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"Roomies"
Por:
Kay CherryBlossom
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(POV Serena)
12. Monstruo
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Las puertas de vidrio se abren automáticamente en cuanto detectan mis pies frente a ellas. Atravieso el pasillo ancho decidida y presurosa. Ubico el mostrador principal de recepción y salgo disparada hacia él. El olor a alcohol y desinfectante me lastima las fosas nasales y arrugo la nariz. Odio estos lugares. No puedo creer que esté aquí en mitad de la noche.
La recepcionista me dedica una sonrisa educada cuando pregunto por el paradero de mi amiga. En un par de minutos la localiza y me indica en qué piso del ascensor debo bajar y hacia qué ala del hospital dirigirme. Sigo sus instrucciones, pero la lentitud del ascensor me pone inquieta. ¡Vamos, por favor! Deseo que vaya más rápido, mientras pienso a la velocidad de la luz en todo en lo que acaba de suceder…
Mina está ingresada. Y eso es todo lo que Yaten me dijo, aclarando que ella está fuera de cualquier peligro grave y me venga con tranquilidad. Pero lo que menos tengo es tranquilidad. Empiezo a pensar que mi mal presentimiento quizá ni siquiera tenía que ver conmigo. Respiro hondo e intercambio una mirada con mi compañero de ascensor, una mujer grande de edad, que me sonríe tras sus gafas. Se la devuelvo con cierta tensión.
Ésa Mina… ¿qué habrá hecho? Sé que conduce a veces como psicótica, así que no me sorprendería que hubiese tenido algún accidente y ahora lleve puesto un collarín. También sé que no se quita nunca ésas porquerías altas a las que ella llama zapatos, y aunque las porta con gran habilidad, no deja de ser una despistada y podría irse de boca con ellos. Entonces, en vez de collarín tendría un yeso en el tobillo.
Miro con odio a la gente que va entrando en cada uno de los pisos, ya que sólo retrasan mi trayecto.
Suspiro profundamente. Debo calmarme.
Todo estará bien. Sólo es un pequeño e infortunado accidente.
De igual manera sé que tiende a hacer desastres en la cocina. Es muy patosa, como yo, así que… ¿qué tal una quemadura? Ay, en su bonito rostro de muñeca no… se va a poner como una fiera. Mejor en un brazo, o en una nalga, donde no se note. Que no sea permanente.
Sacudo la cabeza. Nadie queda ingresada al hospital por una quemadura en una nalga y debo dejar de ver ésa estúpida telenovela de las diez.
Todo estará bien, me repito como un mantra. ¿Por qué Yaten me quiere aquí? Seguro que ya no la aguanta, debe querer que le lleven una hamburguesa en vez de gelatina, o necesita quien le eche una mano para atenderla mientras él trabaja… a saber. Mis pensamientos tratan de ser realistas pero positivos, pero también me estremezco al pensar que en realidad, no sé qué ocurre con Mina. Estoy en la ignorancia absoluta, y recuerdo aquella vez cuando murió mi abuelita… no le dijeron nada a mamá hasta que estábamos ahí para que no sufriera de más en el viaje. Mi corazón se acelera y el estómago me da un vuelco.
Llego a la sección que me dijeron (después de perderme como suelo hacerlo siempre) y luego a otro mostrador más pequeño. Las enfermeras llevan uniformes en rosas pálidos y frunzo el ceño mientras miro a mi alrededor. Esto es ginecología y obstetricia. Debe haber un error. Como siempre, seguí mal las instrucciones. Demonios.
—Cuarto 208 —dice ella muy segura, dejándome con la boca abierta. No sé qué diablos está pasando, pero igual camino hasta donde me dice.
El área está muy vacía. Sólo se escucha el televisor de la sala de espera muy bajito. Me asomo por las persianas del cuarto 208.
Se le ve más pequeña en ésa cama tan grande. Mina está acurrucada dándome la espalda, mostrándome solo su larguísima cabellera desparramada por las sábanas blancas. Yaten está sentado a su lado, sobre la cama, y le acaricia el pelo. Quizá esté dormida. A pesar de que me alivia no verla en ningún quirófano o en la unidad de cuidados intensivos, no puedo evitar estremecerme, sentirme extraña y conmovida. Él siente mi mirada a través de la ventana y se pone de pie con cuidado para acercarse hasta la puerta, donde yo estoy.
Cuando lo miro, me quedo algo desconcertada. No había visto a Yaten desde la boda y el contraste es abrumador. Parece muy cansado, triste, y cuando le sonrío débilmente en modo de saludo, no me la devuelve ni siquiera por trámite.
Mis sentidos se encienden en estado de alerta.
—Gracias por venir —me susurra.
—¿Qué ocurrió? —pregunto, intentando controlar mi voz. Él señala un silloncito para dos que está a unos cuantos pasos de ahí.
Nos alejamos del cuarto y nos vamos a sentar.
—¿Cómo está? —pregunto otra vez, tratando de no darle una avalancha de preguntas, pero es que, joder… la preocupación en su cara me está matando.
—Mejor. Le dieron un calmante.
Pestañeo confusa.
—Querrás decir un analgésico…
Yaten hace un mohín y rehuye mi mirada, y luego me mira intensamente. Sus ojos verdes son casi del color de una esmeralda recién pulida, y en otras circunstancias incluso me distraería su atractivo, pero ahora sólo puedo pensar en lo que me va a decir.
—Tuvo un... aborto espontáneo —me dice calmado, pero su expresión se endurece. No sé si de ira, de pena, o de qué.
Durante incalculables segundos, no sé qué decir. Sólo puedo mirarle con los ojos muy abiertos como platos. Ahora mismo no tengo nada qué ofrecer. Estoy en shock. Mi subconsciente le ordena a mi boca que debe decirle algo prudente o amable a este hombre, que es el marido de mi amiga, quien acaba de...
—¿Mina… está embarazada? —escupo.
—Estaba —corrige enfático, pero también como ofendido por mi estupidez —. De diez semanas.
Sacudo la cabeza a modo de disculpa.
—Yo… no sabía. No me dijo —le digo terriblemente afligida.
Yaten suspira y se acerca un poco más a mí, como si quisiera más privacidad, aunque en realidad sólo hay una pareja muy allá, charlando en voz baja y el televisor hablando solo con el noticiario repetido de la noche.
—Ella quería hacer algo especial, una cena o algo así, y ahí decírselos. A ti, a Seiya y a sus padres. También quería esperar a que… ya sabes, fuera algo seguro —dice y se encoge levemente de hombros —. Esta mañana tuvo mucho dolor y un sangrado en el trabajo, luego la trajo su jefa. Cuando llegué ya no había mucho qué hacer.
Estudio su cara, muy parecida a la de Seiya. Tienen muchos gestos y rasgos de familia, como agarrarse el pelo cuando está estresado y arrastrar algunas palabras. Físicamente, con la excepción del pelo y los ojos, serían idénticos.
Me miro los pies. Mina estaba embarazada. Y yo, la que se supone que era su mejor amiga, no sólo no sabía… si no que ha perdido el bebé y yo estuve maldiciéndola todo el día, alegando su ausencia, siendo infantil, absurda y por si no fuera poco con eso, la he ignorado toda la semana por esa estúpida presentación. La conozco, no es del tipo que querría decírmelo por teléfono. Ahora todo tenía sentido. Sus rabietas raras, su olor de sabueso, su cuerpo, su abstinencia al alcohol. Ay, Mina…¿por qué no me dijiste?
Miro la ventana, donde apenas se distingue su hombro y parte de su pelo. Esta chica ha sido la única persona constante en mi vida. Mi soporte. No es sangre de mi sangre, pero es mi hermana de todas formas. La quiero mucho. Las lágrimas se me agolpan en el borde de los párpados instintivamente.
—¿Y cómo está? —le pregunto a Yaten volviendo a la realidad.
Él carraspea discretamente.
—Técnicamente, bien. Hicieron el procedimiento y podemos irnos mañana. Pero no quiere comer y… ha estado muy alterada. Pensé que le haría bien verte, y como vi todas ésas llamadas tuyas en su móvil, pensé que estarías preocupada.
Le pongo una mano sobre el brazo.
—Hiciste lo correcto.
Él asiente y se pone de pie. Algo alcanzo a entender que verá si está despierta, y le avisará que estoy aquí. Por segundos, mis ojos quedan fijos en los carteles de maternidad, los adornos prenatales y las flores. Una lágrima caliente rueda por mi pómulo, pero Mina no debe verme así. Es mi turno de ser la roca. Me la limpio bien y me acerco hacia la puerta, esperando a que Yaten me de acceso, cuando unos gritos me paran en seco.
—¡No quiero verla! ¡No quiero ver a nadie!
Oigo la voz de Yaten, como calmándola, o intentando razonar con ella, no sé. Cuando me asomo discretamente, veo como si peleara o forcejeara con él. Finalmente, sus hombros se sacuden y rompe en llanto sobre su pecho. Él la abraza y la acuna mientras le habla al oído.
Estoy completamente fuera de lugar, así que retrocedo.
Yaten y yo nos miramos. A pesar de que no debe, se muestra apenado por la situación y me echa una mirada condescendiente. Yo le niego con la cabeza, como transmitiéndole que no pasa nada, y me voy por donde vine.
Los sollozos de Mina inundan todo el pasillo, son desgarradores y me oprimen el corazón. No soporto más estar ahí, así que camino con la cabeza gacha hasta la sala general del piso, donde todo es más dinámico y ruidoso. Me siento y me abrazo a mí misma. A pesar de llevar chaqueta y ser verano, siento frío. Sé por qué. Porque el frío viene desde dentro…pero no sólo es empatía, es… culpa.
Mina y yo, a pesar de ser parecidas en muchas cosas, también somos muy distintas. A mí me gustaba leer, a ella bailar cada sábado. Yo tenía dificultades para socializar y ella conocía a todo Japón. Pero además, a pesar de su facha de chica fresca y precoz, ella siempre me dijo que quería el cuento de ser felices y comieron perdices. Encontrar a su hombre ideal y tener familia con él aunque fuera joven o no, mientras que yo a los niños les tenía pánico y cierto rechazo, y había dejado de creer en ése mito llamado amor.
Y esta es la gran ironía del día… mientras yo rogaba por no llevar dentro de mí a un bebé, ella sufría por haber perdido al suyo. Sólo quise decírselo por teléfono, mientras ella no podía atender porque estaba aquí, destrozada.
Saco el móvil del bolso y lo miro temerosa. Ay, no, no… Presiono el botón de los mensajes de voz salientes y ahí estoy yo, muy quitada de la pena farfullando:
—¡Hola, extraña! No tengo idea de dónde estés… he tenido un día de mierda hoy. ¿Sabes qué te lo contaría con lujo de detalle? Pero no te lo mereces. Como sea, estuve creyendo todo el día que estaba embarazada. Como lo oyes. Ya sé… iré a ver a la ginecóloga la próxima semana. ¡Te imaginas! ¡Yo con un horrible crío llorón! No me imagino que me pasara nada peor. Llámame y te cuento todo, ¿vale? Aún te quiero. ¡Ciao!
No me imagino que me pasara nada peor, repite mi subconsciente, con todo el desdén que es capaz de transmitir para castigarme.
Lo escuchó… seguramente sí, o no me explico por qué me echaría de su cuarto. Yo no sabía lo que pasaba, pero no es menos horrible por eso. Me siento muy mal…
Me siento un monstruo.
Mina no sería capaz de odiarme por ser idiota e ignorante, ¿verdad? Sólo está traumatizada, dolida… sólo eso.
Me llevo las manos a la cabeza y permanezco un buen rato así. No quiero irme, a pesar de que no me quiere aquí. En algún momento, detecto unos pasos acercándose y levanto la cara. Es Yaten.
Me pongo de inmediato de pie.
—Se durmió un rato —me informa. Yo bajo los hombros derrotada. Sé que no podré verla, pero al menos se calmó o se cansó de llorar —. Yo...
—No, por favor no te disculpes —le anticipo a Yaten. Tengo la voz ronca y un poco pastosa por las lágrimas retenidas —. No es su culpa.
—Tampoco tuya —dice ecuánime. Me muerdo el labio inferior, pero no digo nada.
Me siento y él hace lo mismo.
Nos quedamos mirando las pantallas del hospital y ver la gente pasar sin decirnos nada. Es raro verme aquí con él, pero no es incómodo. Miro su perfil.
—¿Tú estás bien?
Encoge los hombros brusco, como diciendo "Yo no importo". Sonrío un poquito. Es igual de hermético que Seiya. Su expresión sólo dice que necesita que Mina esté a salvo para él estarlo también, así que no insisto en centrarme en él.
—Se recuperará —le consuelo en voz baja.
—Estaba muy ilusionada...
Se le quiebra un poco la voz, pero mantiene la compostura. Como la cosa va de deprimente a súper deprimente, le cambio de tema.
—¿Quieres un café? —ofrezco con torpeza. La verdad no sé ni qué decir. Sólo desearía tener un poder especial que curara a Mina y le devolviera la felicidad, pero no lo tengo y es frustrante. Sólo puedo desearlo a modo de plegaria y nada más. Él me dice que sí y al fin me siento un poco útil. Voy y lo consigo en la máquina. Está un poco desabrido, pero igual se lo doy y me llevo uno para mí.
—Ve a casa —dice al tiempo que se incorpora —, será mejor que vuelva al cuarto... ya sabes, por si Minako despierta.
Asiento. Sin decirle nada, Yaten se me adelanta antes de pulsar el botón del ascensor:
—Te mantendré al tanto.
—Gracias.
Al día siguiente, sigo sintiéndome una gran mierda. El siguiente de ése también. Para el tercero ya me siento medio mierda, así que reconozco que vamos de avance yo y mi atormentada consciencia. Yaten me ha enviado varios mensajes, concisos e impersonales, muy a su estilo, pero son prometedores. Aunque con batallas, Mina ha comido un poco y dormido mucho, pero no me ha mencionado para nada. No ha ido a trabajar y él se ha tomado unos días de licencia para estar con ella. Eso me tranquiliza, aunque sigo sintiéndome triste y desganada.
Seiya se ha puesto a arreglar todo lo que se le pone enfrente en la casa. Destapó la cañería de mi ducha que ya estaba medio lenta por tirar tanto pelo, reparó un reloj abandonado del pasillo que siempre marcaba las cuatro y media, desarmó una cerradura que estaba forzada (y la volvió a instalar) y dejó como nuevo el microondas, que se atoraba al girar el plato.
Para cuando lo veo evaluando seriamente cambiar el viejo calentador por uno automático, le grito que ya es suficiente y lo obligo a detenerse. Se está volviendo loco y me vuelve loca también. Sé que está preocupado y deprimido como yo, y que tiene otras formas de lidiar con sus sentimientos, pero demonios… tiene que contenerse de una vez. ¿Qué pasará cuando no haya nada qué arreglar? ¿va a destruirlo todo para repararlo de nuevo? Es una locura.
El sábado por la tarde, mientras leo un rato en mi cuarto, lo oigo haciendo otra vez ruido. Bufo y me pongo de pie, lista para echarle la bronca al contratista obsesivo de nuevo.
Lo encuentro acomodando unas cuantas cajas en la pequeña bodega del apartamento. Él siente mi presencia y me mira.
—¿Qué es eso? —pregunto, aunque es innecesario. Una de las cajas está semi abierta. Me agacho y cojo una pequeña pieza entre mis dedos. Es un babero precioso de tela en color aguamarina con el estampado de un caballito de mar.
Miro a Seiya perpleja y me devuelve la mirada, pero como resignado. Irradia tensión.
—Yaten me pidió guardar algunas cosas aquí temporalmente… Mina las quería tirar.
—Oh.
Miro otra vez el babero y me aflora la tristeza. Pobre Mina. Pobre Yaten.
Lo acaricio un poco entre los dedos. La tela es suavecita y huele como a chicle.
—Los caballitos de mar son sus favoritos —le explico a Seiya, que me mira fijamente —. ¿Sabes por qué?
Él niega con la cabeza. Yo sonrío mientras me embarga la nostalgia.
—Es una cosa cursi y boba, pero ¿qué te digo? Así es ella. Decía que eran sus predilectos porque nadie los tomaba en cuenta, que todo mundo amaba a los perros y los gatos, ¿pero quién pensaba en los caballitos de mar? Y que además, eran especiales y geniales porque eran los únicos animales que se quedaban con su única pareja y se morían si la perdían. Decía que eso era súper romántico… así es ella —repito lentamente, y lo dejo en su lugar.
Me refriego la nariz en un gesto muy poco femenino, pero me contengo. Seiya cierra la caja, echa fuertemente el aire y se acerca.
Me pasa un brazo sobre los hombros.
—Vamos, Bombón. Necesitamos salir de aquí.
Usamos los boletos del cine que me regalaron en mi cumpleaños. Dos refrescantes horas de sosa comedia americana y muchos escaparates como distracción. Al final del día, ambos tenemos los pies cansados, yo tengo una loción corporal de jazmín que no necesito y Seiya un cochecito deportivo para armar. Con el consumismo consolador, los dos nos sentimos un poco mejor. Creo que ninguno quiere estar solo, porque terminamos mirando Lo que el viento se llevó en el sofá y nos quedamos dormidos, juntos, acurrucados como la pareja normal y corriente que no somos.
Al día siguiente no me despiden tampoco, por lo que me hago a la idea de que tarde o temprano, sabré si mi proyecto fue aprobado sin que me echen a la calle.
Me prometo poner en orden algunas cosas de mi vida. Lo que le pasó a Mina me ha hecho darme cuenta de lo bonita que es la vida, y lo injusta que puede ser a veces. Como sea, hay personas que no merecen que la Serena Monstruo las arrolle con o sin querer por estar con sus indecisiones. Deberé esperar a que mi amiga se sienta lista, y apoyarla lo mejor que pueda. En cuanto a Diamante, necesito ser sincera con él aunque eso signifique que se aleje de mí y pierda a mi único pretendiente.
Estoy sentada en un sofisticado sofá de piel blanca, jugueteando con un gafete que tiene impresa la palabra "Visitante" en la recepción de Black Industries, un edificio mediano de cinco plantas, todo vidrio y piedra. Palpar lo que puede llegar a construir el megatriunfador de Diamante sólo lo hace mucho más intimidante que antes. Sonrío tímidamente a un vigilante de seguridad, que me mira impasible y me ignora. Me sonrojo. Diablos, tal vez debería haberlo llamado antes, o verlo en algún café… o vestirme mejor, para variar, y eso que hoy me esmeré. Uso unos pantalones negros entubados y una blusa floreada y ligera. Sobre ello, una chaqueta de corte americano.
Como la encargada del mostrador (una mujer voluptuosa y de pelo verde) lleva ignorándome veinticinco minutos, considero en enviarle un mensaje directamente a su teléfono móvil, pero me arrepiento enseguida. Eso sería algo imprudente. Finalmente, me levanto cuando la mujer (muy maquillada y de aspecto tirante) me hace el favor de llamarme, aunque es sólo para despacharme:
—Lo siento, señorita Tsukino, pero el señor Black tiene una conferencia en cinco minutos, no podrá recibirlo.
—Oh —digo con voz débil y carraspeo —. Ya, ya veo —digo, esta vez en un tono más seguro y claro.
Sonríe con frivolidad.
—¿Y… cree que podría esperarlo?
La mujer frunce el ceño a modo de respuesta.
—Si no tiene cita, me temo que no —agrega educadamente.
Me muerdo el labio inferior. Diablos… ¿estará muy enojado?
—Entiendo, gracias.
—Que tenga buen día.
Voy hacia la salida cuando de una gran puerta que está a mi derecha, sale un grupo de ejecutivos impecables que van hablando de unos Lakers y el mercado de Hong Kong. Son tan parecidos que parecen fabricados en serie. Enseguida doy un paso hacia atrás, no quiero mezclarme entre ellos y quedar atrapada en un ascensor con tanta gente importante, qué incómodo.
Me quedo rezagada y toco el botón para esperar el siguiente, cuando un brazo sale de la nada y me pesca de la cintura, haciéndome saltar.
—Serena.
Bueno, ahí está. Diamante Black. El hombre que estaba esperando, todo en negro él. Le resalta el pelo y los ojos. Igual de distinguido y… sonriendo. Necesito un segundo para reaccionar.
—Hola…
—¿Qué haces aquí? —pregunta entusiasmado. Vaya, se alegra de verme —. ¿Por qué no me llamaste? Habría bajado por ti.
—Yo…
La mujer del mostrador tiene la boca abierta de la impresión. Parece mortificada. No es mi intención meterla en problemas, pero tampoco sé que decirle.
—Yo… estaba por hacerlo —improviso torpemente con una sonrisa —. Acabo de llegar.
—Vamos a mi oficina —me dirige con una mano en la espalda y luego se dirige a la mujer, que sigue impávida —. Esmeralda, que nos traigan algo de beber al despacho, por favor. Y cancela la conferencia. No me pases llamadas tampoco.
—C-Claro, señor Black...
Caminamos por un pasillo ancho con paredes de vidrio, atravesamos una sala de juntas y una serie de salas donde sólo se escuchan tecleos y ronroneos de teléfonos. La gente habla en voz baja, muy profesional, nada que ver con la jaula de cacatúas caótica que suele ser la editorial a fin de mes.
El despacho de Diamante no es tan grande, pero tiene una vista panorámica de la ciudad que engancha enseguida. La Torre de Tokio sobresale por ahí, alta e imponente entre los rascacielos. Todo es de madera oscura y tiene cuadros modernistas y sus artefactos de oficina son todos plateados. Plumas, pisapapeles, marcos de fotos y objetos graciosos que se mueven solos y no sé como se llaman.
—¿Te agrada? —me pregunta Diamante medio divertido. Se da cuenta que estoy embobada viendo todo como si fuera museo.
—Mucho.
Me señala un sofá en forma de L que está en el extremo opuesto de su escritorio y nos sentamos. Tengo mucho calor. Quiero quitarme la chaqueta, pero no quiero que interprete que su presencia, como siempre, me pone medio agitada y febril.
Cuando reúno el valor para mirarlo, está observándome muy curioso, con una mano encima de la pierna y la otra sobre el sofá, muy cerca de la mía. Siento que intenta ahogar una sonrisa, y reprime las ganas de tocarme. Como yo.
—Bueno, yo…
Un par de toquidos irrumpen y Diamante autoriza el paso a otra empleada mucho más joven, que trae una charola con café, té y mini donuts. Me sonríe exageradamente cuando me tiende mi taza, y Diamante le rechaza la bebida. Yo dejo con educación la taza sobre la mesa de caoba, apenas dándole un sorbo. Me sentaría mejor un mojito ahora mismo. La chica sale corriendo de inmediato y desaparece detrás de la puerta. Intento en vano reprimir mi vergüenza al enfrentarlo, que es cada vez mayor.
—Siento no haberte llamado… er… tantos días —empiezo. Bueno, mamá dice que las disculpas siempre van por adelantado —. Tuve unos días muy… ajetreados.
—¿Como te fue en la presentación?
Suspiro. No quiero acordarme de eso.
—Espero que bien. Quedaron de darme resultados mañana.
Omito los detalles del vomito y le cuento más o menos lo que les expuse.
—Todo irá bien, ya verás. Tus ideas eran muy buenas.
¿Lo dirá en serio?
—Igual no estuvo bien que desapareciera así...
—No, no lo estuvo —me dice inexpresivo. Nos miramos y él alza ambas cejas, como reprendiéndome. Me río como estudiante frente al profe, y eso parece tener un efecto en él, que se relaja y me sonríe también —. Tendrá que compensarlo, señorita Tsukino. ¿Vamos a almorzar?
Me muerdo el labio inferior.
—No sólo vine a disculparme… yo… —dejo de mover las rodillas y me aclaro la garganta —, creo que no podré seguir saliendo contigo.
Guarda respetuoso silencio y estudio su expresión. No parece dar índices de actitudes arrogantes ni ofendidas.
—¿Puedo saber por qué? —pregunta.
—Yo… no estoy segura, y no creo que sea justo para ti...
Esboza una pequeña sonrisa irónica.
—¿Justo?
—Estoy algo confundida —admito, roja como un crisantemo —. Confundida… con alguien más.
—Lo sé.
Le miro pestañeando. Su mirada firme y con un chispazo entre perverso y tierno me descoloca.
—¿Lo… sabes?
—Lo imaginaba. Y sin embargo… te aseguro que eso no representa ningún impedimento para mí.
Se me cae la mandíbula.
—¡Pero…!
Diamante toma mi mano y empieza a juguetear con mis dedos, sin pedirme permiso, pero no lo retiro. Su cercanía y los cosquilleos que provoca en mí son agradables al tacto.
—Es claro que ése hombre no te corresponde como tú quieres, o no estarías aquí, dándome explicaciones, Serena. Tampoco me habrías besado el día de tu cumpleaños, y lo más importante, tampoco estarías tan nerviosa ahora que estoy haciendo esto. Él tiene algo que yo no tengo, y posiblemente en viceversa, así que tu reacción es natural. La confusión no me molesta, al contrario… Lo que hoy puede ser un no, mañana puede ser un tal vez; y pasado mañana un sí.
Se me sale una risilla absurda, aunque no puedo evitar sentirme medio triste también. Seiya no dudó ni un instante en prometerme que se haría a un lado si otro apareciera. Y Diamante está haciendo exactamente lo contrario, no se retirará a menos que yo se lo imponga así.
Suspiro como derrotada. Yo quería dejar de sentirme como monstruo, pero él no me deja. Es un negociador incansable. Por eso tiene todo lo que quiere.
¿Me tendrá también a mí? Me molesta un poco la idea. No soy una posesión. No, no. Él no me ha hecho sentirme así. Sólo soy yo, siendo estúpida y negativa como siempre.
—Entonces… ¿eso no te molesta?
—¿Esa es la única razón?
Asiento. Él desliza sus dedos por mi antebrazo, causándome un escalofrío.
—En absoluto. ¿A ti te molestaría que sigamos saliendo?
No me cuesta nada contestarle.
—En absoluto… —repito sus palabras, aunque mi falta de emoción en mi voz es clara en ellas, a diferencia de las suya.
Diamante acerca su rostro al mío. Escrutador, me sisea sin soltarme:
—Pero sí te decides a estar conmigo, se acabó el juego. Lo único que no soporto en una mujer son los engaños. ¿Me entiendes?
Se me corta la respiración. Su tono es serio, casi autoritario y me estremezco.
Aunque con dificultad, trago saliva antes de decir:
—Entonces… creo que deberías saber que ésa persona es... Seiya.
Ya está, ¡lo dije!
No sé qué tipo de reacción esperaba, pero definitivamente no una como ésta. Diamante sólo entrecierra sus ojos color amatista un poco, pero no se le mueve un pelo ni dice nada incidental. Al cabo de unos segundos, sonríe con expresión cándida.
—Gracias por decírmelo —se limita a responder. Yo resoplo aún medio liada, y miro un pequeño reloj plateado instintivamente con auxilio.
—Vale… yo… será mejor que me vaya… ya te he quitado mucho tiempo y tengo trabajo atrasado qué hacer.
Me acompaña hasta la puerta principal y aún en la acera, sigo sintiendo los montones de pares de ojos clavándoseme en la espalda. Seguro que no creen que alguien como yo pueda ser su amiga, mucho menos su novia. A lo mejor piensan que busco caridad para alguna fundación de indigentes y he venido aquí a vaciarle los bolsillos. Sí, eso debe ser.
Como insiste en que me lleve uno de sus choferes de vuelta al trabajo que no puedo rechazarlo. Diamante es muy tenaz, y yo soy muy floja, qué puedo decir. Me abre la puerta con la caballerosidad de siempre. Antes de entrar al coche, lo miro ahí, con su pelo brillando abajo de la luz del sol y el diablillo del lado izquierdo de mi hombro me empieza a picotear con su tridente. Además, esta semana ha sido una auténtica pesadilla: esperando el mail del proyecto en el trabajo, el horrible drama de Mina, mi pseudo embarazo psicológico… mierda, necesito una distracción.
—¿Qué tal si cenamos mañana? —le propongo.
Sus ojos brillan de inmediato con estímulo.
—Claro. Déjame pensar en un buen un lugar…
—Es una cita —me despido.
Cierro la puerta y lo miro alejarse hacia su gran edificio. Mientras le doy instrucciones al conductor para que me lleve a mi casa, me llega un mensaje del celular de Yaten. Lo abro con los dedos temblorosos, me alivio cuando leo que Mina está de algo de mejores ánimos y por fin mañana irá a trabajar. Suspiro mientras me recargo en el asiento. Iré a verla… tiene que hablarme, tiene que verme. Sé que me necesita, y sé que sólo se hace la fuerte, no puedo dejarla sola en un momento así, aunque esté enfadada conmigo...
Cuando llego el trabajo, por la noche, me entusiasma darle la buena noticia a Seiya, sobre que las cosas han mejorado en casa de su hermano, pero me alertan unas extrañas risas en la cocina. Qué raro, él no me dijo que tendría visitas.
Frente a mí tengo a Seiya tomando una copa de nuestro vino barato, y de espaldas, la cabellera aguamarina y ondulada de una mujer de aspecto… despampanante. Cuando se gira al advertir mi presencia, me deja noqueada. Tiene la belleza de una modelo, y el porte de una princesa europea.
—Hola —saludo titubeante. Seiya y yo nos miramos, y él evade mi mirada en poco tiempo, para dejar sus ojos fijos en ella. Es claro quien es el objeto de su atención en estos momentos y no se molesta en disimularlo.
—¿No vas a presentarnos? —le pregunta ella con voz como musical.
Miro lo que lleva en las manos y ¡ésa es mi taza de conejitos! La taza donde está tomando té… es mía. Donde yo tomo mi chocolate caliente. ¿¡Cómo pudo dársela?! ¡Estúpido!
Tranquila monstruo, no seas infantil... me susurra mi subconsciente.
—Bombón, ésta es Michiru… Michiru, ésta es Bom…
—Serena —interrumpo a Seiya de mal humor. Ella ríe mientras me estrecha la mano. Joder, que hasta su risa es preciosa —. Serena Tsukino.
—Mucho gusto, Serena. Aunque Bombón me parece un apodo muy tierno —opina amablemente sin que yo se lo pida.
—Pues a mí no me gusta —repongo ácida. Seiya rueda los ojos y ambos ríen nuevamente, como en complicidad de un chiste secreto. ¿Qué mierda les parecerá tan gracioso? —. ¿Y de dónde se conocen? —cotilleo.
—Michiru es una profesional en tocar el violín, nos conocimos hace tiempo y la volví a ver en un recital de beneficencia hace poco, donde también tocó mi banda. ¿Recuerdas? Te conté que iría.
La tal Michiru me sonríe con sus perfectos y pequeños dientes como perlas, esperando mi respuesta. Trato de ser cortés, pero no puedo… mi cabeza va a mil. ¿Qué hace ahí? ¿Qué quiere? ¿Por qué usa mi taza? ¿Por qué está con mi…mi…?
Es mi roomie. Siento que debo tatuármelo en alguna parte.
—No, no me acuerdo —escupo.
—Fue cuando estuviste enferma —dice Seiya.
—¡Qué mal! —exclama ella llevándose una mano al pecho —. Pero ya te encuentras mejor, ¿cierto?
¿Quién eres, mi madre?
—Estoy perfectamente, gracias.
—Seiya me ha hablado de ti. Dice que eres periodista.
Bueno, qué amable de su parte porque técnicamente no lo soy, pero lo omito por vanidad.
—¿En serio? Mmm, a ti nunca te había mencionado —le sonrío inofensiva recargándome en el frigorífico, mientras me bebo un vaso con agua, aunque no tengo sed.
Michiru no hace comentario alguno, y mira a Seiya con un no se qué, que no me gusta, y algo dentro de mí se contrae. Miro el reloj esperando que capte la indirecta.
—¡Vaya, que ya es muy tarde! Será mejor que me vaya a dormir porque mañana hay trabajo —anuncio en un tono innecesariamente alto, con un bostezo.
—Yo también me marcho —dice levantándose ceremoniosamente, y se pone un fino abrigo azul marino.
—Quédate, aún no pasan de las diez —le pide Seiya.
Yo lo miro como si quisiera cortarlo en pedacitos.
—Seiya, a lo mejor Michiru está cansada...—digo en tono falsamente casual, mientras finjo buscar mi cereal en la alacena.
Michiru se despide de mí, pero finjo no escucharla. ¡Lárgate y no vuelvas, lagartona estirada!
Ambos se dirigen a la puerta y trato de agudizar mi oído, pero hablan casi en susurros y se ríen, luego oigo algo de que mantendrán el contacto y no sé qué… Apenas tengo tiempo de volver a mi posición original antes de ser pillada. Seiya regresa y guarda el vino en el refrigerador sin comentar nada. Me da bronca que no me cuente nada, así que le espeto antes de irme a mi cuarto:
—Por cierto, no quiero que estés ofreciendo mi taza a desconocidos, ¿entendiste? ¡Quién sabe qué gérmenes tengan y es mi favorita!
Me mira ceñudo y me da la espalda.
—Oh, por favor, no seas pesada...
—¡Tú no seas pesado!
—De acuerdo…no tocaré tu puta taza sagrada. Joder, tienes la regla, ¿verdad?
Cierro la puerta y pongo el seguro. Imbécil. Sí tengo la regla (por fin), pero eso tampoco es asunto suyo. Tras ponerme el pijama, me meto a la cama aún con bronca, y lógicamente no puedo dormir.
Saco el móvil y sin controlar muy bien mis impulsos, le escribo un mensaje a Diamante:
¿Y si mañana cenamos mejor en tu casa?
Aguardo mirando la pantalla con la respiración irregular. Exactamente tres minutos después, me llega un mensaje que únicamente dice:
Ya quisiera que fuera mañana.
D
Está pensando lo mismo que yo… su telepatía es espeluznante. Sé lo que mañana va a pasar, y por primera vez ¿saben qué? No me importa ser el monstruo.
.
.
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Notas:
*Se asoma temerosamente*
Esteeee...¿me odian demasiado?Digo, porque aquello de lo que les pasó a algunos personajes. Sólo recuerden, que si me asesinan nunca sabrán el final de la historia y eso no les conviene... jejeje ¿no? (*risa nerviosa*) Bueno, no quiero extenderme mucho. ¿Creen que a Serena ya se le zafó un tornillo?¿podrá hablar con su amiga?
Ya quieren saber qué pasará "mañana" ¿verdad, pequeños pervertidos perversos? Conmigo y mi mente rebuscada nunca se sabe, así que no se adelanten.
Regálenme un review… miren me esforcé por actualizarles antes del fin de semana (bien chantajista) y díganme qué les pareció.
Besos monstruosos,
Kay
