Por ahora Arthur se queda en la paz y la tranquilidad de la casa Jones, mira el caserón perteneciente a sus padres donde tienen alojados a la familia americana con un sabor extraño en la boca al pensar que esta casa tampoco va a volver a poder ser suya nunca más. Prefiere no entrar de todos modos, así que espera en la calle haciendo pesquisas aun al respecto de cómo podía responder el francés y como podría el convencerlo en caso de que reaccionara muy mal... tal vez podría hacerle un poema.

En una vuelta que da sobre sí mismo, alguien le sopla al oído por la espalda, así que se asusta y parpadea llevándose una mano al oído. Se vuelve a ver quién ha sido el causante. Es Francis, desde luego, que se ríe al verle la cara.

—¡Tonto! —protesta pero sonríe un poco. El sastre le cierra un ojo.

—Nah, que tonto voy a ser. ¿Qué haces aquí? —pregunta más como saludo que porque no lo sepa bien.

—Compongo. ¿Tú qué crees? —responde un poquito sarcástico, sonrojadito.

—Te hacía adentro con tus futuros suegros —saca de atrás de su espalda un ramo de flores y lo mira concentrado buscando elegir una.

—Prefiero aguantar a Lady Jones lo menos posible que se me permita —levanta las cejas mirando el ramo y luego la flor en su cajita que le ha dado su padre, pensando que tal vez va a hacer el ridículo con ella si Francis, mucho menos acaudalado, se presenta con ese tremendo ramo de flores.

—Bien, esa es una actitud fantástica... Además no se nota que he llegado tarde. Detén aquí —le pide una vez que saca una rosa blanca y le sonríe un poco—, y acércate, anda.

—Debería destrozarte el ramo, vas a hacerme quedar mal —responde aunque de todos modos hace lo que le pide.

—¿Hacerte quedar mal? —se ríe un poco cortando el tallo de la rosa con bastante gracia y facilidad, le pone las manos en la solapa para ajustarle la flor... aunque antes le da un besito rápido al botón cerrándole un ojo—. ¿Eso has traído tú? Mira que mono... Está en una cajita.

Arthur se sonroja con todo el proceso dando un pasito atrás porque además están en mitad de la calle. Mueve las manos arriba y abajo para quitarle y apartarle como si quisiera espantar una mosca pero la naturalidad con la que el francés hace el movimiento es tal, que parece que está con él a media calle hablando de finanzas.

—Deja de moverte por el amor de dios, solo es una flor. Una flor para mi amado, eso sí —se ríe terminando de ponerla y acariciándole un poco el pecho antes de extender la mano para que le devuelva su ramo.

—No soy... ¡Nada de eso! —chilla sonrojándose más sin siquiera poder decir la palabra.

—Sí lo eres... ¡Deja de chillonear y dame mis flores! —hace un gesto con los dedos y Arthur se las da que casi se las tira por la cabeza porque también le da vergüencita dárselas bien—. ¡Ehh! ¡Con cuidado!

El escritor bufa, arreglándose la ropa y un poco más la flor, sonrojándose, pero sin quitarla. Con los ojos cerrados, muy puesto.

—¿Y nos vamos a quedar aquí afuera eternamente? —pregunta Francis que no le gusta mucho que le hagan esperar.

—Pues hasta que salgan, tonto —responde Arthur mirándole de reojo.

—¿Saldrán solos? Pensé que uno iba por la chica y no al revés. Veo que no tienes IDEA de cómo funcionan las citas con chicas —sonríe.

—Mi padre ha ido a avisar que estoy aquí, así que ya lo saben. Tú eres el único que no ha ido —replica frunciendo el ceño un poco picado.

—Oh, el joven me reta a que vaya por mi cita —se humedece los labios y se ríe.

—Pues sí —levanta la barbilla y se muerde el labio.

—Hmmm, muy bien... Vamos por mi chica. Ni creas que me da vergüenza ir por ella, la única cuestión es que yo tengo que ir por la puerta de servicio —explica un poco incómodo en realidad con ese asunto.

—Pues venga, vamos —le reta, señalando sin darse cuenta realmente de lo que implica, ni que le importe. Francis se ríe un poco y le cierra un ojo antes de caminar hacia allá, Arthur parpadea incrédulo y corre tras él.

—Para hacer esto va a tener que ser convincente, eh? —se pasa una mano por el pelo y sonríe un poquito de lado.

—¿Yo? —pregunta sin entender, un poco preocupado de golpe de no saber lo que se espera de él, no había realmente ningún protocolo que él no supiera por, efectivamente, no haber salido nunca con una chica… ¿verdad? No podía haberlo… alguien se lo habría dicho… cree.

—¿Tú? No... Solo digo que no te infartes —explica Francis un poco divertido.

—¿Perdona? —parpadea más descolocado ahora.

—Que no te pongas celoso, ¿vale? —susurra en confidencia.

—¡No me voy a poner celoso! —chilla.

—Yo creo que sí... Pero es parte del rollo, ¿vale? —insiste, porque quiere que este punto quede MUY claro.

—¡Claro que no! —insiste neciamente el inglés.

El sastre se detiene frente a la puerta de servicio y se arregla la corbata, el escritor le mira de reojo y frunce el ceño desde YA, así que él le da un golpecito suave en el hombro, tocando la puerta.

—¡Eh! —protesta sonriendo un poco sin dejar de fruncir el ceño y un hombre mayor es quien abre.

—¿Qué dese...? —se le corta la pregunta al ver al escritor—. ¡Señorito Arthur!

Francis hace un poquito los ojos en blanco.

—Ah... ehm... —vacila él, pero el hombre le corta.

—Ha venido su padre hace solo unos instantes, iré a anunciar que está aquí, quiere pasara a... ¿Qué hace en la puerta de servicio? —nota.

—En realidad soy yo el que... Vengo a buscar a la señorita Sesel —explica el francés interrumpiendo un poco.

—Ehm... —Arthur mira a Francis de reojo y el hombre se vuelve a él como si acabara de aparecer.

—¿Puede esperarse un momento, joven? Estoy atendiendo al señor —replica el hombre sin escucharle, señalándole a Arthur. Francis hace los ojos en blanco.

—Es que... es él el que... —el hombre vuelve a interrumpir al escritor y se va para dentro de la casa a anunciarlo. Este se vuelve al sastre con cara de circunstancias.

—Veo que es usted muy importante, señorito —protesta Francis cruzándose de brazos.

—Pues esta casa es de mis padres, pero... —explica él un poco avergonzado de todos modos, excusándose.

—Me opacas —le acusa.

—¡No es mi culpa! —se defiende.

—Lo es, SEÑORITO —insiste y sonríe un poco, coqueteándole con cierto tono de burla.

—¿¡Cómo va a ser mi culpa!? —le clava un dedo en el pecho y se le pega un poco la sonrisa sin notarlo.

—Tú eres un señorito repipi y ricachón —mira el dedo.

—Tú eres un pobretón bruto y vulgar —replica dándole golpecitos.

—Yo no soy un bruto y vulgar. Pobretón sí, más en comparación —responde encogiéndose de hombros.

—Claro que eres bruto de poco instruido y vulgar de perteneciente al vulgo —replica cruzándose de brazos y sonriendo de lado.

—Bueno, tú perteneces al grupo de señoritos repipis ridículos —insiste haciendo algunos movimientos pomposos, sonriendo.

—No tengo nada de ridículo ni de repipi —protesta frunciendo un poco el ceño sin dejar de sonreír.

—Tienes TODO de ridículo y de repipi y un poquito más. Eres finolis, hablas como si tuvieras un palo en el culo —insiste. Arthur se lleva las manos al culo sin poder evitarlo y Francis se ríe.

—¡Tú hablas como si solo supieras cien palabras! —le acusa.

—¿Cien? Son muchas —responde tan cínico. El inglés pone los ojos en blanco—. Tú hablas como si fueras un diccionario, lo cual suena aburriiiiiido.

—¡Soy un escritor! ¡Así se supone que tengo que hacerlo! —se defiende.

—Un escritor de diccionarios —insiste.

—Solo alguien necio e inculto diría eso —le señala.

—Solo alguien soso y aburrido diría eso —entrecierra los ojos, sonriendo y se le acerca un poco.

—¡No tiene nada de soso ni aburrido! —se defiende de nuevo, acercándosele también.

—Es del toooodo soso y aburrido... Aunque he de admitir que el monóculo le da un toque... Cómico —valora con un gesto de la mano.

—¿Qué sería divertido en tu opinión entonces? —pregunta levantando la barbilla.

—Es divertido cuando te olvidas de eso y solo eres Arthur —inclina la cabeza y sonríe.

El nombrado parpadea tomado por sorpresa, Francis sonríe un poco más, pasándose una mano por el pelo.

—Es divertido también cuando haces eso —levanta una mano y le toca la barbilla.

—¿El qué? —le mira levantando las cejas porque según él no ha hecho nada.

—Poner cara de bobo —se ríe el francés, bromeando y queriendo acercarse por un beso rápido, hace un pequeño amago.

—¡No pongo...! —empieza el inglés, pero el saludo de Sesel que ha salido a ver porque acaba de enterarse que Francis está ahí porque todas las chicas comentaban del hombre tan guapo que estaba en la puerta... les interrumpe.

Francis se separa del inglés dando un peso atrás y sonrojándose un poco... Sin dejar de sonreír. Arthur se sonroja hasta las orejas con las cejas en el cielo, por suerte Sesel ni le mira directa al sastre con una sonrisita.

—Ah, Sesel! Allô! —la saluda aun sonrojadito extendiéndole las flores.

—¡Oh! ¿Son para mí? —pregunta ella tendiendo las manos al ramo y sonrojándose un poco. Arthur frunce el ceño en automático porque no tiene ningún aguante a los celos.

—No son lo bastante hermosas, pero... Bueno, en este país es imposible encontrar flores decentes —se ríe un poco mirando a Arthur de reojo, que se tensa aún más.

—Ay, ¡claro que son preciosas! —ella se ríe un poco tontamente, tocando los pétalos un poco con los dedos y yendo a dentro a buscar algo donde ponerlas en agua. Francis mira más directamente al inglesito y le cierra un ojo mandándole un beso muy sutilmente.

—Señorito Kirkland, ¿por qué no pasa usted por la puerta del vulgo para esperar adentro a sus invitados? —pregunta Francis con cierto tono burloncito, sonriendo retador.

—¡N-No! —protesta el nombrado señorito, escandalizado con la idea que le parece todo menos atractiva.

—Monsieur, no puede quedarse afuera. Venga, juro que no va a volverse usted más... bruto o poco instruido solo por convivir con nosotros un poco —se ofrece de nuevo, haciendo un gesto con la mano para invitarle a pasar.

—¡No pienso entrar por ahí! y menos para ver cómo... —no acaba la frase pero es obvio que tiene que ver con el sastre haciéndole carantoñas a Sesel. Francis se humedece los labios y le mira con cara de ciertas circunstancias.

—Piense que es importante... Como ser el personaje de uno de sus cuentos —propone el francés, que no quiere que se quede fuera solo, porque le parece aún peor lo que puede imaginarse que lo que puede ver directamente.

—Buenas tardes —se va hacia afuera, a la puerta principal pensando en las chicas de la condesa y otra vez en la idea de que una vez suceda algo con él ya estará todo y se olvidará de él, perdiendo todo el interés. Como ayer que le dejó tocarle desnudo y esta mañana. Francis vacila un poco y le sigue unos pasos.

—Arthur —le llama afuera de la puerta, pero este ni se gira, además Sesel vuelve a por él de poner las flores. Francis tuerce la boca haciendo un mohín y mira a Sesel de reojo, pasándose una mano por el pelo porque esto es complicado, considerablemente más de lo que pareciera—. Allô —le sonríe débilmente, suspirando con resignación

—¿Qué pasa? —pregunta ella al verle la cara y notar el tono derrotado del francés.

—Nada, solo... No se puede hacer feliz a todo el mundo —se encoge un poquito de hombros riendo suavemente y mirándola de arriba a abajo—. Te ves muy bonita —asegura finalmente sonriendo un poquito.

—¡Ah! ¡Gracias! —se ríe y gira sobre sí misma para mostrarle el vestido que ella misma hizo.

El francés inclina la cabeza y piensa que, en una situación normal, ya habría salido con ella y estaría planeando como tirársela hoy mismo de ser posible. Se ríe un poco de sí mismo porque ahora que se da cuenta ni siquiera ha pensado en ella un solo minuto.

—Vamos a llamar la atención tremendamente, ya lo veras —asegura pensando que, no conforme con ser el sastre y la doncella ella además es negra. Suficiente para escandalizar a medio Londres.

—Ya lo sé, Lady Jones lo ha dicho... —susurra asintiendo con cierto pesar, porque también ha visto las circunstancias—. Además sin ellos no podremos entrar y eso, tal vez no podamos ni ser como invitados del todo.

—Bueno, yo creo que... Si somos más o menos discretos puede que todo el mundo cuchichee a nuestras espaldas. Conocí recientemente al coronel y no pareció tan tremendamente molesto de mi existencia como se podría pensar... Además Miss Jones quiere que vayas —trata él de consolarla, poniéndole una mano en el hombro

—Eso no quita que nos toque cenar en la cocina —se encoge de hombros y suspira.

—Yo... Esperaría que no cenáramos en la cocina, pero siempre soy muy optimista —sonríe un poquito con la broma ligeramente cruel.

—De todos modos seré la chica con el acompañante más apuesto, así que me vale —sonríe coqueta otra vez y él se ríe.

—¡Para, que me lo creo! Yo estaré con la chica que más va a llamar la atención de toda la fiesta y digan lo que digan más de alguno va a envidiarme... —asegura con cierto tono misterioso.

—Pues es verdad, todas las doncellas de la casa lo comentaban antes, por eso he salido. Y se han quedado con un palmo de narices al saber que venías por mí, ¡así que no le hables a nadie de la casa de tu otra chica, por favor! —pide muy en serio pero con complicidad, él la mira de reojo.

—Pero chica, ¿quién crees que soy? Los caballeros no tienen memoria alguna, así que en lo que a mí concierne, tú, hoy, eres la ÚNICA chica en la que puedo pensar y la única chica que existe en el universo —asegura sinceramente, tan seductor. Ella sonríe un poco con eso y vuelve a sonrojarse.

—¿La otra te ha dado calabazas? —pregunta con suavidad de todos modos, porque el otro día no le dio esa impresión, que es a lo que suena que pasó ahora... y además le preocupa.

—Es... Complicado —sonríe también—. Mucho. Y me ha dado unas pocas de calabazas, no del todo —explica derrotado de todos modos.

—Entonces pórtate bien. Yo juego limpio con las chicas buenas —niega con la cabeza. Él le sonríe un poco y le acaricia la mejilla.

—Vale. Me portaré bien. Lo que no quiere decir que no podamos divertirnos un poco —es que no puede evitarlo, le gustan las mujeres.

—Mmm —aprieta los ojos porque bastante le cuesta ya—. No me tientes —suplica bastante más sincera de lo que quisiera porque no es tan fácil jugar limpio con las chicas buenas... que ni conoces. Él se ríe un poco de nuevo.

—Quizás podemos ser un excelente dúo para que tú consigas a un amor que te haga olvidarte del chico que has dejado del otro lado del mar... —propone ilusionado de todos modos.

—Aun no me presentas a tu ayudante —le recuerda con ese comentario.

—Mathieu. Es encantador —asegura convencido, pensando en él muchacho tímido.

—Mathieu —repite ella porque aún no sabía su nombre.

—Delicado y amable aunque tengo la idea de que puede ser una fiera en la cama si es necesario —describe sin saber realmente.

—¿Cómo la tienes? —pregunta con curiosidad, inclinando un poco la cabeza.

—Le he visto ligeramente enfadado —se ríe porque el bueno y tranquilo Mathieu no coincide con la descripción aunque se sonroja un poco porque no es mentira que ha fantaseado con Mathieu más de una vez.

—¿Cómo es ligeramente enfadado el tranquilo y dulce Mathieu? —pregunta sonriendo un poco, porque todo suena un poco contradictorio.

—Tranquilo y dulce —se ríe—. Chica, solo es algo que imagino, ¿vale? Y hazme caso que soy bueno para estas cosas.

—Vale, vale... —se encoge de hombros, rindiéndose, riendo. Francis levanta una mano y le quita un poco el pelo del hombro, haciéndole una caricia suave. Sonríe.

—Es considerablemente más alto que yo —explica mientras le acaricia suavemente el brazo—. Y tiene los ojos violeta.

—Aun me interesa más quien es tu chica afortunada —Sesel se sonroja un poco más de todos modos, olvidándose del todo de imaginarse al bueno de Mathieu. El francés se ríe y aprieta los ojos.

—¿Me creerás cuando te digo que tristemente NO PUEDO contártelo? —pregunta de forma un poco retórica.

—¿Por qué no? —pregunta con curiosidad, inclinando la cabeza.

—Porque no... Sería inapropiado y todo lo que diga además de eso será usado en mi contra —explica tristemente, dejando caer la cabeza y los hombros.

—¿Qué? —parpadea ella sin entender, él se ríe.

—Si te digo "Sesel, si te cuento vas a escandalizarte...", vas a pensar que es alguien casado o algo así y vas a escandalizarte. Si te digo que es alguien secreto vas a pensar que estoy metido en un lío... Y vas a escandalizarte. Es... Alguien de una clase social distinta a la nuestra —acaba por confesar sin poder evitarlo porque de todos modos le hace cierta gracia hablar de esto.

—¡Oooh! ¿Va a estar en la fiesta? ¿Eres amante de una chica casada? —pregunta ella emocionada por el prospecto. Francis abre la boca para contestar y la cierra. Aprieta los ojos.

—No soy amante de nadie —se ríe.

—¡Claro que sí! De una chica rica, de esas que se casan por obligación como Emily —asegura, porque además le parece que la historia tiene gracia.

—¿Que tan posible es que te diga que no y me creas? —se sigue riendo.

—¡Cero! ¿Estará en la fiesta? ¡Dime! —pregunta sonriendo, tomándole del brazo con emoción.

—¡No, no voy a decirte eso! —se sonroja un poco.

—¡Oh, cielos! ¡Eso es que sí! ¿Y qué vais a hacer? ¿Está casada ya? —sigue preguntando, incluso dando algunos saltitos de la emoción.

—¡Eso directamente NO te lo voy a contar porque de verdad soy un caballero! —protesta, aun sonriendo un poco de todos modos—. Y no estoy seguro de que vaya a ir a la fiesta tampoco —añade demasiado tarde para que sea creíble.

—¡Está casada! ¿Y qué ocurre? ¿Él no la toca y acabó enamorada de ti? —en su mente esa suele ser la raíz de todos los problemas de pareja.

—Seseeeeel —protesta, o más bien lloriquea porque quisiera contarle pero no puede—. Es... De verdad es complicado y mi frágil corazón... —deja la frase a medias dramáticamente.

—¿Tu frágil corazón? —pregunta sin que eso le haga sentido.

—Mi frágil corazón —se ríe—. ¡Es frágil!

—¡Esas solo son excusas! —exclama riendo también.

—¿Tú creeeees? —se ríe de nuevo.

—¡Sí! ¡Tienes que contármelo! —pide y hasta le brillan los ojos.

—No puedo contártelo, querida mía, sería una tremenda indiscreción y... creo que se perdería el misterio entre tú y yo —sigue excusándose, aunque le encanta que le insista, sintiéndose el dramático protagonista de una novela.

—¡Pero si no voy a decir nada! ¿Dejará a su marido para ir contigo? —pregunta, porque le parece que eso es lo más peliagudo, Francis suspira.

—No sé... Ni siquiera sé si tiene marido al que dejar —la mira de reojo y le cierra un ojo.

—¿¡No le has preguntado?! —exclama incrédula, él se ríe.

—Sesel, Sesel, Sesel... Tsk, tsk, tsk —hace con falsa decepción, negando con la cabeza y sonriendo.

—¿Cómo que tsk, tsk? ¡Tsk, tsk tú que no has preguntado algo tan importante! —le riñe un poco ella porque le parece un desastre, pero está acostumbrada a que los hombres sean así de desastrosos. Él se ríe un poco más porque solo lo ha dicho para despistarla.

—¡No voy a confirmarte su estado marital! —explica por fin.

—¡No es justo, no me dices nada! —protesta ella frunciendo el ceño.

—Sí que te digo, ¡si sabes muchísimas más cosas de mí que yo de ti! —exclama levantando las cejas.

—¿Y qué quieres saber? —pregunta suspirando derrotada, porque eso es verdad

—Pues todo, cuéntame del chico al que dejaste... —pide sonriendo, porque a él también le gustan esas historias.

—Pues era un chico pobre, americano, trabajaba en una fábrica —explica sin mucho interés, porque en realidad no le gustaba demasiado.

—¿Y era el amor de tu vida? —pregunta no muy seguro porque suena un poco desinteresada.

—Nah —se encoge de hombros.

—Menos mal... Quiero que Mathieu tenga una oportunidad. ¿Y cómo te gustan los jóvenes? Además de apuestos y franceses —sonríe seductor señalándose a sí mismo.

—Ja! Solteros —replica al ver lo que hace, aunque se sonroja un poquito otra vez inevitablemente. Él se ríe.

—Que exagerada, como si YO estuviera casado y tuviera cuatro hijos —hace los ojos en blanco—. ¿Así que no te interesa para nada el reverendo del cual cuestionaste tanto a Arthur ayer? Me dio la idea de que las preguntas eran muy... incisivas.

—Así que ni te des tantos aires. No me voy a mezclar con un tipo casado nunca. ¿Perdona? ¡Nah! Eso era nada más porque... No te conté lo que pasó. Después de hablar contigo me lo encontré y le conté unas cuantas historias un poco subidas de tono... estoy segura que un santo no es, vamos —explica tan divertida, porque sigue haciéndole gracia el evento.

—¿Quoooooi? —se muere de la risa, incrédulo—. ¡No es verdad que fuiste a contarle cosas guarras al reverendo!

—¿Por qué no? —sonríe de lado, confiada.

—No lo sé, quizás te excomulgue o algo horrible —responde encogiéndose de hombros.

—No lo creo, con lo que lo disfrutó. Además yo me estaba confesando —sonrisa inocente, hasta parpadea un poquito.

—¡Cielos! Creo que te había subestimado un poco —confiesa sonriendo.

—¿Qué pensabas? —pregunta entrecerrando los ojos.

—Que eras una niña mojigata europea, por lo visto —hace un gesto de desinterés.

—Europea, tsk! —chasquea la lengua en protesta.

—Ninguna chica aquí se atrevería a tomarle el pelo así a un reverendo... Menos aún a uno de esta familia —asegura con cierta admiración de todos modos.

—Pues él lo disfrutó más que yo, eso te lo aseguro —responde ella tan orgullosa. Francis sonríe y frunce un poco el ceño intrigado en términos generales.

—Así que con tres días aquí ya formas parte de las fantasías de más de alguno, ¿eh? Él está casado —le recuerda, riñéndola un poco, pero sonriendo.

—Él insistió en tomarme confesión —se defiende levantando las manos.

—¿Y eso que? En realidad es bastante hábil de tu parte el seducir... ¿De verdad has seducido a un reverendo casado? Son varios puntos para ti si es ese el caso —Francis aún no se decide si esto es algo malo o algo que hace que ella le caiga especialmente en gracia.

—Ehm... define seducir. Además, no debería contarte esto a ti que no me dices nada sobre tu chica casada —replica ella un poco incómoda porque no estaba del todo pensando en seducirle, más bien en que era algo que parecía ser divertido.

—¡No es una chica casada! Esto es mucho menos grave... Bueno, más o menos —rectifica, Sesel se ríe—. Y con seducir me refiero a... Encantarle con tus atribu... Espera. ¿Le has besado?

—¿Besarle? ¡Ni siquiera le he tocado! —se ríe de nuevo—. ¡Es un hombre casado, Francis!

—Yo que sé, veo que mis estándares y los tuyos son diferentes —responde tan cínico.

—Yo soy una chica buena —asegura tan convencida, de nuevo con su sonrisa inocente.

—No sé por qué no me lo creo del todo —responde Francis entrecerrando los ojos, pero sonriendo.

—Pues haces mal —le coquetea ella de vuelta.

—Vale, vale... Mathieu estará encantado —se ríe levantando las manos derrotado ahora, aun sin creerla del todo. Sesel sonríe—Una niña buena... Quizás seas la primera que le presente.

—¿La primera chica buena? ¿No decías que las chicas aquí no le tomaban el pelo a los hombres de dios y no sé qué más? —pregunta sin entender del todo, porque le parecía que las europeas aun eran más mojigatas que ella.

—Las chicas de aquí son malas en otros... Aspectos. Nuestro frágil corazón... Sufre —dramatiza otra vez llevándose la mano al pecho.

—¿En cuál aspecto? —pregunta inclinando la cabeza, él suspira y sonríe.

—Para ser sincero voy a decirte que yo no suelo tener demasiados problemas con las chicas —confiesa con más orgullo en la voz del que se podría esperar por la construcción de la frase.

—Oh, no me digas —finge incredulidad.

—No, suelen ser bastante amables —le sonríe sincero—. Aunque tú no creo que tengas muchos problemas con los chicos.

—¿Me estás llamando fácil? —pregunta echando atrás la cabeza, fingiéndose ofendida.

—No, te estoy diciendo que eres bonita y tienes encanto —explica con tranquilidad.

—Salvado por los pelos —se ríe ella.

—Seseeeeeeel —se oye la voz de Emily a lo lejos.

—Ah! —exclama la chica negra al oírla, volviéndose hacia el lugar—. ¡Ya vamos! —hace un gesto a Francis para que la siga y ahí se va detrás el francés arreglándose el pelo. Los señores Jones se ponen los abrigos junto a la entrada cuando Sesel y Francis llegan.

—¡Ah! ¡Ya estamos! Francis que bueno que vienes también. Mamá, papá, ¿ya le conocen? Él es Francis. Es el mejor amigo de Arthur —le presenta Emily. Ambos se giran a mirarle, Lord Jones sonríe con su sonrisa de Santa Claus. Lady Jones le mira con su habitual gesto de desprecio dedicado a las clases bajas. Francis se acerca a ellos haciendo un gesto con la cabeza para él y una reverencia pomposa para Lady Jones.

—Agradezco que hayan accedido a que les acompañemos.

Ninguno de los dos le hace mucho más caso. Francis suspira un poco y le ofrece a Sesel su brazo para salir.

—No hagas caso, pero... compórtate con Lady Jones —susurra ella tomándole el brazo con naturalidad.

—¿Que me comporte con ella? —pregunta en un susurro sin esperarse esa instrucción.

—Sí, va a estar vigilándote aunque parezca que te ignora —explica mientras salen, Arthur está fuera, esperándoles con cara de malas pulgas.

—Vigilándome... ¿En qué aspecto? —la mira de reojo y le sonríe un poco a Arthur cuando le ve afuera, saliendo detrás de Miss Jones.

—Artieeeee! —grita Emily corriendo hacia él como desesperada.

El inglés aprieta los ojos con ese grito y trata de prepararse para sonreír y hacer como si nada, dejando que Miss Jones sea la que se acerque, ignorando a Sesel y Francis.

—Vigilando lo que hagas —susurra la negra de nuevo.

Emily se acerca y le abraza con bastante fuerza... Hasta que se acuerda de lo que dijo Sesel de cuándo va a darle un beso. Se muere de la risa y se separa. Arthur levanta las cejas porque... casi nunca le abraza nadie, solo algunas veces recibe unos golpecitos a la espalda o un tenso abrazo cuando está triste o débil. Se sonroja notando que... le hace sentir mejor que lo abrace, en su drama con Francis yéndose con Sesel y él diciéndole a su padre que huirá para siempre.

—¿Ya estás listo para irnos? —pregunta Emily sonriéndole y mirándole con absoluta admiración casi habiendo olvidado por el momento a Iban, porque Sesel lleva toda la tarde comiéndole el coco con Arthur, una vez que ella le contó lo que había pasado en el dirigible.

—T-Te traje... yo... —levanta la cajita donde tiene la flor que le ha dado su padre y se sonroja—. Es decir, mi padre me... —empieza, porque le da vergüenza admitir que él lo hizo, pero eso suena fatal—. Yo no... Es decir... —se pasa una mano por el pelo nervioso.

—¡Oh! ¡Es una flor! —suelta una risita menos histérica y un poco más avergonzada esta vez—. Mamá, ¿ya viste...? ¡Arthur me ha traído una flor!

Francis les mira con más atención de la que quisiera, notando que la chica se ha alegrado bastante y que Arthur no lleva ya la que le ha puesto él antes. Le cambia la cara y lo mira desconsolado al notarlo.

—¿Y ya le has agradecido? —pregunta su madre sonriéndole como solo le sonríe a ella. El inglés se mira los pies, incomodísimo.

—No. Gracias, Artie —se acerca un poco y le da un besito en la mejilla como le enseñó su madre a hacer con su padre cuando quiere de verdad convencerle de algo.

Arthur que no se lo esperaba, se asusta con la proximidad y gira la cabeza de manera que el beso es accidentalmente en los labios. Se sonroja de muerte llevándose las manos a la boca y mirando a sus futuros de suegros como si acabara de acostarse con ella.

Francis les fulmina a los dos porque una cosa es que él estuviera haciendo el tonto con Sesel por puro rollo y otra muy distinta es que Arthur... ¡Se arrancará su flor! ¡¿Por qué iba a arrancársela?! Era su regalo y... Se queda con los ojos muy muy abiertos cuando le mira darle el beso accidental a la chica.

—Ihhhhhh! —Emily se lleva las dos manos a la boca y le da la espalda SONROJADISIMA buscando la mirada de Sesel, soltando una risita tonta por lo bajo.

—Y-Yo... ¡L-lo siento! ¡No era mi intención! —se apresura a disculparse el escritor. Sesel le guiña un ojo a Emily sonriendo.

Francis suspira preguntándose cuántas veces en su vida va a ver esto... Quizás diario. Quizás tendrá suerte si lo ve diario. Se le hace un nudo en el corazón más por el asunto de la flor que por el beso y mira al suelo pensando que debió ir a casa con Toni en vez de venir aquí a que Arthur de verdad haga el papel de novio.

—Muchachoooo —le advierte Lord Jones sonriendo no muy en serio, con su señora tomada del brazo y tira de ella al carro. Arthur baja la cabeza regañado y se tapa los ojos porque de verdad ha sido un accidente.