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"Roomies"

Por:

Kay CherryBlossom

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(POV Serena)

13.

Sueño

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No sé cómo, pero estoy noventa y nueve por ciento segura de que ésto se trata de un sueño.
Sólo ése uno por ciento me hace dudar, por lo vívido y claro que todo se siente.

Estoy en la cocina del apartamento. Hace mucho calor. Es un domingo normal de julio por la tarde, estoy ando descalza y con ropa ligera que se me pega a la piel por una ligera capa de sudor. Me siento sofocada, pero bien. Entonces decido que mientras lavo la loza, me refresco un poco el cuello y el pecho. El agua incluso está tibia. No me ayuda en nada.

Entonces siento una presencia detrás de mí, que poco a poco se va acrecentando. Un par de manos masculinas cogen mi cintura y yo me río, porque aquello parece ser un gesto natural en mi vida, en mi vida del sueño, quiero decir. No me siento en peligro. Sé quién es mi acechador y lo que está pasando. Aquellas manos firmes se cuelan debajo de mi camiseta de algodón explorando a su alrededor… mi cadera, mi espalda baja y mi vientre. Inclina la cabeza hacia mi hombro y lo besa, haciéndome sentir un pequeño escalofrío de pies a cabeza y cosquillas por la caída de su pelo. Por cómo me siento, sé que estoy acostumbrada a ése aliento, a ése cuerpo que me tiene atrapada en aquella pequeña fantasía doméstica. Me encanta. El agua sigue corriendo y yo me revuelvo, pero él no me deja continuar con mis tareas. Sigue tocándome y besándome el hombro, rozando después con sus labios mis orejas y sus dedos traviesos se aventuran a ir más allá, descendiendo hasta que tocan el inicio de mis nalgas. Las aprieta con fuerza y yo me quejo, pero no me muevo de donde estoy. Se nota en su ansiedad sus ganas y aunque es un sueño, quiero saber hasta dónde va a llevar Seiya las cosas.

Muy suavemente me cubre los pechos con las manos y juguetea con ellos, haciendo círculos en mis pezones con los dedos pulgares. No llevo sujetador, así que se mueve con libertad. Presionando y estirando. Cierro los ojos disfrutando de la sensación. Su lengua lame la piel salada de mi cuello y yo suspiro. Ojalá se apurara un poco más… pero no tengo yo el control, a pesar de ser mi sueño, él es el protagonista.

Mi minúscula prenda de tela cae al suelo. De la cintura para abajo estoy totalmente desnuda, haciéndome sentir momentáneamente indefensa, y muy excitada…

Un plato que llevo en las manos se hace añicos en el suelo cuando me jala de la cadera hacia atrás, y haciendo que abra bien las piernas. Gimo de gusto mientras se refriega contra mí, y más fuerte cuando él entra lentamente en mi interior y empieza a moverse. Mis ojos se posan en la ventana donde el sol alumbra con su luz naranja todo el lugar mientras mis caderas se oscilan y se balancean.

—Te deseo, Serena —me susurra, aumentando el ritmo y mis espasmos de placer.

Soy tan feliz.

—Y yo a ti… —respondo entrecortada, y antes de termine de hablar, me gira para verme boca arriba. Quiere besarme.

Pero es Diamante quien me sonríe. Una sonrisa lasciva, perversa y tentadora. Una sonrisa que solamente puede ser propia de él. La pequeña cocina queda eclipsada por su impresionante cuerpo, su deseo y su necesidad de tenerme. Se inclina y me come la boca con toda su fuerza, hundiendo su lengua en mi garganta, y mucho después, después me dice:

—¿Más?

—Sí —concedo en casi una súplica, y se cierne sobre mí. Yo abro gustosa los brazos para recibirlo.

Antes de poder sentirlo nuevamente, de repente estoy totalmente despierta. Agitada, húmeda y perturbada, enredada en mis sábanas. Mi sueño erótico ha quedado olvidado en un abrir y cerrar de ojos, mientras el despertador no deja de molestar que me levante.

Me llevo una mano a la frente caliente. Uau… eso fue…bueno, fue un sueño muy raro. Fue…

Ni si quiera sé por dónde comenzar.

Apago el aparato del demonio casi de un golpe. No sé qué me enoja más, si haber soñado con Diamante, haberlo confundido con Seiya o que se haya terminado tan pronto.

Probablemente las tres cosas.

Me pongo de pie sintiéndome todavía abochornada, y me meto en la ducha. Empleo sólo agua fría y por más que trato de despejar mis pensamientos, cada que cierro los ojos pienso en lo mismo. Me visto algo frustrada y voy a la cocina a hacer café.

—Buenos días —canturrea Seiya a mis espaldas. Yo doy un respingo del susto.

—Me asustaste —le espeto, mientras se saca los audífonos. Viene llegando de correr y ni siquiera lo oí entrar.

—Pues así tendrás la conciencia…

Gruño y me vuelvo hacia la cafetera, mirando como gotea el filtro. No quiero mirarlo ahora. Como cada viernes en la mañana, me hace exactamente la misma pregunta:

—¿Tienes planes hoy?

—Yo… voy a ver a un amigo —explico tímidamente tras lo que me parece, demasiado tiempo.

—Oh —dice nomás. Lo miro un poco nerviosa, pero su expresión no revela nada. Está pelando muy pensativo una banana —¿Y tú?

—También.

—¿A Andrew? —pregunto como quien no quiere la cosa. La verdad es que quiero saber si volverá a ver a Michiru.

—Entonces, ¿hoy es el gran día, no? —me desvía el tema. Se me olvida todo lo anterior y me sonrojo súbitamente.

—¿Perdón?

—¿No es hoy cuando te informan de tu… proyecto, cosa o lo que sea?

Tardo un poco en entender de qué me habla.

—Er… sí, es hoy.

De repente, sin previo aviso, se saca la camiseta sudada frente a mis narices y la tira al piso. Yo dejo la taza en el lavaplatos. Tal vez debería salir de la cocina. Seiya se da cuenta de mi escrutinio.

—¿Qué? Tengo calor.

—Ya me voy. ¡Y no la dejes en el piso!

Seiya me fulmina con la mirada mientras cojo mi bolso.

—¿Y tus zapatos en el pasillo con los que de milagro no me he roto el cuello?

—Mis zapatos no apestan a perro muerto.

Entonces me la lanza a la cara.

—¡Eres asqueroso! —le grito antes de cerrar la puerta. Ruedo los ojos al oír como se burla de mí y me rocío un montón de perfume encima. Luego lo echó en mi bolso y me voy a tomar el autobús.

Definitivamente odio que las cosas no pasen como en mi mente.

A las nueve en punto de la mañana me llega un correo de la junta directiva informándome que soy la nueva coordinadora de los nuevos autores de la editorial. Me quemo la lengua con mi segundo café y doy varias vueltas en la silla giratoria de alegría. Nadie me está viendo de todos modos, es demasiado temprano. Luego recuerdo que el sujeto de vigilancia siempre está pendiente en las cámaras, y me detengo.

Nada como hacer el ridículo para empezar el día.

Lo único malo de todo esto, es que tendré más trabajo que nunca… probablemente tenga que venir los fines de semana o salir hasta muy tarde, pero no me importa. Las ocupaciones me distraen, la novedad y los retos son algo motivante. ¡Por fin, un puñetero logro desbloqueado! Estoy tan contenta que corro a darle la buena noticia a Unasuky y le invito un panecillo de avena de la tienda de enfrente. Estamos chismorreando de cosas típicas de la oficina cuando veo a Molly entrar. Toda ella irradia una tensión tan negativa que nos contagia de inmediato cuando toma su tarjeta de acceso del mostrador.

—¿Todo está bien, Molly? —le pregunto. No es la de siempre. Tiene una expresión sombría, pero se esmera en sonreírme.

—Sí, gracias.

—Pues luces fatal —señala Unasuky indiscretamente —, ¿de veras no pasa nada?

Molly parece haber guardado la compostura demasiado tiempo, porque suelta casi desesperadamente:

—No es nada, es sólo que… el jefe quiere que vaya a Nueva York con él para el evento de gala de la nueva fusión de negocio con la otra editorial.

—¡Estás de broma!

Molly sacude sus cabellos castaños, negado con pesadumbre mientras se coloca su gafete con las manos torpes.

—Pero, ¿es que no quieres ir? —pregunta Una —. Yo estaría loca de contenta. Es decir, ¡Nueva York! Vas a conocer autores y editores de talla internacional. Tiendas, bares… ¿te imaginas la cantidad de lugares geniales que puedes conocer? ¡Y montón de americanos guapos!

—Tengo novio, Unasuky... ya sabes —rezonga ella.

Lo dice de tal manera... como si eso le molestara, que no queda duda cuál es el verdadero problema.

—Molly… ¿es que tu novio no quiere que vayas?

Nuestros ojos se encuentran, y tras largos segundos, se sonroja y baja la vista apenada.

—De hecho, no.

—¿Por qué?

—Ideas raras suyas.

Unasuky y yo elevamos una ceja. Nadie entiende nada. Molly nos sonríe incómoda. No está acostumbrada a hablar de su vida privada, por lo cual algo me dice que es algo grande.

—Cosas de hombres, ya saben como son de celosos. En fin, tienen razón. Es una gran oportunidad, ¿verdad?

Ambas asentimos enérgicamente.

—Y soy una mujer independiente y no necesito la aprobación de nadie —dice, como si fuera un auto discurso ensayado.

Asentimos otra vez, pero con menos ímpetu.

—¡Y novios sobran, oportunidades de triunfar no! Si no le parece puede irse mucho a la mierda.

Abrimos la boca y nos quedamos atrofiadas. Jamás la he escuchado decir una grosería, así que empiezo:

—Bueno, eso no es lo que…

—¡Gracias, chicas!

Y se va a zancadas muy decidida a su oficina. Unazuky y yo parpadeamos completamente perdidas.

—¿Y ahora qué le ha picado?

Mi compañera se encoge de hombros.

—¿Celebramos con una copa las buenas nuevas? —me ofrece entusiasmada, olvidándose completamente de Molly y sus problemas.

—Gracias pero… —me sonrojo otra vez —, tengo una cita.

Parece que le digo que me gané un millón de dólares.

—¡¿En serioooo?! No puedo creerlo. ¡Qué emocionante! ¿Quién es? ¿cómo se llama? ¿es mayor que tú?

—Oye, no es… es decir, ¿es que es tan raro que yo salga con alguien? —me ofendo.

—Por favor, Serenita… ya íbamos a canonizarte y pedirte milagros de lo virgen que te habías vuelto, y lo sabes —me dice solemnemente, poniéndome una mano en el hombro. Se la quito enfurruñada.

—¡Serás cabrona! Además tú tampoco tienes novio.

—Con mayor razón, necesito vivir a través de ti.

Nos reímos y me acerco un poco para tener más privacidad.

—¿Puedo preguntarte algo sobre eso?

Sus ojos se agradan por la curiosidad.

—Claro.

—¿Tú has… tenido alguna fantasía con un hombre con el que no deberías estar? Que no es tu novio ni nada. ¿Crees que eso signifique alguna cosa… como algo que ocurrirá en el futuro o algo?

Su semblante se vuelve intrigante.

—Con el que no deberías estar… ¿como del tipo Keanu Reeves o del tipo el esposo de tu amiga?

—¡No! Sólo… olvídalo —hago un movimiento con la mano y me alejo, pero Unazuky me retiene para que le siga contando —. Era sólo un sueño. No significa nada, ¿verdad?

—Pues mi mamá dice que todos los sueños son un llamado del subconsciente.

Bufo.

—Me dejaste igual o peor.

—Bueno, no eres precisamente muy coherente en tus ideas, ¿sabes?

—Lo sé. Tengo que irme, no quiero atrasar el trabajo para poder irme temprano.

Unazuky aplaude un poquito.

—¡No olvides contarme detalles!

Me río entre dientes mientras regreso por donde vine. Realmente no quiero contarle ningún detalle a Unazuky. Y no porque no me caiga bien, si no porque tengo la asquerosa sensación de que la dueña de mis confidencias es Mina. Que debería verla, hablar con ella y resolver todo entre nosotras antes de divertirme con quien sea por ahí. La echo mucho de menos y estoy muy preocupada por ella. Es extraño no verla ni charlar. Siento como si me faltara un brazo, una parte extremadamente importante de mi ser. Me siento más infiel teniendo mi amistad con Unazuky que lo que estoy ocultándole a Seiya. Ya sé, ya sé que no somos nada… pero ¿no fui yo la que le pedí que tuviésemos exclusividad? ¿Cómo se supone que voy a decirle lo de Diamante? Que lejos de hacerme la de la vista gorda y pretender hipócritamente que su amigo va o no con todo conmigo, soy yo la que tuvo un sueño húmedo con él… y que además, es el mejor que he tenido.

Houston, tenemos un problema.

Mi jefe no tiene problema cuando me ve escabullirme a eso de las cinco de la tarde. Sabe que durante los próximos meses seré una esclava legal de este lugar, así que no tengo ningún sentimiento de culpa ni nada por el estilo, a pesar de que veo a Molly inclinada sobre su escritorio, con la cabeza entre las manos. Por una vez, se siente bien no ser la inadaptada del grupo.

Mina vive ahora en un edificio pintoresco de apenas cinco plantas con balconcitos pequeños, un poco más lejos del centro de la ciudad. Como no funcionaron los mensajes ni las llamadas, ni siquiera el envío de unos bombones que me costó más no comerme yo que lo que empleé de mi sueldo, me arriesgo a ir a buscarla. Yaten, mi súper informante encubierto, me ha dicho que literalmente su itinerario es trabajo-casa-trabajo-casa desde que la dieron de alta. No ha asomado ni la nariz, así que sé que puedo encontrarla sin que nadie nos interrumpa. El punto es que sé que si sabe que soy yo, es capaz de no abrirme siquiera la puerta, de modo que he tenido que recurrir a medidas extremas.

Y patéticas.

Pulso el botón del timbre e inmediatamente oigo su voz preguntando quien llama por el intercomunicador. Me tapo la nariz.

—Entrega para Minako Aino —digo con voz mormada.

—¿Entrega? ¿de qué? —pregunta desconfiada.

Respiro y vuelvo a taparme las fosas nasales. Qué incómodo.

—Dos paquetes de empanadas especiales del Cangrejito Feliz, señora… ssseñorita.

Adulta o no, casada o no, Mina jamás tolerará que un humano que valore su vida le llame señora. Eso estuvo cerca. Sé que he dado en el clavo cuando la puerta se abre. Es fanática de los mariscos. Respiro profundamente y paso, luego toco nuevamente el timbre del apartamento dispuesta a hacerme a un lado para que no me vea, pero ya es tarde. La puerta se abre rápidamente. En cuanto Mina me ve, eleva una ceja hacia el cielo.

—¿En serio? ¿El "Cangrejito Feliz"? ¿Eso existe?

Me pongo color rojo-cangrejo.

—No, lo siento.

Mina suspira. En un vistazo rápido que le echo, noto lo más delgada y pálida que está. Trae un bonito vestido de verano verde claro, pero no lleva el pelo arreglado; y debajo de sus ojos azul cielo, se notan unas ojeras oscuras mal encubiertas por el único maquillaje que lleva en la cara. No es ella misma ni la que yo recordaba. Es como si del hospital hubiera entrado una y salido otra.

—Qué lástima, tenía hambre —dice de pronto.

—Puedo… es decir, puedo traerte comida de verdad —apuro desesperada porque no me eche —, ¿qué te gustaría? ¿pizza? ¿tacos? ¿Tacos de pizza?

Mina esboza una diminuta sonrisa.

—No, está bien —dice, y camina hacia el interior del apartamento. No me echa, así que la sigo y cierro la puerta. Luego apaga la televisión donde dan uno de ésos realitys de gente famosa, lo que me imagino que había estado haciendo todo este rato.

—¿Cómo supiste que era yo?

—Hacías ésa misma voz ridícula cuando llamábamos a mi madre y fingías ser la mía, para que nos quedásemos en tu casa a dormir —explica mientras hurga en el refrigerador. Me sorprendo. No me acordaba de eso.

Me siento en la pequeña encimera de la cocina cuidadosamente. No sólo no me ha echado, si no que tampoco parece enfadada. O eso creo. Me lleno de alivio mientras espero y recorro con mis ojos el lugar. Ya había visitado su apartamento, pero aunque los muebles son bonitos y está relativamente ordenado, parece más oscuro, polvoso y abandonado.

—¿Cerveza? —me ofrece.

Se me enreda la lengua al recordar la última vez.

—Yo… no sé si…

Me ignora y las pone haciendo un ruido fuerte sobre el mármol.

—Vamos, no pasa nada —dice con una voz persuasiva y aguda, pero también extraña mientras las destapa —. No hay peligro. Ya no tengo por qué cuidarme, y parece que tú tampoco...

Aquello me cae como balde de agua helada. Una recóndita parte de mi ser tenía la esperanza de que no hubiera escuchado mi mensaje. Me equivoqué.

—Mina, yo… yo no sé… no tienes idea de lo mucho que lamento lo que pasó.

Mientras susurro, se me llenan los ojos de lágrimas, y ella suaviza su expresión cuando busco su mano. La estrecha con suavidad y con ése simple gesto sé que nosotras estamos bien.

—Todo mejorará, Mina —le digo tratando de ser positiva, inclinándome más a ella para consolarla —. Los dos son muy jóvenes, muy pronto tendrás otro bebé y...

Mina arruga la frente por la incomprensión. Luego, su rostro pasa de la tristeza a la ira absoluta en dos segundos.

Me suelta con brusquedad.

—No es un paraguas que olvidé en el cine, Serena. No puedo simplemente reemplazarlo por uno nuevo. ¡Era mi bebé, entiendes! ¡Mío! ¡No puedo ni quiero cambiarlo! ¡Dioses, a veces eres tan….!—grita con la voz quebrada, en una mezcla de rabia y dolor, pero incapaz de continuar.

Como no puede o no quiere arremeter más contra mí, da un golpe con la palma de mano en la mesa con impotencia. Luego se lleva ambas manos a la cabeza. Me quedo paralizada y acobardada. Su largo pelo nos separa las miradas, pero ahora sé que sigue muy enojada y herida.

Bueno… la he cagado, otra vez. La verdad es que no sabía bien qué decirle cuando vine aquí. Sólo sé que la quiero, y que cuenta conmigo. Supongo que debí empezar por eso. No lo dijo, pero sé que lleva razón, a veces soy una cabezota, una idiota. No pienso mucho antes de hablar.

Me pongo de pie cautelosamente y me acerco a ella. Mina no llora, sólo tiene apretados los ojos y sigue en la misma posición.

Aparto las botellas y sin importar como pueda reaccionar, la obligo a que me mire.

—¿Soy qué? ¿Estúpida? ¿Imprudente? ¿Inmadura? Bueno Mina, eso ya lo sabías. Y también sabes que haría lo que fuera para que todo esto no estuviera pasando. Pero no puedo. Sólo me tienes a mí. Siempre. Siempre estaré contigo y me duele que no me dejes ayudarte. ¿Es que no te parezco aunque sea una pequeña garantía?

Mina se limpia una solitaria lágrima que le surca la mejilla izquierda, y se relaja visiblemente. Luego se aclara la voz graznada.

—No estoy enfadada contigo… no se lo dije a nadie. Ni siquiera a mis padres. Es que… decirlo en voz alta era hacerlo real, es decir, sé que fue real, pero… no tan real. Todo el mundo iba a empezar a decirme qué hacer, qué debía sentir y… no quería. Supongo que si pretendía como que nada había pasado, no dolería tanto.

Claro, por eso se deshizo de las cosas del bebé. Suspiro.

—Yo creo que las penas compartidas siempre pesan menos.

—Tal vez… —murmura como ida, y se muerde el labio inferior. Sé que quiere decirme algo más, pero aguardo un largo rato. Finalmente, suelta: —Sere, ¿y si no puedo tener hijos? ¿y si me casé demasiado pronto? Tengo miedo de tantas cosas.

Mierda, éso no me lo esperaba. Nunca había percibido a Mina como una persona insegura. Más bien, es el tipo de gente que te anda dando consejos con y sin que se los pidas, que siempre tiene una respuesta para todo, pero sobre todo, siempre una actitud optimista ante la vida. Esto me descoloca, pero recuerdo que, aunque yo tampoco tengo la solución a sus temores ni el manual de como ser la persona perfecta, tengo algo que nadie más tiene. Soy su mejor amiga.

—Bueno… eso no lo podemos saber ahora, pero Yaten me dijo que el doctor les explicó que es bastante normal, como sacar la manzana roja entre las verdes. Podría no estar sucediendo nada grave. Puedes hacerte un estudio y buscar opciones… yo no sé de eso, pero podemos averiguarlo juntas, porque lo que sí sé que serías una mamá fantástica. Y sobre lo otro… oye, la verdad es me parece que él te adora, así que no veo qué pueda estar mal. Ten fe.

Me mira esperanzada. No dice nada, pero se lanza a mis brazos y se queda así, un largo rato. Yo le acaricio el pelo para reconfortarla, y tras minutos que parecieron demasiado cortos, se separa y se limpia el rostro. Juro que tiene un minúsculo rubor en las mejillas y eso me tranquiliza.

Miramos las botellas de cerveza con reserva.

—¿No prefieres un helado? —propongo. La verdad es que quisiera alejarla del alcohol en este momento.

—Pero sabes qué, tomémoslo en el parque. Tengo ganas de salir.

Hago un bailecito de pequeña felicidad mientras ella va por su bolso.

Pasamos más o menos hora y media caminando y disfrutando del sol antes de que anochezca. Quedamos en almorzar o cenar la próxima semana y la acompaño hasta la puerta. Apenas entra con sus llaves, recibo un mensaje de Diamante que dice que enviará a una persona a recogerme donde esté, pero que no puede ser él pues está algo ocupado. Vaya… está llevando su misterio a un nivel totalmente nuevo. Me encojo de hombros y espero a un hombre salido de Men in Black que me abre la puerta de un coche flamante que parece carroza de funerales. Es muy elegante, pero no parece el estilo deportivo y moderno que él suele usar. Mientras nos dirigimos a la zona élite de Tokio, no dejo de chocar las rodillas. Mierda, estoy muy nerviosa y no puedo controlarlo. Y no solamente eso, si no que ya me estoy arrepintiendo. La conciencia tiene un largo rato que no me habla, pero vagamente, como en un eco, me sugiere que debería marcharme a casa.

¡Tranquilízate, Tsukino! Me digo respirando. Es sólo un hombre, no es un secuestrador. No es como si fuera a amanecer drogada en una cama con otra ropa, recluida de por vida. La pasarás bien, hasta donde quieras, y si es un perfecto caballero, él lo entenderá. Y si no, siempre puedes estamparle un florero en la cabeza y salir corriendo. Seiya me enseñó un par de trucos, según él, por si un día lo necesitaba.

Ja, un día debería escribir una novela. No he perdido mi toque telenovelesco desde aquella vez que gané un premiecillo en la secundaria…

—Llegamos, señorita.

El chófer me saca de mis pensamientos. Luego me abre la puerta y me acompaña al imponente rascacielos de cristal condominal que se levanta frente a mí. No esperaba menos, aunque con Diamante nunca dejo de impresionarme. Mierda, ¿cuánto dinero tiene?

El hombre me escolta hasta un ascensor y en vez de presionar el botón de subir, teclea un código. Las puertas se abren.

—Adelante, señorita —me dice educado y profesional. Yo me revuelvo en mi lugar, dubitativa, pero entro de todos modos.

No tengo tiempo de pensar en nada más, porque en dos segundos las puertas del penthouse se abren y ya estoy en un vestíbulo blanco y amplio, de piso reluciente. Un pasillo corto me conduce al salón principal, grande y con ventanales del tamaño de las paredes. No tiene cortinas, probablemente porque no se mira nada desde fuera. Hay cuadros con colores estrambóticos y figuras geométricas que resaltan con lo pulcro y clásico de alrededor. Hay una chimenea eléctrica pero que está apagada, y los muebles son en tonos chocolate y champagne. Todo grita lujo, modernidad y buen gusto.

Pero no lo veo a él, así que lo llamo de modo entrecortado.

—¡Estoy en la cocina! —escucho lejanamente.

¡La cocina!

Revivo mi sueño y en tres segundos ya estoy transpirando. Viro la cabeza y el ascensor está cerrado, pero el botoncito me tienta para salir de aquí. Sacudo la cabeza. Estoy siendo absurda. Es sólo una cena.

Me quito la chaqueta y la dejo por ahí junto con mi bolso. Me obligo a enderezarme, sacar el pecho y camino hasta la cocina, que por supuesto, es de lo más sofisticada. Pero lo que me saca de contexto es ver a Diamante, muy sonriente, con un montón de ingredientes y víveres esparcidos por doquier, mientras con un mandil está… ¿cocinando algo?

—Vaya, te pesqué con las manos en la masa… literalmente.

Él sonríe divertido.

—Y un poco antes de tiempo, la verdad. Es la primera vez que hago esto y me retrasé… siento no haberte recogido en el trabajo.

Me ruborizo. ¿Estaba cocinando para mí? ¿por eso no llegó?

—No hay problema, además pude ver a una amiga.

Husmeo y veo lo que está preparando. Unos canelones perfectos hechos a mano y una salsa que huele a gloria y está borbotando en el fuego.

—Espero que te guste lo italiano. YouTube me enseñó, así que no seas tan exigente.

—Me encanta, pero si te ves muy concentrado, no creo que sea la primera vez.

—¿Me está diciendo mentiroso, señorita Tsukino?

—No parece ser del tipo que cocina, señor Black.

—Es que no me conoce todavía —me sonríe enigmáticamente, y luego mete una cuchara chica de madera en la salsa —. ¿Quieres probar?

Me inclino sobre mesa de mármol apoyándome sobre los codos. Voy a tomar la cuchara, pero él no me deja.

—No quiero que te ensucies. No de ésto, al menos.

¿¡Qué quiere decir?!

Roja como tomate, chupo la cuchara lo más decoroso que puedo. Nuestras miradas se cruzan y me mira momentáneamente el escote. Diablos, no pensé en eso cuando me agaché.

Me incorporo rápidamente saboreando, y me acomodo el vestido.

—¿Y bien?

—Está muy rica —lo está, pero la verdad no estaba pensando en eso. Esta cita desborda tensión sexual por todos lados. No sé si logre manejarlo, pero definitivamente me da curiosidad y emoción. Que un hombre guapo, rico y atento me invite a cenar a su casa no es algo que ocurra todos los días, ¿me entienden?

Además, él se ve más relajado que de costumbre. No va formal ni de colores oscuros como siempre, trae una simple camisa blanca de lino arremangada y un pantalón caqui de pana. Igual está guapísimo, y el mandil debo añadir que es un extra adorable que no esperaba.

—¿Qué tal tu día? —interrumpe mi escrutinio.

—Bien. Mi jefe se irá a Nueva York en un mes y además aprobaron mi proyecto.

—Era de esperarse.

—¿Por qué? —frunzo el ceño —. Yo no lo esperaba.

Diamante se limpia las manos con un trapito y me dice en tono frío:

—Porque era una excelente propuesta si saben algo de talento y dinero. Serían unos imbéciles si no lo hubieran aceptado.

—¿Ah, sí?

—¿Por qué te cuesta tanto reconocer tus habilidades, Serena? Eres muy buena, sólo que tienes al jefe equivocado.

Arqueo las cejas mientras lo veo salpimentar.

—¿De veras crees eso? ¿O sólo lo dices para llevarme a la cama? —bromeo.

—Eres demasiado inteligente como para llevarte a la cama con algo tan soez, preciosa. ¿Quieres una copa de vino?

Una sutil alerta en el fondo de mi cabeza me dice quizá sea mejor no beber, pero la ignoro. Tengo sed y ganas de alcohol.

—Sí, por favor.

—¿Chardonnay? ¿Riesling? ¿Sauvignon?

Pestañeo.

—Mmm, ¿blanco?

Él se ríe. Obvio, yo no sé nada de vinos, pero no se burla de mí.

—Buscaré uno que quizá te guste.

En una copa de cristal grueso, me sirve el vino frío. Está tan rico, que tardo en saborearlo en la garganta antes de tragar. Es como beber elixir en líquido dorado. Me bebo la mitad de un zampaso.

—¿Más?

—Sí, por favor.

—¿Y… quieres esperar o lo hacemos ya?

Me atraganto, toso y se me termina escurriendo un poco entre los labios. Diamante me mira entre consternado y divertido.

—¿Q-qué?

Posteriormente sonríe de modo malévolo, porque seguramente ya me entendió.

—Cenar, Serena. ¿Tienes hambre? Ya está todo listo.

Me limpio con la servilleta de tela discretamente.

—Claro. Er… cenemos.

Tiene un comedor para recibir a toda una corte real, pero en la cocina nos sentamos en un desayunador sencillo que me hace sentir más sobrecogida. La pasta (canelones rellenos de carne en salsa de tres quesos y champiñones) está deliciosa y el pan a las hierbas finas con mantequilla está tan bueno que siento la necesidad de echar un par de bollitos en mi bolso y llevármelos a casa. Aparte cocina… joder, ¿no podría ser más tentador?

Cenamos mientras me hace preguntas básicas, que por cierto, me extrañaba que no hubiésemos abordado antes.

—¿Y cómo es tu familia? —me pregunta.

—Es… normal, supongo. Papá es fantástico… lo quiero mucho. Mamá tiene sus momentos, pero creo que nada fuera de lo común. Sammy es un fastidio a veces, pero es un adolescente, ya sabes. Tengo que aguantarlo hasta que se le pasen las hormonas.

—¿Cómo eras tú de adolescente?

—Era un encanto.

—No lo dudo, pero venga, la verdad —me insiste. Qué rara pregunta. Nadie me la había hecho.

Trato de hacer memoria.

—Me la pasaba sufriendo.

—¿Sufriendo? ¿Por qué?

—Por el amor… por el colegio, por todo. No hay mucho qué decir. Vaga, perezosa, poco agraciada por el acné —le saco la lengua —. Nada ha cambiado mucho.

Sus ojos se entrecierran.

—Pero mírate ahora, embelleciste como el patito del cuento.

No me gusta hablar de mi físico, así que lo revierto hacia él mientras me como otro bollito. Juro que podría vivir de esto toda la vida.

—¿Y tú? De seguro eras el chico popular y perfecto, presidente de la clase y graduado con menciones honoríficas que dio el discurso de generación —comento sarcástica meneando la cabeza.

No me responde de inmediato, y eso me extraña. Le miro y está muy serio. Su semblante se ha trastocado en algo un poco sombrío.

—No, yo… de hecho no fui precisamente un estudiante normal.

—¿Qué quieres decir?

—No empecé a estudiar formalmente hasta que fui algo mayor, digamos que... comer era una prioridad.

Tardo un momento en procesar lo que estoy oyendo. Él aprieta los labios.

—Ya conoces a mi hermano Zafiro… pero no somos muy parecidos, lo habrás notado.

—Bueno, físicamente no, no mucho… —murmuro. Nunca lo había pensado.

—Eso es porque no lo somos. Ambos nos criamos en la misma casa hogar y nos volvimos muy unidos. Esos lugares no son bonitos, Serena. Pasan cosas horribles.

Bajo la copa que me iba a llevar a los labios. Estoy pasmada.

—Digamos que es una historia con la cuál no te quiero aburrir. Nos escapamos muy jóvenes y tuve que protegerlo. Si hay algo peor que un orfanato, ésas son las calles.

—Es… es verdad —balbuceo.

—Tuve muchos oficios. Algunos repugnantes, pero otros muy divertidos —me dice esbozando una pequeña sonrisa. Parece que sus recuerdos amargos se disipan un momento —, años después conocí a alguien que confió plenamente en mí, pagó mis estudios y a partir de ahí le devolví el favor trabajando en su empresa, allí aprendí todo lo que pude de él, y lo demás es historia. Nunca fui muy académico, lo mío son las relaciones y jugar con el dinero.

—Ya veo —me limito a decirle.

Pero mi cabeza es un carnaval de ideas. Diamante Black, el poderoso tiburón de las finanzas que conduce coches deportivos y vive en este palacio, ha pasado hambre, frío, se ha topado con la crueldad y la injusticia del mundo. No tiene ni familia. Y a pesar de eso, logró grandes… que digo grandes, impresionantes cosas. Estoy tan admirada que me cohíbo. Mierda, no solamente tiene todo lo que quiere, si no que lo ha conseguido a base de sudor y sangre. Por eso tiene ésas fundaciones, porque sabe lo que es el sufrimiento de no tener nada.

—¿Fue el señor importante que me presentaste en el restaurante?

Abre mucho los ojos.

—Excelente instinto periodístico, señorita Tsukino.

—Gracias, señor Black —respondo complacida.

Cruza las manos sobre la mesa.

—Entonces… ¿no me dirás nada más? —cuestiona, y parece nervioso.

—Sólo… que te admiro mucho —le sonrío sinceramente—, y quisiera saber más de ti. Y aprender también.

Hasta yo me doy cuenta de que le cuesta creerlo.

—¿No te importa mi origen?

¡Vaya! ¡También es inseguro! Eso es nuevo y me gusta. Chasqueo la boca.

—¿No has oído una palabra de lo que he dicho? Malas calificaciones, caídas en todas las clases de deporte, acné… Además yo vomito en las juntas de trabajo, así que te llevo una buena ventaja si de vergüenzas hablamos.

Suelta una risa espontánea y fuerte que me contagia.

—Casi nunca te ríes —le digo sutilmente y dando un largo trago.

—Nadie me hace reír. No así.

Nos miramos. Sus ojos violeta brillan, impenetrables y peligrosos. Ay, sí me gusta… mucho, y con las cosas que voy descubriendo me gusta más. No sé qué hacer. Hay mucho que he compartido con Seiya y a lo que no quiero renunciar, pero definitivamente, algo dentro de mí me dice que Diamante no es un hombre al que quisiera hacer enfadar.

Al final pierdo la batalla y bajo los ojos intimidada. Él se pone de pie y recoge mi plato.

—Te ayudo.

—Nada de eso. ¿Por qué no te instalas en la sala?

—Pero tú cocinaste, déjame hacerlo… por favor.

—El servicio lo hará en la mañana, no te preocupes —me dice en tono paciente. Yo me ruborizo. Obviamente él no se preocupa por ésas cosas.

No volver a lavar platos nunca más… ay, ésa oferta suena más tentadora que todo lo demás.

—¿Y qué quieres hacer? ¿Quieres ver una película?

¡Ja! Una película. Como si no me supiera ése truco… no soy una mujer muy experimentada, pero lo que sí sé, es que el 99% de las veces que te invitan a ver una película lo último que ves es la película. Más bien eres tú el que se la monta. Sigo sin conocer el final de Forest Gump, y eso que la hemos puesto varias veces.

—Mejor sigamos charlando.

Se lleva la segunda botella de vino a una de las mesitas y nos sentamos en el sofá, que es como sentarse en nubes deliciosas. Sin que me lo pida, me quito los zapatos altos y me quedo descalza. Luego se sienta a mi lado. Detrás de nosotros, las luces multicolores de la ciudad brillan alegremente. Qué bonito. La estoy pasando muy bien.

—Es bueno saber que no te aburro —él se recarga de lado, mirándome de frente —. Cuéntame algo que nadie más sepa.

Me coge desprevenida con otra pregunta extraña. Me doy cuenta que suelen gustarle las cosas poco convencionales, es una persona muy interesante. Así que me licuo la sesera pensando. No puedo darle una respuesta indigna de su pregunta. Bebo más vino. Ay… me está pegando, pero quiero más. Un sorbito más y ya… veamos…

Se me hace un nudo de nervios en el estómago, pero cojo aire, le miro y confieso:

—Anoche soñé contigo.

La curiosidad le arde en los ojos. Obviamente está impaciente por saberlo.

—¿Y? —dice anhelante.

—¿Quieres que te cuente de qué iba?

Me mira con cara de que no sea idiota, pero claro, es demasiado educado para decírmelo.

—Por favor, señorita Tsukino.

Tamborileo con mi dedo índice la copa que tengo en la mano, sobre el regazo. No sé si pueda… es decir, ¿no estoy jugando ya demasiado con fuego?

Bueno, y, ¿qué esperabas al venir aquí? ¿jugar al Monopoly? Me rezonga mi subconsciente. Como casi siempre, le ignoro.

Como está muy cerca, no me es difícil llegar hasta su rostro. Puedo sentir su aliento, caliente y al mismo vino delicioso. El corazón me late fuerte.

—Es más fácil… mostrarlo, creo.

—Muéstrame —me pide, seduciéndome.

Y lo beso.

Sus labios y se lengua se intercalan y se mueven, lanzando en todas direcciones un montón de sensaciones desenfrenadas, el deseo toma forma y se concentra en mi parte más profunda. Tira de mi cuello con sus dedos con suavidad, mientras mi mano libre baja hasta su pecho. Siento sus pectorales, duros y definidos… joder.

Nos perdemos en un remolino de besos, jadeos y caricias. Cada una más intensa y arriesgada que la anterior. Él lleva sus manos a mi cintura, a la espalda, me sube el vestido y toca con ambas manos mis rodillas, mis muslos, mis pantorrillas…todo mientras nos besamos. Su cuerpo se siente genial bajo mis manos y sobre la ropa, pero quiero más. Lo deseo, aún más que en mi sueño.

Entonces, me siento totalmente fría y empapada de repente. Me he derramado el vino encima, cortando todo el rollo.

—¡Ay!

Ligeramente desorientados, nos reímos.

—Te dije que te ganaría en las vergüenzas…

Hasta yo soy consciente que mi voz suena decepcionada. Diamante se pone de pie enseguida, trayendo una servilleta de tela. Pero es una buena cantidad lo que he tirado y ya se me transparenta todo el sujetador (y lo que hay debajo) en el vestido, que (era) blanco con ligeros estampados floreados. Él me mira y yo me sonrojo, tapándome como puedo con la servilleta porque mi cuerpo reacciona rápidamente al frío. Es ridículo cohibirme después de lo que estábamos haciendo, pero igual no me nace exhibirlo.

—Será mejor que te cambies.

—Está bien, ya se secará.

—Estarás incómoda, además las manchas de vino son difíciles de sacar. Aguarda —insiste, y desaparece como por arte de magia.

Me quedo sentada con la cabeza dándome vueltas, todavía riñéndome por ser tan idiota. Bueno, qué más da… una raya más al tigre.

—Lo siento, no tengo ropa de mujer… —se disculpa dándome un par de pantalones y una camisa —. No suelo estar preparado para emergencias femeninas.

Ruedo los ojos. No puedo creerle que yo sea la primera aquí.

Entro en el amplio baño de visitas y analizo mi cambio de ropa. La camisa es gris plata, muy sauvecita… tanto que hasta parece de seda y ¡la madre! Una Armani. Espero no arruinarla también. Cuando me la pruebo veo que me llega a la mitad de los muslos, así que omito los pantalones o pareceré una criatura cómica. Me arremango las mangas y me desabrocho los primeros dos botones. No es más revelador que un vestido de verano.

Salgo a pasitos tímidos de nuevo hasta el salón. Levanta las cejas, atónito por un momento y niega sonriente la cabeza.

—Está usted arrebatadora, señorita Tsukino. Muy sexy.

Suelto una risita.

—Es que lo he visto en las películas y siempre quise intentarlo.

—Me alegra ser el primero. ¿Más vino?

Asiento acercándome. Tal vez deba tomar un poco de agua también.

Diamante se dirige a su cava (sabe en qué parte de de ése inmenso lugar) y una campanilla extraña se oye tras el pasillo. De momento, me quedo sin saber qué hacer. Otra vez suena.

—Debe ser el portero del edificio, iban a subirme un paquete. ¿Puedes abrirle por favor? —escucho con un eco.

No sé si quiero que el portero me vea así, pero vuelven a tocar. Me gana la impaciencia y abro dispuesta a sólo asomar la cabeza para recibir el encargo pero…

Apenas giro la manija la puerta hace fuerza contra mí y se abre de jalón. Mis ojos y los suyos se encuentran y en fracciones de segundo mi mente ya va a mil por hora. Se me cae el alma a los pies. De pie, tras el umbral, con la boca entre abierta por el asombro y una mirada gélida e indescifrable, está Seiya.

—Bombón —musita, como si no pudiera creerlo.

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Notas:

¿Se acuerdan de mí?, ¡milagro, reviví! ALABADOSEA…y justo para hacer más maldades. Bueno, ya. Amixes, podría dar mucha explicación del por qué de mi retraso, pero la verdad ¿les interesa? No creo. XD Tuve problemas en mi vida personal, después cuando los arreglé perdí inspiración y el proceso de escritura también lleva bloqueos, uno no es máquina, estas cosas pasan así que lo lamento, pero puede que no sea la última vez que ocurra esto. (esperemos que no) nunca he dejado un fic inconcluso, no os preocupeís tanto. Gracias, aún así, mil gracias a los que siguen pendientes de la historia y me apoyan a continuar. En gran parte por eso es que decidí esforzarme por retomarla.

Espero que este capítulo les haya gustado y me dejen saber en sus comentarios su opinión.

Besos ensoñadores, (y en especial a los de Route of Venus) MUAAACK :3

Kay

PD: ¿captaron la referencia canon del secuestro? ¿a qué fue cool?