—Oh —susurra sin moverse. El escritor se tapa la cara otra vez, rojo como un tomate—. E-Eso es algo... Que no es grave —susurra.
—Eso dices tú —responde Arthur sumamente preocupado, sin mirarle.
—Es complicado, pero no es mortal —toma aire—. Deja. Déjame razonar esto.
—¿Q-Qué? —abre un poquito los dedos y le mira por entre ellos. Vash se pasa las manos por el pelo pero sigue sin apartarse ni moverse, aun con una mano en su hombro.
—¿Estas s-seguro? —pregunta humedeciéndose los labios.
—No —sentencia con la pura verdad pero aun sin mirarle.
—Bueno, no... No pasa nada ¿Cómo... Cómo te sientes además de angustiado? —pregunta intentando adoptar su postura más profesional.
—Asustado... y confundido... y deprimido —enumera haciendo un recuento.
—Puedo entender todo eso —asiente de nuevo—. Tengo que pensar en esto y... replantearme algunas cosas.
Arthur se pasa una mano por el pelo y aprieta los ojos sin responder.
—¿Sabes qué es lo primero en lo que pienso? —pregunta el doctor.
—Creo que voy a ir a besar a mi prometida hasta que se me pase —decide limpiándose los ojos, tomando la determinación y le mira cuando oye esa pregunta retórica.
—Te ves sano. Un poco... Drogado nada más —se le acerca y le mira a los ojos con más intensidad.
—Tú dijiste que no había forma de saber quién está enfermo a simple vista —sigue mirándole desconsolado.
—Hablamos de esto... Oh. Hablamos de esto —murmura algo preocupado de qué pudo haber dicho—. A-Arthur, esto es... Cualquier cosa que dije ahora es inválida.
—¿Qué? ¿Por qué? —frunce un poco el ceño.
—Porque es muy simple hablar de algo que realmente no se conoce. Es fácil dar una opinión cualquiera —asegura realmente preocupado porque no se habría imaginado nunca que pudiera ser algo tan delicado por lo que le pidiera opinión.
—Pero algo debiste estudiar al respecto en la facultad, no es como que no supieras nada —responde desesperado porque todas sus ideas al respecto se han formado en gran medida en base a esa opinión y si ahora es inválida, todo se tambalea aún más de lo que lo hacía.
—También sé que en la universidad dicen que la histeria se cura amarrando a la paciente, o que la tos espasmódica no puede curarse con nebulizaciones. Llevo años conviviendo contigo y... Necesito replantearme algunas cosas —asegura muy serio.
Arthur se lleva las manos a la cara y se vuelve a sentar en la banca de un piano. El doctor pasea un poco frente a él de un lado a otro pensando antes de sentarse a su lado en el banco.
—En verdad vamos a tener que ir con Wang
—¿Eh? —pregunta el escritor descolocado por un instante.
—Wang. Estoy seguro que ahí nos aclararemos lo bastante la mente.
Arthur asiente con docilidad y vuelve a sorberse los mocos. El doctor Zwingli saca su pañuelo, el pañuelo con labial, del bolsillo y se lo extiende. Lo mira sin entender muy bien y al final lo toma para limpiarse la cara y le deja una marca de pintalabios sobre el labio sin que se dé cuenta, pero el doctor sí.
—Oh... Tienes... ¡Oh! —se sonroja y da un paso atrás.
—¿Eh? —vuelve a vacila, mirándole, un poco en el drama aun.
—Ti-Tienes un poco de labial... —se señala donde en su propio labio.
—¿Labial? —pregunta levantando la mano para tocarse.
—S-S-Si, labial es... El pañuelo estaba manchado y... —explica nervioso.
—¿El pañuelo estaba manchado? —lo mira acabando de limpiarse.
—¡No! —chilla histericolocoperdido—. Es... ¡No es lo que crees! —protesta el doctor pensando por un momento que ÉL tiene un secreto grande del inglés, quizás a cambio debería darle uno suyo—. E-Es de mi... ¡e-Es!
Arthur inclina la cabeza.
—Yo tenía labial en los labios, pero no es que yo... ¡No es de nadie raro! —trata de excusarse, nervioso.
—¿De tu mujer? —propone el escritor, un poco extrañado, porque cree que nunca ha visto al doctor besar a su esposa.
—¡No es mi mujer! —chilla sonrojadísimo. Bien, Arthur, es el momento del ojo por ojo. Secreto por secreto.
—¿Ah, no? —frunce un poco el ceño y se pregunta quién entonces.
—¡No! ¡Y no estábamos haciendo nada! ¡Sólo se limpió los labios! —da unos pasos atrás.
—¿En los tuyos? —el escritor levanta una ceja. El doctor abre los ojos como platos, verdaderamente histérico.
—No hizo nada... No... Arthur! ¡Por linaje, más quieras deja de decir esas cosas así! —protesta.
—Tú has dicho que tenías el carmín en los labios —le acusa defendiéndose.
—¡No es verdad! ¡Lo tenía ella en los suyos! —se tapa la boca rojo como tomate, muy, muy agobiado.
—¿Ella quién? —insiste inclinando la cabeza porque en realidad se sentiría mejor si el doctor le compartiera eso y estuvieran un poco mano a mano.
—¡Nadie! —chilla.
—¡Vash! —protesta, pero el nombrado se tapa la cara sin responder apretando los ojos—. Vash... —repite
—No... No. No es lo que... Crees —vacila.
—Lo que creo... —vuelve a mirar el pañuelo, pensándoselo.
—¿Qué es lo que crees? —susurra en pánico.
—¡Ella! Lady Edelstein! —recuerda de repente la conversación con Francis, levantando las cejas. El médico le mira con HORROR palideciendo—. ¿Es de ella? —sonríe un poco por haberlo descubierto.
—Por favor... POR FAVOR, no lo digas en voz alta —susurra.
—¡Sí es de ella! —exclama y un instante más tarde vuelve a recordar que se ha peleado con Francis y lo ha dejado por Sesel. Vueeeeeelve a llorar amargamente.
—¡No lo es! No... Arthuuuur! —protesta apretando los ojos. Arthur llora con las manos en la cara y eso pasa por el alcohol... Vash se acerca a él todo preocupado por el asunto de la soprano—. ¡No puedes decirlo! No puedes decirle a nadie NUNCA que el labial es de... ¡No puedes!
Pero él nada más llora desconsolado.
—Arthur, por favor —susurra casi sollozando con él. Éste sólo niega con la cabeza sin parar. Y creo que debe ser el alcohol pero el doctor le pasa un brazo por encima de los hombros y le abraza un poco.
—Creo que lo mejor será fingir mi muerte —asegura Arthur desesperado, tras un ratito. Se escucha un carraspeo suave y unos pasos.
—Monsieur... Zwingli? —susurra la voz suave del francés.
Arthur abre los ojos como platos a pesar de las lágrimas, reconociendo la voz... a pesar de todo, sabiendo que no ha podido oír su plan por el tono suave de voz que ha usado, pero sin estar seguro.
—Lady... Ehm... Nuestra anfitriona le busca, me ha pedido que le encuentre —se explica el recién llegado. El escritor trata de limpiarse la cara lo más disimuladamente posible con su propio pañuelo y se suena los mocos.
—¿Lady Edelstein me busca? Ehm... Yo... —o sea, peor habría sido que le dieran un golpe en la cabeza. Aprieta los ojos.
—Vamos a ver que le ocurre —propone Arthur tratando de que la voz no le tiemble, sin mirar al sastre. El sastre se acerca a ellos dos deseando que el doctor se LARGUE.
—No. Y-Yo iré y... —el doctor vacila sin tener idea de que decir, levantándose.
—Insisto en acompañarle —responde Arthur que no quiere quedarse a solas con Francis.
—Monsieur Kirkland —sigue el sastre mirándole a la cara preocupado—. Su madre me ha mandado un mensaje para usted también.
Traga saliva y se queda paralizado un instante.
—Gracias. Iré a buscarla para que me lo dé personalmente —responde intentando mantener el temblé, pero no puede evitar que la voz le tiemble un poquito.
—Arthur, s'il vous plait —le ruega Francis dando otro paso hacia él.
—Le ruego que no se tome esas confianzas conmigo, míster —protesta mirándole con desprecio un segundo antes de que se le vuelvan a inundar los ojos.
—Pero es que... Es que no es justo y no entiendo por qué es que... —levanta la mano para tocarle la cara de verdad teniendo que contenerse para no abrazarle.
Arthur se da la vuelta y se aleja con el doctor Zwingli. El francés le detiene poniéndole una mano al hombro. Pone los ojos en blanco y se detiene, con el ceño fruncido. Le quita la mano y se va porque de verdad no quiere quedarse solo con él.
Francis le mira irse desconsolado, guardándose las manos en los bolsillos y Arthur está llorando, así que ahí lo deja... yendo a por más alcohol. Lo que es una pésima idea. Pésima, PEEEESIMA.
Hay que decir que Francis se va atrás de él a seguirle infinitamente cosa que también es una pésima idea. El doctor odia un poco a Arthur por seguirle, vamos a decirlo, pero éste le sigue solo fuera de la sala. Pues ahí va Francis detrás de él.
—Monsieur Arthur! —susurra llamándole. Éste sigue ignorándole, pidiendo una bebida a un valet—. ¿Qué es lo que pasa? Venga, ¡deja de ignorarme! —protesta.
—¡Que no se tome confianzas conmigo! —le chilla, ardido.
—¡Me tomo confianzas porque tengo cierto derecho! ¡No es como que sea sólo tu sastre! —exclama de vuelta sin pensar.
—No, ¡desde luego que no lo es! —replica dolido.
— ¿Ves? Soy tu... Algo más. Deja de ignorarme. ¿Por qué estás enojado? —pregunta sonriendo un poquito.
—No es usted NADA mío. ¿Queda claro? NADA —sentencia mirándole a los ojos con intensidad.
—¿Qué demonios es lo que ha pasado? ¿Por qué estas así, porque hice lo que querías? Vine con la chica y fue TÚ idea —le acusa otra vez intentando defenderse.
—Le ruego que no se dirija a mí en el resto de la velada —se vuelve para tomar la copa que le tiende el valet.
—¡Pero Arthur! No hagas esto, es feo e innecesario —lloriquea. El escritor le fulmina y se va de su lado, al otro lado de la sala, sollozando bajito. Francis se le va detrás—. ¿Qué es lo que pasa? ¡¿Por qué estás enojado?!
—¡Basta! ¡Deje de seguirme! —protesta mirándole con los ojos brillantes, empapados.
—¡No voy a dejarte en paz nunca! ¡¿Qué pasa?! —insiste tomándole del codo.
—¡Pues márchese de esta fiesta que nadie le invitó! —replica haciendo un movimiento brusco para zafarse.
—¿Por qué haces esto? Tú me invitaste... —insiste desconsolado, pasándose una mano por el pelo.
—Desde luego yo NO le invité, ¡aléjese! —vuelve a intentar irse a otra esquina del cuarto. Francis vuelve a ir tras él. Frunce el ceño y le empuja un poco—. ¡Que no me siga!
—¡Arthur! Pero si es que no tiene lógica, si vine aquí para estar con... —se calla con el empujón—. ¡No me empujes!
—¡Pues déjeme en paz! —vuelve a apartarle.
—¡No voy a dejarte en paz! —protesta.
—¡Sí va a hacerlo! —le amenaza.
—¡No es justo! ¡No hice nada! Y deja de aprovechar que puedes hacer justamente ESTO, que es volver a ser el señor y que no seamos iguales —sigue protestando, empezando a enfadarse también.
—¡Sí hizo y no quiero volver a verle! ¡Aléjese o haré que le echen! ¡Lo digo en serio! —sigue amenazando, señalándole con el dedo, porque está muy ebrio y dolido.
—Bien, haz que me echen entonces, anda —replica lleno de rabia.
—¡Coronel! —le llama girándose en su búsqueda dispuesto a hacerlo. Francis le mira hacer y se le humedecen los ojos, pero no se mueve ni un milímetro—. ¿Es que no planea usted conservar su dignidad y marcharse como un caballero? —pregunta antes de volver a llamarle.
—Planeo quedarme aquí a que me humilles... Si así es como te hago entender —replica, cruzándose de brazos, con determinación.
—¿Entender qué? —frunce el ceño.
— ¡Que me rompes el corazón cada tres minutos y no entiendo por qué! —se le humedecen los ojos aún más.
—¿Qué yo...? Mire, mejor váyase —repite y se da la vuelta yendo a otro lado del cuarto de nuevo.
—Arthuuuur! ¿Por qué estas...? ¿Que estas? ¿Enfadado? —insiste el preguntar el sastre volviendo a perseguirle, limpiándose los ojos. Hace rato que Arthur está llorando también, así que…—, ¡Fui con ella a actuar! ¡Si es lo que me pediste!
—¡Basta! No pienso volver a hablar con usted y menos frente a todo el mundo—insiste, señalándole con el dedo y acabándose su copa casi de un trago.
—¡Entonces deja de hacer esto y habla conmigo en privado! —señala hacia el cuarto del piano donde estaban antes.
—¡No pienso hablar con usted de ningún modo! Usted ha muerto para mí —responde con la voz rasposa por el alcohol, en un tono solemne.
—¿Por estar con Sesel como me lo pidió? Estoy aquí ahora, ¿no? —pregunta sarcásticamente.
—¡Yo no le pedí nada! ¡Dije que era una pésima idea! —se defiende y se le vuelven a humedecer los ojos de forma evidente.
—¡No es verdad! ¡¿Arthur qué demonios es lo que pasa?! —sisea gritando a susurros.
—¡Lo que pasa es que no quiero saber nada más de usted y no parece haber forma en que lo entienda! —aprieta los ojos intentando limpiarse con disimulo, volviendo a apartarle con la manos.
—¿Y qué te hizo cambiar de opinión? Merde, cada vez que te dejo cinco minutos solo te meten ideas idiotas a la cabeza —no se deja apartar, quitándole las manos.
—¡Nadie me mete nada idiota en ningún sitio más que usted! —protesta sin notar el doble sentido. Francis se sonroja un poquito con eso.
—Shh! ¡Deja de decir esas cosas! Y si no me quieres tú a mi voy a... ¡Voy a quererte menos yo! —protesta bajando el tono.
—¡Claro que no le quiero nada! —chilla
—Shhh! —protesta—. ¡Eres imposible y no se puede hablar contigo y no me das explicaciones ni oyes las mías! ¡Y estas actuando irracionalmente y eres un tonto!
—¡No me importa lo que diga! ¡Déjeme tranquilo! —ahora sí que le cae una lagrima sin poder evitarlo. Es que por favor detengan a Francis que no puede, NO PUEDE no tocar. Levanta la mano para quitarle la lagrima y se detiene a sí mismo con un sobre esfuerzo.
—Te quitaste mi flor de la solapa... Uno no hace eso con una flor que le regalan —se acuerda de ello otra vez con los ojos húmedos.
—Se hace si quien te la regala es un IDIOTA —insiste limpiándose solo. El francés se le queda mirando en silencio. El señorito frunce de nuevo el ceño y se da la vuelta para irse.
—No te vayas —pide y le pone otra vez una mano suave en el hombro. A Arthur se le caen un par de lágrimas otra vez, de espaldas a él—. No te vayas y escúchame. Lo que sea que hayas pensado es... es absurdo. ¿Qué tienes? Miedo de esto otra vez. Yo también tengo pánico, pero sólo desconocerme no ayuda en nada, ni a ti ni a mí. ¿O es por Sesel de verdad? Si notas estoy aquí contigo y no donde sea que este ella...
—A saber a qué has venido... —sisea desconfiado.
—Me preguntaba lo mismo cuando vi que le diste un BESO. Esto no... No es fácil para mí tampoco —susurra—. Y no ayuda nada mi posición ni que puedas echarme en cualquier punto, no tendrías por qué decirme las cosas que me has dicho ni estar tan enfadado porque no he hecho nada más que ir detrás de ti.
—¡Eso no es verdad! ¡Y yo no la besé! —se gira cara a él, señalándole.
—Le diste un beso frente a mí y también le diste una flor. Y yo no hice nada horrible como quitarme un regalo que me hayas dado tú, así que si acaso alguien debería estar enojado soy yo, ¡NO TU! —discute.
— ¡Me quité tu estúpida flor porque tú estabas... tú... vete con esa! —chilla con el corazón desgarrado. Francis traga saliva y se tranquiliza un poquitín al entender realmente que el problema son celos.
—Con... Esa. No voy a irme con ESA —niega con la cabeza.
—¡Pues vete con quien te dé la gana! —protesta de nuevo apretando los ojos y ahora ya sin limpiarse siquiera las lágrimas.
—Eso es justo lo que hago en este momento, estar con quien me da la gana... Aun en malas condiciones y en medio de una reunión donde no debería —susurra acercándosele.
—No lo haces, ¡sólo me molestas! —se tapa la cara con las manos, frustrado.
—¡Si lo estoy! Quiero estar contigo y no quiero estar peleando —le toma de la muñeca con cierta fuerza. Arthur parpadea con eso sin esperárselo.
—¿Qué pasa? ¡Te ha dado calabazas! —le señala con un dedo. Francis hace los ojos en blanco.
—Ella... Sabe que hay alguien más y de hecho voy a presentarle a alguien —explica encogiéndose de hombros.
— ¿Qué? —el escritor parpadea.
—Que no lo estás entendiendo en lo absoluto, tonto. Ella sabe que estoy saliendo con alguien. Lo cual es mucho más de lo que sabe TU futura esposa, quien se ha emocionado enormemente con un beso —protesta cuidándose de no subir el tono.
— ¿Con quién está saliendo? —pregunta y le tiembla el labio, porque además, a falta de una ahora son dos. El galo parpadea.
—¿Que con quien estoy saliendo? Estoy saliendo contigo, idiota —protesta
—No e... ¿conmigo? —se sonroja.
—¡Sí, contigo! —protesta otra vez queriendo estrangularlo—. ¿Cuál es la parte que no has entendido hasta ahora?... ¿Sabes? ¡Es que eres tonto! ¡Cómo vas a preguntarme con quien!— bufa dándose la media vuelta y yendo a servirse una copa. Arthur parpadea un par de veces... y se va tras él.
—¿Qué?
—Que eres un idiota —le insulta ahora sin hacerle mucho caso.
—¡No más que tú! —se defiende.
—Mucho más que yo, yo al menos sé con quién salgo y lo que quiero —le acusa, mirándole, acercándose un poco.
—¡Tú eres un picaflor! —le sostiene la mirada también echado hacia él.
—Lo soy a veces... Cuando no estoy SALIENDOCONALGUIEN —sube un poco más la voz y creo que si de por si los veían ya... Ahora los ven más. Arthur se sonroja otra vez quedándose paralizado. El francés hace un "jum" muy indignado y se roba una copa de una charola, bebiéndosela.
—Las chicas de la condesa dicen que no sales nunca con nadie —susurra el escritor sin mirarle, con la boca pequeña porque le da un poco de vergüenza que sepa que fue a preguntar.
— ¿Las chicas de la condesa? ¿Hablaste con las chicas de la condesa? ¿O sólo las encontraste por casualidad? —pregunta mirándole de reojo con la copa a medio camino de su boca. El escritor se sonroja más sin mirarle y sin contestar, con los mofletes hinchados—. Es verdad que no salgo nunca con nadie, me parece incluso que lo sabes.
—¡Pues por qué intentas engañarme! —le fulmina.
—¿Engañarte? En primera, no salgo con nadie hasta que salgo con alguien... Ve y pregúntales a tus amigas las chicas de la condesa cuándo les dije a ellas que saldríamos. Vienen, se me echan encima y... ¿A quién le dan pan que llore?, no les digo que no, pero a todas les digo que no salgo con nadie.
— ¡Y a mí me dices que sí sales conmigo cuando no sales con nadie!
—Porque no suelo salir con nadie, lo que no quiere decir que no pueda salir con alguien si me gusta. Y ¿sabes? Ahora mismo te repito una vez más con plena seguridad que sí, SÍ estoy saliendo CONTIGO.
Es que el inglés no sabe qué responder. Se queda mirándole con la boca abierta.
—Y en tercer lugar... Por qué hablas de engañarte si le he dicho que no a una chica agradable JUSTO porque estamos saliendo, siendo que tú vas a CASARTE, así que va a haber besos y sexo.
—¡No va a haber nada de eso!
— ¿De todo lo que dije eso es a lo único a lo que vas a responderme? — Francis hace los ojos en blanco.
—Y-Yo...
—Tú no tienes ni idea realmente de lo que quieres, eso es y lo único que se te ocurre hacer cuando entras en pánico es degradarme de nuevo al sastre que no puede ni siquiera llamarte por tu nombre y amenazarme con echarme, cosa que además si puedes hacer..: ¡y yo no!
Arthur se muerde la lengua para no gritarle que él puede destruirlo solo yéndose con alguien más y es mucho peor que echarlo de ningún sitio.
—¡No estaba entrando en pánico!
—¡Menos mal! —protesta sentándose por ahí y cruzándose de brazos.
—¡Pues será lo menos mal que quieras, pero es verdad! —se sienta a su lado cruzándolos también. Francis le mira de reojito.
—Yo... Sí he entrado en pánico en algún punto.
—¡No es ver...! ¿Qué? —se detiene y le mira dejando de gritar.
—Que yo si he entrado en pánico.
—¿Qué dices?
—¿Que digo de qué? Es obvio y lógico entrar en pánico con algo así, todo ha sido muy rápido y... es muy complicado. Podría decir que mi estado actual casi todo el tiempo es de pánico absoluto de que todo se vaya —chasquea los dedos—, justo así como empezó.
—¿Y que más le da? Usted no tiene nada que perder.
—¿Crees que no tengo nada que perder?
—Claro que no.
El sastre sonríe un poquito y le mira de reojo.
—Es porque de por sí ya soy un pobre diablo que sólo es un sastre, que no tengo un nombre ni una familia importante y que lo peor que pudiera pasar es que la gente hablara de mi a mis espaldas y no me dieran trabajo... En cambio sí a ti esto te sale mal perderías todas las cosas maravillosas que tienes: tu futura esposa, tu nombre importante, tu casa y tu vida de rico.
— ¡No estoy hablando de dinero!
—Yo... Sí creo que tú TIENES más que perder que yo. Además de la cerrazón de tus padres —lo piensa un poco, dándole la razón—. Pero a la vez... A cambio de eso, tú tienes TODO el control.
— ¿Qué control? ¡Si tú me convences de todo lo que quieres! —protesta. El sastre se ríe un poco con voz grave.
— ¿Lo hago? Mira que bien.
—¡No te rías! —protesta girándose hacia él.
—Tú me haces seguirte como creo que nunca he seguido a nadie... Así que estamos a mano.
— ¿Qué? ¡Yo no hago eso!
—Claro que sí, ¿que acaso no me has visto hace nada de tiempo perseguirte hasta la sala del piano donde estabas con el doctor?
—¿Eso entiendes por hacerte perseguirme? ¡Yo quería que me dejaras tranquilo!
—No voy a dejarte tranquilo tan fácil, porque... Cielos, Arthur, en serio… No es el mejor lugar para hablarte de esto —asegura sonriendo un poco más.
El señorito pone los ojos en blanco. Francis se ríe otra vez. Le da un codacito pero se le escapa una sonrisita. El sastre se relaja más al vérsela aunque se soba un poco el lugar del codazo.
—Vamos a inventar un lenguaje secreto, ¿vale? Cada vez que yo diga que me debes una libra, significará un beso, ¿vale? —propone sonriendo de lado.
—¡No! Tonto —exclama un poco escandalizado, no porque la idea no le parezca buena, pero tampoco es como que suene muy bien que vaya por ahí diciendo que le debe dinero al sastre.
—Entonces diré besos. Me debes muchos besos, mon amour —decide tranquilamente encogiéndose de hombros.
—¡NOOO! —chilla porque, obviamente, eso suena aun peor y además le avergüenza. El sastre se ríe tapándose la boca y mirando a su alrededor. Arthur vuelve a darle un codacito al notar que se ríe.
—Me gustas —le susurra aun tapándose la boca.
—¡Shhh! ¡No digas eso! —casi se le echa encima para tapársela él, empujándole un poco para apartarle más de posibles oídos indiscretos, mirando la concurrencia aun sonrojado.
—¿Decir qué? —hace cara de inocente dejándose llevar.
—Que yo... que ¡eso! —exclama deteniéndose y volviendo a mirarle. El francés se ríe un poco más de buena gana, muchísimo más tranquilo que un rato atrás—. ¡No te rías! —protesta pegándosele un poco, frunciendo el ceño ligeramente.
—¿Por qué no? Te ves muy mono todo enfadado siendo incapaz de decirme qué es lo que no puedo decir —sonríe de lado y le hace un cariño secreto en el pecho sin que nadie pueda verlo realmente.
—¡No me veo nada de eso! ¡Y deja de decirlo con todos aquí! —protesta porque él sí lo nota, igual que oye sus palabras y siente sus tonos de voz, queriendo taparse la cara con las manos.
—¿En privado si se lo puedo decir, monsieur? —sonríe de lado y le mira haciendo un cejas-cejas.
—¡No! —se sonroja más. Francis otra vez se muere de la risa.
—Mejor cuéntame los chismes palaciegos de la gente de aquí, para que te relajes un poco —decide el francés dándole un poco de tregua, porque bastante se ha enfadado ya antes.
—No digas nada de eso, si quieres decir esas cosas... habla de la ciudad, ¡no de mí! —decide Arthur sin mirarle, hablando realmente del asunto del lenguaje secreto que le parece super romántico y apasionante aunque nunca ose confesarlo.
—¡De la cuidad! Ugh... Pero... Ugh, ¡ese es un golpe sucio! —protesta. Arthur sonríe más, triunfante, porque si además le molesta aun es más exquisito—.No voy a decir que, que hermosa es Londres.
—Suena mejor —asegura, Francis le da un empujoncito y Arthur se ríe.
—Ni creas que te vas a salir con la tuya —coquetea el sastre señalándole con un dedo, sin dejar de sonreír.
—¿Ah, no? —sonríe retador.
—No, puedo ser bueno para decir cosas bonitas de Londres —asegura muy confiado, entrecerrando los ojos un poco y cruzándose de brazos.
—Puedas decirlas del país entero, si quieres —se encoge de hombros el escritor, tranquilo ahora.
—Londres tiene... Vida propia —empieza, buscando expresamente las palabras y frases adecuadas para incomodarle y demostrarle que es capaz—. Un movimiento especial y... Cierta forma de abrazarme y envolverme que hace que pierda la cabeza.
—¡No! ¡Para! —se sonroja.
—¿Siempre no? —se ríe—. La ciudad está caliente como la sangre de mis venas... —empieza otra vez.
—¡No! ¡No es verdad! —chilla el escritor, abrazándose a sí mismo. Francis se muere de la risa—. ¡Lo haces a propósito!
—Pues claro que ahora lo hago a propósito —responde entre risas. El inglés le clava el codo bajo las costillas un poco. Francis pega un saltito y le pica él de vuelta.
—¡Eh! —protesta Arthur dando un saltito. El francés le sonríe cerrándole un ojo.
—Jum! —protesta cruzándose de brazos con el ceño fruncido... pero sonrojadito y con la sonrisa escapándosele.
—Eres... Un señoritingo pirrurris —le acusa el sastre con su acento francés tan marcado en las erres para una palabra complicada.
—¿Qué significa eso? —pregunta el escritor sin estar familiarizado con una palabra, lo cual ya es complejo, pero piensa que puede ser algún tipo de expresión vulgar o barriobajera.
—Que eres riquillo y presumido —resume con un gesto vago de la mano.
—¡No lo soy! —se defiende ante la evidencia al entender.
—Claro que sí—sigue acusándole tan divertido.
—Tú eres el que esta fuera de lugar aquí... —asegura sin pensar siquiera en lo que dice y en si eso podría ofender o hacer sentir mal al sastre al volver a poner en evidencia la diferencia de clase social, porque aunque para Arthur no sea realmente un punto importante, es algo que subconscientemente aprendió a hacer, en especial con su hermano Wallace. Francis le mira de reojo.
—Y mira que bien combino. Tú en cambio te MUERES con los míos —replica el francés muy orgulloso de haber logrado mezclarse entre estas personas.
—¿Que yo qué? ¡No combinas nada bien! —replica pensando que se refiere a la ropa, solo por llevarle la contraria porque Arthur no ha dudado ni un momento de que no fuera a saber estar.
— ¿Ah no? Sólo porque la gente me conoce... —como el sastre. Acaba la frase en su cabeza.
—Ni siquiera habrías podido entrar si no te conocieran —responde pensando que se refiere a que le conocen por ir con ellos.
—Sólo porque no me conocen. Si yo me inventara que soy el conde de nosédónde, seguramente me dejarían —replica empezando a sentirse un poco más molesto.
—Claro que no, todos conocen a todos los condes —replica negando con la cabeza, aun sonriendo.
—¿Pues uno lejano? —propone el sastre.
—Siempre hay alguien que los conoce, no tienen nada más que estudiar —se encoge de hombros, tan sarcástico.
—Pues podría decir que soy alguien del... Lejano Oriente —claro Francis, con tu acento y tus ojos azules y nariz de parisino.
—¿Tú te has visto? —replica mirándole de reojo y comparándolo mentalmente con Wang a quien no se parece ni en el blanco de los ojos.
—Podría... ¡Hombre, no des la lata! Todos le creen a un hombre guapo y con porte como yo —protesta un poco más fastidiado.
—¡Claro que no! —responde aun sin notarlo y es tanto que no lo nota que plantea otra idea en su propia línea de pensamiento, sin notar las implicaciones—. Tal vez como americano... Quizás como un Jones...
—¿Yo como un Jones? ¡Ja! —exclama Francis, no muy seguro de cómo tomarse eso, pero relajándose automáticamente. No podía ser tan malo si Arthur le estaba imaginando como alguien que podría ser su esposa. El inglés se encoge de hombros y se sonroja un poco porque si fuera un Jones… quizás podrían pasar por amigos muy muy cercanos y hacer negocios juntos sin necesidad del compromiso nupcial. Además tendrían la excusa perfecta para verse a menudo con el asunto de trabajar juntos, su padre estaría tremendamente orgulloso y él podría alegar no tener tiempo para su mujer y ser absorbido por el trabajo sin levantar sospecha alguna.
—Aunque ya nos vendría bien que yo fuera Miss Jones —responde Francis directamente imaginándose como una mujer, siendo comprometida con Arthur y teniendo una gran boda como en realidad siempre ha imaginado tener con… otra chica. Aunque de un tiempo en adelante siempre ha pensado que era un sueño imposible a causa del dinero.
—¡No serías Miss! —protesta el inglés saliendo de sus fantasías.
—¿Por qué no? —le mira un poco extrañado, saliendo de las suyas también.
—Porque eres un chico —explica como si fuera obvio.
—Estamos soñando que fuera una chica —se defiende.
—No, solo tú lo sueñas —replica sin notar que en realidad eso significa que le atrae y le quiere suficiente tal como es con sus pros y sus contras, no solo como una fantasía de "claro, pero si solo fuera más rico…" o "si solo fuera una mujer…" . Francis e mira de reojo y se ríe
—Te gustaría mucho menos, ¡eh! Cielos Arthur, el inconsciente te traiciona —le asegura.
—¿Qué? ¿De qué hablas? —parpadea mirándole.
—Tú no sueñas que sea niña porque en el fondo así tal como soy... Te gusto—resume.
—¡Claro que no! Me gustarías más si fueras niña —se sonroja automáticamente al notar el matiz interpretativo quizás demasiado obvio de sus palabras y ocurriéndosele una idea nueva ahora..
—¿Más aun? —levanta una ceja, sonriendo un poco de lado y enfatizando expresamente ese punto.
—Pues no... Digo... sí, digo... es decir... lo que digo es que tal vez... o sea, no que ahora me gustes nada, pero sería mejor que fueras mujer —responde sacudiendo la cabeza un poco hecho un lío porque no quiere ir por aquí.
—Ahora te guuuustooo —canturrea burlón.
—¡No! —chilla poniéndose nervioso de nuevo, haciendo aspavientos con las manos frente a su cara y arrancándole la risa—. ¡No! ¡Claro que no! ¡Deje de reírse!
—Voy a comerte a... Libras en cuanto tenga oportunidad —asegura, sonriendo tiernamente, mirándole, aprovechando el juego del lenguaje secreto.
— ¡No! ¡Para! —protesta entendiéndolo bien, tapándose la cara con las manos.
—Tienes muuuuuuy poco aguante —asegura volviendo a hacerle una caricia sutil.
—No, para —insiste en serio, sin sonreír, empujándole un poco por si acaso se acerca. Francis parpadea y deja de reírse.
—¿Qué pasa? —pregunta un poco incómodo, porque solo estaba jugando.
—No se puede hablar contigo sin que vuelvas a... ¡eso! —le acusa sin sonreír y el sastre se sonroja un poquito y se guarda las manos en los bolsillos encogiéndose de hombros. Arthur suspira.
—¿Sabes qué estaba pensando? —pregunta mirándose los pies, no muy convencido de nada—. En realidad... No me conoces tan bien.
—¿Eh?
—Es decir, es verdad eso que dices que no se puede hablar mucho conmigo sin que vuelva a pensar en besos. Es... Así soy —confiesa encogiéndose de hombros.
— ¡Pues no está bien! —riñe el escritor.
—¿Por qué? Es decir... Quizás no lo está pero me da igual, la cosa es... ¿Te gusta eso? —pregunta.
—¡Porque te pierdes de otras cosas que también son importantes! —insiste un poco incómodo.
—¿Qué cosas me pierdo? —pregunta inclinando la cabeza, sin seguirle.
—Iba a contarte algo de mí, algo que no sabe nadie —confiesa Arthur. Francis levanta las cejas interesado y le mira—. Pero se me han quitado las ganas...
—Oh... Oh, venga, no es verdad. ¡Cuéntame! —suplica.
—No, no... Sigue con tus tonterías —niega y hace un gesto con la mano. El sastre se muerde el labio sonrojándose un poco más.
—Vale, perdona. Quizás si me pierda de cosas y... bueno, solo quería molestarte un poco. Pero sí me interesa.
El inglés le mira de reojo y se pasa una mano por el pelo porque igual es difícil.
—Por favor...—hace ojitos.
—Es que estaba pensando en eso de... bueno, en eso de que fueras una chica. Y es que nadie lo sabe o de hecho seguro nadie se imagina o piensan que yo, con lo cínico y despreocupado que soy nunca... pero no es así ¿sabes qué quiero decir? —le mira y al notar su cara de no entender nada, nota que en realidad no ha dicho nada—. Lo que digo es que siempre he pensado que me gustaría tener un hijo —susurra mirándose las manos—. O bueno, una hija. Una persona pequeñita que se pareciera a mí a quien poder contar cuentos y... todo eso. No para dejar que la aya lo hiciera todo y que se plantara mi hijo con veinte años y yo no le conociera de nada. Tal vez no podría pasar con él todo el tiempo, pero siempre me guardaría, como promesa a él y a mí mismo, unos minutos antes de acostarse para leerle un cuento o un libro... Ya sé que educar a un niño es mucho más que eso y soy un... bueno, un poco tonto por pensar solo esas cosas, pero... es algo que me gustaría —se encoge de hombros un poco avergonzado.
Francis le mira y sonríe un poquito pensando que es tremendamente mono y ahora mismo si pudiera hacerlo tendría un hijo con él convencido de que sería un gran padre.
—Creo que serías un buen papa —asegura suavecito.
—¡No te burles de mí! —protesta, no porque realmente el comentario le suene a burla, pero sabiendo el tipo de secreto que le ha compartido, está tan acostumbrado a que la reacción del mundo siempre sea esa, que no concibe otra posible.
—¿Burlarme? —parpadea y levanta las cejas—. ¡Te estoy diciendo que serás un buen papa!
Arthur le mira incrédulo.
—Con lo horrible que es tu padre, creo que harías un gran esfuerzo por hacerlo bien —sigue Francis. El escritor se sonroja un poco y aparta la cara, agradecido de que le tome en serio en realidad.
—Tener un buen papa es importante... Yo espero hacerlo bien, no sé si seré tan bueno como mi papá.
— ¿Por qué no?
—Porque... Él es... Era —sonríe de lado—. El mejor papá que se podía tener.
— ¡Mi padre no es tan malo! —exclama sintiendo la necesidad de defenderle ahora, debido a la admiración que siempre proyecta Francis por el suyo, que en general no ve en ningún otro chico.
— ¿Ah no? Tú me lo pones como lo peor —levanta las cejas sin esperárselo.
—Sólo es un poco... torpe y... —empieza a explicar, inseguro, mirándose las manos.
—Cuéntame de él —pide.
—No estoy muy feliz con él... —confiesa apretando los ojos—. Aunque por otra parte así es más fácil.
—Ya imagino que no lo estás, pero... ¿Cómo era contigo antes? De pequeños...
—Un poco mejor... —le mira—. No trabajaba tanto y a veces jugaba con nosotros, sobre todo en verano. Íbamos a la casa de campo y nos enseñaba cosas prácticas sobre pescar y cazar y montar a caballo. Hacíamos competiciones... El resto del año apenas si nos veíamos en fiestas al estudiar en los internados, así que siempre era motivo de alegría, no había regaños y todo era más fácil. La vida es más fácil de niños.
—Sí que lo era, sin duda —sonríe un poquito—. Me gusta la idea de imaginarte jugando con tu padre. Pensé que era peor.
—¿Qué pensabas? —pregunta curioso, interesado en realidad en la idea que se proyecta de sus relatos.
—Que les pegaba y gritaba —resume despreocupadamente.
—Bueno... a veces, cuando sacábamos malas notas o descubría travesuras. O cuando escribía el director de la escuela diciendo que habíamos pegado a alguien o nos habían pillado robando... esa clase de cosas —se encoge de hombros porque a todos sus compañeros les pasaba más o menos lo mismo y nunca había sido un escándalo.
—Les pegaba—repite un poco impresionado, porque en general, a él no le pegaban NUNCA para NADA. Castigarle, sí, pero no le levantaban la mano en lo absoluto.
—Sí —responde sin darle importancia. El sastre asiente y se ríe un poco.
—No te imagino de pequeño... ¿Un diablo? —pregunta, tratando de imaginárselo ahora.
— ¡No! —protesta sin entender muy bien de dónde saca esa idea, incluso un poco indignado (y secretamente orgulloso).
—¿Y tu maman?
—Ella siempre nos grita, todo el tiempo, tengamos la edad que tengamos —resume con sarcasmo. Francis se ríe.
— ¿Y eso es bueno o es malo? Me dio la impresión de que te llevas considerablemente mejor con ella —valora.
—Sí... no sé cómo —asegura notándolo casi por primera vez,
—¿No les habla? ¿Solo les grita? Maman me cuenta historias —raras y casi psicodélicas. Pero cosas.
—Mi madre cuenta los mejores cuentos que existen, todo lo que sé de escribir lo aprendí de ella —sentencia porque en eso sí que no lo va a ganar.
—Nah, eso no puede ser verdad. ¿De qué son sus cuentos? —pregunta interesado.
—De todas las cosas. De magia y de aventuras, de amor, de barcos piratas y de princesas medievales —explica teniendo un dulce receso a su infancia por un instante.
— ¿Tu madre? ¿En serio? —es que no puede creerlo demasiado bien, no parece realmente ser esa clase de persona.
— ¡Pues claro! ¿Por qué crees que no? —le mira sin entender porque para él es una de las características más importantes de ella, no podría siquiera imaginarla de otro modo.
—No se me hace del estilo en lo absoluto —se encoge de hombros.
—Bah, que sabrás tú de ella —hace un gesto para desacreditarle un poco.
—Nada, sólo digo que no la imaginaba. Pensé que sería una mujer seria y... Me da también un poco de miedo —y es una destructora de hogares.
—Eso no quita que de miedo —se ríe un poco. Francis se ríe también.
¡No olvides agradecer a Holly su beteo y edición!
