.
"Roomies"
Por:
Kay CherryBlossom
.
(POV Serena)
14. Fricciones
.
Apenas entro al apartamento y cuelgo mi llavero de conejo miniatura, cierro los ojos con frustración. La música de rock pesado a todo volumen traspasa la habitación y retumba en las paredes y en los vidrios. Suspiro y lo maldigo en voz alta, aunque sé que no puede oírme.
Todo cuando me topo a mi paso me pone de mal humor: los platos están acumulándose en la tarja, la basura dentro del bote se desborda y desprende un feo olor y hay un par de moscas deambulando por toda la cocina. La encimera está pegajosa de mermelada y manchada de café. Trato de ignorar el cochinero y abro la nevera para sacar una Coca-Cola que me quedaba, pero casualmente también desapareció. Rechino los dientes, cierro y me saco los zapatos ahí mismo, cansada de un día saturado de trabajo y reticente a tener que lidiar con el nuevo y desquiciante Seiya Kou, en el día de mierda número nueve. Entro a mi habitación y me siento en la orilla de la cama, recordando nuevamente el origen de su comportamiento:
Sus ojos me recorren con la mirada, en mis piernas desnudas y en la prenda varonil y cara que llevo encima. Entonces, sus facciones se endurecen como si las hubieran tallado en piedra. Yo sigo paralizada, tratando de recuperar alguna función cognitiva que me permita escapar de esta situación, pero no encuentro ninguna. Sé que cualquier cosa que diga o que haga, será insuficiente, absurda…Ay, madre mía… ¿qué hice? Me siento mareada y débil, y me llevo una mano al abdomen como acto reflejo.
—Seiya —detecto una voz a mi espalda que me hace sobresaltarme. Suena tranquilo, pero sin dejar de traslucir cierta sorpresa —¿Qué… qué pasa, amigo?
Seiya parpadea varias veces, como tratando de recuperarse. Mierda, se ve totalmente perdido, como si alguien hubiera jalado una alfombra debajo de sus pies. Yo abro la boca pero no consigo decir nada. ¿Qué podría decir de todos modos? La he cagado majestuosamente. Eso es lo único relevante. Seiya carraspea y se dirige a Diamante, ignorándome totalmente, como si fuera la primera vez que me ve en su vida.
—Nada, amigo. Todo está en orden. Sólo pasaba por el vecindario —explica vagamente, pero detecto el tono mordaz en la palabra amigo.
Miro a Diamante, quien lleva ése vino delicioso en las manos. Tanto se me había antojado y siento que ahora mismo, si bebo, me caerá fatal. Vuelvo a mirar a Seiya con cautela, como si fuera un depredador peligroso que está fuera de su jaula.
—Te llamo luego —se excusa fríamente, y luego se da media vuelta para marcharse, siempre sin mirarme.
—Seguro —dice Diamante con la misma calmada indiferencia, pero estoy segura que él ya no le ha oído.
Mi corazón se agita, y sin siquiera avisarle a Diamante, mis piernas reaccionan y caminan a largas zancadas por el pasillo hasta el ascensor. Lo encuentro aún ahí, apoyado con la mano sobre los botones y presionando con insistencia, como si eso fuera a ayudar a que suba más rápido.
—Seiya, en realidad yo…
Las puertas se abren, al igual que mis ojos se abren más, angustiados. Ni siquiera me va a escuchar.
—Seiya, yo… —vuelvo a empezar torpemente. Él me mira una sola vez y pone una mano al frente, como para negarme el derecho de que entre con él.
—No te preocupes Serena, no es mi asunto —dice y presiona el botón de cerrado, con una voz clara y desprovista de emoción.
El corazón se me estruja tanto como un limón exprimido. ¡Serena!
¡Me dijo Serena! Creo que una bofetada me hubiera dolido menos.
—Pero…
Y se cierran.
Me quedo aún varios segundos mirando mi reflejo en las puertas de acero. Ya no me siento sexy ni traviesa… más bien incómoda y ridícula. Regreso caminando con la cabeza gacha, arrastrando los pies. Diamante me espera sentado en el mismo sofá donde nos habíamos estado enrollando. Suspiro algo acongojada. El deseo se ha esfumado completamente.
—¿Estás bien? —me pregunta serio.
Me encojo de hombros.
—Sí, no es importante —improviso acompañándolo.
—No parece no serlo. Y tampoco parece que estés bien —musita inclinándose hacia mí.
Me muero el labio inferior. No quiero mentirle, pero tampoco puedo decirle la verdad. Tras sopesar un poco los límites de mis palabras, le digo:
—Sólo que… no se lo había dicho. Fue extraño.
Fue horrible, pero me contengo de agregar detalles sentimentalistas. Por el rabillo del ojo, noto como Diamante niega con la cabeza.
—Me prometiste que se lo dirías.
—Lo sé, lo siento.
—¿No querías?
Aprieto los labios y apuro mi respuesta antes de que él me codifique rápidamente.
—Es que… eres su amigo —le digo —. No quería ocasionar líos entre ustedes y necesito la habitación que me alquila.
¿Me creerá? Dios, quién sabe.
Él tuerce los labios a modo de sonrisa. Luego con sus dedos largos y blancos, me acaricia el mentón.
—Ya tengo varios amigos. Y sólo hay una como tú, de modo que correré el riesgo.
Le miro boquiabierta con su determinación. Mi primera reacción sería reírme como estúpida, pero he aprendido, poco a poco, que los hombres pueden halagarme y yo no debo tomármelo como una broma de mal gusto. Soy bonita, carajo. Me lo han dicho muchas veces. Basta de ser tan miserable. Más allá de eso, sé que además está probándome. Quiere saber si yo haría lo mismo.
Le sonrío tímidamente.
—Y además él es sólo tu roomie, ¿no es así? —me pregunta con cierta severidad. Siento la necesidad de tronar mis dedos.. Me miro los pies descalzos y luego a él.
—Sí —contesto quizá demasiado baja, sintiéndome atrapada entre la liberación y la añoranza.
Aunque me cueste asimilarlo, sé que después de esto Seiya no volverá a tocarme. Y en el mejor de los casos, los dos seguiremos teniendo nuestros encuentros esporádicos, evitando nuestros propios conflictos indefinidamente. Mi miedo a su abandono, y su miedo… ¿a qué? ¿al amor?
Diamante me besa los nudillos suavemente, sacándome de mi cavilación, y mientras me estremezco por su contacto me dice:
—Me alegra, porque cada vez soy menos paciente, Serena. Tú tienes la culpa de eso, por ser tan… dulce y hermosa. Así que tengo que pedirte lo que cualquier hombre con dos dedos de frente haría. ¿Lo sabes, verdad?
Me arden las mejillas y luego de mirarnos intensamente, yo soy la primera en romper el contacto visual. Bueno, la timidez no es fingida. Realmente me cohíbe que alguien como él me diga algo así. A cualquiera le pasaría.
Me concedo un momento para examinar su rostro, sus labios delgados y perfilados, sus ojos púrpuras y penetrantes, el pelo plateado que le cae perfecto sobre la frente, y el efecto que su ser causa en mí. Es muy distinto a lo que me pasa con Seiya. A él también lo deseo, por supuesto, pero la presencia de Diamante me hace sentir siempre excitada e intrigada, como si estuviera viviendo todo el tiempo una película de acción. No sé si es la cosa de que lo haga a espaldas de alguien, o si lo estoy idealizando o si simplemente todo él me provoca un morbo incomprensible y tentador, en él, hay un deje de oscuridad que me intriga y me apasiona. Incluso en este momento, que no dejo de pensar en Seiya, no quiero irme.
Y redirigiendo a su pregunta, sí. Sé lo que quiere. Quiere que lo elija a él.
Si me quedara con lo que "tengo" con Seiya… sé lo que me espera. Una rutina familiar, llena de complicidad, de compañerismo y sexo satisfactorio. Pero también preguntas sin respuestas, celos de cualquiera que lo ronde pero sin tener el derecho de reclamárselo, como él hace un momento conmigo. Dudas sobre sus sentimientos, siempre perdida en el laberinto de sus acciones y sus palabras, donde en un segundo me besa y al otro esquiva mis besos como broma. Un día siento que lo tengo, y al otro que lo pierdo. ¿Puedo vivir así? No creo. A pesar de que… bueno, de que lo que sea que siento por él sé que es auténtico, y cada día se acrecenta más. Pero sé también lo que pasa cuando la montaña rusa llega a la cima. Cae… y cae… y la picada es más avasalladora. Siempre. Y mientras, seguir en la cuerda floja, preguntándome si en vez de una noche de amigos tuvo un encuentro casual en el bar, si ésos mensajes que recibe de trabajo son en realidad sextings o si una vez que las cartas de la hipoteca dejen de llegar o conozca a la indicada, me pida que me largue.
Intercambiando los papeles, supongo que sé lo que una mujer con dos dedos de frente haría. Aunque nunca me he destacado por mi sentido común. Quizá por eso nunca me habían salido las cosas como quería. Tiendo a idealizar las cosas más absurdas, sin bases ni hechos concretos. Han pasado meses. Seiya es como es, no como yo quiero que sea. ¿Cuándo me voy a enterar?
Menos mal que estaba sentada, o si no me hubieran flaqueado las piernas.
—De acuerdo —le susurro acercándome a él, me incorporo y luego me siento confianzuda sobre su regazo —. Lo intentaremos de verdad. Pero vamos despacio, ¿sí? Todo esto me abruma un poco.
—"¿Todo esto?"
Trazo una línea zizagueante con mi dedo sobre las costuras de su camisa, justo en su hombro derecho, mientras le hago morritos.
—Tanta galantería y formalidad.
—Oh. Te puedo dejar plantada de vez en cuando para equilibrarlo.
Me río y le echo los brazos al cuello.
—Gracias por aportar a la causa, señor Black.
Se me queda mirando complacido. Mi audacia le ha cogido desprevenido, creo, pero intenta disimular la sonrisa de su triunfo. Me coge de las caderas, pegándome a él y va a por mis labios, sellándolos con un beso posesivo y hambriento.
Y… ocho días después henos aquí. Seiya me ha evitado de todas las formas humanas posibles, desapareciendo oportunamente cuando yo aparezco, llegando a horas a las que no estoy o encerrándose en su cuarto con un concierto infernal como ahora. Sé que tarde o temprano deberá darme la cara, pero ¿cuándo? Su postura infantil está afectándonos en la convivencia. No es sano tratarnos así.
Me pongo el pijama y me dirijo a encender la TV. Lo único que quiero es ver un poco de comedia sosa antes de dormir como todos los jueves, pero ni eso me deja. El volumen está exageradamente alto. Lo está llevando al límite. ¿Qué quiere, que me vaya? A lo mejor sí.
Aunque subo el volumen de la tele, los gritos de la infeliz alma torturada que canta me impiden concentrarme. Me levanto como un resorte y empiezo a golpear su puerta. Mi acoso aumenta en escala hasta que termino pateando como loca. Finalmente abre con brusquedad y yo me echo hacia atrás, por si acaso. Mentalmente cuento hasta diez (5x2=10, porque tampoco tengo tanto tiempo).
Sé que se atrapan más moscas con miel que con vinagre, y aunque no fue un buen inicio usar la violencia física… ya qué. Me he aguantado muchas y estoy hasta la coronilla de su actitud.
—¿Qué? —responde con toda la hosquedad que emana su cuerpo sudado por hacer flexiones.
Inhala y exhala, Serena...
—Seiya, por favor. Sólo quiero relajarme después de un día agotador. Tuve muchísimo trabajo. ¿Podrías bajar el volumen?
—Lo siento, pero técnicamente estoy dentro del horario permitido, son —mira desdeñoso su reloj de pulsera —las nueve treinta y cinco. Hasta la diez puedo hacer el ruido que yo quiera. ¿Por qué no usas tú audífonos para mirar la TV?
Cabe resaltar, al igual que el asco de la cocina y el robo "accidental" de víveres, que jamás me había restregado ninguna de las normas. Con el tiempo, entendimos que todo se resumía a un respeto implícito. Yo no me hacía mis batidos de chocolate los domingos para no joderle la cabeza con su resaca y él usaba audífonos los jueves mientras hacía ejercicio para que yo viera Friends.
¡Son cosas simples, de gente adulta!
Cierro los ojos pidiendo paciencia al Señor, porque si me da fuerza, juro que soy capaz de abrirle el cráneo con un sartén como siga así.
—Seiya, por favor… es mi programa favorito.
Seiya sonríe desalmado.
—Ve la repetición.
Y me cierra la puerta en las narices.
—¡Imbécil! —le grito y golpeo rabiosa la puerta, pero el volumen sube tan alto al mismo tiempo que ni siquiera yo puedo oírme. Cuando me canso, voy a encerrarme a mi cuarto y empiezo a pensar.
De acuerdo… si quiere jugar sucio, lo haré. Puedo echarle cloro a su camisa favorita o aplastar todas sus papas fritas hasta hacerlas polvo. Puedo poner K-Pop (que detesta profundamente) a todo volumen. Después de todo, actúa como un mocoso malcriado, y es una lástima, porque si tuviéramos de verdad cinco años, a los cinco minutos ya estaríamos jugando nuevamente como si nada (a los niños les dura un pedo el rencor) o mejor, yo podría acusarlo con sus padres, como mis primas horrendas hacían conmigo. La ausencia de su familia es un verdadero inconveniente ahora mismo.
Mi mente se queda en blanco unos segundos. Luego sonrío. Busco en mi bolso el celular y pulso el número que necesito. Después de tres tonos, oigo la voz impertérrita de Yaten.
—¿Hola?
—Esto… hola, Yaten —carraspeo abruptamente, y me sonrojo. ¡Qué estaba pensando! Bueno, es ahora o nunca, estoy desesperada —¿cómo estás? ¿cómo están? —corrijo, sintiéndome tonta.
—Bien... supongo —responde vagamente.
Me quedo sin más palabras. Diablos. No recordaba lo locuaz que es este hombre. No sé cómo empezar o sacarle algo de conversación. Afortunadamente segundos después se apiada de mi vergüenza.
—¿Necesitabas algo? —pregunta extrañado.
—Er… sí, algo así. Es que tengo un problema —me paseo por la habitación, mirando con recelo la pared que nos separa —. Es sobre Seiya.
—¿Qué pasa? —pregunta notoriamente más interesado.
—Digamos que nuestra convivencia no va bien. Ha hecho algunas cosas desagradables y no sé como hablar con él para que se detenga —Temo parecer muy dramática, así que agrego: —, nada grave… fricciones simples, pero me tiene algo fastidiada. No quiero hacer la grande, sólo me preguntaba si tendrías algún consejo dado… pues ya sabes, que lo conoces bien.
Tras unos segundos de silencio misterioso y probablemente detectando que no agregaré nada más, Yaten me pregunta:
—¿Qué está haciendo ahora?
—Martirizando a mis tímpanos con una música horrenda.
—Mmm, ¿y de qué tipo?
Frunzo el ceño. Ese fue un giro inesperado. Del tipo que mi madre desaprobaría, sin duda, pero esa no es una respuesta clara.
—Yo… no estoy segura, aguarda —corro a hurtadillas hasta su recámara y pongo el auricular directo en la puerta, para que él escuche bien su escándalo. Luego vuelvo donde estaba —,¿y bien?
Yaten parece que sonríe a través de su voz.
—Wow, The Cure.
—Oh… ¿eso es malo? —pregunto temerosa.
—Está enojado —me explica —, no va a hacerte caso ahora.
Hago un puchero.
—¿Y qué hago? En serio empieza a ser un grano en el… perdón —me detengo a tiempo recordando que son la misma sangre —, es que me desespera tanto a veces.
—Bienvenida al club. No hagas nada. Sólo ignóralo y tarde o temprano volverá a hablarte… probablemente cuando necesite algo.
Vaya…como en el jardín de infantes. ¡Qué maduro de su parte!
—Pero, ¿y cómo cuándo crees que pase eso?
—Eso depende.
—¿De qué?
—De qué tanto lo hayas hecho enojar.
Abro la boca impresionada. Siento la necesidad de patear algo, pero como voy descalza, soy capaz de romperme un dedo, y lo único que me falta es irme cojeando al trabajo (porque incapacidad no me van a dar). Lanzo uno de mis almohadones por ahí.
—¿Estás seguro que no hay ninguna otra cosa que pueda hacer? —le ruego.
—No que yo sepa.
Suspiro ruidosamente. Parece una garantía suficiente. Aunque una relación de hermanos es infinitamente distinta a la de… bueno. A la de dos personas que conviven diario, que no son amigos, ni novios, ni familia, pero se sienten con derechos que no tienen y omiten obligaciones que sí tienen.
—Gracias —digo para no parecer descortés, porque la verdad es que me dejó peor de lo que estaba.
—Adiós.
Exactamente a las diez en punto, la sinfonía satánica cesa, dejando todo en "paz", si se le puede llamar así. Estoy tan cansada que no tengo ganas de discutir ni de hacer nada, ni siquiera para joderlo. Me voy a la cama deseando que mañana, Seiya me odie un poco menos y podamos al menos, en un futuro lejano, volver a llevarnos como amigos.
Qué equivocada estaba.
A la mañana siguiente, me levanto con la hermosa sensación del agua helada cayendo sobre mi cabeza. Después de salir a trompicones, temblando y maldiciendo enredada con la toalla, me entero que Seiya no ha pagado la última factura del gas. Y como el señorito tiene el termostato roto y siempre carga cuarenta grados en el cuerpo en vez de treinta y seis, le importa una mierda lo que a mí me afecte. Como sé que este tampoco ha sido un descuido inusual, grito a los cuatro vientos "TE ODIO, SEIYA KOU" y eso me sirve como catarsis. De todos modos, sé que el idiota se ha ido a correr y no puede oírme. Los vecinos sí, pero a quién le importan ellos, si la que sufre soy yo.
Pero la peor infamia que hace es que al abrir la puertita de mi alacena privada, la encuentro vacía. Siento que me muero. No hay rastro de mi dotación Ring Dongs, mis Twinkies, mis Ho-Hos… ¡ni siquiera mis Snoballs! Ésos panecitos divinos de chocolate rellenos de mermelada, cubiertos de más chocolate, azúcar glass y chispas… mis favoritos. Mi gasolina para empezar el día. Mis calorías vacías, ¡PUTA MADRE, MI VIDA!
Le envío un mensaje mientras las manos me temblaban.
Me las vas a pagar, imbécil.
Si quieres guerra, guerra vas a tener.
En el autobús, y aunque aún sentía las orejas calientes y respiraba con dificultad y ya estaba sintiendo una ligera culpa por mi amenaza, prometo no echarme para atrás. Realmente se lo ha ganado. Él sabe que ésos pastelitos de marca americana son mi debilidad, el modo en el que canalizo todos mis traumas, mis decepciones después del trabajo o mi flojera por cocinar en las mañanas… por eso ése anaquel es "zona restringida", no común. Y siempre lo había respetado. Aquello era jugar sucio. Muy sucio.
Pero yo también sabía jugar.
Incluso la convivencia con Seiya parece un jardín de niños comparado al manicomio que es el trabajo en estos momentos. Todo el mundo está estresado, de mal humor y agotado. Hemos pasado varias horas hasta la noche, repasando los proyectos, las fechas y los eventos que se avecinan. He planeado agendas, desarrollado informes y visto al menos media docena de clientes a todas horas. Estoy lo que se dice en mi propio límite de sanidad, lo cuál no es mucho decir. Lo bueno, es que estoy aprendiendo mucho. Lo malo, es que siento que me van a venir a poner una camisa de fuerza en cualquier momento. Soy mala para trabajar bajo presión, mis niveles de torpeza aumentan y mi carácter es más irritable…
Sí, más irritable.
Me doy un par de segundos para alejarme del monitor y descansar los ojos, empiezo a devorar una bolsita de cacahuetes y destapo una Coca-Cola, que es lo que me mantiene en marcha, aunque me causa ansiedad. Unazuky toca cerca de mi cubículo y me sonríe con cierta lástima.
—Asumo que no saldrás a almorzar… otra vez.
—Imposible —suspiro mirando a Molly, quien espera también afuera —. Pásenla bien.
—¿Quieres que te traiga algo?
—No, estoy bien —le señalo la chatarra —. Ya cenaré algo en casa.
—No puedes vivir de la máquina expendedora, Serena —rezonga —. Habla con Shiho, dile que te dé un descanso…
Cabeceo con necedad.
—¿Y volver al mundo deprimente de corregir manuscritos y hacerle café? No. Sobreviviré. Gracias de todos modos —le dedico una sonrisa gastada.
—De acuerdo. Qué te diviertas —me dice socarrona. Yo le saco la lengua cuando me da la espalda. Tiene razón, entre mi jefe el fascista y el bipolar de Seiya, cualquiera se da un tiro. Necesito un des-estrés, tal vez un masaje. O un vodka. O un Xanax. O combinarlos, ¿por qué no?
Mi celular comienza a sonar. Es Diamante. Mi oasis en este desierto.
Me acicalo un poco en el baño e incluso sonrío antes de verle. Es como si mi cuerpo estuviera sintonizado para relajarse y excitarse con el hecho de su presencia. Es una dualidad rara, pero agradable.
Está afuera del edificio de la editorial, recargado de brazos cruzados en su coche. No espera si quiera a que llegue hasta él, se adelanta varios pasos esquivando transeúntes, y me besa. Yo me aparto con una risita boba y las mejillas coloradas.
—Nos van a ver, aquí son unos cotillas de primera.
—Mejor, así nadie te va a rondar. ¿Qué tal ha ido tu día?
—Ahora va mejor —su sonrisa se refleja en la mía. No se aguanta y vuelve a besarme, regalándome otra descarga de ésa corriente eléctrica tan conocida que se siente cuando…
Oh, vaya.
Ahora, justo en este momento, comprendo realmente qué es lo que me hace falta. Diablos…
Por si no es obvio, no. No hemos tenido sexo. Lo de ir lento era en serio. Además, la verdad es que lo he visto muy poco, en encuentros en los que me escapo o él me lleva a casa, después del trabajo. Hablamos, tomamos café y filtreamos como siempre, ahora nos besuqueamos por los rincones, pero nada más. Ya empiezo a resentir los estragos de la escasez y los atributos de Diamante y su cercanía no ayudan mucho que digamos. Sigo sin entender cómo sobreviví a la abstinencia tantos años. Ahora mismo, su coche de vidrios polarizados no me parece tan estrecho como para hacer un rapidín.
¡Qué estoy pensando!
—Ah, te traje algo —dice, y hurga en el asiento del copiloto, que tiene la ventanilla abajo. La emoción de la expectación recorre mi cuerpo. Uuu, ¿qué será? La verdad de él me puedo esperar cualquier cosa.
Ni la mejor joya podría compararse a la felicidad que me causa el olor a tocino y queso cheddar que me invade la nariz, y proviene de la bolsita de papel café. Abro la boca anonadada y lo abrazo con una inmensa felicidad.
—Es mi favorito —chillo. La boca se me hace agua al mirar el emparedado, las papas y los pepinillos —. Gracias, gracias…
Trato de imaginarme a Diamante Black, con su traje de diseñador haciendo cola en la abarrotada cafetería local, y le sonrío radiante.
—Es lo más adorable que alguien ha hecho por mí últimamente.
—Excelente, y viene con un pequeño chantaje emocional —confiesa, metiéndose las manos en los bolsillos.
Entorno los ojos mientras me como desesperadamente una papa.
—Lo que sea.
—Un fin de semana. Sólo para nosotros.
Empiezo a toser. Cuando me recupero, trato de carburar.
—¿Para… hacer qué?
Se encoge de hombros.
—Lo que sea que te saque de esta oficina. Necesitas aire. Distraerte.
Necesito más que aire… pero no se lo voy a decir.
—No sé si pueda ausentarme todo un fin de semana… —empiezo. Diamante chista los labios.
—Claro que puedes. Tú eres la que manda —me dice determinado y serio. Yo pestañeo. ¿Yo mando? ¿De qué me está hablando?
—No conoces a mi jefe —me río.
Diamante me pone las manos en los hombros.
—Es tu proyecto, tú tuviste las ideas. Tú eres la indispensable. No dejes que te venda lo contrario.
¿Por qué siento que estoy tomando un curso de auto ayuda? Aunque tiene razón. Sólo… no me había dado cuenta. Si me pierde, todo se le va al retrete. No se negará a que me ausente un fin de semana.
—No sé… —divago dubitativa. Y lo miro. Él sí sabe. Es un genio de los negocios, debería escucharlo —. Podría… sí, podría intentarlo.
Diamante asiente. Sabe que me está convenciendo. No sólo necesito un detox del trabajo. También de mis problemas con Seiya, del mundo en general y por alguna razón desconocida, que no quiero analizar ahora a fondo, me invade una sensación de anhelo por pasar más tiempo con Diamante. Además él ha aguantado mis quejas todo este tiempo. Merece que lo intente.
—Estoy esforzándome al máximo, es verdad. ¡Me merezco un pequeño premio, con un demonio, claro que sí! —exclamo —¡Lo haré!
—Ve por ellos, leona.
Un par de personas con portafolios se viran para mirarnos. Cuando me despido de él, siento energías renovadas y una sensación de fortaleza dentro de mí.
En casa, mis revanchas continúan durante ése y los siguientes dos días. Justin berreó a todo pulmón Baby durante varias horas consecutivas (y me aseguré que la canción se repitiera en modo automático) mientras yo, con mis tapones para los oídos, leía mi libro junto a la ventana. Una blusa roja que jamás me ha gustado se coló en la lavada de sus calzoncillos y los dejó de un simpático rosa pastel. El cobrador del banco supo misteriosamente cuál era el teléfono de su trabajo, así que seguramente no ha dejado de acosarlo allí también. Y mi favorita: Intercambié bicarbonato de sodio por su preciada proteína energética de vainilla, (que previamente tiré por el WC) lo cuál debió ser fabuloso ver su reacción cuando la probó.
Aquella noche de viernes iba planeando qué otra maldad podría hacerle esta vez mientras subía las escaleras. Pero apenas iba a sacar mis llaves, me encuentro a nada más ni menos que a Mina y Yaten en el corredor, sacándome de mi maquinación.
—Hey —saludo, tratando de no verme desconcertada. Ellos jamás habían estado por aquí, al menos no como un combo y me siento algo extraña. Así deben sentirse los padres cuando los profesores te citan en el colegio para hablar de tus hijos —, ¿qué los trae por acá, chicos?
Mina frunce el ceño mientras a mí se me escapa una risa nerviosa. ¿Olvidé algo?
—Quedamos en cenar aquí hace dos semanas, ¿recuerdas? ¿cuando fuimos al parque?
Alzo las cejas.
—¡Claro!
Claro que no. Lo olvidé, por supuesto.
—Y bueno, Yaten también quiso venir —dice sospechosamente poniéndole una mano en el hombro, como para que yo me acuerde de quién es —, espero que no te importe.
Yaten suspira y desvía los ojos a la puerta de nuestro vecino y se lleva las manos a los bolsillos de la chaqueta. Obviamente no fue su idea venir, pero no digo nada.
—¡C-claro! —repito como loro. Mina me mira de modo curioso, como evaluativo —¡Pasen! Seguro Seiya andará por ahí… er… haciendo… sus cosas.
Incendiando mis libros. O sacándole el relleno a mis peluches… o metiendo mi cepillo de dientes al WC. Ay no, ¡¿lo habría hecho?! Me molesta más no haberlo hecho yo primero.
Les pido que me esperen un momentito afuera para poner en orden algunas cosas, y fue buena idea porque la casa sigue siendo un chiquero. Corro a buscar a Seiya, que me mira defensivo en cuanto me le acerco, como si lo fuera a morder.
—Mina y Yaten están aquí —le pongo sobre aviso. Él frunce el ceño y echa la cabeza hacia atrás —. Ordena algo de comer y consigue algún vino mientras yo limpio éste muladar. ¡Corre!
—¿Tú los invitaste?
—¿Qué importa? —lo arrastro hacia la sala, él se zafa de mi agarre obstinadamente —. ¡Es tu hermano!
—Sí, y me tomó veinticuatro años lograr que se fuera para que tú lo vuelvas a meter.
Me viro exasperada.
—Por lo menos ten un moco de madurez y pretende que no me odias un par de horas. Ellos no tienen la culpa —Abre la boca para protestar, pero lo interrumpo enseguida —. Y te recuerdo que no han sido las personas más felices recientemente, incluso después de nosotros.
Seiya baja los ojos un segundo y me dice:
—Iba a aclarar algo…
Yo empiezo a recolectar la basura regada por la alfombra sin hacerle mucho caso.
—A ver, ¿qué brillante idea me vas a aclarar?
—Que no te odio.
Levanto la cabeza justo antes de que desaparezca con el teléfono. Yo suspiro, mientras una cosquilla me baila en el estómago. Yo tampoco. Quisiera que estuviéramos bien, como antes, pero no sé cómo hablar con él. No me deja. Dialogar con Seiya es como atrapar el aire con las manos.
Media hora después estamos cenando la cosa china y tomando vino. No me siento con muchas ganas de convivir, pero Mina como siempre hace un estupendo trabajo por todos. Saca todos los temas de conversación posibles y obliga a los demás a dar sus opiniones, comentarios, etc. Yo la contemplo con una sonrisa media, encantada, porque además de que corta la tensión entre Seiya y yo, estoy feliz de que vuelva a ser la misma, o al menos, lo intenta. Tal vez yo también debería intentarlo. Fomentar algún acercamiento en vez de lo contrario.
Pero en algún momento, empezamos a ser una especie de bizarra familia disfuncional. Seiya me empieza a tirar sutiles indirectas hasta que prende la mecha otra vez, y de repente ya no me importa quién nos esté escuchando.
—¿Podría alguien pasarme el tepanyaki? —pregunta Seiya. Yo pongo los ojos en blanco, porque precisamente por eso puse todo en medio de la mesa. Será haragán. O lo hace a propósito.
Se lo señalo con pasivo-agresividad con mis palillos.
—No se te van a caer las manos —le gruño.
—¿Podría alguien que no sea una mentirosa compulsiva pasarme el tepanyaki? —repite tranquilamente.
Cierro los ojos y rechino los dientes. Yaten alza una ceja y Mina pestañea curiosa. Seiya mantiene su sonrisita de no he roto un plato en mi vida y Mina decide rendirse primero, cediendo a su petición.
Le pasa la cajita.
—Gracias, cuñada —dice educadamente.
¡Mentirosa yo! Tengo que echar mano de toda mi contención para no clavarle un palillo en el ojo. En vez de eso, le digo:
—Oh, por favor, mejor ni hablemos de patologías enfermas que sales perdiendo.
—¿Ah, sí? ¿Cómo cuáles mi reconocida doctora Tsukino?
Me tomo una pausa dramática dándole un trago al vino. Mina está tan intrigada que deja de comer. No quiere perderse de nada. Y cómo no, apuesto que ahora mismo, somos como los realitys que le gusta ver.
—Por ejemplo el de Peter Pan, te resultarían muy… conocidas algunas de tus conductas.
Seiya echa una carcajada con la boca medio llena.
—Lo dice la pobre ridícula que duerme con un conejo tuerto.
—¡El señor Bolita ha estado conmigo desde niña y es un recuerdo que adoro! —espeto furiosa.
Mina y Yaten intercambian una mirada significativa. Como si dijeran "¿Qué los casados no somos nosotros?"
—Y cómo no, si es el único amigo que tienes —increpa sarcástico.
—¡¿Qué se supone que significa eso?!
—Nada, que se entiende que quizá por eso busques… tanta compañía por doquier.
La cara me arde. Ah, ya salen las verdades, pues bien…
—¿Por qué no simplemente aceptas que estás celoso y listo? Sería más fácil que montarte un numerito de adolescente —le grito.
Seiya se ríe, como siempre, sólo para hacerme rabiar.
—Oigan, chicos… —empieza Mina levantando las manos. No le hacemos caso. Busca apoyo en su marido, quien nos ignora de manera estoica e impecable. Ni siquiera levanta la vista de sus fideos, como si no valiéramos la pena.
—Los patos no le tiran a las escopetas, Bombón. Sólo me preocupa tener que hacerme ahora un examen de ETS. O varios.
—¡Cómo si tú no te hubieras follado a todo Japón, grandísimo hijo de...!
Mina respinga, parece escandalizada y divertida. Me detengo a tiempo.
—Yo soy cuidadoso, tú eres tan estúpida que no dudo que la hayas cagado a la primera.
—¡Ocúpate de tus asuntos, Kou! Que ya tienes bastantes mierdas qué resolver ¿no? —el filtro que lleva la información del cerebro a la boca se ha estropeado, lo sé, lo veo venir. Estoy tan enojada con él que mi ira es palpable.
—¿Cómo cuáles? Mi vida es estupenda, eres tú la que odia la suya. Aunque ahora que te van a sacar de pobre, tsk, no sé… quizá no eres tan inocente como yo creía.
Nombrar a Diamante y que estoy con él por su dinero es un golpe bajo, incluso para él. Sé cómo darle el tiro de gracia pero… no…
No lo digas.
La criatura extraña y oscura que busca venganza quiere ganar la batalla, porque amenaza con ahogarme.
No lo digas.
—¡Por lo menos yo no le debo al banco dos millones y pico de yens!
Y lo digo.
—¿Qué?
Yaten irrumpe en voz alta por primera vez en la noche y en… la vida, de hecho. Todos lo miramos, pero él sólo mira a Seiya. Sus ojos verdes son tan intensos, amenazadores incluso, que hace que Seiya baje los suyos.
La atmósfera se degrada de los calores y reproches a un gélido y silencioso escenario. Seiya busca desesperadamente una excusa a la cuál agarrarse, pero es demasiado tarde. El efecto sorpresa ha sido demoledor, y Yaten no parece ser ningún ingenuo. Ha sido un milagro que lograra sostener esta pantomima tanto tiempo.
—¿Es cierto eso? —le pregunta lenta y peligrosamente.
Me cruzo de brazos y me esfuerzo por mantener mi actitud de ultraje moral, pero dentro de mí, la verdad me siento algo arrepentida. Sé que he dejado estallar una bomba nuclear entre ellos, ¡pero él me provocó! ¡lo ha hecho todo este tiempo! No podía dejarlo irse de rositas, no sería justo.
—No es para tanto, es… —murmura irritado, sin saber qué decir —, lo resolveré. Serena está loca, así se pone cuando no le presto atención. O cuando tiene la regla, en este caso seguro se juntaron ambas cosas.
Al diablo la compasión. Me pongo de pie y cojo de un cajón de la cocina el altero de demandas por exigencia de pago, y las tiro sobre la mesa como las cartas de póker de una jugada maestra.
—Parece que no soy la única mentirosa compulsiva —susurro con desdén.
Yaten mira los sobres apenas un momento y luego vuelve a poner en su lugar a su hermano diciendo:
—¿Nos permiten hablar un momento a solas, chicas?
Nos dirigimos a mi cuarto, igual que las ratones abandonan el barco cuando empieza a hundirse. Antes de cerrar la puerta, puedo ver en tan sólo una mirada suya que nunca me lo perdonará.
Mina se sienta en mi cama, cruza las piernas y se recarga en sus brazos.
—¿Algo que quieras compartir con la audiencia? —pregunta irónica.
Exhalo ruidosamente y me siento a su lado, poniendo la cabeza entre mis manos y masajeando mis sienes en círculos. No sé qué decirle.
Que mi relación con Seiya quizá llegó demasiado lejos. Que me enrollé con su mejor amigo. Que piensa que tuve sexo con él. Probablemente varias veces y a sus espaldas. Que por eso, hemos estado agrediéndonos con cosas estúpidas por días. Que siento remordimiento y a la vez no. Que a él lo quiero más que como amigo, pero no soy correspondida; y que al otro no lo quiero, pero como lo deseo y nunca nadie me trata bien, no lo dejo. Que no tengo a ninguno por idiota. Que el trabajo me está sobrepasando. Que sólo quiero volver a tener cinco años, donde mis preocupaciones eran no llegar a tiempo del colegio para mirar las caricaturas.
—La verdad, ahora no.
—¿Quieres escuchar lo que dicen?
Levanto la cabeza impactada.
—¡Mina, no! —ella me mira escéptica, lógicamente no me cree que quiera respetar su privacidad, siempre éramos unas cotillas con nuestros vecinos —. Bueno… quizá un poco, pero sólo para saber si está todo bien.
—Sí, claro —farfulla.
Se pone un dedo en los labios cómo para indicar que no haga ruido, y abrimos la puerta muy despacio. Ni siquiera es necesario esforzarnos en acercarnos tanto para husmear, porque se están gritando prácticamente.
—Mira, te lo iba a decir, ¿vale?
—¿Cuándo? ¿cuándo tuviera que ir a sacarte de la cárcel?
—No es para tanto…
—Para ti nada es para tanto, Seiya. Ni siquiera tratarme como un mocoso que no se entera de nada cuando eres tú el que se está dando tiros en el pie.
La voz de Seiya parece querer tranquilizarlo, pero sin mucho éxito.
—Te estás adelantando a los hechos. Mira, acabo de pagar algo… por aquí está —se oyen hojas sacudiéndose —. Sólo es cuestión que me den una prórroga y…
—¡¿Otra?! Cualquiera con dos dedos de frente sabría que no te la van a dar. Y aunque así fuera, ¿de dónde vas a sacar el dinero?
—Bueno, ya estoy doblando turnos, renté tu habitación. ¡No puedo hacer más! ¿qué quieres, que venda un riñón? ¿que venda drogas?
Oh, no, Seiya. Hasta yo sé que no es momento para bromear.
—Quiero que no hagas un cagadero del patrimonio de nuestros padres, de preferencia, a mis espaldas. Que seas coherente y responsable por una puta vez en tu vida y que no me trates como un cero a la izquierda. ¡Dijiste que todo estaba en orden, me mentiste!
A pesar de lo enfadada que estoy con él, siento una punzada de auténtica misericordia por Seiya. Yo sé que lo hizo por cariño a él, para quitarle ése peso de los hombros y pudiera formar una familia, sin ataduras y sin más problemas, más porque era Seiya quien iba a vivir aquí. Luego vino lo del bebé, ¿cómo se lo iba a decir? ¿agregar una cuota más de mortificación cuando apenas estaban recuperándose? Pero bueno, también entiendo a Yaten, las cosas no debían hacerse así, tiene derecho a saber lo que ocurría y ahora la bola de nieve los está aplastando a los dos. Cuando quizá pudo evitarse a tiempo.
La bola que tú soltaste.
Sacudo la cabeza y me enfoco en escuchar.
—Lo está, ¿ves? Aquí dice que he cubierto los plazos mínimos...
Oigo que Yaten saca una carcajada seca, sin emoción.
—Pues lamento decirte que ningún mortal vive tantos años como para poder cubrir los intereses. Lo que estás haciendo es una pérdida estúpida de dinero, de tiempo y ahora además de mi confianza. Yo voy a arreglar esto, y lo haremos a mi modo. Tú ya no puedes opinar.
Mina y yo nos miramos en conspiratorio asombro, abriendo la boca. Seiya, increíblemente, no rechista.
Cierro la puerta cuidadosamente.
—Ya oí suficiente —le digo a Mina, sintiéndome culpable. Ella asiente, mordiéndose el labio inferior.
Nos quedamos en silencio unos cuantos minutos más, sentadas en la cama, mientras ellos siguen discutiendo. Luego se oyen pasos y dos fuertes golpes en la puerta nos hacen saltar.
—¡Minako! ¡Nos vamos!
Mina me da un beso en la mejilla para despedirse.
—Si se desquita conmigo, será tu culpa —bromea, como para animarme. Yo sonrío de modo sombrío.
—Vale, nos vemos.
Calculo que paso unos veinte minutos sin atreverme a salir, mordiéndome las uñas y rumiando sobre lo que acaba de suceder. No oigo que Seiya haga ruido, ni ha venido a querer estrangularme, así que después de devolverme un par de veces de la puerta, me envalentono y salgo hacia la estancia. Está sentado, solo, tomando tequila trago tras trago. La mesa con los envoltorios de comida y el revoltijo de papeles sigue exactamente igual. Dudosa, me detengo un momento antes de hablarle. Quizá es su expresión abatida lo que me anima a hacerlo. La idea de que sufra, en menor o mayor grado, me resulta demasiado desagradable.
—Seiya… —me fallan las palabras. Ni siquiera sé qué quiero hacer. Si recriminarle que todo esto fue su culpa, si pedirle perdón o qué. Sólo sé que no quiero que piense que él no me importa, que disfruté de lo que pasó. Al final me decanto por un punto medio, inofensivo —. Seiya, tal vez esto sea lo mejor. Es… mira, es demasiado dinero y debiste… debiste decirle a Yaten el por qué lo hiciste, para que él entendiera que…
No me deja terminar.
—No, tú debiste cerrar el pico en un asunto que no te correspondía —susurra sin mirarme. Su voz es algo fantasmagórico, como suave y ronco a la vez —. No debí confiar en ti.
Pese a tener la boca absolutamente seca, intento hablar.
—Eso no es justo, y… y lo sabes. Yo… no me justifico, pero yo sólo respondí del modo que me has tratado todo este tiempo —argumento, tratando de ser lo más serena y amable posible.
Lo tengo de frente, pero él sigue mirando las letras grabadas de la botella como si mi voz saliera de allí o de su propia cabeza, o como si estuviera charlando con él mismo. Jamás le había visto así.
—Iba a disculparme hoy contigo —murmura vagamente —, iba a decirte tantas cosas…
Luego frunce sus cejas negras, como si mi simple presencia lo aturdiera por completo, pero no emprende ninguna acción contra mí. Vuelve a servirse otro trago y lo vacía de una zampada. Empiezo a sentir una opresión rara en el pecho e intento otra táctica.
—¿Qué ibas a decirme? —pregunto con dulzura, como si me dirigiera a un niño.
Seiya se lleva los dedos al pelo y se lo revuelve con ansiedad. Es algo que hace siempre que está nervioso. Me impresiona y me entristece a partes iguales reconocer cuánto he llegado a conocerlo, sin saber realmente qué clase de persona es.
Llena sus pulmones de aire y se le demuda la cara de tal modo que creo que está a punto de echarse a reír, pero no lo hace. Sólo conserva una mueca tirante y rara, y casi inmediatamente, se pone súbitamente de pie, haciendo mucho ruido con la silla. Yo retrocedo un paso. No es que le tenga miedo, (bueno, quizá un poco), pero prefiero conservar mi distancia. Él no hace nada violento, sólo coge la botella y me recrimina antes de darme la espalda:
—Lo que sí me alegra de que Yaten venda el apartamento, es que ya no volveré a lidiar contigo. Y dado a que no tenemos ningún contrato de arrendamiento legal ni nada, te aconsejo que vayas empacando… ya no quiero verte rondando por aquí.
Y se va.
Siento que tardo años en procesar todo esto, cuando en realidad sólo han pasado unos minutos. Luego, tras una eternidad en la que paso parada en medio de la cocina y durante el cual mi mundo queda en suspenso a todo lo de mi alrededor, agacho la cabeza. Para cuando alzo la mirada nuevamente hacia la puerta de su cuarto la música empieza a sonar. Y yo, con una expresión contrita, sólo hasta ése entonces, comienzo a llorar.
.
.
.
Notas:
Ya sé, ya sé, me odian. Yo los quiero, jojojo. :3
Espero les haya gustado la actualización, y espero seguir complaciéndolos con esta historia un rato más y me digan sus impresiones. Anden, no sean vagos…manden review. No me obliguen como algunas pseudo escritoras que conozco a pedir votos para actualizar :v
Mención especial a los que me escriben de mensaje invitado (algunos como Golondrina, Princessnerak, Roxana balbin, Wen, Lau y todos los Guest que hay y no sé quienes son :v, de verdad los quiero mucho a todos y todos sus mensajes son bien recibidos).
Gracias especiales a la bella Natu, siempre te recuerdo con mucho cariño. :) Sígueme escribiendo.
¡Nos leemos en el otro!
Besos de cereza,
Kay
