Lord Kirkland pasea preocupado por su despacho con un vaso de whisky en la mano cuando el menor de sus hijos golpea la puerta. Él la abre ya que estaba cerca de ella haciéndole un gesto para que pase. Bienvenido a otra charla padre-hijo. El escritor se pasa una mano por el pelo y mira a su padre con curiosidad.

—Siéntate —pide el mayor y ahí se va a hacerlo el chico. Lord Kirkland se pone en cuclillas frente a él, que parpadea mirándole—. Estoy preocupado.

—¿Por?

—Arthur, ¿sabes lo importante que es este contrato con Jones? —vuelve a preguntar un poco retóricamente como no ha dejado de hacerlo desde que le habló del compromiso por vez primera.

—Estoy tratándola bien —pone los ojos en blanco—. ¡Ella fue la que dijo que le gustaba la idea de volar y los dirigibles! ¡Ella pidió ir! ¡Pregúntale a Scott si no me crees!

Lord Kirkland bufa un poco frustrado porque a veces siente que habla en un idioma completamente distinto a su hijo menor.

—Maldit... —escupe enfadándose casi de inmediato, apretando los ojos y haciendo un sobre esfuerzo por no lanzar su vasito a la chimenea—. No estoy diciendo que no la estés tratando bien, ¿vale?

—¿Entonces?

—Esto va mal. Va mal y estoy nervioso y necesito... —se lo piensa un poco debatiéndose consigo mismo hasta que habla otra vez con cierta dificultad—. Arthur, necesito que me ayudes.

—¿En qué?

—Mister Jones no está cómodo aquí. Parece estarlo por momentos, pero me da la impresión que su mujer le come la cabeza. Tu madre no se entiende en lo ABSOLUTO con Lady Jones... Lo cual no mejora las cosas —expone con franqueza.

—Miss Jones parece tenerle mucho... miedo a su madre —nota. Lord Kirkland suspira y niega con la cabeza. Y no me extraña, es una mujer horrible, estuvo preguntándome un montón de cosas terribles y parecía no haber forma de cumplir sus expectativas.

—No valoré jamás esa pieza en mi tablero —se encoge de hombros—. Emily ayer noche parecía decepcionada de que no vinieras a cenar. Tampoco estabas al desayuno —mira su vasito y luego a él de nuevo—. Y aun así, creo que todo va a estar en manos de Miss Jones.

—Ah... ayer noche... —se sonroja un poco—. Me temo que se me hizo tarde cenando con el doctor Zwingli... ¿Padre? —se le ocurre otra cosa con eso y le mira.

—Estoy dispuesto a negociar. ¿Qué quieres? Qué es exactamente lo que puedo darte o hacer para que hagas esto bien —sigue en su línea de pensamiento.

—Padre, ¿alguna vez te has acostado con otra mujer? —pregunta él. Lord Kirkland se impresiona tantísimo que se cae de culo. Arthur levanta las cejas preocupado con eso.

—¿Qué?

—Me refiero a... además de Madre —le mira un poquito nervioso.

—N-No me... Pero... DESDE LUEGO que no sé ni siquiera por qué razón podrías insinuarlo. No. Nunca me he acostado jamás con nadie más, es... —le sigue mirando desde el suelo sin comprender de donde ha sacado eso.

—Oh... —susurra un poco decepcionado porque cree que habría sido un poco de justicia poética que su padre lo hiciera también y al final su madre y él se hubieran encontrado al final del camino prefiriéndose el uno al otro.

—¿Por qué podrías pensar que sí?

—Pues... ehm... bueno, tu matrimonio fue concertado y se oyen tantos casos últimamente entre ese tipo de parejas... —trata de explicarse.

—Yo quiero a tu madre. Y la respeto —añade para más inri.

—Lo sé, lo sé, pero a veces una cosa no quita la otra —se encoge de hombros.

—¡Como no va a quitarla! ¿Crees que tu madre...? —hace una pausa en mal lugar.

—¿Mi madre qué? —se tensa ahora.

—¿Tu madre pensará eso? —aclara.

—¿Qué? ¿De ti? No, no lo creo —niega rotundamente.

—Pues tú lo pensaste —le acusa, entrecerrando los ojos, pensando en si esto no tendrá que ver con él y esa supuesta otra mujer de la que está enamorado.

—Solo era una pregunta. Es como si te preguntara qué opinas de dos hombres que... se acuestan —no le mira a la cara.

—Una... ¡¿Qué?! —chilla un poco escandalizado. Arthur se sonroja—. ¿De qué me estás hablando?

—De... no lo sé, ¡solo son cosas! ¿Qué piensas? —no le mira.

—¿De dos hombres que se acuestan? ¿Conoces a dos hombres así? —pregunta con curiosidad, porque se oyen historias, pero nunca ha pensado que realmente fuera algo que sucediera de verdad, como las sirenas o los hombres lobo. No cree ni siquiera que existan realmente.

—¡No! ¡Claro que no! —se agarra con fuerza de los reposabrazos de la silla.

—No me he puesto nunca a pensar en la gente así. ¿Por qué estamos discutiendo eso teniendo un problema mucho mayor? —protesta a la falta de concentración de su hijo menor.

—¡Es nada más una pregunta! —chilla nerviosísimo. Lord Kirkland suspira, se recarga con los codos en el suelo y luego se acuesta mirando al techo en un intento por seguirle ja conversación ya a la desesperada. Cierra los ojos y se lleva una mano a la frente.

—Es... Un acto reprochable y antinatural de gente enferma —sentencia.

—Pues... —aprieta los ojos porque sabía que le diría eso, con un retortijón en el estómago.

—¿Qué puede orillar a un hombre a acostarse con otro? ¿Por qué hacer algo así? Habiendo tantas mujeres —insiste en preguntar.

—P-Pero... —se agarra más fuerte, ni siquiera sabe cómo se ha metido en semejante lío, ni como por un momento ha podido pensar en confiarle de verdad sus miedos.

Lord Kirkland, que sigue en esta posición COMPLETAMENTE atípica, recostado en el suelo por primera y única vez en su vida, se pregunta si esta conversación será parte de la negociación con Arthur para que haga lo que le pide con Emily. Aprieta los ojos pensando que es absurdo y tratando desesperadamente de averiguar qué quisiera Arthur que le respondiera.

—¿Tú... Qué piensas? —pregunta a su hijo, intentando sonar cómplice.

—¿Q-Qué? ¿Y-Yo? ¡Nada! —chilla sintiéndose acusado.

Quizás Arthur solo quería demostrar que podían hablar de lo que fue... Corta su línea de pensamiento con la respuesta levantando la cabeza un poco y mirándole.

El chico de sonroja y casi salta hasta quedar en cuclillas sobre la silla, pero el movimiento se queda a la mitad. Su padre parpadea deseando de todo corazón entender ALGO de esta conversación extraña.

—L-Lo que digo es que... tal vez es... una enfermedad que tenga... cura y... como enfermos esas personas merecen... compasión y... —la voz de Arthur va haciéndose pequeñita, pequeñita cuando su padre le mira y su vista baja a sus manos, que ha soltado de la silla y está ahora frotando nerviosamente.

Por extraño que pareciera, aun cuando Arthur era de sus hijos con el que menos se entendía, era siempre el que se las arreglaba para llevarle al límite y verle en las peores condiciones. Le había traído aquí para negociar en sus términos y ahora hablaban de enfermos homosexuales con él acostado en el suelo como si fuera un granjero. Respira en silencio, mirándole fijamente.

—C-Compasión. Sí, sin duda es... Algo que cualquier enfermo merece —responde el hombre no muy convencido intentando leerle y saber qué demonios piensa. Falla miserablemente pensando que era Brittany la que entendía a sus hijos. Piensa en volver sutilmente al tema importante—. Entonces, ¿cuáles son tus términos?

—¿Q-Qué?

El mayor resopla un poco porque de verdad no es tan simple estarle pidiendo unos términos sentado en el suelo.

—¿Qué quieres? —susurra.

—¿Qué quiero de qué? —Arthur está completamente perdido sin saber a qué se refiere su padre.

—¿Te estás burlando de mi otra vez? —pregunta irritado, sentándose, a punto de ahorcarle.

—¿Q-Qué? —se asusta un poco más, haciéndose bolita en la silla. Lord Kirkland prieta los puños con frustración. Arthur parpadea confundido y asustado.

—A-Aunque he leído que en la antigua Grecia esa era la forma aceptada de hacer las cosas... —susurra por algún motivo.

—¿Cuál forma? —pregunta sin entender nada.

—Q-Quiero decir, no puede ser que todos estuvieran enfermos entonces... —sigue, vacilando.

—N-No.

—¿No?

—Quizá se contagiaron entre sí.

—Oh... —traga saliva y se lo piensa.

—No parece natural que dos hombres hagan eso —sigue Lord Kirkland.

—Pero ellos lo consideraban así, entonces nos planteamos si realmente es una enfermedad física o solo una forma de ver el mundo —hace un gesto con las manos el escritor.

—Es una perversión —sentencia el adulto—. El sexo es principalmente para fines reproductivos y no se pueden reproducir dos hombres.

—Para... ¿fines reproductivos? —le mira, inclinando la cabeza con ese pensamiento.

—Tener hijos. Herederos. Una familia —aclara.

—Pero... ¿entonces solo te... acostaste con Madre tr... cuatro veces? —se rectifica a sí mismo. Lord Kirkland se sonroja un poco con esa pregunta y desvía la mirada hacia sus manos.

—N-No del todo... A-Aunque no creo que esa sea una pregunta apropiada —deben haber sido has diez o doce veces... Trece con la de ayer. No siempre se embarazaba. Cambia de posición en el suelo y se incorpora pensando que este es un precio muy raro para conseguir que Arthur haga lo que él quiere.

—Entonces... esas veces en las que lo haces por placer... o amor... o... —sigue planteando.

—No entiendo —confiesa—. No entiendo la pregunta, todas las veces fue por... —vacila sonrojadito—, eso.

—¿No decías que era con fines reproductores?

Lord Kirkland inclina la cabeza y le mira extrañado después de sacudirse los pantalones

—Siempre fue mí... Nuestra intención... Hacer crecer la familia. Cada vez fue con el mismo afecto y cada vez asumíamos que podía venir un chico o una chica más a la familia —parpadea aun sin comprender del todo la concepción que tiene su hijo de él.

—P-Pero ¿entonces nunca... nunca lo hiciste porque Madre te gusta o... la quieres? —acaba por preguntar, hecho un lío con sus propios sentimientos que en realidad le impulsan a hacer esas cosas con Francis sin NINGUNA idea en lo absoluto de hacer crecer la familia.

—¿Qué te preocupa? ¿Que Miss Jones no te guste o no la quieras? ¿Te preocupa no acostarte lo bastante? —pregunta Lord Kirkland porque esas preguntas de su hijo son muy difíciles. De verdad, MUY difíciles.

El escritor abre la boca como un pez con eso porque en realidad ahora mismo estaba preocupado por su padre y su madre.

—Todas las veces han sido porque tu madre me... Gusta y... —vacila porque Arthur es la única persona que le hace pensar conscientemente en ello y plantearse porqué hace las cosas o con qué frecuencia e incluso sus sentimientos hacia ello. Él quería a Lady Kirkland... O eso pensaba. ¿Sería que Arthur hablaba con ella y ella le daba otra impresión? ¿Pensaba en verdad que la engañaba?

—¿Y por qué le gusta? Ella no es una mujer tan joven ni tan bonita —pregunta, a pesar de que es respuesta le alivia bastante.

—Tu madre no será tan joven hoy, pero antes sí que lo fue —murmura como única respuesta pensando un poco en pánico que no sabe por qué le gusta. No sabe ni siquiera si le gusta. Es su esposa simplemente. Por eso la quería, por eso se acostaba con ella a dormir en las noches, por eso le gustaba. No se planteaba siquiera el que fuera bonita o no.

—Pero ahora ya no es la mujer que era antes, así que... ¿qué te gusta ahora de ella? —insiste, intentando hacerle sentirse atraído por ella.

—¡No lo sé! Que sea mi esposa, Arthur. Ser su esposo. No sequé es lo que esperarías que me gustara —aprieta los ojos tenso—. ¿Acaso tu madre te ha dicho algo? —porque además... Anoche. Anoche se acostaron, cosa sumamente extraña. Quizás había algo que no estaba haciendo bien o que sí estaba haciendo bien.

—Pues no lo sé, Padre, algo. La confianza, la complicidad y compenetración... que ella sea la única que sabe lo que piensas con solo una mirada y que tú hagas lo mismo que ella. Que sea la única persona capaz de verte de verdad, el hombre que eres detrás de tu máscara de perfección control y rectitud, la persona que te consuela en tus preocupaciones o miedos, con quien puedes ser tú mismo sin aparentar... —sigue explicando lo que él siente que es el amor, pensando en Francis y en que siente esa complicidad de la que habla independientemente de si es o no un chico o una chica o es guapo o feo o se conocen solo hace unos días.

Lord Kirkland le mira después de toda esa explicación pensando que sí que sería muy bonito que Lady Kirkland fuera todas esas cosas.

—Tu madre es la persona más cercana a mí —responde con voz suave. Imagínense que tan lejos tiene al resto del mundo.

—¿Pero hace algo de todo eso? —insiste el chico, preocupado.

—No lo sé —traga saliva tenso e irritado de que Arthur le ponga a pensar que su propio estable y feliz matrimonio tenga bastantes deficiencias

—¿Y no quisieras que lo hiciera? ¿No preferirías estar con alguien así aunque solo fueran un par de horas a la semana aunque no fuera tu esposa antes que... bueno, nada? —sigue planteando, preocupado.

—No lo sé —susurra un poco más angustiado de lo que quisiera—. Preferiría que tu madre... No lo sé. No sé qué me estás queriendo decir —probablemente seas tú, Arthur, con todo esto, el que lo ha visto de manera más transparente.

—No quiero decir nada, Padre, quiero entenderte para ser como tú y que mi vida me salga bien —asegura nervioso, bajando la cabeza.

—Quizás en esto no deberías ser como yo —responde sin mirarle pensando que esto es una clase de lección de vida de su hijo menor. Mira como tú haces las cosas MAL. No tienes ni siquiera una buena relación con mi madre y toda tu vida es un desastre.

—¡¿Y cómo quién voy a ser!? —exclama ahora asustado porque realmente su padre es su figura a seguir, a pesar de los defectos y deficiencias que, como cualquier persona, tiene.

—¿Desde cuándo estás siquiera remotamente interesado en ser como yo? —pregunta parpadeando.

—¡Pues eres mi padre! —exclama como si fuera evidente y ley de vida que actuara de este modo.

—¡Y hago lo mejor que puedo! —chilla Lord Kirkland sintiéndose un poco más presionado aun. Arthur se da un golpe con la mano en la frente—. ¡No sé qué demonios es lo que quieres! —sigue protestando—. No sé qué decirte, no sé nada. ¿Quieres comprobar cómo es que no funciona hacerlo a mi modo? ¿Quieres confirmarme que mi vida está mal? ¿Qué es lo que quieres?

—¡SÍ! —grita frustrado.

Su padre le mira enfadado porque él lo intenta y quería negociar. Arthur le mira frustrado, porque él le quiere y estaba intentando hacer lo que espera, con ganas de gritarle "Sí, tu vida es un asco, no conoces el amor, tu mujer te la pegaba con tu sastre, el resto de tus hijos son unos desgraciados que te odian porque les arruinaste la vida y tu hijo pequeño es homosexual... y tú NUNCA serás lo bastante fuerte y valiente para aceptar todo eso".

—¿Qué quieres que haga? —insiste su padre, que es como golpear una roca.

—¿Hacer de qué? —sigue gritando un poco Arthur, por culpa de la adrenalina. Lord Kirkland hace os ojos en banco.

—No se puede hablar contigo, ni negociar contigo —responde frustrado.

—¿Negociar qué? —vuelve a preguntar sin entender, calmándose un poco.

—No me has puesto atención, te he dicho ya que todo esto es un problema y que sigo necesitando que hagas esto. ¿Qué qué demonios quieres a cambio? —vuelve a preguntar.

Arthur se humedece los labios y le mira fijamente unos instantes valorando de verdad sus palabras y teniendo una idea. Lord Kirkland se revuelve en su lugar tratando de volver a enfocarse en lo VERDADERAMENTE importante que es este negocio con Jones. Es lo único que si puede arreglar.

—Voy a casarme con ella como tú quieres y a conseguirte esa firma —establece. El adulto levanta las cejas y le mira tranquilizándose un poquito—. Una semana más tarde huiré. Puedes inventar la excusa que más te convenga para ella y sus padres. Yo la corroboraré siempre que me mantengas una pensión que ingresarás en mi cuenta del banco. Nadie sabrá donde estoy ni me perseguirá. Vendré a ver a Madre una vez al año, en su cumpleaños y no se me harán preguntas al respecto de nada de esto —añade muy serio y convencido.

—¿V-Vas a qué? —pregunta tomado por sorpresa, levantando las cejas.

—Huir... marcharme. Puedo irme de la ciudad o tal vez del país, no lo he decidido —aclara tajante, con voz mesurada y convencimiento.

—Vas... A... ¿Irte? —Lord Kirkland se humedece los labios.

—Sí. Sin Miss Jones —asiente. El padre abre la boca para decir algo y luego la cierra.

—Hace un minuto has dicho... —cierra los ojos y niega—. Olvídalo. Retírate.

Arthur le sostiene la mirada un instante y se sonroja con lo que hablaban hace un minuto. Sale CORRIENDO.

Lord Kirkland se lleva las manos a la cara y aprieta los ojos con fuerza, pensando en todas las implicaciones de todo esto, deseando realmente que existiera alguien que pudiera verle a él de verdad, el hombre detrás de la máscara de perfección, control y rectitud. Alguien que le consolara ahora que tiene miedo de no tener una buena vida, de que su hijo menor huya una semana después de casarse a saber dios donde o por qué, que le ayudara seriamente a sacar a Wallace del alcohol, de arreglar a Patrick y a Scott que sabe que no son felices. Él era el titiritero... Y movía los hilos a donde no debía moverlos.

Arthur corre a su cuarto sin poder creer que le haya dicho eso a su padre, seguro iba a acecharle toda la cena y a gritarle en cuando tuviera la más mínima oportunidad.

xoOXOox

El Doctor Zwingli es el primero en tocar la puerta de casa del Coronel, sonrojadito y serio.

El mayordomo de la casa, con un impoluto traje negro, guantes y pajarita blanca es quien les recibe junto al ama de llaves en un atuendo a juego pero femenino. Ambos con el uniforme recién revisado así que en perfectas condiciones de revista.

—Ah, buenas tardes —saluda el doctor haciendo un gesto con la cabeza y sonrojándose un poquito más antes de moverse un poco para que su mujer entre a la casa por delante de él.

La señora Zwingli es una mujer rubia de ojos verdes, usa el pelo corto recogido en una cinta verde del mismo color que su vestido. Arruga la nariz y con cara de bastante desagrado entra a esta casa protestando por lo bajo a su marido el haber tenido que llegar tan temprano. No odiaba del todo estos eventos, de hecho justamente eran estos eventos los que le daban cierta vida, sin embargo... Su marido era obsesivo y del todo ridículo con querer llegar a esta hora cuando seguramente no había nadie aún.

—Los señores les esperan en la sala, si nos dejan los abrigos —responde amablemente el mayordomo.

El doctor se quita el suyo esperando que su mujer haga lo mismo sin ayudarla con galantería, se pone visiblemente más nervioso con la mención de "los señores", detestando y agradeciendo esta cena por partes iguales.

El ama de llaves es quien se hace cargo de las prendas mientras el mayordomo les guía hasta la estancia adecuada por los pasillos cubiertos de alfombras con recargadas lámparas colgadas de la pared y grandes cuadros enormes de batallas pasadas.

El doctor lo mira todo un poco de reojo. No es la primera vez que está aquí en un evento como este, sin embargo no deja de sentirse un intruso excesivamente cínico aquí dentro.

—¡... podría llenar varios palacios con las cosas que tú detestas! —empieza a oírse la voz crispada del coronel Beilschmidt desde el pasillo.

Y a la vez, el médico se pregunta si esta pudo haber sido su casa... De haber coincidido mejor en el tiempo. Se sonroja más con esa idea sin hacerle el más mínimo caso a su esposa y se tensa como un palo cuando escucha el tono de voz del coronel. Casi... casi se siente en el aire la brisa que provocan las pestañas de la soprano cuando pone los ojos en blanco.

—¿Ves? Te dije que era absurdo llegar los primeros, siempre tenemos que llegar a barrer —sigue protestando Lady Zwingli mientras el camina con paso firme hacia el lugar de donde sale la voz.

El mayordomo abre las puertas de la sala, los anfitriones están sentandos cada uno en una butaca, frente a frente con una mesita de té entre ellos. No tienen las butacas más alejada una de la otra porque sería raro.

Lady Zwingli se sonroja un poco cuando les anuncian, por la incomodidad de interrumpir una discusión y al doctor la vista de la soprano le roba por completo el aliento quedándose unos instantes con la boca abierta antes de recomponerse y acercarse al coronel, que en realidad se levanta muy agradecido de que ya haya llegado alguien más.

—Coronel —es el saludo escueto del doctor extendiendo la mano hacia él.

—Doctor —se la aprieta y sonríe porque aunque no le cae muy bien, acaba de salvarlo de una discusión eterna con su mujer.

—Gracias por recibirnos, buenas noches —no sonríe demasiado—. ¿Cómo está, Coronel? ¿Cómo va la salud de su mujer?

—Bien, bien... ella... pues mejor lo sabe usted que yo. Frágil seguro. Y aun así no se muere la condenada —se ríe. El rubio le mira y le medio fulmina sin que le haga gracia el chiste.

—Trabajo que cuesta, coronel. En efecto es frágil. Las discusiones y gritos no ayudan en nada.

—Eso vaya a decírselo a ella —ojos en blanco.

—Ya se lo he dicho también, cada vez que la consulto —carraspea—. Ehm... Bonita casa la que tienen.

—Gracias —sonríe de nuevo—. ¿Y? ¿Cómo está usted?

—Ehhh... Bien. Bien. Con mucho trabajo, ya sabe... Los casos de tos en esta época del año —mira a la soprano de reojo un instante, se sonroja y vuelve a mirar al coronel—. Pero en términos generales, bien.

Ella está ahora hablando cordialmente con Lady Zwingli con un cinismo ejemplar. El doctor carraspea sin saber cómo es que lo consigue, ¡MALDITA!

—¿Qué tal el ejército, coronel? ¿Algún conflicto inminente en puerta que haya que temer? —intenta el ahora cambiar el tema.

—Ah, no se nos permite hablar de esas cosas para no alertar a los civiles, pero siempre hay algún conflicto latente. Mire, venga —le pide para que le acompañe a un mapa de Europa colgado en la pared y explicarle los movimientos políticos de los países en la actualidad.

Vash se va detrás de él, mirando otra vez de reojito a la esposa del coronel, volviendo a pensar que esto es DEMASIADO cínico para su gusto. No esperaba que estuvieran los cuatro a solas. Además está el asunto de que... No la ha saludado. Saludarla le pone nervioso, pero no saludarla también.

Ella está ofreciendo con naturalidad, algunos de los refrigerios que ha entrado uno de los valets y Lady Zwingli, para colmo, los está comiendo, riendo un poco, tan relajada con la soprano. Hasta se está pensando en invitarles a cenar un día de estos a su casa.

Por supuesto Lady Beilschmidt, como es cuando no está a solas con el doctor o en el escenario, se ríe con ella hablando de cualquier tontería sobre decoración de interiores.

El doctor sigue catatónico y súper tenso con esa actitud. En realidad él está tensísimo sin saber qué hacer más que asentir a lo que dice el coronel, muy de acuerdo con la política exterior que tomarán contra los bárbaros germánicos del Sur.

Tras lo que a ojos del doctor parece una eternidad, es que suena el timbre otra vez, este se gira a la puerta como agua de mayo cuando el mayordomo anuncia al señor Wallace Kirkland y esposa, deseando que esto sea un poco menos tenso si hay más gente involucrada.

Se separa un poco del mapa que le está mostrando el coronel esperando a que vaya a recibir a sus invitados y evitarse él el seguir teniendo que hacerle conversación.

En cuanto el Coronel se dirige a saludarles, Lady Beilschmidt se acerca al doctor con una copa en la mano, dando suaves sorbos.

—Lady Beilschmidt... —susurra el doctor sonrojándose—. Buenas noches.

—¿Cómo se encuentra, Doctor Zwingli?

—Claramente no mejor que usted, señora —protesta un poquito mirándola de reojo—, tampoco mejor que Lady Zwingli que parece estar pasándolo muy bien.

—Seguro se debe a que ha estado usted hablando con mi marido.

—En realidad... Sí y no. Más es su propia tranquilidad lo que me tiene intranquilo, aunque claramente es usted una dama que nació para actuar en un escenario.

—¿Le pone intranquilo mi tranquilidad? —pregunta un poco divertida con ello.

—Me pone intranquilo la situación —la mira un poco mejor.

—Es normal —sentencia negando con la cabeza, como si fuera obvio.

—Lo es. Debí escuchar por una vez a mi esposa y no haber llegado a tiempo —se lamenta.

—Es una mujer muy inteligente... y encantadora —sonríe, nadie podría asegurar si no es en serio.

—Muy inteligente y encantadora... Vive con ella un día y verás que encanto tiene —murmura y aprieta los ojos—. ¿Sabes que me dijo a mí tu esposo? —baja la voz—. Que eras muy débil pero no te morías.

—También es todo un caballero —eso suena más sarcástico.

—Podría retarle a un duelo, ya te lo he dicho. Un día va a lastimarte —insiste, preocupado.

—Sería tremendamente entretenido pasar a ser viuda —comenta cínicamente, sonriendo de lado como siempre que tienen esta discusión, porque desde luego que no van a batirse en duelo como si esto fuera una novela barata exageradamente melodramática.

—No hay necesidad de abusar del sarcasmo —protesta el doctor mirándola de reojo—. Qué... ¿Qué te dijo mi esposa?

—Alababa mi buen gusto decorando y comentaba lo feliz que ha estado usted todo el fin de semana —añade sabiendo que el último encuentro de los dos fue el viernes.

—Suele quejarse de mi simplicidad —levanta las cejas y se gira sobre sus tacones para mirarla de frente—. ¡No es verdad que ha dicho eso!

Ella se ríe suavemente y le da un sorbito a su bebida.

—Ni que hubiera estado TAN de buen humor —murmura en protesta cruzándose de brazos toooodo sonrojado y luego cae en la cuenta de algo mirándole de reojito—. Y tu marido no me ha dicho nada de que tu estuvieras de buen humor... al contrario.

—¿Eso te preocupa? —vuelve a sonreír un poco maligna, mirándole con los ojos a media asta.

—Desde luego —suelta sin pensar y luego aprieta los labios—. Es decir... E-Esperaría que al menos un poco de... algo...

—¿Algo de qué? —pregunta cambiando el peso de pie y dibujando un círculo en el aire con su copa, sujetada por dos dedos de largas y limpias uñas.

—Cierta alegría o buen humor... Cualquiera diría que lo pasa usted mal —murmura sin mirarla.

—¿Y cómo planea resolverlo? —pregunta ella sí mirándole de reojo con cierta sonrisita. Él carraspea un poco porque las opciones son siempre mucho más limitadas de lo que quisiera. Aun así...

—Leí de un tratamiento nuevo para la tos y el fortalecimiento de los pulmones... Creo que debería comentarlo con su marido —murmura mirando la copa en sus manos y sus delicados dedos. Se emboba un poquito.

La soprano se humedece los labios porque no era de eso de lo que estaba hablando ella.

—Por supuesto —deja de sonreír un poco. El doctor levanta la vista conociendo perfectamente bien el cambio de tono.

—Implica nebulizaciones diarias que tendrían que hacerse en mi consulta —carraspeo—, y que me permitirían revisar su progreso y hacer... Ehm... "Algo al respecto".

—Entiendo... —vuelve a sonreír un poco, porque eso suena mejor—. Aunque no creo que sea el mejor momento.

—Ah... ¿No? —levanta las cejas y cambia el peso de pie sonrojándose otra vez bastante con esa respuesta.

—No deja de preocuparme el asunto del sastre —susurra, él aprieta un instante los ojos.

—No debí preocuparte con ello —susurra de vuelta dando un pasito atrás por si acaso están muy cerca. También le preocupa y es perfectamente razonable que quiera alejarse un poco hasta que la idea se enfríe.

—No, pero advertirme fue lo más razonable e inteligente —se separa ella también yendo a saludar a alguien más con naturalidad ya que han llegado unas cuantas personas más desde que se acercó a saludarlo.

El doctor la mira irse consciente de que esta había sido la ración de charla de la noche especialmente para como estaban las cosas y justo a lo que había venido. Hubiese querido alargarla un poquito más porque esta vez no sabía cuánto tiempo habría antes de volverla a ver en privado. Bufa un poquito y saca su reloj pensando en cuantas horas faltan antes de poder sacar a rastras a su mujer de este lugar.

Cuando un niño pequeño se planta a su lado, inclinando la cabeza y dice "hola!". Tiene el pelo blanco y corto como el del coronel, con un par de mechones largos, trenzados a la nuca y un atuendo bastante raro consistente en unos pantalones bombachos, unas medias de color mostaza y una boina. Le mira con unos ojos grandes y violetas como los de su madre.

El doctor parpadea un par de veces y se le seca un poco la boca, reconociendo los ojos inconfundibles y, más atrozmente, el pelo blanco. Hace un buen tiempo que no le ve... El niño es bastante sano.

—Ahm... Hola.

—¿Quién eres tú? Yo soy Gilbert.

—El Doctor Zwingli —responde aun impresionado con los ojos violetas. Se humedece los labios y le tiende la mano agachándose un poquito—. Estás muy grande ya, Gilbert.

—¿Eres el médico? Mi mutter siempre está enferma —responde bajando un poco la cabecita.

—Sí, soy su médico y lo sé, yo siempre la cuido para intentar que no lo haga... Aunque su salud es frágil —responde perfectamente ensayado.

—Yo no me pongo enfermo, mi papá dice que así podré ir a la guerra de más mayor. Iré y pintaré las batallas.

Vash parpadea un poco y se pone en cuclillas .

—¿Pintarás las batallas?

—Sí. Como esas —señala los cuadros de las paredes. El adulto los mira de reojo y sonríe muy levemente pesando que es digno de su madre el querer ir a la guerra a pintar las batallas, no a pelearlas.

—A tu madre le gustará esa idea —asegura.

—¡Sí! —exclama emocionado—. ¿Quieres ver mis dibujos?

El doctor vacila un poco preguntándose si hay algo malo en ello... Y concluye que sea como sea prefiere pasar tiempo con el niño que con la alta sociedad inglesa.

—Sí que quiero verlos —asegura asintiendo. El pequeño Gilbert le toma de la mano para llevarle a su cuarto, no sin que su madre note el movimiento cuando abandonan el salón.

Scott Kirkland se acerca a saludar al coronel cuadrándosele con el saludo marcial de una forma tan exagerada que hasta podía entreverse el tono irónico del movimiento. Wallace que, vasito de whisky en mano, era quien conversaba con el coronel le hace los ojos en blanco en desaprobación.

El coronel no se entera del matiz y le devuelve el saludo. Scott le sonríe a su hermano quien a pesar de todo le sonríe un poco de vuelta cuando nota que el coronel no se ha enterado, negando con la cabeza.

—¿Y cómo están en esta preciosa noche? —pregunta el pelirrojo.

—Estábamos un poco mejor hasta hace un minuto —responde Wallace dando un trago a su vaso.

—Eres un caballero, hermano mío —replica este y el Coronel empieza a hablarles de nuevo de cosas del trabajo, en especial de tener a Scott para comentarlas.

Las esposas de los hermanos Kirkland conversan entre ellas de temas de la familia, es decir, ponen verde a Patrick Kirkland y comentan lo mal que se viste su esposa aprovechando que aún no ha llegado. Por lo visto tampoco les cae en mucha gracia Emily Jones ni la madre de esta.

Al escuchar el chismecito y los susurritos, a Lady Zwingli se le activa la neurona femenina chismosa dejando de intentar hablar con la condesa de Canterbury que no escucha nada de nada. Se levanta de su lado y se acerca a ellas sonriendo.

—Ah, Bella —saluda la mujer del mayor de los hermanos Kirkland sin sonreír demasiado, aunque claramente poco agresiva, es rubia ceniza con los ojos azules, lleva el pelo peinado hacia atrás de una forma compleja y cara perpetua de pocos amigos.

—Buenas noches, Miss Zwingli —saluda la mujer de Wallace, ella sí sonríe un poco más, aunque tampoco no mucho. Tiene el pelo muy rubio y claro y los ojos violetas. Un par de pasadores le sostienen el flequillo fuera de la cara.

—Las chicas Kirkland. ¿Dónde dejaron a la tercera? —pregunta ella dándole un beso a cada una como saludo.

—Patrick no es un hombre especialmente cumplido para estos asuntos... y ahora vamos a tener una cuarta, ¿lo sabías? —asegura la correspondiente a Wallace, llamada Sigrid.

—Algo había oído pero quise confirmarlo con ustedes antes de estar segura. ¿Una chica americana, verdad?

—Sí —asegura escueta Marlijn, la mujer de Scott.

—¿Y ya la conocen? ¿Qué tal es?

—Hemos comido con ella un par de días —pone los ojos en blanco Sigrid.

—Es ruidosa —asegura Marlijn.

—Ruidosa. Que desagradable —arruga la nariz Lady Zwingli e igual hubiera protestado le hubieran dicho lo que le hubieran dicho—, pues a mí mi marido no me ha contado nada de ella, ni de lo que dice Arthur al respecto. Dice que no sabe nada pero yo estoy segura de que algo debe haberle contado de su futura esposa.

—¿Arthur? Está completamente desaparecido. Aun gracias que vino ayer a comer.

—¿Desaparecido? Pero es su prometida, ¿no? ¿No ha estado con ella todo el tiempo?

Marlijn niega con la cabeza.

—Es peor que Patrick —sigue Sigrid—, una pena porque me caía bien —lo cual es raro como pocas cosas.

—Vendrán luego —asegura la mujer del primogenito.

—¡Peor que Patrick! ¡Que terrible!

—En fin... —Sigrid suspira poniendo los ojos en blanco y cruzándose de brazos. Marlijn sigue mirando Bella con la cara menos de asco, porque ella le cae bien y a veces su cuñada es un poco demasiado víbora en su opinión.

—Por lo menos desvía la atención de Lady Kirkland —asegura la segunda, porque ella es la que sufre más su ira al ser la esposa del mayor o "la bruja" como la llaman sus nueras. Aún no saben si podrán incluir a Emily en esa élite.

—Pues no se realmente como va a terminar eso. Espero que bien para todos. Ya sabemos que Arthur nunca ha sido muy sociable —la esposa del doctor se encoge de hombros mirándolas con sus ojos verdes—. Y quizás finalmente haya alguien a quien Lady Kirkland considere peor.

Marlijn hace su sutil mueca de sonrisa con eso.

—A mí eso no me preocupa demasiado, ella es la mayor damnificada en eso —la señala Sigrid.

—Belbel, ¿Puedo hablar contigo un momento? —pregunta Marlijn cambiando de tema y Sigrid bufa hastiada.

—¿Otra vez con eso? Mira que llegas a ser inconvenientemente insistente —protesta antes de marcharse de ahí.

—Ahora nos vemos —Lady Zwingli le hace un gesto cordial con la cabeza a Sigrid antes de girarse con Marlijn con curiosidad—. ¿Qué pasa?

—Hay un local, pasé el otro día por delante acompañando a Scott y menos mal que iba con él —empieza a describir con un claro tono de desprecio en su voz.

—¿Un local? ¿De qué? —pregunta Bella con curiosidad.

—De comidas. Es para el vulgo pero está abierto en Londres. Es completamente insalubre estoy segura —Marlijn hace un gesto con la mano sentenciando su opinión. Bella Zwingli arruga un poco la nariz pero le mira y sonríe de lado.

—¿Y qué tiene de maravilloso que vas a arrastrarme hasta allá? —pregunta suspicaz.

—¡Dios me libre de arrastrarte a ello! —se sonroja un poco porque sí tiene algo maravilloso y la enfada mucho porque... no está para nada a su alcance y no puede dormir—. Lo regenta un... hombre, moreno y de ojos... bueno, no me he fijado tanto, debían ser verdes o algo así. No es importante.

—¡Oh, Marlijn! —Bella se ríe un poquito—. Incluso te has sonrojado un poco. Quiero conocer... El lugar.

—No, no quieres. Es el hombre más sucio y más insoportable que existe. Es idiota y descarado y un desastre en general. Creo que tu marido debería ir ahí y ver si no podemos denunciarlo para que obliguen a cerrar ese tugurio —sigue, sonrojándose más.

—¿Todo eso puedes decirme solo de pasar por fuera del brazo de Scott? —se muerde el labio para no reírse y piensa un poquito en ello—. Creo que sí puedo decirle a Vash.

—Pues se le veía claramente —responde tan estirada, ella le sonríe un poco.

—Sin embargo... Bueno, ya sabes cómo es de pesado mi marido. No puedo decirle que vaya a hacer nada de sus actividades de medico sin que me cerciore yo bien que no va a perder su valiosísimo tiempo —empieza, con absoluta intención de acompañar a su amiga a saber más de todo este asunto tan interesante. Marlijn levanta una ceja y Bella se encoge de hombros—. Vas a tener que llevarme a conocerle.

—Pero... —vuelve a sonrojarse.

—¿Pero no me has dicho que hay que cerrar este sitio? —insiste Lady Zwingli.

—Sí, pero... —se revuelve.

—Pero nada. Vamos mañana —decide, tan entretenida.

—Yo no voy a comer ahí —aparta la cara, sonrojada.

—No, no, no... Ni dios lo quiera. Solo a ver —asegura asintiendo con la cabeza, tranquilizándola.

—No me parece la mejor idea de todos modos —la mira mordiéndose el labio un poco preocupada.

—Ah ¿No? ¿Por? —pregunta con curiosidad, inclinando la cabeza.

—No está en un barrio muy respetable —responde carraspeando un poco con la única excusa que se le ocurre.

—¿Y qué hacías caminando con Scott por ahí? —frunce un poco el ceño.

—Scott, que se mete en unos lugares —ojos en blanco y ¡los lugares en los que se mete que tú no sabes!

—Iremos en mi carro entonces, dejaré al niño con su abuela, nos vestiremos con simpleza e iremos allá a conocer al... Joven —decide, sonriendo un poco, porque evidentemente esa es toda la atracción del asunto.

—¡El joven! No se merece tanta atención —protesta un poco escandalizada y más con lo rápido que Bella ha entendido la clave del asunto.

—Pues como esperas que le diga, querida —se ríe un poco.

—No es por cómo le digas, es la atención —sigue sonrojada.

—Podemos no ponerle ninguna atención e ir al local, que en realidad es lo que vamos a ver —propone inclinando la cabeza a ver si con este eufemismo la excursión suena más tranquilizadora.

—Exacto —asiente Marlijn levantando la cabeza con los ojos cerrados, muy digna. Bella le sonríe.