo.

—Net. Eso haría que dejaran de pagarme si os descubren —responde secamente.

—No van a descubrirte. Además... No entiendo, ¿no es tu dirigible? —por alguna razón, ha entendido bien que este es Braginski, aunque no se lo haya dicho

—Da, pero ellos me pagan y no suelen gustarles los traidores y espías —explica, porque en realidad todos los asuntos militares suelen estar encubiertos por un montón de paranoia generalizada.

—No soy una espía —hace los ojos en blanco.

—Yo no lo sé —se encoge de hombros.

—Si lo fuera no estaría aquí directamente, habría ido a robarte el dirigible —expone, encogiéndose de hombros.

—Tal vez no quieras el dirigible, solo saber las maniobras para las que me han contratado —responde él.

—Tal vez quiera ser tu ayudante —le sonríe un poco e inclina la cabeza.

—¿Mi... ayudante? —levanta las cejas de nuevo sin esperarse eso.

—Sí —sonríe ampliamente de nuevo. Bagrinski se lo piensa y lo valora porque eso no suena tan mal, pero el problema es...

—¿Por qué una chica quisiera ser mi ayudante? —Inclina la cabeza.

—Porque quiero volar y descubrir cosas nuevas —responde encogiéndose de hombros sin hacer caso del asunto del género.

—Mmm... vale —decide él tras pensárselo un poco porque ella le cae bien y le recuerda de verdad a él de más joven.

—¿Vale? ¿Vale sí puedo ser tu ayudante? —levanta las cejas sonriendo esperanzada.

—Da —sonríe un poquito también apenas sin notarlo.

Emily sonríe y se le echa encima, abrazándole. Iván parpadea sin estar seguro de porqué ha dicho que sí ni qué hacer con ella ahora que le abraza. La cosa es que no lo tenía para nada planeado. Claramente ella tampoco tenía planeado conseguir ser la ayudanta del dueño del dirigible.