Emily baja del coche sin esperar a que el cochero la ayude, llorando y gritando como loca hacia el establo.
— ¿Qué pasa? ¿Qué pasa? —la abraza Sesel en cuanto la ve.
—No sé —la aprieta Emily contra sí.
— ¿Por qué lloras? Cálmate.
—E-es que... Es que no vo-volamos y... Y... Se fue así...
— ¿No volasteis? ¿Por qué? —la peina un poco.
—Yo quería volar con Él y se lo llevaron y... Me rescató de estar colgada de la cuerda, e hizo pipí y se tomó mi leche y me dijo que nació en Moscú.
— ¿Quiénes se lo llevaron?
—Los soldados.
— ¿Por?
—Porque no se permiten visitas maritales.
— ¿Maritales?
—Eso.
—Pero no era una visita marital.
—Eso les dije cuando me dejaron entrar, pero después...
— ¿Aja?
—Bueno, quizás después si paso algo que les hizo sospechar —desvía la mirada.
— ¿Sospechar qué?
—Que era una de esas visitas. Lo hicimos en el suelo.
— Lo... ¿QUÉ?
La rubia la mira de reojo y sonríe un poco con esa sonrisa de travesuela. Sesel la mira parpadeando incrédula. Se tapa la cara.
—Fue muy raro.
—No, no... ¿Qué fue lo que hicisteis?
—Pues cómo que qué, ESO.
— ¿Qué? Pero... ¿Estás segura?
—Sí, estaba en el suelo y me estaba... Be-Besando —se sonroja detrás de sus manos —, y me revolvió la falda y... Tengo todo pegajoso.
— ¿Q-Qué? Espera, espera... vamos al cuarto y me cuentas mejor, con calma.
Se muerde los labios y asiente. Sesel tira de ella para llevarla dentro y ahí van las dos, Emily caminando sonrojadita, aun con las manos en la cara.
—Fue muy raro y todo húmedo —le cuenta mientras caminan.
—Pero... pero como... ¿Cómo pasó esto?
—No lo sé, abrió el hangar para ir a volar y yo le di un beso en la mejilla y no se lo di en la mejilla y... Luego pasaron muchas cosas raras.
La sienta en la cama sentándose ella su lado y mirándola. Emily la mira también
—Oh, cielos, Emily...
—Se lo llevaron al calabozo —agrega —. Quizás debería ir a sacarlo aunque él...
—No creo que vaya a ayudar que tú vayas...
Suspira.
—Venia el coronel. A verle. El Coronel de la casa de ayer, creo.
—Oh... supongo que van a reñirlo —aprieta los ojos—. Es que esto no puede hacerse así, Emily... dime que no se corrió dentro.
Es que no tiene ni idea de nada. Le mira un poco agobiada.
—No sé.
—Cuando él... cuando él hizo... eso... ¿Aún lo tenías dentro? ¡Espera! ¿Te ha dolido? ¡Cielos! Es que... era el piloto, ¿verdad? ¡Ese hombre podría ser tu padre!
—Tiene treinta y nueve —indica —. No me ha dolido nada, todo se ha sentido muy... Caliente. Y baboso.
— ¿No te ha dolido? —levanta una ceja porque ella la primera vez... bueno, el chico se llevó una patada en los dientes, eso lo dice todo.
—No. Pero han llegado los soldados y se lo han llevado.
Le acaricia un poco el pelo, desconsolada también.
—Y no volamos —creo que eso es lo que más le desconsuela.
—De todos modos es más importante lo otro... si te quedas embarazada... bueno, vas a casarte en dos semanas, así que tienes que asegurarte de hacerlo también con Arthur.
— ¡¿E-Embarazada?! ¡Pero no puedo quedarme embarazada!
—Bueno... es lo que pasa cuando haces eso con un chico y no vas con cuidado.
—Pero no. Además... Es que no. Ivan... Y Arthur... Y... Y...
—Si lo haces con Arthur después de la boda él no podrá saber que el niño no es suyo.
— ¿Y si sale con los ojos violetas? Además... —se muerde el labio y aprieta las piernas porque no quiere un bebé. Quiere volar en el dirigible.
—Pues le dices que... así los tenía tu abuela o algo parecido.
—Pero es que yo no quiero un bebé. Quiero subirme al dirigible y ver Londres desde arriba
Sesel la mira, mordiéndose el labio porque es que... eso a la naturaleza no le importa.
—Y quiero hablar con Ivan, porque se lo llevaron así, y no sé si todavía vamos a volar en el dirigible o no... Y... Y... Es que debiste ir conmigo. Si hubieras ido solo hubiéramos volado —solloza un poco enfadada con todo.
—Shhh, shhh... ven —la abraza.
Y no es que no le gustaran los besos o Ivan sobre ella
—Venga, no pasa nada, esto es... divertido. Así ya sabes lo que te espera con Arthur.
—No se si va a gustarme con Artie porque... ¡Es que Iván! ¡Y el dirigible!
—Bueno... está claro que el hombre tiene experiencia si ha logrado que no te duela la primera vez... o eso o la tiene muy pequeñita.
—Callateeee —es que aún le da vergüenza el concepto —. Ni siquiera se la vi.
— ¿No? —la mira de reojo, pero bueno tal vez no se fijó. Es Emily además. Que no se fija ni en lo más obvio.
—No. Pero... ¿Qué crees que deba hacer?
—Calmarte, primero que nada. No es en realidad tan grave como parece, pero no creo que sea bueno que vuelvas y mucho menos sola.
Parpadea y la mira.
—Voy a volver mañana.
— ¿Eh?
— ¡No puedo no volver! Tienes que acompañarme.
— ¿Pero por qué no?
—Pues porque... Tengo que volar e Ivan... ¡Ni modo que no vuelva a verle!
— ¿Y qué pasa si quiere... de nuevo?
Se sonroja un poquito porque no le parecería taaaan mal.
—Si Arthur... o alguien más se entera de esto... — trata de razonar Sesel.
— ¿Y qué quieres que haga? De verdad... ¡Tengo que volver! Es mi trabajo. Y a nadie le importo que fuera sola.
—No necesitas el dinero, Emily, ni el trabajo...
— ¡Pero si necesito volar! Y no puedo no... Si no vuelvo él no va a venir por mí, no creo que sepa ni dónde buscarme.
—Pues tal vez sea lo mejor...
La niña parpadea y le mira desconsolada. Sesel le mira ella igual también.
—Es que vas a casarte con Arthur, Emily... esto es un problema.
Se mira las manos y se encoge de hombros.
—No he pasado ni diez minutos seguidos a solas con Arthur.
—Pues deberías hacerlo.
—Pero Ivan...
—No es tu futuro marido...
Arruga la nariz nada convencida de esto y se echa atrás en la cama acostándose. Sesel le mira de reojo.
—No sé si quiero casarme.
—Emily... tenemos que hacer algo, no quiero que acabes como Cecil.
—Cecil, ¿la chica que es la esposa del chico al que besaste ayer?
Asiente.
—Es que no sé qué hacer. Ni siquiera se si Ivan quiera algo mas. Además... Es que no seeeee, esto es muy complicado.
—Creo que todo esto va muy rápido, conociste a ese hombre AYER.
—Y a Arthur... ¿Hace cuánto? ¿Cinco días? — Tres, de hecho. Ejem… Es Emily...
—Ya lo sé, pero Arthur va a ser tu marido. De todos modos creo que no debiste hacer eso con Ivan tan pronto.
—Pues no es como que yo haya querido.
— ¿Perdona?
— ¡Pues solo pasó, yo solo quería volar!
—Tienes que aprender a decir que no, es importante... es una idiotez porque se creen que nosotras no tenemos ganas o algo, pero ellos son unos brutos y si no les dices que no creen que tienen el control y pueden hacer lo que les venga en gana.
Emily parpadea porque no le parece que esto haya sido propiamente así.
—T-Tampoco es que no quisiera —confiesa sonrojadita —. Fue un poco asqueroso y su lengua se sentía rara con la mía y había babas y líquidos raros por todos lados. Pero se sentía... Bien que estuviera sobre mi y haciendo esas cosas. Hubiéramos seguido mucho tiempo si no hubieran llegado los soldados.
— ¿Lengua?
—Pues si, puso su boca así en la mía para darme un beso y luego me metió la lengua.
—Sí, no, no... No hablo de eso, hablo de lo otro.
— ¿Qué?
—Pues... ya sabes...
—No sé, hablas de su... ¿Otra cosa? —se sonroja —. No sé, todo fue raro y yo tenía el corazón... Raro y calor.
—Sí, justo eso.
Se tapa la cara porque aún le da grimita.
—No puedo creer que me haya puesto su ese... Ahí. ¿Sabes que no se bañó hoy? —pregunta y sonríe un poco a pesar de ello.
—Ugh... De verdad que no tengo ni idea de qué te gustó de él
—Es fuerte, como un oso. Y sabe volar y moverse en el globo. Y es como... Todo un hombre. Pidió vodka de desayunar.
—No tenía idea que te atrajeran de esa clase.
—No me atraaaaae —se ríe con eso sintiéndose un poco mejor al reír otra vez.
— ¡Claro que te atrae! Mira cuanto es que hasta le has dejado desvirgarte.
— ¡No digas esa palabra tan feaaaaaa! —se tapa la cara con una almohada.
—Pues es verdad, te han desfloradoooo —se ríe.
— ¡Noooo! ¡Eso suena fataaaaal! —se ríe un poco llevándose las manos a la zona en cuestión.
— ¡Sonara fatal pero es la verdad!
—Pensé que sería peor y más asqueroso —confiesa —. Fue bonito hasta que se fue.
—Fueeee bonitooo —repite burlona.
—Callateeeee —se le echa encima riendo y la morena se cae contra la cama muerta de risa.
Emily le salta encima haciéndole cosquillas y riéndose con ella sintiéndose mucho mejor. Sesel trata de hacérselas de vuelta haciendo ambas un ESCANDALO. Lady Jones, no las mates, porque seguro atraen a media casa mientras ruedan por la cama y ríen.
XOXOXOXOX
Arthur, en su cuarto, se desviste, se asea entero, esmerándose mucho en afeitarse apuradamente y peinarse con delicadeza, se viste su MEJOR traje y baja a la sala al encuentro de su madre como si fuera el rey del mundo porque le ha dicho a Wallace que está enamorado y le ha sentado perfectamente bien. Seguro ahora que después de la boda huirá.
Y ahí viene el cataclismo, Lady Kirkland se calla al ver la puerta abrirse y Wallace mira al lugar por donde entra su hermano menor, PÁLIDO como una hoja.
— ¡Hola! —saluda el pequeño, tan sonriente.
—Oh, Arthur... —susurra Lady Kirkland mezcla de alivio de que alguien más este en el cuarto con horror del potencial desastre.
Wallace mira a su hermano con HORROR pensando que ahora ÉL es el medio hermano. El hijo de un sastre. UN BLOODY SASTRE.
— ¿Estáis preparados?
Lady Kirkland se limpia los ojos con su pañuelo después de la muy densa conversación que ha tenido con su hijo y mira a Wallace de reojo, completamente segura de que de ahora en adelante va a odiarle por completo, quizás incluso entendiendo un poco el odio.
—Estamos... Bueno, creo que estamos preparándonos para estar listos, ¿verdad Wallace?
A Wallace parece que le cortaron el suministro de oxígeno hace rato.
— ¿Teneis alguna pregunta o cuestión que queráis tratar antes de seguir con esto?
—Puedes explicarle a Wallace que es lo que va a firmar, por favor... Estaba explicándole eso cuando llegaste.
Wallace sigue sin responder a ningún estímulo, cosa completamente evidente a raíz de que NO tiene una copa de whisky en la mano. Lo cual es inaudito.
— Es sencillo. Míster Bonnefoy dejo un testamento repartido en tres partes, una de ellas a tu nombre... lo que vas a firmar es una renuncia a esa parte de sus bienes en favor de su familia legítima.
— ¿Cómo es... —empieza Wallace y luego se calla girando la cara. Está color verde.
— ¿Estás bien? —pregunta Arthur genuïnamente preocupado.
— ¡Desde luego que NO estoy bien! —chilla un poco y se le nota el sobre esfuerzo por tranquilizarse.
— ¿Qué tal si te sirvo una copa? —tan amable, solo porque no quiere que colapse.
—Trae la botella.
—No traigas la botella, pero si trae tres copas Arthur —pide Lady Kirkland cruzando la pierna, también algo preocupada por Wallace y su cara.
Arthur trae las copas y la botella, sirviéndolas en la mesa del comedor donde están sentados para poder dejarla ahí en vez de devolverla al bar.
Wallace tiene la fantasía de hacerse pequeñito y meterse a nadar en la botella de whisky hasta ahogarse.
— ¿Tú estás bien? —le pregunta Arthur a su madre para cambiar de tema.
—Bueno, considerando las circunstancias estoy todo lo bien que se puede estar... —se muerde el labio preocupada —. Aunque siento que me he quitado un gran peso de encima.
—Eso es bueno —le sonríe.
—Lo es un poco —sonríe levemente —, y... Vamos a dejar esto atrás pronto, le he prometido a Wallace que nadie sabrá esto, desde luego.
—Ah, por supuesto. He preparado también un acuerdo de confidencialidad sobre esto para protegeros a los dos que todos firmaremos —explica Arthur. A saber a qué hora es que lo hizo o si no lo va a redactar ahora sobre la marcha
Wallace respira un microsegundo y le da un buen trago a su vaso.
—Bien, ¿eso te deja más tranquilo, Wallace?
—NADA de lo que digas o hagas de ahora en adelante va a dejarme ni remotamente tranquilo... Madre —contesta Wallace secamente frunciendo el ceño.
Arthur tiene que morderse el labio para no hacer ningún comentario referente a su sangre inglesa peleando con la otra mitad francesa.
—No es algo que haré yo, es algo que hará Arthur —replica ella en respuesta.
—Ah, tanto mejor. Arthur. De verdad, no sé en que estabas pensando entonces, ¡pero MUCHO menos se en que estás pensando ahora para decirlo! —protesta por vez cuarenta, volviendo a palidecer sólo de recordarlo.
—Wallace, ni siquiera tienes que prestar real atención a esto, sólo firma y olvídalo todo después. Será como si nunca hubiera sucedido.
Wallace le mira y levanta una ceja porque sabe perfectamente bien que de aquí en adelante, al menos en susurros y a ojos de Arthur, será el hijo bastardo de alguien más.
La cosa es que para Arthur está súper claro que va a largarse y no va a volver a verle en la vida, así que no hay problema real.
—Esto es un problema, una injuria, una calamidad, ¡el peor de los desastres! —dramatiza un poco Wallace.
—Después de ese drama, Wallace, aun me sorprende que nadie más se haya dado cuenta de quién es tu padre —suelta Lady Kirkland con ese humor retorcido, porque empieza a estar HARTA de todo esto. Y Arthur, que está de excelente humor, se muere de la risa con eso.
— ¡No sé cómo te atreves, madre! —protesta Wallace apretando los puños.
—Calma, Wallace, calma —pide Arthur.
— ¿Atreverme a qué, Wallace? ¿A contarte la verdad? En lo que a mi concierne cualquiera que me pregunte después de hoy, esta será una ridícula historia inventada por alguien con mucha imaginación. Te di la vida, un padre que se preocupa por ti y el mismo trato que a todos mis otros hijos. ¿Qué es lo que te parece que te debo como para que te sientes aquí a hablarme así?
—¡Y luego me quitaste todo!
Lady Kirkland hace los ojos en blanco sin poder resistirse a sonreír.
—Nadie te ha quitado nada, Wallace —discute Arthur ahora.
—No te he quitado nada, sólo te conté algo que nadie más sabe —discute Lady Kirkland a la vez que Arthur, sonríe con ello dando ella un traguito a su whisky.
— ¿A qué hora a quedado tu sastre? —cambia el tema. Wallace protesta bajito.
—Estará cambiándose —sonríe pensando en él sin notar lo que eso implica.
— ¿Cambiándose la ropa? ¿Que lo has visto en la mañana?
—Eh... ¿eh? N-n-no... l-lo digo porque... es decir... es un sastre —risa nerviosa—. Seguro tiene mucha ropa y no sabe cuál ponerse, a eso me refiero.
—Arthur durmió con alguien de quien dice estar enamorado —suelta Wallace.
El menor se sonroja de muerte de repente.
— ¡Yo no dije que hubiera dormido con él! —cavas tu propia tumba, muchacho.
— ¿¡El?! —exclama Wallace
—Pues... ¡dormí en casa de Vash! ¡A eso me refiero! —se hace un lío.
— ¿Estás enamorado del doctor? —pregunta Wallace levantando una ceja.
— ¡Claro que no!
—No entiendo, de quien estás enamorado —pregunta Lady Kirkland.
—De... alguien. Pero no es... ¡No estoy enamorado! —decide al final.
— ¡Él me ha dicho que sí!
—Bueno, vale, un poco pero... ¡No de Vash!
— ¿Entonces de quién?
— ¡No os lo voy a decir! —exclama sonrojado, porque aunque admitirlo le hace sentir liberado, le da muchísima vergüenza.
—No es Emily, padre va a enfadarse —Wallace el acusica.
— ¡Pues no se lo digas!
— ¡Es de alguien que no es Emily! —confirma Lady Kirkland levantando las cejas.
— ¡Pues...! —chilla Arthur sonrojándose, mirando a uno y a otro sin saber cómo defenderse.
Wallace suspira sin disfrutar eso lo suficiente, volviendo a pensar en su propio asunto. Lady Kirkland sonríe de lado presa de la curiosidad por su hijo menor. Que se acaba su bebida de un solo trago
— Bueno, ¿y vas a contarnos? Al fin una buena y agradable noticia en el día.
— ¡No!
—Seria lo justo. Con la de secretos que se han ventilado el día de hoy en esta mesa...
—Pues... —aprieta los ojos—. No importa. Si os lo he dicho es porque NO planeo contar quién es.
—De todos modos es igual, Arthur. Vas a casarte con Emily —se encoge de hombros Wallace— Y a ser igual de miserable que el resto.
— ¡No voy a ser miserable!
Lady Kirkland inclina la cabeza con esto y mira a su hijo menor con los ojos entrecerrados. (Lord Kirkland ya le conto ayer sus planes de escapar)
—Quizás no TENGAS que casarte — Si, sí. Lady Kirkland está empezando a pensar en grande.
— ¿Eh? —la mira de repente interesado en ello.
—Es decir, sí. Aparentemente no hay otra opción, pero creo que no la hemos buscado lo suficiente. Todos nos hemos sentado aquí con la idea de que casarte con Emily es la única posibilidad. ¿Con qué fin? Con el de hacer prosperar un negocio que, de por sí ya lo es. Pero... ¿A cambio de qué? Hemos ya mandado a la miseria a tres de nuestros hijos. ¿Por qué repetir el error con el cuarto?
A Arthur le brillan los ojos
— ¿Has perdido completamente la cabeza, madre? —protesta Wallace.
—No, de hecho hace tiempo que no me sentía tan lúcida —admite mirando su copita de whisky a la que solo le falta un trago, preguntándose si algo tiene que ver.
— ¿Sabes qué pienso? —empieza Arthur.
— ¡Tan lúcida! Todo esto es absurdo, ¡padre va a matarte, madre! —chillonea Wallace.
Lady Kirkland mira a Wallace de reojo un segundo y luego a Arthur esperando que siga hablando.
—Pienso que Sesel y Emily están realmente muy unidas y a Patrick le gusta Sesel, así que tal vez ahora que los negocios de Padre están bien asentados con la familia de Cecil ellos podrían divorciarse y ser Patrick quien se casara con Sesel para esto. Aunque sea una sirviente... creo que sí es hija de Lady Jones.
— ¿Queeeeeee? —chillido madre-hijo al unísono.
— ¡Pues ya visteis ayer que se besaron! Seguro Patrick accedería al acuerdo si le preguntamos... y padre seguiría teniendo sus inversiones protegidas.
—Espera, espera. ¡TIENES ya una solución! —Lady Kirkland sonríe un poco aun sin pensarla detalladamente.
— ¡Divorcio! —Wallace en el absoluto escándalo.
—Bueno, es que eso haría a Patrick también feliz, es decir, no solo yo... no sé qué piensen Sesel y Cecil de ello... ni padre... —explica porque tampoco lo ha pensado tan detalladamente.
—Aunque después del escándalo de ayer no me extrañaría que si le damos un poco de bombo sea la misma Cecil quien pida la separación.
— ¡Esto es un desastre, claramente nuestra ruina social! Como va a casarse Patrick con una NEGRA.
Arthur frunce el ceño, pensando.
— No estoy seguro de si padre lo aprobaría, porque no sé cómo son sus negocios con la familia de Cecil en la actualidad... ni si lo de Patrick no sea solo un capricho pasajero por lo exótica que es la chica negra... Tampoco sé si los Jones accederían porque no es lo mismo su hija legítima que una criada...
— ¡Pues Míster Jones está casado con una y bien que todo el mundo le lame el culo! — protesta Lady Kirkland.
— ¡Pero no es lo mismo! —protesta Wallace pellizcándose el puente de la nariz.
— ¿Por qué no? ¡Hay que hacer que Sesel y Patrick se enamoren más, eso hará presión! —exclama volviéndose a su madre.
—Esto es la peor locura que te he escuchado nunca proponer —asegura Lady Kirkland.
— ¡No! ¡No lo es! —exclama—. Tiene que ir a verla hoy y decirle algo... qué él la protegerá a pesar de las inclemencias sociales y que es la única chica que le entiende, que es una persona maravillosa que lo hace temblar cuando le mira, que no ama a su esposa y que lo dejaría todo si se lo pidiera... —nota que más bien está hablando de las cosas que él ha dicho y se detiene— O... no lo sé, esa clase de cosas.
Lady Kirkland suspira pensando que tiene que pensar esto más seriamente.
—Sí, claro, que el reverendo vaya a declararle su amor a la chica.
— ¡Seguro a él le parece una buena idea!
— ¿A él? ¡Y eso que importa! ¡La sociedad! ¡Todos!
— ¿Qué? ¿La sociedad y todos qué? ¡Le envidiaran por ser feliz! Tú también vas a envidiarle, por eso es que te parece tan malo esto —acusa Arthur a Wallace.
—No es verdad que voy a envidiar a nadie, no digas tonterías —protesta Wallace cruzándose de brazos —. Estoy seguro de que padre no va a aceptar ninguna de estas tonterías.
—Yo estoy segura de que puede aceptarlas si se le plantea de manera correcta —asegura Lady Kirkland —. Si es que todos los demás están de acuerdo.
— ¡Hablaré con Patrick! —exclama Arthur contento dispuesto a ir ahora mismo.
Lady Kirkland sonríe un poco viendo quizás la luz dentro de la oscuridad. Se arregla un poco el pelo y extiende el brazo hacia la botella de whisky.
Arthur se topa de frente con Parker, en esa infinita manía de toparse de frente con la gente al atravesar las puertas. Él parpadea deteniéndose en seco.
— ¡Ah! ¡Señorito Arthur! Está el... Míster Bonnefoy con, su madre. En la puerta. Le buscan a usted y a Lady Kirkland.
—Ah... ¡Ah! —se sonroja de golpe y corre de vuelta al comedor sin darle la instrucción.
El mayordomo parpadea sin saber qué hacer, vacilando un poco. Decide seguirle para preguntar. Lady Kirkland levanta las cejas al ver a Arthur de nuevo.
— ¿Qué pasó?
El menor de los Kirkland, nerviosísimo, se sienta corriendo en una de las sillas con la espalda muy tiesa, un segundo más tarde cambia de postura. Se cambia de silla. Se cambia otra vez. Toma otra y la pone entre su madre y Wallace. Se toma otro vaso entero de whiskey. Nadie entiende un pimiento de lo que está haciendo.
— ¡Nada! —chilla y toma sus papeles y su pluma poniéndolo todo en orden desesperadamente. Toma el whiskey y las copas llevándoselas para esconderlas a toda prisa corriendo arriba y abajo histérico porque YA están aquí y Wallace y su madre seguro saben que él está enamorado y va a notarlo.
Parker abre la puerta un poco con cara de pregunta.
—Señorito Kirkland, no me especificó dónde desea recibirlos.
— Ah, ¿ya ha llegado Francis? — pregunta Lady Kirkland con cierta tranquilidad, suspirando —. Aquí, aquí le recibimos. Hágale pasar.
Parker asiente sin aclararle y se va a ello, Wallace protesta un poco porque le han guardado la botella. Y Arthur sigue corriendo arriba y abajo como gallina sin cabeza, organizándose la ropa y el pelo a toda prisa.
Con la tranquilidad que da la ignorancia de algunas cosas, Lady Kirkland se limpia un poco los labios y se mira las uñas pensando en la idea de Arthur, sin preocuparse siquiera un poco en lo que viene a continuación.
Así, Parker abre la puerta y anuncia tranquilamente a Madame Bonnefoy y Míster Bonnefoy. Ella toma del brazo a su hijo mirando todo alrededor con los labios ligeramente entreabiertos. Francis le pone la mano encima de la suya, apretándole un poco y haciéndole un cariñito, con el corazón acelerado porque sabe que venir aquí es difícil para ella. Aunque le parece muy valiente de su parte. Y a Lady Kirkland le da un INFARTO.
En realidad, era completa mentira que Lady Kirkland no la conocía y no sabía quién era, porque quizás presa de la culpabilidad... O de la curiosidad. O ambas. Había ido a espiarla una vez, después de la muerte de Rómulo. Era extraña, en realidad, la relación mental que tenía con ella.
Por un lado sentía esa extraña curiosidad y horrenda satisfacción al notar que fuera tan bonita e impresionante... Por otro se preguntaba qué tanto había empujado ella a Rómulo para que hiciera esto. A la vez le daba envidia y rabia con ella porque si podía haberle llorado, consolado y ayudado abiertamente. Se sentía bastante ridícula igualmente. No era alguien con quien esperara entrevistarse, jamás, en la sala de su casa. Se levanta de golpe cuando la mira, dándole un extra al giro dramático de sus pensamientos.
Ella, rigurosamente vestida de negro, con el pelo recogido bajo un pequeño sombrero y la cara medio cubierta por una rejilla, porque la presencia es importante, la mira de frente al reconocerla como la única mujer de la sala. A primera instancia no sabe qué podría haber atraído a Rómulo, no era ni mucho menos bonita y no sabía maquillarse ni peinarse en lo más mínimo. No tenía aspecto desgarbado, pero nada en ella parecía quedarle bien.
Wallace abre la boca ABSOLUTAMENTE impresionado con la mujer que acaba de personarse en su sala. Casi se le cae el vasito de la mano. De hecho puede que se le resbale un poco sin que se rompa con un golpe seco a la mesa.
—Ehm... eh... H-Hola —Arthur se acerca a ellos el primero como mediador del encuentro, nervioso—. Buenos días. Míster Bonnefoy, Madamme Bonnefoy, estos son Wallace Kirkland, mi hermano y Lady Kirkland, mi madre.
Lady Kirkland parpadea mirando a la señora Bonnefoy completamente impresionada. En vivo era aún más impresionante y más imponente. Alta, delgada, con excelentes curvas y una belleza inigualable. Se sonroja y tiene que girar la cara avergonzada de estar de pie frente a ella, aunque el orgullo la salva un poco consiguiendo que levante la nariz y se gire a mirar a Francis.
—Buenos días, Lady Kirkland, hace tiempo que tenía curiosidad por conocerla —saluda ella con voz suave y su marcado acento francés sin dejar de mirarla a los ojos a pesar de que no la mire de regreso.
¿Quién podía culparla de curiosidad? Piensa Lady Kirkland aun terriblemente sonrojada confirmando sus sospechas sobre qué tanto sabia ella sobre su relación con su marido... Desde hace tiempo. Gira la mirada para encontrarse con la suya.
—L-Lady Bonnefoy —susurra, y saca fuerzas de flaqueza un instante más tarde, tratando de serenarse —. Siéntese, por favor.
Francis mira a su madre de reojo y vuelve a hacerle un cariñito en la mano.
— ¿Cómo se encuentra su marido? —pregunta ella en lo que podría sonar un tono un poco ácido para alguien que la conociera muy, muy bien sin hacer caso del ofrecimiento para dejar claro, que, a pesar de todo, el control de la situación lo tenía ella en sus manos y nadie más. No los propietarios de la casa, no los acaudalados, no los amantes ni el hijo bastardo. Si no ella, la viuda despechada en el papel que había querido adoptar.
Lady Kirkland desde luego no nota el tono, pero si la dirección de la pregunta y la intención de la misma volviendo a pensar que quién podría culparla de nada de todo esto. Ni siquiera su marido, el que había sido su amante, hablaba mal de ella o le recriminaba alguna falta. Se humedece los labios y permanece en pie mirándola y respirando lentamente antes de contestar nada.
—Bien, gracias —responde escuetamente teniendo que esforzarse mucho por mirarla a los ojos. Se había escondido tanto, tanto tiempo con miradas esquivas y cinismo... De tanta gente. Aun así, esconderse de ella le parecía mucho más difícil.
—Me alegro —responde ella dulcemente cambiando perfectamente el tono y actitud en esto. En un impulso le toma las manos—. ¿Y está usted bien? —le acaricia con los pulgares porque no es bonita, así que está claro que Rómulo no la prefería antes que a ella. Solo se la ve como una mujer pequeñita, perdida en un mundo que parece demasiado grande, sin una mano amiga que la entienda y la consuele. Eso debía ser lo que había visto ese idiota francés que había tenido por marido y ella que era quizás tan o más idiota que él, no podía si no querer un poco también a quien él había querido tanto. Más allá de los celos o la competencia.
En cuanto a ella, el tacto la tensa y el cambio de actitud la desmoronan. Casi como quebrar una copa de cristal con un golpe seco y suave. ¿Por qué estaba esta mujer aquí? ¿Por qué además era dulce? ¡Y con esa pregunta! Había además a demasiados demonios oscuros de su pasado últimamente y lo que estaba, era todo menos bien. Se le humedecen los ojos y frunce el ceño enfadándose consigo misma por no ser lo suficientemente fuerte.
Pero no tenía derecho alguno de tenerse lastima a si misma, no después de todo esto y menos aún después de haber llegado hasta este punto. Se había metido en este lío ella sola, y ahora solo estaba enfrentando las consecuencias que, suponía desde el principio, llegarían en algún momento.
—Mi marido estaría muy enfadado conmigo si supiera que he venido aquí... aunque no es que él pudiera realmente enfadarse nunca muy en serio. Creo que también estaría muy nervioso, ¿no cree? —sigue ella intentando hacerla cómplice, porque así de sencillo era todo para Madamme Bonnefoy, ya la había visto, había comprendido como su marido podía quererlas a ambas y ya no tenía ningún sentido reprocharle nada a nadie ni sentir ningún rencor que solo marchitaría su corazón.
Lady Kirkland la mira a los ojos y mueve los labios un poquito queriendo decir algo. De haber estado en la posición contraria, ella querría matarla, comérsela viva, despellejarla y prenderle fuego. Y sin embargo ella estaba aquí, ahora mismo, hablándole dulcemente y hablando de EL. Así. Parpadea y se le cae una lágrima por la mejilla.
—E-E-Es verdad, debe estar revolviéndose en su tumba, jamás habría permitido que esta reunión así se... c-concretara —susurra rindiéndose del todo a lo que hace esta mujer, que aún no entiende en lo absoluto.
—Estaría mirándonos a las dos intentando mediar con nosotras sin querer que realmente habláramos. Aunque estoy segura que le encantaría que nos lleváramos bien —levanta la mano y le limpia la lágrima como si nada—. Seguro hasta tendría una de esas fantasías suyas, pasado unos minutos.
Francis sonríe con eso relajándose un poco al notar la actitud de su madre y leyendo perfectamente el ambiente.
La reacción de Lady Kirkland, mezcla de asombro, corazón un poco roto e indignación con el sastre por tener una de esas fantasías es incluso cómica de verse. Madamme Bonnefoy le sonríe y finalmente se vuelve a Wallace, sin soltarle a ella las manos. Wallace que sigue mirándola como si hubiera visto a un ÁNGEL.
—Y este es el muchacho —le sonríe también—. Eres muy apuesto, tienes definitivamente cierto aire a tu padre.
Nadie sabía que Lady Bonnefoy fuera capaz de medio matar a tanta gente con tan pocas palabras. Es que le ha dicho que es apuestooooo.
Wallace Kirkland cambia el peso de pie y se sonroja mucho, pensando que si de esto vale ser hijo del sastre... Quizás no sea tan catastrófico como pensaba hace un segundo. La mujer es hermosa.
—E-Es usted... La mujer más bella que he visto nunca —ya empezamos con los balbuceos y las tonterías.
Lady Kirkland se sonroja con el comentario relativo a que se parece a su padre, porque ella misma lo nota a veces en gestos o muecas o cosas que dice. Y ahí les tiene, a los dos, completamente idiotizados.
—Muchas gracias, esas palabras son muy halagadoras —se ríe un poco ella, soltando de una mano a la mujer pelirroja para llevársela al pecho en un movimiento naturalmente pomposo.
Wallace se sonroja un poco más sin poderle quitar los ojos de encima.
—Creo que yo necesito se-sentarme —advierte Brittany aún bastante sobrepasada con todo esto —. Lady Bonnefoy, por favor.
—Ah, claro —la suelta y obedece ahora sí sin problemas. Arthur no sabe bien como ha acabado al lado de Francis, los dos un poco separados de la escena.
— ¿Les traigo algo de beber? —pregunta el recientemente enterado hijo del sastre ofreciéndose a hacer una actividad por PRIMERA vez en toda su vida. Creo que hasta Lady Kirkland levanta las cejas.
—Muchísimas gracias, si es usted tan amable —responde Madamme Bonnefoy con naturalidad.
El chico se va hacia el carro de bar con cara de bobo aun, pero notándose bastante repuesto a pesar de todo.
— ¿Y a qué se dedica usted? —pregunta la francesa a Lady Kirkland.
Francis aprovecha el momento para rozarle el dedo a Arthur y sonreírle, sentándose en otra de las sillas aunque no le hayan invitado a él a ello.
Arthur le mira de reojo y se sienta a su lado sin pensar, mirando a sus madres interactuar.
—Dedicarme. Ehm... ¿A ver pasar la vida?
—Oh... claro, claro. Ya me imagino que las mujeres de alta sociedad no necesitan trabajar, pero tendrá usted una afición —lo dice la mujer de baja sociedad que básicamente se dedica a una afición por hacer algo.
—Ciertamente el trabajo no está dentro de la breve lista de cosas que se nos piden para casarnos —Lady Kirkland sonríe un poco con su extraño humor —. Las aficiones tampoco, aunque yo tengo la de imaginar y contar historias.
— ¿Es usted escritora como su hijo?
Ella se ríe un poco, suavemente.
—En lo absoluto. Yo solo le lleno la cabeza de cosas para que él vaya y escriba lo que se le ocurra —se encoge de hombros —. Sólo me gusta contar historias. ¿Usted tiene alguna afición?
—Yo tengo una pequeña tiendecita cerca de Saint James, la gente viene y me cuenta sus problemas... yo les escucho, les consuelo y les doy mi opinión y a veces me traen cosas. De comer o de lo que pueden.
Lady Kirkland se muerde el labio pensando que eso suena tan... Triste. Que le lleven de comer. La imagina casi muerta de hambre, con el sastre muerto y el hijo con dificultades para sobrevivir con todas las deudas y los problemas de herencia.
—Esperemos que eso ya no tenga que hacerlo por necesidad —susurra.
—Ah, no, no. Lo hago porque es divertido, me gusta ayudar a la gente. A veces también les leo las cartas si les apetece, es bastante excitante.
A Lady Kirkland le brillan los ojos con la lectura de cartas... Pero es que sería el colmo que ella se las leyera. Sonríe un poco pensando que es interesante.
—Me alegra oír que lo haga por eso, aun así esperemos que su situación cambie.
—Ah, esto... —sonríe un poco tristemente entendiendo—. No creo que Rom quisiera hacernos daño con esto, ni usted ni a mí, creo que él solo pretendía que su hijo le reconociera como padre.
Wallace se detiene a su lado habiendo traído las bebidas quedándose un poco inmóvil con eso. Brittany mira a su hijo pensando que jamás va a RECONOCER como tal al sastre como su padre. Pero al menos le ha conocido.
—En fin, él y sus locas ideas. Agradezco mucho que al menos hayan accedido a firmar esto que dice Arthur —sigue ella y el nombrado se sonroja un poco cuando le trata con esa confianza.
—Era... —hace una pausa eligiendo muy bien las palabras que decir, sonrojándose al hacerlo, se revuelve —, un buen hombre. Creo que sabía que yo nunca tendría la fuerza para decirlo si no me presionaba un poco. En realidad... Quiero disculparme con ustedes.
Madamme Bonnefoy la mira con curiosidad.
—Soy yo la responsable de este problema con la herencia.
—Madre, no hace falta... —empieza Arthur al oir eso.
Lady Kirkland mira a Arthur de reojo y si, es verdad que no hace falta, pero está harta de una mentira tras otra y esto es lo único que si ha estado completamente en su control. O estaba.
—Ya lo se. Sólo quiero que sepan los motivos, quizás los entiendan. Cuando supe lo que había hecho Ro... Mister Bonnefoy, cuando supe el peligro que implicaba todo este desastre para mí y para mi familia me aseguré... O intenté asegurarme de que se perdiera el expediente.
—Oh —Madamme Bonnefoy la mira un poco desconsolada. La señora de la casa suspira otra vez.
—Después de eso me he asegurado de que su hijo tenga trabajo, y puedo garantizarle que lo tendrá siempre. Incluso ahora que al fin arreglemos esto —mira a la francesa. Arthur mira a Francis de reojo para que diga algo.
—Y yo que pensé que tenía talento... —susurra Francis un poco en broma, sintiendo el ambiente demasiado tenso con todo esto. Para él, para quien la vida es bastante simple como para su madre, el que al final se resuelva todo es bastante.
—Ah, no estoy en absoluto preocupada por la situación económica de mi hijo en el futuro —asegura ella.
Wallace se sienta otra vez en su lugar, medio mudo, mirándola fijamente.
—No debe estarlo. Ni por la de él ni por la suya —responde Lady Kirkland con seguridad mirando a Wallace.
—S-Seguro. Seguro. Firmaremos a su favor, Madamme —asegura él diciendo esa última palabra con toda la pompa de la que es capaz.
—Aunque agradezco las atenciones y cuidados que nos ofrecen. Se que velarán porque nosotros siempre estemos bien—sigue ella agradeciendo con gesto de cabeza.
—Estoy segura que... Él... No me lo habría pedido. Pero estará más tranquilo con ello —Brittany se revuelve un poco sonrojándose de nuevo.
—Aunque si de mí dependiera... No es dinero lo que les pediríamos.
Lady Kirkland inclina la cabeza un poco sorprendida con eso.
— ¿Qué pedirían?
Madamme Bonnefoy mira a Arthur de reojo un instante, cierra los ojos y suspira. Francis mira a su madre después de este movimiento.
—Es algo bastante complicado... y aun así daría todo el dinero de mi marido a cambio de ello.
Lady Kirkland frunce el ceño mirando a la mujer con intensidad. Curiosa.
—Me gustaría escuchar lo que es.
—Estoy segura que sí, pero de ningún modo me siento en situación de poder pedírselo.
—Le aseguro que no podría estar en una mejor posición para obtenerlo. Aunque puedo decir que no.
Se humedece los labios y mira de nuevo a Arthur. Este parpadea y se sonroja un poco sin saber si le está pidiendo consejo o qué es lo que quiere, porque le mira tanto.
Francis se acerca a Arthur y le susurra al oído que quizás pueda... Pedirle a Wallace, quien les está mirando con interés, que les deje solos. Arthur mira a Francis sin entender del todo eso, parpadeando descolocado.
—Tal vez se lo pida más adelante, Lady Kirkland. Me parece que de momento firmar estos documentos es suficiente —decide Madamme Bonnefoy desestimando la idea de pedir que anulen el compromiso de Arthur Kirkland. Sintiendo que pondría al escritor en una situación demasiado comprometida.
Francis mira a Arthur y luego a su madre, humedeciéndose los labios, porque la conoce.
Lady Kirkland parpadea un poco descolocada con eso pero al final suspira, muerta de la curiosidad y a la vez deseando en alguna medida que termine esta reunión.
—Bien, firmemos entonces.
—Ehm... no estoy seguro que sea buena idea incluir peticiones a posteriori de la firma, Madamme Bonnefoy —aconseja Arthur sacando los documentos—. Parte del acuerdo implica que no podrá usarse esta información que nos atañe para chantajear ni presionar a nadie. Si tiene alguna petición extra es necesario negociar los términos ahora.
— ¿Qué significa eso? —pregunta ella.
—Que saliendo de aquí no podrán hablar de esto con nadie, ni en el futuro ocuparlo en contra de nadie —explica Wallace.
—Pero es una petición bienintencionada, no quiero obligarles a que me la concedan —explica en respuesta.
—En realidad, Lady Bonnefoy... De todos modos no está obligándonos a firmar nada —comenta Brittany mirándola —. Pero sea lo que sea que esté pensando, el pedirlo luego podría malinterpretarse de alguna manera como... Chantaje — más o menos como el que están haciéndole ahora.
—Oh, no, no... No es chantaje, es solo algo que me haría muy feliz y que estoy segura que Rom preferiría también que nos dieran incluso antes que el dinero, ya se lo he dicho.
Lady Kirkland se lo piensa un momento.
—Déjenme a solas con Madamme Bonnefoy unos momentos.
Arthur parpadea y bufa un poco porque a él también le da curiosidad. Wallace protesta porque tampoco se quiere ir. Francis mira a su madre con cara de circunstancias. Ella mira a Francis intentando leer si cree que esta es una buena idea.
Francis, que no está seguro de exactamente qué va a pedir pero sabe que tiene que ver con él y Arthur se humedece los labios... Y le sonríe. Porque sabe que su madre es lista y sabe leer a la gente. Ella sonríe de vuelta y asiente mientras los tres salen al pasillo.
Y Lady Kirkland se pone otra vez nerviosa arrepintiéndose un poco de haberse quedado a solas con ella. Qué tal que se transformaba en un dragón si no estaba su hijo presente.
Madamme Bonnefoy la mira a través de su rejilla.
