Ella busca a su propio marido con la mirada, quien sigue hablando con el Coronel, deseando en alguna medida que viniera a ver como esta y si necesita algo. En lugar de eso se lleva un golpe de cadera de su hijo mayor, que le da expresamente al pasar por su lado. Ella frunce el ceño mirándole y sonríe cuando ve quien es.

—Ven acá —hace un gesto para que se acerque. Él le saca la lengua. Ella se ríe un poco con eso sacándosela un poco de vuelta, de buen humor de nuevo.

—¿Qué? —él sonríe y se acerca entonces.

—Que eres un tonto y yo estoy tremendamente aburrida... —confiesa tomándole del brazo—. Anda, rescata a tu madre de momificarse en espera de que ocurra algo interesante.

—Pobre víctima —se burla dejándola hacer de todos modos.

—Exactamente, veo que lo has entendido bien. ¿Y tú esposa? —pregunta mirándole de reojo.

—¿En el hospital pariendo niños? —propone, encogiéndose de hombros. Tan interesado que está en encontrarla.

— ¡Oh! ¡Ya tan pronto! Hace solo un rato la vi y parecía tan seca como siempre... —la busca con la mirada.

—Nah, seguro no. Además a padre se le empina solo con la idea de un nieto y yo lo veo muy tranquilo —desestima la idea, Lady Kirkland se ríe un poco.

—Hay que decir que a tu padre se le vería muy tranquilo hasta en la popa de un barco que se está hundiendo, siendo rodeado por tiburones —Él se ríe también con eso—. Y pondría exactamente la misma cara si le dijeras que vas a tener trillizos. O que me estoy muriendo.

—De todos modos los pantalones parece tenerlos en su sitio así que... —valora él. Ella levanta las cejas y se gira a mirar a su hijo, porque estaba mirando hacia su marido.

—¿Pantalones? ¿Y eso que tiene que ver? —pregunta sin entender

—Por muy bueno que sea el sastre, si se le empina, se nota —responde sonriendo.

—¿Te he dicho lo infinitamente inapropiado que es que hables de eso? —protesta apretando los ojos y pellizcándose el puente de la nariz, sonrojándose. Él se ríe de nuevo—. No creo que sea necesario REALMENTE pensar en esas cosas relativas a tu padre. Menos aún compartir tus pensamientos conmigo.

—Si querías hablar con el hijo estirado, reprimido y del palo en el culo, haber buscado a Wallace —se sigue riendo. Ella se ríe un poco más.

—Vale, vale... Es sólo que... Vale —protesta dándole un golpecito—. Ni me hables de tu padre que estoy enfadada con él.

— ¿Por? —levanta las cejas, aunque eso suele ser habitual.

—Por... Cosas. Porque no entiende de límites —se queja—. Él hace lo que quiere y todos los demás han de actuar en consecuencia... Dime algo —le mira de reojo —. ¿Qué tan... obligada fue tu boda?

Levanta una ceja con esa pregunta.

—Es decir, estuvo bien ¿no? Al final... Casarte. A pesar de que sea con esa arpía infernal a la que detesto, son felices, ¿verdad? —pregunta un poco preocupada.

—No quieres que te responda a esa pregunta, mamá —decide zanjar. Ella se muerde el labio con esa respuesta.

—Cielos —le recarga la cabeza en el hombro. Él la mira de reojo, sin quitarla.

—No me digas que no te habías dado cuenta —pide, casi divertido.

—Creo que solamente no he querido ver lo obvio—se excusa un poco incómoda.

—Pues te tengo una mala noticia... —empieza y la pelirroja le mira aun recargada en él.

— ¿Si?

—Les pasa lo mismo al resto de tus hijos —sentencia como si fuera la gran revelación.

—La tiranía de tu padre —aprieta los ojos porque de algún modo se siente culpable por haberlo permitido.

—Eso mismo —se encoge de hombros.

—Lo mejor es... lo felices que parecemos todos —sonríe falsamente y le mira de reojito. Él se ríe—. Hay días que me pregunto sinceramente si él mismo se lo cree.

—Ya te aseguro que yo se lo impido cada vez que tengo oportunidad —responde tan orgulloso de esa determinación propia políticamente incorrecta. Se ríe un poco ahora ella.

—Quizás un día de estos yo le dé el tiro de gracia.

—Prométeme que estaré ahí para verlo —casi suplica, sonriendo. Ella suspira un poco y le aprieta el brazo.

—Parece muy fácil, ¿verdad? —se ríe.

— ¿Darle el tiro de gracia?

—Lo es, tengo exactamente cómo hacerlo —le mira y sonríe de lado.

— ¿Cómo? —pregunta genuinamente interesado.

—Te aseguro que no quieres saberlo. Pero puedo hacerlo —responde enigmáticamente negando con la cabeza.

—Me da curiosidad —confiesa sonriendo.

—¿Te da curiosidad qué podría derrumbar la vida perfecta de tu padre? Es un poco cruel de tu parte —asegura con una gran sonrisa en los labios.

—La curiosidad no es cruel —se defiende con un gesto vago.

—Quizás la manera de darle el tiro de gracia lo es tanto que confundo tu curiosidad con mi propia crueldad —asegura mirándole y encogiéndose de hombros—. Estoy enfadada hoy.

—Y el secreto va a ir contigo a la tumba, por lo visto. En fin... —se encoge de hombros porque ni que le interesara tanto.

—Ahora mismo, espero que no —se ríe un poco—. Sólo te aseguro que la vida de ninguno aquí es en lo absoluto perfecta. Estaba empezando a pensar que había bebido más que demasiado con todas esas declaraciones.

—¿Me vas a contar algo interesante o me voy a aburrir con alguien más? —protesta un poco sin dejar de sonreír.

—Creo que la chica morena es hija también de Mister Jones —ofrece.

—Oh, Patrick estará encantado —se ríe con eso.

—Patrick? ¿Por?

—Me da que le gusta —se encoge de hombros no muy interesado. Lady Kirkland levanta las cejas y se ríe un poco.

—¿De verdad? Dios mío... —valora porque ni cuenta se había dado—. ¿Y a ti te gusta alguien?

—No lo sé, sólo es una impresión. Igual y sólo la considera una afrenta a la naturaleza por tener la piel oscura y esas conclusiones a las que llega la gente demasiado en contacto con la religión. Solo me pareció que le prestaba mucha atención —explica—. ¿A mí? Claro...

Su madre levanta una ceja y sonríe de lado sin hacer tanto caso a lo de Patrick, más interesada en esto aunque sospecha que va a tomarle el pelo.

—¿Quién? —pregunta.

—Pero tu curiosidad es cruel —sonríe—. Una mujer presente.

Ella se ríe.

—Eso es completamente inju… —empieza a protestar antes de levantar las cejas y mirarlas a todas —. ¿De verdad? ¿Mayor o de tu edad?

—Mayor —sonríe de lado, mirándola a los ojos.

—¡¿Mayor que yo?! —un poco escandalizada.

—Nah! —niega él, riendo con el tono.

—Ya decía yo —se ríe—. Venga, ¡dime quién es! Cualquier cosa debe ser mejor que la bruja de tu mujer.

—¿Qué me das a cambio? —propone.

—Puedo decirte quien me gusta a mí —se sonroja un poco. Levanta una ceja porque no sabía que le gustaba alguien. Ella se encoge de hombros—. Lo creas o no tu madre es aún una chica a quien puede gustarle alguien.

—Iba a tomarte el pelo diciendo que eras tú, pero ahora voy a decir Lady Jones sólo para saber eso —responde tan divertido.

Bloody hell, eso es completamente injusto! —protesta apretando los ojos.

—¿Por? —se ríe.

—Porque sabía que estabas tomándome el pelo y aun así... —sisea sonrojándose—. Para el caso... me gusta tu padre.

—¡Ah! —protesta—. Que mentirosa, estabas enfadada con él hace un minuto.

—Eso no quita que me... Guste —sí que piensa en la noche anterior y se sonroja un poco más— un poco.

—¿Y además de él? —intenta a ver si consigue sonsacarle algo más jugoso, porque sonaba jugoso.

—Eh... ¿Quién te gusta a ti además de la arpía esa que le gusta a todo el santo mundo? —pregunta ella igual.

—Un marido vale por una esposa —responde negando con la cabeza porque no es justo que no le diga, así que la respuesta si ella se pone así, es efectivamente, la mentira de que su propia esposa es quien le gusta. Lady Kirkland vacila un poco.

—Ehh... —les mira a todos y la mirada se detiene en el hijo sastre, que es la respuesta más sincera que podría dar. Le gusta porque le recuerda a su padre lo cual la hace sonrojarse un montón. Scott mira a donde mira tratando de descubrir—. Esto no es justo.

—¿En serio? ¡Podría ser tu hijo! —exclama incrédulo al ver a quien mira y no le parece tan extraño teniendo en cuenta lo muy extrañamente amable que es ella con él.

—¡¿Quéee?! ¡No! —chilla nerviosísima. Él levanta las cejas notando que ha acertado y sonríe más—. ¡No es cierto! ¡No sonrías así!

—Últimamente va mucho con Arthur... ¿no te estará rondando? —pregunta suspicaz.

—¡No! ¡No! ¡No, no, no! No. En lo absoluto. Y no se te ocurra decirle nada impropio —se le pone enfrente y le pone las dos manos en el pecho.

—Algo impropio... —vuelve a mirarle como valorándolo. Lady Kirkland le mira muy muy seria porque el chico SABIA de lo suyo con su padre.

—Por favor. Sólo... Era una broma entre nosotros —suplica y Scott se ríe—. Que va a gustarme ese... ¡Sastre!

—Ahora sí que estoy seguro de haber acertado —sentencia muerto de risa.

—¡Como vas a estar seguro! —protesta.

—¡Sólo mira cómo te pones! —se defiende, tan divertido.

—¡No me pongo de ninguna manera! —sigue protestando y chillando como es habitual.

—Si tú lo dices... —sigue, sin creerla. Ella le da un golpecito en el pecho.

—Son tonterías. Y tu padre lo echaría sólo de saberlo —susurra un poco.

—Tal vez así Arthur podría estar por fin tranquilo —la mira de reojo solo para oírla protestar a ella.

—Y dejaríamos a un hombre decente sin trabajo —le fulmina.

—Si somos sus únicos clientes más vale que se lo plantee. Además, también contaba Patrick el otro día no sé qué de unas perversiones y que te iba a atacar —recuerda de repente, mesándose la barbilla.

—¿Contaba Patrick qué? ¡No va a atacarme! —protesta un poco escandalizada.

—Algo de unos encuentros con las chicas de la condesa... —la mira porque no está del todo seguro de haber entendido, ella parpadea y mira al sastre sonrojándose un poquito.

—Lo que haga él en su tiempo libre no nos importa —riñe un poco a su hijo.

—Hombre, si es un pervertido... —sonríe un poco de lado con cierto tono. Lady Kirkland se sonroja tres veces más pensando en su padre que SI era... No uno, sino como cinco pervertidos juntos.

—No es un pervertido, ¡es un buen muchacho! —le defiende. Scott se encoge de hombros y se ríe—. ¡Deja de hacer que lo defienda! —otro golpecito.

— ¿Por? Es divertido —se defiende.

— ¡Molesta a alguien más! —protesta, pero le sonríe.

—Eras tú la aburrida —le recuerda.

— ¿Y tú no? ¡Ja! —responde incrédula levantando una ceja.

—Yo no, yo me lo estoy pasando divinamente —tan sarcástico.

—En el mundo de fantasía de tu padre —añade ella riendo.

—Por lo menos él parece estarlo pasando bien —comenta mirándole.

—Bah, siempre tiene esa suerte —niega con la cabeza

—Pues ve a molestarle —se encoge de hombros.

—Vale, sólo por restablecer el orden —accede. El muchacho se ríe. Ella le sonríe un poco—. Tú podrías ir a hablar con Lady Jones.

—¿De qué exactamente? —pregunta divertido.

—De lo arpía que es y lo feliz que estaré cuando vuelva a casa —sonríe.

—Mejor le diré si quiere acostarse conmigo en la sala contigua —decide.

—¡Ja! Claro que NO te atreverías jamás a decirle eso —exclama muerta de la risa, él se ríe otra vez.

—Eso lo dice la que me manda a mí a llamarle arpía —se defiende.

—Antes podría yo decirle arpía que tu proponerle acostarse contigo —asegura, él se encoge de hombros—. Deberías decirle eso mismo a tu esposa mejor —propone mirándole de reojo.

—¿Para qué? ¿Para que diga que soy un vulgar y que le duele la cabeza? Anda y que le den, ya le explotará el coño un día de estos de falta de acción —protesta frunciendo el ceño, mirando a su esposa ahora.

Scott! —le riñe.

—Di lo que quieras, es verdad —levanta las manos volviéndose a su madre.

—Tendrá que venir pronto a que le hagas un hijo —le recuerda, él pone los ojos en blanco. Ella se ríe un poco—. Y quizás tengas un hermanito con el que pueda jugar... —sí, definitivamente. Mucho vino. Le suelta el brazo—. Voy a hablar con tu padre.

Scott levanta las cejas con eso y la deja irse sin decir nada. Decide que necesita fumar. Así que se aparta un poco de la gente yéndose hasta la chimenea, donde le parece que tiene una buena perspectiva general de todo, preparándose y encendiéndose la pipa.

Bella, que estaba esperando el momento idóneo, nota esa como una buena oportunidad disculpándose con las chicas y acercándose a la chimenea buscando a su marido con la mirada y notando que ha vuelto a desaparecer... O al menos ella no le ve. Scott levanta la vista al notar que se acerca pero no le mira a él.

—¿Has perdido algo?

—Te... Molesta si... ¿Me paro aquí junto a ti y prendo un cigarrillo? —pregunta aun sin mirarle, buscando al doctor.

—¿Qué dirá tu marido? —la riñe un poco, sonriendo, sacando uno de los suyos.

—Que soy una sucia y me quiero matar joven —aprieta los ojos y sonríe un poco—. No le digas...

—Oh... una... sucia —repite tendiéndole uno—. ¿Qué me das por no decirle?

—¿Cigarrillos de chica? —propone.

—"Doctor, he pillado a su esposa haciendo algo sucio y me ha pedido que no se lo cuente, pero es usted un viejo amigo de la familia y dadas las circunstancias me veo obligado a informarle..." —lo valora—. Creo que suena más caro que un cigarrillo de chica.

—No, no, no... Si no le haría la más mínima gracia... Solo creo que no te he visto jamás fumar un cigarrillo así —se lo ofrece.

—Me parece que me vería ridículo fumando esto y entonces sería yo quien tendría que pedirte que no le dijeras a NADIE que me has visto —sonríe y lo toma igual, porque a pesar de que esta chica es... básicamente la mejor amiga de su esposa y sabe que lo critican siempre a sus espaldas hasta morir... le cae bien por algún motivo. Las poquitas veces que ha podido hablar con ella a pesar de que la conoció prácticamente el mismo día que a su esposa.

—Es un buen trato no. Silencio por silencio —sonríe.

—Salvo porque yo salgo perdiendo. Tú solo tienes que cuidarte del doctor y yo de todo el mundo —replica encogiéndose de hombros.

—¿Y tú? —le sonríe un poco y se sonroja.

—¿Yo qué? —levanta una ceja sin entender.

—Me refiero a que... ¿Desde cuándo te importa? —pregunta, porque siempre le ha parecido bastante cínico y divertido en esos asuntos. Aspectos que Marlijn no deja de valorar como infantiles y maleducados.

—Bueeeno... tengo una reputación... —se encoge de hombros.

—Mejor tener una reputación a matar de la aburrición a la gente —ella se agacha un poco al frente para que le ayude a prender el cigarrillo con las cerillas y... acostumbrado a hacerlo en el cuartel que nadie tiene nunca fuego, se acerca para prenderlo con el suyo mismo.

Bella levanta las cejas un poco y se sonroja echándose levemente atrás. Scott parpadea cuando ve que se separa, sin entender.

—Ehm... ¿Tendrá un encendedor? —pregunta un poco nerviosa.

—Pero si iba a encendértelo... —responde como si fuera la actividad más normal, sin notar la incomodidad. Ella se sonroja y evita del todo el pensamiento traicionero que suele tener. Solo es el marido de tu amiga. Se acerca a él otra vez intentando no mirarle a los ojos.

Scott se acerca y al ver que se sonroja, lo hace él también un poco, inconscientemente. Levanta la mano, porque suele tomar a los muchachos de la nuca para encenderles los cigarrillos, pero el pelo... le hace no saber muy bien qué hacer con ella una vez arriba, torpemente.

Ella traga saliva al ver el gesto y ahora sí le mira a los ojos sin saber qué hacer, pensando por un momento que quizás lo que quiere es darle un beso... Aunque rápidamente descarta la idea volviendo a sonrojarse

Mueve la mano un par de veces y acaba por ponérsela en la mejilla, con los dedos bajo la mandíbula un poco y acercarse más, girando un poco la cabeza hasta que los cigarrillos se tocan. Bella tiene que decir que esta es, para su desgracia, la cosa más sensual que ha hecho... En su vida.

Él cierra los ojos y hace para aumentar el fuego en la punta del cigarro sintiendo la piel de ella en la mejilla bastante suave y de repente nota que esto... por la posición... y la mano podría parecer un beso de cigarro con cigarro.

Con la misma imagen mental Bella tiene que separarse un poco, sonrojada y avergonzada. Y Scott, que en general quizás nunca hubiera pensado en un beso con ella, por verla demasiado parecida a su mujer y pensar que tal vez sería igual que ella, parpadea pensando en eso.

—Lo siento... —susurra ella como una fórmula de cortesía, muy sonrojada.

Al notar lo que cree que es sonrojo, en realidad no está seguro... piensa que tal vez no sería como Marlijn. De hecho, Bella siempre ha sido mucho más agradable, sonriendo y teniendo más conversación para él que la de su esposa, que solo le hablaba para comentarles si el jardinero había pedido un aumento de sueldo o si había una gotera en el cuarto de costura.

Bella carraspea un poco y se pasa una mano suavemente por el pelo.

Se acostaría con ella, eso sí. Sigue pensando el pelirrojo inevitablemente. De hecho había decidido que era una de las chicas lo bastante guapas como para acostarse con ella sin saber nada más al primer vistazo. Aunque había pensado lo mismo de su esposa, siendo honestos.

—Disculpa, no estoy muy habituada a estas vicisitudes... Ehm... ¿Qué dice el ejército? —pregunta con suavidad tratando de convencerse una vez más a sí misma que siempre que pensaba que él no era tan desagradable solo era por contraste a todo lo que le decía Marljin. Siempre le parecía que ella era un poco exagerada. Aunque odiaba pensarlo. Estaba de acuerdo en que ellos dos tenían una relación terrible, sin embargo, siempre consideraba que ambos podrían hacerlo mejor... No quería compararlo con su marido, pero ciertamente él era mucho más agradable, sonreía a veces, la miraba a los ojos...

De repente, con la mención del ejército, se recuerda a si mismo haciendo esto con los chicos en el cuartel y piensa en que con ellos no es PARA NADA como darse un beso, pero seguro que podía incomodar a más de uno diciéndoles. Sonríe maligno. Ella se sonroja aun poco más con esa sonrisa traviesa, volviendo a considerarse una idiota.

—Algo divertido, por lo visto —valora.

—¿Eh? —sale de sus pensamientos

—Me estás dando motivos para entender las quejas de Marljin cuando dice que no la escuchas —le reta un poco, sonriendo de lado.

—Ah, no, no... Es que estaba pensando —niega con la cabeza.

—¿En qué? —pregunta interesada.

—En eso que... esa forma de encender el cigarro. Nunca lo había hecho con una chica así y me he dado cuenta que parece un beso. Creo que podría decirles eso a los tíos en el cuartel y... —explica sin notar lo que dice

—Cielos, no insinuarás que yo estaba pensando en... un... beso —se ríe un poco, sonrojada.

—Yo estaba pensando en... —se detiene al notar lo que dice—. Es decir, ¡no que esté pensando en besarte a ti! O sea, bueno sí pero no quiero decir que... lo que digo es que... es decir, no me molestaría, pero creo que... ¡demonios! —protesta porque no quiere ofenderla pero no quiere que piense...

—Que Marlijn no escuche todo esto, que puede terminar siendo un desastre... —asegura afablemente apretando un poco los ojos—. Pero entiendo a qué te refieres.

—No creo que a ella le importara lo más mínimo —se encoje de hombros. Bella levanta las cejas.

—Eso es demasiado... definitivo. Estoy segura que... sería de o más inapropiado —asegura.

—Para el caso que me hace... —insiste desinteresado.

—Empiezo a creer que es un problema del matrimonio —valora.

—Yo por el contrario, creo que es el secreto. Cuanto menos caso nos hacemos y menos sabemos uno del otro, más felices somos —replica divertido, con ironía.

—Llámame romántica... pero yo querría un poco más —confiesa.

—Eres una romántica —responde llanamente, tal como lo ha pedido, a pesar de estar de acuerdo con ella.

—Es verdad, ¿no es justamente la idea del matrimonio? —se ríe.

—¿El romanticismo? Solo en esas novelas para mujeres, creo yo —niega con la cabeza, sonriendo.

—Pero un matrimonio... ¡Debería poder construir sobre las bases del amor, justo como en esos libros! —responde tan apasionada.

—¿Sí? ¿Tú crees? Dos perfectos extraños enamorándose de un solo flechazo. Dos pares de ojos que se encuentran en una habitación abarrotada de gente —narra un poco burlón. Ella se sonroja un poco porque justamente se refiere a ese asunto.

—Cielos, puesto así... Suena sumamente ridículo —protesta un poco—. Yo desearía al menos que el par de ojos de mi marido alguna vez me busque, ya no digamos me encuentre, para decirme algo cómplice, hacerme un gesto agradable o intentar hacer algo más que solo decirme que es hora de irnos.

—No seas tan dura, a veces la hora de irse es una bendición—se ríe aunque en realidad lo entiende.

—¿Irse a casa a qué? —pregunta bastante seca por la picardía.

—¿Huyendo de una reunión insoportable? —propone sonriendo de lado.

—Prefiero estar en una reunión hablando con usted que estar en casa en completo silencio—confiesa suspirando con sinceridad.

—Oh, bueno, claro. Yo también —valora viendo la perspectiva de ella.

—Yo creo que prefieres estar en el ejército —le mira, porque no está segura de si eso es cierto o solo lo ha dicho por ser educado.

Sonríe un poco porque los chicos le caen bien... pero no es lo mismo y en general no dice nada solo por educación.

—Tu principal problema es que eres amiga de la arpía de mi mujer —resume como explicación a porque no pasaba más a menudo y es que es real, tenía miedo en general de que ella fuera solo amable por luego poder ir a contarle a su amiguita todo lo que él se había quejado de su esposa y así Marlijn tuviera más ideas con las que fastidiarle. Tal cual hacía Marlijn con Cecil y Sigrid.

—No la llames así... ¿Dónde está el problema en ello? —protesta frunciendo un poco el ceño.

—En qué no la puedo llamar así, por ejemplo —echa su colilla al fuego y va para irse porque si realmente ese es el plan no quiere seguir hablando con ella ni un segundo más ¡Y encima había pasado eso de que casi… eso de los cigarros! Ella se sonroja otra vez un poco y apaga su cigarrillo en uno de los ceniceros sin decir más, pensando.

—¿Eso es todo? ¿Huyes por no permitirte llamarle así a mi amiga? —pregunta antes de que pueda separarse.

—Es que eso le quita la diversión, ¿sabes? Igual que sí sé que vas a usar todo lo que diga para criticarme con ella —explica llanamente y de frente.

—Es que es un poco feo, ¿sabes? De hecho tampoco me gusta que ella te llame... de ninguna manera —se defiende sonrojándose levemente con eso y desvía la mirada. Él levanta las cejas y no sabe si creerlo mucho—. Es un poco... Absurdo. Lo sé. Porque yo hago lo mismo con mi marido, pero siempre pienso que yo sí tengo razón y ella quizás no tanta.

—¿Por qué no tanta? —inclina la cabeza

—Porque sinceramente... no creo que tú seas tan malo como lo pinta. Aunque la experiencia me lleva a pensar que eso es solo una cuestión de percepciones... Es decir, las cosas que a ella le parecen muy malas a mí no me lo parecen tanto.

—¿Cómo cuáles cosas? —pregunta interesado, porque todo esto suena muy bien y más aun de sus labios, deseando creerla.

—No vas a conseguir que te diga las cosas que dice tu mujer —se ríe un poco—. Pero a mí no me parece tan grave que seas un poco... Duro de gestos

—Pero si ella me está diciendo siempre todos mis defectos, le gustará que por una vez escuche a alguien —responde un poco cínico, pegándosele la risa.

—¿A alguien más decirte tus defectos? Yo no creo que tengas tantos —asegura un poco avergonzada.

—Exacto, ya que a ella no le escucho —explica sonrojándose levemente con ese asunto.

—¿Y alguien podría suponer que a mí sí me escucharías? —sonríe un poco.

—Yo mismo, por ejemplo —asegura él porque realmente ha captado toda su atención y Bella sonríe un poco más pensando que, vale, quizás esto sea un poco mejor. Quizás si él estaba dispuesto pudiera ayudarles a ambos a mejorar su matrimonio.

—Bien, Hmm... Los modales. Ella siempre está muy irritada por ellos... O la falta de ellos —valora lo primero, considerando esto bastante atrevido, a pesar de la confianza que tiene con este hombre a quien conoce ya de hace bastante años y habla a menudo a solas en reuniones y actos sociales, pero nunca ha considerado que pudieran tener una relación más allá de conocidos. Aunque siendo sinceros, creería que su relación con él era un millón de veces mejor que la que tenía con su propio marido o cualquier otro hombre.

—Ah, sí —y sonríe orgulloso el idiota. Ella levanta las cejas.

—A mí no me parece ni la mitad de irritante. De hecho me molesta tan poco —se encoge de hombros.

—¿Ah, no? —levanta las cejas sin esperarse eso, porque sí que la conoce y siempre ha prestado bastante atención a sus opiniones y comentarios, quizás sin notarlo—. ¿Cómo es eso con la diplomática que tú eres?

—¿Tú has oído hablar a mi marido? —responde un poco sarcástica.

—Siempre me ha parecido muy correcto —valora, en realidad intentando molestarla un poco porque bien que sabe que DETESTA todo lo que hace su marido, a menudo de forma bastante pasional y exagerada, solo por ser quien es. Es decir, como Marlijn hace con él. Pero que ella lo haga le hace gracia.

—Y aburrido. Siempre he creído que yo necesitaría algo un poco más... —le mira de reojo.

—¿Salvaje? —termina su frase porque en realidad siente lo mismo.

—Algo así —se ríe.

—En realidad yo pienso lo mismo, no descarto que alguna otra mujer sea realmente... —empieza y se detiene a si mismo antes de hablar del amor de su vida porque eso suena súper ridículo.

—No sé qué mujer podrías esperar... No conozco ninguna así —parpadea sin entender muy bien qué quería decir.

—Me refiero nada más a que... bueno, es una idiotez. Un día de estos me enamoraré de una puta, montaré un escándalo y nos lo pasaremos de puta madre todos, ya verás —se encoge de hombros, volviendo a su postura distante y maleducada expresamente como cada vez que siente que alguien está hurgando incómodamente en sus sentimientos ocultos.

—¡Cielos! ¡No digas esas cosas! —aprieta los ojos y se ríe, algo escandalizada.

—¿No te parece lo bastante romántico? Puedo añadir luz de luna o lluvia por algún lado —se ríe con ella porque el comentario ha funcionado.

—No lo es si hablas de una... Mujer de esas —le mira de reojo.

—¿Por qué no? Tiene cierto aire así decadente muy moderno. Una mujer perdida llevando a un hombre a la perdición —narra de nuevo con un gesto de la mano, como si fuera un actor.

—Pero no, no puedes... No con una prostituta —se cubre la boca al notar que lo ha dicho—. Una de esas mujeres.

—¿Entonces qué me propones? —pregunta divertido con ese gesto, porque también le gusta la idea de un hombre perdido llevando a la mujer de sociedad a la perdición.

—¿Yo? Si tú eres el de la historia extraña de querer llevarse a una mujer salvaje —responde nerviosa.

—No tiene que ser necesariamente salvaje, solo tiene que... bueno —se encoge de hombros, sonrojándose un poco.

—¿Aja? —presiona ella. Él la mira y es que le da vergüenza decirlo porque la frase acaba con "que le quiera"—. Si?

Scott hace una pausa dramática sin decir nada, sacando otro cigarrillo.

—¿Sabes qué es lo peor de todo? —pregunta sin mirarla, ocupado con el cigarro.

—¿Que sea la mejor amiga de Marljin? —bromea un poco, dando un pasito hacia él.

—No... —la mira a los ojos.

—¿Entonces? —inclina la cabeza.

—Que me siento capaz —responde enigmáticamente bajando un poco el tono de voz, viendo sus ojos verdes... y quizás notando que son verdes por primera vez. Bella traga saliva con eso y se le acelera el corazón—. Me siento capaz, no de ser el hombre que ella espera, porque está equivocada, pero sí de ser un hombre de verdad para una mujer de verdad. De mirarla a los ojos como te miro a ti y ver todas esas cosas románticas que se te ocurren y hacerlas... quizás de una forma más bestia y torpe porque las cursilerías no se me dan. Pero estoy seguro que se me da la complicidad, el humor, la confianza y el amor. Estoy segurísimo que se me da el amor... —susurra casi sin voz, medio hipnotizado por el momento y por ella sin saber cómo, solo por el hecho de estar escuchándole cuando ha abierto el corazón por pura frustración.

Ella siente que se le va a salir el corazón. Solo con oír una vez a su marido decir algo así, relativo a ella, estaría dispuesta a soportar el resto de vida aburrida que llevaban sin volver a protestar. Incluso le tiemblan un poco las piernas pensando en que sí que se le daban esas cosas, si tan solo Marljin fuera un poco menos... Obstinada, podría ver de lo que se estaba perdiendo.

—Yo... —vacila Bella.

—Solo es necesaria una mujer de verdad —añade igualmente susurrando e inconscientemente levanta una mano queriendo ponérsela en la mejilla de nuevo. A ella le tiembla un poco el labio y se los humedece sintiendo una tensión y unos nervios que en su vida ha sentido con su marido. Se le acerca levemente.

En general él no está NADA acostumbrado a hacer esto para nada, así que por fin le toca la mejilla y se la acaricia con el pulgar, pensando que ella es realmente muy hermosa y que tiene una piel muy suave y blanca, unos ojos hipnotizantes y unos labios tremendamente apetecibles. Y siente que le está dejando tocarla de una forma muy inocente pero a la vez suave e íntima como no le dejan nunca las mujeres. La presión en el pecho por su corazón bombeando más deprisa del aire que está entrando lo paraliza.

Y la sensación, de que la toque... Alguien. Así. Y el problema es que no sólo era alguien, tenía que ser ÉL. De todas las personas. Traga saliva de nuevo y le toma toda la fuerza de voluntad que tiene el quitarse solo levemente.

—Scott! Deja de molestar a Bella —la voz de Marlijn es la que los trae de vuelta del embrujo metiéndoles un gran susto.

—No... Yo... Lo siento... —susurra ella girándose y desviando del todo la mirada antes de salir hacia el baño.

—¿Qué? —se queda él completamente descolocado aun con la mano en alto cuando Bella se ha ido, mirando a su esposa… que pone los ojos en blanco.