—De todos modos había pensado algo, pero mi padre no merece mi ayuda —cambia de tema el escritor.

—¿Qué habías pensado? —pregunta Francis interesado.

—Quería mandarle a mi madre unos versos en una carta, en nombre de mi padre —resume encogiéndose de hombros.

—Oh, venga, ¡debes hacerlo! —exclama emocionado por que suena súper romántico y le encanta hacer de cupido.

—¿Qué? —le mira porque no esperaba para nada tanta emoción.

—¡Tienes que ayudarle! Entre más feliz sea él más feliz serás tú —asegura empujándole un poco incluso como si pretendiera, no solo que lo haga, si no que además sea ahora mismo.

—¿Qué clase de teoría es esa? Si él no sabe que soy yo, no va a estar más feliz conmigo. No hay forma de todos modos en que vaya a hacerme feliz a mí —le mira de reojo igual dejándose empujar un poco.

—No, no, no... Entre más feliz sea tu padre más relajado estará. Seguramente es tu madre una parte importante en su vida y si dices que es torpe sólo no sabe manejarla. Si le ayudas estará simplemente feliz y... No subestimes a la gente feliz —pide muy serio, levantando un dedo, convencido.

—De todos modos no puedo hacerlo... conocerán mi letra y todo eso, no sé imitar la de mi padre —sigue poniendo pegas.

—¡Podemos al menos intentarlo! Quizás a mí sí me salga. Andaaa, la próxima vez que vengas a mi casa trae un ejemplo de su letra y tratamos... Es muy bonito ayudar en estas cosas y más aun a tus padres —asiente muy conforme y feliz con la empresa.

—Bueno... ya veremos —le mira de reojo y se sonroja un poco pensando en la idea de él recitando versos para que Francis los copie... para su madre, claro, ejem.

Francis sonríe un poco imaginando exactamente la misma escena. Baja la mano y le roza la suya en una suave y sutil caricia.

—¿Qué dice el doctor? —pregunta cambiando de tema.

—Ah, que si... que... ¡nada! —de repente recuerda lo que le ha dicho y da un salto separándose de él un metro para que no sepa quién es que le hace pensar que tiene dicha condición sexual.

—¿Eh? ¿Qué pasa? —el sastre parpadea sin entender, mirándole.

—¡Nada! —se pone de pie porque además hace mucho rato que está hablando con él y seguro a estas alturas todos lo han visto y lo saben. Aprieta los ojos y huye, sonrojado.

El francés levanta las cejas extrañado con esta actitud y se gira a mirar al doctor con los ojos entrecerrados, tratando de encontrar la conexión. El doctor no parece estar demasiado interesado... Hasta que le mira un instante de reojo y se sonroja un poco con excesiva curiosidad. Francis se asusta un poco también y se levanta.

Arthur va a buscar otra copa con urgencia, nervioso ahora al pensar que alguien sepa su secreto.

xoOXOox

Un rato atrás, después de llegar tarde para el desdén de todo el mundo (y alegría para sí, porque le cuesta hacerlo), y notar con alegría que la chica SI esta entre los presentes, Patrick espera pacientemente el momento propicio para acercarse a ella. El momento llega cuando Francis se va de su lado con prisas a buscar a Arthur.

Ella se queda con su bebida y con Emily mirando a todo el mundo y comentando con ella sobre los invitados. Algo en la línea de quien ganaría una pelea entre el coronel y el mayor de los hermanos Kirkland, que las dos despistadas saben que también es militar, pero no tienen ni idea de su categoría.

El reverendo se acerca a ellas con una copa de whisky en la mano y en un falso descuido hace como que se tropieza y se la echa encima a la morena. Que da un salto y por supuesto, se le arruina completamente el vestido.

—¡Oh! ¡Que accidente tan desafortunado! —esta, aunque no se lo cree ni él, buscando su pañuelo para limpiarse.

—¿¡Por qué ha hecho eso?! —protesta ella, dejando por ahí su copa y separándose un poco de Emily.

—Un accidente, ¡perdona, chica! Estaba distraído —le da su pañuelo, con una sonrisa que no es para nada de arrepentimiento.

—¡Ha arruinado mi vestido! —protesta ella tomándolo de todos modos para secarse.

—Seguramente con un poco de agua se arreglara todo, venga conmigo —pide, tendiéndole la mano.

—¡Claro que no! ¡No ha lavado usted nunca una mancha de vino! —protesta sin tomársela, aun limpiándose con el pañuelo.

—He lavado muchas, hija mía... Más de las que cree. Venga, venga, deje de protestar.

No es hasta el "hija mía" que le mira realmente y levanta las cejas al reconocerle. Él sonríe un poquito sin poder evitarlo y le hace un gesto con la cabeza.

—Ande, levántese —insiste él, aun sonriendo un poco insolente.

—Esto no tiene ninguna gracia —le fulmina por la sonrisa, levantándose igual.

—Lo sé, solo me ha parecido sorprenderse —levanta las manos con inocencia.

—No pensé que fuera usted tan torpe—responde poniendo los ojos en blanco sin creerle ni un pelo esos gestos.

—No pensé que su vestido atrajera mi copa —sonríe divertido.

—Sigue sin hacerme gracia —asegura esforzándose para que ni un solo músculo de su cara denote alegría, aunque no está todo lo enfadada que podría.

—Ya le dije que fue un accidente —la toma de los hombros. Ella frunce el ceño y se cruza de brazos—. No me ponga esa cara.

—Pues no voy a estar contenta —se defiende, pero no le aparta.

—Ya me imagino, pero puede usted entender los accidentes. Disculpe mi torpeza y déjeme ayudarle. La acompaño al baño —propone.

Emily mira toda la acción con carita de preocupación preguntándole a Sesel si quiere que ella le ayude. Sesel hace que no con la cabeza, considerando que no quedara bien con la sociedad que su señora la ayude a ella, yendo con el reverendo. A quien le brillan los ojos caminando hasta el baño. Ella... le sigue.

Le abre la puerta del baño pensando que esto quizás es DEMASIADO obvio. Pero está saliendo todo perfecto.

—Gracias —entra y espera a que se vaya para cerrar. Pero él entra tras ella y cierra la puerta

—¿Qué hace? —frunce el ceño al notarlo.

—Ehh... —se sonroja

— ¡Salga del baño! ¡Que indiscreción! —protesta Sesel señalando la puerta del mismo. Patrick se humedece los labios de verdad sin tener idea de cómo conseguir que pase algo más.

—Yo... Y-Yo quería decirle... —empieza, vacilando, haciendo caso omiso de la orden.

— ¿Qué? —protesta cruzándose de brazos de nuevo, perdiendo un poco la paciencia.

—E-Estaba pensando e-en u-usted y... —balbucea, claramente nervioso, sintiéndose un poco como adolescente.

—¿Qué? —le baja un poco a la agresividad y parpadea dando un paso atrás al notar ese tono.

—En lo... E-En lo que hablamos el otro día —da un pasito a ella y vacila.

— ¿Y qué? —inclina un poco la cabeza y entrecierra los ojos, valorándole.

—Y... Y... No he dejado un minuto de pensar en ello —confiesa finalmente con un suspiro, mirándola.

Sesel levanta las cejas. El reverendo se sonroja y baja la mirada vacilando un poco más. Esto... Era demasiado, ¿verdad? Busca el pomo de la puerta sin mirarlo.

—Voy a estar bien —asegura humedeciéndose los labios pensando por un momento que todo ha sido un mal entendido y el reverendo solo está preocupado por ella. El sacerdote levanta las cejas y la mira.

—¿Vas a estar bien? ¿Después de qué? —se detiene a sí mismo y vuelve a mirarla.

—Respecto a eso. No tiene que preocuparse —explica suspirando, sintiéndose un poco mal por haberle preocupado con algo que solo era una broma.

—Oh pero... Pensaba que quizás podríamos... Ha-hablar otra vez de ello —prueba, no muy seguro de lo que está pasando ni qué hacer al respecto.

— ¿Cómo? —parpadea ella descolocada un instante.

—Podrías explicarme —propone con tono paciente, habituado a escuchar problemas de personas.

— ¿El qué? —vacila ella otra vez, porque obviamente no era un problema real, si no algo que se inventó para demostrar su punto.

—C-Con más detalle —se sonroja porque todo eso era absurdo y casi como de niño pequeño. Ella levanta una ceja con eso.

—Es usted un hombre casado y un hombre de dios, reverendo —le riñe un poco entendiendo por fin, no sin que se le escape un poco una sonrisita.

—E-Es decir no detalle de ESO pero si detalle de... —se calla con eso y se sonroja un poco más mirándose las manos. Sesel se pellizca el puente de la nariz sin poder creer que esto esté pasando.

—¿Sabe? No soy una dama de compañía de esas a los que se paga para que alivien a los hombres —considera dejar claro primero que nada.

—Lo... Siento. N-No suelen venir chicas guapas a contarme esas cosas —susurra y vacila un instante más—. Sólo pensé que quizás... — suelta una risa suave riéndose de sí mismo y hace los ojos en blanco dándose la media vuelta. Claro, CLARO que estaba tomándole el pelo cuando le contó. Claro que no tenía ningún interés.

—Y es usted un hombre casado, ¿por qué no se lo pide a su mujer? —propone sin hacer ningún ademán físico de detenerle, pero sin dejarle ir realmente. Interesada en eso.

—Si fuera célibe, lo sería menos —responde riéndose un poco.

—¿Qué? —parpadea sin entender esa respuesta. Él se despeina un poco con una mano y la mira.

—Desde LUEGO que no podría hablar de eso con mi esposa. De eso ni de nada —sentencia convencido de ello, poniendo los ojos en blanco a su esposa.

— ¿Por qué no? —inclina la cabeza, aun extrañada.

—Porque un reverendo no habla de eso ni piensa en eso —explica, sonriendo un poco sarcástico.

—Por lo visto no en la iglesia, pero en la intimidad ¿quién sabe? —replica ella frunciendo un poco el ceño.

—Mi mujer no parece convencida de que exista eso de la intimidad —se excusa un poco avergonzado.

—¿Perdona? —levanta las cejas, él se encoge de hombros.

—Tampoco hablamos mucho de nada, por qué habríamos de hablar de esto tan... Personal —hace un gesto con la mano.

—¡Porque están casados! Querrán tener hijos —propone ella. ¿Qué no es para eso que la gente se casaba?

—Ehh... ¿Tú también vas a empezar con eso? E-Eventualmente tendrá que pasar —responde nada convencido, rascándose un poco la nuca.

—¿Y qué espera? ¿Que la concepción sea inmaculada? —sonríe de lado, cruzándose de brazos y apoyándose con la cadera en el lavamanos, burlona.

—Pues sinceramente lo agradecería —confiesa, un poco demasiado brutalmente sincero.

—¿Disculpe? —de nuevo incrédula.

—Es decir, por un lado sería fantástico... Eso. Pero por otro lado es que ella... —empieza, sin saber muy bien cómo explicarlo, ni porque está hablando de esto.

— ¿Qué? ¿No le gustan las mujeres? —pregunta ella levantando una ceja, sin creerse esa ni por un instante con la forma en que reaccionó.

—¿Perdona? ¡Qué clase de insinuación es esa! —protesta tan indignado.

—¡Parece! Diciendo que preferiría ahorrarse tocar a su mujer —explica encogiéndose de hombros ahora ella.

—No, no... No. Es que no la conoces —niega categóricamente un poco urgido de quitarle esta idea de la cabeza a la muchacha cuanto antes.

— ¿Aja? —le insta ella a continuar. Patrick se sonroja un poco y pregunta por qué ha de estarle confesando estas cosas a una chiquilla negra criada de la futura esposa de su hermanito.

—Es ella la rara—resume.

—A ver, ¿qué tiene de raro? —pregunta poniendo un poco los ojos en blanco y sonriendo de lado porque luego los hombres no entienden a las mujeres y se excusan en cosas como esa de que son raras solo por no hacer el esfuerzo de tratar de comprenderlas.

—Que no le gustan esas cosas íntimas —responde tan directo.

—No creo que haya una sola mujer a la que no le gusten. Seguro es usted que lo hace mal —le acusa directamente.

— ¡No es verdad! ¡No lo hago mal! ¡Es ella la que simplemente no se le da la gana! —exclama, indignado con ello.

—Vamos a ver. ¿Qué es lo que hace? —pregunta sonriendo de nuevo al haber conseguido picarle, esa era la manera perfecta de conseguir un poco de esfuerzo por parte de ellos.

—Nada. No hace nada porque no le gusta nada y siempre le duele la cabeza o se siente mal o cualquier tontería así —insiste, con el ceño fruncido, un poco desesperado incluso, porque no es una cuestión de falta de esfuerzo, de verdad.

—Ella no, ¡usted! ¿Qué hace usted? —pregunta Sesel apretando los ojos porque bien que sabe cuándo es que las mujeres dan esa clase de excusas.

—¿Yo? Pues que voy a hacer yo si no intentar que ella... Eso —explica, sonrojándose un poco.

—¿Cómo lo intenta? —insiste, frunciendo un poco el ceño.

—Pues... Cuando ella está dormida —y yo claramente YA NO PUEDO más con las ansias—, la toco y esas cosas.

—¿Cuándo está dormida? —chilla escandalizada.

—Pues es que si no, no se deja —se defiende levantando las manos.

—Mmmm...—le mira con los ojos entrecerrados, valorándole y no obstante dándole un poco de crédito, porque si tiene que llegar a tocarla cuando está dormida, es que realmente ella no le deja hacer absolutamente nada ni quizás le ha dado siquiera la oportunidad de aprender.

—¡De verdad! No se deja tocar las te... bueno... No se deja tocar en general —insiste él defendiéndose, nervioso.

—¿La besas? —pregunta con intención.

—No se deja —insiste.

—¿La escuchas? ¿La llevas a lugares bonitos y la miras solo a ella? ¿Le dices piropos sobre su pelo o su ropa? —pregunta, porque esto parece un claro caso de que a ella no le gusta él. Patrick levanta una ceja

—¿A mi esposa? Claro que no —responde sin quitarse ni un pelo.

—¡¿Pues como esperas que te deje hacer nada!? —pone los ojos en blanco porque esa es la clave entonces, ella no está enamorada de él porque el tipo es un insensible que solo ve en ella un agujero con el que autosatisfacerse. El problema de MUCHOS hombres en esta época.

—¡Porque es mi esposa! Las esposas tienen esa OBLIGACIÓN con sus maridos —exclama muy convencido.

— ¿Y los maridos no tienen esa obligación con las esposas? —le acusa ella entrecerrando los ojos, porque poco que le gusta este tipo de pensamiento.

—Pues yo le doy de comer y le doy status social, ¡es la esposa del reverendo! —insiste, frunciendo el ceño al sentirse un poco atacado.

—Me parece que todo eso se lo das gracias a que tu padre te lo dio a ti primero. Además, para el caso, ella te da una imagen de hombre sano y familiar al ser tu esposa —replica.

—¡Pues yo sólo digo que ella no está en lo absoluto interesada! Yo lo intentaba al principio y la verdad es que ahora ya no hago nada —vuelve a defenderse.

—¿Qué hacías al principio, a ver? —pregunta dándole una ventanita para que se defienda y explique a si mismo porque tampoco es completamente irracional como para ni escucharle.

—Pues las cosas normales que hacen los esposos normales como mi padre. La lleve a cenar una vez, por ejemplo —se acuerda de repente, como ventana de posible defensa.

—¿Una vez? —levanta una ceja con eso, pensando que desde luego una vez NO es suficiente en lo absoluto.

—Una vez, sí. Y no le gustó a la perra y se quejó y se quejó —protesta frunciendo el ceño.

— ¿A dónde la llevaste? ¡No la llames perra! —riñe, apretando los ojos porque eso no ayuda a su caso.

—La llamo así porque lo es, ¡lo juro! —se defiende de nuevo.

—Vas a seguir jodido, frustrado e insatisfecho toda tu vida con esa actitud —pronostica ella muy en serio. Él cambia el peso de pie porque jamás había hablado de estas cosas con nadie.

—No quiero seguir jodido, frustrado e insatisfecho —la mira a los ojos un poco suplicante.

—Entonces más vale que empieces a dejar de hablar de obligaciones —exige mirándole duramente.

—Aun así es que ella... De verdad, no la conoces —responde girando la cara y pasándose una mano por el pelo, incomodo.

—Pues es lo que tienes —se encoge de hombros.

—Podría tener algo... Más —propone mirándola de reojo.

—¿Con ella? Tal vez... si te esfuerzas, no hay una mujer tan dura —le sonríe un poco. Patrick cambia el peso de pie porque no se refería a ella. Se sonroja un poco.

—Creo que a estas alturas me detesta y la detesto y cada quien hace su vida... Y nada más —sentencia desanimado.

—Pues tienes que lograr que no lo haga —responde como solución universal, él la mira y suspira un poco recargándose en la puerta.

— ¿Cómo? Si ni me mira siquiera —pregunta de verdad suplicante. Sesel se muerde un labio un poco.

—Está bien, te ayudaré —se rinde, suspirando.

—¿A que me lleve bien con mi esposa? Eso claramente no estaba en los planes —sonríe un poco de lado y la mira bastante agradecido a pesar de todo.

—¿Y qué esperabas? —le hace una mirada de advertencia.

—Nada, nada —se sonroja, levantando las manos otra vez inocente, para que no se enfade—. ¿Entonces qué tengo que hacer?

—Presentármela primero, quiero hablar con ella —pide pensando que si sabe qué es lo que encuentra tan desagradable de Patrick, puedan trabajar en ello para arreglarlo.

—¿Con mi mujer? ¡¿Tú quieres hablar con mi mujer?! —levanta las cejas tensándose un poco con esa idea. Su mujer, la persona que más en contra él está en el mundo, hablando con la chica que le gusta.

—Oh, sí. Y a solas —añade Sesel porque ya se imagina que el problema viene porque Patrick está seguro que va a hablar mal de él.

—No. Ella va a decirte... Cosas —niega, hasta un poco asustado, no tanto en sí de lo que pueda decir la perra de su esposa, si no de que Sesel se las crea y lo considere también ella un desperdicio de la sociedad—. Cosas de... Cosas. Mías. Sobre lo fatal que soy y eso.

—Sí, es justo lo que quiero saber para ver qué se puede arreglar —explica, asintiendo.

Patrick vacila otra vez para nada seguro de ello. ELLA le gustaba, no su esposa con quien le habían casado, pero ciertamente él era un hombre casado. Y quizás requería ayuda.

—Es... —suspira—. Una de las chicas que están afuera.

Ella sonríe y hace un gesto con la mano para que pase delante.

—¿Pero no vas a limpiarte algo del vestido? —pregunta mirando la mancha… y no tanto eso como la zona de la mancha en concreto, con una buena excusa para hacerlo sin parecer un pervertido.

— ¿Eh? —se mira porque se le había olvidado.

—No es mentira que sé limpiar las manchas de vino y alcohol. Cuando me mancho mi esposa se enfada tanto que suelo lavarlo antes de que lo vea —explica sonriendo un poco travieso.

—De todos modos me debes un vestido nuevo —exige sonriendo de lado mientras empieza a mojarse las manchas de vino.

—Puedo mandarte a hacer uno. Échale agua fría —aconseja.

—Pues ya estás tardando —replica igual confiada.

—Vaaaale, vale. Le diré al sastre que te haga uno —ojos en blanco. Ella sonríe—. ¿Vienes con él, no? Están... ¿Saliendo?

—Sí, eso es —decide porque así no hay sospecha de que el sastre venga con alguien más, la otra mujer misteriosa que está casada técnicamente.

—Oh... —el toooono de decepción. Sesel se detiene de limpiarse y le mira con ese tono

—Sí, él es capaz de pedirme para hablar conmigo sin lanzarme cosas encima. Igual que de traerme flores al recogerme y de decirme lo bonito que es este vestido —responde un poco sarcástica.

—¡Fue un accidente! De verdad... Y yo... No puedo traerte flores así —se defiende.

—¡A mí no! A tu esposa... —aclara apretando los ojos.

—A... Ah. Mi esposa —vacila y baja la cabeza, un poco regañado, porque ella solo hace que empujarle con la perra demoníaca con la que no quiere realmente ir.

—Exacto. ¿Cómo se llama ella? —pregunta más distraídamente mientras se sigue limpiando.

—Cecil —responde dócilmente.

—Cecil? Bien. Cecil es la que tiene que recibir flores —le aclara mirándole a los ojos.

—Preferiría que las recibieras tú —se sonroja un poquito.

—¿Qué? Oh, ¡venga ya! ¿Es que nadie se toma en serio el matrimonio a este lado del océano? —protesta ella sin poder creer que venga otro con la historia de los amantes. Patrick se ríe un poco.

—Nadie se casa queriéndose casar. ¿Qué allá alguien lo hace de otra manera? —pregunta con cierto cinismo.

—Pues claro, hay gente que se casa con quien quiere y si no se casan no pasa nada —explica encogiéndose de hombros porque eso le parece lo lógico, no la locura que pasa con las clases altas que parece hacer desgraciado a todo el maldito mundo.

—Eso pasara con los pobres —responde él desinteresado. Ella pone los ojos en blanco porque Lady Jones no llegó a casarse con Míster Jones por dinero y no es que este sea pobre—. Alguien de buena cuna no consigue casarse por gusto.

—Míster Jones —responde para ejemplificar su punto. Patrick levanta las cejas.

— ¿Se casó por gusto? —pregunta un poco incrédulo incluso.

—Por supuesto, con Lady Jones —asiente convencida.

— ¿Y ella también? —levanta más las cejas.

—¡Pues claro que ella también! —exclama sin poder creer que le parezca tan increíble, ¿qué clase de educación tenía la gente en este continente?

—Pensé que... —empieza y ella le mira interrogante—. Nada, sólo es la imagen mental. Ella, como es. Aquí es inimaginable... Y a la vez no me extraña después de verla. Pero pensé que ella se casaría por interés.

—No lo creo —niega con la cabeza.

—Él es... Blanco. Pensé que ella quería casarse con él por eso. Además es muy guapa, ¿tú crees que no tiene un amante o dos o diez? —pregunta.

—¿Para qué iba a tener un amante si le quiere a él? —responde porque es que parece realmente absurdo en su propia línea de pensamiento y en como sabe que fue realmente la historia de los Jones.

—No lo sé... Porque... No lo sé —le acerca el lienzo seco para limpiarse manos—. Será que aquí todos somos infelices. Es alentador en alguna medida...

—Gracias —acaba de secarse notando que la mancha es un desastre de todos modos.

La mira hacer pensando en lo bonita que era... e inalcanzable por completo. Al menos se había ofrecido a ayudarle, lo cual era mucho más de lo que ninguna chica nunca había ofrecido hacer por él. ¿Qué pensaría? Seguro que era el pervertido reverendo pobre diablo que necesitaba ayuda. Por primera vez en este rato lamenta no tener una mejor imagen que ofrecerle. Suspira mirándose los pies.

—Será mejor que salga primero yo y tú... no sé, esperes un poco aquí. Cualquiera que nos vea creerá que tuve considerablemente más suerte de la que realmente tuve —sonríe un poco de lado—. Voy a... sentarme con mi esposa. Si aún quieres eso puedes acercarte y te la presentaré aunque no garantizo que funcione. Ella es casi muda.

Sesel se ríe un poco y asiente. Él sonríe un poco más y piensa por otro lado que quizás Dios le puso a esta mujer en el camino como ayuda... Una chica que parecía indecente y le había llevado del todo a pensar en el camino incorrecto. Al final era una chica mucho más decente que las "damas" que conocía. Sale por la puerta.

Sesel suspira cuando se va y aprieta los ojos sin saber que le pasa a este chico, está claro que no se entiende con su esposa y sabe que le gusta, pero por dios... es que no, los hombres casados no. Sabía por experiencia que no era una buena idea, su madre era el ejemplo, ella solo había tenido suerte porque la mujer anterior había muerto, pero bastante que sufrió hasta que sucedió.

Con un suspiro derrotado Patrick se dirige hacia dónde está su esposa arrastrando un poco los pies. Lady Kirkland hace los ojos en blanco y bosteza por vez treinta pensando que estos eventos son cada vez más aburridos.

—Hola —saluda Míster Jones acercándose a ella porque no conoce a nadie, su esposa esta con su hija y Lord Kirkland está con el coronel.

—Ah, Mister Jones —Lady Kirkland se endereza en su asiento y carraspea un poco tratando de despertarse—. Hola.

—¿Qué tal? Parece aburrida —se sienta a su lado.

—Hace tiempo que no acudía a un evento de estos... Y supongo que es mala idea venir un poco desvelada —aclara educadamente—. ¿Usted qué tal lo pasa?

—Bien, bien, no estoy muy seguro de quién es quién. ¿Qué es lo que la ha desvelado, si no es indiscreción? —pregunta de buen humor. Lady Kirkland abre la boca y se sonroja con esa pregunta.

—E-El perro de mi marido... —se le ocurre inventar y luego abre aún más la boca al oírse a sí misma—. El perro. Sabe. Perro. El cazador. ¡No! ¡Es decir, no dejaba de ladrar!

—Oh, qué problema —niega con la cabeza, empático con ello, aunque el sonrojo le descoloca un poco y le hace mirarla con sospecha. Los niveles de sonrojo de Lady Kirkland no mejoran.

—N-No lo habrá oído usted, ¿verdad? —se le ocurre preguntar un poco a la desesperada.

— ¿Al perro de su marido? —tiene a bien de preguntar con esa justa elección de palabras que hace que ella se sonroje aún más.

—Me refiero a si los ladridos no le habrán molestado en la noche, ¿verdad? —insiste, apretando los ojos.

—No, creo que no... Solo parecía que alguien gritaba. No sé si me entiende —explica y sonríe un poco de lado de manera enigmática, ella abre los ojos como platos. No podía ser que se refiriera a ella con ese descaro, ¿verdad? No podía haberla oíd ¿O sí?

—¿G-Gritaba? Debe haber sido el perro. ¡Sin duda era el perro! —exclama.

—No, no, en lo absoluto sonaba como el perro —se ríe. Ella levanta una ceja y le mira

—¿Ah, n-no? —le mira, casi con la mandíbula en el suelo.

—Más bien parecía una mujer... no que estuviéramos escuchando. Abre los ojos como PLATOS.

—¡¿Una mujer que gritaba?! —chilla incluso, sin poder evitarlo, escandalizada y tremendamente incomoda.

—¿No la oyeron? —pregunta inocentemente porque en realidad no está pensando ni por un segundo que esa mujer fuera ella misma, desde luego.

—Qui-Quizás es lo que... Me despertó aunque yo estaba segura de que era el perro —asegura tan roja como un tomate, hablando con voz un poco más grave que de costumbre porque sabe PERFECTO como eran los chillidos y no quiere que este hombre los asocie con ella.

Míster Jones parpadea un poco al notar el sonrojo sin estar seguro del todo.

—O quizás era alguna de las chicas del servicio —propone Lady Kirkland sin siquiera atreverse a sostenerle la mirada.

—Ah, tal vez, dicen que las mujeres en Europa son muy aficionadas a esa clase de prácticas, más que en América —asegura él asintiendo tan tranquilo. Ella levanta las cejas.

—Oh, no, no lo creo —asegura sin estar segura que estén de verdad hablando de lo que ella está hablando—. Allá es el nuevo mundo y la modernidad.

—Lleno de puritanas y religiosos —se encoge de hombros—. Dicen que aquí la moral es más laxa.

—Aquí quizás es un poco doble cara, por un lado todos también son puritanos y religioso, por otro lado todo el mundo tiene vidas dobles... Ehm... Los demás —explica.

— ¿Ah, sí? —levanta las cejas porque en general todo lo europeo le llama bastante la atención.

—Eso creo —asiente carraspeando otra vez y encogiéndose de hombros—. Ehm... ¿Y qué tal lo pasa su esposa? —Intenta cambiar el tema... Y falla miserablemente.

—Ella no lo está pasando tan bien, no le gusta este país —niega un poco apesadumbrado.

—¿Alguna razón en particular? —o simplemente es que es insufrible e imposible de complacer, añade para si misma.

—Es diferente a América. Allí hace sol y la ciudad no huele... tanto. En realidad sí es más bonito —valora y le sonríe un poco. Lady Kirkland hace los ojos en blanco y sonríe un poco también porque bien que le gusta su maloliente y oscura ciudad.

—Eso dicen ustedes. No conozco América pero la imagino, ciudades nuevas, campo... me moriría —niega con la cabeza.

— ¿Por? —la mira, levantando las cejas.

—Aunque mis abuelos eran escoceses, yo nací aquí en London. Soy lo que se dice una mujer completamente de Ciudad. Me gusta la vida agitada, el ruido, la gente... Hasta los olores de esta ciudad. No me imagino la vida calmada de América —se encoge de hombros.

—Pues... bueno, las mujeres del servicio no lo despiertan a uno a media noche —sonríe. Ella aprieta los ojos.

—Lo siento, le aseguro que no volverá a ocurrir —se disculpa avergonzada. El hombre se ríe. Ella abre un ojo al ver que se ríe y suspira un poco relajándose levemente—.Sería bueno hacer la vida de su esposa aquí un poco mejor. ¿Qué podemos hacer por ella?

—Si mis niñas son felices, ella lo será —se encoge de hombros.

— ¿Sus... niñas? —pregunta inclinando un poco la cabeza y entrecerrando los ojos con el plural.

—Mi niña, Emily, por supuesto —aclara un poco incómodo, sintiendo haberse relajado demasiado.

—Ha dicho sus niñas —repite mirando hacia Lady Jones y Emily quien parece estar a su vez mirando alrededor buscando a alguien. Probablemente es la primera vez que la ve sin su dama al lado.

—No, no... Debe haber entendido mal —trata de arreglarlo. Ella le mira otra vez completamente segura de no haberlo entendido mal. Sus niñas. Dos niñas. Sonríe un poco con sutileza.

—Seguramente entendí mal —murmura sumando dos más dos. La chica negra. La chica negra que llevaban a todos lados y a la que trataban casi como a una hija—. Aunque tenía la idea... Pensé que se refería a la doncella de Emily.

—¿Por? No, no, en lo absoluto —niega fervientemente.

—A veces el personal de servicio es muy cercano a uno y se vuelve casi parte de la familia... —le mira en un tono un poco acusatorio pero lleno de comprensión.

—¿Qué está insinuando? —frunce el ceño. Ella parpadea.

—¿Insinuando? Solo estoy diciendo... —se lo piensa un segundo notando que se está adentrando en terreno peligroso sin tener ninguna intención—, que... por ejemplo, mi doncella anterior era muy cercana a mí.

—Me alegro que así sea. ¿Es usted cercana a su hijo? —pregunta intentando cambiar de tema.

— ¿A Arthur? Soy cercana... Quiero pensar que a todos mis hijos. ¿Es usted cercano a sus... Niña? —le mira de reojo.

—Lo preguntaba por si su hijo ha compartido con usted alguna impresión —aclara llegando al punto que realmente le interesa.

La dama le mira valorando esta pregunta. Era un DESASTRE la situación, su hijo le había dicho a su marido que se iría y abandonaría a la hija de este hombre que no parecía tampoco pretender hacerle daño a nadie.

—Le veo nervioso, lo cual me parece comprensible en esta situación —resume un poco distante.

—Oh, sí, sí. Por supuesto —asiente realmente poco interesado para ser él quien ha preguntado.

Lady Kirkland le mira intensamente porque si tiene la duda de por qué razón alguien como él, de pensamiento liberal y americano, podría querer casar a su adorada hija, que no parecía tener nada en común con la vida de la elite londinense, con su hijo. Entendía bien los motivos de su marido, pero no acababan de cuadrarle los motivos de este hombre.

—Recuerdo lo nerviosa que estaba yo el día en que oficialmente me convertí en la prometida de mi marido. Y yo ya le conocía. Esta situación es aún más extrema —valora sin dejar de mirarle evaluándole para intentar deducir.

—Oh, ¿le conocía usted? —la mira, interesado ahora sí.

—En esta ciudad todos nos conocemos —sonríe—. Sabía que me casaría con él casi desde que tengo memoria. Nunca habíamos hablado más de tres palabras hasta esa noche... Cuando hablamos cinco palabras en vez de tres —bromea. Míster Jones sonríe un poco, escuchándola— Y aun así estaba nerviosa de acercarme a alguien que sería mi compañero de toda la vida... Y a quien no conocía en lo absoluto. Entiendo los nervios de Arthur y Emily.

—Ah, Emily está más emocionada que nerviosa —asegura él no tan preocupado.

—Eso he visto, que es una chica muy animosa —asiente—. ¿Le emociona la idea de venir a Londres?

—Sí, para ella todo esto es una aventura —sonríe con un poco de ternura.

—Esa perspectiva ya supone para ella una verdadera prueba de carácter —ya quisiera yo que esto fuera una aventura para Arthur, piensa para sí.

—¿Usted cree? —la mira.

—Sí. Entiendo que la situación de ambos no es simple, no es fácil casarse así —asegura.

—Bueno... no veo por qué no—se encoge de hombros.

— ¿No? ¿Puedo preguntarle cómo se casó usted?

— ¿La primera o la segunda vez? —sonríe.

—Abusando de mi indiscreción... Ambas —ella le sonríe de vuelta.

—La primera vez fue con la hija de un terrateniente. Hermosa como un día de verano, muy parecida a mi hija. Cabe destacar que su padre no estaba muy feliz conmigo, pero la plantación de algodón de mis padres aseguraba un buen futuro, no pudo negarse. Por desgracia murió demasiado pronto.

Ella sonríe un poco con la parte del "hermosa como un día de verano", preguntándose si todos los hombres en América serían así de... Halagadores.

—Lo siento —le da el pésame cortésmente.

—Gracias —sonríe un poco tristemente.

—¿Y su segunda esposa? —pregunta con curiosidad.

—Y luego mi segunda esposa... me ayudó mucho a superar la muerte de la primera, aunque yo no tenía la mente para matrimonio ni nuevas relaciones, pero...

—Le convenció con sus encantos —hace un sobre esfuerzo por no hacer los ojos en blanco preguntándose cómo es que la gente conseguía tener una vida normal y feliz con sus parejas, una o dos o cuantas fueran—. Ningún matrimonio acordado entonces.

—Bueno, el primero más o menos —responde haciendo un gesto con la mano, ella se ríe un poco.

—Por como describe a su primera mujer, "hermosa como una mañana de primavera", creería yo que no fue obligado. Quizás me equivoque.

—En realidad no, aunque le convenía a mi familia —responde encogiéndose de homrbos.

—Creo que yo tampoco me casé obligada —reflexiona. Él le sonríe—. Las cosas que hace uno cuando es joven e impresionable —le sonríe también suspirando.

—¿Entonces solo lo cree?

—No, no. Obligada no. Sólo nunca... —vacila un poco y le mira de reojo sin saber si debería contarle esto a su futuro consuegro—, nunca tuve opción, ¿sabe? Casarme con mi marido era como ser hija de mi padre o de mi madre. Algo que así era y ya.

— ¿Disculpe?

Parpadea porque no cree estar diciendo algo tan irracional.

—Fue siempre un matrimonio planeado, así que jamás vi mi vida como posible de otra manera distinta a casada con Lord Kirkland.

—¡Pero eso es bastante atroz! —exclama un poco escandalizado, ella se revuelve un poco.

—¿Le parece atroz?

—Pues un poco, ¿qué pasa si su marido resultaba ser un mal hombre? No digo que sea el caso.

—Pues lo mismo que resultaría con cualquier mal hombre. Su padre y mi padre eran amigos, si era un mal hombre se las vería con ellos.

Míster Jones inclina la cabeza.

—Es que... Bueno, quien soy yo para explicarle los intrincados caminos de la sociedad inglesa, pero imagine a todas estas familias perfectamente conocidas desde siempre. Él y yo íbamos a casarnos desde siempre. Desde que yo nací mujer y el hombre. Si algo iba mal, cada familia respondería por los suyos y evitaría cualquier escándalo.

—Entiendo... pero y si a usted no le gustaba él... o a él. ¿Y si uno de los dos prefería a alguien más?

Lady Kirkland Inclina la cabeza y vuelve a pensar en lo mismo que lleva pensando desde el principio.

—Me sorprende esa pregunta viniendo de usted.

— ¿Qué es lo que le sorprende?

—En mi vida no existía esa opción, ¿sabe? Es el ejemplo que le daba un rato atrás. ¿Qué pasa si a uno no le gusta su padre o su hermano y preferiría a alguien más? Nada... No pasa nada porque es algo que uno no puede elegir. Lo mismo ocurría con mi marido —responde su pregunta entrecerrando los ojos.

—Pero uno puede dejar de hablarse con un padre o con un hermano... ¡pero no con una esposa! —es que sigue incrédulo. Ella se sonroja un poco con esto porque... Bien puede limitarse uno a hablar de lo mínimo indispensable, sí, ella misma lo ha comprobado.

—La parte que más me sorprende es —se muerde el labio porque esto no ayuda mucho a su marido que digamos... Pero hoy estaba enfadada con él—, que a usted le sorprenda este arreglo, siendo que es exactamente lo que estamos haciendo con nuestros hijos.

—Ah... bueno, no exactamente. Es decir, mi esposa cree que sí que si vamos a fusionar las empresas y a ingresar dinero en la de su marido la única manera de conservar el capital en la familia es con el enlace... pero le hice prometer que si a Emily no le agradaba el muchacho, no la obligaría a casarse.

Ella levanta las cejas al oírle hablar de su esposa como si fuera ella hablando de su esposo, notando con claridad quien era la que tomaba esas decisiones en la casa Jones: la arpía.

—Es decir, es exactamente lo mismo que propondría mi padre. Quizás si yo le hubiera pedido no casarme con Germán hubiera accedido.

El americano sonríe complacido al notar que lo entiende. Ella gira la cara pensando en Arthur. Arthur que no se quiere casar. Arthur que se irá de casa para siempre si se casa. Se revuelve.

—Bueno, voy a ver cómo está mi esposa y si necesita algo... —zanja él levantándose.

—Adelante, adelante. Gracias por quitarme el sueño, Mister Jones —le sonríe un poco sin muchas ganas. Él asiente y se marcha.


¡No olvides agradecer a Holly su beteo y edición!