Así que ahí van de nuevo Francis y Arthur afuera de la casa, aunque en cuanto salen de la sala Francis le ataca con miles de preguntas sobre qué ha pasado, cómo, dónde...
—Sh, sh, para, para. Cálmate —pide el inglés con un gesto de las manos.
—¡Por qué quieres que me calme! ¡Cuéntame algo! ¡No me dices nada! —protesta un poco agitado.
—Vamos —se sube al carro buscando un poco más de intimidad y se gira a él cuando están dentro—. Esto es... un desastre. Se me va de las manos, pero creo que puedo solucionar lo de la boda.
—¡¿Solucionar que de la boda?! —levanta las cejas.
—Pues... no estoy seguro que funcione, pero... si convencemos a padre para que sea Patrick quien se case con Sesel, no haría falta que yo lo hiciera.
—¿C-Con Sesel? — Francis parpadea un par de veces.
—¡A ella le gusta! ¡Fue a besarle ayer a mitad de la reunión! —se defiende él porque en realidad le sorpende casi más que al mismo Patrick que pueda gustarle de verdad a una chica.
—Eso he visto, pero de ahí a que se case con ella... Es la doncella y él es reverendo y está casado con otra mujer, la que le saco de la oreja —replica él porque está casi seguro de haberlo entendido bien.
—Pues pueden divorciarse... si Patrick y Sesel se enamoran... el problema es que es la doncella —responde pasándose una mano por el pelo y pensando en ello.
—Problema enorme, has visto el drama que han montado ayer.
—Pero ella... ¡puede ser corresponsal de los Jones aquí! O algo. Ese es mi punto flaco en la historia.
—Podrían irse a vivir a América —propone como quien no quiere la cosa
— ¿Eh? ¿Te refieres a Patrick?
—No lo sé, me parece que eso allá es mucho más factible. Mira a Mr. Jones. Está claro que Emily no es hija de su esposa negra —explica como si fuera obvio.
— ¡Claro! Eso tal vez sería incluso mejor... aunque no sé si él quisiera ir a America y manejar el negocio de mi padre desde ahí, veía más a Wallace haciendo algo así —se rasca la cabeza.
—Pues de tener una vida miserable aquí a tener una pareja feliz allá… —responde él porque tiene muy claro lo que elegiría en su lugar.
—En realidad suena bien... el caso es lograr que se enamoren ellos —responde él y sonríe un poco. Francis se frota las manos.
—Eso me encanta hacerlo —asegura con confianza. Arthur levanta las cejas—. ¡Hacer de cupido! Ahora tenemos dos parejas con quien hacerlo.
—Oh... cielos —aprieta los ojos, pero sonríe un poco.
—Lo difícil será, creo yo, hacer que a Sesel le guste tu hermano.
— ¿Por?
—No lo sé, me parece que él tiene gustos más refinados —le cierra un ojo.
— ¿Más refinado que un Kirkland? ¡Anda a ver que encuentra! Además, ella fue quien le besó insiste en esa parte. Francis se ríe y se acerca a él para sentarse a su lado y abrazarle.
—A mi tú no me pareces tan refinado.
— ¿Perdona? —protesta.
—No lo sé, yo soy más refinado que tú —le pica.
— ¡Eso sí que no! —exclama tan indignado.
—Del todo —asegura el francés con una sonrisa.
—Para nada —discute.
—Ah ¿no? Con lo bestia que eres.
— ¡No tengo nada de bestia!
—Mira esos chillidos.
—No estoy chillando y de todos modos no son bestias.
— ¿Y que tengo yo de falta de refinamiento? Ya he dicho que yo paso desapercibido entre los tuyos.
—En absoluto, todos saben quién eres.
—Ese es el asunto. Es por quién soy, no por cómo me comporto.
—Eso también es parte del refinamiento.
— ¿Ser? Esa es la parte gratuita.
—Lo siento por ti, naciste en el lugar equivocado —responde el inglés. Francis hace los ojos en blanco y se ríe.
—Sesel también por lo visto.
—Pues sí, pero si mandamos a Patrick a América me parecerá perfecta —sonríe malignillo.
—Me cae bien, esperemos que Patrick la pueda hacer feliz. No es agresivo ni nada, ¿verdad?
— ¿A-A qué te refieres? —vacila pensando en que sí que lo es, anda y que lo es, recuerda algunos momentos de su infancia… las patadas, mordiscos y tirones de pelo durante las peleas o los "juegos".
—No es golpeador o algo así —insiste Francia.
—Eh... —piensa también en cuando lo tiraban de la barca y casi lo ahogaban cuando trataba de sacar la cabeza a respirar y se lo impedían o cuando le daban collejas muy fuertes cuando perdía jugando a futbol y esa clase de cosas.
— ¿Aja? —levanta una ceja.
—N-No... Nunca ha golpeado a Cecil y estoy seguro que ha querido hacerlo más de una vez —resume como lo poco que puede decir a su favor.
—Menos mal, porque parece un poco... Bueno. Bestia —se ríe—. Eso quería decir.
—Bueno, hablaré con él más tarde a ver qué opina —abre la puerta del carro que se ha detenido frente a los juzgados.
Francis le detiene del brazo antes de que la abra. Arthur le mira de reojo. Se acerca y le da un besito en los labios y el inglés se sonroja de muerte porque el tonto no se lo esperaba. El francés le sonríe separándose de él y mirándole con ESOS ojitos de amor.
—No puedo creer que quizá no te cases.
Se sonroja más... y se relame. Francis sonríe más.
—¿Que haremos si es así? Quizás podríamos vivir en un apartamento —propone empezando a soñar desde ya.
—¿Q-Qué?
—Juntos y solos —indica sonriendo de oreja a oreja imaginando algo así—. O quizás arriba de mi sastrería.
—Yo tengo... ¡mi casa!
—Pero yo no puedo vivir ahí.
—¿Por qué no? —le mira de reojo.
—¿Con tu padre? ¿Y tu madre?
—No ahí, en la otra, la que está vacía.
—¿Podrás vivir ahí si no te casas con Emily? —levanta una ceja.
—Pues... si no en esa en la de Patrick si él se va a América —se encoge de hombros.
— ¿Te va a dejar tu padre?
—No lo sé, pero esa casa era para mí —se rasca la cabeza porque no lo ha pensado, al final, es cierto que la casa era de su padre, pero era suya en todos los aspectos prácticos, casi una obligación de su padre dársela, pasara lo que pasara, aunque fuera para vivir en el pecado haciendo cochinadas pervertidas con otro hombre. Francis sonríe.
—Siento que el universo se alinea para que seamos felices —asegura ilusionado. El escritor se sonroja pensando además en las cosas que le ha dicho a su madre y a Wallace—. Anda, vamos a entregar los papeles.
—No sé si mi padre vaya a dejarme finalmente... mi madre cree que... —abre de nuevo la puerta bajándose.
—¿Aja? —le sigue.
—Bueno, cree que estoy enamorado de tu madre —decide soltar sin anestesia y sin girarse a mirarle, sonrojándose un poco.
—Quoi?! —protesta bajándose tras él.
Arthur corretea un poco para llegar rápido a la puerta y no tener que explicarle. Francis frunce un poco el ceño preguntándose cómo demonios es que han llegado a esa conclusión. El escritor cruza las puertas asegurándose que le siga de todos modos.
—¿Cuándo le has dicho eso? Porque puede pensar... ¡Además de MI MADRE! ¿No pudiste inventarte otra mujer?
—¡Shh! No grites —protesta esquivando la pregunta y se acerca al registro, todo sonrojado.
—¡Pues explícame! ¡De dónde has sacado esa idea tonta!
—Ella... dijo y yo lo... no lo negué—confiesa.
— ¡¿Tu madre dijo?! —es que aún no puede creerlo.
—Que no grites —le riñe y empieza a pedir por las personas que tienen que hacerle los trámites burocráticos.
—¡Pues tú no me dices nada! Debiste decirle que era yo y no mama, ¿tú sabes lo que va a pensar?
—¿¡Cómo voy a decirle que...?! ¡Tú no eres! —chilla culpablemente.
—¡Sí soy yo! Debiste decirle, es tu madre y lo va a entender... Decirle que es mi madre es absurdo y va a pensar que Maman quiere hacerle daño —insite.
—¡No lo va a entender!
—Tampoco va a entender que mi madre se acueste contigo solo porque sí—protesta frunciendo y cruzándose de brazos porque no le gusta la posición en la que queda su madre en ese caso.
—¡Shhhhh! —protesta el remilgado escritor cuando usa esa palabra.
— ¿Shhh que? ¿A poco puedo yo decirle a mi madre que tú no eres tú, sino tu padre? —le reta.
— ¡Yo no me acuesto con nadie! —se defiende.
—No aun... —sonríe.
—¡De aun nada! —protesta muy nervioso y se gira al secretario que vuelve—. ¡No va a pasar!
—Algún día va a pasar, pronto —susurra sonriendo maliciosamente.
— ¡No!
—Dame una razón para que no pase —pide, levantando una ceja.
— ¡No voy a hablar contigo de esto aquí! —sigue, muy escandalizado.
— ¿Por qué?
— ¡Porque es completamente inapropiado!
—Lo es si chillas así, si hablamos en susurritos no pasa nada.
— ¡Es inapropiado se hable como se hable! —protesta y se sonroja más cuando piensa que es tremendamente sexy estar hablando de estas cosas frente a todo el mundo sin que nadie lo sepa, en realidad. Se imagina perfecta la escena para una historia un poco más subida de tono en la que ambos protagonistas coquetean descaradamente en un lugar concurrido mientras todos les escuchan, pero usan un código secreto.
—Lo es si todos se enteran, pero tiene gracia si nadie lo hace. Anda, dime por qué te parece que no vamos a hacer... Eso... Nunca.
Se sonroja más sintiendo que le ha leído el pensamiento. Niega con la cabeza, un poco frenético.
—Si no me dices voy a decir en voz alta de que hablo.
Salta a taparle la boca con las manos. El sastre se ríe aunque se sorprende un montonal, pues no está aún acostumbrado a que le salte encima en público.
En realidad... Arthur tampoco está acostumbrado a esas formas. Se sonroja y le suelta como si le quemara al notar lo que hace. Francis sonríe al ver la reacción.
—¡Ja! Vas a tener que hablar conmigo de esoooo —canturrea.
—¡No!
—¿Por qué no quieres acostarte conmigo?
—¡Deja de decir eso! ¡Di... ir a Paris! —chilla lo primero que se le ocurre, agobiado con la gente que hay por ahí. Francis sonríe con el plan, satisfecho.
—¿Por qué no quieres ir a París conmigo?
—Porque... ¡por que no! ¡Deja de preguntarme!
—Esa no es una razón —hace los ojos en blanco.
— ¡Claro que lo es! —se gira de nuevo al que les atiende—. ¿Para ir a Paris?... digo... ¿para ir al despacho de Paris? ¡De Míster Parkinson! —corrige tres veces de lo nervioso.
Francis se ríe con bastante poca discreción. No ayudas, Francis. Le da un codazo sonrojándose más
—Auuu... Bueno ¿y que se necesita para convencerte de ir a Paris conmigo?
—Cállate —protesta andado hacia el despacho que le han indicado.
—No me calles y respondeeee.
—Porque... porque no. Porque no soy un enfermo —le mira de reojo.
—Yo tampoco. Dame otra razón más inteligente.
— ¡Sí que lo estás!
—Pues si es así tienes mucha suerte de que quiera contagiarte a ti.
— ¿Quéeee?
— ¿Ves? Si mi enfermedad es ser tranquilo y poco chillón ya te vendría bien un poco de paz.
— ¡Estaba muy tranquilo sin ti!
—Luego vine y te contagié...
— ¡Noooo!
—Ah sí, te contagié completamente.
— ¡No! ¡Yo no estoy enfermo, a mí eso no me gusta! —replica y golpea la puerta del despacho, casi sin notar lo que hace.
—No te gusta porque no lo has probado. ¿Que no te ha gustado de lo que hemos hecho hasta ahora?
Abre la puerta, se sonroja muchísimo, ve al hombre ahí sentado, se sonroja aún más y tiene que volver al pasillo y cerrar la puerta. Francis sonríe con toda esa reacción.
— ¡No podemos hablar de eso aquí! —chilla en un susurro.
— ¿Por qué?
— ¡Porque todos me conocen!
—Estamos hablando de ir a Paris.
—B-Bueno p-pues... n-no me gusta Paris.
— ¿Cómo sabes si nunca has estado en París? —sonrisa de sabelotodo
—Porque me han explicado como es —se sonroja volviendo a entrar.
—Ah ¿sí? ¿Alguien que ha ido? —insiste yendo tras él.
—No, pero... Shhh, hablaremos luego —se acerca a Mr. Parkinson.
Francis hace los ojos en blanco pero AL FIN se calla. Tras un buen rato de discusión y de revisar la autenticidad de los papeles y firmas les entregan los documentos para ir al banco y hacer el traspaso de cuentas.
Francis parpadea sin poderse creer que HOY mismo vaya a pasar esto... Y menos aún la cantidad de dinero que representa. Para el final de la entrevista esta con una enorme sonrisa y los ojos húmedos.
—Tenemos que ir al banco —informa Arthur cuando salen.
Francis le abraza en un acto de sinceridad y profundo afecto. No hubiera podido hacer nada de esto sin él y Arthur se sonroja un poco, pero no le aparta, sonriendo.
—No sabes lo que esto significa a para mí... Y para mi madre. Es una vida nueva, Arthur.
—Ya, ya... —le da unas palmaditas a la espalda.
Francis se separa limpiándose los ojos. Arthur sonríe un poquito orgulloso porque le ha ayudado y en realidad ha acelerado el proceso con presiones adecuadas sin estar del todo seguro de lograrlo hasta ahora.
—Vamos al banco
Arthur asiente sonriente. El galo sonríe de vuelta satisfecho con esto. Así que se dirigen a fuera con el abogado explicándole aun algunos pormenores y trámites que quedan por hacer.
Francis le escucha con atención al principio aunque se pierde un poco pensando en la cantidad de dinero que es eso y en las deudas que podrá pagar y que al final terminará por aun así tener dinero suficiente para vivir tranquilo trabajando.
— ¡Eh! No estés pensando en irte de viaje y comprarte cosas caras —protesta Arthur cuando nota que no le escucha, dándole un codazo. Él levanta las cejas y se sonroja un poquito, atrapado, porque estaba pensando en comprarle un vestido (ejem, caro) a su madre y unos zapatos para él.
—No estaba pensando en comprarme nada... ¡Demasiado caro!
— ¡No estabas escuchándome y eso es lo que importa!
— ¡Pues es que...! ¡Si te estoy escuchando! Sí.
— ¿Qué ha sido lo último que te he dicho?
—Que... Ehm... Hay que hacer a-algo en... El banco.
Le pellizca.
— ¡AUU!
—Eso por no escucharme. Y después vas a venir conmigo a un lugar a comer.
El francés parpadea con eso aun sobándose donde le ha pellizcado. Sonríe un poquito con lo de ir a comer. El dandi levanta la barbilla tan orgulloso acercándose al carro. El sastre le sigue de buenas a pesar del pellizco.
El menor de los Kirkland se sube al carro y se acomoda aun de brazos cruzados, aunque se le escapa la sonrisita. Francis le sonríe abiertamente sentándose a su lado y echándosele encima.
— ¡Eh! —protesta sonriendo descruzando los brazos. El otro se le mete entre ellos abrazándole del torso—. ¡Ah! ¡Noo! ¡Sueltaaa! —cero esfuerzo para que le suelte, riendo.
—No voy a soltarte NUNCA. Estaremos pegados para siempre.
— ¡Nooo! —Más risas—. ¡No podemos entrar pegados al banco!
—Podemos. Pegados de... El dedo meñique.
— ¡Eso es... lo más cursi que he oído en mi vida!
— ¿Cursi? ¿Por qué va a ser cursi?
—Porque lo es, muchísimo. Y no va a pasar.
—Baaaaah.
— ¡Nada de baaah!
—Va a pasar. Eso y que iremos a Paris.
— ¡No!
—Oh, sí... Y lo peor es que va a gustarteeee.
— ¿Qué? ¡No! ¡Claro que no! —de todos modos se sonroja con el tonillo.
— ¿Cómo sabes qué no? ¿Porque alguien que nunca lo ha hecho te dijo que no?
—Sí. Además... le dije que estoy enfermo y... ¡va a curarme!
— ¿A qué?
—A curarme, dijo que miraría tratamientos para mí.
—No te puede curar el amor.
—Pero sí... ¡esto!
—No. Esto es amor. ¡Esto es incurable!
—Pero me refiero a la parte... a la parte incomoda.
— ¿Cual parte incomoda? ¿Que se te pare al verme?
Se sonroja de golpe por lo gráfico de la expresión.
—Eso es tan infinitamente estúpido como decir que alguien va a curarte el gusto por el chocolate
— ¡No! ¿Por qué?
—Porque es un gusto, algo que tienes tú y que te nace. ¿Por qué querrías dejar de reaccionar conmigo? Solo para ser igual que el resto.
— ¡Pues es que está mal!
— ¿Por qué?
—Porque es anti natural.
Francis hace los ojos en blanco.
— ¿Sabes que los griegos y los romanos consideraban que era bastante natural?
—Sí, claro que lo sé —aprieta los ojos.
— ¿Por qué tú entonces, que eres tan... Estudiado y educado, vas a echar por la borda lo que ellos pensaban?
—Pero... pero... ellos son ellos, también pensaban que había más de un dios.
— ¿Y?
—Pues no significa que tuvieran razón en todo.
—Tampoco que no la tuvieran en eso en concreto.
—Por eso no lo tenemos en cuenta.
—Además... ¿Quién decide que algo está bien o mal, tú o todo el mundo?
—Pero... es que... es importante lo que dice todo el mundo.
— ¡No cuando se interpone en el camino para ser feliz!
—Puede curarte a ti también.
—No quiero que me cure de nada, no estoy enfermo.
—Pero es que... ¿por qué quieres hacer algo tan atroz?
—No es atroz, lo estás imaginando peor.
— ¡Lo estoy imaginando como es!
—Claro que no, estas imaginando que es una atrocidad
— ¡Pues me lo parece!
— ¿Por qué te parece que eso es una atrocidad y no otras cosas parecidas que TAMBIÉN pasan?
— ¿Qué?
—Es solo un agujero. ¿Eso es lo que te parece tan terrible?
— ¡Pues que no es para eso! —aprieta los ojos.
— ¿Si sabes que meas y eyaculas por un solo agujero, verdad?
— ¡No me vas a meter nada en ese agujero tampoco!
Francis levanta las cejas con esa respuesta y se ríe.
— ¡No seas tonto, no te quiero meter nada por ahí! Solo digo que no te escandaliza tanto mear y eyacular por ahí, ¿por qué te preocupa cagar y coger por el otro agujero? —pregunta poco refinadamente.
— ¡Porque es un agujero de salida y eso es entrada! —responde sin oírse con las manos sobre su virilidad y los ojos apretados.
—Bueno, quizás podrías empezar tú por... Usar el mío y ver que no ocurre nada.
— ¿Q-Qué?
Se encoge de hombros y se sonroja un poco.
— ¡N-No! Tampoco quiero yo meter nada... ¡No! Por ahí sale tu... caca —aprieta los ojos. Francis aprieta los ojos porque puesto así... Es tremendamente asqueroso.
— ¿Luego quién es el poco caballero?
— ¡Pues no me dirás que los caballeros no cagan!
—Sí que cagan, pero no es algo de lo que uno hable, y menos cuando hablas de sexo.
— ¡Pues es que tú hablas de ese agujero!
— ¡Pues porque es por el que uno la mete! No tienes otro. Si tuvieras otro ahí debajo te juro que te la metería por ese... también —sonríe.
— ¡No la vas a meter en ningún sitioooo!
Hace los ojos en blanco.
— ¿Y cómo pretendes tener sexo?
— ¡P-Pues n-no pretendo!
—Ja... Bueno. Hablemos de esto cuando vayas en serio, ¿vale?
— ¿Qué?
—Que si piensas que no vamos a acostarnos jamás estas en una de tus historias fantásticas
—Pues... pero... pues... pues... pero...
—Mira... Entiendo que el concepto te parezca extraño, como cuando tus padres hablaron contigo la primera vez cuando eras pequeñito sobre cómo se hacen los bebes...
— ¡Mis padres no me hablaron de eso!
Francis parpadea.
— ¿Qué?
— ¡Claro que no!
— ¿Pero cómo no te hablaron de eso? Es... Es LA charla seria que se tiene con papá y mamá.
— ¡Claro que no! Ugh, eso sería súper incomodo, además.
Parpadea varias veces de nuevo.
— ¿Incómodo? ¿Por qué? Son tus padres.
— ¡Precisamente!
—Esto es algo que se habla con papá y mamá y te explican lo mucho que se quieren y como ambos se gustan mucho y lo que siempre pensaste que era solo un abrazo especial es mucho más que eso, porque papá le pone su pilín a mamá en su... —interrúmpelo por el amor de dios.
— ¡Nooooo!
—Pero es que... ¿Quién te explicó entonces?
—Pues... nadie, yo que sé. Los chicos del college y mis hermanos y... lo leí por ahí en algún lado.
— ¡Dios mío, qué pasa con tus padres!
— ¡Nada!
—Es que debieron hablar contigo de esto. De esto, de las personas a las que les gustan otras del mismo sexo, del amor, de la masturbación...
—No me imagino una situación más incómoda.
— ¡No! Es una cosa que se discute con los padres para dar apertura a esos temas. Ahora entiendo tus traumas.
— ¿Perdona? ¿Qué traumas?
—Este de tener terror al sexo.
— ¡No tengo terror al sexo! —grita cuando el carro se detiene frente al banco, esa mala suerte que tiene. Francis levanta las cejas con el grito. Arthur se lleva las manos a la boca, sonrojándose.
—Ehm... Shhh.
Aprieta los ojos y sale corriendo. Y ahí va el francés detrás de él, con cierta parsimonia. Arthur corretea a la puerta y le mira de reojo a ver si le sigue.
Claro que Francis va tras él, aunque no mira hacia allá, con esa sonrisa insufrible. Se pasa una mano por el pelo sintiéndose dueño del mundo por ponerle tan nervioso. Arthur abre la puerta y entra delante antes de que llegue a su lado. Francis sonríe un poco de igual modo y entra tras él pensando que es muy mona su histeria.
El escritor se dirige directo a las mesas de los contables casi sin esperarle y se sienta en el escritorio en silencio, con el ceño fruncido y sonrojado. Francis se sienta a su lado rozándole el cuello. Y da un salto de cinco metros, super tenso, agarrando su portafolios como si fuera una tabla salvavidas en mitad del océano. El sastre se ríe un poco.
Le da una patadita y se vuelve al hombre de la mesa que les mira sin estar seguro de lo que quieren desde que se han sentado.
—Auuu.
Le ignora completamente explicándole al hombre el caso del francés. Francis le pone después de unos segundos una mano en la pierna. Que le hace dar un salto y perder el hilo de la frase, mirándole asustado. Francis mira hacia otro lado como si no tuviera idea de que es lo que le pasa.
—E-Eh... L-Lo que quiero decir es que... —trata de seguir con su discurso.
El francés le deeeeeeja un poco y cuando consigue otra vez carrerilla le vuelve a poner la mano encima. Arthur trata de seguir con el discurso, moviendo la pierna e ignorándole, pero de nuevo trabándose con las palabras y balbuceando. Francis se ríe un poquito por lo bajo. Así que se lleva otra patadita. Y oooootro quejido.
El cabroncete inglés sonríe y el hombre del banco dice que debe ir dentro unos instantes, así que se levanta yéndose. Francis se acerca a él sonriendo otra vez.
—Megustas —le susurra al oído.
— ¡Shhh! —protesta histérico separándose y sonrojándose. Francis se ríe de buena gana—. No te riaaaas
—Si me río porque eres un tonto.
— ¡No lo soy!
—Estas completamente histérico, mon amour.
—Pues porque tú dices cosas incomodas y...
—Y eres un histérico por naturaleza —completamente sonriendo.
— ¡No lo soy!
— ¿Por qué negar la realidad? Mira los chillidos que pegas.
—No estoy chillando —trata de serenarse de todos modos.
— ¡Menos mal! ¿A dónde vas a llevarme a comer?
—No te lo pienso decir.
— ¿Sorpresa?
— ¡No!
—Claro que si —canturrea.
— ¡Nooo! ¡Shh! ¡Cállate!
Sonríe.
—Espero que sea un lugar romántico.
— ¡No lo es! ¡Cállate!
—Bueno, vale, espero que sea un lugar feo.
— ¡Cállate!
Ojos en blanco.
—Pero a ti no se te tiene contento con nada —bromea.
—Si te callas sí. ¡Y escucha esto que es para ti!
Se calla un poquito regañado aun sonriendo.
— ¿Hasta cuándo puedo hablar otra vez? —pregunta en un susurrito.
— ¡Hasta que nos marchemos!
—Vale, vale. Me callo.
Silencio absoluto.
—No digo NADA.
Arthur le pone una mano en la boca sonriendo un poco y en esa es que vuelve el hombre que les atendía, así que vuelve a sonrojarse y a quitársela, apartándose. Francis sonríe de lado y vuelve a ponerle la mano en la pierna.
Hace un movimiento lo más discreto que puede para quitársela, escuchando al hombre. Francis se muere de risa por lo bajito "escuchando al hombre". Luego porque le roban la herencia y ni se entera. Por suerte Arthur sí intenta estar atento. Menos mal.
A Francis se le hace eterno el Blablabla del contador, sólo pone atención cuando dicen la cantidad sin podérsela creer.
Al final todo acaba con que pondrán todo el efectivo en una sola cuenta a nombre del sastre y de su madre para que ambos puedan acceder al dinero. Quedan conformes que ella irá a firmar también pronto.
Que será la cuenta también en la que ingresaran la pensión de viudedad de ella, cancelando todas las otras cuentas y después de hacer cargo de algunas otras deudas que no habían sido contempladas. Todo es mucho más turbio y desorganizado de lo que cabría esperar en principio.
Cuando terminan Francis está completamente embotado considerando esto una cosa larguísima y cansadisisisima a pesar de ser algo muy alegre, termina por no entender nada de lo que ha pasado pero por confiar ciegamente en lo que dice Arthur. Además, no es que arreglar los asuntos ilegales de su padre sea tan fácil.
Arthur encaja la mano con el hombre del banco, sonriendo después de que Francis haya firmado todo lo correspondiente.
Francis sonríe aliviado apretando la mano del hombre también. Deseando salir corriendo a comer. Así es que se despiden.
El francés sale muy feliz sintiéndose libre y... Rico. Arthur ha pedido que le den dinero, además. Por lo que Francis se siente considerablemente más pesado. Hasta levanta la nariz.
— ¿Y bien? —pregunta cuando salen.
—Soy millonario —le abraza dando saltos.
—No, no lo eres —sonríe igual, dejándole.
—Sí que lo soy, tengo millones de ideas que hacer con el dinero que tengo en el bolsillo —se ríe.
—Ya veremos... —sonríe maligno.
— ¿Como que ya veremos?
Se encoge de hombros, sin dejar de sonreír.
—Bah! Venga, llévame a ese lugar tan secreto.
—Impaciente —se sube al carro.
—Mucho. Ayúdame a subir que con todo el dinero que traigo se me hace pesado.
Pone los ojos en blanco pero igual le tiende la mano.
—Ufff, se hace pesado esto —suelta "limpiándose" la solapa del traje y sentándose al lado del inglés.
—Que payaso eres.
— ¿Payaso yo? Nah —se ríe un poco.
—Claro que sí.
—Es que me tienes envidia por mi dinero —le cierra un ojo.
—Veremos cuanto te dura.
—Me va a durar mucho tiempo. De hecho voy a hacer más dinero que tú.
— ¿Cómo vas a hacer eso?
—Pues... Trabajando —el mundo entero se ríe.
—Llevas desde que empezamos con esto sin acercarte ni a una aguja.
Aprieta los ojos porque le angustia y sabe que va a tener que trabajar veinte noches seguidas para arreglarlo.
—No quiero presionarte pero la fiesta de compromiso es el viernes y hoy es lunes.
Abre los ojos... Decididamente preocupado.
—Pero... No vas a casarte. Oh. ¡No vas a casarte! —de repente le parece una tragedia desde el punto de vista laboral.
— ¡Es verdad! No voy a necesitar los trajes.
—Puede que no sea millonario tan pronto.
—Nadie te iba a pagar un millón por unos trajes, ¡no seas tonto!
— Mmmm ¿tú qué sabes?
—Yo lo sé. Al menos no mi padre, sobre todo sabiendo lo poco profesional que has sido con, por ejemplo, el asunto de mis medidas.
—Eso no es ser poco profesional.
—Es TREMENDAMENTE poco profesional.
—Es ser ingenioso con alguien que no se deja tomar las medidas.
— ¿Que yo no me dejo? ¡Ja! ¡Ahora resulta ser mi culpa!
—Lo es del todo. Eso y que eres sexy.
—No es mi... ¿Qué? —se detiene con la última parte.
—No es fácil medirte y ser un profesional así.
—Y-Yo no... Yo...
—Touche —susurra.
— ¡Nada de touché!
—Te has quedado sin habla.
— ¡No es verdad!
—Y-Yo no... Yo... —le imita.
— ¡No lo he hecho así! —le empuja un poco. El sastre sonríe un poco y se le echa encima, abrazándole.
—Dame un beso.
— ¡No!
Se estira a buscarlo. Y Arthur apartarse no se aparta, porque tonto, TONTO, no es. Francis sonríe girando un poquito la cabeza y yendo a besarle la comisura de los labios. Y Arthur se gira a buscarle pensando que ha apuntado mal. El francés sonríe del todo encantado con que le busque, cerrando los ojitos para recibir su beso. Pues que otra cosa va a recibir... se separa un poquito del inglés después del beso y le acaricia la mejilla.
—Te quiero —le susurra.
—Y yo a ti —susurra completamente encandilado.
El francés le besa otra vez, derritiéndose. Y seguro siguen en eso hasta que se detiene el carro. Como sieeeempre.
Francis, que si esta curioso, es el primero en separarse al notar que se detienen. Y ahí va Arthur por él otra vez. El francés sonríe y le hunde una mano en el pelo dejándole hacer y riéndose bajito, el inglés le abraza hacia sí sin querer bajarse. El sastre le aprieta un poco contra sí, pero el cochero golpea la puerta para que se bajen.
—Mmmmm... Sorpresa quiero ver...
— ¿Eh?
—Comida —le sonríe.
Arthur parpadea separándose más y notando que el carro se ha detenido. Carraspea. Francis se arregla un poco la ropa y sonríe. El inglés, aun sonrojado, le aparta un poco arreglándose también la ropa y el pelo.
— ¿Bajamos? ¿Ya estás listo?
Lo hace sin responder. El francés le sigue arreglándose un poquito más el pelo cuando no le ve. Así que Arthur sale él primero, explicándole al cochero que vaya a recogerles en un par de horas. Francis no tiene mucha idea de donde están porque aparentemente no se ve que es este sitio.
—Esto es...
—El mejor sitio de la ciudad para venir con dinero —sonríe.
— ¿Que es cuál? —no acaba de entender.
—El hipódromo. Vamos dentro —hace un gesto para que le siga, encaminándose hacia la puerta.
— ¡Oh! ¡Quieres dejarme pobre! —se pone el sombrero riéndose y pensando que esto es como la actividad más ridícula y de riquillo que existe.
Aunque más que la verdad todo lo que le lleva a hacer le parece la actividad más ridícula y de rico que existe. Es que todo lo que hace Arthur es LA actividad más ridícula y de rico que hay. Y aun así, le encanta, para que negarlo.
— ¿Quieres ir primero al bar o a apostar?
¡Ah, le fascina!
—A... Apostar. Si voy al bar primero voy a perderlo todo —aprieta los ojos riendo.
— ¿Por? ¿No tenías tanta hambre? —igual se dirige a las casitas de apuestas.
—Tengo hambre y ganas de una copa de buen vino. Este lugar es... ¡Dios mío!
—Podemos pedir una copa mientras vemos la carrera, de hecho se ve desde el bar.
Francis sonríe visiblemente ilusionado.
—Venga, vamos —decide Arthur mejor hacer eso.
— ¿Cuánto es lo menos que se puede apostar? —empieza cauteloso.
Arthur se ríe y le dice la cifra máxima.
— ¡¿Queeeeee?!
—Es una actividad de ricos, pero tienes suficiente... aunque esa es la más básica de las apuestas, luego hay combinadas que pueden costar mucho más.
—P-Pero eso es... Casi todo lo... E-es decir...
—Bueno, tienes más en el banco...
— ¡Pero es mi dinero para toda la vida! —agobiadito.
— ¿Es que quieres parecer un pobre?
Traga saliva.
—No. No quiero parecer un pobre —responde. El señorito se encoge de hombros sonriendo.
—Vamos al bar — decide el francés.
Arthur asiente y se dirige a unas escaleras de madera lujosa que suben a un piso modernista equipado con todos los lujos. Tras unas cristaleras está el bar que es una especie de balcón que da al circuito donde corren los jinetes. No hay demasiada gente, pero si la hay abajo en las gradas.
Francis lo mira todo con la boca abierta porque todo tiene un estilo muy distinto a los que reconoce, y no puede decir que le guste menos, por ejemplo, que el restaurante de ayer.
Arthur toma un par de hojas en las que se explican los caballos que corren y a cuanto están las apuestas mientras se dirige a una mesa del borde desde la que se vea bien la pista en la que acaba de empezar una carrera y todo el mundo grita... también se asegura que la mesa quede un poco escondida a pesar de todo... por si acaso, no sin sonrojarse un poco al decidirlo.
Francis le sigue como un autómata mirando a los caballos pensando que son muy bonitos, un poco embobado con todo, sonriendo cada vez más.
— ¿Te gusta? —se sienta el menor, mirándole.
— ¡Los caballos son muy bonitos! Mira como brillan.
—Claro que sí, los cuidan muchísimo y los cepillan todos los días.
—Y el lugar es muy bonito y grande e impresionante... ¡Y la gente! Y los sonidos, ¿has oído como gritan?
—Animan a los jinetes.
Francis da una palmadita mirando a la posts emocionado.
— ¿Por quién vas a apostar?
—Veamos... —le pasa una de las hojas para que lo lea, leyendo la suya. Francis la ve, haciendo una sonrisita con los nombres que le parecen muy monos.
— ¡Oh! ¡Corre un Morning Star en la próxima!
—Morning star?! —levanta una ceja buscándolo —. ¿Y cómo sabe uno cual es cuál?
—Por los números... y... espera —saca unos prismáticos del bolsillo del abrigo que se ha llevado antes cuando ha decidido que irían a esto.
— ¿Aja? —le mira hacer con atención media sonrisita.
—Los números que dice ahí, corresponden a los establos y a las salidas —le pasa los prismáticos.
—Oh, eso es complicado.
—No, no lo es. Ahí están los caballos y los números. Aquí los números y los nombres y a cuanto se paga la apuesta si gana.
—Me gusta ese que tiene al cuello el lazo con la bandera de Francia.
— ¿Cuál? —pide los prismáticos para mirar.
—Ese pinto que esta allá, el de las patas... —excelente descripción, Francis. Señala hacia allá.
—Dime el número —pide buscando igual—. De todos modos no es la bandera francesa, son los colores de la bandera de la Unión Jack.
—No, son los colores franceses —necea —. Es el siete.
—Claro que no, nadie lo elegiría si así fuera.
—Yo voy a elegirlo... ¿Cómo se llama? —busca en el papel que le dio—. ¡Ah! Black Caviar! ¡Es el destino!
— ¿En serio? ¿Qué tan bueno es? —pregunta buscándolo en su hoja.
—Pues yo que sé, pero voy con todo a que gane mi querido compatriota.
— ¿Con todo?
—Pues todo lo que traigo.
—Oh, veremos solo una carrera entonces —se plantea si decirle o no que realmente no hace falta apostar tan fuerte, pensando que si no lo hace seguramente se enfadara con él.
—Pues... ¿Podemos ver más? ¡No voy a perder, es muy bonito el caballo!
—Está bien, que sea eso. Apostaré lo mismo a Morning Star, que además es blanco —sonríe.
Francis levanta las cejas y sonríe con la adrenalina de pensar en apostarlo todo... Y perderlo.
—Voy a ser pobre otra vez —si serás exagerado.
—Seguramente —se encoge de hombros.
— ¡Con lo difícil que fue recuperar el dinero! —protesta, pero por una vez se siente un riquillo impresionante. Arthur se ríe—. Pues no importa —sonríe —Voy a ganar.
—Claro que no, mira las apuestas. Morning Star es el que se paga más bajo precio porque es un caballo ganador, mientras que el tuyo es un novato que nadie conoce, por eso se paga más alto si gana.
Francis parpadea sin entender eso del todo y sin que le importe.
—Pues Black caviar va a ganar.
— ¡Claro que no!
—Que siiiii.
Ojos en blanco y niega con la cabeza, sonriendo.
— ¿Y cómo se apuesta? ¿Cuándo corren? ¿Ahora? ¡No vayan a correr sin que apostemos!
—Cuando acabe la carrera esta, ahora vamos a pedirlo al valet —levanta la mano para que vayan a atenderlos. Francis se pone muy derecho en esa posición de "soy el señor"—. ¿Ya sabes que quieres comer?
—Eh... Caviar.
— ¿Caviar? ¿Otra vez?
—Ehh... —es que no sabe que otras opciones hay—. ¿Qué más hay?
—Míralo, está escrita la carta en la pizarra —se la señala—. Yo voy a pedir fish and chips, en estos lugares la comida sencilla es lo mejor.
Y es que el problema es que al sastre la comida en general de los lugares con comida inglesa le parece horrenda. Vacila un poco.
—Ehm... No tendrán algo un poco menos...
— ¿Qué?
—Ehm... ¿Británico?
— ¿Menos británico? ¿Qué te pasa ahora con la comida británica?
—Pues es... extraña.
—Claro que no, Fish and Chips para ti también
—Agh, pero es que...
— ¿Queeé? — pregunta con cansancio—. Van a correr sin que hayamos apostado como no te des prisa.
—Vale vale, fish and chips.
Así que cuando el valet se acerca es Arthur quien se ocupa de pedir que le hagan las dos apuestas y que les traigan la comida y una botella de vino blanco.
Francis casi se muere de la tensión cuando el inglés pone su apuesta, tomando sus prismáticos y mirando a Black caviar.
El valet levanta las cejas y hace un comentario de que apuestan muy fuerte. Francis parpadea sin entender.
—Debo decir que en realidad se puede hacer una apuesta menor —se ríe el escritor al ver su cara. Francis levanta las cejas y palidece un poco.
—¿Q-Qué?
—¿Quiere cambiarla? — ofrece el valet.
Francis se sonroja porque ahora cambiarla le haría ver como un pobretón que cuenta el dinero, mira al valet.
— ¿Cambiarla yo? Nah, desde luego que no —hace un pomposo gesto de poca importancia con la mano.
— ¡Así se habla!
Francis se sonroja un poco. Arthur da un par de palmaditas emocionado porque es la vez que más ha apostado nunca y piensa que si gana, con lo que saque tal vez ayude un poco al sastre.
Con esto Francis se olvida de toda la angustia girándose a Arthur y sonriendo, contagiándose de nuevo de la emoción. UN día de portarse verdaderamente como un RICO y no con el dinero de Arthur, sino con el propio.
No olvides agradecer a Holly su beteo y edición.
