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"Roomies"

Por:

Kay CherryBlossom

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(POV Serena)

19. Dudas

Estoy de pie delante de un enorme espejo con marco metálico, tratando de darle cansinamente algo de forma a mi cabello, pero es demasiado largo. Si no uso los chongos con coletas, sería capaz de pisármelo mientras camino, como si fueran agujetas. Ya estoy vestida y casi lista para salir al trabajo, y Diamante, detrás de mí y recién duchado, se está vistiendo. He amanecido en esta habitación más veces de lo que contemplaba, pero no me molesta. De hecho es todo lo contrario.

—¿Crees que me vería bien con el cabello largo?

—Te verías bien hasta con la cabeza rapada, preciosa —dice mientras se abrocha la bragueta.

Me doy la vuelta para mirarle. Él empieza a abrocharse una camisa negra de seda.

—Mentiroso.

—Si quieres cortártelo, hazlo. Es sólo cabello.

—No es sólo cabello… lo he usado así, toda mi vida —me viro para echarme un poco de perfume.

Se acerca con andar pausado, me rodea con sus brazos, y sus ojos púrpura se encuentran con los míos en el espejo.

—El cambio también es parte de la vida. Soltar, dejar ir algunas cosas para que mejores puedan venir.

Algo me dice que ya no hablamos de un corte de cabello. Otra vez lo mismo... Sé a que viene esto. Y es que ayer por la noche, me pilló mirando anuncios de apartamentos.

—Sé que te gusta dormir conmigo —me susurra —. ¿Por qué quieres dar un paso hacia atrás?

Enrojezco, y la desagradable idea de que probablemente Seiya y Michiru ya lo hayan dado por su cuenta se forma inoportunamente en mi mente. Incluso me los imagino cocinando, mirando la tele y…

Aprieto los labios y Diamante me mira preocupado.

—¿Dije algo malo?

—Nada —niego con la cabeza. Mis labios se mueven solos antes de razonar concienzudamente mi respuesta —. Está bien. Me quedaré a vivir aquí.

—¿En serio quieres?

El rostro de Diamante muestra un incrédulo asombro. Parece que ganó la lotería, aunque seguramente nunca ha comprado un billete… ni lo necesita.

—Sí bueno… y para que dejes de molestar —digo en tono burlón.

Él tensa sus brazos alrededor de mi cintura y me besa el cuello varias veces. Su cosquilleo me hace reír.

—Gracias, preciosa —musita —. Por cierto, hoy tengo una cena con un cliente importante. ¿Vienes conmigo? A las ocho.

—Oh, me encantaría… pero debo visitar a Mina después del trabajo.

—¿No puedes verla mañana? —pregunta con cierto deje de suficiencia. Irritado incluso.

—Podría, pero quiero verla hoy —le miro con gesto incierto —. ¿Hay… algún problema?

Esquiva mi mirada y va a buscar su corbata al vestidor. Yo le sigo.

—Ninguno. Sólo… pensé que como ves un día sí y otro también a tu amiga, preferirías esta vez acompañarme. Es todo —me dice eligiendo una corbata del mismo color de sus ojos —. Supongo que debo aprender a no esperar lo mismo que le doy a las personas. Es un defecto que tengo desde mi niñez.

Abro la boca anonadada. ¡Está enfadado! ¡Me está reprochando!

—Acabo de decirte que voy a vivir contigo. Eso implica conocer a mis padres, er… darte regalos de San Valentín, de cumpleaños...pasar contigo Navidad, Año Nuevo y todas ésas cosas. Si eso no es priorizar a alguien entonces no sé qué demonios es —replico, esperando no parecer tan neurótica.

No es la reacción que esperaba. Jamás lo había visto quejarse por algo. Pero es bueno saber que el príncipe es tan humano como yo.

Se pone de pie y me pone las manos en el rostro, enmarcándolo para que lo vea a los ojos.

—Lo sé… y me haces muy feliz, Serena. Nunca lo he sido tanto. Por eso soy muy egoísta y quiero tenerte sólo para mí. Me hacía ilusión presentarte en la cena porque… pues eso significa que esto es real, no sólo de la puerta para adentro. Eres lo mejor que tengo actualmente en mi vida y quiero gritárselo al mundo. No es cosa del cliente. Perdona. Diviértete con Minako.

Sonrío ligeramente conmovida. Bueno, creo que se me fue la mano, quizá un poco… Diamante me ha ayudado mucho, me ha consentido, me cuida. No me pide absolutamente nada. Yo no puedo darle nada, más que mi compañía, y es lo único que me está pidiendo. Creo que debo ser más complaciente. Al menos si quiero que esta relación funcione. Las relaciones se tratan de ceder también. Eso lo sé.

—Está bien…yo… creo que exageré mucho. Perdona también.

Me reclama en un beso y durante segundos, me pierdo allí, entre la caricia de su lengua y su calor. Y así, sin más, termina nuestra pequeña riña.

Cuando nos separamos, me dice:

—Nos veremos por la noche.

Me muerdo el labio, dudando…

—Ya sé, puedo decirle a Mina que cenemos otro día. Pasaré a tomarme una copa rápida con ella y así me dará tiempo de arreglarme para las ocho.

—No es necesario —me sonríe con amabilidad.

—No, quiero ir contigo. ¿Nos vemos a las siete y media aquí?

Me vuelve a besar y asiente.

—Eres la mejor. ¿Tienes un vestido negro formal?

—¿Ssssí? El que me diste en mi cumpleaños. ¿Por qué? —pregunto desconcertada.

—¿Puedes ponértelo? Este sujeto es… bueno, podría explicártelo con calma pero digamos que es un esnob algo mañoso. Es su color favorito y ayudaría un poco con la psicología del negocio —explica agitando sus largos dedos.

Arqueo una ceja. Bueno, he aceptado cancelar mi cena con Mina, pero ¿vestirme al gusto del señor "N"? No sé...

—¿Pues es una cena o un funeral?

Contiene una risa.

—Lo sé. Son demasiados detalles, pero como dije, ayudaría mucho. Si no quieres repetir el vestido te compro otro. Los que quieras.

Sacudo la cabeza mientras salimos del edificio. Hace una mañana preciosa, y el aire que despiden los negocios huele a café fresco y pan recién hecho. Bueno, si voy a hacer el favor lo haré completo. No tiene mucho caso que me resista.

—Vale, veré que puedo hacer —accedo.

Él sonríe deslumbrante y nos separamos cada quien por su camino, él a su palacio y yo a mi calabozo. Yo subo a mi taxi y él a su coche, ya que se nos ha hecho muy tarde por estar remoloneando tanto rato en la cama.

Unazuky me espera sentada en la recepción con un latte de mi cafetería predilecta y una mirada ansiosa que grita saber qué novedades hay con Zafiro.

—Aún no le digo nada —sonrío tomando el café —, pero gracias por…¡oye!

—No más lattes para ti hasta entonces.

—Prometo que lo haré pronto. Es que he estado muy ocupada con lo del nuevo puesto. Como dijiste, Molly era una máquina humana, tengo que adaptarme a las nuevas actividades, y estoy entrevistando candidatas, ya sabes…

Ella hace un puchero.

—Vale —y me devuelve mi café —. Pero no me hagas esperar hasta Navidad. ¡Mis padres creen que soy gay!

La miro con compasión. Sé cómo se siente ser el bicho raro de la familia.

—Si fueras gay saldrías con una chica súper sexy.

—Es lo que yo digo.

Nos reímos.

—Todo marchará bien. Sólo no te muestres tan…

Sus ojitos brillan.

—¿Simpática? ¿Inteligente?

Desesperada.

—No, er…

—Leí en un blog que a algunos hombres les gusta que te hagas la tonta. Al menos de vez en cuando.

—¡No! No debes hacer nada de eso. No leas ésa basura, Una.. Sólo debes ser tú misma —le animo —. Pero no te apures, llévalo con calma y que las cosas se den naturales.

Parece decepcionada de mi consejo. Es la clase de gente que no puede esperar.

—Es fácil para ti decirlo, ya tienes el novio perfecto…

Le sonrió por inercia, tomo mi tarjeta y entro al elevador. Me pregunto qué clase de persona es la que quiere impresionar Diamante. Y exactamente qué clase de novia quiere que sea yo. Nunca lo hemos discutido, pero… ¿de verdad puedo encajar en su mundo? Quizá puedo esquivar unas cuantas balas, cuidando no atragantarme con la carne y omitiendo mis chistes bobos, pero eventualmente...¿podría ser lo que él espera? A mí me gusta como es, y él dice que le gusta como soy. Pero hay algo que no termina de convencerme. Siento que tarde o temprano, voy a tener que amoldarme a lo que él necesite, aunque no me guste.

Como hoy, que lo que menos quería era ponerme el maldito vestido negro. No es mi color. El negro me deprime. Me gustan los tonos frescos, alegres, con estampados… como yo.

Sacudo la cabeza. Tal vez sólo me ahogo en un vaso con agua. Eso pasa en las parejas, ¿cierto? Habrá días más buenos que otros.

Dejo mis cosas en mi nueva oficina y aspiro el olor fresco de mis rosas. Me ponen de buen humor casi instantáneamente.

—Buenos días, Serena. Estás radiante hoy.

El comentario de Shiho me ruboriza. Qué… inadecuado.

—Gracias… dormí bien, señor Shiho.

Él frunce el ceño. Supongo que esperaba que lo tuteara también y dijera algo más amigable.

Me entrega una lista.

—Estas son las candidatas para para tu puesto. Hay que entrevistarlas a todas y me das un reporte con tus notas y comentarios —me indica.

Son al menos veinte postuladas. ¡No voy a acabar nunca!

—Sólo hoy las primeras tres y así sucesivamente el resto de la semana —me aclara al ver mi cara de horror.

—Muy bien —sonrió aliviada.

—Tal vez, éstas sean más adecuadas de tomar en cuenta primero… —se inclina, y mientras veo como traza con un marca-textos los nombres, me roza el brazo con el suyo. ¿Por... accidente? Yo retrocedo un poco, pero el finge que no pasa nada. Su otra mano descansa en el respaldo de mi silla, si me muevo, me tocará la espalda. Yo me mantengo erguida para no apoyarme contra él.

—Ella, ella y… ella —murmura con la boca a unos centímetros de mi oreja.

Su proximidad me produce una sensación desagradable, pero no digo ni hago nada. Tomo mi agenda y anoto sus comentarios, nerviosa. Sigue inclinado sobre mí… ¡Joder! ¿De verdad es necesario que lo haga? Todos mis sentidos están como en modo defensivo, y por dentro sólo estoy chillando: ¡fuera de aquí!

—Entendido —lo corto, como si eso ayudara para que se aleje.

—Puedes organizarte como quieras. Gracias por aceptar el puesto, Serena. Estamos muy agradecidos contigo por tu dedicación. Por cierto, ¿hoy vas a almorzar sola?

Y con una mierda…

Su voz es suavecita, precavida, como si estuviera acariciando a un gatito callejero. A mí se me revuelve el estómago.

—Es mi trabajo y me gusta. Y sí, comeré algo rápido aquí porque necesito irme a casa temprano. Tengo una cena... con mi novio —enfatizo en un intento de disuadirlo para siempre.

Shiho abre la boca fingiendo estar impresionado.

—Eso es estupendo. Con todo el trabajo que tienes no pensaría que tuvieras novio —revela. No parece ni le parezca estupendo, ni que el que no tuviera novio fuese por el trabajo, estoy segura, pero reprimo mis pensamientos de desconfianza una vez más.

—¿Necesita algo más?

—Claro que no. Te dejo trabajar.

Exacto, eso es lo que deberías hacer, imbécil. Dejarme trabajar en paz. Shiho sale por la puerta y oculta, detrás de mi monitor de gran nitidez, le hago una seña obscena con mi dedo corazón. Tengo una dualidad de contradicciones sobre Shiho, porque por un lado quisiera estar contenta de mi ascenso, mi nuevo salario, mi superación y todo eso y tenerlo de mi lado, y por el otro, una parte de mí hubiera querido quedarse en el piso de abajo, olvidada, menospreciada. Lejos de él, pero segura.

¿Segura?

He entrevistado a tres chicas, únicamente para preguntarles cosas básicas de su educación y algunas personales. Shiho las evaluará y definirá si son aptas para la siguiente etapa o las despachará. Le doy una mordida a mi sándwich de queso mientras miro el CV de una muchacha de pelo corto y negro. Luego la siguiente. Luego la siguiente. Siguiente…

Levanto la vista con el entrecejo fruncido. No me había percatado, pero todas, absolutamente todas son chicas de mi edad o a lo mucho un año menos. Ninguna tiene experiencia. Tampoco hay ningún hombre. Sé que por el tipo de trabajo, el género femenino suele interesarse más en ésta rama profesional, pero es demasiado extraño que todas sean mujeres y además sean casi iguales, (delgadas, piel blanca, guapas) puesto que el perfil estaba abierto a un rango mucho más versátil y amplio. Excepto por el color del pelo y los ojos, parecen clonadas.

Me pica la curiosidad, pero quizá sólo sea una coincidencia. Cuando miro el reloj ya son las cinco y media. Apago mi computadora, cojo mi bolso y mi chaqueta.

—Me retiro, señor Shiho —le aviso —. Las notas que pidió están en su correo eléctró…

—Sí, sí, buena tarde —me interrumpe sin mirarme.

—Igualmente.

¿Por qué no puede ser así siempre? No lo entiendo.

Paso a la vinatería que está en la esquina del edificio de Mina y ahora que sé más de vinos, le compro un Pinot Noir. El vino rosado es su favorito. También agrego unos quesitos y galletas saladas, todo como parte de una ofrenda, o más bien parte de un soborno.

Espero la primera copa para ponernos al día en algunas cosillas sin importancia. Una nueva jefa que es muy exigente con ella pero brillante, brindamos por mi nuevo asenso y todo eso. En la segunda copa ya le suelto la bomba de Loywood. No esperaba que brincara feliz de una pata, pero tampoco una catástrofe a gran escala.

—¡¿Que hiciste qué?! —me grita con su clásica capacidad vocal de dejar sordo a cualquiera.

Suspiro.

—No hagas drama, Mina. Mira...

—No, no, no —me interrumpe y me acusa con su dedo índice —. Tú me vas a oír a mí ahora, señorita.

—Pero si apenas me has dejado terminar.

—He escuchado suficiente. ¿Ahora eres la chica guapa de James Bond jugando a engañar a la mafia de los magnates? ¿Cuándo pensabas decirme?

—Cuando consiguiera algo —discuto, poniendo las manos sobre la mesa —. Tuve suerte, ¿vale? El tipo tampoco es el tiburón letal que todos creen. Seguramente sufre alguna patología rara o tiene una hija de mi edad o fue pobre de niño… por eso se conmovió con mi historia. ¡Tú lo haces todo el tiempo! —reprocho.

—No es lo mismo un Cosmo gratis del barman que endilgarle una deuda millonaria a una amiga, Serena —me espeta.

Yo me muerdo la lengua. Vale, hay que dejar que se le pase, la conozco. Cuando no sabe qué hacer, se estresa, cuando se estresa, grita. Lo bueno es que no tiende a durarle mucho el show.

—Mina, sé que parece una locura, pero es la oportunidad de oro para que salven el apartamento. Sólo te pido que cuando llame el agente, tú respaldes mi historia y…

Me mira con sus ojos celestes de "¿ahora qué?" Me ruborizo y bajo los ojos a mis manos entrelazadas.

—Y que convenzas a Yaten. Sin decirle… pues, de dónde viene la oferta, claro. Que parezca algo casual.

Pensé que volvería a gritar, pero en vez de eso, se ríe escandalosamente. Cuando me habla, lo hace de forma clara y escéptica:

—No voy a mentirle a mi esposo, Sere.

Uy… no esperaba que se pusiera en ese plan, ahora siento que la mala soy yo. Así que me esfuerzo por parecer que todo es un plan genial, aunque visto así, ya no sé si lo sea.

—No vas a mentirle, te lo prometo. Sólo omitirás la pequeña e insignificante parte de la historia de dónde proviene la ayuda. Todo lo demás será verídico.

Vuelve a despacharme.

—Las cosas no funcionan así entre nosotros.

—¿Ni siquiera por el bien de todos? —le persuado animosamente.

—¿De todos? —repite y se cruza de brazos mirándome con sospecha y mofa —¿Y desde cuando haces obras de caridad, Santa Serena?

Me salgo por la tangente.

—Sé que ellos aman ése lugar… me doy cuenta. Tú misma dijiste lo abatidos que estaban por venderlo. Creo que no deberían desaprovechar, y Seiya es muy obstinado y orgulloso, jamás cederá si sabe que el contacto proviene de un conocido de Diamante o mío.

—Si crees que Seiya es orgulloso es porque no conoces a Yaten —al menos su tono es más bromista, pero sólo porque va a volver a rehusarse, lo sé, la conozco —. Lo siento, Sere. Pero si no le dices tú a Yaten exactamente lo que hiciste, con santo y seña, no voy a ayudarte.

Bajo los hombros, de momento derrotada. ¿Y ahora qué hago?

La puerta da un chirrido y ambas nos sobresaltamos.

—¿Decirme qué? —pregunta Yaten detrás del umbral, jugando con sus llaves en la mano.

Mina arrastra su silla, y sus labios se curvan en una señal de disculpa.

—¡Ay, no me di cuenta! Mira la hora y ya… ya llegaste. Se me… sí, se me olvidó comprar ésa leche rara que te gusta tomar. ¿Sabes qué? Los dejo charlar y así aprovecho para traerla. ¡Corro, que me cierran la tienda! ¡Voy, vengo!

Casi como si se teletransportara ya tiene su billetera en las manos y me ha echado toda la bronca encima. Antes de salir, ella y Yaten se miran a los ojos, como comunicándose sin palabras de un modo que resulta casi sobrenatural, hasta como mágico.

—Er… ¿de arroz verdad?

—Almendras.

—Cierto, cierto… —farfulla, y le estampa un besito fugaz en los labios.

Y se larga.

Yo me pongo de pie, como si esperara que Yaten me echara o algo así (supongo que es mi consciencia atormentándome), pero no lo hace. Deja un portaplanos cilíndrico y su portafolios en la mesa, y extiende la mano hacia la mesa como para exhortarme a que tome asiento otra vez.

Suelto un pequeño resoplido.

—¿Quieres vino? —ofrezco en un vago intento que ésta vez sí tenga éxito.

—No, gracias.

Yo bufo. Esto sería mil veces más fácil con Mina aquí. Ésa pequeña traidora…

—Discúlpala —me dice, y yo lo miro impactada. Parece como si me hubiera leído la mente —. Ha estado en medio de Seiya y de mí en todo el conflicto por lo del apartamento, y creo que no desea estar en otro y menos con su amiga. Es todo.

Asiento.

—Es comprensible. Pero no habrá ningún conflicto… te lo aseguro.

Él asiente una sola vez, supongo que dándome el beneficio de la duda.

—Ahora… parece que tenías algo que decirme —me dice, y me observa atentamente con ésos ojos verdes casi radioactivos, que parecen expedir rayos X. Siento como si estuviera sentada en el escritorio del director de la secundaria y tuviera que convencerlo que soy inocente de copiar en el examen.

Inhalo profundamente, pues sé que la conversación no puede ser muy larga y debo ser muy clara, y explicarlo de la mejor manera posible.

Cuando termino, él no parece enfadado ni nada por el estilo. Sólo está callado. Más que de costumbre… si eso es posible.

—¿Es una locura? —pregunto con una sonrisa dócil.

Yaten se recarga en el respaldo de la silla y empieza a tamborilear los dedos de la mano izquierda sobre la madera.

—Es muy… loable lo que intentaste hacer, Serena. Pero Seiya y yo tomamos una decisión, y no fue fácil ponernos de acuerdo —dice en voz baja y enfática.

—Me imagino.

—No, no te imaginas —insiste categórico.

Yo le miro algo intrigada. Me pregunto cuántas veces habrán discutido, y de qué forma. Sólo lo vi una vez, y no fue agradable. Pero lógicamente no se lo voy a preguntar, porque Yaten siempre parece hablar en modo críptico y a cuenta gotas. En ése aspecto, es totalmente distinto a Seiya, que habla hasta por los codos, y que con un poquito de persuasión coqueta o unos tequilas, suelta toda la sopa.

—Entiendo...

—Y si volvemos a hacernos cargo de la casa, corremos el riesgo de volver a endeudarnos. Seiya se esforzó por mantener viva la hipoteca, pero no estoy seguro de que siga siendo así en el futuro. No siempre es estable en sus trabajos. Tampoco es justo que esté encadenado al apartamento sólo porque vive ahí, y con el dinero de la venta puede irse donde quiera y vivir bien. Y a mí menos me sirve, cuando ni siquiera volveré a habitarlo. Tengo otra familia y otra casa de la cual hacerme cargo. Y al final, si terminamos de pagarlo, en el mejor de los casos, todos los caminos acaban en el mismo punto. ¿Quién se va a quedar con el apartamento? Creo que eso nos llevaría a otra lucha sin sentido y terminaríamos, de todos modos, por venderlo al mejor postor.

Bajo los ojos avergonzada. Me marchito como margarita debajo de sus impecables argumentos, incluso me siento estúpida.

¿Ves donde te has metido tú solita? Me dice al oído mi subconsciente.

Ya está, me he quedado drenada del cerebro. No sé qué más decir que no sea que lo siento y que olvidemos todo con el vino y los quesitos.

Sólo hay algo. La última posibilidad.

—Yaten… ¿sabes qué? Tienes razón. Fue la decisión más sensata, práctica y adecuada que cualquiera pudo tomar. Es sólo que creo, que a diferencia de ti, yo conozco una parte distinta de Seiya. Él no quiere deshacerse del apartamento, no porque sea o no complicado tenerlo, si no porque lo que ocurrió con sus padres lo devastó. Y creo que a ti también —agrego con delicadeza.

Yaten se queda de estático, he captado su atención de un modo arrollador al soltarle algo así. Tanto, que no atina ni a decir ni pío. Esperando no estarlo lastimando demasiado por escarbar en heridas a medio cicatrizar. Por eso, procedo con la parte esperanzadora:

—Ese inmueble es lo único que le recuerda que tuvo una familia, no creo que sea una cadena de castigo, al contrario, creo que es lo que le ancla a un lugar donde pertenecer para no irse a la deriva. Le hace sentir bien. Cuando tú te fuiste, perdió lo único que le quedaba de ésa referencia. Su hogar pasó a ser una casa vacía. Pero aún tenía sus vivencias en cada espacio, en cada rincón. No quiso pintar las líneas con lápiz de su crecimiento cuando niños. Los de la cocina, lo ubicas, ¿no? ¿detrás del refrigerador?

—Sé cuáles —susurra cortándome, y creo que hasta se estremece.

—Hizo mal en mentirte… eso no lo discuto, pero si lo hizo es porque no quería que tú cargaras con eso, quería que hicieras tu vida, que fueses feliz con Mina. Me lo dijo.

Él hace un mohín y se rasca nerviosamente la parte de atrás del cuello.

—Sí, bueno… su sentimentalismo nos causó más problemas que beneficios al final —se queja. No quiere aceptar que lo protegieron. Mina tenía razón. Este hombre es más orgulloso que cinco Seiyas juntos.

Sonrío amistosamente.

—No veas el problema, ve la oportunidad —prosigo aprovechando aquél momento de extraordinaria clarividencia. Ya logré que bajara la defensas y hasta dudara, es momento de ir al grano —. Es un apartamento enorme, de excelente ubicación. Es una inversión a futuro, para ustedes, o sus hijos o sus nietos… en el peor de los casos, si las cosas se complican lo alquilas; pero puedes recuperarlo cuando quieras y los pagos hasta se cubrirían solos. Todos ganan. Tú eres arquitecto, sabes más que yo del tema y por tanto, que puede funcionar.

Tras lo que me parece una eternidad, Yaten deja de mover los dedos de su mano; se la lleva al rostro recargándose en su mejilla derecha y adopta una expresión irónica.

—¿A qué dices que te dedicas? —me pregunta directamente, como si fuera policía.

Parpadeo desorientada.

—Soy… asiste… bueno, era asistente segunda, ahora soy subjefa de una editorial. Leo libros. Muchos. No es tan impresionante como diseñar edificios.

Me observa e intenta, sin éxito, disimular un gesto risueño.

—Pues serías una excelente vendedora de seguros.

Me sonrojo y me río a la par.

—Gracias… tal vez algún día.

—Lo pensaré.

Se me escurre el vino de los labios. Afortunadamente no me llega hasta la barbilla y lo suerbo a tiempo.

—¿De verdad?

—Sólo lo pensaré. Ya veremos —me apacigua al ver mi cara iluminada.

¡Sí!

—Con eso me basta —le aseguro poniéndome de pie. Y es verdad, no pienso tener ninguna intromisión más —. Me despides de Mina. Tengo una cena en una hora.

Tomo mi bolso del respaldo de la silla y camino hacia la puerta. Yaten me sigue.

—Serena…

—Lo sé, Seiya se va a trepar de las paredes si se entera. Pero después de vivir con él tantos meses, he aprendido que su ladrido es más fuerte que su mordida, así que me arriesgaré. Aún si se lo dices —le digo encogiéndome de hombros.

Yaten menea la cabeza como ni afirmándolo, ni negándolo.

—Disfruten el vino… está delicioso.

—Serena…—me vuelve a llamar. Yo me giro antes de bajar por las escaleras —. Gracias.

Le hago un gesto con la mano de despedida y camino hacia las escaleras.

Llego tardísimo, con apenas media hora para refrescarme y buscar el dichoso vestido negro, que para variar, no me acordaba que estaba sucio. ¡Cómo no va a estarlo! Lo usé en mi cumpleaños, y después con Loywood. No puedo repetir sin apestar a indigente, y los perfumes tampoco hacen milagros. Malhumorada, me pongo a repasar lo que tengo en el guardarropas, y es un repaso rápido, pues para no variar no tengo nada.

Lo único que vale la pena, ahí en un rincón, es el vestido azul de cóctel que Mina me prestó para ir al almuerzo de tía Kaolinete, hace como mil años. ¡Aún no se lo he devuelto! No creo que haya problema si lo uso y estoy segura que está limpio. Además es eso o mis jeans.

Me estoy cambiando los aretes cuando oigo pasos.

—Te alcancé justo a tiempo —me dice Diamante en tono apremiante —. Te traje esto.

—Oh, no —musito mirando las letras doradas de Dior. Mierda, hasta la funda parece cara.

—Oh, sí.

—Pero ya estoy...

—Vamos, pruébatelo.

Lo cuelga en uno de los percheros del vestidor y abre el cierre. Es un vestido largo, de satén, con un pequeño escote en V y se sujeta de mis hombros con unos simples tirantes delgaditos. Sí, es elegante, supongo. Negro como una noche de luna nueva y tan aburrido como mirar un partido de ajedrez por televisón.

—Guau… es… —absolutamente nada mi estilo, a menos que vaya al entierro del presidente —muy serio.

—Y se te va a ver estupendo, anda. Tienes cinco minutos.

—De hecho —le interrumpo. Diamante entorna los ojos y regresa unos cuantos pasos hacia mí —. Este vestido también es bonito. ¿Ves?

Doy una vuelta sobre mi eje ondeando la falda. Trato de tentarlo aunque como siempre, la ropa de Mina me va un poquito grande. Espero que no lo note.

No sólo no lo nota. Él apenas lo repasa un segundo sin darle la mínima importancia.

—Lo sería… si fuera negro —ataja, y coge nuevamente el traje. Lo extiende para que lo tome, pero yo lo rechazo.

—Es azul oscuro, casi negro —discuto sonriendo.

—Casi negro no es lo mismo que negro —tras la cortesía deliberada con la que pronuncia esas palabras, siento que se oculta una molestia palpable.

Dios, ¿qué le pasa?

—No notará nadie la diferencia, y en serio me sentiría más cómodo con este.

—En serio me sentiría más cómodo, si cumplieras lo que me prometiste —repite, esta vez con voz estridente.

Emana tensión, pero sigo sin comprender porqué hay tanto lío por un puto vestido. Y entonces, mirando sus rasgos más angulosos, más alto e imponente y sus ojos, repentinamente fríos… no hay rastro del Diamante detallista que me compra flores y me pide que viva con él. Siento que caigo en la cuenta de algo que había pasado por alto: lo que le enfurece no es el vestido, es simplemente que quiere que lo obedezca. Me guste o no.

Vuelvo a poner la cosa de abuela en el gancho.

—Voy a quedarme con este vestido —le indico sutilmente, aunque me siento más cobarde de lo que aparento, en el fondo lo hago porque no deseo discutir de nuevo —. Y si aún estás de acuerdo, puedo acompañarte…

Entonces, como si no hubiera oído absolutamente nada de lo que le dije, arranca con violencia la funda de su sitio y la arremete contra mi pecho, con una fuerza desmesurada que casi hace que me tambalee y me caiga al piso de la sorpresa. Me fulmina con la mirada y lo deja ahí, segundos… escasos segundos en los que intenta transmitir una especie de mensaje, pero estoy tan perpleja que no estoy segura qué tan malo sea lo que quiere decir. Mi subconsciente me aconseja que lo coja, y eso hago.

Me habla, no obstante, con voz moderada pero helada como témpano. Lenta, peligrosa a menos de un palmo de mi rostro:

—Ya tienes tres minutos.

Parpadeo repetidamente mirando como Diamante me da privacidad para cambiarme, mientras mi mente no para de dar vueltas con frenesí. ¿Qué hago? ¿Debería bajar y volver a hablar con él? ¿Debería mostrar carácter? Creí que eso hacía…

¿Debería… irme de aquí? No puedo evitar agregar esa pregunta a las demás.

Esto no es lo que esperaba. Esto es malo. Realmente malo. Aunque no sé hasta qué punto. Me miro en el espejo en el que me había estado maquillando. Mis ojos están más abiertos de lo normal. ¿Estoy asustada, o es solamente que me ha cogido desprevenida? Miro mi reflejo intentando entender las implicaciones de lo que acaba de pasar.

Entonces, como un relámpago, la voz de Frank Loywood retumba en las paredes de mi cabeza:

Permítame darle un consejo, señorita Tsukino… si alguna vez, en el futuro usted vuelve a tener ésa...¿cómo dijo? Ésa corazonada, y cree que cualquier otra cosa que haga podría no gustarle a Diamante, éste es mi consejo: sencillamente no lo haga.

Aunque mis ojos arden de rabia y la garganta se me atenaza, exactamente a las siete y media estoy bajando por el ascensor. El vestido me va como guante, pero me produce una sensación extraña, como si estuviera atrapada en él.

Los ojos de Diamante se fijan en mí un par de segundos, me observan y detecto un centelleo de satisfacción y alivio en su mirada. Extiende el brazo, todo comprensión, pero yo paso de largo a su costado y me subo al Audi.

No nos hablamos todo el camino. Miro obstinadamente por la ventana del copiloto a la gente que deambula por la ciudad con risas y prisa, tomando margaritas en las terrazas y parejas paseando de la mano. Algunos solos, pensando en sus propios problemas probablemente. Yo mantengo los brazos cruzados, por si se le ocurre la idea de querer tomarme de la mano como suele hacer siempre en cada semáforo en rojo. Él, prudente, no intenta tocarme. Bien.

Estoy algo cabreada, sí, pero más de eso, estoy escandalizada, dudosa. Muy dudosa. No puedo dejar de repetirme si aún estoy a tiempo de retractarme, tomar mis ropas viejas y vivir sola. Ahora es más complicado, porque para mi desgracia, Diamante también se ha ganado mi afecto. Y ese es el problema, cuando alguien te hace algo malo y tú no tienes una conexión emocional, lo mandas a la mierda y se acabó. Como hice con Molly. Como hago con mis primas. Pero cuando una persona hace cosas buenas pero también malas, uno no puede evitar entrar en conflicto con la balanza. No sé si esto ha sido un arranque por la tensión de la cena, o será algo que se repita reiteradamente, porque no puedo saberlo. Y no saber me confunde.

No contemplo nada de lo bonito que hay a mi alrededor. Para mí todo son sombras de manteles, candelabros, gente vestida para funerales elegantes como yo, y tintineos de copas y cubiertos. No me interesa nada. Me rehúso a tomar a Diamante de la mano de nuevo, pero no puedo evitar que coloque su mano sobre mi espalda para guiarme donde necesita. Enfadados o no se supone que debemos aparentar ser lo que somos, así que me aguanto.

Cuando me presentan al responsable de mi presencia, un tipo altísimo como jugador de la NBA y de piel morena y ojos negros, yo sólo soy capaz de mirarlo con cara de palo. Y, dado que carezco todo punto de referencia sobre negocios internacionales y sigo enfadada, sólo hablo cuando Diamante o el otro señor (cuyo nombre no me molesté en recordar) me pregunta algo por educación. Hasta cuando sugiere caballerosamente que pida el roast beaf pues en ése lugar es excelente, declino la sugerencia con una cortesía impecable y ordeno una pasta pomodoro. De reojo veo como Diamante suspira frustrado y mi pecho se hincha. Chúpate esa, Black.

El camino de vuelta es exactamente lo mismo: Yo mirando por la ventana, el jazz y la gente, más escasa, siendo mi distracción. Ya me siento mejor y estoy asimilando todo.

Apenas cruzamos el elevador hacia la estancia del penthouse me saco los zapatos, los tomo con una mano y camino descalza hacia la cocina.

Me sirvo un vaso de agua fría, siempre procurando darle la espalda.

—¿Podemos charlar un momento? —pregunta con cautela, y oigo como suelta las llaves del coche en la encimera de mármol.

—Estoy cansada —susurro glacial, pero tranquila —, quizá mañana —agrego, no sé por qué. Se supone que la agraviada soy yo. Debería obligarlo a rogarme de rodillas o algo así.

No sobre actúes, me aconseja mi subconsciente.

Ahora mismo, no tengo ni una pizca de humor de revivir ninguna discusión, ni para bien ni para mal. Dejo el vaso vacío en la tarja y lo miro una sola vez.

—Quisiera esta noche dormir en mi cuarto, si no te importa.

Claramente le importa.

—Por favor, Serena —sigue intentándolo. Su voz suena angustiada. No hay rastro del atemorizante dictador de hace tres horas. Es como si fuera otra persona.

—Si quieres que exista ésa charla, lo entenderás —le digo pasando de largo a su costado sin darle las buenas noches.

Madre. No puedo creer que le haya dicho eso a Diamante Black. Por fortuna, él no me sigue. Me sirve la intimidad de mi cuarto, le doy varias vueltas a las mismas elucubraciones hasta que finalmente, muy entrada la noche, me quedo dormida.

La mañana y tarde del día siguiente es una serie de sucesos mecánicos y cotidianos. Nada relevante. Me levanto después que Diamante, por lo que no me lo topo en ninguna parte. Bien. Tengo muchas más horas más para pensar cómo voy a decirle que es totalmente inaceptable lo que hizo, cómo sea que se le vea. Entrevisto a las tres chicas restantes y le entrego las notas a Shiho. Me ignora maravillosamente todo el día, cosa que agradezco. Para la hora de la salida termino de mandar un e-mail y suspiro mirando mi celular. No quiero ir a casa tan pronto. No me ha enviado ningún mensaje, pero sólo porque sé que sabe que no tendrá el menor efecto en mí. Mismo caso que si me hubiera enviado rosas o bombones. Aún así siento un poco de melancolía. Pienso en nuestro fin de semana fabuloso, y los días juntos que se vinieron de ahí. Todo iba tan bien… ¿qué ocurrió?

Ya voy de salida con pasos flojos y Unazuky está guardando sus cosas.

Se me ocurre una idea.

—Una… ¿tienes tiempo para una cerveza? Yo invito —propongo recargándome en el mostrador. Ella sonríe con suspicacia.

—Claro que no. ¿Ves mi agenda ultra apretada? ¿mi cola de admiradores? ¡Pues claro que puedo! Qué preguntas…

Compartimos un taxi hasta la avenida principal. Una hora después, con una canción de Rihanna a todo volumen de fondo y el parloteo de decenas de personas, ya me duelen las costillas de tanto reírme con sus anécdotas. Unazuky es muy simpática.

—¿Otra ronda señoritas? —interrumpe el mesero nuestros parloteos.

Ella me mira como pidiendo aprobación. Le asiento al chico con la cabeza.

—¿Por qué nunca salimos antes? —le pregunto a Una llevándome lo poco que me queda de la bebida a los labios.

Ella se encoge de hombros.

—No lo sé. No tengo mucho tiempo en la editorial. Cuando te hablaba eras… muy tímida. Creí que serías aburrida.

—¡Pues gracias! —replico haciéndome la ofendida. Es cierto, ella tiene menos de un año aquí, cuando vino a suplir a una compañera que renunció de un día para otro.

Recuerdo aquellos días en la editorial. El sólo venir a trabajar me fastidiaba. Solamente leer y tener que dar mis opiniones para que nadie las valorara, tener que correr a llevarle café a Shiho y mirar de lejos como los demás triunfaban. Solamente a veces salía con Mina. Era mi única amiga, y cuando se puso de novia con Yaten yo sentí que me hizo a un lado. Me sentía amargada y frustrada porque nadie me quería a mí con ésa intensidad; y creería que así sería toda mi vida. Entonces fue cuando tantas cosas cambiaron y todo en muy poco tiempo. Visto así, entiendo a Unazuky, yo tampoco querría ser amiga mía.

Miro alrededor, los videos de las pantallas y la gente.

—Me gusta este bar. Nunca había venido.

—¿En serio? Yo conozco muchos. Oh, y si quieres, tenemos que ir a Joe's un día, ponen la mejor música —me anima, y señala por el vidrio el pub que está en contra esquina, totalmente abarrotado. Incluso hay cola fuera.

Lanzo un largo y melodramático suspiro.

—No lo creo.

—¿Demasiado alcohol adulterado?

Niego con la cabeza, desviando momentáneamente la vista hacia ella.

—No es que… Seiya trabaja ahí.

Unazuky observa hacia el Joe's de modo fisgón, como si el hablar de él fuera a hacer que se manifestara o se asomase por una ventana o algo así. Me sonríe bromista.

—Entonces definitivamente iré.

El leve aturdimiento agradable producido por el alcohol disminuye, y es sustituido por los recuerdos pesimistas de mi ex roomie. Quizá Michiru sí es capaz de satisfacer sus necesidades de una forma que yo no puedo. Tal vez el problema nunca fue él. Tal vez es que simplemente yo nunca fui adecuada, aunque yo sintiera que tuviéramos una onda especial. Única. La idea es deprimente, pero posible. Supongo que ya no importa. Lo del supermercado fue una mala treta del destino, pero no creo que vuelva a ocurrir.

—Te enamoraste de él, ¿verdad?

Giro la cabeza y miro a Unazuky, conmocionada. De una manera casi ridícula, los ojos me escuecen y las mejillas me arden.

—¿Cómo? —musito, como si ni yo misma fuera capaz de aceptarlo. La música tecno de Imagine Dragons lo invade todo.

Una parpadea una sola vez y sonríe.

—De Diamante.

Todos mis sentidos regresan a la normalidad. Incluso mi corazón late más despacio. Vuelvo a sentirme ridícula, pero esta vez por razones distintas.

—¿Por qué lo dices? —pregunto, sólo porque estoy interesada en su perspectiva.

—Parecías recordar algo bonito, pero triste a la vez… supongo que por eso de que se pelearon. ¡Oh, Serena! Perdóname si hablo de lo que no debo, pero parece un excelente partido… no te rindas con él. Un segundito, voy al baño…

La veo alejarse entre la multitud hasta los servicios de chicas. ¿Dónde he oído eso antes? Las palabras de mi madre siempre parecen burlarse de mí.

Intento, aún así, centrarme en todo lo que Diamante y yo hemos hecho estas últimas semanas. En su declaración de amor, sus divertidos coqueteos, su devoción apasionada entre las sábanas. Busco un desesperado intento de comprenderle, de algo que lo justifique. Después de la cena, parecía avergonzado. Muy avergonzado. Pero mi miedo, sobre todo mi duda es… ¿estará avergonzado por lo que hizo, o por lo que en realidad es?

Alrededor de las once llego al penthouse. Salgo del ascensor hasta la gran estancia y todo está en silencio. Sin embargo, ahí está él, sentado en uno de los grandes y modernos sofás. No bebe, no está hablando por teléfono ni nada así. Sólo está ahí… esperándome.

Y su mirada deja en claro que estaba aterrado de que no volviera.

—Hola.

—Hola —me susurra. Noto en su rostro que quiere y necesita saber dónde y con quién estaba, pero tiene la deferencia de guardárselo.

Así que le concedo la deferencia de decirlo.

—Fui a tomar una copa con Unazuky, mi compañera del trabajo —Sus hombros se relajan visiblemente. Yo me dejo caer pesadamente a su lado, pero no demasiado cerca.

Miro las luces de la ciudad, allá debajo, esperando como a que me inspiren, o me den alguna intervención más brillante…figuradamente hablando. Sí, mirar las luces me tranquilizan, así que me aferro a ellas.

—No soy una muñeca que puedes vestir a tu antojo. No soy tu dama de compañía ni un accesorio que combina con tu negocio perfecto —logro que mi voz se oiga firme y al fin lo miro fijamente. Diamante me observa intensamente —. Soy tu novia. Y no quiero volver a sentirme como me sentí ayer.

Intenta tocarme y yo retrocedo instintivamente. Deja caer la mano y la coloca sobre su rodilla, en un gesto derrotado.

—¿Vas a marcharte? —murmura con los ojos muy abiertos por el miedo.

—Pude hacerlo… pero aquí sigo, ¿no?

Asiente con la cabeza, expresando su gratitud.

—Lo siento… lo siento tanto —y se retuerce las manos con ansiedad. Es tan raro verlo así. Pero en el fondo me tranquiliza que lo entienda y lo reconozca —. Nadie había sido tan constante y a la vez tan impredecible en mi vida. Tú eres distinta. Distinta a cualquier mujer que haya estado conmigo.

Se detiene y me mira, como esperando mi reacción.

—Sigue —susurro.

—No había conocido a alguien que no quisiera amoldarse a mí, hacer lo que le digo. Sé que no está bien. No sé como tratar a alguien que me lleve la contraria… tú me descolocaste, pero a la vez sé que es lo que necesito. Estoy aprendiendo a cambiar. Por eso sé que te necesito a ti. Tú me haces ser mejor un mejor hombre, Serena. Yo te quiero… no tienes idea cuánto. No quiero decepcionarte. No a ti.

Me mira esperanzado, pero a la vez desamparado… y luego se queda de nuevo en silencio, como si se le hubieran acabado las palabras.

Y a pesar de las dudas… le creo.

Me deslizo por el sofá hasta quedar próxima a su lado. Extiendo la mano con la palma hacia arriba y él me la coge enseguida. No hacemos nada. No nos besamos ni nos fundimos en un abrazo dramático de película. Tan solo me pongo de pie y lo miro extendiéndole la invitación.

—Venga… vamos a dormir.

Cuando vuelve a mirarme, tiene los ojos muy abiertos, en el púrpura ahora brilla la luz. Una chispa de fe aún prende de mi corazón. Quizá lo nuestro pueda funcionar. Quiero que funcione. Yo también le necesito a él. Él también es bueno para mí.

O eso espero.

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Notas:

Pensé que en momentos difíciles, como sé que estamos pasando todos, no hay nada de malo en abstraernos en este mundo de fantasía fanfickera… a mí me ha servido. Tanto pensar cansa, así que es bueno canalizarlo en algo positivo, al menos para ustedes, que espero se hayan entretenido un rato.

Como siempre, gracias por el apoyo al leer, comentar y a quienes han recomendado esta historia. Son geniales. ;)
Besos,
Kay