En otro lado de la habitación, Sophia Beilschmidt nota que su hijo se lleva al doctor y tras una educada pausa de unos minutos, se disculpa con su interlocutor para ir tras ellos.

Llega a la habitación mientras el pequeño Gilbert le muestra algunos dibujos bastante buenos, aunque infantiles, de motivos de jardín y de su familia al doctor.

—Oh, mira... Esta es tu mamá y tu papá. Y esta es tu casa.

—Kugel... ¿estás molestando al doctor? —pregunta la cantante de ópera, para su hijo, utilizando el sobrenombre cariñoso que tiene desde que estaba en su útero, en su idioma materno, siendo que significa "Bola" en alemán, viendo la escena en el tranco de la puerta.

—¡No! —exclama él escondiendo los dibujos a su espalda. El doctor pega un saltito y se gira a la puerta.

—Ve a por tu aya, venga —da un par de palmadas—. Y a dormir, no te quiero merodeando en la sala con los invitados.

Gilbert recoge sus dibujos corriendo como accionado por un resorte.

—Muchas gracias por mostrármelos... Gilbert —susurra el doctor sonrojándose un poco y tragando saliva.

El pequeño se acerca a su madre, ella le hace un gesto con la barbilla y las cejas para señalarle al doctor, sin sonreír.

—Muchas gracias por sus amables palabras, disculpe si le he molestado y buenas noches doctor —recita él.

Vash parpadea con todo esto notando claramente que Sophia le tiene literalmente entrenado para esto. Ella asiente sonriendo un poco, complacida con ello y se agacha para que le dé un beso en la mejilla. El niño lo hace y le da las buenas noches en alemán a ella antes de irse corriendo.

El doctor Zwingli sonríe un poquito con eso pensando en que Sophia se ve hermosa como madre. Los ojos violetas miran al muchacho marcharse y luego se vuelven al hombre, mirándole con intensidad.

Él vacila un segundo y da un paso hacia ellos. La cantante se muerde el labio y cierra la puerta de la sala de juegos de su hijo a su espalda apoyándose sobre ella por si acaso alguien quisiera abrirla poder sentirlo enseguida.

Otros dos pasos hacia ella como atraído por la fuerza de gravedad pensando que esta es una muy muy mala idea. Pero... Ella tiene la misma mala idea tomándole de la ropa y atrayéndole hacia sí.

Vash se pone un poco de puntas, levanta la barbilla y va directamente a darle un beso, abrazándole de la cintura. Es exactamente el mismo movimiento que hace ella, pensando que tal vez si estuvieran casados no harían otra cosa en todo el día.

—Sophiaaaa —susurra cuando se separan apretándola contra él—. ¿Estás bien?

—Nunca... —el drama.

El doctor vuelve a darle un beso suave, más rápido y a acariciarle un poco la espalda. Ella en cambio vuelve a casi comérselo y lamenta mucho no tener nunca más tiempo para hacer esto.

Es que además le VUELA la cabeza al doctor, derritiéndose en el beso, queriendo más y planteándose con el pequeño pedazo de cerebro que le queda, que tan factible es que rápidamente tengan más más.

Imposible. Además, no quiere que a él se le note en los pantalones frente a todos incluidos su esposa, el coronel y el sastre. Por eso a la siguiente se obliga a girar la cara y recibe a cambio una protesta frustrada.

Ella aprieta los ojos pero se mantiene estoica con esto. Él suelta e aire y levanta la mano acariciándole la mejilla.

—Estas bien, estamos bien. Me gusta estar aquí y conocer a otra versión tuya en pequeño —suspira un poco derrotado, pero entendiendo bien lo que hace.

—¿En pequeño? —le mira de reojo tardando unos instantes en imaginar de qué habla—. ¿Gilbert?

—Tiene tus ojos. Son idénticos. Si Lily se pareciera tanto a ti... —susurra y la mira a los ojos.

—Sería un problema —sonríe pesadamente.

—O no. Podría haber pasado como hija tuya y del individuo que tienes como marido —valora el doctor. Ella suspira y sonríe con esa idea, porque habría sido bonito, aunque no está segura de preferir que Lily hubiera crecido creyendo ser hija del coronel—. Se ve usted preciosa hoy

—Ella quiere ser médico, como tú. Piensa que así podrá cuidarme —comenta acordándose de repente.

—Cuando yo no esté ella podrá hacerlo —traga saliva—. Si quiere ser médico yo me encargaré que lo sea... Aunque creo que vas a decepcionarla. En realidad no eres TAN enfermiza.

Sophia se ríe.

—Puede que se sienta un médico excelente... De manera sorprendente mejorarías bajo su cuidado —sonríe un poco, ella se ríe un poco más y niega con la cabeza.

—Tal vez pueda mandarla de aprendiz contigo algunos días después de clase antes de que crezca lo suficiente para ir al college —propone porque le gustaría que pudiera pasar tiempo con su padre también y le conociera para que tuvieran una relación de calidad a pesar de los problemas.

—Tal vez mi mujer no sea tan suspicaz... Lily se parece a mí bastante más de lo que es conveniente —suspira él, porque también le gustaría, pero siempre llegan a la misma discusión.

—Entonces prométeme que tendrás una conferencia muy importante a la que asistir en Paris durante mi próxima gira por el continente —pide tomándole la mano y acariciándole un poco con los dedos.

—Si no hay una, la habrá. A momentos estoy convencido de no pasar suficiente tiempo con ella... Y menos aún con las dos —asegura, en la misma línea de pensamiento, mirándola a los ojos.

La soprano asiente a eso pensando en lo bonitas que serían unas vacaciones en familia en Paris, sin su marido, ni la esposa del doctor y hace para separarse un poco, soltándole la mano porque ya deberían volver a la fiesta y ella tendrá que pasar a retocarse el maquillaje SEGURO, pero él no la deja separarse, deteniéndola con suavidad y a la vez cierta firmeza.

Le mira al sentir que es reacio y vuelve a darle un beso inevitable. Así que se lo devuelve abrazándola una tercera vez.

—Sigo aquí —susurra con los labios sobre los suyos acariciándole la mejilla—, cuidándote aunque sea a lo lejos.

—Got sei danke —susurra apretándole un poco más. Vash sonríe un poco agradecido de que haya venido tras él, considerablemente de mejor humor del que estaba antes de su encuentro con Gilbert. Le acaricia un poquito más y hace por separarse.

—Vamos...

Le suelta ahora sí apartándose para que pase él primero, quien se arregla un poco el pelo y se limpia la boca de labial relamiéndoselo un poco porque sabe siempre a... ella.

—Te veo en el salón —hace una breve pausa y se sonroja un poco—, Sophia.

—Buenas tardes, Vash —responde ella sonriendo un poco antes de dirigirse al baño.

Él vuelve al salón sonriendo levemente, sonrojadito, esperando no encontrarse a nadie (como al coronel... O a su esposa) en su trayecto, aun con su sonrisita, se detiene un poco al pasar frente a un espejo y se acerca a él notando que aún tiene un poco de labial corrido en la comisura de los labios.

—Ah, doctor Zwingli —se acerca a él el coronel mientras está en el espejo. El doctor pega un graaaaan salto y se gira a él pegando un poco la espalda contra el espejo.

—Co-Coronel —balbucea completamente culpable y atrapado.

—¿Qué ocurre? ¿Se ha manchado con algo? —frunce un poco el ceño el militar al notar que está intentando limpiarse.

—Si co-co-con... Con... Con vino —miente tras vacilar, traicionado por el miedo.

—No parece vino, tome —saca su pañuelo para prestárselo.

El doctor parpadea y es que... Es que es DEMASIADO cínico dejarle el pañuelo manchado con lápiz de labios de SU ESPOSA, sabiendo además que él mismo muy probablemente no va a poderlo poner ahí. Entra un... poco en pánico.

—No, no es mí... No se moleste, tengo el mío a-aquí —"que por regla general NO PUEDO manchar con labial de Sophia", piensa para sí sacándolo torpemente de su bolsillo... Y tirándolo al suelo.

—Pero hombre, no se apure y tome el mío —se ríe un poco tendiéndoselo con insistencia. No le queda más que tomar el del Coronel... Y a la vez agacharse y tomar el suyo.

—Parece usted sumamente nervioso, ¿qué lo aqueja? —pregunta en un tono jovial, pero de complicidad, poniéndole una mano a la espalda. Vash se tapa un poco la boca con el pañuelo del coronel sin tocársela, rojo como una manzana toma el suyo y se RESTRIEGA los labios hasta dejárselos rojos.

—¿Nervioso yo? No, no... No. E-Es el vino que me cae pesado, con una copa a veces... Me-Me pongo nervioso. Es decir no que me lo ponga realmente pero los síntomas que tengo son síntomas de completo nerviosismo —explica tropezándose con sus propias palabras.

—Parece que estaba haciendo algo un poco travieso entonces —sonríe malignamente pensando, de hecho, en la bebida.

—Un poco tra... ¡No! No, no, no, ¡En lo absoluto travieso! ¡Yo sería incapaz! Era una cosa completamente inocente, ¡porque solo quería ver los dibujos y nada más! —se guarda los dos pañuelos en el bolsillo.

—¿Disculpe? ¿Cuáles dibujos? —pregunta frunciendo el ceño ahora, descolocado.

—Los... —vacila pensando que no sabe si es bueno o no que sepa que estuvo con su hijo. Quizás el hijo le cuente que su madre fue a acostarle y... Sea un desastre—. Cuadros.

—Ah... pero hombre, eso dígaselo a su mujer, a mí no tiene que mentirme... —sonríe otra vez y le da unos golpecitos en la espalda—. Ellas nunca podrían entender que hiciéramos algo así ¿verdad? Pero está en la naturaleza del hombre. Aunque yo nunca lo hago estando de servicio, si mi mujer supiera seguro me gritaría por ello. Claro, que ella me grita por todo, así que no hay novedad —se ríe aun hablando de beber.

—No, no... Yo... ta-tampoco lo hago mi-mientras trabajo. Y... E-Es verdad que a mi mujer no le gustaría es... Ehhh... Una cuestión de hombres. Pero no estaba haciendo nada ta-tan sospechoso —comenta el doctor sin estar seguro, claro, de que hable de lo mismo, pero sin tener idea de qué demonios habla.

—Anda, cuente ¿quién es ella? —pregunta en complicidad, refiriéndose a la botella como si fuera una mujer expresamente, por el doble sentido de engañar a su mujer. El doctor abre los ojos como PLATOS. Lo sabía. ¡Creía que tenía una amante! No sabía que era su esposa pero sí que pensaba que estaba por ahí besuqueando a alguien más.

—No es... ¡No es nadie! No no no... Es... —resopla SUDANDO—. N-No lo insinúe siquiera, coronel es...

—Vengaaa, si me dice cual es le invito a un trago. Prometo no decirle a su mujer —sigue muerto de risa. Él le mira con cara de muchísimas circunstancias.

—No es exactamente como u-usted c-cree..., ¿U-Usted hace esas cosas? —pregunta ahora pensando que… le ofende terriblemente que sea capaz de mancillar así el honor de su esposa, sintiéndolo cada vez como un hombre más despreciable, como si su esposa no hiciera exactamente lo mismo con él.

—Bueno, no de servicio, pero una noche como hoy, con un colega no me parece tan criminal —se encoge de hombros acompañándole hacia la sala.

—¿N-No? ¿Y... Con... Con quién? —pregunta tratando de indagar, tal vez sacar a la luz semejante escándalo podría provocar un divorcio.

—¿Con quién? —pregunta el coronel ahora sin estar seguro de lo que habla.

—E-Es que usted me ha preguntado quien es y yo solo... —el doctor Zwingli palidece otra vez un poco preguntándose por qué demonios ha vuelto a sacar el tema de QUIÉN.

—Ah, pues usted dígame —se ríe. Vash hace una mueca rara y completamente falsa y un sonido extraño intentando hacer una risa y fallando miserablemente. Gilbert inclina la cabeza y sonríe un poco sin entender.

—Ehm... ¿Entonces lo... hacemos, Coronel? —sigue sin tener IDEA de que hablan.

—Si no me dice, no hay nada que hacer... —niega, un poco divertido con este intercambio y con la idea de molestar un poco a su invitado, ¡pero no es como que pueda elegir una bebida si no le dice qué quiere beber!

—P-Pues no hay mucho que decir e-ella... Es... ¡Es que no sabe el lío con mi esposa, coronel! —insiste el doctor, medio suplicante, sin saber ni dónde esconderse.

—Pero que no le decimos a su esposa, venga, confié en mí —insiste y hace un gesto para que le acompañe. Él traga saliva y le sigue como condenado al paredón, qué más va a hacer—. ¿Entonces? —pregunta acercándose al bar.

—No estoy seguro de que quiere que le cuente... —insiste sudando un poco y sin atreverse a mirarle a los ojos.

—¿Cómo no va a saberlo? —frunce el ceño.

—Solo digo que es una pregunta... Personal ¿N-No? —le mira de reojo.

—Pues... no pensé que fuera a incomodarle sincerarse conmigo —frunce más el ceño porque no está entendiendo mientras el doctor sigue sudando.

—Es... Una... Rubia —se inventa.

—¿Cerveza? —pregunta inclinando la cabeza, porque no se le ocurre otra bebida alcohólica que pueda encajar en tan escasa descripción, pero no le parece en lo absoluto algo grave como para ponerse así. Vash parpadea y parpadea otra vez.

—Sí —sentencia en completa tensión porque esto parece que acaba de salvarlo, de algún modo, ¿o tal vez solo ha sido un momentáneo cambio de tema?

—¿La cerveza es lo que su mujer no quiere que tome? —vuelve a preguntar un poco incrédulo. Vaya, algunas mujeres podían ser incluso más arpías que la suya. Si Sophia intentaba prohibirle la cerveza él ya aseguraba que iba a opacar cualquier grito con puras risas por la ocurrencia.

—Oh... ¿beber? —levanta las cejas más aun, medio entendiendo.

—¿Pues qué creía usted? —le mira, entrecerrando los ojos con suspicacia.

—No, no... Beber. Claro. ¡Si hablábamos del vino! —exclama recordámdolo y el coronel frunce más el ceño no muy convencido.

—Verá, mi mujer se enfada... Como la suya... Por cualquier cosa —explica vacilando bastante más de lo que incómodo.

—¡Pero hombre! Eso suena como si quisiera decirme algo para complacerme y no hacerla enfadar. Ande, cuénteme entonces que otras cosas se trae usted entre manos.

Al doctor le encantaría, pero si LE ENCANTARÍA ser capaz de inventarse una historia.

—He... —piensa en Arthur y en las cosas que le ha dicho últimamente—. Estado hablando mucho con el sastre y me ha comentado algunas cosas que hacen... Ellos. O que beben ellos. Y estoy decidido a probarlo, por el fin de la ciencia —esto es lo que le pasa a la gente que no sabe inventar.

—¿El sastre? —parpadea completamente descolocado sin esperar para nada la introducción de dicho personaje en la conversación.

—Sí. Me dio... La idea de algunas drogas —vacila.

—¿Drogas? —levanta las cejas, impresionado. El doctor se revuelve.

—Usted me ha dicho que podía confesarle lo que hacía. Soy un hombre de ciencia —se defiende.

—¿Y lo que hace es tomar drogas? ¿Frecuenta los fumaderos? —pregunta tremendamente extrañado, porque si la cerveza le parecía mojigatería, esto se le hace incluso demasiado.

—No, no frecuento esos lugares en lo absoluto —niega con la cabeza—. Hablo de ciertos polvos más elaborados y científicos con usos medicinales —explica y vacila pensando que es el doctor de su ESPOSA y puede decidir dejar de mandarla con él... Por ejemplo.

—¿Y qué hacen esos polvos? —pregunta sin embargo el coronel.

—Por ahora ponerme nervioso y avergonzado. No todas las pruebas funcionan —carraspea—. Podrá entender que a mi esposa no le haga mucha gracia.

—¿Quiere decir que ha venido drogado a mi casa? —pregunta levantado más las cejas y sinceramente sin saber cómo tomarse esto. El doctor Zwingli cambia el peso de pie pensando que esto es un VERDADERO desastre.

—No. Coronel... Me estaba usted hablando del alcohol. Estábamos en él —trata de volver al tema anterior, desesperado, porque más le valdría haber pedido un vaso de Absenta o algo fuerte similar.

—Me estaba usted hablando de unos polvos que ha estado probando —se defiende el coronel. El doctor Zwingli quiere salir corriendo.

—Gilbert —interrumpe una voz suave pero inflexible, sin atisbo de sonrisa.

El doctor gira la cabeza hacia donde suena la voz sabiendo bien a quien pertenece, tratando a la vez de comprender la magnitud de la tragedia de todo lo que acaba de decir. El nombrado apenas si se gira, poniendo los ojos en blanco.

—Tu hijo estaba corriendo por la sala y los pasillos entre los invitados. Quiero que vayas a llamarle la atención a su aya —sigue ella en un tono duro y de perfecto reproche sosteniéndole la mirada con dureza.

Vash cambia el peso de pie queriendo estrangular al coronel por momentos, aunque ha de admitir que para todo lo frágil que parece, no da del todo esa impresión con su marido. Es interesante verlos convivir.

—Estoy perfectamente seguro de que tú misma puedes hacer eso e inspirar mucho más miedo que cualquier humano normal. Seguro podrías dirigir el maldito ejercito inglés entero con tu tiranía del terror —responde igual sirviéndose una copa de algo sin apartar la mirada intensa de los suyos violetas. La respiración de ella cambia un poco a pesar de que intenta evitarlo.

—Me bastaría con poder dirigirte a ti con diligencia y sin tener que estar recibiendo replicas maleducadas frente a nuestros invitados —replica ella tratando de sonar impasible, humedeciéndose los labios en un gesto inconsciente. El coronel la imita por un instante.

Se sostienen la mirada unos instantes en silencio y en realidad saltan chispas de los dos. Unas bastantes preocupantes que pueden implicar que después de esta cena haya que rebajar tensión como siempre hacen... aunque sea con menos frecuencia de la que al hombre le gustaría.

Vash tiene que carraspear sin saber por qué sacan chispas así, sintiendo una tensión extraña y algo poderosa. Por primera vez desde que conoce a la soprano, siente celos del Coronel. De todos modos este se marcha con una postura de "me marcho porque yo quiero y para no aguantarte, no porque tú me lo digas". Vash traga saliva y la mira a ella en disculpa.

—Solo lo encontré... Y creo que debería irme a casa —susurra.

—No se preocupe, ¿le ha importunado? —pregunta aun mirándole marcharse.

—Me ha dado su pañuelo para limpiarme los labios —se saca ambos del bolsillo—. Y le he dicho que consumo drogas. Tenga...

La soprano levanta las cejas sin esperarse eso, igualmente tomando el pañuelo y aprovechando para acariciarle los dedos.

—Es una historia larga. Espero que no empeore la de por sí mala situación —carraspea pasándose el dedo por donde le ha acariciado—. ¿Le sirvo algo de beber? Veo que ha perdido su copa.

Ella le sonríe y él decide hacerlo de Igual manera tomando una copa nueva.

—Si sugiere cambiar de medico va a tener que convencerle de que no soy un fumador de opio empedernido —comenta sin mirarla, maldiciéndose aún por eso, pensando que igualmente sí ha acompañado a Arthur a esos lugares y por eso debe haberle traicionado la idea.

—Puede hacer todas las sugerencias que le apetezcan —se encoge de hombros en postura de "para el caso que le voy a hacer". El doctor le pone la copa en la mano y le sonríe un poco, esa sonrisita suave que solo ella le saca.

—Menos mal —asegura aliviado.

—Danke —agradece a la copa.

—Por un momento entendí que su marido insinuaba que tiene una... Amante —comenta en un susurro.

—¿La tiene? —frunce el ceño mirando hacia donde se ha ido y esto no te va a ayudar, Vash.

—No creo. Hablaba del alcohol en realidad, pero yo pensé... Que él me acusaba de tener una —aclara sin entender del todo el fruncimiento de ceño, considerándolo un poco cínico, dada la situación.

—¿Y qué le ha dicho? —vuelve a mirarle.

—Que era una rubia... Y él me ha dicho que si era cerveza —explica y se pasa una mano por el pelo—. He terminado entendiendo la situación pero insistía en preguntarme sobre un secreto y termine por decirle que eran... Drogas.

Sophia se relaja un poco con todo eso.

—Así que ahora su marido me cree aficionado a... Las drogas. Pero no piensa otras cosas extrañas —especifica, sin saber del todo si ha resuelto o no la situación, pero al menos ha conseguido un mal menor.

—Asegúrese de darle veneno si acaso le pide alguna —pide ella con cierta mirada peligrosa, bebiendo un sorbo de su copa. Vash la mira valorándolo con más seriedad de la que quisieran y la frialdad de un médico.

xoOXOox

Lady Kirkland se acerca a la carroza subiendo ayudada por el mayordomo, mirando de reojo a su esposo.

Arthur espera detrás de ellos, el último, con la cabeza gacha, aun pensando que ahora su padre le dirá a su madre lo de que quiere huir y va a tener un coro de reprimenda todo el viaje en carro.

Lord Kirkland se sienta en silencio y le pone una mano en la pierna a su mujer, un poco delicadamente. Mira a Arthur un instante nada más que se sienta frente a los dos mirándose las manos otra vez, pensando además en si habrás sido demasiado obvio con las preguntas a su padre sobre la homosexualidad, si no habrá deducido algo.

—Arthur... —le llama la atención su madre. Él levanta la vista a ella—. Ven, te arreglo un poco eso —se acerca a arreglarle la pajarita, él gira la cara, dejándose hacer.

—Te traje una cosa para que le des a Miss Jones —murmura Lord Kirkland muy suavecito, casi con temor. Los ojos verdes se desvían a su padre, que le extiende una cajita, poniéndola en el asiento a su lado. Adentro hay una flor. Él parpadea un poco mirándola.

—Ehm... gracias —susurra no muy seguro de esto, es extraño hablar con esta naturalidad con su padre como si no acabara de pasar lo que ha pasado en su despacho.

—¿Está bien todo? —pregunta ella otra vez con la misma voz algo suave y él aparta la mirada y asiente.

—Hablaba con tu madre sobre algunos puntos de la boda—vuelve a intervenir Lord Kirkland con voz plana.

—¿Cuáles? —pregunta Arthur con cansancio, pensando que ahí van con las puyas.

—Puntos que podrían gustarte a ti un poco más... O quizás algo que podrías querer cambiar —explica Lady Kirkland.

—Me da igual la boda —susurra el escritor, un poco rebelde.

—Tu padre preguntaba si había algo que pudiéramos hacer para que estés mejor —insiste su madre de todos modos.

Él se humedece los labios y niega con la cabeza. Lord Kirkland hace un poco los ojos en blanco y se revuelve.

—¿Ves? Te dije que estaba bien, no veo por qué tienes que hacer tanto drama —susurra en protesta Lady Kirkland a su marido.

Arthur la mira de reojo pensando que no, no está bien, pero ellos no pueden hacer nada para que lo esté. Lord Kirkland protesta algo por lo bajo sobre lo difícil que es tratar con Arthur.

—¿Pues qué quieres que haga? Ya dijo que no, deja de ahogarlo con preguntas... Ya bastante es que se case y venga y haga todo esto —proteeeeeesta Lady Kirkland.

El escritor cierra los ojos ignorándoles, pensando que la forma en la que podría estar mejor tal vez sería llegar y besar al sastre frente a todo el mundo... y que nadie le señalara con el dedo, o se burlara. Que alguien le riñera, quizás por las muestras de afecto en público, pero nada más todos se quedaran tan tranquilos como si lo hubiera hecho con su futura esposa. Tal vez los Jones podían adoptar a Francis...

—Pues no es realmente que yo quiera ahogarlo, solo pregunto porque se le está diciendo que qué necesita y no dice nada. Nada le hace feliz —protesta Lord Kirkland.

—Las cosas que podéis hacer no me hacen feliz, así que ¿qué importa? —eso podría haber sonado menos dramático definitivamente. Lord Kirkland hace los ojos en blanco.

—¿Tan... complicadas están las cosas? —pregunta Lady Kirkland inclinando un poco la cabeza.

El menor suspira y asiente en su dramatización. Ella le pone suavemente una mano en la pierna.

—Venga, no está todo tan mal. Ella es una chica guapa —intenta animarle su madre.

—Eso es lo de menos —protesta con hastío porque lejos de consolarle le fastidia que piensen que va a conformarse nada más con como se ve.

—¿Qué clase de drama te estas imaginando ahora, Arthur?—protesta Lord Kirkland tensándose.

—¿No te gusta? No hemos hablado... —Lady Kirkland baja el tono un poco casi como si no quisiera que Lord Kirkland escuchara.

—No, no es que no me guste —responde y piensa para sí mismo que en realidad ni siquiera la ha mirado de esa manera y se sonroja un poco por admitírselo a si mismo porque se prometió hacerlo a pesar de todo, pero es que no hay forma en la que vaya a gustarle... Es decir, todos decían que ella era bonita y no que a él no se lo pareciera, o sea, sí era bonita, pero no era taaan bonita. O tal vez sí, el caso es que no importaba porque ella no era él.

No que él fuera tan... es decir, estaba claro que NO estaba enamorado de él, se recuerda a sí mismo, ejem. Pero ni aun así... bueno, el caso es que el idiota ese del dirigible maldito había mirado a Emily de esa forma, estaba seguro y a él lo había molestado que lo hiciera, así que al final no era culpa suya si no de Barlinski o como quiera dios que se llame ese tipo.

Lord Kirkland vuelve a bufar un poco con absoluta incomprensión y frustración hacia Arthur. No era que no le gustara... Y aun así pretendía largarse. Carecía de lógica por completo, era frustrante e incluso triste pensar que... ¿Qué quería su hijo pequeño? Aparentar que todo iba bien para que una semana más tarde tuviera que poner la cara de idiota frente a todos incluida su madre inventando no sé qué porque se había ido y luego verle volver cada año... O no. Suspira pesadamente sacando su reloj.

Arthur no le hace caso, sumido en sus pensamientos

—Podríamos cortar el aire con un cuchillo... —comenta Lady Kirkland mirando a uno y luego al otro de reojo, incomoda—. ¿Me perdí de algo?

—¿Eh? —pregunta el más pequeño.

—No, todo va perfectamente bien —la gran mano de Lord Kirkland envuelve la de Lady Kirkland en un movimiento bastante raro para ellos. Lady Kirkland mira la mano con cara de cierto horror, sonrojándose un poco y tratando de quitarla. Mira a Arthur de reojo.

—Más o menos. Sí —asegura este.

Lady Kirkland sigue mirando la mano con un poco de horror... Porque en público seguía saliéndoles muy natural. La mano en la cintura o en el hombro, las sonrisitas. Eran la pareja ideal frente a todos, sí, pero aquí en la intimidad y frente a Arthur, que lo sabía TODO, le resultaba completamente falso y tenso y vergonzoso. Se devuelve para conseguir que le suelte recargándose un poco en él y poniendo la mano en su rodilla. Agradece igual que Arthur parezca lo bastante distraído, aunque eso no deja de preocuparle. Quizás se escapara hoy en la noche otra vez a preguntarle.

El escritor sigue pensando en que ahora iba a tener que contarle a Francis el plan de casarse para luego huir, sin estar seguro de que vaya a hacerle mucha gracia. No está seguro que vaya a gustarle, pero es mejor que nada, en especial para su familia. Se imagina sus posibles reacciones... tal vez le diría que si estaba loco, quién iba a querer fugarse con un hombre casado a quien pudieran pedirle responsabilidades por el contrato matrimonial o tal vez que para la boda faltaban dos semanas y eso era demasiado tiempo, que él prefería entonces a esa muchacha negra doncella de Miss Jones a la que haba invitado. Seguro se pasaba la velada con ella hablando en susurritos y haciendo risitas tontas mientras él les miraba del otro lado de la mesa intentando buscar un tema de conversación con Miss Jones que no versara en hacer estallar cosas o que no consistiera en ella hablando ininterrumpidamente del maldito dirigible del demonio.

La carroza gracias al cielo se detiene y les anuncia el chofer que han llegado con los ahí es. Lord Kirkland sale prácticamente volando.

—Voy por ellos.

Lady Kirkland vuelve a respirar mirándose las manos. Arthur ni se entera, valorando que pasaría si Francis decidiera tal vez empezar a gritar como loco cuando se lo contara.

—¿En qué piensas tanto? —pregunta suavecito y con genuina curiosidad.

—¿Eh? —vuelve a desconcentrarse saliendo de ello.

—Estoy preocupada, Arthur... Estoy segura de que si hay algo que se debe poder hacer con lo que sea que te angustia —insiste Lady Kirkland dulcemente.

—¿Hacer algo como qué? —pregunta inclinando la cabeza.

—Como ver las cosas a tu lado y quizás darte otra perspectiva. O quizás concluir que realmente es muy malo lo que pasa y no tiene solución y solo apretarte la mano y estar contigo —propone ella.

—En realidad está todo resuelto, he llegado a un acuerdo con Padre —sentencia en un suspiro.

—¿A un acuerdo? ¿Cuál acuerdo? —pregunta frunciendo el ceño porque nadie le ha comentado sobre eso, sintiéndose un poco ridícula por estar insistiendo entonces en nombre de él precisamente cuando ya es que todo está resuelto.

—Ya te lo contará si quiere —responde vagamente, volviéndose a la ventana del carruaje y suspirando de nuevo con melancolía y dramatismo.

—¿Y tú no me lo cuentas? —se revuelve un poco.

—No sé si querrá que lo sepas ya —la mira de reojo lánguidamente.

—¿Él? Y que importa lo que quiera e... —empieza a protesta cuando la puerta del carro se abre otra vez y se asoma Lord Kirkland. Arthur se vuelve a mirarle y se sobresalta un poco.

—Los Jones van tarde —anuncia.

—¿Tarde? —pregunta Brittany como si no pudiera comprender el concepto.

—Tarde. Aún no están listos —explica él. Lady Kirkland no le mira, con los labios apretados en una delgada línea.

—¿Quieres que me espere yo? —propone Arthur más como excusa para escapar de ellos que por buena voluntad a la causa.

Lord Kirkland le mira y levanta una ceja pensándoselo porque detesta llegar tarde y peor aún con el coronel. ¿Pero podría confiarle algo así a Arthur? Inclina la cabeza sopesando a su hijo. Después de jugar, de todo lo que habían dicho, parecía casi como darse un tiro en el pie el dejarle ahí.

—Mmm, ¿les esperarás aquí e irás con ellos en el otro carro? —pregunta entrecerrando los ojos no muy convencido, pero sin tener un motivo real por el que negarle la propuesta.

—Eso es —asiente Arthur sin más.

—Mmm... ¿Y no te irás a ningún otro lado? —insiste nada seguro. El escritor le mira con cara de muchas circunstancias. Lord Kirkland aparta la mirada con esa inapropiada selección de palabras. Se sube al carro—. Confío en que les esperaras entonces —murmura sin mirarles a él ni a ella.

Lady Kirkland sigue mirando fijamente a Arthur, que se baja del carro tras suspirar profundamente con cansancio. Así que Lady Kirkland se gira a su esposo cuando cierran la puerta dispuesto a interrogarle hasta que le diga en que han quedado.

Lord Kirkland se rinde tras el monumental enojo que se lleva Lady Kirkland cuando se entera.