Hace unos cuantos años, Patrick correteaba todavía por la mansión en pantalones cortos persiguiendo a su hermano Scott montado sobre su caballito de madera mientras a su vez ambos eran regañados por las ayas que en verano intentaban que repasaran las lecciones de matemáticas que nunca habían sido su fuerte durante su escolarización en el internado cuando sonó el timbre de la puerta de la mansión de los Kirkland.

Uno de los ballets, de casualidad uno de los más jóvenes, se había acercado solícitamente a ver quién era.

Una sonrisa enorme enmarcada por una barba bien arreglada y una mata de pelo moreno y rizado, fue lo que encontró al otro lado. Era un hombre no muy alto, con un muy hermoso traje gris claro en una combinación de colores extraña y extremada pero que de algún modo se veía bien. Se presentó como Míster Bonnefoy pidiendo conocer al señor de la casa, rezumando seguridad al decir que aunque no tuviera visita concertada, se alegraría mucho de conocerle.

El joven Parker, no muy convencido, le había hecho pasar yendo a buscar a McAllister, el viejo mayordomo, para preguntar qué hacer.

Míster Bonnefoy se hubiera metido hasta la cocina de haber podido encontrarla, con perfectos aires de estar absolutamente seguro de lo que hacía y tratando de no mirar todo lo que había en la casa como el hombre de posición económica y social humilde que era.

Y mientras el servicio reaccionaba, ocurrió una de esas cosas pequeñas en el universo, que por pequeñas y sutiles que parezcan, cuando se miran en la perspectiva del futuro, se da uno cuenta de que son cismas que cambian del todo el rumbo de algunas vidas. Lady Kirkland, seguida de su doncella, bajó las escaleras estirando un poco el cuello para mirar la hora del reloj de la cómoda verde justo al momento que Míster Bonnefoy salía al hall principal, luego de su excursión en busca de alguien.

Y la sonrisa volvió a pintársele en los labios al recién llegado, al tiempo de entrecerrar los ojos e intentar de adivinar si acaso se encontraba frente a realmente la señora de la casa o tal vez se trataba del Ama de llaves. En cualquier caso, confundir al Ama con la Señora era un halago, pero a la señora con el ama un insulto, de modo que la situación no dejaba mucho a la improvisación.

Lady Kiggkland? —preguntó con su marcado acento francés.

La nombrada no le había visto, demasiado ocupada en arreglarse el guante. Parpadeó al no reconocer la voz y levantó la vista hacia él, con el poblado ceño fruncido.

—¿Buenas tardes? —saludó con ese tono de voz irritado, inflexible y con cerrado acento escocés que le salía solo cuando estaba tensa, fastidiada o de mal humor. Últimamente le salía todo el tiempo. Aun así el tono disiparía cualquier duda sobre si era la señora o no.

—Buenas —repitió parpadeando un instante un poco impresionado y asustado con el tono, pero enseguida se repuso volviendo a sonreír con seguridad y acercándose a ella con la mano tendida—. Permítame me presente, mi nombre es Romulo Bonnefoy y soy el nuevo sastre de su marido.

La simple mención de su marido le hubiera hecho rodar los ojos con desagrado de no haber estado ocupada en mirar con atención al sastre... Y sonrojarse. Era un dios bajado a la tierra. El príncipe de sus historias. El conjunto extravagante del traje, con el acento, con el cabello, con los ojos... Y esa sonrisa. Se sonrojó aún más sin extenderle la mano de vuelta.

Así que él fue a buscársela para llevársela a los labios y besarle los nudillos. Ella tardó un buen rato en reaccionar del todo y arrancarle prácticamente la mano de la suya, alejándose de él un par de pasos.

—A-Así que el sastre. M-menos mal, ojalá sea capaz de coserle unos trajes que de verdad le queden.

Madamme, hace muy poco que he llegado a la ciudad, pero viendo a los señores d epor aquí puedo asegurarle que soy el mejor sastre que podrán encontrar —aseguró. Aunque la verdad es que no sabía si ya tenían sastre, ni quien era, ni si se había despedido, ni si estaban contentos con él.

—Veremos, veremos. ¿Le ha mandado a hacer un traje de prueba? ¿Ha venido a tomarle medidas? —preguntó tratando de recomponerse y enfocarse, sin entender qué tenía este hombre que la idiotizaba tanto. Le dio la espalda mirando ahora sí, la hora.

—A tomarle medidas, eso mismo —sonrió pensando que con eso el puesto era mucho más cercano a ser suyo.

—Vaya, siento decirle que no encontrará a mi marido en las próximas dos horas al menos. ¿Él le dijo la hora?

—¡Dos horas! ¡Oooh! —protestó y luego suspiró dejando caer los hombros, esos eran los problemas de la puerta fría—. Que terrible confusión...

Lady Kirkland le miró de nuevo por encima del hombro, de arriba a abajo. Volvió a sonrojarse.

—Me sorprendería que mi... Lord Kirkland hubiera confundido el horario.

—No, no, ha sido confusión mía —la miró y sonrió de nuevo—. Le preguntaría por algún hijo mayor, pero es evidente que usted debe ser recién casada —trató de hacerle un cumplido. La sonrisa era terrible y devastadora. La hizo sonrojarse de nuevo al instante.

—Re-recién... No. No soy recién casada —aseguró y se hubiera reído del comentario de no estar muy ocupada pensando en la estúpida sonrisa—. Quizás si consigue tomarle medidas a Scott pueda hacerle su primer traje.

—¡Oh! ¡Estoy seguro que sí, se me dan muy bien los niños! ¿Tiene usted unos momentos que dedicarme para ello?

Lady Kirkland parpadeó considerando esta pregunta bastante absurda e innecesaria.

—Unos minutos... ¿Yo? —preguntó con desagrado sin poder evitar sonrojarse de nuevo imaginando esto como una... insinuación.

—Por favor, quisiera que me acompañara. Los niños son más obedientes con su madre presente —volvió a tender la mano para que se la diera.

Le miró la mano, pensando por un instante con cierta gracia que estos niños no eran obedientes ni con ella ni con nadie. Pero algo en cómo le tendía la mano y en que otra vez sonreía como un idiota, hizo que tragara saliva y le mirara a los ojos por un instante.

—Está bien, vamos a intentarlo —susurró sin tomarle la mano yendo adelante de él hacia la sala de juegos.

Al pasar frente él, no pudo evitar ponerle la mano en el hombro sin pensar, siguiéndola. La mirada de desagrado y el fruncimiento de ceño, separándose, no tardaron en llegar.

—Disculpe —volvió a reírse—. Estoy acostumbrado con mi esposa...

Entonces tenía una esposa. No que fuera relevante en lo absoluto, pero tomó nota de ello asintiendo muy poco conforme con que se tomara esas confiancitas... Menos aun con la risa tonta que parece acompañarlas.

—A ella le gusta que la abrace todo el tiempo.

"Mujer con suerte", susurró una vocecita en su cabeza que le hizo fruncir más el ceño y mirarle con aun más desagrado.

—Vaya...

—Si no es indiscreción, ¿puedo preguntarle por qué está tan enfadada?

Claro, porque TODO EL MALDITO MUNDO tenía un matrimonio feliz y una vida tranquila y apacible con el hombre a quien amaban. No como ella que estaba obligada a vivir enfadada y a guardar las apariencias de lo feliz que era con la piedra que tenía como mar... Se detuvo de su línea de pensamiento sonrojándose al sentirse verdaderamente atrapada.

—¡¿Que-Qué yo qué?!

—Parece usted enfadada, no me ha sonreído ni una sola vez —sonrió un poco incómodo.

Lady Kirkland le frunció más el ceño. Sí que estaba enfadada en general con todo en la vida. Y desde luego no pretendía contarle por qué.

—No acostumbro sonreír a la servidumbre —respondió con sequedad, aunque se sonroja porque nuevamente sonríe, ahora una sonrisa que parece incomoda.

—Oh, pobres de nosotros la servidumbre que no merecemos ni eso —replicó en un tono un poco más burlón de lo aceptable.

—Desde luego que no. No me irá a decir ahora que hay hasta que sonreír con ustedes, con lo difícil que es ya sonreír en público —protestó de vuelta.

—¡Ah! ¡Ahí está el problema! ¡Sonreír no debería parecerle nada difícil en ninguna circunstancia!

—Considera usted que sabe todo de mi como para decir qué debería o no debería, Míster... Sastre.

Rom, me llaman mis amigas.

—¡Desde luego que yo no estoy mucho más lejos de ser su amiga que usted de hacerle un traje a mi hijo si sigue hablándome así! —protestó señalándole con el índice y dando un paso hacia él.

—Disculpe, disculpe, sólo era una broma para tratar de hacerla sonreír —levantó las manos inocentemente. kElla hizo los ojos en blanco y desfrunció bastante el ceño.

—Así esta levemente mejor.

—Es cierto que no sé mucho sobre usted, pero si me dice alguna cosa preocupante como que no le guste sonreír.

—¿Preocupante? —levanta las cejas.

—¡Por supuesto! ¡Yo me moriría si no pudiera sonreír!

Inclinó la cabeza y le mira interesada.

—Dudo mucho que usted pudiera hacer algo que no fuera sonreír... tontamente —asegura siendo ella ahora un poco insolente al decirlo. Y él no pudo hacer más que reírse. Y sacarle a ella una leve sonrisita.

—¡Ah! ¡Por fin! —exclamó al notarlo.

— ¿Por fin qué? —preguntó descolocada.

—Por fin sonríe y tiene usted una sonrisa preciosa, si me permite el atrevimiento.

Lady Kirkland no había oído jamás semejante comentario y se sonrojó mucho al escucharlo por primera vez, quedándose con la boca un poco abierta. Míster Bonnefoy sonrío al notar el sonrojo.

—Pero no tiene que sufrir, a partir de ahora su marido se verá tan apuesto que a usted le provocará la sonrisa su simple presencia.

Ella hace otra vez los ojos en blanco a la mención de su marido.

—Desde luego que eso es completamente imposible.

—Ah, no puede ser que sea un hombre tan poco agraciado.

Tiene la tentación de reírse otra vez como idiota. Se resiste.

—No es falta de gra... —inclina la cabeza —, ¿que no conoce usted ya a mi marido?

—La verdad es... que no exactamente. Esta iba a ser nuestra primera entrevista

Parpadea un poco.

— ¿No me ha dicho que era el nuevo sastre? —se gira a mirar a su doncella, que sigue ahí de pie sin decir nada.

—Y lo soy —sonríe.

La chica se encoge de hombros cuando llegan Parker y McAllistair.

—O lo seré... —susurró al verles llegar.

Lady Kirkland miró al sastre con los ojos entrecerrados sin saber exactamente cómo es que era el sastre sin siquiera conocer a su marido. A pesar de todo, sentía por alguna razón cierto algo inexplicable con este hombre. Una corazonada quizás, o algo impalpable que sentía en ocasiones hacia ciertas circunstancias... Y que solía seguir.

Así que cuando empezó el cuestionario del mayordomo, fue ella quien les aseguró a todos que este hombre era el sastre nuevo de su marido y que además le iba a hacer un traje a Scott.

Y Mister Bonnefoy no pudo evitar asombrarse sintiendo una oleada de afecto por la mujer... que llevó a abrazarla. Agradeciéndole.

Y a ella a arrepentirse inmediatamente de haber hecho esto, empujándole sonrojada para soltarle. Porque era absurdo e idiota contratar a un desconocido para la labor. Nadie sabía quién era, ni el mayordomo, ni los ballets, ni las doncellas ni, por lo visto, su marido.

— ¡Le prometo que no la decepcionaré! —aseguró soltándola, muy feliz, volviendo a su postura de negocios.

—Yo le prometo que va a arrepentirse en cuanto conozca a Scott —se devolvió sentándose en uno de los sillones de la sala donde había terminado por decidir que tomarían las medidas. Y le traerían té.

—Por supuesto que no —la miró intensamente por primera vez, repasándola entera de arriba a abajo sin dejar de sonreír y con el ceño un poco fruncidito.

No era guapa. El cabello demasiado rojo, la piel demasiado blanca que resaltaba cualquier marca y peca en exceso y las cejas superpobladas que no le ayudaban. Tampoco tenía un cuerpo extraordinario. Demasiado delgada. Aunque la calidad del vestido mejoraba un poco a la percha, no bastaba.

—Veremos si dice lo mismo cuando termine —se encogió de hombros mirándole de reojito al notar su intensa mirada. Que, de nuevo y para su propia frustración, la sonrojó. — ¿Me permite? —pidió volviendo a tenderle la mano.

Ella parpadeó sin comprender del todo qué pretendía, mirando la mano sin tomarla.

El sastre hizo un gesto para que se la tomara y poder levantarla mientras sacaba una aguja e hilo de algún bolsillo misterioso. Y ella, más llevada por la curiosidad que por cualquier otra cosa, cedió levantándose sin tomarle de la mano, mirando lo que sacaba.

—Por favor, no se asuste —se quitó la chaqueta, se arremango la camisa y con la aguja en la boca, con el hilo adecuadamente enhebrado, le tomo de la ropa del vestido en la cintura ciñéndolo un poco y haciendo una pinza.

Ella levantó una ceja sonrojándose mucho al sentir sus manos tan cerca. A pesar de ello no se movió, dejándole hacer.

Con tres pasadas firmes y profesionales embasto dos pinzas, una debajo de cada pecho. Ciñéndole la cintura y alzándole el busto.

—Tiene usted una cintura de avispa que debe ser la envidia de todas las mujeres de alta sociedad.

Ella levantó las cejas, porque ni con el mejor de sus corsés, que además odiaba, conseguía ella misma verse levantado el poco pecho que tenía.

—N-No creo que ninguna mujer... Se haya enterado siquiera de mi cintura de avispa —respondió demasiado sincera.

—Dígale a su modista de mi parte que le entre la ropa así. Ella le dirá que no se lleva y que soy un hombre y no sé lo que hago —la miró intensamente—. Porque soy un hombre es que sé perfectamente lo que me hago con las mujeres —le guiña un ojo—. Y su pecho izquierdo es ligeramente mayor que el derecho, por eso no pueden ser simétricas.

Ella se llevó las manos a los pechos ipso facto con absoluto y completo sonrojo tanto por el guiño como por el comentario detallado de su cuerpo, dando un pasito atrás.

—Oh, lo lamento, es deformación profesional —rió tontamente al notar que se avergonzaba.

Dió otro pasito atrás porque además... se reía como idiota y era tremendamente molesto, y por alguna razón la hacía mirarle fijamente medio idiotizada. Se humedeció los labios considerando que debía decir algo. En el momento en el que Scott entró al cuarto frunciendo el ceño, lo que le hizo pegar otro saltito y mirarle avergonzada, como si le hubiera atrapado haciendo algo indebido.

— ¡Oh! ¿Quién es este muchacho tan guapo? —se apresuró a preguntar el hombre moreno viendo al chiquillo pelirrojo mal encarado.

El susodicho cruzó el cuarto hasta plantarse frente a su madre.

—Estaba en mi hora de juegos y no es justo que me molestes para hacer cosas.

—Y-Ya se que estabas en la hora de juegos, pero tu padre no está y él viene a hacerte un traje— le explicó la británica al niño sentándose en el sillón nuevamente.

El pequeño miró al hombre por primera vez, enfadado y luego de nuevo a su madre.

—No quiero un traje. Pican y son incomodos y no te puedes ensuciar. No es justo.

— ¿Qué es lo que no es justo? ¿No querías ayer que te tratara como un chico mayor? Bueno, los chicos mayores usan trajes —a él si le sonríe, sin siquiera notarlo.

—Pues no quiero ser un chico mayor de los que llevan traje —se encoge de hombros.

—No hay chicos mayores que no lleven trajes. Deja que te tome las medidas y ya está.

—Sí que los hay. ¡Yo! —sonrió ante su propia ocurrencia.

—Que vas a ser tú. Si eres un renacuajo —se rió un poco haciéndole cosquillas en el abdomen.

— ¡Noooo! —chilló muerto de la risa empezando a dar patadas intentando huir.

Mientras el sastre les miraba con ternura pensando en el hijo que había venido a buscar y no había logrado encontrar todavía. Pero seguro pronto lo haría.

—Sí que vas a tomarte las medidas como que me llamo Brittany Kirkland —protestó ella sonriendo, deteniéndole de las dos manitas.

—Noooooo —siguió dando patadas y jugando.

—Mira, ¿quieres que te cuente algo divertido? —pidió el sastre acercándose y poniéndose de cuclillas—. ¿Cómo te llamas?

Lady Kirkland miró al sastre sonriendo un poquitín de lado, esperando que Scott le diera una patada en cualquier momento.

Scott. No quiero un traje —volvió a fruncir el ceño echándose un poco sobre ella para alejarse.

— ¿Quieres saber a qué te pareces? —preguntó el sastre. El niño inclinó un poco la cabeza con esto.

Ella le puso una mano al chico en el pecho para protegerle un poco mirando al sastre con expresión casi igual de interesada que su niño.

— ¿A qué me parezco de qué?

—Tengo ahí unas tablas que al medir diferentes partes del cuerpo a los niños y luego compararlas a lo que miden los animales, sabemos a cuál se parecen. ¿Quieres que veamos a qué animales te pareces más?

—Ohh. Me pregunto si hay un dragón en esas tablas... —soltó Lady Kirkland suavemente, sonriendo un poquito cómplice con el sastre.

— ¿Un dragón? —ahora sí dio un salto acercándose al hombre para que le enseñara eso. Que... no, no tenía un dragón pero... tampoco era tan difícil meter uno.

—Podría asegurar que tus medidas no van a ser las del dragón, pero... Venga, vamos a ver si sí— Lady Kirkland se encogió de hombros.

Y ahí estaba Scott desvistiéndose ya. Para el asombro de Lady Kirkland.

Casi inmediatamente, el pequeño de los Kirkland entró como un remolino en la sala, preguntando qué era lo que estaban haciendo y por qué no estaba el también ahí haciendo lo mismo que su hermano.

Así que en menos de un minuto, el sastre tenía a los dos niños en paños menores, mientras les tomaba las medidas a uno y otro y las comparaban en sus tablas. Se convirtió en una actividad más larga que si nada más hubieran esperado quietos a que el hombre hiciera su trabajo, pero de este modo, siendo un juego, ellos cooperaban y hasta pedían que les midiera esto o aquello, no fuera que pensara olvidarse.

Lady Kirkland tomó tranquilamente su té, con el ceño del todo desfruncido y expresión de relajación, mirando a sus niños cooperar por una vez en la vida con el sastre, riéndose de vez en cuando.

— ¡Vamos a medir a madre también! —exclamó Scott en un momento dado.

— ¡Sí! ¡Hay que medirla! —secundó Patrick completamente convencido dando saltitos antes de ir corriendo hacia ella.

Lady Kirkland levantó las cejas con esto dejando de estar tranquila y mirando al sastre, volviendo a sonrojarse.

—Pero él es un sastre de niños, no una modista.

—Pero no es para un traje, ¡es para los animales!

—Ehh... Pues... Yo soy un unicornio, ya lo saben, no necesitamos medirme para eso —les aseguró a ambos, sonrojadita.

— ¡Noooo! —se levantó Scott corriendo a ella y tirando de su falda.

Patrick se subió al sillón colgándosele un poco del cuello.

—Anda mamáaaaa.

— ¡Vengaaaaaa! —tiró de la falda Scott.

—Si usted quiere, por mí no hay problema —aseguró el sastre.

Lady Kirkland podía ser inflexible e irritable con demasiadas cosas en su vida, pero en general no lo era al jugar con sus hijos. Ya esto podía dar para muchas historias fantásticas. Veremos que tanto cuando Scott le abra la cremallera del vestido. ¡Muchísimas historias fantásticas!

Lady Kirkland caminó hacia el sastre sonrojadita... Y todo iba más o menos bien hasta sentir las pequeñas manos de Scott desabrochándole el vestido a bastante buena velocidad.

Míster Bonnefoy levanta las cejas porque no espera en ningún modo que ella vaya a dejarse desnudar. Se sonroja un poquito con la perspectiva, porque las piernas sí que no podía vérselas con las faldas, aunque si los niños insistían tal vez podría... un poco. Apretó los ojos riñéndose a sí mismo con esos pensamiento recordando a su esposa en casa, reprochándose siempre caer en las mismas cosas.

El grito de Lady Kirkland y el rápido movimiento para detenerse el vestido antes de que se cayera del todo sacaron al sastre de su pensamiento. Acercándose corriendo a ayudarla.

Scott! —chilló en riña girándose a él y pisándose un poco el vestido al hacerlo, torpemente, haciendo que se le bajara de un hombro mostrando mucha más piel de la que hubiera querido.

— ¿Qué? —protestó el niño sin entender. Al tiempo en que el sastre empezaba a cerrarle el vestido desde abajo.

— ¡No me puedes quitar la ropa! —protestó ella y se le puso la piel de gallina por donde fueron pasando las manos del sastre.

—Pero hay que medirte, como nosotros —se señaló a sí mismo el niño a la vez que el sastre le apartaba el pelo a ella acariciándole la nuca.

—P-Pueden medirme con ro-ropa —balbuceó sintiendo la caricia de manera hipersensible y reaccionando a ella casi de inmediato.

—Pero no es lo mismooo —protestó el pequeño.

—E-Es c-casi lo mi-mismo —miró al francés por encima del hombro tragando saliva, casi sin hacerle ya caso a su hijo.

—No es casi lo mismoooo —protestó su hijo pequeño acompañando a Scott y levantándole la falda.

—Tranquilos, chicos, no hace falta desvestirla, sólo hay que restar uno del grueso de la ropa para saber lo que de verdad hay debajo —ayudó el sastre sin dejar de pasarle los dedos por el cuello y la nuca, apartándoselo todo a un lado, notando la piel blanca y las pecas ahí también, posando el dedo en una u otra que le llamaban la atención unos segundos.

El frio de los dedos contra la piel cálida de la mujer no ayudaba demasiado tampoco. Lady Kirkland soltó un suave gritito ahogado con demasiados factores alrededor, dándole un coscorrón a Patrick para que no le levante más la falda, en exceso pendiente de las manos del sastre sobre su hombro y espalda.

Por supuesto, el hombre no se detuvo, cerrando ahora uno a uno los broches de presión, subiendo el vestido por el hombro hasta la posición correcta, acariciándole el brazo también. Apretando los ojos y de nuevo riñéndose a si mismo por estar haciendo eso. Tenía una mujer preciosa en casa a la que amaba con locura y esta era una señora casada, pero se la veía tan... le provocaba acercarse y besarle en la nuca.

Un escalofrío bastante notorio hizo notar que la señora casada estaba pensando en algo no tan distinto a lo que pensaba el sastre.

Al terminar de cerrarlo tomó todo el cabello rojo anaranjado para volver a colocarlo en su sitio, acariciándole ahora la parte del cuello bajo las orejas, mientras los niños bufaban.

Lady Kirkland se preguntó a si misma qué demonios era lo que tenía este hombre que con solo rozarla le provocaba estos... Pensamientos y sensaciones extrañas. Hubiera querido que la abrazara de la cintura y le pusiera esos labios que dibujaban siempre esa ridícula sonrisa sobre los hombros o el cuello... O donde fuera. El puro pensamiento la asusto lo suficiente como para alejarse de él un par de pasos, seriamente sonrojado aun.

Dejando al sastre confundido y con las manos en alto. No tardó en pasarse una por el pelo riendo tontamente mientras los niños volvían a apresurarle para que midiera a su madre. Y en ese momento, Lady Kirkland ya no estaba tan segura de que quisiera que la midiera.

—Tiene que medirte las piernas. Aquí dice. ¿Cómo te las va a medir si no te quitas la falda? —pregunta Scott sentado en el suelo con las tablas del sastre sobre las piernas.

—Me-Me las medirá sobre la falda —susurró apartando la mirada.

— ¡Eso es muy tonto, mamá!

— ¡Cuide esa boca, jovencito!

—Lo que sucede es que no está bien que yo hurgue por debajo de las faldas de vuestra madre— explica el sastre a los niños.

— ¡Nadie va a hurgar debajo de ninguna falda! —protestó ella con la vívida imagen del sastre metiéndole mano por debajo de la falda. Se sonrojó sólo con la idea maldiciendo por primera vez a su potente imaginación.

—Eso es justo lo que digo. Vamos a empezar por la cintura, mejor —propone acercándose a ella.

Ella volvió a dar un pasito atrás, mirándole con ojos muy abiertos.

Él sonríe un poquito pensando que tal vez podría hacerle un corsé como es debido y no como esos que se llevaban ahora que no marcaban nada la cintura si no que lo que estaba de moda era realzar todo lo posible el culo. Sinceramente Mister Bonnefoy estaba perfectamente de acuerdo con ello en las chicas que merecía la pena realzarles el culo. No en TODAS las mujeres.

Lady Kirkland volvió a sentirse un poco idiota al sentir que las piernas se le doblaban levemente con la sonrisa del sastre. Que con decisión se le acercó, rodeándola con los brazos, mientras desenrollaba la cinta métrica a la espalda de ella, mirándola a los ojos fijamente.

No recordaba que ningún hombre antes le causara esto así... Al menos así tan pronto. De hecho, ni su marido era capaz de ponerla tan nerviosa... O al menos eso pensaba en este momento.

Si la tensión sexual fuera visible, estarían envueltos en una especie de aura roja pasión, estaba seguro. Con nada más una hora de conocerse. Esto no era bueno. No podía serlo de ningún modo. Estira la cinta y le rodea la cintura, parado frente a ella más cerca de lo debido, baja la mirada a por el número y se le pierden los ojos en los pechos por un instante.

Lady Kirkland se echó un poco encima de él, inconscientemente envuelta en esa aura tan desconocida para ella. Mientras él la abrazaba un poco y les comentaba a los niños el número para que buscaran.

De haber estado solos, Lady Kirkland no estaba segura de que hubiera pasado. Gracias al cielo estaban sus niños ahí; levantó una mano y se la colocó en el pecho empujándole un poco. Mientras ellos reían al notar el animal, señalando a su madre y diciéndole que era un delfín infantilmente.

—Ehm... Esto... Ehh... —balbuceó la dama algo inconexamente, tratando de huir de él.

El sastre se humedece los labios pensando en el medirle el busto ahora. No porque fuera especialmente grande, si no por lo que representaba.

—Q-Quizás con esa medición sea suficiente —murmuró ella, nerviosa.

— ¡Nooo! —gritaron los niños.

Lady Kirkland apretó los ojos sufriendo un poco y pasándose el pelo por la melena pensando en que le midiera los brazos o algo así.

— ¿El busto? —propuso él arriesgado.

— ¿Qué es el busto? —preguntó Scott. La boca de Lady Kirkland se puso en una perfecta O

—Es el pecho —le explica al niño.

Él busca a ver si está en la tabla y como está, le parece bien.

—N-No pensara usted realmente medirme el... —es que no se atreve ni a decirlo.

—No, no, claro. Era una broma.

Se sonrojó y desvió la mirada porque secretamente sí que quería que le midiera el busto. Era un excelente pretexto. Y ahora parecía no querer hacerlo. Le empujó con una poca más de fuerza esta vez. Él parpadeó un instante porque pensaba estar llevando el asunto demasiado lejos.

—Hasta aquí para el juego. Su madre es un unicornio —decidió, visiblemente nerviosa.

—Baaah —protestaron los niños igualmente vistiéndose y marchándose.

Lo cual no mejoraba la situación de la dama, sin duda alguna. Ella se acercó a su taza de té, ya fría, a beber los remanentes con tal de hacer algo.

—Lo lamento, es un juego que suele funcionar muy bien con los niños... —empieza a hablar porque no es una persona que sepa estar en silencio.

—De hecho ha funcionado a la perfección, nunca los había visto tan cooperadores —aseguró y luego se sonrojó al notar que estaba dándole la razón —. Aunque es un juego idiota.

—No tiene nada de idiota —frunció el ceño ahora.

Sonrío de lado y le miró de reojo al notar por primera vez cierto tono de irritación en su voz.

—Es completamente idiota.

—Disculpe, pero no sabe usted lo que dice. Acaba de asegurar que nunca había visto a sus hijos así de cooperadores —insiste picado ahora.

—No con el sastre, pero si consideramos que el otro es tuerto y da un poco de miedo... —se inventó notando que le ha picado y por alguna razón disfrutando de ello.

—Más razón para asustarse y portarse mejor que conmigo.

—Sigo insistiendo que es un método idiota. Dudo que funcione otra vez.

—Tal vez lo haga si incluyo algunos unicornios.

—Y ahí ya estaría usted robándose mis ideas.

— ¿Y qué le importa a usted? Si lo considera idiota.

—No deseo que un idiota se robe mis ideas.

—Voy a pedirle que no me insulte, Lady Kirkland.

Inclina la cabeza entrecerrando los ojos sonriendo de lado. Él parpadea un par de veces al notar que sonríe, sin entender muy bien.

— ¿O... Qué? —preguntó relajándose bastante al ver que le molestaba, en especial después de lo incomoda que la había puesto el que la midiera. Ojo por ojo.

—O... tendré que defenderme.

— ¿Va usted a defenderse contra mí, Lady Kirkland... por llamarle idiota? —se rió un poco, sorprendida de que la estuviera tomando tan en serio.

—Voy a defenderme de ti, Brittany, por insultarme.

Levanta las cejas hasta el cielo.

— ¡¿Discúlpeme?! Como se ha atrevido a llamarme, Mister... Bonne... Loquesea.

— ¿No te gusta tu nombre, Brittany? —el tono de "bruja".

— ¡Cómo osa! ¡Como se le ocurre! —protestó sonrojándose y acercándose a él apuntándole con un dedo —. ¡Ni crea usted que puede llamarme así sin pagar las consecuencias!

—Va a tener que dar unas cuantas explicaciones si alguien oye que yo la trato tan cercanamente, ¿verdad? —sonríe de nuevo.

— ¡Si, la explicación clara de que usted es un idiota demente sin trabajo! —se lleva una mano a la sien, y ahora es ella quien frunce un poquito el ceño —. Rómulo.

— ¡No! ¡No puede despedirme! ¡Ni siquiera he podido hablar con su marido!

— ¡Ah! Mire usted que rápido volví a ser Lady Kirkland —truena los dedos acercándosele más—. Tenga usted cuidado con lo que hace y más aun con lo que dice.

El sastre vuelve a fruncir el ceño pero no responde. Ella parpadea, porque lo que quiere es que responda.

— ¿Ya no tiene nada que decir? Veo que Brittany ha ganado la partida —sonríe un poquito.

—Quisiera hablar con su marido antes de seguir esta conversación.

El leve sonrojo a la mención de su marido, ahora que la discusión no está tan acalorada, se hizo notar ocasionando que ella diera un paso atrás.

—Sepa que yo tengo tanta autoridad como él en esta casa —aseguró frunciendo ahora ella el ceño.

—Yo quisiera algo más sólido que un contrato verbal antes de jugarme el puesto discutiendo con usted. Me tomo en serio mi trabajo —asegura sonriendo.

—No estábamos discutiendo —respondió en un chillidito, avergonzada de estar discutiendo con el sastre.

—Pues desde luego el amor no hacíamos — Padre e hijo en una competición, a ver a cual despiden y readmiten más veces.

Brittany abre la boca otra vez como pez ante esa declaración, completamente incrédula.

— ¡No diga eso! —protestó.

— ¡Pero si es verdad! —se defendió.

— ¡No puede usar esos ejemplos!

— ¿Por qué no?

— ¡Porque es completamente inapropiado!

— ¿Y discutir no lo es?

— ¡Lo es pero es mucho menos inapropiado que... E-eso otro que ha dicho!

Se giró a ella mirándola con intensidad y provocándole de nuevo un enorme sonrojo.

—Te incomoda porque estás pensando en ello.

— ¿Que estoy... Quéee? —chilloneó histérica.

—Es la única opción. ¿Cómo te llevas con tu marido?

— ¿Que cómo...? ¡Qué? ¿Cómo vas a preguntarme eso?

Sonríe al haber obtenido la respuesta.

— ¿Qué pasa? ¿No te gusta?

— ¡Deja de reírte! ¡Y háblame con respeto, y claro que no me gustas! — ¿y quién ha hablado de gustarle a él?

— ¿Yo? No, no... tu marido.

Los niveles de histeria no mejoraron con esa respuesta.

— ¡Tampoco!

— ¿Por qué no?

Se lleva las manos a la boca al ver lo que ha dicho.

—E-Es decir...

Rómulo inclino un poco la cabeza sonriendo de lado.

—Es Lord Kirkland, claro que... —vaciló un poco —. ¡Deje de intentar hablar de mis intimidades!

Se encoge de hombros.

—Se me da bien hablar de ello.

—Ya veo que se le da bien estarse metiendo en todos lados.

— ¿Qué otra cosa podía esperar de un sastre?

—Un poco más de decencia —asegura relajándose un poco al ver que esto está menos tenso en... Raro.

Él se ríe. Ella suspira alejándose otra vez de él y sentándose de nuevo en el sillón de la sala.

—Veo que solo falta un poco para que llegue Lord Kirkland.

—Entonces solo falta un poco para que pueda contarme.

—No voy a contarle a usted mis problemas maritales. De hecho, ya bastante es que estemos aquí solos.

—Me apena que los tenga usted —aseguró acercándose y sentándose en la butaca de al lado.

Ella levanta una ceja y le mira.

—Deje de fingir, ¿por qué habría de apenarle? Además no he dicho que realmente los tengamos.

—No estoy fingiendo, me gustan las parejas y las personas felices —se encoge de hombros. Ella hace los ojos en blanco

—Aquí no encontrara ni uno ni lo otro.

— ¿Lo ve? Eso me apena. Además usted me agrada bastante.

Levanta una ceja

—No es necesaria esta ridiculez, ya le digo de una vez que tiene el trabajo.

—Ah, no, no. No estoy intentando halagarla, aunque me alegro que sirva de ello —se rió—. De verdad me cae usted bien, es divertida.

—Usted no.

— ¿No qué?

—No me cae NADA bien —se sonroja.

— ¿Por qué no? —la miró un poco desconsolado

—Por tonto. Porque no me agrada, ¿por qué habría de caerme bien un sastre?

—Porque soy encantador y la he hecho sonreír un par de veces.

—No es usted encantador.

—Ah ¿No?

—En lo absoluto —le mira y traga saliva preguntándose como reaccionaria si... Hiciera algo más definitivo. Le mira los labios.

— ¿Por qué no? La gente suele decir que lo soy —se los humedeció.

— ¿Suelen decírselo? —preguntó acercándose a él aún más.

Oui.

— ¿Por qué mentirían de esa manera?

—A mí me parece que eres tú la que miente.

— ¿Yo? No miento, me pareces insoportable.

— ¿Por qué?

—Tienes una sonrisa tonta, y no conoces los límites, y eres un metiche y te has atrevido a llamarme por mi nombre.

— ¿Cuáles límites? Nada de todo eso suena realmente malo.

—Es REALMENTE malo.

— ¿Qué tiene de malo?

— ¡Pues es terrible! Lo suficiente como para que me caiga mal.

— ¿Es que te gusta protestar de todo y pelear?

— ¿A quién en su sano juicio le gustaría protestar de todo y pelear? —protesta. El sastre se encoge de hombros sonriendo. —A usted le gusta ser insolente... Y sonreír —le mira a los ojos.

—Más que nada en el mundo —entrecerró los suyos de color caramelo, sonriendo retador.

Y entonces ella se acercó a él con evidente intención. Él levantó las cejas inmóvil por unos instantes, quedándose sin aliento. Lady Kirkland no se detuvo hasta posar sus labios sobre los del sastre. Y en ese preciso momento se abrieron las puertas del salón con McAllistair anunciando la llegada de Lord Kirkland. Lo que hizo que míster Bonnefoy se diera el susto de su vida.

¿Míster Bonnefoy? Hombre. Lady Kirkland aún sigue asustada a estas fechas por ese momento.

Mister Bonnefoy siguió sorprendido un rato ¡Que lanzada! Lady Kirkland cada vez le caía mejor y con esos pensamientos es que se había puesto de pie arreglándose el traje para recibir a su jefe.

Lady Kirkland —le saludo su esposo con un suave gesto de cabeza, acercándose a ella.

—Ahhh! Germán! —casi grita ella levantándose.

—No, no te levantes —pide Lord Kirkland casi sin mirarla a ella, mirando al sastre esperando una explicación.

El sastre estaba mirándole de arriba abajo valorándole y notando ese asunto de llamarla "Lady Kirkland". Carraspeó, visitó su mejor sonrísa y se acercó a él con la mano tendida.

Lord Kirkland, permitame me presente, Romulo Bonnefoy, soy su nuevo sastre. Suyo y de sus hijos.

Lord Kirkland le mira la mano un instante con desagrado antes de extender la suya con suavidad y parsimonia, y estrechársela con fuerza. El apretón resulta ser más fuerte de lo esperado, pero no hace que se le borre la sonrisa.

—No sabía que hubieras contratado a un nuevo sastre, Brittany.

—Le han recomendado y así lo ha decidido. No me conocen en la ciudad, pero sí en París. Soy el mejor sastre de toda Francia y la tía abuela Bunbury de su mujer bien que me conocía, ella fue quien le dio mis referencias.

—Ah, sí. La tía abuela Bunbury —asiente Lord Kirkland, sin tener NI IDEA de quien es ella, claro. Misma cara de confusión que puso Lady Kirkland.

—Ella. Su marido era mi mejor cliente. Les manda recuerdos a ambos.

Lord Kirkland asiente mirando a su esposa de reojo.

—Quizá podría tomarte de una vez las medidas, German.

—Ah, cuando pueda usted dedicarme un poco de su tiempo —asintió él.

— ¿Ahora? —protesta un poco Lord Kirkland mirando a su mujer.

—Si no te las toma ahora no te las va a tomar nunca. Anda, coopera con él.

—Si a usted le va bien, yo podría hacerlo ahora —aseguró el sastre.

Lord Kirkland vaciló no muy convencido sacando su reloj del bolsillo y mirado la hora. Y no encontró pretexto alguno para negarse, un poco fastidiado con ello.

—Bien. Diez minutos.

Mister Bonnefoy sonrió complacido casi a punto de dar saltitos y abrazar ahora a Lord Kirkland, pero se contuvo intentando mantenerse lo más profesional posible, aunque sin dejar de sonreír.

Lady Kirkland les miró y se sonrojó un poco pensando que no quería dejarles solos... Quien sabe que pudiera contarle a su marido el sastre que pudiera perjudicarle. Aun así sabía que su pudoroso marido estaría incómodo con ella ahí.

—Será más cómodo para Lady Kirkland que me tome las medidas arriba en mi vestidor —declaró Lord Kirkland caminando a la puerta y se giró a mirarla a ella antes de salir —. Cena a las ocho.

Lady Kirkland puso los ojos en blanco porque siempre cenaban a las ocho, no es que requiriera que se lo recordara. Además, en su vestidor era difícil espiar... Aunque no imposible.

—Ah, claro, no hay ningún problema —asiente el sastre.

Lady Kirkland suspiró sin moverse de su sillón, aún sin darse el tiempo de pensar en qué demonios había hecho con el sastre.

Míster Bonnefoy la miró de reojo, por un lado ella le llamaba la atención y hubiera querido hablar con ella lo que acababa de pasar, pero no iba a poder hacerlo con su marido aquí.

Ella no volvió a mirarle más, levantándose de ahí antes de que él saliera y yendo a otra puerta con paso apresurado. Así que el sastre se dispuso a trabajar, volviendo a mirar a Lord Kirkland con ojo crítico para valorar su cuerpo y medidas y proporciones, siguiéndole.

Y pues ahí tienes su culo. Lo contonea con tranquilidad frente a él y el sastre debe notar que el otro sastre si que le hace trajes un poco... Pequeños.

Lady Kirkland había conseguido, convenientemente, que hoy tuvieran "día libre". Con ciertas artimañas y presión debida al escándalo de la noche anterior, Lord Kirkland iría a mostrarle cosas del trabajo a Mister Jones, y no había nada planeado con su esposa. Quizás aún le estaría gritando a la chica.

Una vez terminado el desayuno, habiendo despedido a su marido en la puerta, se había dado unos minutos para tomar un poco de agua y relajarse, dejándose llevar por los recuerdos de Míster Bonnefoy hasta que el ruido de la puerta la sacó forzadamente de ellos, obligándola a pasar del sonrojó a la absoluta palidez al ver cruzar por ella a Wallace sabiendo lo muy mal que podía ir esta conversación.