—Es absurdo —sigue Francis.

—¿Eh? —le mira entre los dedos.

—Lo es, creo que hasta papa me regañaría por decírtelo tan pronto —asegura pasándose una mano por el pelo.

— ¿Por qué? —el escritor le mira, poco familiarizado con estas convenciones sobre cuando es pronto o tarde o cuando debería asustarse o no de oírlo.

—No lo sé, ¿porque hay que esperar y no asustar a la gente? —se ríe—. Ya vamos llegando

—No me asusta —se encoge de hombros porque en realidad es algo bonito y no le parece que sea malo en lo absoluto.

—¿Ah, no? —pregunta un poco incrédulo.

—Ehm... bueno, no —miente al pensar en el asunto vinculante que puede conllevar y lo que el sastre espera de manera recíproca, que eso sí le asusta desviando la mirada.

—Menos mal —sonríe un poquito y le extiende la mano—. Vamos a ver que hay hoy aquí.

Arthur se la toma y la aprieta un poco. Él la aprieta de vuelta calmándose un poco, mientras bajan del carro y el señorito paga el viaje. Francis se acerca a él y saca su bolsa de cuero.

—¿Me dejas invitarte hoy? Yo pago esta noche —propone.

—¿Qué? No, pero... no hay necesidad... —se niega.

—No la hay, pero quiero. Yo trabajo y quizás no tenga tanto dinero, pero sí tengo lo bastante como para invitar a mi chico a salir —sonríe seductoramente. Arthur se sonroja y sonríe un poquito. Francis le cierra un ojo y saca las monedas necesarias para pagar el carro.

—El carro no, ya está, ya pagarás lo siguiente —decide el escritor, girando un poco la cara y sonriendo. Francis arruga la nariz y a la vez lo agradece porque eso le dejara en más libertad de comprar alguna golosina.

—Vamos —sonríe el Lord haciendo un gesto con la mano.

—Este... Es como un lugar de usos múltiples, ¿vale? A veces hay teatro, a veces hay quien canta música de algunos sitios... Otras veces hay quien lee algo famoso —empieza a explicar el francés un poco nervioso, pensando por un momento si habrá sido una buena idea traerle a un sitio como este.

—¿Y hoy? —pregunta curioso, porque suena muy sorprendente y bohemio.

—No lo sé, espero que no haya nada... Raro. Hay veces que vienen personas a hacer chistes y son un poco vulgares. A papa no le gustaba traer a Maman aquí esos días. Aun así, a mí me parece divertido —se excusa un poco avergonzado.

—Que... desorganizado. ¿Así que vienes y deseas tener suerte? —pregunta inclinando la cabeza intentando entender.

—No, reparten volantes una semana antes. Solo que, querido, yo últimamente he estado haciendo cosas de la élite de London, no preocupándome de esto —se excusa un poco cínico.

—Sí, ya, antes decías que trabajabas y aun no te he visto con una aguja en la mano —le coquetea con un gesto vago de la mano.

—Calla que eso si es grave —se muerde el labio con eso. El inglés se ríe—. ¡Desde que te conozco no trabajo! ¡Y es tu culpa! Vamos a morirnos de hambre —hace drama.

—Pobre sastre pobre —se encoge de hombros sin dejar de sonreír.

—Vas entendiendo el problema —asiente sonriendo.

—Eso era sarcástico —responde entrecerrando los ojos.

—Ah, no me lo pareció —se ríe un poco porque en realidad estaba claro.

—Será que aun te vuelves más tonto al venir a esta zona de la ciudad —propone como única razón que se le ocurre para molestarle nada más.

—Bah, ¡deja de decir que soy tonto! —le saca la lengua mientras se acercan a una zona donde el bullicio de la gente es bastante evidente. Hay alguien que hace música en la calle, chicas que ríen... No todas de la mejor calidad. Hay algunos puestos de comida.

—Ugh —protesta Arthur el señoritingo mirando a su alrededor y recogiendo las manos, sintiéndolo todo sucio. Francis parpadea y sonríe un poco.

—Sólo es gente, Arthur.

—No, no... Estoy bien —ni de broma, piensa que alguien podría escupirle en cualquier momento. Siente que si le tocan le van a pegar alguna enfermedad.

—Ya se te ve. ¿Compramos algo? —pregunta mirando la comida.

—No tengo mucha hambre... —responde no muy convencido. Francis levanta una ceja porque las cosas se ven buenas. Le da un golpecito hombro con hombro. Arthur le mira de reojo pensando que quizás ha tocado a alguien, dando un saltito asustando, en tensión.

—Relájate —pide poniéndole la mano sobre el hombro.

—Es que toda esta gente está... —les mira con desagrado, separándose de ellos.

—¿Feliz? —propone sonriendo.

—Sucia —responde mirándole con cierta cara de angustia y asco.

—¡¿Qué?! ¡No está sucia! Sólo esta... Feliz y menos silenciosa y ridícula que los tuyos —le da la vuelta y se le planta enfrente caminando en reversa unos pasos.

—No parecen muy felices —mira a uno que está vomitando sobre los sucios adoquines de la calle de los bajos fondos.

—Sólo bebió un poco de más... —le quita importancia.

—Ya lo imagino —no que no le haya pasado. El galo se ríe.

—Es un poco caótico y diferente a la ópera, pero fuera de los aromas raros y el gentío, si consigues relajarte, va a gustarte. Alguna vez fui con mi padre a tirar los dardos a ese lugar. No volvió a llevarme —asegura señalando un local.

—No entiendo por qué te traía aquí —niega con la cabeza con un poco de pesar.

— ¿Cómo? —le mira sin entender.

—Tu padre... ¿qué te gusta de este sitio? —reformula la pregunta.

—La gente, el ruido, las risas... Y lo que presentan. Es... —se detiene. El señorito le mira y mira a ver si es que ha visto algo concreto. Él le mira también y se revuelve un poco.

—No te gusta —desconsoladito.

—Pues... es que quisiera entender qué es lo que lo hace genial —asegura sin querer ofenderle en realidad.

—Es un lugar divertido donde divertirse con... la familia o... —va bajando la voz—. Quizás debí llevarte a otro sitio.

—¿Divertirse cómo? —pregunta intentando tomarse esto con filosofía y encontrar algo positivo de todo el conjunto.

—Comprando una flor, una crepe con ese hombre de allá que vende algo decente en Londres. Ver un rato al mimo que se pone en esta esquina y darle una moneda. A Maman le gusta que la lleven a ese sitio de baile en la esquina... —sigue explicando Francis y Arthur lo mira todo de nuevo no muy convencido—. Sí tiene su gracia, ¿sabes? Pareciera que no, pero si vienes aquí... ¡Oh! ¿Por qué no vamos a que nos lean la mano?

El escritor parpadea y se muerde el labio porque le gustan esas cosas de misterio y de magia como en sus libros, aunque nunca ha ido a uno de esos lugares que su padre considera un completo timo.

—¡Andaaaaaa, será divertido! —se ríe tirando de él.

Arthur se deja tirar. Francis sonríe muy contento porque no parece protestar tanto. Tira de él hasta el lugar que al parecer es un sitio encubierto detrás de una tienda de flores.

—Es un lugar secreto... Y TODOS saben dónde está —susurra Francis riéndose un poco.

—Entonces no es secreto —comenta Arthur con su lógica poco romántica.

—Lo es si dice "flores" en la entrada —explica el francés.

—Es raro todo esto. Mi padre dice que es una patraña y que sólo quieren quitarle el dinero a la gente demasiado tonta —explica igualmente mirando alrededor, las calles sucias, mojadas y mal iluminadas con baches en las aceras. El francés se ríe.

—Se nota que tu padre nunca ha ido a uno. No son patrañas, ¡dicen cosas reales! —exclama Francis andando sin preocuparse tanto de la escenografía general del lugar.

—¿Cómo cuáles? —pregunta interesado.

—A mí me dijeron que conocería a alguien especial que me llevaría a lugares que solo no podría conocer y es cierto.

Arthur se sonroja.

— ¿T-Te habló de mí? —pregunta sin poder creerlo del todo.

—Pues claro —le guiña un ojo mirando hacia atrás por un segundo.

— ¿Y qué te dijo de mí? —sigue, en realidad interesado.

—Queme harías feliz —responde tan llanamente, sin mirarle, aun andando.

— ¡Es mentira! —se sonroja más. Parpadea y le mira.

— ¿L-Lo es?

Arthur se detiene y se tapa la cara con las manos.

—Pero sí tiene que ser verdad porque si no, no eres tú y yo quiero que seas tú —asegura Francis, el inglés le mira entre los dedos—. Es decir, no me dijo "Arthur Kirkland te hará feliz"... Pero me aseguró que ir alguien como tú lo haría.

—Oh... —es que igual le da vergüenza y piensa en que quizás la bruja le diga a él que va a enamorarse de Francis ¡o quizás que ya lo está! Se avergüenza aún más—. ¡No quiero ir a eso!

—¡Oh! ¡¿Pero por qué?! —le mira desconsolado de nuevo.

—P-Porque... —es que por otro lado le da muchísima curiosidad.

—Anda, dicen cosas divertidas —asegura intentando animarle.

—Pero solos —propone mirándole a los ojos.

— ¿Solos? —pregunta sin entender a qué se refiere, claro que están solos.

—Pues primero tú y luego yo —explica con un gesto de la cabeza.

—Oh, ¿y no quieres saber lo que me digan a mí? —levanta las cejas.

—Ehm... —es que sí que quiere, lo que no quiere es que tú oigas lo que le dicen a él.

—Será divertido los dos. Yo iré primero —le aprieta un poco el brazo y entran al local de flores, que fuera del letrero no tiene nada de local de flores. Le sigue y piensa que así le será más fácil echarle. El francés se quita el sombrero abriéndose paso entre un sinfín de cachivaches e imágenes raras.

— ¿Hola?

Hay unos instantes de silencio.

Francis?

Arthur levanta las cejas y eso le parece impresionante, que solo con la voz sepa su nombre. Francis levanta las cejas reconociendo el tono de voz.

Maman?

—¿Qué? —pregunta Arthur mirando al sastre cuando la cabeza de su madre aparece de las cortinas moradas de la trastienda.

—¿Qué haces aquí? —pregunta Francis buscándola, sin poder ceerse la coincidencia.

—¿Qué haces tú aquí? ¡Estabas con Arthur en la cena! —pregunta Madamme Bonnefoy, sorprendida.

— ¿Eh? ¿Eh? —Arthur les mira a uno y otro.

— ¿Tú no ibas a ir a cenar con tu novio? —insiste el sastre.

—Ah... ehm... —se sonroja un poco porque obviamente era un pretexto. Francis levanta las cejas.

—No esperaba que fueras a venir aquí —confiesa—. Así saco algún dinero para ayudar.

El sastre parpadea varias veces.

—D-Dinero para... ¿Trabajas aquí? —susurra incrédulo.

—A veces —sonríe y estira las manos para que se acerque y tomarle las suyas. Arthur aun no acaba de creerlo. ¿Su suegra es una bruja? Sonríe un poco con eso porque todas las suegras son unas brujas... espera, ¿desde cuándo es su suegra? ¡Su suegra es Lady Jones!

—¡Pero no se supone que tengas que trabajar! —susurra preocupado acercándose y abrazándola—. Yo puedo.

—No te preocupes, me gusta hacerlo —le da un beso a la sien.

—Pero Maman... ¿Qué diría papa si supiera que estás trabajando? —insiste él.

—Él me instaba a hacerlo en vida, decía que así no me aburriría y que se me daría bien —explica ella.

—¿De verdad? ¡Y cómo es que yo no sabía eso! Espera... ¡¿Que más cosas pasan que yo no sé?! —pregunta nervioso de repente, ella le da otro beso—. ¿Eh? ¿Hay más cosas raras que no sepa? —pregunta mirándola de reojo, dejándose consentir.

—No lo sé —le peina un poco—. Pero no tienes que preocuparte.

—Pero... usted dijo que había venido antes —comenta Arthur a Francis—. ¿No vio que era ella?

—Si me preocupa que no que estés bien. ¿Estás bien? —la aprieta un poco contra sí y mira a Arthur. Levanta las cejas—. Yo... No... ¿No eras tú o sí?

—No, no, esa mujer murió hace unos meses, así que un día vine y... me puse a hacer lo que hacía ella —tan fácil como eso.

—¿Y te pagan? ¿Vienes mucho? ¡Cómo no me dijiste que lo hacías! —sigue Francis entre protestas y curiosidad.

—Sí me pagan, algunos con regalos o con lo que pueden—explica ella pacientemente, respondiéndole lo mejor que puede. Francis le acaricia la cara y le da un beso en la mejilla.

—¿Sabe tu querido profesor que haces esto? —pregunta y sonríe un poquito.

—Sí y le parece muy interesante —sonríe. Francis tuerce el morro y frunce el ceño—. ¿Qué te apena? —le mira un poco desconsolada.

—Debiste decirme —susurra un poquito desconsolado también—. No tengas secretos conmigo.

—No es por tener secretos, es que no quería que pensaras que hacía esto por no confiar en ti llevando el negocio ni nada así —se excusa y él le sonríe un poco juntando frente con frente.

—Gracias por ser tan buena conmigo siempre —responde cerrando los ojos.

—Te quiero mucho —le da otro beso.

—Yo te quiero más... Te lo aseguro —sonríe más, relajándose y apretándola un poquito más contra sí—. Debes ser la bruja más buena que existe.

Sonríe ella.

—¡Vas a tener que leernos la suerte a mí y a Arthur! —pide contento de repente.

—¡Ah! Claro, aunque es un poco raro —asegura ella, enseguida seducida con la idea.

—Nah, no lo es —niega Francis sonriendo.

—Normalmente suelo tratar a personas que no conozco —explica y les dirige adentro. Arthur les sigue no muy convencido con que sea Madamme Bonnefoy quien haga esto.

—Pero si nos conoces será más fácil. Además no conoces tanto a Arthur como a mí —responde el sastre tranquilamente.

—Más o menos, la parte más importante de esto es escuchar —sonríe.

—¿Escuchar? Yo pensaba que las adivinas eran quienes hablaban... —comenta Arthur. Francis le pasa una mano por encima de los hombros y sonríe.

—Ella debe saber cómo se hace. Al menos no tendremos que hacer interpretaciones raras de lo que nos diga —sigue perfectamente contento de este arreglo.

—No siempre, normalmente la gente viene para que les escuche y les dé mi opinión... así se sienten mejor. Algunas veces les doy alguna hierba o consejo, casi no hay nada raro —explica ella con completa naturalidad y sinceridad.

—Entonces puedes decirnos qué opinas de todo —asegura Francis.

—¡Pero eso no tiene nada de magia! —protesta Arthur mientras Madamme Bonnefoy les prepara un té de menta muy especiado. Aunque no le pone tranquilizante como suele ponerles a los clientes habituales.

—No es exactamente magia, aunque puedo hablarte sobre tu horóscopo —explica ella.

—Tú háblanos de todo lo que quieras hablarnos. Además sí que tiene magia que alguien te escuche y te aclare las ideas sobre qué hacer. Maman, Arthur está muy tenso y preocupado.

—¡No vamos a hablar de eso! Háblenos del horóscopo, por favor —pide Arthur, tenso. Francis se muerde el labio y mira a su madre deseando conseguir que Arthur se relaje.

—Vaaaale, el horóscopo —el sastre le toma de la mano y entrelaza sus dedos.

—¿Cuándo es tu cumpleaños, Arthur? —pregunta ella sonriendo dulcemente.

—E-El veintitrés de abril —susurra.

—Eso no lo sabía —sonríe un poquito de lado Francis acariciándole con el pulgar.

—Tauro... y Cáncer —sonríe mirando uno y al otro.

—¿Perfectamente compatibles? —pregunta Francis ilusionado haciéndose YA una historia.

—Sí, muy muy compatibles —asegura ella y Arthur se sonroja.

—¡Que romántico! —Francis casi salta de gusto en su asiento porque esto es como el país de las hadas.

—Ambos son muy afectivos y les gusta mimar y cuidar a la persona blanco de sus afectos, eso hace a los dos sentirse muy seguros y apoyados. Es un hogar muy dulce y armonioso. Los motiva el romanticismo y la pasión —explica Madamme Bonnefoy con cierto tono suave y dulce, menos místico de lo que Arthur esperaría, pero su voz parece realmente hipnotizante.

La cara de Francis es como de niño con juguete nuevo. Le aprieta la mano a Arthur. Que está con la boca abierta como un pez.

—Tauro está muy preocupado por su estabilidad material y Cáncer por su estabilidad emocional, así que uno ayuda al otro a sentirse bien porque es perfectamente compatible lo uno con lo otro. El problema es que Tauro es bastante posesivo y Cáncer es más cambiante e inseguro.

Francis se sonroja un poquito con eso y se muerde el labio.

—Yo no... —Arthur quiere meterse bajo la mesa.

— ¿Y cómo podemos compensar ese problema?

—Con seguridad, confianza y comprensión. Tauro es muy, muy cabezota y cuando toma una decisión es muy difícil hacerle cambiar de opinión. Le gustan las cosas muy claras y tocando tierra... Cáncer se conforma con muy poco, si sabe que le quieres tiene suficiente, pero tiene unos mínimos muy importantes. Le gusta compartir tiempo y aficiones con su pareja, como las muestras de amor. A Tauro lo mueve el placer, eso suele hacerle poder cambiar cualquier idea.

Arthur se sonroja... Pero se SONROJA con esto. Toma el mantel de la mesa y se cubre la cabeza con él.

—Es decir, si decide... —"dejarme", piensa Francis para sí, agobiándose un poco aunque el asunto del placer le tranquiliza. Se revuelve eso si un poco por lo de las muestras de amor, porque es verdad. Mira de reojo a Arthur y sonríe un poquito.

—Arthur... ¿estás bien? —pregunta Madamme Bonnefoy. El mantel niega.

Madamme Bonnefoy mira a su hijo y luego a Arthur de reojo sin saber si se puede hacer algo para... bueno, ayudarlo, mientras él está muy ocupado escarbando entre cojines para hacerse una madriguera y no volver a salir de ahí pongamos... en el resto de su vida.

—Y... ¿Vamos a ser felices? —pregunta Francis con mucha seriedad.

—Mucho, seguro —sonríe ella porque sabe lo importante que es para él lograrlo. Él sonríe ampliamente con eso, relajándose y poniéndole una mano a Arthur en la espalda, que se queda paralizado sin haber oído.

—Qué bueno. ¿Tú quieres preguntar algo? —pregunta Francis al escritor.

—¿Y-Y-Yo? —responde como si acabaran de acusarle de andar robando en la tienda de dulces.

—Sí, tú —le sonríe.

—No —tiembla bajo el mantel, mintiendo con los ojos apretados.

— ¿No? ¿Nada de verdad?

Niega con la cabeza. Y el problema es que Francis está ahí y Galia es la bruja.

—Yo preguntare por él... ¿Va a mejorar la relación con su papa?

—Hay que hacerlo con las cartas, espera —pide ella sacándolas y barajándolas—. Piensa en la pregunta mientras las mezclas.

—Ya lo hago —cierra los ojos y se concentra en ello. Madamme Bonnefoy se las pasa para que las mezcle.

Las mezcla. Ella las recupera cuando acaba y extiende tres sobre la mesa con la clásica tirada de Tarot.

—A favor, en contra y resultado —explica levantando cada una de ellas. Arthur baja un poco el mantel hasta su nariz para mirar. Francis mira también con los ojos azorados.

—Mira, esta es la figura imponente del emperador, seguramente representa a tu padre mismo, así que como está en la posición de cosas a favor, significa que él es lo que más te ayudará a conseguir tu objetivo.

—¿Su padre le ayudará a conseguir su objetivo? —pregunta Francis un poco sorprendido.

—Sí, debe querer decir que su padre tiene un buen deseo de que la relación mejore. Puede que incluso más que él mismo —explica ella señalando la carta y Francis parpadea y mira a Arthur de reojo, que está igual de sorprendido.

—¿Él? ¿En serio? Eso... Es bonito —le toma la mano.

—Eso es lo que yo entiendo —sonríe ella—. En contra tienes el demonio... —mira a su hijo de reojo. Francis mira la carta nervioso.

—¿D-Demonio? —pregunta Arthur imaginándose literal al demonio.

—¿Aja? —pregunta Francis asustándose un poco más.

—Esta carta es bastante complicada. Implica una serie de deseos y seducciones que te alejarán del camino que quieres. No significa que sea mala, significa que alguien tratara de que vayas por otro camino —explica Madamme Bonnefoy, con cierto pesar en la voz. Francis la mira y se le arruga el estómago.

—Alguien que va a... —es que Arthur mira a Francis sin poder evitarlo.

Claro, el tarot creía que debía casarse con Emily y mejorar su relación con su padre y ser feliz y él... En forma de deseos y seducciones, lo iba a sacar del camino del bien. Francis sigue mirando a su madre con los labios entreabiertos.

—Y al final, lo que sucederá... es el carro —le señala—. Esta es una carta de cambios, implica que estás en un viaje personal o lo iniciarás pronto, que va más allá de este aspecto de tu vida y que dependiendo como acabe, una u otra opción será la que tenga más fuerza.

Francis estira la mano y toca el carro suavemente con una cara de drama que no puede con ella. Su madre pone la mano sobre la suya para acariciarle y confortarle.

—Entonces tiene que decidir entre el mundo perfecto y feliz de su padre y el endemoniado... ¿Que soy yo? —pregunta su propia y dramática interpretación.

—No, no, mi vida. Es más complicado. Esto no significa que tú seas malo —señala el demonio—. Significa que tú vas a llevarle hacia otras cosas que no son la que has preguntado, pero no tienen por qué ser malas.

Se revuelve un poquito sin estar seguro de cómo es que Arthur va a tomar esto. Arthur está con la boca abierta pensando que Madamme Bonnefoy no sabe de qué habla, ¿cómo iba a ser su padre el que quisiera que la relación fuera bien? ¿Y qué era eso de un viaje personal? ¿El viaje de novios?

—Y si me lees a mí... —Francis vacila un poco—. No. No. Creo que no quiero.

—Es lo mismo, piensa la pregunta mientras barajas —las recoge de nuevo y las mezcla antes de tendérselas.

Francis mira a Arthur de reojo y piensa en las preguntas, varias a la vez, tomando las cartas. ¿Qué sería mejor preguntar? ¿Si Arthur se quedaría con él? ¿Si le rompería el corazón? Arthur se revuelve un poco mirándole de reojo. Se enfoca en esta última pregunta dándole a su madre el mazo de cartas.

—Ya está.

—Veamos... tienes a favor la luna —se la muestra al darle la vuelta—. Eso implica indecisión, que tú o alguien no se sienta seguro de algo ayudara a que suceda.

—¿Se pueden hacer preguntas sin decirlo? —levanta las cejas el inglés.

—¿Si alguien está indeciso ayudará a que pase lo que pregunté? —pregunta desconsolado.

—Eso es —asiente ella a los dos. Francis se muerde el labio

—¿Y la carta en contra de mi pregunta?

—Es el ermitaño... implica reflexión, calma y sosiego. Puede ser alguien que te sosiegue a ti o tú mismo ejerciendo esa acción. Se entiende también como un maestro que ilumina el camino— le muestra la luz que lleva en la mano.

—Que yo... ¿Reflexione? ¿Y espere? ¿Pero si no depende de mí? —pregunta un poco descolocado.

—Tal vez indique que tengas que hacer reflexionar y guiar a alguien más —propone ella. Ahora él no puede evitar ver a Arthur de reojo. Y todos notan esa mirada.

—Eso intento —susurra el siempre impaciente Francis para algunas cosas que a él le parecen muy simples.

—Y finalmente tienes los amantes... oh, querido —le mira no muy segura con esto. Arthur se sonroja con esa carta.

—¿Qué? ¿Es una carga buena, no? —susurra con completa esperanza aunque el tono y la mirada de su madre le asustan.

—Ninguna carta es buena ni mala. Esta implica una decisión difícil y sacrificio —explica con pesar, mirándole a los ojos.

—¿Es literal, verdad? —pregunta y se le quiebra la voz.

—Sí, significa que dado el punto, tendrás que tomar una decisión sobre si quieres que ocurra o no lo que planteas —asiente lentamente. Francis traga saliva otra vez y vuelve a mirar a Arthur de reojo, que parpadea y se sonroja un poco.

—No quiero que pase —asegura mirándola a ella otra vez.

—Pues entonces debe querer decir que tendrás que sacrificar bastante para lograrlo.

Suspira

—Ahora yo —pide Arthur que al ver que no hace falta hacer la pregunta en voz alta se ha animado. Francis mira a su madre un instante y luego a Arthur. Pone las manos en sus rodillas tenso.

Ella hace todo el proceso mientras Arthur piensa en su pregunta obvia sobre si Francis es realmente bueno para él y debería irse con él y dejar a su esposa. (Y prepárense a ver a Francis organizar una historia enorme)

Cuando recibe las cartas ella las nota mareadas e impregnadas de una fuerte energía por parte del inglés que achaca a que Francis es su hijo, aunque nunca había sentido las cartas tan mareadas. Las extiende en la mesa y levanta la primera.

—La estrella —explica ella—. Tienes a favor una de las cartas más poderosas. Esto implica a una persona, alguien cercano, tu mayor benefactor está de tu lado para darte su fuerza y ayudarte.

¡¿Su mayor benefactor?! ¿Quién podría ser? ¿A su favor de qué?

—Puede ser tu madre, padre o uno de tus hermanos, alguien que te quiere bien —añade y Arthur piensa que definitivamente no es nadie de su familia, debe ser el mismo Francis. Asiente un poquito y se sonroja. Francis piensa en su madre, Lady Kirkland, por alguna razón.

—Tienes en contra... ¡oh! —exclama al darle la vuelta a la carta de la muerte.

—¡¿La muerte?! —Francis abre los ojos muy espantado y le busca la mano a Arthur. Este se asusta igual. ¿No iba a morirse nadie, no?

—Esta es una carta de cambios de nuevo. Implica un cambio muy grande que no se puede deshacer, no tiene por qué ser precisamente un presagio —les conforta ella, sintiendo que las cartas le dicen lo mismo que le han dicho antes sobre el proceso de transformación de Arthur.

—Un cambio muy grande... —Francis mira a Arthur suponiendo que tiene que ver con él por alguna razón, le aprieta la mano.

El escritor traga saliva. ¿Significa esto que ha de haber un cambio muy grande para que no suceda que Francis sea bueno para él? Se sonroja.

—¿Qué preguntaste? —pregunta Francis impaciente.

—Y al final tienes el sol —sonríe—. Definitivamente todo se dirige a conseguir tu objetivo, sin apenas obstáculos.

—¿Queeeeé? —se sonroja aún más.

—El sol. Es decir... ¡Es algo bueno! ¿Al final todo va a salir bien? —pregunta Francis sonriendo contento.

—Sí, el sol significa que rotundamente vas a conseguir ese objetivo —asegura Galia—. Y es lo mejor que podría pasarte.

—L-Lo mejor que... —susurra Arthur mirando la carta. Mira a Francis de reojo y se sonroja. Francis sonríe encantado con eso.

— ¿Qué preguntaste? —pregunta levantando las cejas, estando seguro que preguntó sobre él o sobre Emily, casi convencido que es de él.

—¡Nada! —chilla muy avergonzado.

—Dimeeee —insiste.

—¡No! —se vuelve a Galia—. ¿Y se puede hacer preguntas que no sean de si o no… como qué va a pasar?

Francis mira a su madre no muy seguro de que se pueda hacer eso, acercándose a Arthur para abrazarle un poquito de los hombros.

—Lo que sale entonces es mucho más ambiguo y difícil de interpretar —explica ella porque además le parece que Arthur no va a querer decirle tampoco la pregunta esta vez.

—¿Podemos preguntar algo entre los dos? —pregunta Francis—. ¿O también es difícil de interpretar?

—Lo es, pero se puede —le sonríe ella.

—¿Quieres preguntar algo de nosotros? —Francis mira al escritor y lo abraza un poco más.

—¡No! —trata de apartarlo pensando en lo que acaba de decirle que es vergonzosito.

—¿Por qué? —chillonea.

—P-Porque... ¡porque todo esto es tonto y son mentiras! —estalla el escritor.

—¡No son mentiras! —discute Francis, porque además su madre es quien está haciéndolo.

—Sí lo son, no hay ciencia, no hay forma de saber que esto es cierto, ¡solo es un juego de azar! —sigue, nervioso, aunque siente que todo ha encajado demasiado bien para ser un juego de azar.

—¿Y qué importa? ¿Qué importa si lo que nos dicen es algo que nos ayuda? —sigue Francis, aferrándose a sus esperanzas.

—¿¡Cómo te va a ayudar una mentira!? ¡No puedes fiarte! —chilla el escritor.

—¡Porque no es una mentira! Porque la respuesta sí que coincide y responde a mis preguntas —insiste Francis señalando las cartas.

— ¿Qué?

—Lo que me dice maman. Sí me ayuda. Y también me ayuda pensar que sea lo que sea tú tienes el sol en tu futuro —insiste.

—¡No sabes si eso es bueno! ¿Qué pasa si he preguntado si seré desgraciado? —le reta Arthur y el sastre parpadea un poco porque no había considerado esa opción.

—No preguntaste eso porque te sonrojaste —deduce,

— ¡No es verdad! —se sonroja de nuevo.

—¡Sí lo es!

Así que el escritor se mete bajo el mantel otra vez. Francis se ríe un poco y se agacha al frente para abrazarle. Se hace bolita. Francis le acaricia un poco la espalda con suavidad y mira a su madre que le sonríe, considerando a Arthur bastante mono.

—Ha sido muy divertido que nos leas las cartas Maman —Francis le sonríe.

—Espero haberos ayudado.

—Yo también espero que esto sea ayuda —le cierra un ojo antes de mirar a Arthur —. ¿Estás bien?

El escritor tiene sentimientos encontrados entre huir y quedarse aquí para siempre.

—Mon amour?

Carraspea y saca la cabeza lo más dignamente que puede. Y di que no pregunto nada de sexo. Francis le acaricia la mejilla con suavidad. Se tensa y se sonroja más si es posible, apartándosele. Francis suspira y mira a su madre.

— ¿Viene alguien por ti o como sueles volver a casa? —le pregunta a ver si Arthur se tranquiliza un poco.

—Podéis ir tranquilos, nos veremos mañana por la mañana en casa de los Kirkland.

— ¿Qué? —pregunta Arthur de repente sin esperarse eso.

—Íbamos a firmar los papeles con tu mamá y tu hermano, ¿no? —pregunta ella.

—Oui, acordamos eso —asiente Francis mirando al escritor.

—Ah, sí. Sí. Ningún problema —asiente al notar que es por eso.

Francis asiente conforme con todo eso, cerrándole un ojo a su madre, porque conocerá a Lady Kirkland, esperando que su padre no se enfade mucho con él, este donde este.

—Bien maman, seguiremos con nuestra cita. ¿Sabes que dan hoy en el teatro?

— ¡No es una cita! —chilla Arthur y Madamme Bonnefoy niega.

—Veremos entonces —se levanta ignorando el chillido de Arthur acercándose a su madre y dándole un abrazo cariñoso. Ella abre los brazos para abrazarle y besarle. —Te quiero muchísimo —se despide como si no fueran a verse más en los próximos seis años.

—Yo a ti más —le aprieta con fuerza.

Francis le da un beso en cada mejilla y se separa gritándose a Arthur, que está poniendo los ojos en blanco pensando que se verán mañana.

—Creo que no iré al teatro, debería volver a casa para mañana poder rendir con mis facultades plenas —se hace el responsable. Francis le mira desconsolado.

—De... ¿Verdad?

—Pues tengo que trabajar mañana por la mañana —se mantiene firme, imagen frente a los clientes, como siempre le decía su padre.

—Pero me dijiste que te llevara... Y... y...

—Bueno, pero no record... es decir, tenía muy presente lo de mañana y ahora veo que se ha hecho tarde.

—Pero, pero... Oh. Entonces...—suspira con el corazón encogido otra vez porque con Arthur todo es un paso adelante y otro atrás.

Él se revuelve porque de verdad quiere quedar bien y parecer serio con Madamme Bonnefoy, aunque ella no le hace mucho caso ni parece preocupada en lo absoluto. Francis le mira y luego mira a su madre de reojo. Carraspea.

—Despídete de maman y... Te acompaño afuera, ¿vale?

—Ah, claro. Ehm... buenas noches, Lady Bonnefoy —saluda.

—Buenas noches, Arthur —le sonríe ella, haciendo que él se sonroje un poquito.

Francis se despide de su madre agitando la mano y empuja un poquito a Arthur hacia la puerta. Este le sigue satisfecho con este final, seguro de haber causado una buena impresión de negocio. No la conoces, Arthur.

—No vas a cortar la cita así. Dijiste que te llevara a mi lugar favorito en Londres. Si no quieres ir al teatro puedo llevarte a otro sitio con menos gente, pero no vas a terminar la cita —amenaza el sastre.

—Ya lo sé, ¡pero tu madre debía pensar que soy serio y responsable! —exclama el escritor.

—Mi madre ya te vio, te conoció bien y ya sabe que eres responsable —le sonríe—. Pero es bonito que quedes bien con tu suegra. Creo que se llevaran bien.

—No es mi... ¡No es una cita! —ni siquiera sabe bien que flanco defender.

—¿Teatro o el otro lugar secreto? —pregunta Francis entonces sin hacerle mucho caso. Arthur parpadea porque es que la palabra secreto le llama muchiiiiisimo.

—¿Cuál es el lugar secreto? —se deja seducir por la curiosidad.

—Es secreto —se encoge de hombros—. No te voy a decir mi lugar secreto.

—¿Por qué no? —frunce un poco el ceño.

—Porque no me has dicho que prefieres hacer. Además es secreto —se encoge de hombros.

—¡Pues si me llevas ya no lo será! —exclama en respuesta.

—Pero será NUESTRO secreto. De otra manera no voy a decírtelo y solo será mi secreto —explica y Arthur se revuelve un poco porque además tener un secreto compartido con alguien más le parece súper excitante y romántico.

—Vale —accede.

—Entonces ahí mejor que al teatro —sonríe un poco pensando que su padre le llevaba ahí y será extraño ir con Arthur. Pero Arthur era importante. Era importante y él tenía que hacérselo entender y convencerle de que le eligiera a él y no a Emily... Eso había dicho su madre. Este sitio era perfecto para eso. Le toma de la mano —. No está muy lejos de aquí. Podemos comprar una botella de vino antes, para tomarla ahí arriba.

—¿Dónde es? ¿Qué sitio es? —pregunta de nuevo bastante emocionado con mucha curiosidad.

—Es un lugar muy bonito desde donde se ve todo Londres —explica empezando a caminar hacia la iglesia católica de San Patrick. El escritor se sonroja un poco porque eso suena bastante romántico y es que la ciudad le gusta mucho.

—¿Y qué haremos ahí? —pregunta.

—Subir, ver Londres y... Hablar —le sonríe.

—Tal vez podemos escribir las poesías... para mi madre —propone, sin mirarle.

— ¡Ah! Seguro. Siempre subimos una vela —asiente Francis encantado con el plan.

—No sé dónde conseguir una —le mira un poco desconsolado sin haber pensado en eso.

—Yo sí, hay ahí —asegura sonriendo—. Creo que papa les caía bien a las monjas

— ¿Las monjas? —tomado por sorpresa.

—Ah... Ahora lo veras. Es parte de un pequeño convento. Me parece que la primera vez que subió les dijo que quería ver si desde el campanario se veía nuestra casa... A partir de ahí subíamos algunas noches después del teatro.

— ¿Ver vuestra casa con una vela?

Francis parpadea.

—Vela... No de barco. Vela de cera para alumbrar.

—Ya lo sé, pero ¡una vela no alumbra tanto! —responde.

—Tampoco desde aquí se ve siquiera el mar, era una broma —se ríe.

—Oh... —le mira sin estar muy seguro.

—Le estaba solo intentando convencer de que nos dejara subir. Veo que si hubieras sido la monja no nos habrías dejado —asegura guiñándole el ojo.

—Claro que no —sonríe.

—Entonces te habría tenido que seducir para que subieras conmigo —decide sin cortarse ni un poco, haciendo que Arthur se sonroje.

—¿S-Seducirme?

Oui —le roza la mano.

—¿Cómo? —salta un poquito.

— ¿Si fueras monja? Mmm metiendo mis manos por debajo del hábito —se ríe.

—¿Quéee?

—Puedes robarle a tu hermano uno de sus trajes y puedo meterte también las manos por ahí, sólo por la fantasía —decide, riendo.

— ¡No es una fantasía! —exclama, nerviosísimo. Puede que ahora si lo sea en adelante.

—Mmmm... Quizás es mía —le cierra un ojo deteniéndose en el estanco para comprar una botella de vino.

— ¿T-T-Tuya?

—No estaría mal —confiesa riéndose—. Aunque en realidad creo que la fantasía eres tú, no tus atuendos.

—¿Y-Yo? —se sonroja mucho. Y quisiera meterse en un agujero otra vez.

Mais Oui. Venga, vamos por el vino —hace un gesto para que le siga.

Le sigue con las manos en la cara. El francés se entiende con el tendero teniendo una conversación considerablemente larga sobre cómo está la familia, y Galia, y los hijos del tendero y la abuelita enferma.

Arthur les mira entre los dedos con la boca abierta bastante impresionado porque nunca había visto una tienda abierta a estas horas, aunque bien pensado, al ser de alcohol es lógico y es la mejor hora.

Después de toda la conversación el hombre le da a Francis una bolsa de papel y Francis saca unas monedas para pagar. Y lo advierto, vas a beber como borrachín de esquina, Arthur.

Y bueeeeno, estos le meten ginebra al té de la mañana... pero... Solo le digo por lo repipi. Le meten Ginebra al té de la mañana que beben en taza de porcelana de indias que es china, pero se le llama así porque quien la llevaba era la compañía de indias, así que…

Francis se despide de un abrazo del tendero y le hace un gesto a Arthur para que salgan de ahí, poniéndose la botella dentro del saco. El escritor se va detrás mirando al tendero y pensando en la clase de vida sencilla de este hombre y de Francis, nada parecida a la suya, con sus problemas, como no poder pagar un médico mejor a la abuela o lo caro que está todo teniendo que abrir de noche.

Francis le cuenta un poco de la vida del tendero en chisme, sobre la abuela que está casi sorda y se inventa todo, encaminándose hacia la iglesia como le había dicho. Arthur levanta las cejas pensando que ella sería un excelente personaje para un cuento, haciéndole algunas preguntas relacionadas, sobre todo, en cómo es que sabe esas cosas.

Francis se encoge de hombros, explicándole que las sabe porque habla con ellos, viene aquí con frecuencia, su madre o su padre le cuentan... O Toni. Al final igual que en su mundo todo se sabe, en este mundo también