Patrick pasa por enfrente de su hermano mayor, serio, sonrojado y con bastante decisión. Y Scott le mete la zancadilla un poco para pensar en algo más y huir de Marlijn que quién sabe de qué se está quejando ahora.

— ¡Ehh! —se tropieza pero no se cae recuperando la vertical después de trastabillar—. Idiota

Scott sonríe con eso y le pide a Marlijn para ir con su hermano. Patrick le sonríe un instante de vuelta, aunque luego recuerda que estaba por hacer y se sonroja mucho.

—¿A dónde vas? —pregunta acercándose.

—A... A... Buscar a Cecil —balbucea culpablemente, la frase que en su vida ha dicho si no es bajo amenaza.

—¿Para qué? —levanta las cejas el mayor y casi busca a alguien que le esté apuntando con un arma.

—Ehh... Para... Que me diga quien le hace los vestidos —miente mirando alrededor por un poco de ayuda, claramente nervioso.

— ¿Los vestidos? —frunce el ceño porque no podría imaginar un tema que a Patrick le importe menos.

—Es igual —mira hacia el baño—. Una cosa que me han pedido.

—Pues tienes al sastre entre los invitados —le recuerda, el menor hace los ojos en blanco.

—¡Te juro que pocas veces quiero ir a hablar con mi mujer y la gente no suele detenerme de que lo haga! —sonríe tratando de amenazarle, más o menos.

—Puedo hacerte yo el favor —propone sonriendo de vuelta.

—Ehhh... —en cualquier otra situación le habría dicho que sí—. No. Voy a decirle yo.

—¿Disculpa? —levanta una ceja, incrédulo.

—Tengo que hablar con ella —se encoge de hombros.

— ¿Tienes? Vale, vale... ve —levanta las manos en tono inocente y busca de nuevo a Bella por el cuarto, aunque sabe que no es una buena idea acercarse a ella de nuevo hoy y menos después del… momento que acaban de compartir, como no había compartido uno igual nunca con ninguna otra mujer, pero precisamente por eso es que quisiera volver a acercarse.

Aun así, antes de irse, Patrick se mete un dedo en la boca y hace un gesto de vomitar.

—No tanto si te ofrezco huir y no quieres —responde riéndose, sin detenerle. Patrick arruga la nariz porque eso casi implicaría que le gusta su mujer y no podría ser más mentira.

—No es que no quiera ¡es que tengo! —se sonroja un poco más a sabiendas de que va a verle de todos modos. Traga saliva al ver que su esposa está sentada oyendo hablar a su cuñada... Toma valor y se sienta junto a su mujer.

—Ehm... Hola —saluda nervioso.

Sigrid levanta una ceja callándose y mirándole se reojo. Cecil gira un poco la cara también y le mira, desde luego en silencio.

—¿Qué?

— ¿Que qué? Solo he venido a saludarlas y a sentarme junto a mi esposa, ¿no puedo? —pregunta a la defensiva por completo. Sigrid pone los ojos en blanco.

—Hablamos luego, Cecil —se levanta. La nombrada frunce el ceño y gira la cara a mirar a su marido porque estaba bastante tranquila escuchando a Sigrid hablar como para que la interrumpiera. Desgraciadamente estas cosas siempre tenían un motivo.

—¿Mmm? —pregunta el motivo levantando una ceja y mirando a Patrick con sospecha.

—Quiero que alguien te conozca —responde, sonrojándose un poco y mirando hacia el baño, cuando dicha alguien cruza las puertas.

Cecil escucha a su marido carraspear pensando que es alguien relativo a la iglesia con quien quiere quedar bien... Como siempre que quiere presentarle a alguien. Inclina la cabeza cuando nota que hacia el lugar donde mira esta la chica negra. Ella les busca un poco con la mirada por toda la sala y al notarles se acerca a ellos.

La esposa del reverendo parpadea al notar que DE VERDAD ella viene hacia ellos. Quizás les traía un recado. Patrick le hace un gesto para que se acerque, sonrojándose más y separándose un poquito de su mujer.

—Buenas noches, mi nombre es Sesel —saluda ella haciendo una tremendamente penosa reverencia. Cecil inclina la cabeza y mira a su marido de reojo pidiendo casi a gritos... Silenciosos... Que le explique. La chica negra se sienta donde hasta ahora había estado Sigrid.

—E-Es a ella a quien te-te quería presentar, Cecil —es la única explicación que obtiene de su marido. Cecil parpadea y parpadea otra vez. Mira a Sesel con cierto desagrado.

—Soy la doncella de Miss Jones, su futura cuñada —explica.

—Lo sé —asiente.

—Sesel está interesada en la iglesia y... Bueno, siendo que viene de América pensé que podía hablar contigo para que le dieras una calurosa bienvenida —comenta Patrick.

—Disculpe, Reverendo Kirkland, porque no deja que hablemos nosotras y se va usted a hacer lo que me ha prometido —pide Sesel.

—¿Prometido? —murmura Cecil Kirkland levantando otra vez las cejas y mirando a su esposo quien se levanta y sonríe a Sesel, nerviosito.

—¡Vale, las dejo solas! —exclama muy dispuesto a ello.

—Gracias —le sonríe ella y le guiña un ojo al pelirrojo con total intención de que Cecil lo note. Si los celos no volvían a alguien deseable y avivaban la llama, no lo haría nada. Cecil hace los ojos en blanco y se recarga en el asiento del sillón, más fastidiada de esto que cualquier otra cosa.

—¿Cómo se encuentra? —pregunta Sesel volviéndose a ella.

—Bien —asiente pensando que debería preguntarle lo mismo a ella. No lo hace.

—Estoy un poco preocupada por Emily. Como entenderá ella es como una hermana para mí y quisiera saber cosas de la que será su futura familia —explica.

—Mmm —la mira con atención. Era rara y exótica. Hablaba un inglés americano que sonaba bastante ridículo. Y por alguna razón pensaba que a ella le importaba que Emily se sintiera a gusto. Suspira de nuevo.

—Y bueno... —se humedece los labios, nerviosa, notando lo escueta de palabras y la frialdad—. Dado que usted es una de esas personas... usted y su marido, claro.

— ¿Qué le ha dicho él?

—Ah, él es encantador a su manera —sonríe—. Pero que le voy a contar que no sepa usted misma ya...

—Mmm. ¿Encantador?

—Pues sí, bastante sensible y caballeroso —estirando la verdad hasta límites inimaginables—. Fue muy amable conmigo.

Parpadea y parpadea y PARPADEA.

—Patrick Kirkland? —es que no podría sonar más incrédula. Piensa en la única explicación posible a esto... Que es que la pobre chica tiene unos estándares MUY bajos. Claro, tenía que ser del vulgo. Asiente con cara de perplejidad.

—Por supuesto. Por ejemplo, me manchó el vestido por accidente ¡y hasta se ha ofrecido a pagarme uno nuevo! —explica mostrándole la mancha, haciendo hincapié en el asunto de pagarlo.

—Asumo que podremos hacer un esfuerzo —la mira notando el vestido manchado y luego frunce el ceño pensando que su marido es rematadamente torpe e idiota.

—Obviamente le he dicho que no hacía falta, pero ha insistido notando la evidente diferencia entre clases sociales y poder adquisitivo enseguida. Hasta ha hablado con los señores Jones para que no me regañen.

Cecil levanta las cejas y asiente mirando alrededor hacia los señores Jones.

—En resumen, todo un caballero, muy atento —asegura intentando sonar sincera para vendérselo.

—No lo es. Algo debe querer. Tenga cuidado —le advierte con frialdad, sin dejarse impresionar.

—¿No? Tal vez quiera seducirme o algo así —hace una risita como si fuera Francia el de la idea—. Aunque lo dudo con una esposa como usted.

Parpadea, parpadea y PARPADEA.

—Inapropiado. Lo comentaré con él para que no la moleste de nuevo —murmura preguntándose cuantas veces más Patrick le metería en líos idiotas.

—Ah, no, no... No es molestia, seguro sólo es mi fantasía —se encoge de hombros y suspira un poco

Levanta una ceja sin poder creer que alguien tenga una sola fantasía con Patrick. Le mira de reojo buscándole entre la gente y cuando nota que él les mira, vuelve a mirar a Sesel, que sonríe un poco.

—¿Cuánto le pagó mi marido? —pregunta, obviamente pensando que esto es un montaje para alguna tontería.

—¿Pagarme? —levanta las cejas Sesel de que el cinismo lleve al extremo de pensar en que Patrick sería capaz de pagar a alguien para que le dijera todo esto a ella.

—¿Es una broma de estas que insiste en hacer? —pregunta frunciendo el ceño.

—¡Por supuesto que no es una broma! —exclama escandalizada genuinamente ahora. Cecil la sigue mirando con sus penetrantes ojos azules—. Él es un hombre atento y apuesto, usted debería estar agradecida.

—No me va a decir usted lo que debería hacer —frunce el ceño con eso.

—Es mi opinión sincera y le voy a decir otra cosa que debería hacer. Cuidarlo y consentirlo más si no quiere que se lo quiten —responde un poco más sincera y pasional de lo que quisiera admitir. Cecil hace los ojos en blanco de nuevo decidiendo que ya es bastante de escuchar tantas tonterías.

—Lo tomaré en cuenta —murmura sin ningún interés en hacerlo, poniéndose de pie y pasándose una mano por el pelo.

—Luego no diga que no la he avisado. ¿Es que acaso no le preocupa que otra mujer pueda interesarse por él? —se pone de pie también sin poder creer esto.

—No —responde convencida de que es imposible y absurdo, y también convencida de que debe ser una treta de su propio esposo para... a saber dios qué. Sesel levanta las cejas con eso, parpadeando un par de veces.

—¡Eso es absurdo! ¿Me está diciendo que si yo fuera y besara a su esposo en este momento y frente a todo el mundo, usted no sentiría nada? —pregunta escandalizada realmente sin entender nada. ¡Estaban casados! ¡Por dios! ¿Es que eso no significaba nada para nadie?

Y es que estar casado con un reverendo le da cierta inmunidad a la gente. ¿Quién se atrevería a ir a besar al reverendo frente a todos? Es... Completamente absurdo y lo único que consigue es irritarla aún más.

— ¿Qué? ¡Diga! —insiste Sesel sin poderse creer la falta de respuesta.

La mira en silencio unos instantes más con ganas de gritarle que deje de decir tonterías, que es OBVIO que nadie querría ir a besar a su marido incluyendo ella y que sinceramente le da igual, considerando que esto es una treta. Parpadea varias veces en silencio.

Es que Sesel NO PUEDE CREER la frialdad de esta mujer. Frunce el ceño e inspirada por la ira de la situación se va a por Patrick. Cecil frunce un poco el ceño mirando a Patrick a lo lejos, que está espiándoles de manera SUPER obvia. Sesel lo toma del alza cuellos y mira a Cecil una vez más.

Ella fulmina a Patrick en concreto por causar una escena RIDÍCULA, aprieta los labios en una delgada línea, se da la media vuelta haciendo que vuele un poco su vestido azul y se va a buscar un canapé o una bebida.

Sesel se queda con la boca abierta sin poder creerlo. Se gira a mirar a Patrick sin soltarle del cuello. Y es que Cecil ni siquiera se vuelve a mirarles. Patrick la mira aun impresionado con que tenga la mano en su cuello, con los ojos bastante abiertos y, ejem, el corazón acelerado. Sin hacerle mucho caso a su mujer

—Cecil! —grita Sesel volviéndose hacia la mujer, de modo que todo el mundo se gira a ver qué pasa y entonces es que tira del alzacuellos de Patrick hasta poner los labios sobre los de él.

Cecil gira la cabeza y la mira... Y levanta un poco las cejas al ver que besa a Patrick, más impresionada en sí de que le bese que celosa. De hecho lo último que le dan son celos. Patrick siente que se le doblan las rodillas, casi como si fuera su primer beso... Al menos el primer beso con una chica que le gusta. Se le olvida que era frente a todo el mundo, cerrando los ojos.

Sesel se recrea abriendo un poquito los labios olvidando poco a poco la rabia para darse cuenta de lo que ha acabado por hacer.

Cecil frunce el ceño después de unos segundos y se cruza de brazos sonrojándose levemente de la vergüenza... Sólo por el concepto de que una criada esté besando a su marido. Que además es el reverendo. ¡Qué falto de vergüenza!

La mayoría de los presentes están prácticamente con la mandíbula en el suelo de la sorpresa y los que aún no se habían callado y girado a mirar, lo hacen.

—Sesel! —el grito de autoridad de Lady Jones es el que corta el silencio y hace que la chica se separe de golpe avergonzadísima a mirarla. Los ojos oscuros de la mujer le señalan hacia fuera y ella se dirige ahí bajando la cabeza, corriendo un poco. Ella sale detrás.

Con el empuje que le da el grito de autoridad de Lady Jones y con el exclusivo fin de no quedar como idiota ella, Cecil se acerca a Patrick, que sigue con los labios un poco parados aun sin saber ni donde está. Levanta una mano y le toma de la patilla en un movimiento completamente mecánico. Patrick levanta las cejas volviendo a la tierra.

Scott mira toda la escena teniendo que reprimirse de aplaudir. Sigrid y Marlijn no pueden creer que esto esté pasando y están seguras que Patrick tiene que tener la culpa de todo esto de algún modo, siempre haciendo cosas inapropiadas, ni la iglesia había servido para ponerle en su camino.

Arthur le mira con una envidia, porque desde que se ha reconciliado con Francis que tiene ganas de besarle y es COMPLETAMENTE imposible que lo logre. Sí, lo siento, pero ese no sería el escándalo de la noche sino del siglo.

Francis se queda con la boca abierta y las cejas en el cielo, sonriendo de lado con Sesel, con cara de "¡sabía que eras un demonio!". Míster Jones está simplemente paralizado sin saber qué hacer, sinceramente preocupado por Sesel y por como creerá su esposa que esto puede afectar al enlace de Emily y su imagen frente a la sociedad londinense.

Lord Kirkland se pone de pie, y ya está dando pasos hacia Patrick cuando Cecil empieza a arrastrarle hacia la puerta de entrada. La señora Beilsmichdt sigue con la boca entreabierta unos segundos más pero es de las primeras en reaccionar también, la mirada le busca al doctor un instante sin poder evitarlo, antes de desviarla y tratar de disipar el problema asegurando que pueden pasar al comedor donde se servirá la cena.

Scott sale corriendo detrás de su padre por si Patrick necesita asistencia. Lady Kirkland no puede evitar sonreír un poquito por todo esto, buscando la mirada cómplice de su hijo mayor. Nota que él no la mira de vuelta pero sí sale detrás de su marido, su hijo y su esposa. Decide esperar un poco antes de ir tras ellos.

Wallace niega con la cabeza en absoluto desacuerdo con la situación y se va detrás de Patrick, su padre y Scott para contribuir con sus regaños.

El doctor se sonroja un poco encontrando la mirada de Lady Beilschmidt sólo por un instante antes de ir a buscar a su esposa sólo por precaución. Esposa que ya está cuchicheando con Sigrid y Marlijn.

Emily tarda más que todos en darse cuenta de lo que pasa, sonriendo un poco hasta que pega un alto cuando Lady Jones grita. Se muerde el labio preocupada, espera cinco segundos antes de ir a espiar a su madre, sabiendo que va a gritarle a Sesel hasta dejarla sorda.

La cena empieza con todos los presentes cuchicheando. Arthur procura sentarse cerca del doctor o de su madre si es que sigue ahí. Francis intenta sentarse al lado de Arthur, nerviosito, sin saber si debería o no salir a buscar a Sesel... O lo que quede de ella después del regaño. Si no está su madre es más fácil que lo consiga.

Lady Kirkland ha salido también a ver. Sobornada por Francis por el bien de la historia. Entonces sí, Arthur hasta toma a Francis del brazo y tira de él a por Vash sin ni pensar siquiera en lo que ha confesado antes y lo obvio que puede resultar que haga eso.

Francis sonríe un poquito y le hace un suave cariño en la mano dejando que le arrastre hasta un muy turbado doctor. Entre el beso, la mirada de su amante, lo que sabe Arthur en relación a ella... Y lo que le ha contado a Arthur. Levanta una ceja un poco cuando le ve llegar del brazo del sastre... Pero no dice nada.

— ¿Has visto eso? —pregunta... no, Arthur, estaba en otro planeta. Suelta a Francis suavemente cuando llega al lado de Vash.

—Sí. Cielos. Sí —murmura escueto sonrojándose un poco y mirándole fijamente.

—¡Mi hermano ha perdido la cabeza! —sigue el escritor, que apenas puede creerlo.

El doctor asiente un poco, carraspeando y mirando al sastre, quien le sonríe. Arthur se pasa las manos por el pelo, sentándose entre los dos aun sin saber qué hacer con todo esto.

—Tal vez debería ir con ellos. Con alguien —piensa de repente.

— ¿Ir con ellos? ¿No ha ido absolutamente toda tu familia? —pregunta el doctor.

—S-Sí... —se da cuenta y aunque eso no es indicativo de nada le preocupa un poco si su deber es ir también o no.

—Ehm... Ha... Es... Bueno... — Vash vacila otra vez y pensando que sea como sea él no puede decir absolutamente nada malo o bueno de Patrick sin que Arthur sepa que es cínico e hipócrita.

—Tal vez... sí debería ir —mira a Francis para que le diga que piensa. Éste directamente asiente sin entender cómo demonios es que no está allá afuera con toda su familia.

—Oh... hum... —traga saliva y se levanta para irse, casi arrastrando los pies.

—¿Quieres que te acompañe? —ofrece Francis un poco inútilmente, vacilando ahora que ve que va a quedarse solo a la mesa.

—Tal vez tú deberías ir con Sesel... es tu acompañante... —valora él acordándose de repente.

—Por que no... ¿Vamos a espiarles a ambos? —propone Francis sonriendo.

—No creo que estén todos juntos —responde mirándole.

—Vamos con unos y luego con los otros —sonríe.

—Ehm... vale —asiente dócilmente al final.

El sastre le sonríe un poquito preguntándose si hay alguna manera de esconderse detrás de algún sitio y darle un beso. Se le acelera el corazón con la idea. Arthur va delante sin estar seguro de a dónde ir a buscar ni de querer encontrarles en lo absoluto. Cuando pasan por el pasillo delante del baño Francis hace un rápido movimiento metiéndose y tirando del inglés junto con él. Que es tomado por sorpresa, porque ahora estaba pensando en que iba a tener que ir y poner cara de disgusto con los regaños y le apetecía muy poco e importaba el asunto aún menos. Francis sonríe como niño con caramelo cuando cierra la puerta detrás del escritor.

— ¿Qué... qué?

Y antes de que acabe el segundo qué, ya se lo está planchando contra la puerta en un beso. Y el escritor se queda sin aliento en un segundo como si acabara de arrollarlo un tren. El francés no le da tampoco ni un segundo antes de profundizar el beso lo más que puede y perderlo por completo, con las piernas de gelatina. Además le desfaja un poco metiéndole la mano debajo de la camisa y tocándole el abdomen y la espalda, atrayéndole hacia sí.

Arthur levanta los brazos y lo abraza del cuello, porque aún estaba un poco angustiado porque antes han peleado y por un rato ha pensado que le esperaba un futuro realmente desalentador sin él. No te preocupes, Arthur, los besos son PERFECTOS para curar esa angustia. Sí. Justo eso descubre al cabo de unos segundos.

Francis le acaricia el pelo con la otra mano, relajándose cada vez más, dejando de apretar los ojos para entre abrirlos un poco.

—Mmmmm —y así se arreglan ellos. Arthur no quiere soltarle. Francis no protesta con eso. Lo que si ocurrirá es que estén así ahí por la siguiente media hora y se pierdan todos los regaños y gritos. Aunque al cabo de un rato el escritor se separa un poco del beso.

—Mmm... —vuelve a susurrar Francis aun con los ojos cerrados, sonriendo.

—Vámonos de aquí... —susurra Arthur con voz ronca.

—Vámonos a donde quieras, mon amour —responde sin dudarlo.

—Llévame a tu lugar favorito de la ciudad... —pide y se esconde un poco en su cuello sin soltarle. Francis sonríe un poco y le aprieta.

—Mi lugar favorito en la ciudad... Mmm... —sonríe un poco—. Vale.

Arthur le mira de reojo, sonrojadito.

—Es un lugar para gente como yo... Pobres diablos pobretones que no podemos ir a la ópera—sonríe dándole un beso en la mejilla.

—Ya me imagino —sonríe un poco, travieso. El otro se ríe.

—Como supondrás, es papa quien nos llevaba ahí. ¿Cómo vamos a escaparnos? —pregunta sabiendo ya perfecto a donde es que va a llevarle.

—No creo que sea difícil alegar que es mejor marcharnos por culpa del escándalo —se encoge de hombros tan despreocupado. Francis sonríe y vuelve a hundirle una mano en el pelo de la nuca. Lo que a Arthur Le provoca un escalofrío y una pequeña sonrisita.

—¿Crees que Sesel esté bien? —pregunta con suavidad porque le sabe un poco mal venir con ella y largarse, aunque claro, ella besó a alguien más, podrían estar un poco a mano—. Es decir, ella besó a alguien más, asumo que yo puedo conseguir una mejor pareja.

—No lo sé... pero no creo que puedas ayudarla ahora —valora sin sentir tantos celos ahora, gracias a los besos.

—Espero que no la echen... —se muerde el labio preocupado.

—Pues... quien sabe... —el problema es que cree que si lo harán.

Francis sonríe un poco tristemente porque... Es que ¿qué harán? ¿Devolverla a América? Suspira pensando que ya se preocupara de eso luego. Arthur frunce el ceño y le suelta un poco malinterpretando su cara. Inclina la cabeza sin soltarle él.

—¿Tengo que recordarte de nuevo que quería presentarle a Mathieu y que me preocupa la idea de que esté en un continente nuevo sin conocer a nadie... para que no te den celos? —sonríe.

—¡No me dan celos! —chilla levantando las cejas porque le ha leído enseguida.

El sastre sonríe más porque empieza a conocer sus caras de enfado, muy orgulloso de sí mismo de haberle atinado al problema.

—¡Vamos mejorando! —exclama y le abraza con fuerza por ello.

— ¿Qué? —pregunta/protesta un poco asustado.

—Me he dado cuenta del problema —sonríe más y se ríe bajito.

—¡No! ¡No es verdad! —se sonroja.

—Venga, vámonos. Pero antes... —prefiere no insistir.

—¿Qué? —le mira, un poco agresivo y nervioso todavía.

—... dame un beso —pide sonriendo.

— ¿Q-Qué? —se sonroja otra vez.

—Oíste bien —cierra los ojos y pone los labios.

—P-Pero... —vacila mirándole la cara que pone y echándose un poquito atrás.

—¿Qué?

—Q-Que... no quiero —miente porque le da vergüenza y le pone la mano sobre la cara para apartarle.

—Si quieres, ¿por qué no habrías de querer? —protesta abriendo los ojos.

—Porque... ¡eres tonto! Y no me gustas —asegura.

—¿Eh? Sí te gusto —sonríe de lado llevándole la contraria.

—¡Claro que no! —protesta.

—Oh siiii —si ríe—. Tú también me gustas.

—¿Qué yo qué? ¡Tú no me... yo no...! ¡Cállate! —protesta más, sonrojándose.

—Cállame —se le acerca a los labios y los ojos le bailan un poco.

—¿Que yo... yo... ehm...? —vacila sabiendo bien lo que espera.

—¡Cállame! O voy a seguir diciendo sobre lo mucho que sé que te gusto —le abraza del cuello.

—¡No! ¡Es mentira! —se tensa más.

—No lo es. Estás loco por mí —susurra cerrando los ojos listo para el beso.

—¡No lo estoy! ¡Eres tonto! —le tapa la boca.

Francis parpadea al sentir las manos en su boca. Arthur le mira, sonrojado.

El sastre sonríe un poco y quita las manos de su cuello tomándole las que le tapan la boca. El inglés parpadea un poquito nervioso y desconsoladito. Se las quita y vuelve a echársele encima lentamente para darle él el beso y el escritor se lo devuelve, agradecido. Sonríe al separarse..

—Eso no significa nada —Arthur gira la cara y se sonroja de nuevo

—Sí, significa que me encantan tus besos —responde apoyando la nariz en su mejilla.

—Tonto —protesta pero sonríe un poco.

—Qué tonto voy a ser —se ríe y se separa—. ¿Nos vamos?

—Sí. Y sí eres tonto —insiste.

—No lo soy, tú eres el tonto que dice que no me da besos —responde.

—No darte besos no es ser tonto, ¡es ser listo! —replica y abre una rendija la puerta para espiar que no haya nadie y puedan salir.

—Ja, voy a recordarte eso en un rato cuando nos estemos besuqueando —se arregla mientras la ropa en el espejo y le mira a él de reojo—. Fájate.

—¡No vamos a estar...! ¿Qué?

—Que te arregles, que estas todo desfajado —le riñe un poco acercándose a hacerlo él.

El joven Kirkland se mira a sí mismo y se sonroja un poco porque casi ni se había dado cuenta y trata de arreglarse sin dejarlo a él. Mister Bonnefoy le sonríe de todos modos dándole una palmadita en el culo. Y da un saltito con eso para huir. Se ríe.

—¡No te rías! —protestas de nuevo, volviendo a centrar toda su atención en el sastre y no a lo que tiene que estar.

—No seas enojón —responde sonriendo.

—Feo —le saca la lengua.

—¡Feo! —protesta riéndose. El escritor se ríe travieso acabando de vestirse y vuelve a espiar. Francis se pone de puntas tras él tomándole de la cintura y espiando un poco.

—Vamos, corre —tira de él cuando ve que no hay nadie.

Y ahí se va detrás Francis corriendo y riendo. Arthur no le suelta hasta que salen a la calle sin que nadie los haya visto, suspira sonriendo.

—Empiezo a acostumbrarme a las emociones fuertes — comente el francés.

—Ja. Ja. Ja —responde sarcásticamente, pero sonriendo.

—Pues tú que siempre sales con cosas así —sonríe y le acaricia la mejilla con suavidad—. ¿Estás listo para nuestra cita en el bajo mundo?

—¡No es una cita! —chilla mientras espera a que le dirija. Él se ríe dando una vuelta sobre sí mismo para ubicarse.

—Vamos a buscar un carro —decide no protestar porque bien que saben todos, hasta Arthur aunque lo niegue, que sí que lo es.

—Por ahí —señala y tira de él a una calle más grande donde pedir uno.

—Veo que el señor sabe de dónde sacar carros de vulgo —le pica dándole un golpecito con la cadera.

—Pues tú nada más te has plantado ahí como un tonto —replica en lo que éste se detiene.

—Bah, sólo estaba orientándome —es hijo de su madre que se pierde en su misma calle, no sé qué esperarían. Se sube. El escritor pone los ojos en blanco y se sube detrás.

—Me sorprende que tu lugar favorito de la ciudad sean los bajos fondos —comenta, Francis sonríe un poco y se encoge de hombros.

—En realidad tendría que llevarte a la ópera y al restaurante de ayer —confiesa sincero, Arthur se sonroja un poquito y sonríe sentándose—. Pero no puedo llevarte a ninguno de esos sitios, así que tendré que conformarte con enseñarte los entretenimientos de la gente normal.

—Es que creo que sabes demasiado de mí y yo nada de ti —susurra el inglés un poco avergonzadito. Francis levanta una ceja.

—Es posible. De hecho sé todo de ti y tú no sabes nada —le cierra un ojo.

—¡No sabes todo! —se sonroja. Él se ríe un poco, con suavidad, cerrando los ojos y negando con la cabeza—. ¡Y yo sí sé cosas!

—¿Qué sabes? —pregunta suavemente y es que justo a eso quería llegar. A que las dijera él.

—Pues cosas... cosas sobre tu economía familiar y tu trabajo y tus padres, y de tu trabajo y de las cosas que te gustan y quisieras hacer—empieza a enumerar, señalando con los dedos.

—Sabes un montón de cosas mías —explica mirándole a los ojos—. Pero si creo que te faltan algunas cosas. Como... Que sé tocar el acordeón.

Arthur parpadea unas cuantas veces y lo único que se le ocurre preguntar a eso es "¿Por qué?"

Papa cantaba muy bien —se encoge de hombros—. Y mamá también. Creo que necesitaban un acompañamiento.

—Yo sé tocar el violín... y el piano —comenta. El sastre le mira... Y se muere de risa.

—Eres un niño repipi y mimado —asegura ante la evidencia.

—¡No lo soy! —frunce el ceño—. Además, podría ser peor. ¡Wallace toca el arpa!

—Jamás pensé salir con alguien así de... Educado —se ríe aún más echando la cabeza atrás.

— ¿Qué? ¿Por qué no? ¡Y no estamos saliendo ni... nada! —se apresura a añadir por si las dudas, nervioso.

—Porque parecerías estar fuera de mi liga —le toma de la mano mirando por la ventanita—. Y sí estamos saliendo.

—Estamos saliendo en el sentido de ir... fuera. Salir de un sitio a la vez —matiza.

—No, estamos saliendo en el sentido de conocernos mejor para tener una relación romántica afectiva —discute. Arthur abre la boca como un pez y se sonroja de muerte—. Me alegra que estés de acuerdo.

—¡Yo no...! ¡No estoy...! ¡No he dicho...! ¿Romántica? —chilla sin saber por qué parte escandalizarse primero.

—¡Shhhh! No grites que te escucho perfectamente bien —responde Francis, sonriendo tan tranquilos.

—No... —baja el tono—. No estoy gritando...

—Sí, romántica. Romántica de pareja —especifica para el horror del escritor, que sigue vacilando.

—P-pero... pero...

—¿Aja?

—Pues es que... —traga saliva porque le da miedo, pero también le emociona e ilusiona mucho que así sea. El francés se muerde el labio sin saber si está pensando en Emily—. ¿Qué significa exactamente?

—Que tú y yo podríamos ser especiales el uno para el otro. Muy especiales, más que... Nadie —desvía la mirada con cierta tristeza porque en alguna medida esto le vuelve a parecer difícil, en especial si está Emily involucrada. Es el peor momento para conocer a Arthur. Era mucho pedirle que dividiera si corazón en dos entre él y su posible futura esposa.

—¿Más que nadie? —pregunta con un poco de ilusión en la voz porque eso significaría que no tendría que tener celos de nuevo.

—Más que nadie, sí... Pase lo que pase nos tendríamos el uno al otro, y sabríamos que pase lo que pase el otro nos quiere y nos cuida y procura lo mejor para nosotros —sigue más como una petición velada como algo que pretenda realmente hacer.

—¿Pase lo que pase? —pregunta levantando las cejas, sin imaginarse qué piensa el sastre que podría pasar.

—Pues... Sí. Aunque... —suspira porque no quiere volver a sentirse mal y a pensar que no va a salir bien. Sonríe—. Aunque seguramente será difícil lo lograremos —se asegura a sí mismo—. En especial si nos queremos.

—Y si... ¿dejamos de querernos? —pregunta con la boca pequeña porque antes que se han enfadado se ha asustado bastante. Francis parpadea y le mira.

—¿Por qué vamos a dejar de querernos? Mama y papa la vieron muy complicada... Y aun así se querían —le mira.

—Es decir... yo no te quiero... —especifica por si acaso. Francis hace los ojos en blanco. Arthur se sonroja y levanta un poco los hombros para esconderse y hacerse pequeñito.

—Pues yo quizás si soy un poco tonto como dices... Porque yo creo que yo estoy empezando a quererte, aunque sea absurdo y llevemos sólo cinco días intensos —susurra.

Se tapa la cara con las manos. El sastre carraspea un poco y se sonroja levemente.