—Francis... ¿por qué vamos a comprarle un vestido a tu madre si tú eres sastre? —pregunta Arthur con real curiosidad, los dos subidos en el carro habiendo salido del banco.
—Porque yo soy sastre y no costurera... Y aunque sí podría hacerle uno... Yo no tengo aun la habilidad que tenía papá para bordar.
—Pero debe tener un millón de ellos, seguro ella misma sabe hacerlo también... ¿O es que en casa del herrero cuchillo de palo?
—Nah, papá le cosía... Y ella también lo hace bien. Pero esto es una sorpresa, un vestido de boutique.
—Pero... ¿unas joyas no serían más especiales?
—¡Joyas! —levanta las cejas y es que suelen estar fuera de su alcance.
—Verás... es algo que se hace comúnmente cuando tienes una cantidad de dinero un poco importante. El banco está bien, es seguro y todo eso, pero algunas personas invierten una parte de su capital en joyas. Joyas de calidad que en un momento dado pueden ser revendidas sin haber perdido su valor.
—Maman merece joyas —sonríe un poco emocionándose con la idea.
—Creo que es más sensato que un capricho como un vestido... aunque hay que ir con ojo y saber muy bien lo que se compra porque es fácil engañar al incauto y además te convierten más fácil en blanco de rateros.
—Unos aretes bonitos para ella... O una gargantilla. Se la pondrá solo cuando vaya acompañada, ¡pero se vería espectacular!
Arthur piensa que esas cosas son raras y no acaba de entender muy bien porque una mujer iba a ponerse algo brillante en la cara que apartara la vista de sus ojos y sus labios. Es decir, el lugar en el que uno se perdía mientras escuchaba hablar, pero las mujeres eran así, presumidas y vanidosas y nunca iba a sentirse capaz de entenderlas.
—En realidad creo que a Maman le hará ilusión lo que sea que le lleve —confiesa—, sólo he de elegir algo bonito.
La madre de Francis... era de verdad bastante hermosa a su parecer, aunque su belleza era del tipo academia de arte, una de esas personas que podías pasar horas nada más contemplando. Y él le había dicho a su madre estar enamorado de ella. No parecía una mala coartada teniendo en cuenta como había reaccionado Wallace al verla, era completamente creíble entonces. No entendía aun porque Francis se lo había tomado tan mal.
—Papá alguna vez le llevaba algunas joyas... Pero no era muy común, se sorprenderá.
Y de todos modos, ahora que lo pensaba, ¿cómo iban a hacerlo? Si Francis iba a vivir con él a su casa después de que se anulara la boda con Emily, si es que acaso salía bien todo lo de Patrick con Sesel... bueno, si eso pasaba seguro entonces TODOS lo sabrían. Hasta Vash lo sabía y además seguro Francis quería hacer... esa cosa.
—Un penique por tus pensamientos —pide y el escritor automáticamente es que se sonroja. El francés levanta las cejas—. ¿Eh?
—Yo no... ¡Cállate! —chilla culpablemente.
—¡Pero si no he dicho nada!
—¡Igualmente! ¡Todo es tu culpa!
—¿Perdona? ¡Pero si no hice nada!
—¡Sí lo es!
—¿Por haber hecho qué?
—¡Todo! ¡Meterme ideas en la cabeza!
—¿Ideas buenas o ideas malas? —sonríe.
—¡Malas! —chilla como si acaso no hubiera opción de que las ideas fueran buenas, el francés se ríe.
—Fantástico —decide, tan cínico.
—¿Queeé?
—Me gusta meterte ideas malas en la cabeza —le mira de reojo.
—¿Por qué? —protesta.
—Te hacen falta —se encoge de hombros.
—¡Claro que no! —discute.
—Eres muy inocente.
—¡No es verdad!
—¡Mucho!
—¿Qué tengo de tan inocente? —frunce el ceño.
—Algunas cosas... Aunque admito que no TODAS.
—¡Eso no dice cuáles!
—No en las relativas a los caballos.
—¡En cuáles sí! —protesta.
—No voy a decirte.
—¿Por qué? —pregunta cuando el carro se detiene frente a las puertas de Harrods en Brompton Road, una de las calles más grandes de toda la ciudad.
—Porque luego dices que yo…
—¿Que tú qué? —se baja del carro.
—Que yo no pienso en otras cosas.
—¡Otra vez con eso! —le mira.
—¡No te lo quería decir por eso!
Pone los ojos en blanco, pero sonríe cruzándose de brazos esperando que baje. Francis se acomoda el sombrero, se peina un poco. Y se taaaaaarda un poco en bajar. Cuando lo hace es que Arthur manda al cochero a casa porque no sabe cuánto van a estar en Harrods.
Francis levanta las cejas porque a pesar de que si ha venido aquí algunas veces con su padre, por alguna razón le parece que teniendo bastante dinero en los bolsillos todo es más hermoso. Había una buena cantidad de señoras de sociedad con sus sombreros y sus vestidos encorsetados.
Arthur se acerca a las puertas de madera y cristal con las manijas de latón dorado y las abre esperando al francés.
El almacén se erguía frente a ellos majestuoso y glamoroso, al menos a ojos del francés. Le sigue, distraído con todo lo que hay alrededor, abriendo la boca. Arthur sonríe y le toma del brazo para que salga del medio y deje pasar a una pareja que sale…
—No me digas que nunca habías estado aquí.
—Vine alguna vez con mi padre, pero no con dinero.
— ¿Y a qué viniste?
—A que él hiciera un mandado para... Alguien.
—¿Entonces... Joyas o vestidos? —pregunta sonriendo y negando con la cabeza sin soltarle del brazo.
—Joyas.
—Pues vamos —tira de él para dirigirle al lugar adecuado dentro de la inmensa tienda.
Francis parece niño en juguetería... Otra vez. Pensando que este lugar es absolutamente maravilloso. Como cada cosa que ve.
A Arthur le enamora la forma en la que Francis ve el mundo con absoluto asombro e ilusión, sin casi un solo atisbo de cinismo, parece tan puro como un niño y le hace empatizar y contagiarse del buen humor.
—Me encanta... ¡La gente, lo que venden! Esto es el futuro.
— ¿Qué tiene de futuro?
—Así, un almacén con muchísimas cosas. Es moderno.
— ¿Crees que haya uno así en todas las ciudades grandes?
—Debería toda ciudad tener uno, sí.
— ¿Lo ves? Londres es pionera —sonríe orgulloso el nativo.
—No sé si haya uno en París —responde la infinita competencia de los ciudadanos de ambas ciudades.
— ¿Y a quién le importa? ¿Por qué te sientes tan parisino si vives aquí ahora?
—Porque soy de allá y no puedo negarlo... Aunque agradezco a Londres todo.
—Sólo porque naciste allá, has vivido más tiempo aquí que ahí.
— ¡Qué horror! —se revuelve sin haberlo pensado así nunca.
— ¿¡Cómo que qué horror!? —protesta. Él sonríe.
—No me siento británico... Aunque es probable que ahora lo sea ya.
— ¿Por qué no? —pregunta exagerando todo lo posible su acento—. ¿Es que no te gusta el té, querido?
—Sí que me gusta pero... Buff! Óyete.
— ¿Entonces es la monarquía? ¿La lluvia? ¿Las rosas? ¿El humor? —sigue con el acento.
—Ugh... La esencia pura del inglés. ¡Yo no soy eso!
— ¿Cómo qué no?
—No, yo soy todo un francés con buen gusto.
—Los franceses no tienen buen gusto.
—Sí que lo tenemos. Aunque tú tienes un gusto especialmente exquisito, no voy a negarlo —sonríe aun mirando a todos lados embobadito.
— ¿Eh? —pregunta sin entender cuando llegan a la joyería.
—Te gusto yo... —susurra.
— ¿Q-Qué? —chilla sonrojándose.
—Gusto exquisito —le cierra un ojo y se gira al mostrador de las joyas.
— ¡No es verdad! —vuelve a chillar advirtiendo al joyero, que es un hombre de entrada edad, escuálido y con el pelo canoso. Se les acerca. Francis se ríe bajito disfrutando el que, además, vaya a tener que controlarse para hablar con el joyero.
—Buenas tardes, ¿puedo ayudarles en algo?
—Buscamos unos aretes o una gargantilla —explica Francis.
—Oh, habría jurado que buscaban un anillo de compromiso. Les mostraré lo que tenemos.
—¡No vamos a casarnos! —chilla Arthur malinterpretando. Francis levanta las cejas.
—Ehm... Aquí el caballero tiene cierto temor al compromiso —le intenta justificar.
—¡No es temor! ¡Es que es una aberración!
El hombre saca un cajón con pendientes sin hacer mucho caso. Francis parpadea y le mira de reojo.
—Shhh
—¡No me calles, es verdad! ¡No puedo creer que esté hablando de eso!
—Arthuuur, él creía que íbamos a casarnos... ¡Con alguien más! Como tú con Emily —le susurra.
— ¿Eh? —se detiene y mira al hombre que efectivamente es lo que pensaba y ahora ya ha sacado el cajón, esperándoles mientras piensa que el tipo de las grandes cejas seguro va a quedarse soltero para toda la vida.
Francis le hace un cariño en la espalda. Arthur se aparta corriendo y finge mejor irse a ver las joyas de un escaparate más lejos, demasiado tenso. Pronto, el vendedor descubrirá que Francis es una pesadilla. Va a ver tooooodas las joyas, a probárselas y a darse cuenta de su incapacidad para elegir.
Arthur pasea un rato por los escaparates, observando y es pronto cuando su mente empieza a divagar con la idea que ha dado el joyero, imaginándose como es que sería un anillo de compromiso para él y hasta como podría ser una boda con Francis si acaso pudiera darse sin que nadie acabara desmayándose o considerándolo realmente una afrenta a la naturaleza digna de enfermos.
Una ceremonia oficiada por su hermano, haciéndole algunas bromas para molestarle y hacerle sonrojar, pero nada muy maligno, que hiciera reír y sonrojarse un poco al francés también en esa manera tan graciosa que tenía de hacerlo.
Los dos tomados de la mano y vestidos con sus mejores galas, tal vez con los trajes hechos por Francis… o mejor, yendo con el mejor sastre de París. Dejando a Francis diseñar y gritarle al sastre cuando no hiciera lo que él quiere con bastante precisión, pero sin en realidad hacer nada del trabajo pesado… salvo tal vez pedir de probarle el traje a él solo por jugar como habían estado haciendo y acabar dándose un montón de besos en el probador…
Y luego regañándole porque no debía subir de peso y él yendo a comer chocolates de escondidas mientras el francés le reñiría todo el tiempo muerto de la risa.
Y luego ir los dos al jardín botánico a ver que rosas serían las que pondrían… y Francis acabaría un poco triste porque las que le gustarían seguro serían las más caras y él le haría pensar que no podían permitírselas solo para luego darle la sorpresa de realmente haberlas puesto como él quería.
O ir a las pastelerías a por un pastel y pelear durante horas sobre el sabor del mismo con él negándose en redondo a poner ningún dulce francés solo para hacerlo rabiar a propósito hasta que él decidiera que su madre le probaría que los dulces franceses eran los mejores del universo y les prepararía toda una bandeja enorme para ambos en su casa, así que él, tan listo iría a ponerse las botas de dulces y a pelear con él quizás incluso acabando embarrándole algunos pasteles en la cara y luego lamiéndoselos de todas partes.
Francis le mira de vez en vez, sonriendo y distrayéndose de la tarea de elegir joyas para su madre. Aun así consigue decidir qué es lo que hacer, concluyendo que quizás no vaya a comprarse los zapatos que había soñado a cambio de comprarle aretes y gargantilla a su madre. Le hace un gesto al escritor para que se acerque a dar el visto bueno final.
Él está perdido en sus pensamientos, recordando las cosas que le gustaron de las bodas de sus hermanos para hacerlas similares, juntándolas todas en una sola ceremonia perfecta. Aunque aún no es capaz de decidir si querría algo muy sutil y privado o una gran celebración, acompañado de familiares y amigos alegrándose por él. Hasta que Francis termina por ir por él, llevándoselo del brazo hacia el mostrador.
—¡Miraaaaa! ¡No me haces caso!
El escritor se sonroja MUCHISIMO cuando le saca de sus pensamientos y se deja tirar, tan dócil.
— ¡Mira! —le muestra lo que pretende comprar que es SUPER recargado. Arthur parpadea mirando lo que señala—. Ve, ¿cómo crees que se le vea? —toma la gargantilla y se la pone él al cuello. El escritor Inclina la cabeza, no muy seguro—. ¿No te gusta?
— ¡Pues claro que no! —replica solo que para llevarle la contraria.
— ¡Oh! ¿Pero por qué? —protesta mirándola y considerándola hermosa.
—Es demasiado... —no sabe ni que decir porque en realidad si le gusta—. Grande y brillante.
— ¿Y qué tiene de malo lo grande y brillante?
— ¡Pues que se ve demasiado!
— ¿Tú has visto a mi madre? Ella se ve demasiado aun sin esto encima.
— ¡Pues aún se verá más!
—Muy bien. ¡Vendidos!
— ¡Pero! ¿¡Para qué me preguntas entonces!?
—Para confirmar que son hermosos —se ríe.
—Tonto —protesta poniendo los ojos en blanco.
—Admite que lo son, ya la veras con ellos puestos...
— ¡No!
—Vas a quedarte petrificado.
— ¡Claro que no! —sigue replicando.
— ¿Insinúas que mi madre es fea?
— ¿Q-Qué?
— ¡Me estás diciendo que no vas a quedarte petrificado!
— ¡Pues claro que no!
— ¿Por qué no? ¡Es incongruente! —creo que han olvidado al vendedor.
— ¡Por que no va a pasar!
De hecho el joyero espera pacientemente.
— ¿Por qué no va a pasar?
— ¡Pues es obvio! ¡Yo no me petrifico tan fácil con ninguna mujer! —suelta haciéndose el machito sin pensar en lo que dice realmente. Francis se ríe—. ¡Ni con nadie! —añade al notar que se ríe, sonrojándose muy nervioso y se lleva las manos a la boca con eso—. ¡Sólo con mi prometida!
Francis tiene que luchar para no MORIRSE de la risa con esa declaración. Arthur se le acerca y empieza a darle golpecitos suaves con el puño en el antebrazo para que se calle.
—Vale, vale... ¡Au! —se queja igual, intentando dejar de reír.
—¡Pues ya para de reírte y vámonos!
—Espera, que pago.
—Pues venga —le apremia con unas palmadas.
—¡Ehhh, no me apresures! "Despacio que llevo prisa" —agrega en francés citando a Napoleón.
El británico pone los ojos en blanco. Francis saca el dinero y se lo da al hombre y recibe a cambio una caja muy hermosa de terciopelo con las joyas adquiridas.
—Eres muy, muy pesado. Anda, vamos —sonríe igual.
—Mira que preciosa caja —la admira antes de guardársela en el bolsillo. El escritor le toma del brazo y tira de él. Y se deja arrastrar, claro.
—¿Algo más?
—Mis zapatos, pero ya no me alcanza para los que quiero.
—Tienes más en el banco...
—Ya, ya lo sé... —sonríe, pero había pensado comprarle algo a él.
Arthur se encoge de hombros.
—Puedo... prestarte.
—Arthur, el millonario —le toma del brazo y le aprieta un poco—. Vamos a verlos y si encuentro algo que me guste, decido.
Tony podría recomendarte, Arthur, que salgas CORRIENDO mientras puedas.
—Vamos —responde el ingenuo.
¡Y prepárate, Arthur! A Francis le brillan los ojos cuando se sienta y pide un par de zapatos negros y le traen seis modelos diferentes. Arthur le mira de reojo unos instantes y pronto empieza a írsele la cabeza en sus mundos de fantasía. Es que pueden quedarse ahí a vivir. A VIVIR. Tarde o temprano, el estómago de Arthur protesta
Francis sigue probándose zapatos sin piedad alguna, ahora unos blanco con negro... Aunque los que quería inicialmente fueran negros.
Arthur ha decidido que nunca podrá tener una boda como la que quiere, pero sí podría comprar un par de anillos y darle un al francés, y hacer como si todo eso hubiera pasado aunque sólo lo supieran ellos dos.
Llevárselo a París, así de improvisto sin que él ni sepa a dónde van, hablando con su madre para que ella preparara la maleta y directamente una tarde en vez de llevarlo en carruaje al club, llevarlo a tomar el ferry y luego el tren mientras el francés pasaría toda la tarde emocionado queriendo saber a dónde iban, con una bastante clara sospecha que le haría parecer aún más ilusionado, como siempre… y tal vez una vez allí, después de haber ido a ver algunos museos y algunos atelier, después de tomar el té, mientras paseaban en el atardecer, en algún puente sobre el Sena, hincarse en el suelo y…
Se asusta un poco pensando que hace muy pocos días que se conocen, aunque hayan sido muy intensos y además ya no tienen excusa para verse, puesto que él ha acabado su trabajo de abogado.
Después de un rato, Francis nota claramente que Arthur no tiene el más mínimo interés en ayudarle en las intrincadas labores de elegir zapatos... Aun perdido en sus pensamientos. Sonríe un poco mientras se decide con renuencia por unos (y solo unos) y en cuanto paga y le dan sus zapatos en una caja de madera, tira del inglés, sonriendo.
— ¿Quieres venir a cenar a casa?
— ¿Eh? —vuelve a salir de su fantasía pensando en cómo iba a poder dárselo o qué tipo de alianza podía comprar.
Aprovechando la cercanía debida a la cantidad de gente afuera del almacén, Francis aprovecha para tomarle de la mano y apretarla un poco.
—Que si quieres venir a casa a cenar.
Arthur se suelta, sonrojándose debido a lo que estaba pensando y a que no le ha respondido para abrir la puerta. Francis se ajusta el sombrero para salir a la calle deteniendo su caja de madera con la otra mano. Le sonríe al inglés.
—¿Entonces vienes? —pregunta antes de intentar salir por la puerta.
—Se ha puesto a llover —aprieta los ojos calándose más el sombrero y levantándose el cuello, sin responder.
—Ugh, ya veo. ¡Maldita ciudad! —protesta cubriendo su caja y vacilando un poco para salir porque se le va a mojar la ropa.
—No hay nadie en la calle —saca la cabeza mirando a un lado y otro buscando un taxi y se empapa la cabeza casi automáticamente—. Por eso hay tanta gente dentro.
—No vamos a salir con la lluvia ASÍ.
—¿Y qué hacemos? No hay ni un alma, ni un taxi... —le mira.
—¡Pues no lo sé! ¿Seguir comprando? —bromea.
—¡No! Vamos, solo es un poco de agua...
Francis mira hacia afuera y es que, él en general no es especialmente afecto al agua, mucho menos a la lluvia. Arthur le toma de la mano y tira de él empezando a correr por la calle.
—¡Noo! ¡No! ¡Esta helada además! ¡Arthuuuuur! —protesta intentando resistirse en principio, pero en cuanto salen a la calle corriendo a su lado, joder, ¿que más va a hacer?
El británico se ríe al oírle gritar, aun tirando de él. Y es que grita como una real nena toooooodo el camino mientras corre a su lado. Por algún motivo a la mitad de la calle, Arthur se detiene, empapado de pies a cabeza y aprovechando la inercia que lleva Francis, le besa.
Es un verdadero MILAGRO que no se le caiga la caja. Francis definitivamente no se esperaba ese movimiento. Cierra los ojos y con el corazón acelerado le abraza como puede de la cintura y entonces cae en la cuenta que esto es el beso más romántico que le ha dado nadie nunca, aquí, a la mitad de la calle, arropados y cubiertos por la lluvia.
Ni siquiera sabe por qué lo ha hecho, solo ha sido un impulso por no haber nadie, por estar lloviendo, por todo lo que ha pensado antes... Y si se lo piensa bien, ¿a quién le importa por qué si es el mejor beso que le han dado a Francis en toda su vida?
Porque no le ha besado antes en el hipódromo, porque ha ganado y le ha invitado a cenar y... quién sabe qué más. Francis cierra los ojos y se deja llevar por el cúmulo de sensaciones una tras otra, con el clásico "mariposas en el estómago" al sentir que hacia cientos de años no se besaban y esto, ESTO era lo que más necesitaba en su vida.
Arthur acaba por aplastarle contra la pared, abrazándole del cuello con la mente completamente en blanco. Pero sabiendo que esta ha sido una de las mejores ideas que ha tenido en la vida. Tal vez sentía curiosidad sobre porque en esos libros sobre amor que había leído había tantos en los que describían un beso bajo la lluvia como algo tan increíble que empezaba a ser cliché común de las historias.
Es que me le pasas por encima, Arthur. Como una aplanadora, aunque no lo creas. El francés le abraza con fuerza de la cintura y como tiene los labios ocupados en besarle se dedica simplemente a besarle con todo el corazón, dejando que le lleve y diciéndole sin palabras que le quiere.
Cuando ya están completamente chorreando de agua hasta en la ropa interior, en lo que han parecido un millón de años y nada más un instante, es que Arthur se separa.
—Je t'aime —susurra Francis en francés antes que cualquier otra cosa.
—Y yo —susurra abrazándole sin saber del todo que hacer con ello.
—Esto es... Mojado.
Asiente. Francis se ríe un poquito de extrema felicidad.
—¿Sabes? Tienes razón en una cosa —levanta un dedo y le acaricia la mejilla.
— ¿Qué?
—Esto es mucho mejor que el sexo... —susurra sonriendo. El inglés parpadea y se sonroja sonriendo un poquito.
— ¿L-Lo es?
—Es muy romántico y... Te siento muy mío y muy cerca —asegura sonriendo aún más, cerrando los ojos. El otro se le esconde en el cuello y tiembla porque se está quedando helado. Deben ser un hielo ambos.
—Vamos a... Morirnos de frío. Felices, eso sí.
—Vamos a... algún lugar.
— ¿Mi casa? ¿Tú casa de casado? Necesitamos prender una chimenea.
—Tu... casa está más cerca.
Sonríe un poquito y asiente dándole un beso en la mejilla. Y ya empieza a titiritar también.
—Vamos — el escritor le busca la mano y tira de él volviendo a calarse el sombrero mientras corre. El francés se va corriendo tras él, riendo un poco—. ¡No te rías! ¿De qué te ríes? —protesta Arthur riendo y tirando.
—¡Me río porque estoy muy contento! —se ríe más, apretándole la mano que se le resbala con el agua.
—¡Porque eres un tonto! —se ríe también apretándosela.
—Así me traes, amor mío, así me traes —baja un poco la velocidad porque no tiene muy buena condición física tampoco.
Se sonroja con lo de "amor mío" y al notar que le tira se detiene a ver si es que se le ha caído algo o se ha hecho daño. Él se toca el costado y protesta un poco limpiándose la cara que a pesar del sombrero ya trae mojada. Resopla.
—¿Qué pasa?
—Hemos corrido un montón.
—Nah —se acerca y le pone una mano en la espalda. Francis se le echa un poco encima y penda su caja porque además ha corrido con ella y ahora le pesa. Arthur, Francis es peor que una mujer.
—Franciiiis —protesta.
—Vamos, vamos... Si puedo —voz de DRAMA.
—Me estoy mojando mucho —tira de él.
Y vuelve a correr tras él, no le queda más, y corre y corre hasta que llegan a la sastrería. Y van a tener que quitarse la roooopa.
Entran corriendo, riendo y chorreándolo todo.
—¡Mis telas! —protesta alejando a Arthur de ellas e instándole a que suban por la escalerilla hacia la casa.
—Pero lo mojaremos todoooo —ahora está muerto de risa.
— ¡Pues quítate la ropa, anda! —se ríe contagiado empezando a quitársela él.
— ¡Que tonto eres! Ya lo sé ¡pero igual mira como se ha puesto todo! —se quita su gabardina.
— ¡Pues es tu culpa por sacarme a la lluvia!
—Pues no podíamos quedarnos ahí para siempre —se quita los zapatos y los calcetines, escurriéndolos—. Mira esto —chorrean de agua.
— ¡Pues claro! ¡Mis zapatos!
—Estaban en la caja, seguro que no les ha pasado nada —se desabrocha la corbata y el chaleco, colgando la ropa de una silla.
— ¡Los que traigo puestos! —saca además la cajita de terciopelo de su bolsillo
Cuando va a quitarse la camisa el inglés se sonroja un poco y se detiene.
— ¿Me prestas algo de ropa?
— ¿Algo de ropa? —pregunta quitándose los pantalones.
—Pues... ropa seca —y se le van los ojos a sus piernas.
—Ahora que vayamos al cuarto —indica sin notarlo.
— ¿Al... cuarto? —pregunta porque tiene hambre y tenía esperanza de acurrucarse frente a la chimenea.
—Ahora que me seque un poco voy por ello porque voy a mojarlo todo. ¿Me ayudas a prender la chimenea?
—Sí —se acerca, temblando, porque la ropa esta fría y se le pega al cuerpo.
El francés sigue quitándose ropa hasta quedarse del todo desnudo. Arthur se tapa la cara y le da la espalda al notarlo, concentrándose en la chimenea. Francis se le acerca por la espalda después de dejar su caja y la cajita de terciopelo en la mesa de la sala.
— ¿Te ayudo a algo?
—Tienes la... —se gira a mirarle y al notar que sigue desnudo vuelve a taparse los ojos y a girarse—. ¡Cúbrete!
— ¿Ehh? —se cubre un poquito.
— ¡Con ropa! —protesta al notar lo que hace cuando le mira entre los dedos.
—Ahora que me seque.
— ¡Pues ve por una toalla!
—Vale, vaaaale —va a buscar un par de toallas para que se sequen, contoneando las caderas. Pensando otra vez que es muy bonito tenerle aquí y que estén tan cercanos y felices. Sonríe cuando vuelve con la toalla en las manos.
Arthur le mira de reojo entre los dedos hasta que desaparece por la puerta. Cuando se vuelve a la chimenea ya está prendida, casi como por arte de magia.
Francis levanta las cejas algo impresionado de que el fuego este tan avivado ya cuando regresa. Arthur toma la toalla y se seca la cabeza con ella. Francis se envuelve con la suya y le sonríe. Y quiero decir que no se cubre la zona en cuestión.
Cuando Arthur va a quitarse la camisa, le mira. Francis le sonríe.
— ¿Qué pasa? —pregunta peinándole un poco.
Él se sonroja y le da la espalda para quitársela, secándose el pecho y los brazos. El galo le pasa un dedo por la espalda. Y da un respingo y se tropieza, cayéndose al suelo.
— ¡Ehh! ¡Arthuuuur! —se ríe un poco agachándose a ver si está bien.
Arthur se tapa corriendo con la toalla, envolviéndose y mirándole con cara de susto. El sastre acomoda su toalla de manera que se pueda sentar sobre ella y se sienta en el piso a su lado.
— ¡Tápate! Y me has dicho que me prestarías ropa —lloriquea un poco echándose atrás.
—Sí, ahora te presto —se cubre la zona en cuestión AL FIN —. Ven, vamos a calentarnos al fuego un poco.
— ¡No me voy a quitar mi ropa si no tengo ropa seca!
— ¡Hombreeee, está bien! Voy por algo de ropa seca.
Respira calmándose un poco con eso. El sastre extiende la mano hacia él para hacerle un cariño y esconde la cabeza debajo de la toalla. Le hace un cariño a la toalla, sonriendo.
—Eres muy mono.
Se hace bolita escondiéndose debajo. Todo él.
—Y me gustas —se levanta dándole un beso en la cabeza debajo de la toalla.
— ¡Tonto! —susurra removiéndose para espiarle.
Le debe ver irse a su cuarto con la toalla puesta justo de manera en que no le tapa realmente nada de lo que debería, pero se ve muy sexy. Se sonroja de muerte debajo de la toalla, mirándole solo con un ojito pero de nuevo sin quitarle la vista hasta que desaparece. Luego, muy turbadamente, se quita los pantalones y se seca las piernas... sin quitarse los interiores.
Francis regresa en calzoncillos, titiritando de frío, considerablemente más peinado y con unos calzoncillos y una camisa delgada blanca para el escritor. Que se cubre otra vez del todo cuando le oye volver.
— ¡Oh! Te has quitado los pantalones —señala levantando las cejas, notándolos extendidos a un lado suyo.
—Sí —tiende la mano para que le pase la ropa seca.
Le da la camisa y sonríe de lado quedándose los calzoncillos, sentándose al fuego. Arthur se la pone y con toda su inocencia, se siente más tranquilo, así que se ata la toalla a la cintura y se baja sus calzones mojados hasta los pies. Quitándoselos sin que se le vea nada. Tiende la mano para que le pase los secos. Francis niega con la cabeza
—Estos tienen precio.
— ¿Q-Qué?
Sonríe. Él se sonroja y aprieta un poco con el puño las puntas de la toalla con las que la sujeta, pensando que si ahora tira de ella le va a ver todo. Francis sonríe aún más.
— ¿Que vas a hacer para ganártelos?
— ¿Q-Qué? ¿Qué... qué?
Le cierra un ojo. El escritor se sonroja más y le da la espalda.
— ¿Qué es lo que valen?
—Son unos calzoncillos muy valiosos cosidos a mano por el mejor sastre en Londres.
—¿Crees que no puedo pagarlos? — ojos en blanco—. Ni siquiera son nuevos.
—Sí, creo que puedes pagarlos si te esfuerzas un poco —se los pone arriba de los suyos.
Levanta las cejas y le mira con la boca abierta como un pez al notar lo que hace. Aprieta más fuerte su toalla.
— ¡Pues dime cuanto!
—Si me los quitas puedes quedártelos...
— ¿Q-Qué? ¡Necesito ambas manos para hacer eso! —de igual modo se sonroja al pensar en quitarle los dos que lleva.
—No en realidad... Podrías hacerlo con la boca —sonríe.
— ¿C-C-Cómo?
— ¿Con los dientes? No lo sé, creo que puedes ingeniártelas.
—P-pero... — se acerca un paso porque piensa en sus hermanos y no considera ni por un momento que Francis vaya a DEJARSE quitar la prenda.
Francis, temblando un poco menos con la cercanía al fuego, levanta los brazos y se pone en una postura sexy echando la cadera de lado hacia el inglés para invitarle a que lo haga.
Éste parpadea y aprieta más fuerte la toalla pensando que se ve estúpidamente bien, las estatuas de mitología. Luego considera que esto no puede ser tan fácil, seguro hay una trampa y un gusanillo en su mente sigue gritándole lo genial que sería si le quitara los DOS a la vez y lo dejaba completamente desnudo. Francis le sonríe un poquito.
—Anda, vamos... Es muy fácil ganárselo así.
Levanta la mano libre temblorosa y se la pone en la cintura. Le mira a los ojos. El francés se muerde el labio y no se crean que no le emociona la idea.
Arthur no entiende porque es que no se aparta cuando le toca, quizás aún no cree que sea capaz de hacerlo, le acaricia hasta meter la mano por el borde de las prendas, esperando, ahora sí, que se retire.
A Francis se le pone la piel de gallina, pero antes muerto que quitarse.
Se le acelera un poco el corazón y se humedece los labios respirando pesadamente al notar la reacción. Francis traga saliva y le mira a los ojos. Le sostiene la mirada con intensidad en uno de esos momentos en los que parece que salten chispas eléctricas. Y es que desea, mucho, MUCHO, que le toques y te muevas y le quieras aún más, y debe notársele a leguas.
Arthur se sonroja un poco y muy, muy lentamente mete más los dedos por el borde de la tela, haciéndolo resbalar, acariciándole la piel, sin apartar la mirada.
El sastre tiene un escalofrío, pero no se quita ni protesta, simplemente traga saliva y tiembla un poquito con el corazón acelerado. Ah, y hace una caída de ojos. Haciendo que el otro se tense y se sonroje más con eso, deteniendo la mano, que además nota sudaaada por los nervios y helada a la vez.
Da un micro pasito hacia él. Arthur entreabre los labios porque quisiera que le besara ahora mismo, sin apartar la mirada ni moverse, sintiéndose torpe ante el hombre más imponente y perfecto de la madre naturaleza.
El francés da otro pasito hacia él y le mira los labios y piensa que si, estaban en la negociación de los calzoncillos y todo eso, pero a quien le importa en realidad. Casi como si le leyera la mente, se acerca un poco más a él y le besa los labios con fuerza.
El inglés hasta suelta su toalla para abrazarle con las dos manos. Francis ni siquiera piensa en eso, abrazándole de vuelta y empujándole hacia el sillón. Arthur se deja caer tirando de él para que se le caiga encima.
Y pues ahí va encima del todo, acostándose sobre él y empapándole la cara otra vez con el pelo que aún tiene bastante mojado. Ni se entera, con los ojos cerrados. Arthur tampoco demasiado en general, par de adolescentes calenturientos.
¡No olvides agradecer a Holly el beto y la edición!
