"Roomies"

Por:

Kay CherryBlossom

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(POV Serena)

21. Heridas

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—¡Bombón! —me llama Seiya una y otra vez. Conozco perfecto su voz, y suena desesperada —. ¡Háblame! Mierda, Bombón… dime algo, por favor.

Me sostiene la cabeza entre las manos y me mira a los ojos. Los suyos, azules y muy abiertos, parecen aterrorizados. Yo me quedo ida, embargada por una repentina sensación de entumecimiento, cansancio y alivio. Estoy en sus brazos, y como no deseo estar en ninguna otra parte, no me muevo.

—Bombón —me zarandea suavemente —. Estás en shock. Sólo dímelo, está bien… ¿qué pasa? —su mirada busca en el pasillo, probablemente mis cosas —. ¿Fue un asaltante? ¿es eso?

Ojalá lo fuera. Consigo negar con la cabeza y me doy cuenta de que necesito explicarme. Pero… ¿explicar? Explicar…¿cómo hago eso? ¿puedo hablar siquiera?

Oigo cuchicheos en el fondo del corredor y Seiya echa un vistazo. Una familia de tres va entrando a su apartamento y nos mira con temor y curiosidad. Seiya bufa, me coge en brazos como si yo pesara menos que una pluma y cierra la puerta tras de sí.

Todo son manchones de colores para mí. La alfombra, el azulejo de la cocina, los sofás… no soy capaz de reconocer nada, salvo el olor. El olor a él y a hogar tibio es lo único que me calma. Lo único que no consigue que me ponga a gritar como desquiciada. Seiya me deposita con cuidado en el suave sofá y luego desaparece. Yo miro un instante la televisión. Hay un partido de la NFL a todo volumen. Él vuelve, la apaga con el control remoto y todo queda en un tenebroso silencio. Luego, me envuelve en una toalla grande y gruesa. Había olvidado que estoy empapada.

Seiya se arrodilla frente a mí.

—¿Quién te hizo esto, Bombón? —me pregunta lenta y claramente, como si yo no fuera capaz de hacer una suma básica. Y en cierta forma tiene razón, no siento que pueda pensar —. ¿Fue Diamante?

Parpadeo. Gotitas de agua caen de mi fleco y de mis pestañas.

—Diamante —repito en un gemido, un susurro, como si ni yo fuera capaz de recordar su nombre, el mío o el de quien fuera.

Seiya, dominado por una rabia instantánea, comprime y tensa los músculos de los brazos. Se pone de pie con agilidad y exige:

—¿Dónde está ése maldito?

Le miro consternada. De pronto ha vuelto el miedo, no por mí, miedo de lo que Seiya le pueda hacer a Diamante. Cosa absurda, pues aunque quisiera no podría llegar a él. Aun así me impacta.

¡Habla! Me ordena mi subconsciente. La señal llega tarde a mi cerebro, pero lo consigue.

—No… —grazno, con la voz hecha trizas. Igual que todo lo demás —. No… él no fue…

Seiya se toma un minuto para escucharme, aunque percibo su impaciencia y su cólera por todos los poros de su piel. Exuda una sed de venganza que me apabulla. Nunca lo había visto así.

—¡No lo encubras! —me grita haciéndome saltar.

Eso me hace reaccionar. Paso saliva dificultosamente. El frío me tiene tiesa, muda.

Levanto el rostro.

—Él está en Hong Kong —le explico torpe —. No fue él… no fue él —repito incoherentemente.

La mirada de Seiya se ablanda, sólo para traslucir ahora una profunda lástima, incomprensión, impotencia, no sé exactamente qué. Esta vez se sienta a mi lado, y agradezco sentir su brazo por los hombros. Ojalá pudiera pedirle que me abrazara.

—¿Quién fue? —me pregunta Seiya bajito, como si le hablara a una niña pequeña y abandonada. En cierta forma, lo soy.

—Shiho —le digo mecánicamente, sin detenerme a pensar en realmente lo que significa.

—¿Quién es Shiho?

—Mi jefe…

Él contiene la respiración y veo que aprieta los puños, pero no me pide más información. Y así, en mitad de toda esta locura, una risa histérica brota de mi garganta. No puedo creer que me esté riendo, pero lo hago. No puedo parar. Ya está, he perdido la cordura.

Seiya se pasa la mano por el flequillo y me clava una mirada llena de preocupación. Probablemente no sabe qué hacer conmigo. Vuelve a cogerme de los hombros y me gira para verlo. Yo me sigo riendo. ¿Por qué? ¿Y por qué no puedo detenerme?

Seiya me repasa de arriba abajo y luego se detiene en mis ojos. Sé que no necesito decírselo para que sepa lo que Shiho ha intentado hacerme. Es obvio.

—Bombón… tenemos que ir a la estación de policía.

Tardo una eternidad en entender lo que significa.

—Seiya, no —digo sujetándole el brazo.

—Tenemos que ir. Vamos.

Se suelta de mí.

—No, por favor —le suplico —.¡No puedo!

Seiya exhala aire ruidosamente y vacila.

—Bombón, es necesario...

Utilizo mi último recurso. Y sé que no miento. No puedo. Me siento asqueada. Aterrada. Inmovilizada. Ni siquiera soy capaz de actuar con normalidad. No soporto ni que Seiya me mire. ¿Qué voy a hacer yo en la policía? ¿Reírme como demente? ¿Me creerán? Seguro que no. No puedo reprimir más el impulso. Esto pasó. De verdad pasó. Alguien intentó violarme. Y escapé...

Mi tráquea arde. Mis ojos se anegan en lágrimas. Al fin. Me siento destrozada, pero humana.

Sucumbo al llanto, pero no de ése que cae y te surca decorosamente por las mejillas. No. De un tipo brutal, desgarrador y que te hace aullar de rodillas a la luna. Me tapo la cara con las manos y lo dejo ir. Seiya me acoge en sus brazos y me retiene ahí con fuerza. Su calor me envuelve y yo lloro y lloro... hasta quedarme drenada. En algún momento mi interruptor se apaga de pronto, y me quedo dormida.

Me despierto de un grito ahogado, temblando y queriendo huir y correr otra vez.

—Ssssh, tranquila Bombón —me retiene Seiya con fuerza. Su voz aterciopelada me anestesia —. Aquí estoy, aquí estoy...

El corazón, que amenaza con salírseme del pecho, tarda demasiado en volver a la normalidad. Sigo envuelta en la toalla, y aunque me siento casi seca, estoy congelada. La televisión está encendida en volumen bajito. Hay una de ésas películas viejas europeas que sólo pasan de madrugada y fuera sigue lloviendo a cántaros. Han pasado horas.

Seiya nota que estoy titiritando.

—Vamos, hay que cambiarte de ropa —me dice con ternura. Como estoy demasiado débil para ponerme de pie, Seiya me vuelve a levantar a cuestas.

No sé si a alguien más le pase, pero hay algo siniestro en estar en los mismos lugares donde uno fue feliz, en una situación totalmente diferente. Y corroborar que, ésas cosas permanecen intactas sin mutar. Y que lo único que cambia es tu mente. Eso me pasa al entrar a la recámara de Seiya. Él no tenía idea, pero todos ésos objetos representaban más para mí que para él en este momento. Significaban protección. Certidumbre. Comodidad. Confianza. Familiaridad. Y… cariño. Y estar ahora en esta situación, con tantos recuerdos frescos a la vista, era algo insoportable.

Pronto la ducha deja sacar vapor, el suficiente para saber que el agua está bastante caliente. Seiya me conduce hasta el baño (el suyo) y me deja al alcance una muda de sus ropas deportivas y una toalla limpia. Me dice que coja lo que necesite y creo que le digo que no necesito nada… o algo así.

Evado a toda costa el espejo y le doy la espalda. Incluso me esfuerzo por no mirar mi piel, que por alguna razón me causa rechazo. Me deshago del trapo sucio que es mi vestido y lo echo en el cesto de la ropa sucia. Lo mismo la ropa interior. Me suelto el pelo, todo enmarañado, y me dejo cubrir por la lluvia ardiente que no termina de llegarme a los músculos y resultarme agradable.

Me enjabono, sintiendo dolor en varias partes de mi cuerpo al frotarlo, como las rodillas (que sangran por las raspadas) o los hombros, y luego uso el champú de un aroma exótico y masculino que Seiya tiene en su ducha. Todo lo hago en un modo autómata y programado, como si alguien que no soy yo, me diera las propias instrucciones para mantenerme en marcha. «Ahora tienes que tallarte el pelo, Serena. Eso es. Ahora tienes que enjuagarte. Muy bien Serena. Ahora coge la toalla, Serena. No olvides la crema hidratante, Serena. Sécate con el secador, Serena. La camiseta primero, Serena. El pantalón de chándal, Serena. Sigue el cepillo, eso es. Bien, ya estás lista, Serena.»

Termino en lo que me parecen siglos y ya limpia, me siento en la cama mirando a la nada. La palma de mi mano acaricia el esponjoso edredón, formado de camisetas de sus conciertos de rock, una y otra vez. Estoy tan cansada que los párpados se me cierran, pero tengo terror de dormir. ¿Lo soñaré de nuevo? Aprieto los párpados y cojo aire… siento una grieta punzante en el pecho, como si estuviera abierto en carne viva. No sé si vuelva a ser la misma. ¿Cuánto tiempo más durará? Quién sabe.

—¿Bombón? —oigo que me llama Seiya.

Levanto la vista y lo miro todo borroso. Ni cuenta me doy que ya estaba llorando de nuevo, hasta que las lágrimas se me escurren por la barbilla. Él me limpia el rostro con un pañuelo, y luego acomoda las frazadas de su cama para que me acueste. Me acurruco ahí echa un ovillo, pretendiendo que voy a dormir.

—Voy a estar en el sofá de la sala, por si necesitas algo ¿vale? —me susurra cogiendo mi mano después de apagar la luz. Sólo deja la pequeña lámpara de lava encendida. Creo que intuye que no podré estar a oscuras.

Pero recién me suelta y cierro un segundo los ojos, el rollo de imágenes de película llega a mi mente y me pongo a temblar. Apenas se me entiende entre sollozos, pero sé que de algún modo le he rogado a Seiya que no me deje sola, porque se acuesta a mi lado, acunándome en la fortaleza de su pecho y me acaricia el pelo, susurrando palabras en mi oído… no, no son sólo palabras. Está cantando. Una nana bajita y hermosa que a pesar de los truenos de afuera, consigue que me quede dormida un rato después.

Diametralmente opuesto a la realidad exterior, consigo tener un pacífico despertar. El olor a tocino frito y pan tostado me conforta, junto con el rico aroma de la almohada en la que he dormido… ¿cuánto? ¿horas? Hasta parecen días, aunque sé que no es así. Me incorporo con lentitud y miro a mi costado. Seiya no está, ni siquiera sentí cuando se levantó. Una parte de mi ingenua personalidad que aún habita en mí se siente minúsculamente feliz por ello. «No estoy sola». Me repito una y otra vez en un especie de mantra, antes de que empiecen a atormentarme los hechos de ayer.

Me lavo la cara dos veces, esquivando el espejo otra vez. Descalza y con la ropa de Seiya que me va enorme (y es algo extrañamente afortunado, pues no siento que sea capaz de vestirme con algo ceñido o femenino ahora mismo) camino diligentemente hasta la cocina.

Él advierte enseguida mi presencia y me sonríe sólo un micro segundo al comprobar que estoy "bien".

—Hola —le saludo escuetamente.

—Ya despertaste, Bombón. ¿Tienes hambre?

El estómago me ruge en respuesta. Me sonrojo un poco. Es cierto, tengo casi un día entero sin comer. Me siento en uno de los taburetes.

—Mucha.

Seiya me vuelve a sonreír, y me sirve una abundante cantidad de huevos revueltos, tocino y pan tostado con mantequilla. El jugo de naranja está fresco y dulce, y me recorre de manera deliciosa la garganta seca. Me permito disfrutar un poco de éstas nimiedades de gente normal, antes de enfrentarme a lo que me espera el día. Seiya no come casi nada, sólo está sorbiendo su café y mordisquea de vez en cuando una tostada. Y entre tanto y tanto, me echa miradas largas y vigilantes. Las siento todo el tiempo, pero no lo miro nunca directamente. Termino el desayuno y mientras me bebo el café con leche, miro que el reloj de la pared de la cocina marca las doce de la tarde en punto.

Seiya coloca un par de tabletas de medicina frente a mí. Hasta entonces le miro desconcertada.

—Debimos aplicarte hielo ayer, así que con ésto bajará un poco la hinchazón —me dice, y se señala el rostro, y a su vez indicando el mío. Instantáneamente vuelvo a bajar la vista cohibida. Ahora recuerdo qué es lo que me punza constantemente debajo de mi ojo derecho.

—Gracias —mascullo, y me tomo uno de los ibuprofenos con el resto del jugo.

—¿Tienes alguna otra herida que deba revisar?

Me siento bastante machacada, pero estoy segura que nada de lo que tengo es permanente. Sacudo la cabeza para zanjar el tema, no me apetece ver las huellas de lo que ocurrió. No creo que pueda lidiar con ello… al menos no ahora.

Seiya no dice nada y se pone a lavar los platos. Yo no hago más que mirar ausente el segundero del reloj. Han pasado veinte minutos. Él parece debatirse entre hablar o guardar silencio. Como siempre, opta por lo primero, hacer su santa voluntad. Me habla claro y sin filtros.

—Bombón… perdona, pero si aún no quieres que vayamos a la policía, por lo menos dime si quieres que llamemos a alguien. Me estás preocupando mucho. Tal vez a tus padres o…

—A Minako —le corto descartando ésa posibilidad de inmediato —. Sólo necesito que alguien traiga mis cosas… yo no puedo volver ahí.

—Bueno… es viernes, así que ahora ella debe estar trabajando —sugiere cauteloso.

Yo meneo la cabeza sintiéndome idiota. Claro, todo el mundo lleva una rutina normal. Gente que no ha pasado por ésto… que nunca le pasará.

—Pero iré yo —me interrumpe mis oscuros pensamientos. Yo le miro, mostrando por primera vez sorpresa.

—¿Tú?

—Si quieres, claro —se encoje de hombros con confianza y seguridad. Esa seguridad me traspasa a mí. Dios, cómo lo he echado de menos.

Una calidez me recorre de los pies a la cabeza. Sé que no es el café. Tiene razón. Si espero a Mina, tendrían que ser las seis o la siete de la noche… mi madre ya debe haberme telefoneado de nuevo, pues quedé yo de hacerlo primero. Y Diamante… debe estar como loco buscándome por todas partes. No puedo simplemente esperar todo el día, y además… no quiero involucrar a Mina. ¿Y qué tal si se encuentra con ése monstruo? ¿Será capaz de ir a trabajar a la editorial, como si no hubiera hecho nada malo?

Miro a Seiya con una gratitud inconmensurable.

—Gracias… ¿sí podrías ir?

—Claro. Hoy no tengo que ir al bar salvo a recibir el pedido de un proveedor de licor. Pasaré en una hora. ¿Está bien?

—Pero… sólo irás a a éso, ¿verdad? ¿no hablarás con nadie?

Evade mi pregunta.

—¿Conoces a alguien de confianza que pueda dármelas?

Me masajeo las sienes. Es como si me hubiera olvidado de la gente que trabaja ahí. O quizá es mi subconsciente protegiéndose.

—Unazuky.

—¿La pelirroja de la recepción? —yo le confirmo con un leve asentimiento —.Vale, pues ya está. Voy a bañarme y… tú descansa, si necesitas algo, me llamas del teléfono fijo. Mi celular está guardado con el número 1.

—Okay…

Paso las siguientes dos horas y media viviendo un tormento. Me acabo el esmalte de las uñas sin poner mínima atención a Sex and the City. Es una película larga, y que he visto un millón de veces y lo mejor es que no necesito concentrarme. Sólo quiero que el ruido llene el inmenso vacío del que soy presa otra vez. Miro constantemente a la puerta, pero Seiya tarda demasiado. Cuando por fin llega siento que vuelvo a respirar. La imagen de verlo tan campante con mi bolso morado colgado al hombro sería algo graciosa en circunstancias distintas a éstas. Incluso hasta me reiría.

Me pongo de pie como un resorte.

—¿Qué pasó? —le pregunto nerviosa.

Él cuelga sus llaves.

—Todo bien, Bombón… no te preocupes. Tu amiga me dio tus cosas, y preguntó unas quinientas veces qué pasaba, dónde estabas, etcétera… es muy cotilla. Pero no le dije nada.

Pone mi bolso sobre la barra de la cocina y luego va y saca una bolsa de verduras congeladas del frigorífico. Se la pone en la mano.

—¿Qué te pasó? —vuelvo a preguntar con la misma inseguridad.

Él me sonríe despreocupado.

—Se me cayó una caja de cerveza en la mano, no es nada.

Le miro incrédula.

—Trabajo en un bar, Bombón. Pasa todo el tiempo —aclara de modo práctico.

—Ah… —murmuro, inspeccionando sus dedos hinchados y sus nudillos pelados de la piel. Bueno, él parece entero, y además… no habría manera de que Seiya se encontrara con ése... tipo, sin obtener una tarjeta de acceso y pasar los filtros de seguridad. Es imposible. Me ha ido tan mal, que supongo que sólo puedo pensar lo peor.

Inspiro y suspiro intensamente.

—Ahora… creo que necesito comunicarme con mamá —y con Diamante, pero omito el detalle —. Iré a la otra habitación, si no te importa…

Él sigue atendiendo su mano debajo del chorro de agua fría, dándome la espalda. De algún modo, ambos sabemos que no es sólo mamá a quien voy a telefonear.

Mi móvil está totalmente descargado, así que lo conecto en el enchufe más cercano, pero tengo que quedarme sentada sobre la alfombra. Lo enciendo y compruebo las consecuencias de mi desaparición: tengo dos llamadas más de mamá y un mensaje, una de Mina, dos de un cliente con el que supuestamente tendría una junta hoy y veintinueve de Diamante. ¡Veintinueve! Dios mío… ¿qué voy a decirle? ¿cómo debo actuar?

Tras rumiarlo y ensayarlo cerca de diez minutos y sin saber ni importarme si es lo correcto o no, lo decido. No le diré nada. Pulso el botón para llamarlo y cojo una cantidad exagerada de aire. He de ser fuerte.

Al primer tono oigo su voz.

¡Serena, por fin!

Suena tan aliviado que casi basta con eso para provocarme otra crisis, pero lo retengo con fuerza en la garganta.

—Hey guapo… ¿cómo estás? ¿Qué cuenta Hong Kong?

¿Qué ha ocurrido? ¡Te he llamado millones de veces! ¡Pensé que te habría ocurrido algo!

Mierda, está enfadado. Y alterado.

Lucho a muerte dominar mis emociones, pero cuesta. Mucho. Incluso sonrío tratando de que se traspase por la línea y me apego al guión que he inventado previamente.

—Lo siento mucho… soy una tonta de primera. Yo… me he dejado el móvil en la oficina ayer y no me sé tu número, así que no pude llamarte de otro sitio. Llegué directo a una junta y recién he tenido un espacio para cargarlo, tenía la batería toda agotada...

Diamante se toma eternos segundos para analizar mi explicación. Yo espero en silencio, rogando ser lo suficientemente convincente.

Debiste salir corriendoprácticamente de ahí —dice. Su comentario, tan irónico me hace estremecer, pero me tranquiliza oírlo un poco más relajado. Parece que se lo ha creído.

—No tienes idea…

No quiero meterme, pero… creo que debes buscarte otro trabajo, preciosa. No creo que te traten como corresponde —dice Diamante. Se oye mucho ruido, gente hablando, cláxons, probablemente está en el exterior de aquella gran ciudad.

—Sí… es cierto —digo vagamente mirando las decoraciones musicales de la pared y tratando de expulsar las imágenes más perturbadoras que habitan en mi cabeza —. Tal vez renuncie...

Creo que a la larga sería lo mejor. Qué raro, ¿estás en la editorial? No se escucha el ruido de teléfonos de siempre —me apunta. Demonios, es demasiado perceptivo. Debí saberlo. Me llevo una mano a la frente y cierro los ojos.

—Es que… me escapé al baño para llamarte —miento —. Allá en mi lugar no me dejarían hablar tranquila.

Al ver que no agrego nada más, me pregunta:

Vale… ¿verás a Unazuky ésta noche?

—Yo...

Miro absorta mis uñas rotas y con el barniz levantado. Suenan tan lejanos ésos planes, ésas pequeñas alegrías. Igual que tantas cosas… francamente, no sé si vuelva a ver a Unazuky alguna vez.

—Nah, creo que sólo seremos yo y Nicholas Sparks esta noche —le digo fingiendo (pésimo, por cierto) un tono sarcástico —. Estoy muy cansada.

Me parece perfecto, así me echas un poquito más de menos —bromea con su tono habitual —. Acá todo es muy aburrido sin ti. Me hubiera gustado tanto que vinieras a Hong Kong. Es fantástico.

Ahogo un jadeo. Oh, no. Voy a llorar. No. No ahora.

—Yo quisiera haberme ido contigo ése día...

Bueno, al menos eso es verdad

¿Estás bien? Te escucho algo triste, Serena… y mi ego quisiera que fuera por mí, pero algo me dice que no.

—No, no pasa nada… sólo estoy abrumada por el trabajo, ya no lo soporto —se me empieza a cortar la voz y apuro —. Ya tengo que colgar. Te llamo en la noche, ¿vale? Te mando muchos besos.

Como sé que no aguantaré mucho apenas lo dejo despedirse bien. Cuando me calmo, me limpio la cara con el dorso de la mano y voy por la siguiente. Reviso los mensajes de mamá. La próxima semana es el cumpleaños de papá y quieren conocer formalmente a Diamante. Dios, ¿podría ser más inoportuno? No tengo cabeza para eso. Le digo que iré sólo para apaciguarla y también le envío uno a Mina. Quisiera sostener la misma pantomima con ella, en este momento sería lo más simple, pero de antemano sé que será imposible. Es como un sabueso que roe incansablemente un hueso, e incluso por mensaje, se dará cuenta fácilmente que algo oculto. Algo grande. Y aunque el apoyo de Seiya es invaluable, la necesito también, así que le escribo:

Hola. Quería decirte que estoy quedándome en el apartamento de Seiya.

Sí, Seiya Kou.

Sucede que he tenido un problema. ¿Podrías venir en la noche?

Dos minutos después contesta sólo:

¿QUÉ PASÓ?

Suspiro. ¿Ven lo que digo? Es imposible ocultarle algo a ésta mujer.

Mina, ESTOY BIEN. Te cuento todo cuando vengas.

Hasta más tarde,

S

Seiya y yo estamos mirando el top 20 de los videos más pedidos en la tele cuando el timbre suena. Y no sólo una vez, suena insistente y frenético, como si vinieran del banco a desalojarlo. Yo pongo los ojos en blanco. Sé que es Mina. Uf, ¿tiene que ser tan desesperada?

Seiya va refunfuñando hacia la puerta arrastrando los pies, y cuando abre, Mina pasa sin permiso y sin saludar arrollándolo como un tornado rubio. Me busca por todos lados con la mirada, y cuando me ve sentada en el sofá, empalidece de golpe y se me queda mirando atónita. Sus ojos celestes se ven turbios, muy abiertos y confusos. Mira a Seiya como buscando la respuesta, pero él se queda en respetuoso silencio y le da la espalda para cerrar la puerta.

—¿Qué ha pasado? —susurra en un tono fantasmagórico, acercándose a pasos lentos. Mi corazón aumenta su ritmo cardíaco.

Mina deja caer ruidosamente su maletín de trabajo en la alfombra y se desliza por el sofá, a mi lado. Me inspecciona de pies a cabeza. A mi amiga se le demuda la cara de tal modo que creo que está a punto de echarse a llorar… parece tan afectada. No quiero ni pensar en qué ve en mí. ¿Es tan horrible?

—Estoy bien, Mina —le alcanzo a decir con un hilo de voz, para tranquilizarla.

Parpadea con sus largas y abundantes pestañas negras, como si algo hubiera hecho corto circuito en su cabeza. Luego, de la misma forma como si entendiera algo instantáneamente espeta:

—¿Qué te hizo Diamante?

Yo le echo una mirada iracunda y chillo:

—¿Por qué mierda insisten en echarle la culpa? —y miro también con reproche a Seiya, quién también había pensado lo mismo —¡Él me quiere, y sería incapaz de lastimarme! ¡Grábenselo en la cabeza!

Mis ojos ya están húmedos, aunque de momento por la rabia de defenderle, pero también por la impotencia y la culpabilidad. De hecho, si yo hubiera hecho caso a la advertencia de Diamante de tener más cuidado, no quedarme hasta tarde sola con ése monstruo, quizá no me habría pasado nada. Quizá sí. No. No sé. Seiya se cruza de brazos y mira a otro lado, lejos de nosotras.

Mina mueve lentamente la cabeza de un lado a otro, como si se destensara el cuello. Se acerca más a mí y me coge ambas manos. Su voz es comprensiva y suave.

—No es éso, Sere… sólo es que… bueno, como es el hombre con el que vives y es más cercano a ti que nadie… yo até cabos sin pensar. Disculpa por haber dicho eso. ¿Quieres contarme qué pasó?

Seiya avisa que irá a comprar algo de cenar para los tres, ya que no tiene nada en la nevera. Aunque sospecho que es sólo para dejarnos solas. Mina no tiene ésa apariencia de santa inquisidora de siempre, cuando uno le va a contar un buen chisme. Al contrario, la noto tiesa, y casi creo que leo en su rostro que no quiere enterarse de lo que voy a decirle, pero se aguanta con ésa fortaleza que la caracteriza.

Le cuento todo desde el principio. El cómo desde que Shiho me ascendió inesperadamente de puesto, tuvo comentarios fuera de lugar sobre mi apariencia, mi novio y sus invitaciones inapropiadas a salir y que a ninguna cosa que di importancia. Me doy una pausa para sobreponerme de vez en cuando, y aunque lloro, ya no siento la misma angustia aplastante de ayer. De alguna manera, sé que aunque he quedado herida, por dentro y por fuera, ya no puede hacerme más daño. Mina me busca un vaso con agua. Salpico el sofá por el temblor de mis manos y me bebo la mitad.

Luego paso a los hechos concretos de ayer. No doy muchos detalles descriptivos del ataque, no quiero revivirlo a través de mis palabras, pues siento que volveré a tener pesadillas. Me limito a darle a entender bien a a mi amiga que, a pesar de lo horrible que fue, no consiguió su propósito final gracias a un milagro. Las plumas de acero. Que corrí como loca y me perdí, y luego vine donde Seiya. Siento que he tardado un millón de años en procesar todo ésto, cuando en realidad ni siquiera ha transcurrido un día completo. Mina se estremece. Me mira fijamente con la indignación y el sufrimiento impreso en su lindo rostro. Nunca suelta mis manos. Siento que se me corta la circulación, pero tampoco quiero soltarla.

Mina toma aire y se aclara la garganta para hablar, pero yo le interrumpo.

—Ya sé lo que vas a decir… ya me lo dijo Seiya. No quiero ir a la policía —le digo. Nuevamente parece más una súplica que una decisión.

Sólo quiero olvidar y pretender que nunca pasó.

Mina suspira.

—Y crees que está mal… como Seiya —le adivino.

—Seiya no es una mujer de uno y cincuenta que fue víctima de un abuso atroz por un tipo del doble de su talla —dice tajantemente —. Así que no puede opinar.

Me muerdo el labio, y me duele.

—¿Y tú?

—Creo que… eres una sobreviviente —me confiesa con una sonrisa triste, tristísima —. Y como la sobreviviente que eres, serás muy valiente… y estarás bien y te apoyaré en lo que sea que decidas. Ésto no tiene por qué definirte ni acabar con tu vida. Pero… sí hablas y lo enfrentas, tal vez podrías evitar que le pasara lo mismo a otra chica.

No es egoísmo. En mi fuero interno, sólo no quiero prepararme para lo peor. Someterme a preguntas, indagaciones y exámenes. A que nadie me crea. A ser un blanco de juicio. A que Shiho salga invicto. A que su sombra me persiga siempre. A que sea siempre la Serena que corre, perdida en la noche y la lluvia. Pero Mina tiene razón… sé que la tiene. Pero no quiero que la tenga. No soy capaz. Recuerdo a Molly. ¿Le haría lo mismo? ¿Habrá escapado a tiempo?

No puedo hablar más, si lo hago me desharé en lágrimas y siento que no me queda ninguna. Pero el apretón solidario y cariñoso de las manos de Mina, a pesar de sentirlas, no suponen ningún consuelo en este momento.

—Mina… no pude decírselo a Diamante —le confieso levantando la cara descompuesta. Ella frunce sus cejas claras en desconcierto.

—¿Por qué?

Yo tampoco sé. ¿Miedo de que no me mire igual?. Vergüenza de haberlo permitido. Miedo de que haga algo horrible. De que ya no me quiera. No sé, no sé nada con exactitud.

—No quiero decirle.

—¿Dónde está?

—En un viaje de negocios... vuelve el lunes.

—No sé si puedas ocultárselo, cariño —me dice Mina en tono maternal. Yo me sueno la nariz con un pañuelo. Le miro sin comprender —¿No te vas visto en el espejo? —me pregunta extrañada.

Yo me suelto de ella y me llevo las manos a la cabeza. Los dedos se me enredan en el pelo demasiado largo. Lo revuelvo. Me estorba. Me enfurece. Si no lo tuviera así, Shiho no me habría pescado. Habría podido huir… lo odio. Lo odio tanto. Me odio tanto.

Pierdo los estribos súbitamente y me pongo de pie, moviéndome de un lado a otro del apartamento. Mina me pide que me calme y me siente. Yo no la escucho. Corro a uno de los cajones de la cocina. Esta cocina la conozco como la palma de mi mano. Sé dónde está cada cosa. El destapador, el rallador de verdura… las tijeras.

Mina me abraza por detrás con fuerza. Tal vez piensa que quiero enterrame las tijeras en la yugular… o a saber. No la culpo. Me cuesta trabajo luchar contra ella. Siempre ha sido más fuerte que yo por sus dotes deportivos. Me gira y me hace verla a los ojos, zarandéandome un poco y diciendo mi nombre hasta que dejo caer las tijeras al piso.

—Por favor, córtame el pelo —le pido combatiendo la asfixia que oprime mi garganta —. ¡Córtalo, no lo soporto! ¡Por favor!

Mina me abraza y me lleva otra vez al sofá. Yo no lloro, sólo rechino los dientes haciendo un sonido chirriante.

—Haremos algo con él, ven —me obliga a sentarme empujándome de los hombros. Tras revolver un poco en su bolso, saca un cepillo pequeño.

Me hace darle la espalda y empieza a peinarme poco a poco hasta deshacer los nudos. El tacto de las cerdas en mi cuero cabelludo es casi relajante. Ahora lo recuerdo… este ritual de sanación era algo que hacíamos siempre. Una asignatura reprobada. Un castigo de nuestros padres. Un chico rechazándonos. Era nuestra manera de consolarnos. Y vaya que funcionaba…

Después usa sus dedos y me trenza en pelo. Se saca la cinta roja que lleva anudado a la cabeza como diadema. Los listones y cintas eran algo muy del estilo de ella. Los usaba como accesorio en coletas altas, medias coletas y moños de todas clases.

Lo anuda a mi larga y gruesa trenza y la deja caer sobre mi espalda. Luego me da un beso en la mejilla y me dice:

—Ya no te estorbará. Si en unos días aún quieres cortarlo, iremos al salón, a que te hagan un corte moderno y práctico. El que tú quieras. Ahora creo que lo mejor es no hacer nada, por si te arrepientes...¿de acuerdo?

En ese momento Seiya entra por la puerta, con unas bolsas de comida de Carl's Jr. Viene dándole sorbos a un refresco envasado. Se nota que hizo más tiempo de lo normal a propósito.

—¿Hamburguesa? —ofrece.

Mina se pone de pie y coge sus cosas.

—Gracias, Seiya. Si Serena tiene hambre te acompañamos. Pero si no, creo que nos marcharemos ahora mismo. Se está haciendo tarde.

Seiya me mira, y yo a Mina. Ninguno entiende lo que está pasando.

—¿Cómo? —le pregunto perdida.

—Te llevaré a casa de Diamante, claro —indica lógica. Sí, bueno, sería muy lógico pero…

Seiya interviene.

—No creo que Bombón deba estar sola ahora…

—Claro que no, por eso me quedaré con ella hasta el lunes. Es cuando Diamante vuelve, ¿cierto? —me cuestiona, corroborando la información. Yo asiento tímidamente con la cabeza —.Bueno, vamos… Seiya te prestará una chaqueta. Ha empezado a llover de nuevo.

Percibo en su voz un sutil deje de mandato, como si ya tuviera todo planeado. Yo no objeto nada. Mina me mira con atención, incluso un poco mortificada de que no le haga caso.

—¿Sere? —me llama, comprobando que no se me ha ido la olla… de nuevo.

—Yo… —reacciono y me pongo de pie, con los brazos cruzados alrededor de mi pecho.

Miro a Seiya apenas un instante. No sé qué decir. No quiero irme. Él es mi tabla de salvación. Mi talismán. Con él me siento bien, pero no puedo decirlo. Es tan difícil callarlo…

—Hablé con Yaten esta mañana, quería saber el nombre de la pomada que me pongo cuando me lesiono haciendo ejercicio…

Capta la atención total de Mina, probablemente como él esperaba. Seiya prosigue, comiéndose una papa frita muy natural:

—Dice que se torció un tobillo corriendo en el parque y lo tiene como pelota de playa.

Mina arquea las cejas sorprendida por el cambio de conversación y suelta un pequeño resoplido.

—Ajá, ¿y eso qué tiene qué ver?

—Pues… ¿vas a dejar a Don Quejica solo todo el fin de semana? —pregunta con un naciente humor irónico, destapando una cerveza de la heladera —. No sé, capaz que se muere...

Mina parece reprimir una sonrisa, pero finge bien su seriedad. Sus labios se convierten en una línea reprobatoria. Se lleva una mano a la cintura y me mira otra vez, como esperando que yo interceda con un poco de sensatez. Pero yo sólo veo a Seiya, me mira en una fracción de segundo y ahí está: en sus ojos azules está ése chispazo de complicidad entre los dos. Ésa luz cálida y atrayente como estrella. La que siempre me ha tenido prendada. La que me mantiene salvada y de una pieza.

Entendiendo el plan, carraspeo discretamente.

—En realidad, Mina… yo… no creo que sea necesario que te molestes —pretendo parecer casual sentándome en el taburete de la barra —. Seguro ustedes tienen sus cosas qué hacer… Y yo puedo quedarme aquí, son sólo dos días. Quiero decir, si… si a Seiya no le importa.

—No me importa —apoya él firmemente, y le da un trago largo a su cerveza, probablemente para disimular.

Mina nos mira con suspicacia alternadamente. Es como uno de ésos detectives que quiere desenmascarar al sospechoso que miente no ser el culpable. Por fortuna, se resigna rápido. No parece que tenga que ver con Yaten o ella, si no porque intuye que ninguno de los vamos a ceder (además somos mayoría) y de algún modo, creo que me entiende.

—De acuerdo… si les parece buena idea.

—Perfecto —contesta Seiya en voz más alta y hasta algo animada. Vuelve a la comida—. Entonces, ¿hamburguesa?

—No, gracias. Creo que me iré a cenar a casa, con mi marido el Quejica —le recrimina directamente a Seiya. Él se ríe—.Tendré el móvil encendido todo el tiempo por si cambias de opinión o si quieres que venga, ¿sí? —me dice, y me pone las manos sobre los hombros. Luego de abrazarme con fuerza, me evalúa la vestimenta —.Y te enviaré con Seiya unas mudas de ropa… no puedes usar a Pink Floyd diario —me dice ondeando mi enorme playera.

—Gracias, Mina.

Se despide de Seiya con un beso en la mejilla y le da un par de pequeñas palmadas en el hombro. Creo que le susurra algo como «cuídala», y luego se va.

Seiya y yo comemos las hamburguesas viendo la televisión, me tomo el otro ibuprofeno (el dolor ha vuelto) y después me ofrezco a limpiar la cocina y sacar la basura. No es que me muera por volver a hacer tareas domésticas, si no que aprecio distraerme con una tarea tan insignificante como ésa. Significa estabilidad. Normalidad. Algo que necesito desesperadamente. Aunque no hice más que estar aquí todo el día, he quedado agotada mentalmente.

Por la noche le envío un mensaje a Diamante (no puedo arriesgarme a que me llame) y me arropo en la cama de Seiya, esperando que él salga del baño para tomar mi turno de lavarme los dientes. Es tan extraño todo ésto… otra vez estamos compartiendo un espacio, sí, en circunstancias totalmente distintas, pero no puedo dejar de sentirme contenta por estar cerca suyo, aunque no sea capaz de expresarlo o disfrutarlo de verdad.

En ese momento Seiya sale y me echa un vistazo dubitativo. Me siento.

—Er... Bombón, con lo de ayer pues...tengo que preguntar…

—¿Puedes quedarte otra vez? —pregunto, atinando lo que no se atreve a decir.

Espero que con la tenue luz de la lámpara no se me note el color de las mejillas. La primera sensación agradable que tengo.

Seiya simplemente destapa el lado opuesto de la cama y acostado, se pone a jugar alguna cosa que lanza soniditos en su celular. Me meto al baño y me lavo los dientes (por fortuna siempre cargo uno en mi bolso). Me lleno la boca con la espuma fresca, procurando no levantar la vista hacia el espejo del lavabo. Escupo y enjuago. La pregunta de Mina hace eco en mi cabeza. ¿No te has mirado en el espejo?

Me limpio los labios con el dorso de la mano, y el ardor en ellos me alerta. Debería verme. Sea lo que sea, no puede ser tan malo comparado a cómo me siento por dentro, ¿verdad?

Tomo una gran bocanada de aire, me recargo en la cerámica y poco a poco abro los ojos. Lo primero que percibo es la preciosa trenza holandesa que Mina ha hecho con mi cabellera, pero luego...

Apenas reconozco a la criatura demacrada que me devuelve la mirada, y esa imagen me supera. Mis ojos están irritados y destilan un brillo inquietante, pero lo peor está por venir. Sobre mi piel blanca se cubre un cardenal oscuro y moteado, enfermizo, que empieza alrededor de mi ojo y luego se extiende en manchones púrpuras y verdosos desde el pómulo hasta mi mandíbula. Toda la zona está inflamada, lo que me da un aspecto de fenómeno de feria. Tengo uno más en la sien opuesta, cerca de la oreja, y mi lóbulo tiene un corte pequeño, provocado por haberme arrancado el arete de jalón en el suceso. Ahora sé por qué mis labios arden. Los tengo partidos por la mitad en un corte pequeño, pero profundo. Probablemente yo misma me los mordí.

La sangre me hierve, pero debo continuar. Me saco la camiseta de Seiya, y como no llevo sujetador, mi cuerpo queda visiblemente expuesto. Tengo varios moratones en los hombros, los brazos y el pecho. Quizá algunos me los hizo él, quizá yo misma al intentar escapar. No lo recuerdo. Debajo de mi codo derecho, puedo apreciar perfectamente sus cuatro dedos adheridos en mi piel como si fuesen quemaduras. Cuatro líneas rojas y asquerosas de su intento por conseguir dejarme inmovilizada. También tengo parte de sus dientes marcados en mi cuello. ¿Qué me ha hecho ése hijo de puta? ¿En qué me ha convertido?

¿Por qué?

Y la profundidad de la tristeza que contiene ésa única palabra me desgarra en alma. Sucumbo y estallo a toda emoción que ya no puedo contener y dejo que nuevamente algunas lágrimas calientes se desborden libremente, pero ya no me siento indefensa. Estoy llena de ira. De deseos de justicia, o de venganza…

Esto no puede quedarse así. No puedo dejar que ése cerdo ande libremente por la vida. No lo permitiré.

Me lavo la cara y salgo sigilosamente del cuarto de baño. Seiya apenas me mira un momento. Me recuesto a su lado y luego él deja su celular en la mesa del velador. Se gira también y quedamos mirándonos acostados, frente a frente. A pesar de haber sido un día espantoso y que posiblemente no sea el último, siento que tengo lo que se necesita para combatirlos.

—Quiero ir mañana a la policía —le digo extendiendo mi mano sobre la sábana —. ¿Irás conmigo?

Su mirada se dulcifica, alarga la mano y su la suya, opuesta, entrelaza sus dedos con los míos. Los de él tibios, los míos fríos como témpano. Ya está. Sólo con ésa acción todos mis peores miedos condensados nítidamente en una frase corta empiezan a exorcizarse:

—Ya te lo he dicho, Bombón… siempre vas a contar conmigo. Sin importar qué.

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.

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Notas:

¡Qué tal! I know, I know…un capítulo heavy, pero necesario y aclaratorio. Quise recrear el momento en el que Mina peina a Serena, ¿a que fue lindo? También lo aliviané con pequeñísimas dosis de humor. Es que es tan cansado… yo acabé cansada de escribirlo. Y HOY es mi cumpleaños, queridines, así que para que vean que soy re buena gente ustedes pueden retribuirme un regalo con un review. UwU chantaje, ¿dónde?

Gracias miles a todos, ¡estamos casi a 400 reviews! Tanto apoyo me alucina. También gracias especiales a los que escriben a modo invitado, no los olvido. Los quiero a todos mis lectores(salvo una que otra excepción que comentan cosas taaan fuera de lugar).XD

Hasta el otro!

Kay