.

"Roomies"

Por:

Kay CherryBlossom

.

(POV Serena)

18. Logros

Como parte de un suceso insólito, igual que cuando los planetas se alinean o hay eclipses simultáneos, lluvias de estrellas y ésas cosas, paso una semana increíble en el trabajo. Ha llegado la fecha en la que mi jefe y la horrenda de Molly se largarán a Nueva York, a presentar nuestra nueva imagen de la editorial a los inversionistas americanos. Fue fantástico. Pude llegar un pelín más tarde, chismorrear con Unazuky en la recepción y sobre todo, no recibir ningún tipo de hostilidad de ninguna parte. Sólo actividades de oficina, almorzar en paz y gente cordial dirigiéndome la palabra. Lo que se supone que en teoría debiera ser un trabajo normal, pues.

Las tardes son aún mejores. Llego al apartamento de Diamante a haraganear lo que quiera porque no tengo que limpiar, lavar la ropa ni ir al supermercado. Todo es como tener la lámpara de Aladdino, lo que quiero, lo tengo apenas sin mover un dedo. Aunque no quiero acostumbrarme a tanta comodidad, porque será doloroso el contraste cuando me mude nuevamente, pero caramba, no puedo evitar el disfrutarlo. Las noches ni las menciono, pero sí puedo decir que todas las mañanas me duelen hasta las pestañas, y no es precisamente por practicar pilates. Mi vida sexual es cosa de otro mundo.

Y por supuesto como tiene que arruinarse con algo, inicio mi jornada de la siguiente forma:

Hoy el señor Shiho se presenta y tenemos junta ejecutiva, así que traigo uno de mis pocos vestidos nuevos más elegantes. Un traje de lino sin mangas y a la rodilla en gris oscuro, y unos zapatos beige cerrados de tacón. Casi no tengo accesorios bonitos, pero esta vez recordé usar unos aros muy delgados de oro blanco que mis padres me dieron en mi pasado cumpleaños. Tengo en la mano el reporte escrito de lo que me toca presentar, y lo he leído tantas veces que casi me lo sé de memoria. Aunque ya me he tomado un café, voy a servirme otro. Pésima idea cuando se está nervioso, pero no sé como más matar el tiempo. Todo va a salir bien.

Unazuky está sirviendo pastitas de mantequilla en una charola, y yo me zampo tres de un jalón.

—¡Ey, son para la junta!

—Perdón, tengo ansiedad —espeto con la boca llena.

Mi celular suena y hace que me atragante un poco. Es un mensaje de Diamante.

Que tengas suerte en tu presentación, pero no la necesitas.

Me encanta despertar contigo en la mañana. ¿Y si te mudas ya de cuarto?

Tengo la sensación de que la sonrisa que aparece en mi carta la parte casi en dos.

—Tienes un novio de ensueño, Serena —me dice Una con los ojos brillantes, entendiendo quién es.

Estoy tentada a mirarla maravillada, pero me controlo.

—No está mal.

Sonrío, y ambas nos echamos a reír. Antes de que pueda decirle algo más, alguien increpa de modo brusco a mis espaldas, y vuelvo a sobresaltarme.

—Ya deberías estar en la sala, Tsukino.

Me limpio las migajas con el dorso de la mano.

—Perdón señor Shiho, pensé que aún no llegaba nadie.

—Ven, hay un cambio de planes.

Unazuky coge la bandeja y otras cosas y se marcha a hurtadillas de la cocina. Yo sigo a Shiho hasta la sala de juntas, pero antes de ingresar me coge del brazo para retenerme y me dice:

—Molly no vendrá. Necesito que tomes también su lugar y expliques las estadísticas de ventas.

Se me cae el alma a los pies.

—¡No! Yo… señor, yo no tengo ésa información. Ni siquiera es mi gama...

—Ya sé que no es tu gama, Tsukino —repite en un tono como si yo fuera idiota —, pero has trabajado con Molly todo este tiempo de cerca, se supone que ambas conocen el panorama general.

—En realidad no, ella es muy… —iba a decir tacaña, pero cambio rápidamente el adjetivo —muy reservada con su trabajo, además las matemáticas no se me dan, de veras…

Por "no se me dan", estoy siendo muy generosa. Entiéndase que jamás aprobé aritmética, cálculo ni geometría en ningún grado por las buenas. Todo lo pasé en extraodinarios, con lágrimas, mocos y ruegos. Mina y yo pasamos largas horas quebrándonos la cabeza con los números, y jamás se nos pegó nada hasta la universidad, cuando yo huí a comunicación y ella a diseño. Incluso cuando me dan el cambio en la cafetería tengo que contarlo con los dedos de la mano.

¿¡Cómo diablos quiere que de la noche a la mañana yo explique cuentas, gráficas, porcentajes y ésas cosas del diablo!?

—Señor Shiho, por favor…

Los ruegos no servirán ahora. Creo que voy a llorar. No, no puedo llorar. No ahora. ¡Maldita Molly!

—Tú puedes hacerlo, sólo diles algo para tranquilizarlos, ¿vale? —dice, como si fuera a explicar que el cielo es azul, y me da una copia del reporte de Molly.

¿Tranquilzarles, yo a ellos? Si estoy hiperventilando. Shiho entra a la sala y empieza a saludar amablemente a los socios y bromear sobre béisbol y política. Todos van elegantes, y ávidos de saber en qué va su negocio y sus muchos ceros invertidos...

¡DIOS, AYÚDAME!

—Necesito hacer una llamada —jadeo a Unazuky, y me escabullo hasta el pasillo de al lado, donde no hay nadie. Todos ya han ingresado a sus lugares —. Tárdate un poco con el café, ¿sí?

Ella asiente de modo solidario. Con las manos temblorosas, saco mi teléfono.

—Hola, preciosa —contesta con su voz acariciante que no me seduce, pues estoy muerta de nervios —. Un segundo, es mi novia…—informa apartándose un poco del teléfono.

Ay, madre mía...¿es que todos deben saberlo? ¿lo sabrá la mujer de pechos enormes y pelo verde que me odia?

—Perdón que te llame… no estás solo.

Seguro que nota cómo me avergüenza interrumpirle. Puedo percibir su sonrisa.

—Es que no están acostumbrados a que atienda el móvil en conferencia y ahora hay unos seis corredores de bolsa atónitos preguntándose con quién hablo que sean más importante que ellos.

—Quizá creerían que eras gay.

—Estás en altavoz, Serena…

¡Madre mía!

—¡No!

—Pues no, ¿por quién me tomas?

Diamante se ríe, pero no le dura mucho la diversión.

—Tengo un problema.

—¿A quién tengo que matar?

Sospecho que eso no lo dice en broma.

—Probablemente a mí, para que no se alargue mi sufrimiento.

—¿Qué ocurre?

Empiezo a hojear los documentos de Molly. Todo son tabuladores, decimales, picos de flechas y rendimientos. Estoy frita. Totalmente frita.

Le explico como puedo, con mis torpes palabras a Diamante mi lío, con la esperanza que él me pueda dar alguna luz al final del túnel.

—Serena… no vas a entender nada de eso, pero no importa. Deshazte del informe de tu compañera y escucha —frunzo el ceño, pero me mantengo callada y obediente—, ¿crees que las cosas, es decir, el proyecto salió bien? ¿en palabras generales?

Me detengo a carburar un momento. Yo…¿supongo?

—Sí, eso creo. Es decir, subimos bien en ranking en las editoriales y…

Me interrumpe.

—Diles eso.

—¿Qué? —casi grito.

—Una vez me preguntaste que me gustaba de ti, ¿no?

Su pregunta me coge momentáneamente desprevenida. Cierto, y no quiso contestarme. Él continúa.

—Por tu forma de ser. Eres genuina, pura, auténtica. No finges para ser alguien o algo que no eres. Y eso es lo que hace que a la gente le agrades, sólo sé tu misma y los tendrás en el bolsillo, sin importar qué les digas.

Bufo desesperadamente. A pesar de sus halagos, ¡eso no ayuda en nada!

—Confía en mí —me vuelve a decir —. El éxito no depende de lo que sepas, Serena, si no de lo que eres capaz de hacerles creer a las personas que sabes. Ahora debo dejarte, hay dos chinos con jet lag que no quieren venderme sus acciones. Y sonríeles, tienes una sonrisa muy bonita.

Me sonrojo. Uy… ni años de terapia creí que pudieran lograr eso, pero bueno.

—Adiós…

Uf. ¿Ser como soy? Bueno, pues no me gusta ser como soy. Patosa, descuidada, parlanchina, pero más tímida de lo que la gente percibe. Camino indolentemente hasta la sala de juntas, en cuanto entro, cinco pares de ojos masculinos se fijan en mí. Tomo mi asiento junto al señor Shiho, y empieza a introducir sobre Nueva York, los ilustradores extranjeros buenos que consiguió y los diseños nuevos para las portadas de un autor que está causando furor en Europa. Mi corazón late tan rápido que espero no desplomarme sobre la alfombra. La última vez que estuve frente a ellos, vomité como la niña del Exorcista. Dios, otra vez no…

Shiho anuncia mi entrada, excusando la ausencia de Molly (maldita, maldita Molly) y yo me aclaro la garganta. Cuando hablo, parezco un ratoncito asustado y malherido en una trampa:

—Yo… bueno…

Me miran fijamente. Ni siquiera se distraen con su café, que no han tocado. Miro a Shiho pidiendo piedad, pero me ignora mirando la hora de su celular. Cabrón…

Repito las palabras de Diamante en mi mente. Yo puedo. Yo puedo…

Vuelvo a carraspear.

—Bueno, la verdad es que… —inhalo y exhalo —, yo no sé nada de esto. De hecho, soy malísima para la economía y ésas cosas. Ni siquiera me gustan, me parece la cosa más atormentante y aburrida del mundo.

Shiho me echa una mirada asesina. Ahora yo le ignoro a él, y les sonrío a todos como Diamante me dijo.

—Pero ¿saben de qué sí sé? De libros. Buenos libros. Y he trabajado día y noche, para buscar los mejores autores, porque parte de nuestra baja en el mercado es que no le dábamos a los lectores material fresco, de moda. Y ya saben que digan lo que digan, la lectura juvenil es la que vende…

No hacen comentario alguno, aunque uno de ellos levanta una ceja, escéptico. Bueno, nadie me está gritando y he captado su atención, así que prosigo:

—Este, por ejemplo, Tashiro Konemura que hace literatura gótica, tuvo diez mil visitas en su sitio web, sólo en la última semana. Fue uno de los que descubrimos nosotros.

—Las visitas en Internet no se traducen en ventas —rebate por primera vez otro de ellos.

—Eso pensé, pero lo he corroborado en la librería más grande de Tokio, ¿Ray's? Está frente al parque. Y había una cola enorme de estudiantes preguntando por él.

Se queda callado y asiente. ¡Bingo!

—¿Saben? Mi mejor amiga y yo solíamos seguir gente famosa en el colegio. Modelos, cantantes, actores… de todo. Y aprendí las más curiosas técnicas de rastreo digital. Así que… —tomo mi teléfono y busco el sitio —. Esta página muestra los rankings de las mejores obras a nivel nacional. Al menos cuatro de ellos son manuscritos inéditos, ahora patentados por nosotros. Son resultados, ¡palpables! Están aquí. Y miles de personas lo visitan todo el tiempo, y por lo que sí sé, como gran fanática de las novelas, es que no compras algo que no le guste a otros.

El silencio deja de ser incómodo. Todos me ven expectantes e interesados, y yo simplemente no puedo creerlo.

—¿Probaron las rosquillas? Son las mejores, las glaseadas… ésas, justamente —le digo a un señor regordete que no dudó en probar una —, y si les muestro el negocio… siempre está lleno. ¿Verdad?

Me dirijo a Shiho, que asiente como autómata.

—¿Somos un negocio de rosquillas? —pregunta el señor regordete.

—¡Mismamente!

Se echan a reír en sintonía. Shiho se ríe impresionado también. Tampoco puede creerlo.

—Les aseguro que yo podría asesorarme con alguien que me traduzca el arduo trabajo de mi compañera, que desgraciadamente no pudo venir. Para la siguiente reunión seguro ya tendrán la información exacta. Pero por ahora, sí puedo decirles que estamos por el buen camino.

Se miran entre ellos, como evaluando algo en secreto. Luego, el único que ha hablado, se dirige a sus acompañantes:

—Bueno, señores… a mí me basta con esto por ahora. ¿Alguna objeción?

Los demás niegan sutilmente con la cabeza, y sé que estoy salvada.

Enseguida Shiho pasa al siguiente punto y entonces entran temas con gente que no me conciernen, de corrección de estilo, ilustraciones, papel importado y el nuevo diseño de nuestra página web de los chicos de sistemas. Todo el tiempo bailo internamente. Cuando llega nuevamente mi turno de hablar, ni siquiera trastabillo. Los manuscritos que he propuesto les encantan, y lo demás fue sobre ruedas.

Me encuentro con Unazuky en mi lugar apenas termina la reunión. Estoy loca de contenta.

—¡Estuviste impresionante! —me felicita con un breve abrazo —. Hasta yo te creí.

—Bueno, tampoco les mentí precisamente —me río apenada.

—No puedo creer que Molly no viniera… Esta junta era determinante en todo lo que ha hecho por semanas. ¡Tampoco contesta su celular!

Yo hago un débil puchero mientras me siento en mi silla. Mi rencor sigue superando lo que sea que le haya pasado a ésa pirada fanática del cloro y la linaza.

—Tendrá gripe estomacal, o algo…

Niega con su dedo índice.

—Ni hablar, es una adicta al trabajo. Recuerdo que una de las veces que se quedó hasta muy tarde, necesitaba transcribir unos reportes en la computadora y enviarlos antes de la noche. Entonces se cortó con la trituradora de papel, muy feo… hubieras visto, ni siquiera se levantó para conseguir una bandita del botiquín. ¡Siguió como si nada! ¡Había más sangre en ése teclado que en una película de Tarantino!

—Ew —digo con repulsión.

—¡Está muy raro!

Me encojo de hombros y miro hacia mi monitor. Francamente, me importa un bledo lo que pudiera ocurrirle.

—¿Celebramos más tarde con una copa?

—Oh, Una… me encantaría, pero…

—Vas a salir con el dios de pelo platino —completa desdeñosa, aunque con una sonrisa traviesa en la boca. Me pongo como granate.

—Sí.

Se recarga en el borde de mi escritorio.

—¿No tiene un amigo?

—Mmm, no le conozco muchos —uno de ellos es Andrew, que sale con una morocha alta, hasta donde sé, y el otro es Seiya, que ni muerta se lo presentaría para algo romántico. Antes me corto una mano —. ¡Pero tiene un hermano! Y está solterito.

—¿Se parece a él? —pregunta extasiada, seguramente ya imaginándoselo con ella frente al altar.

—No exactamente, pero es muy guapo. Y creo que le gustarías.

Antes de que pueda hacerle una descripción decente de Zafiro, Shiho se acerca a mi cubículo. Parece tan satisfecho que ni siquiera reprende a Unazuky por estar cotilleando conmigo. La deja marchar y yo me pongo de pie para recibirle.

—Bueno Tsukino, debo decir que te felicito —reconoce inusualmente atento —. Como quien dice, te envié a la guerra sin pistola, y saliste sin un rasguño.

—Gracias, señor Shiho.

—Diría que fue algo así como tu prueba final… y la pasaste con honores.

Vale, muchas analogías…

—De acuerdo —respondo parpadeando.

Su mirada me recorre de cabeza a pies un segundo, examinando mi aspecto, pero trato de no pensar demasiado en eso.

—Has estado dos años y medio con nosotros, haciendo un buen trabajo, y recientemente, bastante más que bien. Excelente diría yo.

¿Hasta ahora lo nota? Vaya pedazo...

—Gracias —le destino una anodina sonrisa profesional.

—Creo que es momento de un ascenso. A partir del lunes, tomarás el puesto de Molly Osaka. Es decir, serás la segunda editora en jefe. ¿Qué tal te parece eso?

¿Qué? Siento que la sangre deja de circular por mi cabeza. ¿Yo?

—Perdón… esto… —parpadeo absolutamente confundida —, señor pero, ¿y… y qué pasará cuando venga Molly?

—No vendrá. Ha decidido renunciar a la empresa. Me lo acaba de comunicar recursos humanos.

Me sonrojo. Para mí eso no es ninguna mala noticia.

—Oh —digo yo.

Como dijo Una, todo es muy raro. Este trabajo era prácticamente su vida, dejaba sudor, sangre y lágrimas en él y siempre sin renegar ni un pelo, no como yo.

En fin, no es mi asunto.

—Tú tienes más tiempo en la editorial que ella, y dado que no fue lo suficientemente capaz de cumplir sus deberes en Nueva York, lo natural es que te elija a ti —me explica arqueando las cejas y metiendo las manos en los bolsillos —. Quizá es lo que debí hacer desde el principio. Voy a entregarte una descripción detallada de las funciones del puesto. Puedes estudiarla y hablaremos de ello mañana.

Lo que dice me hace sentido, mucho, sólo que me ha tomado por sorpresa. Creo.

—¿Asumo que aceptas? —me saca de mi cavilación.

—C-claro, señor. Gracias por la oportunidad.

—No me defraudes, Serena.

Sonríe, y en su cara aparece una emoción desconocida que me incomoda. Es la primera vez que me llama por mi nombre.

Luego sale tranquilamente por la puerta. Veo su espalda que se aleja y me llevo una mano a la frente. Es lo que he estado esperando, por lo que me he renegado por dos años... es mi oportunidad. La oportunidad. Tengo que poder con ello.

No puedo creer que vaya a decir esto, pero el inconveniente de vivir con Diamante (sí, hay un inconveniente) es que su abastecimiento de víveres es demasiado fino y gourmet. En toda mi estancia, no he visto nada chatarra que me gusta comer, y mi organismo lo pide con anhelo pero contrario a lo que me dice incansablemente, no quiero pedirle nada extra a su ama de llaves. Así que ésa misma tarde, saliendo del trabajo, me dirijo al supermercado más cercano a surtirme de unas cuantas chucherías.

Cojo una canastilla y echo unas sopas instantáneas, pastelitos variopintos, Coca-colas enlatadas y mi preciado litro de helado. Me tardo un buen rato en decidirme si llevo el doble chocolate o el combinado con vainilla, hasta que me da frío por estar parada tanto rato frente a los refrigeradores. Entonces todo mi cuerpo se tensa, reconociendo un aroma conocido que me llega a la nariz y pone todos mis sentidos en eso. Despertando mil recuerdos en un segundo. Sólo hay una persona que usa Paco Rabbane y que hace que las piernas se me pongan de gelatina...

Miro detrás de mí, pero sólo hay un viejito batallando con la puerta del refrigerador de la leche. Vaya desperdicio de perfume.

Suspiro y sacudo la cabeza. Debo estar alucinando ya.

Me decanto por el doble de chocolate y avanzo hacia el pasillo de los abarrotes y en dirección hacia las cajas de pago. Entonces recuerdo que me queda muy poco desodorante (otra de las cosas que me niego a aceptar de gratis) y me doy la vuelta dejando pasar a una chica con un bebé que estaba detrás de mí.

—¿Bombón?

Lo sabía.

Me giro de nuevo, y allí, enfrente de un estante de revistas está él —Seiya Kou —, con sus vaqueros, su camiseta favorita de Led Zapellin y que le queda mejor que a un maniquí, y su chaqueta de cuero negro. Sus ojos azules brillan. Se me seca la boca. Está tan guapo y alegre como siempre.

—Hola…

Él deja la Rolling Stone en su sitio y se encamina hacia donde estoy yo. ¿Me ha echado de menos? Seguramente no. ¿Ha encontrado otra chica para acostarse de dondequiera que las saque? Seguramente sí.

—Te ves fantástica —me sonríe. No, no sonrías por favor —. ¿Qué te hiciste?

Me miro hacia abajo, como si no recordara lo que llevaba puesto.

—Nada especial… sólo… tuve una junta y quería quedar bien, creo —balbuceo como adolescente. No hay rastro de la valentía que saqué para la junta, ahora que me doy cuenta. Seiya me intimida más que los socios.

—Mina dice que te va muy bien.

¿Mina le ha hablado de mí? Vaya...

—Sí… afortunadamente —respondo escuetamente. Tengo el estómago apretado, como si alguien me hubiera hecho un nudo las tripas.

No quiero ser grosera con él, de hecho, el que no me odie me hace sentir muy feliz, pero ahora, a éstos escasos dos metros que me separan de él, noto ése tirón familiar. Me siento atraída hacia su luz. Y sé que cualquier cosa que diga o que haga, por muy banal que fuera para él, sería un mundo de ilusiones para mí. Podría cambiarlo todo. Yo ya he jugado con fuego, y no me puedo volver a quemar.

—¿Tú… tú cómo has estado? —pregunto tratando de sonar amigable.

Él se encoje de hombros con aire distraído.

—Bien. Con suerte venderemos este mes el apartamento y todo habrá terminado.

—Lo siento.

De veras.

—No importa, Bombón… sólo es un apartamento —dice, pero sus ojos se enturbian un poco. Le duele, lo sé, pero se aguanta a decir más y cambia de tema aprisa —. Um… Mina dijo que te irías a vivir con una compañera de trabajo o algo así. ¿Cómo va la cosa?

Oh, no…

Él me sigue mirando, esperando que le diga cualquier cosa. Yo aprieto los labios. Mierda, había contado con que Diamante se lo diría, pero ahora está más que claro que ellos ya no son amigos. Quizá por mi culpa. Me ruborizo y miro a mi alrededor, los anuncios de descuentos y calcomanías promocionales. No puedo mentir, aunque Mina ha tenido la prudencia (raro en ella) de no decírselo, lo sabrá. Diamante se encargará de eso para alejarlo lo suficiente.

—No… no duré mucho —busco con rapidez algo que defina algo positivo y sustituya al verbo "vivir" y afortunadamente lo encuentro —. Ahora mismo me... hospedo con Diamante.

Él me mira desconcertado.

—Es temporal —replico repentinamente con malhumor.

¿Por qué estoy enfadada? ¿No debería ser el tipo de noticia que gritas a los cuatro vientos con una sonrisa de oreja a oreja?

Cuando dirijo otra vez los ojos hacia él, Seiya levanta la vista y nos sostenemos la mirada. Y durante ése breve instante me quedo paralizada, contemplando a este hombre que me observa con recelo mal disimulado. ¿Por qué? No es que yo le importe realmente. Tal vez lo que le importa es que le haya robado a su amigo.

Su expresión profunda me abrasa, y por un momento ambos nos perdemos en nuestras miradas, ignorando la voz chillona en el micrófono que anuncia las propagandas de electrodomésticos. Sólo somos él y yo.

—Perdona —dice como reaccionando, y su centelleante mirada azul zafiro me deja embelesada momentáneamente—. Es… bueno… —arruga el ceño —, si es lo que quieres, me alegro por ti.

Parece que él no encontró una definición tan correcta.

—Gracias —murmuro, sintiéndome totalmente fuera de lugar. Demonios, ¿por qué tiene que seguirme afectando lo que él piense o no? —. Yo… creo que ya debo formarme en la cola.

Con Seiya nunca sé a qué atenerme, así que creo que lo mejor es irme. Rápido. Corriendo si es necesario.

—Claro… yo también. Sólo vine por un helado.

—El doble de chocolate sólo queda un vaso —le digo recuperando mi voz más normal, y señalo mi canasta. Él sonríe con ironía, como si recordara algo secreto.

—También es mi favorito.

Yo sé a qué se refiere. Me muerdo el labio para no sonreír, o para no recordar cómo lo comíamos juntos frente al televisor tantas tardes.

O como lo echaba sobre mi cuerpo para lamerlo, en el peor de los casos.

—Vale… nos vemos, entonces.

—Ciao. Esto...¿Bombón?

Aprieto los ojos, inspiro profundamente y me giro otra vez. Vuelve a sonreírme, pero ya no con la misma emoción inicial. La sonrisa no le llega a los ojos. Obvio, ¿qué esperaba yo?

—Me dio gusto verte.

—Igualmente, Seiya…

Y me largo, sin desodorante ni nada, antes de que mande todo a la mierda y le diga todo lo que aún, pese a todo, le quiero decir.

Aun así al día siguiente me levanto de buenas. Sobre mi nuevo escritorio hay una enorme cesta de mimbre atiborrada de unas maravillosas rosas blancas y rosa pálido. Sólo el aroma hace que me despabile los nervios por mi nuevo trabajo. Cojo la tarjeta y sonrío. Sé quien las envía.

Felicidades, preciosa.

Te dije que tú podías.

-D

Saco el móvil y le respondo enseguida.

Me encantaron las flores. Me hace pensar en picnics y lugares bonitos al aire libre.

Me salvaste otra vez.

Besos.

Segundos después, me llega su respuesta:

Nada, lo hiciste todo tú sola.

Pero si sólo de casualidad, quieres devolverme un favor que no hice… ¿por qué no te mudas ya de cuarto?

Besos de regreso.

Uf… qué persistente es. Tecleo con cuidado.

Bueeeno, puedo dejar una bata y otro cepillo de dientes en tu baño. ¿Qué dices?

Por cierto, ¿no le avergüenza vivir en pecado señor Black? :)

Otros segundos después:

¿Quieres ir a Tiffany's a elegir un anillo? Por mí encantado.

Ahogo un grito y la encargada de intendencia me mira asustada. Le sonrío para tranquilizarla.

—Hay una araña en el techo.

Escondo mi cara encendida detrás de mi monitor. ¡Qué dice, está loco! Apenas puedo escribir.

Cepillo de dientes y bata.

Última oferta.

Él escribe:

Tomo lo que me den. POR AHORA.

Tal vez mañana consiga unas bragas y una pantufla.

Me río de su elocuencia y hasta por usar el emoji ése de ojos de corazón porque realmente no creo que sea su estilo parecer un tonto enamorado. Le devuelvo otro corazón y luego, admiro mi nueva oficina. Es muy linda, con paredes de ladrillos pequeños en gris y mármol. El escritorio y la puerta son de vidrio, con muchas cajoneras. Nada que ver con mis vejestorios metálicos de los ochentas. Por fin tengo una ventana, y varias repisas para colocar mis cosas. Es fantástica. No puedo creer que esto esté pasando. ¡Soy la segunda editora en jefe! Eso implica un considerable aumento de sueldo, nuevas actividades y una real autoridad… podría comprarme un nuevo guardarropas. ¡Hasta un coche pequeño en unos meses!

Pero sobre todo… quiere decir que si Shiho renuncia o se rompe el cuello, yo sería la que quedaría al mando de la operación de toda la editorial.

Quizá no sería mala idea echarle accidentalmente una cáscara de banana.

—¿Ya estás instalada?

A la madre… llama al diablo y se aparecerá.

—Sí, señor Shiho… todo está muy bien —respondo con una sonrisa estampada en la cara.

—Eso veo. Te ves... radiante hoy.

Noto como me sonrojo. ¡Qué inapropiado!

—¿Ah, ssssí?

—Me refiero a tu ascenso. Luces contenta.

—Claro —balbuceo por haberlo malinterpretado. ¿Lo he malinterpretado?

—Hemos de buscar a un sustituto de tu puesto, Serena. Quizá podrías ayudarme a elegir candidatos. ¿Y quién mejor que tú para decidir quien sí y quién no? —me ofrece amablemente.

—Seguro, en lo que pueda ayudarlo.

Por alguna razón me rehúso a hablarle de tú.

—Los de la nómina de confianza solemos tomar una copa en el restaurante de enfrente los viernes. Podríamos discutirlo allí.

Mmmm...

—¿Solemos? —pregunto esperanzada.

—Sí, vamos casi todos. Así no tendrías que quedarte hasta las cinco hoy. Matamos dos pájaros de un tiro —me guiña un ojo, y una pequeña e inexplicable alarma se enciende en mi cerebro.

—Um… muchas gracias por la invitación, pero creo que los revisaré aquí.

—¿Sales con alguien esta noche?

—La verdad es que sí.

—Bueno, habrá muchos viernes por delante ¿no? —insiste.

Y en todos los viernes del año estaré ocupada, idiota.

—Por supuesto.

Por fortuna le entra una llamada al móvil y sale de mi vista. Mientras le doy un trago a mi café (mil veces mejor que el que preparan abajo), miro la bolsita donde traigo escondido mi vestido negro de cóctel, el que me dio Diamante en mi cumpleaños y definitivamente el mejor que tengo. No es tan corto, pero el encaje hasta la espalda baja definitivamente no es algo que quiera lucir aquí, menos ahora, pero lo necesito para mi misión secreta. No hay manera de que pueda colarme a ese restaurante de estirados con mis pantalones de lino informales y mi chaqueta de jean.

Ayer por la madrugada, después de buscar y buscar como maniaca alguna pista de dónde o cómo encontrar a Frank Loywood, di con un factor en común que había pasado desapercibido hasta entonces. Al menos en cinco noticias diferentes (de redes sociales, periódicos y revistas) lo mencionaban acudiendo a comidas de negocios con otros empresarios. Me di cuenta que todas las fechas caían en viernes. Igual que mi cumpleaños. No podía ser coincidencia: él se reunía todos los viernes en el mismo sitio, y probablemente a la misma hora, por eso cargaba tanta seguridad con él.

¡Y bingo!

Así que ahora mientras espero a que llegue mi taxi, me examino la cara con detenimiento en el espejo del baño del lobby. Me pellizco las mejillas, confiando en que cojan un poco más de color y me pongo un poco de lápiz de ojos y mi labial rosa pastel. Inspiro profundamente. Tendrá que bastar con eso.

—Bienvenida, señorita. ¿Ya la esperan? —me saluda animosamente la misma hostess guapa de pelo negro y largo que recordaba. El día de hoy lleva un pintalabios fuscia que me distrae.

Mis ojos recorren el lugar sin éxito, pero está bien. Sé que no está alrededor. Está arriba, con los que pueden comprar la privacidad y las casas de los demás.

—Yo… —vamos, no seas gallina —, en realidad busco a alguien. Al señor… Frank Loywood. ¿Ha llegado ya? —pregunto lo más normal que puedo. Como si estuviera segura de que sí está.

La chica arquea las cejas con perplejidad y me despacha de inmediato.

—El señor Loywood está en una reunión privada, lo lamento.

Ajá… así que sí está. Gracias, señorita pintalabios. Sonrío con dulzura y deslizo la tarjetita hasta que queda a su vista.

—Lo sé, vengo de parte de Diamante Black.

Su cara y su actitud hace la metamorfosis que esperaba.

—¿El señor Black vendrá?

—No. Pero me ha encargado unos papeles importantes, y he de entregárselos al señor Loywood hoy mismo —digo con un tono más impersonal y competente que puedo transmitir, y señalo un sobre en mi bolso, que está totalmente vacío.

Ella me mira cautelosa. Aunque me muestro indiferente, mi corazón está agitado.

Oh, por favor…

—Yo… no sé. Puedo tener problemas.

—Las dos los tendremos si no entrego estos documentos… er… ¿Lana? —leo en su gafete —. Y el señor Black se disgustará mucho con quien lo haya impedido. Seguro que no vuelve a venir.

El color aflora sus mejillas y sus ojos se angustian sin que lo pueda evitar. No la culpo, aunque tampoco me gusta mucho que fantasee con él. ¡Es mío!

Bueno, ya saben lo que quiero decir.

Lana no dice nada. Maldita sea, puede que haya ido demasiado lejos. ¿Y si llama a Loywood personalmente y yo no tengo ningún puto papel que entregar? ¿Y qué le voy a decir a Diamante? "Esto, perdón, mi cielo… anoche después de que te dormiste, te saqué una tarjeta de presentación de la billetera".

Entonces mágicamente, se inclina y me dice secretamente:

—Voy a pasarte a una mesa de arriba, y… ¿puedes buscarlo tú? Así no se darán cuenta que los interrumpí. Serías una clienta más.

Sonrío fascinada. ¡Qué inteligente es!

—Muchas gracias.

Una vez en la sala privada, lo ubico fácilmente. Está con dos tipos que tienen pinta de ser muy poderosos. Me digo otra vez que no debo apanicarme, pero diablos…

—¿La carta de vinos, señorita? —me pregunta el mesero. Ni siquiera lo miro al pobre. Tengo la vista clavada en Loywood, que manotea con sus manos regordetas y mueve su bigote al hablar.

Recuerdo oportunamente no pedir una cerveza.

—No…esto... ¿me traes un martini?

Siempre los vi en las películas y quise hacerlo.

—¿Seco?

¿Eso qué es?

—Por favor.

En cuanto se retira me hago la loca con el menú para inspeccionar el terreno. Leo de reojo la columna de bebidas y casi me da un ataque. El martini que acabo de pedir cuesta todos mis almuerzos de la cafetería de una semana. Entonces es cuando lo entiendo, mi obsesión por Seiya me está llevando demasiado lejos.

Ojalá que salga bien, o a este paso quedaré en la ruina sin siquiera hablar con él.

De tanto en tanto les quito la vista de encima, me hago la dama desentendida que gusta tomar una copa sólo porque se le antojó, pese a estar sola. Así me termino mi primer trago, y muy a mi pesar, tengo que pedir otro. No puedo echarme para atrás, no ahora.

Sólo necesito que la madre naturaleza haga su trabajo.

¡Y sí! Al fin veo su silla arrastrarse y dirigirse a pasos lentos y graciosos hasta el servicio de caballeros. Me levanto como un resorte y lo sigo. Espero detrás del pasillo que da hacia el tocador de mujeres, y justo cuando termino de escuchar el secador de manos, salgo como una flecha.

Y chocamos como debe.

—¡Ay, lo siento…! —me río fingiendo estar acalorada, como cualquier chica después de tomarse dos martinis.

—No tenga cuidado, señorita… ha salido usted de la nada, no la vi. ¿No le he hecho daño?

—¡En absoluto!

Y me mira.

Y me sigue mirando…

¡Sí!

—¿No nos conocemos de algún lado?

—Pues… yo… sí, me resulta usted muy familiar —pestañeo meneando la cabeza —. ¡Pero claro! Me parece que Diamante nos ha presentado hace poco.

Ensancha su risa y me extiende la mano, estrechándola.

—Pero claro… usted no es alguien fácil de olvidar —vaya, espero que no lo diga por el peinado —. Recuérdeme su nombre, nunca olvidaría una cara tan bonita, pero soy un elefante para los nombres.

—Serena Tsukino, señor.

—Claro, claro… la futura esposa de Diamante que no lo sabe —se acuerda de la broma.

Me río como tontita de su gracia. Cosa que se espera de una chica rubia e inocentona como yo.

Si supieras...

—Pues tal vez sí lo sepa. Ya vivimos juntos.

—¡Vaya, eso sí que es una gran noticia! ¡Enhorabuena! —exclama en voz alta y entonces mira en varias direcciones —Siempre se sale con la suya, lo aprendió de mí. ¿Ha venido con usted? Me gustaría saludar a ése ingrato muchacho, que no sé nada de él desde hace semanas.

—Oh, no. He venido sola. Bueno, no sola —corrijo rápidamente —. Había quedado con una amiga, pero tiene un problema tan grave que me dejó plantada, así que me he tomado unos martinis para no irme tan pronto a casa. Diamante llega hasta muy tarde...

—Claro, y con la guapa que te has venido...

—Eso mismo —me encojo de hombros lastimeramente —. Pero no es su culpa… en verdad tiene un problema muy grave. Así que no me enfado con ella.

Él junta sus pobladas y rubio-canosas cejas.

—Ojalá que se arregle —dice educadamente, pero no con el interés que necesito.

El aire acondicionado que está arriba me humedece los ojos. ¡Qué conveniente!

—Sí… ¡bueno, la verdad no creo que se arregle! ¡Es mi mejor amiga y va a perder su casa! ¡Ella y su esposo tienen una hipoteca astronómica y los comen los intereses! Es horrible, señor Loywood. Y no puedo hacer nada...

Él me mira con acongoja. Pone una mano sobre mi hombro y entonces ¡a los dioses gracias! ocurre el milagro:

—¿Por qué no me cuentas más? Quizá pueda ayudar en algo.

Mientras me dejo arrastrar hacia mi mesa por él, sonrío en mi fuero interno. Tenía que parecer una casualidad nuestro encuentro, o de lo contrario me arriesgaba demasiado. Además, su último comentario me hizo comprobar lo que ya sospechaba: si Diamante realmente aprendió todo de él como dice, no se resistirá a una damisela en apuros, llorosa e indefensa. El ego del todopoderoso magnate es un factor común en los de su clase que despertaría de donde fuera para salir al rescate, aún sí perdiera algunos millones en el camino, que sería como quitarle un pelo a un gato. Está en su ADN. Y está en el mío, el periodístico y el femenino, hacerle creer que todo ha sido idea de él.

Mientras finjo recobrar la compostura con un poco de agua, le cuento toda la historia, omitiendo que el problema no se trata de un Seiya Kou si no de Yaten, que heredaron la deuda de sus padres después de la tragedia y el seguro no quiso reponerles nada. Los pobres recién casados quizá no tengan un techo para sus futuros hijos, que patatín, que patatán. Loywood de primera instancia menciona la posibilidad de un préstamo a crédito, pero primero quiere saber cuál es el banco acreedor. Sigo mi pantomina de la misma forma que había planeado. Me levanto a hablar con una amiga fantasma para supuestamente comprobar el dato, y cuando le digo que la deuda es de Loywood Enterprises, no se sorprende en absoluto. Es uno de los bancos más grandes de Japón, así que sería también una curiosa coincidencia.

Entonces menciona que si ésos clientes (o sea, mis amigos) no tienen más deudas acumuladas por otros lares, él podría hacer la excepción de negociar la deuda y meterlos en un programa selecto de hipotecas restauradas, o algo así… no entendí bien la logística, sólo supe, por su determinación que iba a ayudarme, y eso era lo único que me importaba.

Nos ponemos de pie porque ya saben, aunque fueran diez minutos, el tiempo es dinero para la gente así. Casi no puedo contener las ganas de gritar de euforia. Creo que lo he conseguido. ¡Lo logré!

—Muchas gracias por todo, señor Loywood…

Él asiente de modo impaciente. Sus acompañantes lo están presionando con los ojos. Ellos también pierden tiempo y dinero.

—Dígale a su amiga que un agente los llamará… que no se preocupe.

—Claro que sí… —entonces recuerdo algo importante. Lo más importante —. Esto... señor Loywood.

Me llevo las manos al pecho y le dedico una sonrisa tímida.

—Va a decir que soy una exagerada, pero… algo me dice que a Diamante no le gustaría mucho que usted me hiciera este favor. ¡No me pregunte por qué! Es sólo una corazonada. ¿Cree… usted cree que podríamos dejarlo como algo confidencial? ¿Por… favor? Sólo por si acaso.

Me atraviesa unos segundos con sus ojos diminutos, como evaluando algo. Oh, Dios… No obstante, casi enseguida asiente de modo condescendiente. Uf, qué alivio.

—Gracias.

Pero luego se me acerca un poco más y me dice, con un tono de voz distinto, como más frío, sí es como un cuchicheo, pero no se siente como si me lo dijera un amigo:

—Permítame darle un consejo, señorita Tsukino… si alguna vez, en el futuro usted vuelve a tener ésa...¿cómo dijo? Ésa corazonada, y cree que cualquier otra cosa que haga podría no gustarle a Diamante, éste es mi consejo: sencillamente no lo haga.

Totalmente inmóvil, sólo me le quedo mirando, intentando ignorar el escalofrío de advertencia que me sube por la columna vertebral.

—Disculpe, ¿qué? —escupo.

—Cuídese mucho —se despide con un asentimiento de la cabeza y una sonrisa. Yo avanzo hacia adelante, en automático, pero su personal de seguridad ya me bloquea el paso.

—¿Gusta otro martini, señorita? ¿Señorita?

El eco de la voz del mesero desaparece en mi subconsciente, sólo tengo una cosa que resuena en mi cabeza:

¿Qué ha querido decirme ese hombre?

.

.

.


Notas:

¡Hola, holaaa! ¿cómo están mis corazoncitos de meloncito? Jajaja. Serena ya embarcó a Mina XD. Y bueno, sorpresitas varias, ¿qué no? No se pueden quejar, salió Seiya, actualicé rápido y además hubo cambios importantísimos y emocionantes. Así que lo menos que pueden hacer es dejarme un review, no creen? :P

Auto-promoción:

Muchas me preguntan constantemente por Mina y Yaten. Que qué onda con ellos, que como se conocieron, que pasa en su matrimonio… bueno, para esos curiosos estoy escribiendo un fic en paralelo con esta historia, que son muchos fragmentos cortos que puedan saciar su sed de esta pareja. "Mil millones de latidos" lo encuentran en mi perfil. Denle una oportunidad, no sale Diamante encuerado pero está bonito. UwU

Mucha fuerza y paciencia para los que vivimos la cuarentena, ¡animo! Todo pasará.

Besos de cereza:

Kay.