—¿Vamos a... Ir en otro carro nosotros o caminando o... van a mezclarse con la chusma? —pregunta Francis a Sesel sonando un poco más ardido y enfadado de lo que quisiera.
—No... Vamos a ir sentados detrás con el cochero —explica ella en un susurrito notando el tono.
—Maravilloso —murmura de mala gana—. ¿Por dónde se sube?
—Ven —tira de él dirigiéndole al lugar mientras los señores se suben primero.
El sastre mira a Arthur de reojo, que está aún muy agobiado con lo que acaba de pasar tratando de explicarle a quien quiera escuchar, que él no quería.
—Que no ibas a querer —murmura Francis a un buen tono como para que le escuche, yendo hacia donde le indica Sesel. El inglés se vuelve a mirarle con esa acusación.
Francis frunce el ceño hacia él, este parpadea un par de veces y luego lo frunce en espejo.
—Lo haces a propósito —le acusa el francés.
—¿Qué? —pregunta el escritor mientras espera para subir el último.
—¡Te estás vengando a saber de qué! No creas que no me he dado cuenta —le acusa señalándole con el dedo incluso, instalado en el drama.
—¿Vengarme? ¿Qué anda usted gritando? ¿Se ha vuelto loco? —protesta distante porque además están de nuevo en mitad de la calle con toda la familia de su futura esposa ahí.
—No me he vuelto loco en lo absoluto, pero ¿sabes? ¡No había ninguna necesidad! —le acusa de nuevo, para nada preocupado por la gente o el lugar.
—No tengo que darle ninguna explicación a usted sobre las cosas necesarias —se gira dispuesto a entrar al carro.
—Eso no era necesario, ni siquiera has pensado en lo que sentiría yo —sisea subiéndose al mismo, enfadado.
Arthur cierra la puerta sintiendo que él podría decirle lo mismo por lo que ha hecho con Sesel. Se cruza de brazos enfurruñado olvidándose del beso y de su actuación, junto a Emily y frente a sus suegros.
—¿Qué pasa? —pregunta Sesel a Francis.
—Nada, no pasa nada. Hay gente idiota y ya —murmura bajito cruzándose de brazos en idéntica posición sobre el carro.
—¡Mira! Me he puesto la flor en el pelo —exclama Emily, que se la ha puesto mal y se le resbala y no se ha enterado del mal humor de Arthur, este la mira de reojo y bufa un poco, no le apetece ni arreglársela. Ya se ocupa de hacerlo su madre, frunciendo el ceño a Arthur.
—Pero de que hablabas, ¿qué ha pasado con Arthur? ¡Si ha besado a Emily por fin! —sigue Sesel que está en éxtasis por ello, ya que al fin pasa algo bueno entre ellos y así puede que Arthur gane puntos con Emily.
—¿Sabes, Artie? ¡Quiero conocer a toooodos tus amigos! Tienes muchos —sigue Emily ni enterada, dejando hacer a su madre. Arthur refunfuña.
—Eso he visto —murmura Francis de mala gana para Sesel, ella parpadea porque no parece que a Francis le haga mucha gracia.
—¿Es que te gusta Emily a ti o qué? —pregunta la chica, porque eso explicaría porque una actitud tan cerrada por parte del francés.
—¿Emily? Pfff... Nah —protesta como si fuera absurdo.
—¿Entonces a qué vienen los celos o... el enfado? —parpadea descolocada.
—¿Celos yo?... ¿De él? ¡¿De qué hablas?! Es una cosa... Distinta. Un pleito viejo —bufa tan enfadado.
—Oh... ¿qué ha pasado, entonces? —vuelve a preguntar porque le parecía que se llevaban bastante bien y eran amigos muy cercanos.
—Una cosa con la ropa que trae puesta —se inventa para que deje de preguntarle, quitándole importancia para que lo deje tranquilo porque ni siquiera puede hablar de ello.
—Mmm... —no le cree del todo pero entiende que no le quiere decir. Francis le pone una mano en la pierna y le acaricia suavemente la rodilla—. Tal vez puedas besarme tú a mí —propone ella con eso.
—Besarte... Yo a ti —repite él, se humedece los labios y le mira los suyos.
—Por los celos... —le justifica sonrojándose un poco por haberse atrevido a pedirlo, humedeciéndose los suyos también. Venga, ella era una chica buena pero no era de piedra y esto era un favor a un amigo, nada más.
—Por los celos... —repite acercándose un poco a ella—. En realidad debería de besarte ahora mismo, aquí y me saldría un beso lleno de rabia —sonríe de lado y entrecierra los ojos seductora mente—. No sé si quieras que te bese así.
—¿Vas a morderme? —pregunta un poco en broma, él se ríe un poco y la abraza con suavidad.
—Desde luego que no voy a morderte, ¿qué clase de bárbaro crees que soy? —pregunta acercándose un poco más a ella y cambiando la cara, cazador y presa. Otro movimiento de ojos y una leve sonrisa.
Sesel traga saliva y se sonroja más notando que sí va a hacerlo, se ríe un poquito de nervios. Francis levanta la mano y le acaricia un poco la mejilla y el labio con el pulgar. Sonríe con la risa sabiendo que es de nervios.
—No dejes de mirarme a los ojos —susurra con voz grave y suave, ella parpadea varias veces y lo hace.
Francis se acerca más aún, suavemente y cuando está a punto de darle el beso, se detiene muy muy cerca para que ella se acerque... la chica lo hace, hipnotizada porque sí quiere el beso.
Él sonríe de lado y la deja hacer cerrando los ojos y notando claramente que no es Arthur, aunque es una chica... nueva y es bonita y en realidad le agrada bastante. Entreabre los labios y profundiza un poco más el beso notando que sabe bien solo que antes de dejarse ir un poco más aprieta los ojos y se separa sutilmente para terminar el beso.
Ella se deja llevar porque Francis es el chico que besa mejor de todos los que ha besado nunca. Él le acaricia la mejilla con suavidad y pega su frente contra la de ella.
—Lo siento... —susurra al separarse.
—Lo sabía —responde ella cuando vuelve en si tras unos instantes.
—¿Qué sabías? —abre los ojos pensando que como le diga que es homosexual va a morirse.
—¡Son celos! —exclama sonriendo muy convencida.
—¿C-Celos? —balbucea sin saber cómo ha llegado a esa conclusión.
—¡Sí! ¡Te dije que me besaras porque estabas enfadado y lo hiciste! ¿le levantaste la chica a Arthur Kirkland? —le pregunta bastante impresionada, pensando no en Emily, si no en alguna otra chica que le hubiera gustado al escritor anteriormente.
—¿Discúlpame? ¡No! No, no... ¿Cuál chica le voy a haber levantado? ¿Emily? —pregunta descolocado, sin poder imaginar a Arthur con chica alguna más que su prometida y porque le obligaban.
—Tal vez una novia anterior, ¡no lo sé! —propone, escrutándole porque esta vez sí que quiere enterarse. Francis se lo piensa un poco y es que en realidad no... Suena del todo descabellado. Es decir, es una buena razón para que se lleven bien y sean cercanos y... A la vez peleen un poco y tenga celos.
—Vale, voy a contarte un poco sobre esto —decide, empezando a armar una historia en su cabeza.
—Ja! ¡Sesel la mejor investigadora! —exclama ella sonriendo feliz.
—Eso estoy viendo, eso estoy viendo. Podría llamarte Sherlock Holmes —se ríe él.
—¿Cómo? —pregunta sin entender.
—Son unos libros muy famosos y muy ingleses que circulan últimamente. Puedo prestárselos si te interesan los detectives —explica mirándola divertido.
—Ah, no los he leído —hace un gesto desinteresado con la mano, porque no le gusta demasiado tampoco, apenas si sabe hacerlo muy lentamente.
—Son buenos —asegura él encogiéndose de hombros.
—¡Pero no desvíes el tema! —protesta ella notando lo que hace, sonriendo.
—¡Demonios! —se ríe él.
—Venga, ¿qué fue entonces? ¿Se enamoró de una chica y tú se la quitaste cuando él la dejó porque iba a casarse? ¿O ella se enamoró de ti cuando te vio y le abandonó porque ya sabía que él iba a casarse con otra? Y ahora está intentando enfadarte y enamorarse de Emily como si esa chica no le importara nada y a ti te molesta porque sí la quieres —propone Sesel haciéndose toda una historia ella sola.
—Es más o menos algo así —asiente lo más convincente que puede.
—¿Así cómo? —pregunta porque ha propuesto más de una historia.
—Ella se... Enamoró de los dos. Él es rico y tiene mucho encanto, una buena familia y una carrera universitaria. Yo... Soy el sastre. Guapo e irresistible. Peleamos por ella siempre —explica encogiéndose de hombros.
—¿Y él sigue enamorado también? —le mira un poco desconsolada porque Emily... nunca se ha enamorado de verdad en realidad que ella sepa.
—Creo que un poco... Es el problema de estos matrimonios concertados —asiente no tan feliz, pero bueno, qué se le va a hacer.
—Ya, ya lo sé... me parecen terribles, no conozco ninguno que haya salido bien —se mira las manos—. Pero tenía la esperanza para Emily...
—Creo que Emily aún puede competir y ganarse a Arthur —se revuelve un poco sintiéndose culpable.
—Ella es... ella no es muy buena haciendo eso, nunca ha estado con un chico que yo sepa —explica Sesel sin mirarle.
—Y tú lo sabes todo de ella, ¿no? —pregunta porque realmente parecen tener una relación distinta a la de una señora y su sirvienta.
—Bueno, sí, bastante —asiente porque sí se lo cuentan todo.
—Ayer me dio la impresión de que le gustó el hombres del dirigible —sonríe un poco.
—¿Q-Qué? —levanta las cejas, como si la hubiera atrapado a ella misma.
—Yo también tengo dotes de investigador —sonríe un poquito y se encoge de hombros.
—Pero... nah, venga, si era un tipo súper viejo —trata de quitarle hierro riendo nerviosa.
—Y Emily parecía tres veces más emocionada con él que con Arthur, admítelo —pide divertido al notar como ella la defiende fielmente.
—Por el dirigible... no por otra cosa —sentencia porque por mucho que Francis sea guapo y le caiga bien, no va a traicionar la confianza de Emily en lo que es un secreto.
Él sonríe un poquito y suspira, ella sonríe también un poco nerviosita.
—Bueno, pues veremos qué pasa... Por ahora a pasarlo bien en la fiesta —decide el sastre, volviendo a pensar en el asunto de Arthur y su flor.
—Eso es... —asiente ella, no muy convencida de que haya dejado el tema por la paz así nada más.
El francés se revuelve un poquito, pensando, la mira de reojo, suspira y la abraza un poco porque siente que el aire aquí afuera está más frío de lo que debería.
Ella se le acurruca agradecida. Él se pregunta si de verdad todo este enfado de Arthur son... Celos. Celos por un plan que el mismo había propuesto.
Al final el carro se detiene en la entrada de la casa y quiero decirles que Emily le ha pegado el ROLLO de sus amigos en América desde la casa hasta aquí al escritor.
xoOXOox
Unos cuantos minutos antes el carro principal de los Kirkland se ha detenido en este mismo lugar y Lady Kirkland ha bajado abriendo la puerta sola, mucho antes de que el chofer haya podido bajarse de su lugar para ir a abrirle.
Sin esperar a su marido, tremendamente enojada, se ha ido a la puerta a que la anuncien, considerando que un minuto más encerrada en la carroza con él hubiera implicado empezar a gritarle en su cara que era por su reinado de imposición y terror que todos eran infelices... Ah, y que ella además había tenido un amante que SÍ sabía quererla y tratarla y ni siquiera podía vengarse de él y matarle porque ya estaba muerto.
El servicio de casa del coronel es quien la recibe, claro. Lord Kirkland se pone el sombrero y toma su bastón suspirando y bajando detrás de ella. Para cuando llega a la puerta apenas la están recibiendo así que juntos es como les anuncian.
En cuanto entran al salón Lady Kirkland encuentra a la persona más lejana con la que pueda hablar y sale casi CORRIENDO alejándose de su marido. Seguramente el elegido es su hijo mayor.
Lord Kirkland hace los ojos en blanco y se pone un poco de puntas mientras le entrega su sombrero y abrigo al mayordomo. No tarda ni un segundo en encontrar la cabeza blanca. Sonríe un poquito de lado y camina hacia él.
El coronel está sirviéndose un poco de licor después de haber ido a acostar a su hijo... hablar con el aya... y hacer un par de cosas más solo para demostrar rebeldía y enseñar a su esposa que ella no le manda.
—Voy a necesitar uno doble de esos por cómo va el día... —murmura Lord Kirkland deteniéndose muy serio a su derecha. El coronel se gira y sonríe al ver quién es.
—Que sean dos dobles entonces —le pasa el vaso que se estaba poniendo.
—Coronel —le saluda formalmente sonriendo también y acercándose a él para darle un abrazo de esos que se dan los hombres con fuertes palmadas en la espalda.
—Germán, buen amigo —se lo devuelve con naturalidad. El nombrado se separa y toma de la barra el vaso que le ha servido antes.
—Necesito dos estos y olvidarme un rato de que tengo mujer, hijos y familia.
—Brindo por eso —lo hace acabando de servirse la segunda copa—. ¿Alguna batalla concreta? ¿O solo las insufribles vicisitudes cotidianas habituales?
—Cuando casé a Patrick pensé que era esa la mayor batalla de mi vida. Pero no sabes lo que está siendo esta boda... —niega con la cabeza derrotado dando un sorbo largo a su bebida.
—¿Patrick? ¿Cómo fue con él? —pregunta con curiosidad, porque siempre le ha gustado hablar con este hombre.
—Tres chicas se negaron rotundamente a casarse con él —explica mirándole a los ojos con pesar.
—¿Por qué? ¿Es el reverendo, no? —le busca con la mirada por la sala.
—Será que uno piensa que esas cosas no le pasan a los hombres de dios, ¿verdad? Es un buen muchacho y buenos reverendo, pero al parecer es también un desastre como pretendiente —suspira.
—Sí, aunque luego las mujeres son unos seres demoniacos... —empieza el coronel, convencido, en la propia misoginia inducida por su esposa.
—Coincido. ¿Qué le han hecho a usted hoy? O no es hoy sino, las insufribles vicisitudes cotidianas habituales —sonríe de lado copiando su frase.
—En mi caso es lo habitual... ¿qué sucede con el pequeño Arthur? —le quita importancia a su asunto y vuelve a preguntar.
—No se quiere casar. Y no se quiere casar con ella. Y... Simplemente es como un adolescente rebelde e idiota —protesta todo enfadado.
—No quererse casar... no me extraña para nada que no quiera, yo cometí un terrible error al hacerlo —asegura como cada vez que tiene ocasión.
—No me estás ayudando —le mira de reojo y levanta una ceja—. Además no TODO es malo con tu esposa.
—¿No? —pregunta con cierta cara de circunstancias y a cualquier otro ya le estaría gritando.
—Viaja mucho, no todo el tiempo se mete con tus cosas y tienes a Gilbert. Además Arthur... Le estoy poniendo todo en bandeja de plata. Tiene casa, la chica no está fea, no parece ser regañona, tendrá trabajo siempre... ¿Qué más quiere? —sigue protestando porque en su mente es un arreglo perfecto, el que parece más ventajoso de todos los de sus hijos y aun así este es el que más raro actúa.
—¿Le has preguntado? —propone el coronel con... poco tacto en realidad.
—Sí, hoy mismo intente negociar con él. "¿Qué es lo que quieres exactamente a cambio de casarte con la chica?" Chica que además es un problema también... Si te quejas de tu esposa, es que aún no conoces a su madre.
El Coronel levanta una ceja incrédulo
—Para empezar... —vacila un poco y suspira—, es negra.
—¡¿Negra?! —pregunta en un chillido escandalizado con muchos tintes racistas.
—Shhhh... —le calla—. Ya lo sé. Casi me muero cuando la vi.
—¿Casada con un hombre blanco? ¡No puedo creer lo que hacen en América! —sigue en su escándalo, asqueado.
—Ya lo sé, ni me lo digas. Es una cosa extraña, yo pensé que allá eran peores que aquí, pero ya veo que hay de todo en ese lado del mar. Imagina ahora la maravilla que será tener a mi hijo casado y a una suegra de color. Una consuegra de color. En verdad si no fuera porque Jones tiene EXACTAMENTE lo que necesito para hacer estos negocios en América... —suspira—. En fin... Que no es el color lo que importa aquí y ahora. La mujer además de ser de color tiene el mal timo de tratarnos como si fuéramos... Perros pulgosos.
—¿Ella? —incrédulo, porque evidentemente todos saben que es la gente de color la que es... bueno, sí, como un perro pulgoso.
—Y casi no puede ni siquiera ver a Brittany. No se soportan —añade en su propio drama sin hacer mucho caso de los tonos de voz y lo que indican, puesto que está muy acostumbrado a ellos y si pudiera los haría igual.
—¿Por? —pregunta con más curiosidad esta vez.
—No lo sé, pero nada de eso me ayuda, ¿sabes? Mi mujer no se entiende con su mujer, lo cual es malo. La mujer loca nos ve a todos como si no mereciéramos a su niña adorada, Jones escucha a su mujer más de lo que debería, Arthur hace todo lo posible por hacer mi vida miserable... —enumera toda la retahíla de problemas que le dan todos.
El Coronel le da unas palmaditas en la espalda y Lord Kirkland agradece el gesto sinceramente cuando el mayordomo anuncia a la familia Jones y a Arthur Kirkland.
—Y además ¡mira la hora! Impuntuales americanos, tenían que ser. No te infartes con la mujer, vale... Puedes hacerle toda la cara de agrio que quieras, eso sí —pide Lord Kirkland dejando su copa y acercándose a ellos.
El coronel le mira de reojo y la verdad es que con el porte y el vestido que lleva Lady Jones, no hay forma en que NADIE de la fiesta mire a alguien más. Algo que olvido decirte Lord Kirkland... Es que es guapa y con un cuerpo despampanante... Y se mueve como pocas.
Al Coronel Beilschmidt se le cae la mandíbula al suelo. Tanta abstinencia no es para nada buena.
Ella se acerca al único hombre de la sala que no la está mirando, que es Arthur, para preguntarle desde incómodamente cerca, quienes son los anfitriones. El escritor que aún está enfadado, se los señala desinteresadamente, así que ahí va ella hacia Lord Kirkland y el, de repente muy nervioso, Coronel.
—Ehm... Lady Jones, buenas tardes —saluda Lord Kirkland tomándole la mano y mirando al Coronel de reojo—. Le presento a nuestro muy respetable anfitrión y muy buen amigo mío, el Coronel Beilschmidt.
—Muchas gracias —sonríe ella y tiende la otra mano hacia el coronel, que sabe que hacer perfectamente entrenado por su mujer, así que aun en shock actúa como un autómata.
Alguien debería notar que el contraste entre los dos tonos de piel es violento y perfecto. Francis se ríe un poquito de la cara de... El coronel.
—El Coronel es nuestro orgullo en el ejército, Lady Jones. Un hombre muy instruido e importante —sigue Lord Kirkland mirando al coronel con afecto y levantando una ceja al notar que no parece tener sonrisita burlona ni nada parecido.
—Es un placer conocerle. Muchas gracias por recibirnos en su casa a mí y a mi familia —sigue ella con perfecta gracia en un contraste de nuevo con su comportamiento en privado, recuperando sus manos con delicadeza.
El siempre práctico Lord Kirkland levanta la cabeza en busca de Lady Beilschmidt que está aún junto al doctor.
—Permítame llamo a Lady Beilschmidt para presentarles. Coronel, vuelvo en un segundo...
El coronel se ríe nerviosamente sin responder nada y Lord Kirkland se abre paso entre los presentes hasta llegar al lado del doctor y la soprano.
—Siento interrumpirles —murmura con discreción—. Lady Beilschmidt, buenas noches. Doctor Zwingli.
—Lord Kirkland —saluda ella sin apartar la vista de los recién llegados.
—Podría acompañarme un instante por favor, quiero presentarle a Míster Jones y su esposa.
—Ah, sí. Por supuesto —ella se acerca y le toma del brazo para que la lleve, mirando al doctor de reojo un instante. Él le sonríe un poquito como despedida moviendo un poco la copa que ha dejado olvidada en el bar. Se acerca a Arthur para saludarle de mucho mejor humor ahora que un rato atrás.
Arthur se acerca a él aprovechando la excusa para alejarse un poco de los Jones mientras Lady Beilschmidt les saluda.
—Arthur. ¿Cómo estás? Que gusto verte aquí —saluda el doctor con su voz seria, aunque imprimiendo cierta inflexión en el tono que indica total sinceridad.
—Vash! —exclama como si fuera aire fresco yéndose con él directo. El nombrado le hace un gesto de que le siga yendo hacia el bar porque ya le conoce, justo al sitio tranquilo y un poco alejado dónde estaba hace un segundo con la soprano.
—Cielos... ¿Cómo estás? —casi se va corriendo. El doctor traga saliva recordando que aun cuando le alegra mucho verle, ha sido él el que ha insinuado que es amante de Lady Beilschmidt y la persona más peligrosa posible para ellos en este momento.
—Aburrido. Harto de estar aquí y jalándome los pelos preguntándome por qué razón he accedido a venir —confiesa sinceramente, suele responder eso estén en el acto social que estén.
—Más o menos igual que yo entonces y eso que no hace ni un minuto que he llegado. Si me excuso con dolor de barriga, ¿lo confirmas? —propone sonriendo, no tan en broma como debería.
—Quizás un poco más que dolor de estómago sería mejor, así tendría que ir a atenderte —responde negando con la cabeza—. ¿Te sirvo algo? En esta copa no porque es de Lady Be... Zwingli. L-La dejó aquí.
—Sí, quiero tomar algo fuerte —asiente sin notar la confusión. El doctor carraspea y se sonroja pidiendo otra copa con torpeza y acercándose el whisky—. Lo digo de verdad. Hoy voy directo al local de Wang.
—Ya ni me digas eso que por una u otra he tenido que confesar mi uso de drogas recreativas al Coronel —aprieta los ojos recordando la escena—. Y justo preguntó si acudía a esos lugares. Pero... ¿Tú no tienes que pasear a tu futura esposa?
—Temo que me explote el cerebro si sigo paseándola. Por favor dime que sí has traído de esas —casi suplica recordando la verborrea en el carro sin parar de hablar ni por un instante. Vash le mira de reojo y carraspea un poco, sonrojándose levemente.
—Realmente no sé de qué me hablas, yo soy un médico perfectamente respetable e incapaz de nada relacionado con... "Esas" —asegura con absoluta seriedad... Pasándole el su copa.
Arthur suspira profundamente tomándola y debe de notar en cuanto la prueba que va a suspirar más profunda y tranquilamente aun porque sí que trae una de esas.
—Gracias a dios —sonríe y agradece al notarlo. El doctor le sonríe un poquito de vuelta y se pasa una mano por el pelo.
—Así que... Va a explotarte la cabeza. Al menos ya la conociste... ¿qué tal es? —pregunta con genuina curiosidad sana.
—Te bendiga el dios en el que no creo —susurra tan cínico—. Pues mírala —se la señala.
El doctor la mira en efecto con la cabeza inclinada aun sonriendo un poco con las exclamaciones de agrado.
—Pues comparada con mi mujer... —se gira a mirarla también.
—Tu mujer no grita y habla como si fuera una tragedia no compartir todos y cada uno de sus pensamientos a un volumen digno de que la oigan en América. Además me llama "Artie" —protesta porque eso le enerva como pocas cosas.
—Artie! Cielos —aprieta los ojos—. He de decir que mi mujer hace otras múltiples cosas mucho más desagradables. Pero no es competencia.
—Estoy pensando en marcharme tras la boda —confiesa en un suspiro. Vash le mira de reojo.
—¿Marcharte? —pregunta un poco incrédulo.
—Sí. Abandonarla. A ella, a mi familia y a esta ciudad. Irme —explica y le da un trago largo a su bebida pensando en el asunto de Francis—. Solo. A conocer el mundo.
—Abandonarla. Eso es... ¿De verdad? —es que aún le parece algo demasiado osado e insensato.
—Sí... —le mira de reojo.
—Oh... Pero ella... ¿Pero cómo vas a dejarla así? Es decir... —empieza a valorar, tratando de mantener la mente abierta con Arthur como siempre.
—Pues tomando un día mis cosas y... no regresando —explica, tan simple como eso, ni siquiera ha tenido tiempo de pensar realmente en pormenores.
—Ya, ya... Eso lo entiendo —le mira de reojo pensando en algunas cosas variadas en relación a eso—. Pero tú casa, tu familia... Claro que no es que ellos sean de mucha ayuda pero... —suspira—. Nunca lo consideré como opción —murmura—. Quizás es algo que deberías hacer antes de tener hijos... Sí. ¿Qué vas a decirle a ella?
—Nada —sentencia porque en realidad, egoístamente no ha pensado demasiado en los sentimientos de ella sobre esto. El doctor se lo piensa un poco.
—¿Por qué no huyes antes? —pregunta, ya que eso parece un poco menos problemático, instalados ya en la idea de huir.
—Mi padre necesita el contrato nupcial por sus inversiones —explica, porque en realidad sí tiene consideración por su progenitor, aunque sea poca.
—Oh. Claro, si no, no estarías metido en este lío desde el principio —vacila un poco—. Si hay algo que pueda hacer...
—No lo sé, ¿qué opinas? —se pasa una mano por el pelo.
—¿Pues qué voy a opinar?... Me dará mucha pena si te vas —asegura sinceramente.
—Te escribiré —Arthur rápidamente se instala en el drama.
—Quizás pueda ir a visitarte en alguno de mis congresos... —se encoge de hombros—. ¿Te soy sincero? Se me hace un poco cruel con la chica que será solo moneda de cambio.
—Depende de cómo se mire, ella también ganara hacer su vida como quiera con esto —se defiende un poco.
—Sí... Si no le preocupa mucho el que dirá la gente. Quizás pueda regresar a América con sus padres. Es solo un acuerdo comercial por un período de tiempo. Ya hubiera querido yo poder dejar a mi esposa a tiempo —valora intentando ver lo positivo.
—Quizás pueda fingir mi muerte si eso la ayuda. No tengo nada contra ella en realidad —propone sin pensar demasiado en ello, más como algo que podría leer en una novela.
—Que dramático Arthur. A eso sí que me gustaría ayudarte —sonríe un poquito el doctor.
—¿Cómo propones que podría hacerse? —sonríe dejándose seducir más por la idea.
—Dejar rastros tuyos, algo violento. Tener además un par de testigos... Podríamos incluso ocupar un arma trucada. Surgen únicamente dos problemas a esto... El quien lo haga y desde luego... Que no podrías volver jamás —enumera imaginando también el escenario y las circunstancias un poco Shakesperianas.
—No quisiera que inculparan a nadie, ¿no podría ser por enfermedad? —propone mordiéndose un poco el labio, porque tampoco quiere mandar a alguien a prisión.
—Podría ser en un duelo —se lo piensa un poco y se rasca la mejilla—. Podría también ser por enfermedad... En realidad, es muy simple, solo necesitaría el certificado de defunción.
—Y un cadáver que se me parezca... —piensa en ir al cementerio a profanar tumbas, sintiéndose de verdad es una novela de aventuras.
—Eso... Sí y no. Es decir, si ella vuelve a América basta con que lleve el certificado. Si se quiere volver a casar, lo tendría. ¿Querrías engañarles a todos o que lo sepa la familia? —pregunta porque parece que no están pensando las mismas cosas, él planeaba algo más discreto, solo para ella.
—Mmm... Darle solo el certificado de defunción para llevárselo a América por si quiere volver a casarse, eso es bastante más sencillo que fingir mi muerte —valora porque él estaba pensando en todo un EVENTO con investigación policial y un entierro y un panegírico de sus hermanos y su madre llorando a moco tendido.
—Eso mismo pensé —suspira y le mira a los ojos—. Me gusta más así, me siento menos mal por ella.
—Pero eso es... mucho más frío, ella podría sentirse peor si sabe que la estoy abandonando que si cree que muero —la imagen de la bella, joven, misteriosa y romántica viuda Kirkland, desconsolada y vestida en sobrio negro podría protagonizar alguna de sus fantasías con facilidad.
—Pero de otra manera todos tendrían que creer que mueres, Arthur —discute racionalmente el doctor.
—Sí, lo cual también haría que me recordaran con amor y cariño, no como el descastado que traicionó y abandonó a su esposa y familia —responde porque cada vez le parece que esta es definitivamente la mejor y más atractiva opción para él. Vash asiente entendiéndolo y revolviéndose un poco.
—Es difícil lo que propones. No tanto la acción como las consecuencias de ello —comenta mirándole a los ojos.
—¿Las consecuencias? —pregunta porque creía que ya habían valorado ese asunto en relación a un certificado de defunción para ella.
—Es decir... No es que quiera decirte que NO lo hagamos, simplemente pienso en ello como primera impresión. Es no volver nunca más a nada de lo que tienes ahora. Ni a tu casa, ni a tus padres, ni a tu carrera profesional, ni a tu herencia... —inclina la cabeza y le asalta la duda en la mente. Parpadea y entrecierra los ojos.
Arthur aparta la mirada y se pasa una mano por el pelo porque eso es realmente drástico, como simplemente fugarse, aunque de hacer eso, podría volver como el hijo prodigo, con la muerte... no.
—Es decir, yo sé. Te aseguro que sé que lo que es estar casado con una persona con la que realmente no tienes nada en común y desearía para ti que algo así no te ocurriera. ¿Pero no crees que podríamos pensar en algo que no sea tan terrible? Estoy seguro que tus padres y tus hermanos estarían realmente devastados y ella... No lo sé. No quiero decirte que no porque lo haría, si me lo pides lo haré, solo quisiera que lo pensaras bien.
—Está bien, está bien, lo pensaré. Aunque a mis hermanos y a mi padre les daría igual seguro —asegura auto compadeciéndose un poco más de lo que amerita la situación real, el pobre huérfano de amor odiado por todos sin amor ni amigos que le apoyen, repudiado de la familia.
—No lo creo, Arthur. Vamos, bebe un poco más —le alienta Vash para que se sienta mejor.
—Mira tú por donde, prescripción facultativa para emborracharme —se ríe y se acaba la copa.
El doctor sonríe un poco más con eso buscando a Lady Beilschmidt con la mirada, ya que estamos. Diez segundos después de habérsela tomado... Arthur empieza a sollozar. El doctor, que estaba concentrado en ver hablar a su amante y el suave movimiento de sus labios levanta las cejas cuando le escucha y le mira de reojo.
—¿Arthur? —pregunta preocupado.
El escritor solloza otra vez apretando los ojos y trata de verdad de mantener el temple y no hacerlo... imaginando, muy inducido por el alcohol ahora, un funeral vacío en el que estaría su madre frente a su tumba completamente sola en una tarde lluviosa y dejaría caer una rosa solitaria sobre el ataúd, antes que el sepulturero empezara a cubrirle con tierra sin más ceremonia.
—Arthur! —exclama un poco espantado incluso de verle llorar. Le toma de la muñeca y le empieza a medir el pulso—. ¿Qué pasa? ¿Estás bien?
—Sí, sí, no es nada —trata de soltarse y de esconderse un poco limpiándose las lágrimas traidoras de los ojos. Ningún panegírico de sus hermanos, ni siquiera una lectura de algún poema suyo o alguna anécdota sobre su infancia compartida en el velatorio. Simplemente el cruel olvido.
—Ven. Ven, levántate, vamos a tomar aire fresco —pide el doctor tirando un poco de él y levantándose mirando alrededor y haciéndole un gesto de que le siga.
Ahí se va detrás sollozando otra vez con las manos en los ojos, tal vez incluso uno de sus hermanos dejando embarazada a una de sus esposas y toda la familia celebrando el evento con alegría, aun con el cuerpo caliente casi. El doctor le pone las manos en los hombros y se lo lleva hacia donde sabe que está el salón con uno de los pianos, esperando encontrar un poco de privacidad en esa zona.
Arthur trata de contenerse y fingir que no está pasando, escondiéndose en sus propias manos. Su hermano Scott, el futuro padre, diciendo de ponerle al bebé el nombre de quién sabe qué abuelo muerto hace más de veinte años en homenaje.
—Arthur... ¿Qué pasa?
Este solloza de nuevo cuando le pregunta y niega con la cabeza porque no quiere llorar frente a él... pero la imagen de su padre vaciando su cuarto para poner el bebé y tirando todas sus cosas, sus historias y libros al fuego. Todas las cosas que tanto atesoraba él, quemadas sin ninguna consideración.
—¿Estás bien? Estás... Llorando —comenta Vash intentando consolarle torpemente.
—No estoy llorando —ahora se le caen dos lagrimones incontenibles con lo fácil y rápido que parece que todo el mundo se olvidaría de él y hasta serían más felices con su marcha.
—Sí que lo estas. ¿Qué pasa? ¿Algo no me estás diciendo? —le mira fijamente sin saber que decir porque a él... le cuestan estas cosas. Aunque ayuda el alcohol y lo que le acompañaba en su propio trago.
—Mi papá... mi Padre. Hoy le he dicho que me iría y no me ha pedido que no lo haga, ni me ha reñido ni ha dicho nada. Hasta parecía feliz —explica limpiándose los ojos.
—Oh, que... Terrible es tu padre —valora obviamente sin saber que decir.
—Le daría igual si me muero y además, voy a tener que irme solo y nadie me va a querer nunca más —se lleva las manos a la cara, porque además Francis y sus historias no ayudan en lo absoluto ahora mismo.
—Con ese pensamiento, a tu padre no hay siquiera que considerarle. ¿Pero qué hay de tu madre? Además... Seguramente te irás y harás una buena vida. Vas a escribir. Encontrarás más amigos y serás libre. ¿No es por eso que te vas? —intenta animarle otra vez.
—¿Cómo voy a escribir? No me gusta escribir en francés, no se me da tan bien y no puedo ir a América porque estará ella y... igualmente —otra lágrima porque esto lo dijo por Francis y él ya no le quiere.
—Lo harás en inglés y publicarás aquí bajo un seudónimo. Yo llevaré tu obra —se le ocurre de repente porque siempre ha sido bastante emprendedor—. Y si realmente te TIENES que ir a donde sea que vayas irás a ser un excelente amigo de alguien, como lo eres mío... Y eso es si realmente tienes que irte.
—Pero si tú no tienes ni idea del negocio editorial... —se sorbe los mocos igualmente agradecido con esas palabras, sintiéndose menos solo en el mundo.
Vash traga saliva notando que evidentemente tiene razón... Pero tenía que haber alguna manera de ayudar a su amigo Arthur. Había sido su mejor amigo por un par de años, alguien en quien confiaba ciegamente y que sabía encontraría la manera de ayudarle a él en caso de estar él mismo en la situación inversa. De hecho alguna vez había pensado en esa situación inversa... Él tenía un secreto, uno enorme y preocupante que requería una gran inversión de tiempo y el ser muy cuidadoso. Y a pesar de ese gran secreto nunca se había visto en la necesidad de plantearse esto mismo que se estaba planteando Arthur en este momento: irse. Irse y dejarlo todo.
¿Qué tan angustiado debía sentirse su mejor amigo para plantearse esta posibilidad? ¿Qué tan terriblemente agobiado debía estar con la carga que traía encima para pensar que su única opción era dejarlo todo e irse, incluso a sabiendas de lo mucho que se lastimaría a sí mismo y a sus seres queridos? Se le hace un nudo en el corazón con esto mirándole a los ojos.
—¿Por qué haces todo esto, Arthur?—pregunta en un susurro intentando encontrar la lógica. No era una pregunta que salía de su curiosidad, era genuino interés por entenderlo y ayudarle y esperaba poder transmitirle eso—. ¿Qué es lo que te pasa que te lleva a hacer esto? Debe ser algo muy grande y muy, muy grave... lo que sea... ¿puedes decírmelo? Sabes que guardaré estricto secreto profesional con ello y ni siquiera con una orden judicial me harán repetirlo.
—No quiero nada de todo esto... —susurra sorbiéndose los mocos. El doctor vuelve a tragar saliva.
—¿Y por qué estás forzado a ello? —pregunta inclinando la cabeza.
—Porque no veo otra salida, no quiero una esposa, no quiero un padre que no me quiere, unos hermanos que me detestan y una profesión que aborrezco. No quiero nada de todo eso, dinero, propiedades o nombre no pueden compensar —sentencia muy seguro, volviendo a limpiarse la cara. El doctor suspira con tristeza—. Ya sé que nadie me va a querer nunca, pero... —se le humedecen los ojos otra vez.
—¿Por qué nadie te va a querer nunca? —pregunta interesado.
Arthur le mira pensando en que ahora es homosexual y no tiene ni idea de cómo acercarse a un hombre, si ya no sabía acercarse a una mujer... además corría peligro de acercarse a alguien que no fuera homosexual y le descubriera y acusara.
Vash le mira con genuino interés de entender lo que pasa y así ayudarle.
Además el mismo doctor le había dicho que no había manera de reconocerlos, así que estaba condenado a ser un enfermo y un infeliz para toda la vida. Se tapa la cara con las manos llorando amargamente otra vez.
El doctor le pone una mano en el hombro sin saber cómo consolarle y sin saber lo que pasa en realidad, lo cual es más frustrante. Le da unos golpecitos en el hombro.
—Siempre hay una luz en medio de la oscuridad... Todas las situaciones, a excepción de la muerte, tienen algún remedio o alguna manera de mejorar. Me siento triste por ti, amigo mío, y no sé cómo ayudarte.
Arthur le mira de entre los dedos pensando que el doctor había dicho que se podía curar... aunque eso implicaba confesárselo, pero parecía la única opción en cambio de morir solo sin amor y sin familia pero es que le da mucha vergüenza admitirlo y está hecho un lío y Francis prefiere a Sesel y él ha destruido toda su vida porque le ha dicho a su padre que se marcharía y si ahora no se marchaba quedaría como un imbécil y no tiene nada de nada claro. Siente que todo se le cae encima como un alud y el alcohol no ayuda.
Y es que todo era culpa de Francis. Él era feliz antes de conocerle, iba a casarse con su prometida que le daba un poco de miedo pero que había una posibilidad de que le quisiera. Estaba muy ingeniosamente evitando cualquier contacto con su trabajo y que sus padres y hermanos no le quisieran le daba lo mismo. Hasta le parecía conveniente en el tipo de vida bohemia que pretendía.
Pero el francés había llegado y le había mostrado como su profesión podía tener un valor, ayudando a la gente y dándoles una vida mejor, un motivo real por el que hacerla y levantarse con orgullo todas las mañanas... y le había mostrado que una familia podía amarle y aceptar cosas incluso como esas perversiones propias de la enfermedad, como había hecho la madre del francés con ellos, sin señalarles ni burlarse... y luego le había enseñado que existía el amor y que realmente superaba cualquier cosa y que ahora estuviera enfadado con él y lo hubiera sustituido por una mujer de su misma clase con la que todo le sería mucho más fácil le destruía tanto como llevarlo al restaurante por primera vez le había hecho disfrutar la experiencia muchísimo más.
—No sé qué decirte más allá de que pase lo que pase cuentas con mi apoyo —el doctor sigue mirándole preocupado con la mano en su hombro apretándole un poco para reconfortarle.
—Creo que estoy enfermo de verdad —le mira desconsolado.
—¿Enfermo de qué? —pregunta suavemente y le pone una mano en la frente. El escritor solloza otra vez—. ¿Cuáles son tus síntomas? Arthur, habla conmigo por favor —pide Vash desesperado al no saber qué hacer con él
—Yo... es que es muy delicado —gira la cara y se sonroja. El doctor se humedece los labios.
—Ya sé que lo es, si no, no estarías así. Sea lo que sea, Arthur, para cosas delicadas estoy yo aquí.
—Es que yo... —se tapa la cara con las manos. Años de práctica como médico le han hecho aprender que hay veces que simplemente hay que callar y esperar a que el paciente hable—. Puede que s-sea... yo... ho-hom...
Entrecierra los ojos esperando que termine.
—Homosexual —susurra mirándose las manos. El doctor parpadea y parpadea otra vez sin esperarse esto en lo absoluto.
