—Toni... —susurra Arthur cuando le nombra, pensando en él. Francis le sonríe un poco y le mira de reojo con curiosidad cuando repite el nombre—. Hablas mucho de él.
— ¿Si? No me extraña —se ríe—, es como mi hermano.
—Se parece mucho a tu padre —valora mirándole de reojo mientras andan. Francis levanta las cejas.
—Ah ¿sí? —pregunta interesado.
—Sí, esa foto que tienes... ¿no te has fijado? —pregunta recordando haberla visto en el taller.
—Pues... Bueno. Sí que se parece. En la sonrisa y el pelo. Se parece más a él que yo, pero... —se encoge de hombros porque incluso habían bromeado sobre ello alguna vez, pero nunca se lo había planteado como posibilidad real.
—Sí, es raro —asiente. El francés se humedece los labios—. A lo mejor y resulta que sois hermanos de verdad
—No había pensado en ello seriamente... Toni creció en el... Orfanato —explica.
—¡Oh! ¡Y tu padre donó al orfanato! —levanta las cejas Arthur.
— ¡Pero como va a ser mi hermano de verdad Toni! —insiste Francis porque le parece absurdo.
—Pues como Wallace —explica tranquilamente. Francis aprieta los ojos porque de verdad había olvidado que Wallace era ahora su medio hermano.
—Wallace. Aun no puedo creerlo —niega con la cabeza de manera dramática.
—Ahora compartimos un hermano —sonríe con eso porque le hace cierta gracia, a pesar de lo raro.
—De manera increíble —se ríe un poco, suavecito—. Me... Me alegraría que Toni fuera mi hermano también. Aunque... ¿Crees que por eso donó papa el dinero al orfanato? Toni ya no está ahí.
—Tal vez nunca supo si salió o si seguía... o tal vez sea otro niño el que sea tu hermano —valora Arthur un poco más racional, porque sería mucha coincidencia.
—Pero... Es que eso es muy raro viniendo de mi papa. Si yo tuviera un hermano no estaría en el orfanato —explica mirándole de reojo.
—Pues tal vez no es de tu madre y por eso... —plantea Arthur lo que le parecía evidente.
—No —niega con la cabeza fervientemente—. Es que papa... No haría algo así. Es decir, un hijo suyo sería importante para él. Quieras que no, Wallace no puede tener una mejor vida.
—Pero no es como que él pudiera llevarse a Wallace después de que mi madre pariera y todos supieran que estaba embarazada. Tal vez no quería que tu madre supiera que tenía otro niño —explica haciéndose un película en la cabeza enseguida, armando la novela.
—Por eso lo digo, Wallace... No podía llevárselo pero la vida que tenía era buena —se muerde el labio vacilando—. No lo sé, no sé si no querría decírselo a maman. Creo que debería preguntarle.
Arthur suspira.
—Por ahora estoy más interesado en... —pausa dramática y se detiene en una puertecita de madera en medio de una larga barda —. Subir ahí.
El escritor mira la puertecita y se sonroja un poquito sin saber por qué. Francis le sonríe un poco y se pasa la mano por el pelo.
—Esta puerta tiene truco. Detén —le extiende la botella.
El escritor la sujeta mirándole con curiosidad a ver qué hace. Se acerca a ella y pelea un poco con la chapa que parece antigua moviendo la puerta e intentando que abra. La puerta no cede.
—¿Qué haces? —inclina la cabeza.
—Abro la puerta —la sacude un poco más.
—Pues sería bueno que informaras a la puerta de que debe abrirse —comenta bromeando un poco sarcástico.
—¡La puerta lo sabe! —más sacudidas.
—Si tú lo dices... —se ríe un poquito.
—¡No te rías! Es en serio. Hemos venido aquí mil y un veces y siempre está abierta —y siempre la abría tu padre, querido.
—Si no traes llave... —niega con la cabeza.
—No necesito una llave. ¡Siempre está abierto! —exclama un poco indignado, sin entender.
—Pues será que hoy tenían frío, me parece raro que esté abierto siempre —valora pensando en ello.
—No está abierta la puerta así, ¡pero siempre se puede abrir! ¡En verdad! —sigue, incluso lloriqueando un poco.
—Pues hoy no. Eso está claro... ¿y si preguntas a las monjas? —propone Arthur.
—No, ¡no podemos preguntar! ¡Ayúdame! —pide haciendo un gesto con la mano.
—A ver, sal —pide, tendiéndole la botella.
Él la toma y le mira con ojitos llenos de esperanza. Así que ahí va el niño rico a meterle un buen golpe con el hombro y la puerta cede con un golpe sordo. Probablemente Arthur termine en el suelo porque en realidad la puerta no estaba tan atorada. Así que gira un poco sobre sí mismo al caer. Parpadeando en el suelo mientras Francis pega un agudo grito, entrando tras él a ver si no se ha hecho daño.
La habitación es grande, oscura y polvosa, y huele a humedad. Arthur se levanta pasándose las manos por la ropa quitándose el polvo y mirando alrededor del cuarto.
—Es una de las bodegas, realmente no sé qué guarden aquí. Solo sé que ahí dentro hay mantas y siempre tomamos una —señala una caja. El sitio parece abandonado.
Arthur sonríe y se empapa del ambiente de este sitio porque se ve, se huele, se siente aventura por doquier.
—Venga, la subida es complicada, en especial para no mancharte la ropa ni romperla con un clavo —asegura acercándose a por la manta que ha dicho.
—No será tanto —sonríe y se le nota en la voz el tono de excitación por todo esto. Como en los libros. Igual.
—Lo es, está lleno de telarañas y polvo y cosas raras —mira hacia él en la oscuridad... Y se le acerca un poco, pero el escritor ya está empezando a trepar.
Francis arruga la nariz tomando de ahí encima la vela que siempre está ahí... Echándole a Arthur la manta para que la suba él y poniéndose nervioso porque siempre le ayuda su padre... Y hace mucho que no viene.
Arthur la toma sin problemas encantado con todo esto. Hasta las telarañas le parecen encantadoras. Cielos Arthur, eres un guarro, Indiana Jones estaría orgulloso. Francis hace cara de ASCO. En cambio Arthur… señoritingo travieso que nunca sale de su lujosa mansión y… Es que... y es de noche y...
—¡Esto es genial! —exclama sin poder evitarlo, por lo menos esta vez Francis sí ha acertado con el plan.
—¿Lo es? —levanta las cejas subiendo tras él, claro.
—¡Claro! ¡Es como una historia de intrigas eclesiásticas en la edad media! ¡O tal vez de contrabandistas en el s. XVIII! —asegura marginándose perfecto la escena.
—No dudo ni tantito que haya intrigas eclesiásticas aquí —responde Francis un poco más racional esta vez.
—¡Pues por eso! Es como estar en una novela de aventuras —sigue, correteando un poco para subir antes. Francis se detiene un segundo de subir y sonríe satisfecho.
—Estar dentro de la novela con el escritor. ¡Qué maravilla! —asegura sonriendo.
—Los dos protagonistas entraron a la majestuosa iglesia a toda prisa en busca de asilo confortable para huir de las malas mañas de la ponzoñosa figura de su pérfido perseguidor —empieza a narrar—. Todo está en penumbra a su alrededor cuando el párroco les indicó la puerta al que sería su escondite en una sala húmeda y con olor a polvo.
El sastre abre la boca como un gran plato y le mira impresionado con la habilidad y facilidad para empezar a narrar la historia.
— ¡Sigue, sigue!
El escritor parpadea y se sonroja un poco.
—L-Las e-escaleras crujían bajo sus pasos apresurados mientras accedían a la parte superior de la estancia. Pudieron oír a través de la madera de la puerta los gritos lastimeros de su desafortunado cuidador en la hora de su penosa muerte.
—¿Los gritos la-lastimeros? —es que desde ya se los está imaginando.
—¡Los que sucedieron cuando el perseguidor le dio muerte con su acero vil!
Francis se lleva una mano a la boca. Arthur levanta las cejas al notar esa reacción, estirando la manta en el suelo y sentándose encima.
—¿Y qué pasó entonces? —aún no termina de subir porque necesita que le den la mano.
—Pues que el perseguidor supo que debían haberse metido en la torre, así que a sabiendas que no podían escapar más que tendiéndole una emboscada, hizo rechinar las bisagras de la puerta con lentitud observando el interior oscuro mientras sus ojos se adaptaban a la luz.
El francés le mira como bobo unos segundos y luego hace cara de circunstancias.
—Arthur...
—¿Qué? —pregunta un poco abstraído.
—Me ayudas... ¿Un poco? Dame la mano —le tiende la suya.
—¿Ah? ¡Ah! —lo nota levantándose y acercándosele. Francis se le abraza un poco y se le echa al cuello. Lo levanta y hasta que no le tiene con él no nota lo que pasa y se sonroja. El francés le abraza aún más recargándosele del todo encima.
—¿Cómo eran los ojos? —pregunta en un susurro.
—A-Azules —solo puede decir eso, mirando los suyos con intensidad.
—Azules, como los míos —se le acerca un poco con claras intenciones.
—Azules hipnotizantes. Azules profundos e insondables. El tipo de ojos que un poeta espera encontrar toda su vida y le desarman cuando por fin los halla —asegura mirándole fijamente.
Francis se queda congelado con el corazón súper acelerado con esa frase, mirándole fijamente y deseando, queriendo creer más bien, que son sus ojos ESOS ojos para su poeta. Se lo estaba diciendo a él, ¿verdad? Hablaba de sus ojos. El escritor, el poeta, estaba describiéndole a él. Traga saliva.
—Y ni el mar ni el cielo le parecen suficientes para hacer una metáfora adecuada. Ni el hielo ni un pozo de deseos en mitad del desierto. Rodeado de juncos dorados que son las pestañas —sigue sin poder evitarlo. Francis abre un poco los labios y se derrite. De verdad se derrite.
—Arthur... —vuelve a susurrar muy suavemente acercándose más sin querer besarlo para poder oír cualquier otra cosa que pueda decir.
—Largas... infinitas. Podría estar toda la noche describiendo como se mecen como trigo en los campos de verano cuando parpadea —sigue hablando en susurros como hipnotizado—. Como las delicadas alas de una mariposa.
El sastre se humedece los labios, aumentando el ritmo cardiaco, pensando que nunca, nadie le había dicho nada que le sedujera tanto. Que le embriagara de esta manera.
—Y-Yo... —vacila el inglés un segundo más antes de besarle con intensidad.
Y el francés le dice con acciones todo lo que no sabe decirle en palabras, apretándole contra sí y cerrando los ojos. Y es un beso laaargo, en el que ambos acaban en el suelo sobre la manta.
—Ahora lo sé —susurra el dandi en un instante al separarse antes de volver a besarle.
—Te quiero —susurra en otro momento el francés, volviendo al beso, dejándose llevar y perdiendo del todo la cabeza.
—Eso es porque tus padres te hicieron para mí —asegura y es que al galo se le clava esa frase como una flecha de amor en el corazón. Al menos así lo imagina—. Aunque quizás ellos nunca lo supieron —vuelve a besarle.
Sonríe un poco y le acaricia el pelo desbordado con las hermosas palabras del inglés, que sigue besándole taaaan feliz. Y extrañamente esta vez está muy contento solo con besos y suaves caricias sin necesidad de pensar en sexo o en piel o perversiones. Es feliz, así como están, y pasa un rato muy, muy largo hasta que vuelve a hablar, susurrándole de nuevo su nombre con suavidad.
Arthur tiene el cerebro tan perdido que cree estar en un sueño y hasta su nombre suena diferente en el acento del francés, como cuando repites una palabra tantas veces que parece perder su significado para convertirse en un conjunto de sonidos como si fueran música.
El sastre piensa que podría pasar toda la vida en este lugar, en este momento, completamente seguro de que Arthur le hará feliz. Y el asunto es que no deja de buscarle ni de besarle.
Unas horas más tarde, Francis se revuelve realmente incomodo, sin soltar al inglés en el abrazo que está escondido de la luz con la cara en su cuello.
—Tu... colchón es duro...
No se entera, ni se mueve. Francis sí que se mueve, genuinamente incómodo. El inglés se va detrás para que no se aparte, protestando un poco.
—Se me entierra... Algo —sigue moviéndose incooooomodo.
—Nnnn —frota la cara sobre él.
Francis sonríe un poco con los ojos cerrados, termina por moverse y ponerse arriba de él. Arthur lo reacomoda un poco hasta esconderse y lo abraza otra vez completamente dormido. El francés es mucho más feliz cuando esta sobre él. Aunque aun así se le debe estar clavando algo.
—Mmmmm —protesta un poco, apretando los ojos sin querer despertarse aún pero... La incomodidad de la ropa también, claro que últimamente todos los días duerme incomodo por algo... Y profundo.
En cuanto se le mueve encima y tan cerca de una zona tan sensible, el inglés empieza a tener uno de esos sueños y a mover las caderas. Y uy, es que dios los hace y ellos se juntan, Francis suelta un gemidito y mueve las caderas acompasadamente. Cosa que aun ayuda más a Arthur, haciendo que aún se mueva más y se potencian mutuamente.
A la mitad del intercambio es que se despierta Arthur, en una sacudida, sin saber qué pasa. Francis sigue medio dormido medio despierto, sólo interesado en la fricción. El inglés parpadea sin saber si sigue dormido o no, moviéndose por instinto.
—…thur...
—F-Fra... Francis? —no está seguro de si es o no o lo está alucinando.
Se detiene un poquito y el inglés chilla/gime/protesta porque estaba llegando al punto de no retorno.
— A-Arthur? ¿Eres tú? —pregunta en francés irguiéndose un poco y con esto volviendo a causar fricción.
—S-S-S... —no es capaz de responder volviéndose arriba enseguida otra vez.
—Mmmm —se le cae encima de nuevo apretando los ojos y el inglés lo abraza con fuerza al acabar, sin moverse. Francis aún no termina, teniendo que moverse un poco más, resoplándole en el cuello.
Arthur le deja hacer, claro, aunque ya no se mueve porque... tiene que aprender.
—Mmmmmmmmm —Francis sonríe encantado después de que termina y consigue recuperar la respiración al estado normal—. Me encantas.
—¡Has...! —levanta las cejas al notarlo.
—¿Eh? —pregunta Francis sin saber qué pasa ahora.
—Has t-tenido... eso... has... —balbucea el inglés, sin aliento.
— ¿Un sueño erótico? Sí. Estabas ahí... De hecho estas aquí —le mira.
—¡Un orgasmo! —responde sin detenerse a sí mismo, solo de la impresión.
—Ah... Oui —se esconde en su cuello y sonríe. Es que es la primera vez que Arthur está bastante consciente para notarlo. Le ha hecho sentir a alguien... ha hecho... a este hombre tan maravilloso, tan guapo y sexy... ¡él!—. Que mejor manera para despertar que esta... ¿Dónde estamos? —pregunta aun escondido.
—Y-Yo... yo... —es que aún no supera el hecho y el francés está tan tranquilo.
—Voy a tener que pasar a casa a cambiarme... Es de día, ¿verdad? El piso... Es incómodo —protesta un poco más el francés sin hacer caso del hecho que Arthur considera el más importante.
—Yo he hecho... que tú... —sigue el inglés y Francis hace una pausa y se sonroja un poco.
—Me corra. Oui. Tú también te has corrido, ¿no? —le busca con la mano.
—¡No! —chilla para que no busque, sonrojándose de muerte. Metiendo la mano también para impedirle, sabiendo que está completamente mojado y va a tener que volver así a casa y luego darlo a lavar al servicio, lo cual es un drama, porque normalmente usa calcetines o pañuelos para limpiarse que acaban en la basura cuando nadie mira. Y seguro las lavanderas lo notan y hablan al respecto de esto.
—Mais oui, sí que te corriste tambieeeeeén —se ríe un poco.
—¡Noooo! —chilla saliendo de su tren de pensamiento sobre lavárselos él mismo a escondidas en su propio aseo porque además SABE que ha pasado, SABE que le ha pasado primero y por algún motivo eso le parece aún más vergonzoso. Francis le abraza con fuerza pensando que es muy mono y sexy y ya está harto del piso pero no se quiere levantar
—Me encantas, me la paso muy bien contigo.
Arthur se sonroja y parpadea un poco, creyéndoselo. Y como le da vergüencita vuelve a escondérsele en el cuello, aun con una mano protegiendo sus zonas humeditas. Francis se le acurruca dejándole hacer y ahí se queda escondido un rato. Parpadea al cabo de unos instantes al notar que no pasa nada.
— ¿Qué hora será? —pregunta Francis.
—No lo sé...
—Esto me gusta, pero el pisooo —protesta.
—Tengo un reloj —busca en sus bolsillos y él está bien por ahora aunque su espalda acostumbrada a los colchones de plumas no va a estarlo tanto cuando se levante.
—Mmmm no quiero reloj, quiero mi cama contigo —llorique el sastre.
—No estamos en... ¡Estamos en una iglesia! —cae en la cuenta de repente.
—Por eso, el piso es incómodo —ya se ha acordado, del piso y la incomodidad.
—¡No! Pero... pero... ¡Estamos en una iglesia! ¡Hemos hecho... has tenido...! ¡En una iglesia! —exclama un poco más escandalizado.
—Ni siquiera hemos visto Londres. No tomamos el vino —recuerda Francis con un bostezo y realmente poca preocupación al respecto.
—Patrick me matará como se entere... —aprieta los ojos y piensa que también se moriría de la envidia si pudiera contarle. Aunque seguramente lo mataría aún más de saber que ambos son hombres.
—Patrick? ¿Quién es Patrick? —ese tonito de duda es un poco de celitos.
—¡Mi hermano Patrick! ¡El reverendo! Mi padre también va a matarme porque no he ido a desayunar ni he dormido en casa...
—¡Ah! ¡Tu hermano! —sonríe moviéndose un poco y estirándose—. Hay que ver hoy a tu Maman además.
— ¡Hay que ver a mi madre! —recuerda de repente, asustándose más. El sastre ni se mueve ni se apresura. Arthur es que entra en pánico. Francis levanta un poco las cejas al notarlo.
—Tengo hambre —decide, paladeando un poco.
—¡Sal! ¡Sal de encima! ¡Tenemos que irnos! —chilla intentando quitarle de encima suyo para incorporarse.
—Pero espeeeera —en la parsimonia total.
—¡No! ¡Es muy tarde y tu madre y la mía! ¡Me están esperando! —insiste en empujarle un poco.
—Te están esperando, sí, pero no es como que se vaya a ir a algún sitio. Es tu madre además —sigue Francis como peso muerto.
—Pero no está bien llegar tarde, ¡no es profesional! —deja de empujarle, mirándole con el ceño un poco fruncido.
— ¿Profesional? Son nuestras mamas —pone los ojos en blanco.
—¡Es mi primer trabajo! —replica.
—¡Pero yo soy tu cliente! —sonríe complacido con eso.
—¡Los dos lo sois! —responde apretando los ojos porque en realidad tiene razón.
—Maman no va a enojarse si le contamos lo que pasó —asegura acurrucándose otra vez.
—¡No quiero contárselo! —chilla escandalizado y se sonroja con la sola idea de contarle a Madamme Bonnefoy que hizo que su hijo tuviera un orgasmo homosexual en una iglesia.
—¿Por? —pregunta sin abrir los ojos.
—¡Porque no es la forma! ¡Y esto es mío! —exclama pensando que realmente es muy personal, la primera vez que consigue que alguien sienta placer sexual, es muy importante, un recuerdo para su propia vida.
—Bueno, no el detalle. Anda, cálmate —se quita y se incorpora un poco bajándose los pantalones.
El escritor trata de levantarse y le cruje toda la espalda dolorosamente, haciendo que tenga que tumbarse otra vez con la cara contra el suelo
—Tengo torcidisimo el cuello —protesta pero no inmóvil del todo. Arthur se retuerce un poco más sin poder levantarse—. ¿Qué pasa?
—La espaldaaa... —protesta.
—¿Que tienes? —le mira de reojo, masajeándose aún donde le duele.
—¡Dolor! —exclama sin moverse.
—A mí también me duele —se pone en cuclillas a su lado. Arthur suspira y se incorpora con las manos en las lumbares. Francis le ayuda a levantarse.
—Mira... ve a casa, recoge a tu madre y... nos vemos en la mía para la reunión —propone el inglés con practicidad.
—¿De verdad? —arruga un poco la nariz.
—Pues... sí. ¿Cómo quieres si no? —le mira de reojo.
—No sé, ir juntos —a todos lados siempre.
—No, no, eso... aun tardaremos más. No pienso entrar a mi casa contigo y vistiendo la ropa de ayer —y todo mojado, que es el problema principal.
—Vale, vaaaaaale. Pero espera... —pide deteniéndole un segundo.
— ¿A qué? —le mira estirando un poco los músculos de loa hombros y quitándose las lagañas de los ojos.
El sastre le sonríe y le toma de las mejillas. Parpadea bajando las manos de sus ojos y mirándole con los labios ligeramente entreabiertos, sin entender. El francés se acerca lentamente y le da un besito suave en los labios con ojitos de corazón, por cierto. Arthur parpadea y se sonroja de muerte, pero no se aparta. Francis sonríe un poco más.
—Vámonos.
Se mete los labios hacia dentro lamiéndoselos y asiente. El francés deja la botella de vino a propósito ahí para ver si a la próxima se la beben y empieza a bajar. El escritor baja tras él pensando que este va a ser SEGURO un capitulo en una de sus novelas o tal vez un cuento corto. Un encuentro clandestino en las salas privadas de una iglesia. ¡Completamente prohibido y excitante!
Francis piensa que esto ha sido de lo más romántico. Dormir en su lugar secreto abrazado a su chico. Arthur secretamente desea contárselo a Patrick para escandalizarle y que se muera de envidia. Y le acuse con su padre. Bueno, obviamente no puede, pero quisiera. Y Patrick se moriría de envidia porque querría hacer guarradas, tendría muchas, muchas ganas de hacer una guarradilla en la iglesia.
Francis piensa que cada vez más NECESITA contarle a Toni todas las cosas que han pasado... El caso es que llegan a la calle y el inglés se acerca a pedir un coche. Francis le despide subiéndose a otro y quedando en su casa solo un rato más tarde.
Arthur se revuelve en el asiento trasero, sintiéndose aún los pantalones mojados y piensa todo el camino en la cara y los sonidos que ha hecho el francés cuando ha... terminado. Rememorando todo el intercambio y tratando de recordar todo lo que le dijo ayer noche. Y vas a llegar de nuevo medio excitadillo como sigas pensando en esas cosas.
Cuando llega intenta colarse a la casa sin ser visto. Al primero que encuentra es a su padre, quien le sale por la espalda entrando a casa por la puerta de servicio (lo cual es rarísimo), mientras anda sigiloso y con las manos en la entrepierna mirando hacia el otro lado que no haya moros en la costa.
—Arthur.
Da tal salto que se cae al suelo dándose el susto de su vida
—¿Qué haces aquí? —Lord Kirkland levanta las cejas y se acerca a él extendiéndole una mano para que se levante.
—Ah... yo... iba a... mi cuarto... —mira la mano como si fuera la peor herramienta de tortura y no se atreve a dársela porque siente sus manos mojadas del pantalón y cree que seguro se la toma y descubre automáticamente lo que ha hecho. Se sonroja completamente culpable arrastrando el culo hacia atrás para separarse.
Lord Kirkland parpadea al ver, después de notar su cara de horror, que ya ni siquiera quiere tomarle la mano.
—No estabas anoche ni hoy. ¿Dónde dormiste? —pregunta un poco preocupado, aunque a Arthur le parece que es completamente acusatorio.
—Eeeh... e-en... eh... ¿q-qué? —vacila terriblemente culpable empezando a sudar frio.
—Eso me ha dicho Parker. Y es tarde para el desayuno —expone con su absoluta racionalidad habitual.
—Y-Yo... eh... —sigue, con una sonrisa nerviosa súper culpable. Lord Kirkland suspira.
—Siempre intentando molestarme un poco más.
— ¿Qué? —ahora sí que no entiende.
—¿Dónde estabas? —exige saber.
—Eh... en... y-yo... —traga saliva—. M-Me fui con... Vash.
Lord Kirkland hace los ojos en blanco.
—Dile que venga a ver a tu madre, por favor —pide cambiando de pensamiento de repente.
— ¿Quién? —pregunta Arthur pensando en Francis de nuevo por un instante.
— ¿Quién? Pues quien va a ser. El doctor Zwingli —responde Lord Kirkland entrecerrando los ojos.
—Ah... ¡Aaah! —entiende—. ¿Para qué?
—No la veo bien. Quizás necesite una sangría —valora en un absolutamente exagerado diagnóstico. Arthur parpadea unas cuantas veces.
—Ehm... bueno, ya le diré —asegura intentando cortar la conversación, pensando que de todos modos no planea volver a hablar con el doctor nunca en la vida después de lo que le dijo ayer a causa del alcohol.
—Arthur —vueeeeelve a llamarle antes de que se vaya.
—¿S-Sí? —se gira a mirarle sin soltarse la entrepierna. Lord Kirkland le mira la zona en cuestión.
—Voy a ir con Mister Jones hoy —comenta sin hacer ningún comentario sobre lo sospechosa que es esa postura corporal. El escritor se mira la zona también y vuelve a sonrojarse. Sonrojo doble, en espejo—. No hagas... No... ¿Por qué te agarras ahí?
—Yo me... ¡No me agarro! —ni siquiera se suelta, de hecho, se aprieta.
—Pues parece que te doliera algo. ¿Te has peleado? —Lord Kirkland levanta una ceja.
—Yo... —mira alrededor buscando ayuda. Su padre mira a donde mira él tratando de entender lo que hace, luego piensa que él tiene prisa en realidad.
—Arthur. Sólo no me causes problemas, ¿vale? —trata de zanjar el asunto.
—Y-Yo... —vuelve a tragar saliva, aprieta los ojos y sale corriendo sin responder nada. Lord Kirkland levanta una ceja yendo por su reloj, que es lo que le ha hecho volver.
En su estrepita huida, Arthur se topa ahora con Wallace en la puerta del salón, antes de que la abra. Se lo topa pero de que casi lo tira al suelo del golpe por ir corriendo sin mirar. Sacude la cabeza
— ¡Arthur, por el amor de dios! —riñe.
—Wallace! ¿Qué haces? —pregunta sin haberse esperado encontrarlo y maldice su suerte preguntándose si estaba condenado a encontrar a toda su familia esta mañana antes de poder ir a resolver sus problemas.
—Estorbarte en tu plebeya huida por lo visto —valora levantando una ceja, un poco sarcástico.
—¿Plebeya? ¡No estoy huyendo! —chilla culpablemente.
— ¡Pues correr por los pasillos es de la plebe! ¡Y más aún casi tirarme! —protesta.
—Salir por ahí sin mirar es, además, de estúpidos —replica mirando el corredor con ansia de irse.
—Estaba entrando, para empezar. Tengo una cita con madre. Y no me llames estúpido —frunce el ceño.
—Ya sé que la tienes —ojos en blanco. El mayor levanta una ceja.
—¿De dónde vienes? —se esfuerza en no preguntarle cómo es que sabe.
—No te importa —manos a la entrepierna por si acaso.
—¿Algo que tiene que ver con... Eso? —las dos cejas al aire ahora. Mismo movimiento que con su padre, mirándose y sonrojándose.
—¡No! —chilla culpable
—¡Ja! ¡Le di al blanco! ¡¿Qué hiciste?! —sonríe confiado y se cruza de brazos, levantando la barbilla.
—¡Nada! ¡No le diste a nada! —chilla de nuevo y se aprieta más.
—Oh si —Wallace sonríe más, completamente seguro—. Como si no te conociera. Ahora sólo es cuestión de saber cuál es tu pecado.
— ¡No hay ningún pecado! —aún más chillón con eso, pensando en el asunto de la iglesia.
—Con esos chillidos, no te creo —se ríe un poco más y le señala con el dedo.
—¡Ni tampoco chillidos! —trata de sonar menos culpable.
—No me convences en lo absoluto. ¿Dónde estabas en el desayuno? —insiste con otra pregunta a ver si obtiene más información para seguir molestándole.
—No te importa —decide ir hacia el cuarto.
—¡Le contaré a Emily! —asegura a la desesperada.
—¡No hay nada que contarle! ¡No sabes nada! —grita de vuelta.
—"Arthur tiene una infección en la entrepierna y se tiene que detener ahí si no se le cae" —cita lo que piensa decirle.
—¡Eso es una mentira! ¡No tengo ninguna infección! —se vuelve a mirarle, en mitad del corredor, a unos metros de él.
—Ñañañañaaaa —no lo pueden evitar. El menor frunce el ceño y le saca la lengua. Wallece se la saca de vuelta. Los niños pequeños...
—No me importa lo que digas o lo que hagas, es lo mejor que me ha pasado en la vida y no me voy a arrepentir ¡Nunca! —asegura sonriendo de lado, porque de todos modos tiene el sentimiento contradictorio de querer que sea un secreto absoluto... y a la vez contárselo a todo el mundo.
El mayor levanta las cejas sin tener, claro, idea de lo que habla, pero parece ser algo bueno y que le alegra. Frunce un poco el ceño por eso.
—Es algo en lo que tú nada más podrías soñar. Nunca vas a entenderlo, ni sentirlo, ni menos experimentarlo y eso me apena por ti —sigue, con más seguridad.
—¿Experimentar qué? ¿Fumar opio? ¿Ser un perdedor flojo? —pregunta escéptico.
—Amor. Amor de verdad. Amor puro —sonríe más y se sonroja un poquito, pero lo dice muy, muy seguro. Wallece frunce un poco más el ceño con eso pensando que ahora habla de Emily... ¿Verdad? Aunque no parecía convencido. ¿Pero de que quien va a hablar si no?
— ¿Ahora si te gusta la niña Jones? —pregunta incrédulo.
Arthur da una vuelta sobre sí mismo y se va cantando, sin responder. Y Wallace se muere de celos porque sabe, SABE que es verdad que nunca va a conocer el amor real y en el fondo le gustaría que fuera distinto.
Es que todos los británicos... En el fondo son unos romanticones. Puede que hoy conozcas al ángel de tus pesadillas, Wallace. O sus hermosos sueños. Pues ahí va Wallace y entra al cuarto con su madre, donde el mundo se le va a caer.
Arthur corre hasta su cuarto otra vez.
