.
"Roomies"
Por:
Kay CherryBlossom
.
(POV Serena)
8. Boda
.
Es en momentos como este, en los que siento que verdaderamente tengo defectuoso mi cromosoma X. Cualquier chica amaría ir de compras a adquirir un vestido de fiesta. Y para más inri, cualquier chica normal amaría ir de compras con su mejor amiga a comprar un vestido de fiesta e ir a una boda con un chico guapo.
Entonces, bajo ésa lógica, no soy normal. Porque aquí estoy yo, Serena Tsukino en el probador de Munet's, queriéndome dar un balazo porque no me queda nada bien ni quiero salir, porque Mina no deja de lanzarme prenditas que no van para nada conmigo y porque ni me gusta mi cuerpo y además estoy muy nerviosa. Quiero irme, ponerme mi pijama de agujeros y bloquearme con películas todo el fin de semana, pero no puedo. Suspiro y miro mi reloj de pulsera. Tenemos exactamente tres horas dando vueltas por las tiendas y ha sido un calvario.
Me echo un último vistazo al espejo y saco la lengua en un gesto infantil de desagrado. Mina me ha obligado a ponerme un traje largo de satén en verde "helecho". Parezco una vara de apio. Rectilínea, desgarbada y muy, muy ecológica.
Unos golpes autoritarios cimbran la puerta de mimbre y yo pongo los ojos en blanco, aprovechando que no puede verme.
—Vamos, Sere... no puede ser tan malo —me dice Mina de mala gana. Sé que está también mosqueada. Pero por gusto suyo, yo no le pedí que me acompañara, aunque aún así se lo agradezco. Sola habría tirado la toalla desde la primera tienda.
—Ya voy —le respondo cansina —, ¿estás segura que no hay nada mejor?
—Sólo déjame verte... por favor —me pide, pero suena como una demanda. Mina es muy mandona, aunque suele tenerme muchísima paciencia, las horas caminando sobre sus plataformas ya le están cobrando factura.
Salgo a regañadientes y ella sonríe ampliamente.
—¡Está perfecto!
—Oh, por favor —le ruego que no me mienta.
Ella tira otra montaña de vestidos en el sofá del probador, y pone ambas manos sobre las caderas, mirándome evaluativamente.
—De acuerdo, quizá no resalta tu figura...
¿De qué figura hablará?
Me quedo callada y ella continúa:
—Pero ya hablamos de ésto... tienes que experimentar con tu estilo. No, no tiene nada de malo el tuyo —se apura a corregirse antes que le reclame —, pero te sorprenderías si agregas algo de color a tu vida...
—¿Color vómito de la niña de El Exorcista? —sugiero atormentada. Mirándome en el espejo grande y bajo las luces me veo aún peor.
Mina se ríe.
—De acuerdo señorita Positiva, ¿qué tienes en mente entonces? No, no puede ser negro, ni de abuela, ni de niña de coro de iglesia —me recuerda apenas abro la boca.
Tuerzo los labios.
—Tus condiciones son limitantes —me quejo, hondeando la falda.
Para empezar, no quería usar nada voluminoso, pero sí largo. Quería asegurar mi supervivencia con unos zapatos bajos y que no se noten, pero a la vez siento que terminaré enredándome en la tela e igual caería de boca o de nalgas al suelo. Aún así, creo que es menos arriesgado que llevar tacones...
Mis ojos vuelan hasta la montaña de ropa, esperando encontrar un milagro, pero todo es demasiado principesco o extravagante. No me gusta.
—Mina, todo esto se te vería genial a ti, pero yo... no estoy segura que compagine con esto —insisto por última vez. Quizá si lloro un poco, se compadezca de mí y me deje usar mi mejor falda con una blusa nueva.
Ella eleva una ceja al cielo y menea la cabeza. No le gusta que las cosas no se hagan a su modo, pero sorprendentemente se flexibiliza:
—De acuerdo, buscaré algo más... sobrio.
Sobrio en su lenguaje es aburrido.
—¡Mira esto! —ahí olvidado, veo un lindísimo vestido que alguien decidió no llevar. Es una pieza de tela con encaje sobrepuesto en color durazno que se abrocha del cuello en un moño de cintas que parecen seda. Me fascina.
—Amiga, es un vestido de cóctel —rezonga Mina pateando el piso, como si hiciera una rabieta.
—¿Y qué?
—Ya te expliqué el protocolo. Es un vestido bonito, pero la invitación dice de gala... ésas tarántulas van a tragarte viva si te lo llevas.
Me enfado.
—Siempre me tragan viva igual, Mina. Mi vestido no hará la diferencia —rebato.
Ella suspira.
—En éso tienes razón. Pero si llevas falda corta, tendrás que usar tacones... no tienes opción —se encoge de hombros.
—De acuerdo, usaré los benditos tacones.
Ella da brinquitos de felicidad por todos lados. Los zapatos son su delirio.
Gracias al cielo, no es taaan complicado como la parte del atuendo. Para las cinco de la tarde tenemos unos zapatos de tiras muy elegantes y con un tacón prudente a mi torpeza, pero estamos llenas de ampollas en los pies y muertas de hambre; así que vamos a comer a una cafetería del centro comercial. Yo soy de ésas personas que cuando come ni conoce, pero Mina habla hasta por los codos como de costumbre, y me da un sablazo con una pregunta que pensé podría librar hoy.
—Entonces, ¿irás sola a la boda?
Toso ruidosamente, y ella lo detecta enseguida. Sorbe de su pajilla la limonada con sospecha.
—Iré con Seiya —murmuro imperceptiblemente.
—¿Quién?
Cierro los ojos con vergüenza, y siento como me ruborizo.
—Con Seiya —digo clara y pausadamente.
Ella abre la boca atónita.
—¡Lo invitaste!
—Él se ofreció.
—¿Por qué? —casi me grita. Su incredulidad me ofende, aunque no sé por qué. Será cosa de la inseguridad, o de mi pobre ego de que ya no me ha vuelto a tocar. No sé.
—¿Por qué no? —le devuelvo.
Mina parece atropellarse en su propia deducción.
—Pues... dijiste que ustedes... ¡Serena Tsukino! ¿Estás de novia con Seiya Kou y no me lo dijiste? —me dice como si fuera un improperio.
El corazón me da un brinco al planteármelo, pero la alegría dura poco. La triste y decepcionante realidad es que me está haciendo un favor.
—No. Tú misma dijiste que él no quería novias, ¿no es así? Es... —suelto el tenedor con ansiedad, no sé qué decirle —. No tiene nada de raro. Es mi amigo, ¿sabes?
Ella arquea sus rubias cejas.
—Pues qué amigo tan amable tienes —dice recelosa.
—¿No crees que alguien además de ti pueda serlo?
Vuelvo a agarrar a Mina en curva y se incomoda. Bien, he aprendido que la psicología inversa funciona para callar a mi cotorra y juiciosa amiga.
—No he dicho eso —dice bajando la vista y trinchando su ensalada.
—Pero lo piensas, ¿eh?
—¡No, tampoco! De hecho... creo que puede resultar muy conveniente que vayan juntos —sonríe maliciosa —. ¿Sabes qué creo? Deberías presentarlo como tu novio. ¡Ay, quisiera ver la cara de ésas tipejas! Lástima que no voy...
Aunque fantaseo con la idea placenteros segundos, la descarto. Eso sería una maniobra astuta, pero mentira al fin y al cabo. Y eventualmente, tendría que dar razón de que ése chico misterioso que fue a la boda de tía Kaolinet no volvió para otro cumpleaños ni Año nuevo... y no quiero lidiar con otra ruptura ante mi familia, por muy falsa que sea. No son nada empáticos.
Cuando terminé con Darien, fue insoportable. No pude deprimirme con libertad porque mamá no dejaba de atosigarme con el tema a cada rato, con que hablara con él, que lo pensara, que, en palabras suyas nuevamente, "jamás encontraría a otro como él". Claro, ¿qué podría esperarse ésta rubiecita mentecata? ¿Qué tenía derecho a ser respetada? ¿A no ser engañada? ¿A no ser manipulada? Eso no importaba. Importaba el estatus, la familia, la apariencia. Él era un abogado prestigioso, de buen apellido y educado que no se merecía a ésta fachosa.
Eso era todo. ¿Qué importaba yo, al fin y al cabo?
Te amo mamá, pero a veces siento una verdadera punzada de odio hacia ti. Y creo que también hacia mí, por no poder haberte frenado a tiempo. Finalmente, el abusivo llega hasta que el cobarde lo permite.
La única que me apoyó fue Mina. Limpió cada lágrima y cada moco, escuchó cada queja patética y dolorosa y proveyó cada litro de helado de chocolate que engullí con desesperación. Lo malo, es que Mina es una chica tan fuerte (o eso parece) que en pocos días ya estaba ansiosa porque volviera a ser la misma, y empezó a arrastrarme a sus fiestas y aplicarme eso del clavo que saca otro clavo. Yo no podía. Sabía que después de Darien y la manera que me había tratado, hacerme sentir culpable e inferior y poco merecedora de su afecto, quizá nadie me querría, y eso me mataba...
Sencillamente no quería darle la razón a mamá, pero los hechos apuntaban a que sí.
Ay, y yo creía que éso ya era prueba 100% superada. Y si duele, es porque al parecer Darien no es página pasada. Y eso me molestaba, me enrabiaba... porque no lo valía, pero no sabía como pasar el bache.
La Serena erótica me da un zape en la cabeza. Me recuerda a Diamante y que no soy gris ni descartable para todo el mundo. No ha dejado de enviarme mensajes sutiles de cortejo. Me pongo roja y sin querer sonrío al re-leerlos. Bueno, la vida cambia, es cierto. Supongo que debería ser más optimista.
Antes de irme a dormir, le respondo deseándole un recatado «Buenas noches» acompañado de una inofensiva carita feliz. Él es muy ingenioso y coqueto en sus textos, y siempre me hace reír. No tanto como Seiya, claro...
Agh... me fastidia que siempre asome la cabeza en mi mente.
Me cubro con el edredón y le echo un vistazo de culpabilidad a la pared continua, donde sé que él ya está durmiendo. Me siento algo culpable, como si estuviera engañándolo, pero es ridículo. Maldita educación sexista. Si yo fuera hombre, no tendría este problema. Seiya ya me dio puerta, no quiere que sea su novia. El príncipe Diamante, en cambio, denota un interés y ofrece algo que muy pocas rechazarían. Las tontas.
Y no me caracterizo por ser muy brillante así que... debo ponerme las pilas.
Imagino su rostro y la última (y única) vez que salimos. Sí, no puedo negar que me gusta. Es como rechazar el chocolate. Ilógico. A todo mundo le gusta. A cualquier chica le gustaría Diamante, pero... ¡ay, tengo muchas dudas!
Sacudo la cabeza e instintivamente, miro el vestido colgado en el perchero de mi puerta, todavía en su plástico. Sonrío y las tripas me crujen. No temo que sea mañana, porque sé que con Seiya a mi lado, nada malo me va a pasar.
Después de las cinco de la mañana, no pude dormir más. Malditos nervios. Maldita boda… maldita vida…
Cuando me canso de dar vueltas a lo imbécil, me levanto y me pongo a hacer el desayuno. La boda es después del mediodía, así que desayunar no parece disparatado. Además, quiero agradecerle a Seiya lo que está haciendo por mí. No se lo digo, por supuesto. Finjo que salí a correr. Él por supuesto no me cree, pero acepta la comida igual que si fuera un pobre indigente. Yo casi no tengo hambre, pero me tomo dos espressos que me dejan temblorosa, pero bien despierta.
Al igual que el resto de los circuitos diferidos de mi organismo femenino, tampoco soy de las que se tarda horas en arreglarse. Me doy un baño rápido, me pongo crema y me cepillo las coletas. Apenas en minutos me enfundo en el suave vestido que compré, me pongo algo del único perfume que tengo y estoy lista. Ojalá supiera maquillarme bien, así estas ojeras no me harían ver como mapache cafeinómano.
Trato de cubrirlas lo mejor que puedo con polvo compacto y luego me calzo los zapatos. Después, me voy a la encimera de la cocina a esperar a Seiya, que contrario a mí, tarda siglos en salir. ¿A dónde cree que va? ¿A tomar la banda presidencial de Japón? Me aburro como ostra mirando la tele hasta que por fin, sale de su cuarto y no puedo evitar suspirar, observándolo y admirando la vista. Lleva un traje impecable azul oscuro y una camisa tan clara que parece blanca, pero sigue siendo azul. Como buen rebelde, omite la corbata, pero ni falta que le hace. Está alucinantemente bueno. Él me lanza una mirada y luego mira mi vestido, creo que inquieto, y se queda inmóvil. Pestañea y lentamente me esboza una sonrisa indolente y pícara que me deja sin palabras y me sacude por dentro. ¡Le gusta! Me pongo de pie disimuladamente, cojo el bolsito y hago un enorme (titánico) esfuerzo para no morderme el labio cínicamente. Consciente de que yo, Serena Tsukino, la reina de Estupidilandia, llevo tacones…
Seiya silba cuando entramos al hall del hotel y los mozos nos retiran los abrigos. No esperaba menos de mi tía la caza-fortunas. Han rentado todo el salón de uno de los hoteles más lujosos de Tokio, y todo está obscenamente elegante.
—Cálmate, Bombón —me espeta Seiya a mi lado. Porque no dejo de mover las rodillas —. Sólo eres una invitada más. ¿Qué vas a hacer en tu boda? ¿Ir en camilla?
—Cállate, yo no me voy a casar.
Vemos pasar dos tipos vestidos ostentosamente y nos miran de reojo, luego se cuchichean algo. No sé qué critiquen, pero deben tener material. Quizá mi peinado, o el de él, o a saber… esta gente tiene mil temas.
Seiya suspira y me dice:
—Bueno, si me disculpas… si voy a soportar esta mierda necesito un trago.
—Alcohólico.
—Apretada.
Se va caminando hacia la barra que está repleta de copas de champagne y yo sonrío. De alguna forma, el humor negro se ha vuelto parte de nuestra convivencia diaria y me gusta, porque le quita seriedad y solemnidad al asunto. Es como una dosis de aire fresco debajo del subsuelo.
Antes de ubicar mi mesa y de buscar con los ojos a alguien de mi familia o lo que sea, ya tengo a Mimet y Tellu caminando hacia mí, ambas vestidas en prendas de diseñador seguramente, aunque los colores son chillones y les resaltan sus grotescas facciones. Qué feas están.
Estoy segura que han estado pendientes esperando mi llegada. Sonríen como de costumbre, preparando sus mejores insultos.
Tomo aire.
—¡Oh no, prima! —se acongoja falsamente Mimet mirando mi atuendo —¿qué no te dijeron? El evento era de gala formal. Ése vestido no es apropiado.
—Ella no sabe. Es que en las escuelas públicas no enseñan eso, Tellu —le sigue la otra la corriente como siempre —. Allí te enseñan a lo mucho a ser secretaria, o cajera de supermercado…
Mi madre fue cajera e supermercado muchos años. Siento como se me sube el rubor al rostro y...
—Lo sabíamos —interrumpe una voz precisa, y me llega a la nariz el olor a Paco Rabanne que me calma de inmediato, casi al tiempo que percibo una mano en mi espalda —, pero le dije a Bombón que teniendo tan lindas piernas, sería una verdadera pena que las ocultase tras tanta tela. ¿No están de acuerdo?
Y así, les sonríe con todos sus dientes. Y mis primas están tiesas e inmóviles como estatuas de piedra. Seiya le da un trago largo a su champán, como si les diera oportunidad de recobrarse. Debe estar acostumbrado a que las mujeres actúen así con él. Mis primas están demasiado impactadas con él, y con lo que ha dicho y hecho. Bueno, no las culpo tanto… conozco el efecto Seiya.
Quiero reírme con ganas, pero me aguanto mirándome los zapatos nude.
—¡Qué modales los míos! —replica él haciéndose el olvidadizo, y dejando la copita en una mesa de por ahí —. Seiya Kou.
Les extiende una mano para presentarse y ambas, tras captar que pueden de verdad tocarlo, se manotean entre ellas desesperadas por tomarla primero, mientras lo devoran con ojos de extremo deseo carnal.
Como sólo balbucean, Seiya no desperdicia su momento diciendo:
—Y ustedes deben ser Anastasia y Griselda… me han hablado mucho de ustedes.
Ambas parpadean confusas. No pueden procesar tantas cosas al mismo tiempo, el insulto, la presencia de Seiya y la presencia de Seiya conmigo, como su cita a la boda. Su sonrisa socarrona las confunde y terminan noqueadas, enredándose en su propia lengua y diciendo sandeces sin sentido. Yo me giro disimuladamente sobre mi hombro y reprimo otra risa. La Serena erótica da una pirueta y recuerda que éste hermoso ejemplar ya ha estado desnudo encima de mí en una cama, y enseguida me pongo roja y sacudo la cabeza. Prometí no volver a pensar en eso, pero es re difícil...
—Si nos disculpan señoritas… tenemos que ir a nuestra mesa —interrumpe ceremoniosamente y me dirige lejos de ellas, sin despegar la mano de mi espalda.
Aún sin mirar, sé que nos observan con la boca abierta.
Admito que Seiya es muy gracioso cuando su burlesca y cabrona forma de ser es dirigida hacia otros y no a mí, y al fin puedo reírme con libertad. Él no parece contrariado por nada del exigente ambiente. Saluda o habla con quien quiere, muy seguro de sí mismo y de su lugar en el mundo. No sé anda con tonterías. A mí me impresiona. Quisiera ser como él.
Las siguientes dos horas son una serie de agregados aburridos y normales. Los novios entran y reciben las felicitaciones de todos. Yo me hago la que debo ir al baño cuando me toca. No quiero abrazar a tía Kaolinete ni que me pregunte nada de Seiya. Hacen el primer (irónico) baile y hacen el brindis. No puedo evitar comparar esta boda con la de Mina. Éramos muy pocos, pero todo el mundo estaba realmente feliz y relajado. Se podía oler el amor en las flores, en la gente… esto es… bueno, no sé cómo llamarlo, pero me parece triste y patético. Y créanme, no es la envidia la que habla por mí, es la moral.
Esquivo a mi primo el mañoso, mi tía la religiosa y mi abuelo paterno. Al último sí lo quiero, pero siempre tiene un aliento fétido que sería capaz de dejarme inconsciente en el suelo, así que me limito a saludarlo de lejos con la mano y luego finjo que un invitado imaginario me llama.
No todo ha estado tan mal, Seiya le ha dado tal golpe fatal a las Esperpentas que dudo que vuelvan a molestarme, al menos por esta noche. La cena estuvo riquísima y no me he caído en ninguna parte.
Contenta, me sirvo un plato con frutilla y luego la sumerjo en la fuente de chocolate hasta que no parece frutilla. Mientras me empaco una fresa que se me deshace en la boca como un manjar y me siento en mi lugar, me atraganto. Seiya está sentado al lado de mis padres, charlando como si fueran amigos de toda la vida.
Prácticamente corro hasta ahí, para detener lo que sea que esté sucediendo, pero mamá sólo me mira con gran felicidad y me invita a que me siente. Yo la obedezco y me olvido del postre. Hasta se me ha ido el hambre.
—¡Mi amor, por qué no me dijiste que habías venido acompañada! —corea en un retintín —. Este joven encantador dice que es tu roomie y viven juntos desde hace tres meses.
Le echo a Seiya ojos de asesina y él se encoge de hombros.
—Yo…
—Le decía a tu mamá, Bombón, que puede ir a visitarnos cuando quiera. Ya sabes, para que cenemos algo decente de vez en cuando —sonríe.
—¿Ah… sí? —repito amenazadoramente. A Seiya no le afecta, o se hace el idiota.
Le voy más a lo segundo.
—Seiya ya me contó todo —dice mamá de modo fresco. ¿Qué diablos? ¿Todo? —. Que vergüenza que tenga que enterarme por otros y no por mi propia hija. ¡Eso no es justo, jovencita?
Tomo una larga bocanada de aire.
—Mamá, sí te conté. Y te pusiste como loca…
Ella me mira de modo escandaloso.
—¡Pamplinas! ¿Cómo me voy a poner loca si este lindo joven te cuida y te trata tan bien? Dice que siempre lava los platos. Serena Tsukino, me parece que estás abusando de su buena fe. Mira que nunca lavarlos tú y dejarle todo el trabajo… ¡Igual que en casa, una fodonguita mi nena!
Y así, nomás. Se le olvidaron las drogas, los músicos promiscuos y las virtudes de Darien. ¿Quién la entenderá? Yo no.
Seiya aprieta los labios, porque parece a punto de echar una carcajada. Yo me pongo roja y contengo las ganas de darle una patada en las pelotas. ¡Será cabrón! Le conté mis problemas con mi madre y se aprovecha de eso.
Como se da cuenta que estoy a punto de echar espuma por la boca, Seiya narra con dramatismo:
—De hecho, señora Tsukino, lo hago con mucho gusto. Como le dije, mis padres murieron hace años y yo tuve que cuidar de mi hermano. No es demasiado joven, pero alguien tenía que llevar la casa, mantener el orden y la estabilidad para que todo estuviera bien… así que estoy acostumbrado. Me agrada hacerlo, no se preocupe.
¡Mentira, siempre compras desechables cuando no te veo y compras calcetines nuevos para no tener que lavarlos! ¡Mentiroso, embustero!
—Qué adorable —suspira mamá llevándose las manos al pecho. Yo pongo los ojos en blanco —. Estaba preocupada por esta niña, como verás es algo desastroza, pero ahora que sé que vive contigo… me quedo mucho más tranquila. Qué joven tan decente y encantador conseguiste, corazón.
—Seh, es… un ángel —siseo mirándolo con rencor, y me meto una fresa enorme a la boca. Al menos el chocolate es delicioso.
—Pero confío en que se porten bien, eh —lo reprende de modo dulzón ¡¿Por qué no emplea ése tono conmigo?! —. Sigo sin estar de acuerdo con que mi hija viva con un hombre en pecado.
Seiya sonríe perversamente.
—Le aseguro que no le pondría una sola mano encima.
Empiezo a toser la fruta y atragantarme. Mamá se distrae con la conversación de la mesa vecina y Seiya me da unos golpecitos en la espalda. Una vez que se me pasa, él me recibe con otra sonrisa de aires burlescos.
—Ven acá —le digo tomándolo de la mano.
Lo arrastro lejos, a un área de salas de estar y cerca de los baños. No hay nadie ahí.
—¿Se puede saber qué mierda fue eso?
Se hace el loco.
—¿Qué?
—¿Ahora le mientes a mi madre?
Él pestañea con inocencia.
—No le he mentido. Es verdad que yo lavo tu parte de los platos y que soy un tipo responsable. Sólo estás celosa de que que tenga una vibra más cool y todos me adoren de inmediato y a ti no, Bombón.
Le doy un manotazo en el hombro.
—Ajá, ¿y eso de que no me has puesto una mano encima?
Seiya se inclina hacia mí y muestra sus palmas, ondeando sus dedos traviesamente.
—No te he puesto una sola… si no las dos. Y si tuviera más, te las pondría todas encima.
Las dirige a mi cintura y me aprieta, haciéndome cosquillas y que termine riendo aunque no quiera.
—¡Suéltame, baboso! No más convivencia familiar, ¿de acuerdo?
—¿Por qué no?
—No quiero que se encariñen contigo. Esto fue… un trámite, no quiero lidiar con preguntas incómodas sobre el chico cool que lava los platos. ¿Entiendes?
Seiya suspira con tristeza.
—Es una pena.
—¿Por qué? —ahora soy yo la perdida.
—Tu hermano me cayó bien, hablamos de videojuegos. Y tu padre, aunque tiene un trabajo aburridísimo, es un hombre inteligente y disfruté de su conversación. Se preocupa mucho por ti. Tus primas son un grano en el culo, me preguntaron al menos diez veces qué somos tú y yo.
—¿Y qué les dijiste? —pregunto temerosa.
—Que es un secreto.
—¿Por qué?
—Bombón, la duda es para los cotillas como el insecticida para los mosquitos. Los matas con eso.
Me río sacudiendo la cabeza.
—Eres muy…
Listo. Ingenioso. Genial. Él espera. Sabe que le voy a dar un cumplido y lo disfruta sin disimularlo.
—… astuto —le digo con cuidado. Seiya se echa las manos a los bolsillos y mira hacia las mesas, como no conforme con mi respuesta.
— Tu madre también es algo pesada, no me malentiendas, de algún lado lo debiste sacar y ya sé de dónde… pero aún así es algo tierna.
Me revuelvo en mi lugar, incómoda.
—No quiero que se preocupe por mí, quiero que me deje tomar mis decisiones.
—Y ya lo hizo, gracias a mí.
Arqueo una ceja. Seiya hace un gesto de arrogancia.
—Querías que dejaran de meterse en tu vida, ¿no? Por eso les solté ése cuento, para apaciguarla. Ahora tu madre sabe que vives bien y no andas en malos pasos o la mierda que estuviera pensando y tomará distancia. ¿No era lo que querías?
Tras asimilarlo detenidamente, estoy pletórica y sin aliento.
—Seiya Kou, ¡eres un sociópata!
—Qué va, sólo soy más hábil que tú.
Seiya me dedica una sonrisa de oreja a oreja, deslumbrante y natural. Siento un profundo agradecimiento por él, por todo lo que ha hecho, pero no sé como decírselo sin caer en la peligrosa trampa. La Serena erótica bosteza y se echa una siesta, malhumorada. Mi subconsciente, en cambio, me evalúa con unos anteojos de psicóloga y me felicita.
¿Es que algún día se podrían poner de acuerdo?
—Gracias —le digo, tratando de quedarme en terreno neutral.
Entonces nuestros ojos se encuentran, y quisiera apartar mi mirada de la suya, tan inextricable, pero no puedo. Lo tengo cerca, muy cerca… y no hay nadie aquí. Algo dentro de mí se retuerce, se frustra y se impacienta, y sé lo que es.
—Seiya…
Él no deja de mirarme.
—¿Y si no quisiera… que cumplieses la promesa que le hiciste a mamá?
—¿Quieres lavar los platos?
—No… mmm, lo otro.
Me lanza una mirada intensa. Oh, Dios… me ha entendido.
Pasan los segundos.
—¿Quieres…?
Asiento, con la boca seca, con el corazón desbocado y como si se me fuera a salir del pecho. El salón está escandaloso de música, pero no oigo nada. Sólo oigo mis latidos aguardando por él.
Se inclina hacia mí con una expresión lasciva.
—¿Aquí?
Abro los ojos como platos y vuelvo a tragar saliva, aunque siento la boca como llena de arcilla.
—Bueno, no…
—Porque eso no me detendría —me dice en una sensual aclaración.
Los músculos del vientre se me contraen en respuesta. Ni siquiera me ha tocado y ya lo deseo.
Madre mía… no debo… no puedo…
Pero quiero hacerlo.
Sin titubear, Seiya se inclina y me roba un beso. Es como si hubiera pulsado el interruptor de la excitación sólo con eso, y yo me dejo electrificar y achicharrar.
Le tomo el rostro con las manos y cuando nota mi respuesta, ni cuenta me doy que me empuja hacia los baños de mujeres, cierra la puerta con seguro tras de sí y se lanza hacia mí otra vez. Esto es… es decir, jamás lo he hecho en un lugar público. Siempre era Mina quien me contaba sus experiencias alocadas. La universidad sólo me proveyó de libros para leer. Las novelas de Thomas Hardy eran mis favoritas...
Tienes a un hombre hermoso queriéndote follar duro, Serena. Haz el favor de dejar de pensar en estupideces.
Tiene razón.
¿Es el subconsciente o la chica erótica? Ahorita no puedo distinguir la diferencia.
Él me sigue besando con fuerza, invadiendo mi boca con su lengua deliciosa. Me rodea con los brazos y me estrecha contra sí mismo, aprisionando mi pecho con el suyo y quiero tocarlo por todas partes y sacarle la camisa, pero estoy medio apretada entre los lavabos y él.
Curioso, se deshace de un tirón del moño que ajusta la parte superior de mi vestido, como si abriera un regalo. La tela cae dejando expuestos mis senos desnudos. Oh, ¿es que no lo he dicho? No llevo sujetador. No es que lo necesitara demasiado, la poca voluptuosidad de mi cuerpo y la cosa ésta sin mangas…
La cara me arde y me llevo las manos al pecho para cubrirme. Él me coge las muñecas con rapidez.
—Tienes un cuerpo precioso, Serena. Es un puto deleite verlo. Así que no quiero que te cohíbas más ni te avergüences de él, ¿entiendes?
Me muerdo el labio. ¿Cómo sabe qué…? Un momento, ¿le deleita mi cuerpo? ¿de veras?
—De acuerdo —balbuceo, aunque sin perder el color.
—Buena chica —me dice.
Mientras me vuelve a besar, me sube la falda del vestido por los muslos y sus manos se infiltran por las caderas y el vientre, por mi trasero… lo acaricia, lo aprieta. Yo respiro con dificultad y me dejo hacer, porque sé que algo interesante tiene planeado. De un salto me levanta en volandas haciendo que pegue un grito y me sienta en los lavatorios. El frío me estremece.
Sus labios suaves descienden por mi cuello y se entretienen debajo de la oreja, haciendo que vea luces de colores con los ojos cerrados.
—Bombón… no tenemos mucho tiempo.
Gimo medio ausente en respuesta.
—Ven, engancha tus piernas a mi cintura.
No tengo tiempo ni de reaccionar a sus palabras, cuando me doy cuenta ya tiene el pantalón desabrochado y se acomoda para entrar en mí. Sucede tan deprisa que apenas me sorprendo, de mi boca sale un chillido y de él un jadeo ahogado. Y lo que es más asombroso, no me duele. Bueno, no mucho, solo me escuece un poco. Mis brazos descansan en sus hombros mientras entra y sale, de modo mucho más profundo de esta forma que al estar tumbados. Todo es agonizante, extremo, placentero…
Mi zapato izquierdo sale volando. El reloj en su mano me raspa la espalda… ¡ay!
Le abro la camisa de un jalón y sin querer le arranco un botón de la camisa. Quiero tocarle el abdomen, y Seiya sonríe al notar mi pequeño lado salvaje asomarse. Puedo verlo sonreír en el espejo de enfrente, y tengo una magnífica vista de su trasero duro y desnudo, contrayéndose en sus movimientos. Recorro con mis manos el torso y su espalda húmeda cuanto puedo, mientras nos mecemos una y otra vez no sé por cuánto tiempo.
Con una inevitabilidad familiar, me dejo llevar por sus empujes y el clímax me arrasa. Cierro los ojos y pierdo el sentido de mí misma, sólo me oigo en la lejanía maullando y gimoteando con las réplicas del orgasmo. Seiya me despabila haciendo gala de su turno, acelera el ritmo y gruñe con los dientes apretados mientras se deja ir. Dentro de mí siento una deliciosa humedad y un cosquilleo recorrerme.
Recuesto reconfortantes segundos la cabeza en su hombro, pero pronto unos golpes en la puerta nos hacen saltar. Seiya se aparta y trata de alistarse como puede, pero nos miro en el espejo y estamos hechos un desastre. A mí me falta un arete, que ni sé donde está, llevo varios mechones sueltos del peinado y Seiya tiene toda la ropa arrugada y claro, también falta su botón.
—No quiero asustar a tu madre —masculla echándose un último vistazo al espejo, y dejándome pasar por la puerta.
—Mmm… ya deben saber que es un cabrón pervertido.
Gracias a Dios no hay nadie afuera cuando salimos. Debieron ir al otro servicio.
En el salón ya están partiendo el pastel. ¿Quién hubiera pensado que esta boda sería tan... satisfactoria? Miro a Seiya atiborrándose y sonrío levemente. Chupo con mi dedo también la crema del pastel. Está exquisito, y yo estoy muerta de hambre.
De pronto, siento una punzada de mi subconsciente enfadado contraerse en mi estómago. Y eso no es hambre.
La fatiga y la diversión me nublan por ahora el pensamiento, pero algo me preocupa… ¿qué será?
.
.
.
Notas:
¡Holiii again! Ayñ, ya sé, me demoré mucho. Mil disculpas. Pero quienes me siguen saben que no he estado inactiva precisamente, publiqué otro shot, entonces se me juntó el lavado con el planchado :P ya saben como es esto. Pero a cambio, les di cuatro cuartillas más para ustedes solitos! Okay… parece que Serena está actuando más por impulso y… ¿alguien puede adivinar a qué se refiere la última línea? Platíquenme XD
Muchas gracias a los que siguen esta historia, saben que a veces tardo, pero no la abandonaré!
Send nudes! digo-reviews! (perdón, es que tanto lemmon me confunde) 7u7
Besotes,
Kay
