|"Roomies"

Por:

Kay CherryBlossom

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(POV Serena)

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23. Mentiras

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Aprieto fuerte los márgenes de Noches de Tormenta, justo en la página 13, fingiendo mucho interés. Así parece que voy avanzada en la historia, aunque no le leído absolutamente nada de él. Diamante está terminando de deshacer la maleta, se ha dado una ducha y hemos conversado un buen rato. Él me habló del cierre de su contrato exitoso y me mostró los ostentosos regalos que me trajo de las mejores tiendas de Pekín.

Luego, inevitablemente, llegó mi turno.

Le dije que estuve todo el fin de semana en un retiro de campo del trabajo de Mina, acompañándola. Ya saben, del tipo donde te obligan a cantar canciones estúpidas a coro, hacen competencias de habilidad deportiva y mental, sirven barbacoas y todas ésas mierdas para fortalecer la "unidad organizacional" de las empresas modernas. Y de cómo en un desafortunado partido de beisbol terminé mordiendo tierra varias veces y de ahí la explicación a mis heridas y golpes. Nada mortal. El encargado del equipo me había recomendado unos ibuprofenos y descanso, y mi ausencia en el teléfono se debía a que nos habían prohibido el uso de celulares para que no se perdiera el enfoque recreativo del curso.

Pese a que se preocupó, no cuestionó los motivos de mi extraño accidente, pues no era secreto para nadie que yo tenía doctorados en caer, tropezar o colisionar contra cualquier cosa desde que el mundo era mundo. La historia de mi vida, pues. Pero oh, sí que cuestionó otras, tal como esperaba. No obstante, yo ya tenía una respuesta para casi todo: Yaten no había podido ir con ella porque se había luxado el tobillo en el parque (y me esforcé en contar bien la anécdota del gatito que se le atravesó de repente y él fue incapaz de pisarle la cola) y como Mina no podía ir sola pues necesitaba pareja para sus dinámicas, eso haría quedar muy mal con su nueva jefa (y describí cuidadosamente lo estricta que era tal como me contó)… y que yo, sintiéndome sola y aburrida sin él todo el fin de semana, preferí cancelar a Unazuky y no tuve de otra que complacer a mi mejor amiga, la experta en arrastrarme siempre a sus locuras.

Mi historia era perfecta, con el inconveniente de que no era cierta y los mentirosos siempre tenemos un punto flaco. Un talón de Aquiles. Una pieza que nunca encajará con la verdad.

El mío fue él. Claro que quería comerme a los besos y que yo le saltara a los brazos apenas cruzó el umbral de la puerta, y no lo hice. Lo envolví en un abrazo demasiado corto y distante, lo acompañé de un beso flojo, de ésos que se dan las parejas cuando ya no se soportan. "Beso de mierda" le llamarían por ahí. Pero eso no era todo, me miraba a los ojos esperando alegría por su éxito, y no me salía natural. De reírme ni hablamos. Ni siquiera un episodio de Friends me sacó una pequeñita. Pero la peor de todas es su cercanía. Había algo allí, en la línea invisible que nos dividía que me impedía cruzarla. Yo sabía lo que era. Miedo. Rechazo. Dolor. Impotencia. A él, al sexo, y relacionarlo con lo que me había pasado.

A pesar de que Shiho no logró violarme, psicológicamente me había hecho mucho daño. No soportaba la presencia de Diamante demasiado cerca. Mis vellos se erizaban, mi respiración se agitaba y comenzaba a temblar. Y era plenamente consciente que no era su culpa, pero tampoco mía, así que no sabía que hacer. Tampoco sabía por qué no le había dicho la verdad. Se supone que él me quería, ¿o no? Apoyaría algo así. Incluso pese a que no se lo haya contado de inmediato… ¿o no? ¿Por qué no era capaz de decirle todo? ¿Era por haber pasado esos días con Seiya? No sé. Tal vez no quería involucrarlo. No lo entendía. Sólo sabía que ahora que lo miraba, y hacía el esfuerzo por ser sincera, mi garganta se cerraba y me lo impedía.

Lo observo tensa, mientras se acerca a la cama para irnos a dormir. Ya era muy entrada la noche y mañana era día de ir a "trabajar". Intento saber de qué humor está y descifrar si me ha creído. Me sonríe a veces, pero su mirada es inquisitiva. Rara. Indescifrable.

—¿Segura que no quieres ir a ver a un médico de verdad y te revise? —pregunta.

—Estoy bien —le aseguro con una sonrisa, dejando un segundo el libro en mi regazo.

—Te dejo sola unos días y ve como te encuentro —dice acariciándome suave la mejilla. Yo me estremezco pero mantengo mi falsa sonrisa. Su cara se endurece y niega con la cabeza —. Espero que tu amiga lo piense mejor antes de meterte en juegos tan agresivos la próxima vez.

—Diamante… —empiezo.

Él me interrumpe.

—No Serena, pudiste lastimarte seriamente.

Mi ceño se frunce ligeramente, a la par que sonrío despreocupada.

—No es culpa de Mina, yo soy muy torpe.

—Eres delicada —refuta —. Ella debería saberlo.

Siento la necesidad de poner los ojos al revés, pero me contengo. ¿Qué manía tiene contra ella? Comienza a mosquearme de verdad, así que mientras él pone la CNN en la enorme pantalla HD de la recámara, yo decido cambiar de tema.

—Um… ¿sabes? El domingo próximo es el cumpleaños de mi padre.

—Ajá —murmura sin despegar la vista de los números de la bolsa de valores de Tokio. Parece inmerso en otra cosa más importante, es como si estuviera cavilando concienzudamente algo.

Eso me inquieta.

—Y… me preguntaba si querrías acompañarme.

Hasta entonces me mira. Lo he cogido desprevenido y está expectante.

Se queda pensando un momento mientras pasan a comerciales y baja el volumen.

—¿Quieres que vaya?

Le sonrío pareciendo bastante convencida.

—Claro. Quiero que conozcas a mi familia. Es lo normal, ¿no?

Me acaricia tiernamente la mejilla con las yemas de los dedos y luego pasa a mi espalda. Yo doy un salto al sentir su contacto, e inspiro bruscamente. Él cesa al interpretar que la piel me escuece y se disculpa. Bueno, no es dolor físico totalmente, claro, pero pretendo que sí para que se mantenga alejado de mí. Al menos unos días.

—Le buscaremos un buen regalo —me dice con una sonrisa complaciente.

Yo en cambio, sonrío con aprensión. Mi padre odia los regalos caros, el lujo y frivolidad. ¿Lo odiará también a él?

La mañana siguiente todo sale patas arriba. No tuve pesadillas, pero el brazo alrededor de mi cintura me mantuvo rígida e incómoda, así que dormí mal. Me quemé la espalda por abrir demasiado el agua caliente de la ducha y pasé mucho maquillando las imperfecciones de mi cara. Es como vestir un maniquí. En serio, no puedo creer que me esté arreglando para hacer absolutamente nada, pero no tengo opción. O sí, pero ya qué más da. Inventaré algo de por qué renuncié, pero aun no pienso bien en la historia.

Desde aquella implacable tormenta, el mes trajo vientos fríos que te ponen la piel de gallina y la temperatura disminuyó notablemente. Eso me gusta, porque me permite ocultarme debajo de más capas de ropa. Me siento mejor apartada de las pocas miradas masculinas que pudieran haber atraído mis vestidos cortos y mis blusas ligeras.

Miro la calle llena de gente apurada, con sus rutinas normales y definitivamente nada inventadas y me ruborizo. Tal vez sí deba empezar a buscar trabajo. Decirle a Diamante que renuncié por…¿por qué? los horarios, la mala paga, el café aguado… qué sé yo. Supongo que excusas sobran, pero sigue siendo una mentira. Después de todo acababan de ascenderme, lo lógico sería hacerme de un poco de currículum con ese puesto… además no quiero que piense que me doy el lujo de andar sin trabajo indefinidamente para ser su ama de casa. Va en contra de todo lo que yo dije y de lo que pienso.

—¿Paso por ti a las seis? —me pregunta antes de yo que salga del coche.

Oh, no.

—Tengo que ver a un cliente en Mark&Rowns a las cinco —una librería muy conocida —, ¿nos vemos mejor allí?

No refuta nada, y yo respiro con alivio.

—Claro, nena…

—Que tengas buen día.

Le doy otro beso de mierda (me repito mentalmente que tengo que esforzarme) y en vez de entrar al edificio de la editorial giro rápidamente hacia la calle opuesta. Él va tan deprisa que no lo nota. Me siento mal por Unazuky, que a estas alturas no sabrá nada de mí, pero tan solo mirar el lugar del que salí corriendo empapada, herida y aterrorizada, me empieza a causar una horrible ansiedad. Camino lo más rápido que me dan los botines y me alejo tres manzanas más hasta que entro en un café, que a esa hora está repleto de gente ordenando bebidas para llevar y bocadillos a sus trabajos.

Cuando me entregan mi latte y una rosquilla de maple me siento en una de las mesas del fondo, justo al lado de la ventana. Es un lugar agradable, con música bajita y muebles de madera rústica gris y pequeños floreros con margaritas y varias plantas colgantes. Nunca había entrado aquí. Cuelgo mi abrigo y saco la laptop. Me conecto al WiFi del local y reviso mi correo, luego mis redes sociales y después los encabezados de las noticias. Suspiro y miro la hora: Son las diez y media. Cierro los ojos con frustración. Esto será muy aburrido.

Mina me hizo jurar que le confirmara si todo había salido bien con Diamante a primera hora así que lo hago. Ella no responde salvo con un OK y un emoji de corazón, supongo que porque está también ocupada con su trabajo real. Me recargo en el respaldo de la silla y miro hacia afuera. Tal vez esto no sea tan malo. Tal vez podría tomarlo como vacaciones (forzadas, pero vacaciones) y relajarme un poco… pensar qué quiero hacer realmente de mi vida, y de paso, aunque me cueste aceptarlo, superar lo que ha pasado, que no es poca cosa.

Desisto de seguir navegando en la Internet y saco mi libro de Sparks. Apenas le pego ojo a la primera línea las horas se me van volando, y cuando reparo en el reloj ya son las dos de la tarde, y eso porque el estómago me lo recuerda con un rugido.

Una chica alta y de pelo color chocolate y con peinado de cola se me acerca con una sonrisa.

—¿Te gustaría almorzar algo de nuestro menú?

Yo me sonrojo. Llevo todo el día aquí. Debería consumir algo si no quiero que me echen.

—Sí, por favor.

—¿Qué te apetece? Tenemos sándwiches, ensaladas y me parece que la sopa del día es crema de maíz.

—Un sándwich… er… pollo y queso —le digo entregándole la pequeña carta de menú —. Y una Coca-Cola light.

—¿Papas?

—Sí, esto… —miro su gafete, el único uniforme que lleva el nombre «Lita»—. Disculpa…¿a qué hora cierra el café?

—A las ocho —contesta amablemente.

Le sonrío.

—Gracias.

Ella asiente en respuesta y se marcha. Diez minutos después me trae mi comida, que está riquísima. Sabe a comida casera auténtica, incluso las patatas. Le dejo una buena propina y luego me voy a deambular por los alrededores. No quiero apartarme mucho de la zona, sólo lo suficiente para estar lejos de la editorial y evitar encontrarme con quien sea que me conozca de allí. Entro a varias tiendas al azar y sólo compro un separador nuevo para mi libro. Todo es medio ridículo, pero funcionó bien al menos por éste día.

Así empezó mi red interminable y enredada de mentiras por toda la semana. Levantarme a la misma hora, arreglarme para nada, girar en dirección contraria y caminar tres manzanas para pasar siete horas en el cafecito leyendo. Luego caminaba por el parque y me encontraba con Diamante en la esquina de la avenida. Él no preguntó nada de mis repentinos horarios flexibles y que no tuviese mucho de que quejarme del trabajo, pero cada vez lo sentía más distante, más hosco y frío conmigo. Habíamos pasado de ser ardientes colibrís en primavera a un par de pinguinos en el páramo que ahora era nuestra cama. Me sentía culpable, pero confiaba en que la visita a casa de mis padres le haría recordar cuál era su lugar, y yo podría entonces encontrar la manera de decírselo apropiadamente.

Aunque quizá sólo me engañaba.

Para el viernes he llegado al epílogo del libro y Lita está retirando mi plato.

—¿Algún postre? —me ofrece.

—Así está bien. La comida es generosa.

—Claro.

Da la vuelta y, apenas avanza unos pasos vuelve a girarse, dubitativa. Yo la miro desde mi sitio.

—Adelante, pregúntame —le dedico una media sonrisa cortés. Ella se ruboriza y sacude la cabeza.

—Perdona, es que…

—Te preguntas que hace una clienta nueva vestida tan formal sólo para leer novelas todos los días, está bien. No es algo normal.

Ella se encoge de hombros a modo de disculpa.

—Sólo por curiosidad, ¿qué te imaginaste?

—Me quedé entre que eras una agente y estabas buscando algún traficante de droga. O, que eres una encubierta periodista que va a desmantelar un fraude gubernamental súper millonario y escandaloso —dice ella con una risita.

Yo arqueo las cejas.

—Impresionante. Pero es algo menos interesante… —le digo y estiro las piernas perezosamente —sólo me despidieron. No, renuncié. Bueno, no exactamente… —sacudo la cabeza confundida —, sólo no tengo empleo. Y… no puedo decírselo a mi novio. Así que finjo estar trabajando hasta las cinco mientras caliento esta silla y pretendo que eso va a resolver todos mis problemas. Fin. Lamento si es una teoría decepcionante.

La chica frunce el ceño ante la falta de lógica de mi asociación y probablemente por mi tono acusatorio, aunque debo decir que no era ésa mi intención.

—¿Y por qué no puedes decírselo? —se aventura a indagar. No me molesta, de hecho es aliviador poder hablar con alguien de esto que no sepa nada.

—Yo… no lo sé. Supongo que me le temo a su reacción.

Vuelve a fruncir sus cejas castañas.

—No pareces confiar mucho en él.

La miro con los ojos muy abiertos.

—No es eso…

—¿Qué es, si no?

No tengo la respuesta.

Mentira. Solo no te atreves a decirlo en voz alta, me dice mi subconsciente.

—Es complicado, Lita...

—No debería. No cuando amas a alguien —me dice tranquilamente. Yo la vuelvo a mirar, esta vez sorprendida —. La verdad, mi trabajo puede parecer aburrido pero no lo es. Veo todos los días cientos de personas y de parejas y he aprendido a leer sus rostros. Y tú… la verdad no pareces una chica feliz o enamorada. Más bien pareciera como si estuvieras sufriendo mucho por algo, y no creo que sea el trabajo...

Toda la sangre abandona mi cara. Me he quedado en blanco y sin palabras. Cuando vuelvo a mirarla, Lita ya me sonríe otra vez como para suavizar sus palabras.

—Perdona. Es que pareces una chica linda, lista… y mi madre siempre me decía que es mejor estar sola que vivir con alguien en una cárcel. Si apoyarte en él representa sumar un problema más en tu vida, no creo que sea la persona correcta.

Abro la boca en automático, aunque sigo sin saber qué decir. Una voz extraña al fondo nos interrumpe. Lita se dispensa y va a atender al cliente que acaba de llegar al mostrador. Yo me quedo mirando la madera desteñida de la mesa, dejándome machacar por Ellie Goulding con su How long will I love you? As long as stars are above you, and longer if I can. How long will I need you? As long as the seasons need to follow their plan...

Saco de mi bolso el llavero plateado de luna, lo aprieto fuerte contra mi mano y con ello, mi mente se pierde otra vez:

Estoy subiendo al taxi cuando Seiya me llama a los gritos. Viene corriendo hacia mí.

—Olvidaste tu regalo —me dice, y me lo entrega.

Sonrío y lo echo a las profundidades de mi bolso.

—Gracias.

—Supongo que… estaremos en contacto. ¿Me dirás si estás bien? —me pregunta. Asiento conmovida.

—Te llamaré. Esto… Seiya, gracias por todo. No sé que habría hecho sin ti.

Me dedica la sonrisa orgullosa e inigualable de Seiya Kou, y no puedo evitar sonrojarme.

—Tu hubieras hecho lo mismo por mí, ¿a qué sí?

—Claro que sí.

Una vieja van detrás del taxi le toca el claxon. Bonita manera de cagar una despedida.

—Bueno, ya debo irme…—abro la puerta, pero Seiya la detiene firmemente con una mano. Le miro sin comprender. Seiya carraspea.

—Bombón… quería decirte que me alegra que vinieses aquí. Y que estés bien —asiento cautivada, mirándole muy de cerca. Y de paso me derrito, por qué no —. Pero si necesitas un sitio a dónde ir… por lo que sea, puedes regresar cuando quieras.

—Yo… —murmuro incoherentemente, intentando contener el placer y el júbilo que siento con ésas simples palabras —. Gracias. En serio.

Pudiste decir algo mejor, Serena.

Uffff.

—Vale, ve con cuidado —me indica, y suelta la puerta. La van vuelve a pitar —. ¡Ya está, carajo! Joder, ésta gente…

No tengo más remedio que subirme, y me despido con la mano hasta que vira en la esquina y queda fuera de mi vista. Allí, apenas segundos después de que me fui, fue cuando empecé a resentir su ausencia, y mi anhelo por llamarlo o verlo persistía desde entonces, aunque no lo hice.

Y ahora… pienso en el atento mensaje que Diamante me envió en la mañana. Ha salido temprano de la oficina para que compremos un regalo para papá en el centro comercial. Luego iremos a cenar a un restaurante italiano, seguramente muy romántico. Seguramente también, busca alguna excusa para acercarnos. Reavivar la llama. Aquél era un detalle lindo, considerado, galante, algo muy típico de él. Y sin embargo…

Ojalá eso fuera suficiente.

No hay mariposas.

No hay emoción.

No hay sonrisa.

No hay nada.

Dios, ¿qué he estado haciendo?

Me refriego la nariz y uso la servilleta para limpiarme los pómulos húmedos y me marcho silenciosamente del café para ir al parque. Era una tarde fresca y los árboles ya están poniéndose marrones y dorados con la entrada del otoño.

Yo creía (o eso quería pensar) que mi indiferencia y mi rechazo hacia Diamante se debía a mi trauma. Que había yo quedado tan asustada y lastimada que no soportaría tener a otro hombre cerca en un buen tiempo. Pero si revisaba los hechos y no mi mente, no fue así. Durante ése fin de semana, y a pesar de las desagradables circunstancias, sólo deseé estar cerca de Seiya y no irme. Quería que ése fin de semana durara para siempre. Y no, no solo era cosa de dormir con él. Era más. No sentí ninguna incomodidad al que me tomara de la mano en el acuario o durmiera a un palmo de distancia mía. Incluso entre sueños deseé tanto que me abrazara, que soñé con ello. Sólo con él sonreía aunque no tuviera ganas. Con él sentía que todo mi universo estaba en orden, aunque se desmoronara en pedazos...

Pero a la vez una parte de mí seguía queriendo defender mis sentimientos por Diamante, que no era 100% desconfianza lo que yo tenía. También lo que me frenaba era que me sentía rara, manchada y poco valiosa como mujer por lo que había ocurrido. Como si fuera mi culpa. Ya sé que no lo es, pero era una sensación irracional y no sabía cómo controlarla o eliminarla. ¿Y podría yo, la ahora mancillada y desempleada Serena Tsukino poder estar a la altura de Diamante Black? Nunca he estado más lejos de estarlo que ahora. Yo me había esforzado mucho por encajar con él, y tal vez estaba intentando meter un cuadrado en el molde de un triángulo.

Cosa inútil.

Y sí, también podía justificar haber corrido como desquiciada donde Seiya porque estaba cerca, en vez de ir con mis padres o Minako, pero no podía justificar el no decírselo a Diamante. Sé que él no habría brincado de gusto, incluso me lo hubiera reprochado. ¿Pero no se supone que debería poder contárselo? Hoy por hoy, nada me lo impedía, y seguía sin hablar, pese a que sentía que eso me alejaba más y más de él. ¿Qué es entonces una pareja? ¿No es alguien con quien uno puede contar, incondicionalmente como decía Lita? ¿Alguien que te conoce y te apoya sin importar qué? ¿No es ésa persona en la que primero piensas refugiarte cuando te pasa algo malo? ¿Y también cuando te pasa algo bueno? ¿Lo primero que te viene a la mente al despertar y al dormir?

Y joder. Yo estaba muy jodida. Porque luego del bofetón que me dio Lita con sus palabras, cada vez que me hacía ésa pregunta, yo no podría aseverar que esa persona era el hombre con el que vivía. No. Ése fin de semana me hizo corroborarlo. No lo era. Nunca lo sería. Me quisiera o no. Me gustara o no.

Había estado mintiendo mucho, sin duda, pero me he mentido más a mí misma, y tuvo que ser una desconocida la que me hiciera reaccionar. Es una vergüenza. No podía seguir así. Lita tenía razón, me estaba ahogando, y seguir con Diamante sólo suponía sumar un problema más a mi vida en vez que supusiera un alivio, un confort. Así eran las cosas. Él me gustaba, pero también me intimidaba. Me consentía, pero también sentía que siempre eso llevaba un precio a cambio. Me cuidaba, pero también en el fondo me sentía monitoreada. Me quería, pero tampoco parecía que fuera exactamente por lo que soy. ¿O por qué entonces habíamos peleado por usar el dichoso vestido negro aquella vez, o por qué a partir de ahí yo había cambiado mi forma de vestir, o cambiar las cosas que me gustaba hacer? ¿Era realmente porque quería cambiar o por complacerle? ¿Por qué no aceptaba a la gente que me rodeaba como mi mejor amiga e intentaba siempre distanciarme de ella?

Bueno… gran descubrimiento. Diamante no era el hombre para mí. La he cagado de nuevo. Volví a pisar la trampa del príncipe azul… y ni siquiera era lo que quería. ¿Y ahora qué hago? ¿Cómo se lo digo?

¿Cómo lo va a tomar?

Madre mía…

Soy originaria de una ciudad pequeña y tradicional llamada Takayama, que queda al oeste de Tokio. De calles estrechas, casitas con tejados en V inversa y rodeada de montañas, es algo fría y relativamente cercana en tren a la capital. Hace casi seis años salí de aquí para ingresar a la universidad, con las maletas llenas de ropas adolescentes, cajas de muñecos y plagada de ilusiones sobre lo que sería mi vida a partir de ese momento. Me imaginaba que tendría una carrera exitosa, un gran apartamento propio y un novio guapo y que estuviera loquito por mí.

Mi estándar de 13 going on 30distaba mucho de la realidad y la vida se encargó de demostrármelo. Conseguir las cosas costaba una barbaridad, los trabajos no eran retos motivadores si no jaurías de hienas y de injusticias. Y el drama de las relaciones fallidas definitivamente no era tan glamoroso como en el cine.

Hoy volvía a casa como pocas veces lo hacía. Navidades y Año Nuevo, los cumpleaños de mis padres o alguna ocasión muy rara. Claro que amaba verlos y saber cómo se encontraban, pero regresar aquí siempre me deprimía y por eso lo evitaba. Era el recordatorio constante de que no había hecho ni una mierda de lo que quería, y en vez de admirar con nostalgia los escenarios de mi niñez, me apabullaba constatar que había hecho todo mal…

Y como parecía que con el paso de los años seguía sin aprender, no solamente lo volvía a comprobar, si no que ahora traía víctimas de mis estropicios, porque era una cobarde y no me atreví a dejarlo antes de hoy.

Atravieso la enana cerca irregular y el jardín, que en estos días ya tiene hojas secas y piñas regadas por doquier. Subo los tres escalones de piedra y antes de tocar el timbre, me acomodo el abrigo y suspiro profundamente.

Oigo jaleo en el interior de la casa y no puedo evitar sonreír, pese a sentir un nudo en el estómago.

Me alegra que sea papá quien abre la puerta.

—¡Ya llegó la niña, mamá! —anuncia con una sonrisa gastada y radiante en su rostro —. ¡Mi conejita está aquí!

—Papá —le abrazo. Siento su calor y su olor tan característico de crema de afeitar y enseguida siento ganas de chillar, pero me aguanto —. Feliz cumpleaños.

Él hace un gesto de disgusto y como de poca importancia. Nunca le gustaba celebrar sus cumpleaños. Eso y el amor por los libros es algo que sin duda tenemos en común.

—Un año más viejo y menos productivo corazón, ya qué más da contarlos...

—Papá, no digas eso.

Él mira detrás de mí y arquea sus cejas pobladas y cafés. Soy consciente quien va detrás mío y me ruborizo.

—Buenas tardes, señor Tsukino.

Tardo un poco en reaccionar. ¡Se supone que debo presentarlos!

—Esto… papá, él es Diamante Black. Mi novio. Este es mi papá, Kenji Tsukino.

Diamante tiende la mano a mi padre, que se la estrecha tardíamente sin dar la menor muestra de una sorpresa positiva por lo que acaba de enterarse.

—Mucho gusto, joven.

—El gusto es mío, señor —dice Diamante ecuánime, sin que le haya alterado el poco afán de reconocimiento de mi padre.

Ay no, algo me dice que esto no irá bien.

Le invita a pasar primero, pero después entiendo que es sólo para darme abiertamente su expresión, que es renuente. Sólo abre un poco sus ojos castaños, que se giran hacia mí como preguntándome cuándo pensaba darle la noticia. Me muerdo el labio y camino hacia dentro con la sensación de haber hecho algo malo.

Obviamente mamá arma un carnaval en cuanto lo conoce. No hay fémina que pueda ser indiferente ante los encantos y la elegancia de Diamante. Está tan sorprendida y extasiada de que un dios adinerado sea mi novio que se siente casi ofensivo. Le ofrece aperitivos, saca el licor favorito de papá (otra mueca suya de disgusto de por medio) cambia la vajilla normal por la formal (que sólo usamos en Navidad y así) y es tan su esmero por atenderlo que resulta incómodo, pero él pretende muy bien que se siente a gusto. Es impoluto en sus modales y saca o devuelve conversación de temas que podría serles de interés. Yo permanezco callada dándole traguitos a mi vino barato (me pregunto si Diamante lo notará) y rogando que todo salga bien. Papá me sigue mirando con reproche. La idea de que él y Diamante choquen me preocupa. Tengo que decir que no sé por quien de los dos apostaría.

—Tiene una casa muy bonita, señor Tsukino —dice Diamante mirando hacia la pequeña ventana del jardín.

Oigo como mamá suspira exageradamente desde la cocina.

—Gracias. Debe resultarle asombroso el contraste con los impresionantes suburbios de Azabu.

—No tanto. Crecí en un lugar mucho más modesto que este —aclara amablemente.

—Cuando lo vi entrar me pareció conocido. Creo que lo he visto en el periódico ¿o me equivoco? ¿es una celebridad o algo así?

Carraspeo.

—Diamante es un empresario importante en Tokio, papá —intervengo en tono de reprimenda —. Trabaja en telecomunicaciones y energías renovables.

—No me diga, ¿Industrias Black?

Diamante parece sorprendido que alguien como él sepa del tema.

—Así es —responde simplemente. Y me da la impresión de que contiene decir algo más. Doy gracias al cielo que alguien aquí tenga prudencia.

Vuelvo a tomarle al vino esperando que me relaje, pero siento que voy a necesitar toda la botella.

—IB creció en utilidades un 45% en los últimos años. Debe ser usted muy inteligente o muy afortunado —dice mi padre jugando con su vaso de whiskey.

—Creo que es más de lo segundo, señor Tsukino. Además me gusta trabajar duro —refuta él.

—Claro, claro. Pero no será mera coincidencia que la mayor competencia desapareciera extrañamente justo un año antes de eso, ¿verdad?

Dios, ¿a dónde quiere llegar?

Diamante se revuelve tenso en su asiento, y pasa el brazo a través del respaldo de mi silla. Los ojos de papá se distraen momentáneamente con eso y claro, tampoco le gusta.

—Sí… ellos estaban en números rojos hace tiempo. No puedo negar que la fusión fue de lo más ventajosa.

—Pero no tanto para las doscientas familias que se quedaron sin su sustento de un día para otro, jovencito.

—¡Papá! —le llamo en un intento de persuadirle que se detenga.

Mi padre es uno de ésos pocos abogados en el mundo que defienden las causas perdidas, ignoradas y desesperadamente necesitadas. Es muy brillante, pero a diferencia de sus compañeros que ahora tienen bufetes corporativos, destinó ése talento en ayudar al 80% de sus clientes que son personas que no podrían pagar ni una asesoría. Ni siquiera tiene una oficina propia, su "despacho" era el ático de nuestra casa. Luego mejoró cuando yo me fui y ahora usa mi habitación. Es algo muy noble y la razón por la que me sienta orgullosa de ser su hija. Pero también es la razón de que él y mi madre vivan en pleito eterno por la falta de dinero, los pocos lujos que nos damos y las deudas de las tarjetas de crédito que nunca liquidan. Y probablemente también sea la causa que ella insista como chinche en buscarme un jugoso patrocinador más que cualquier otra cosa en la vida. Es un grano en el culo, pero entiendo su punto. Supongo que no quiere que yo pase por lo mismo.

Diamante me aprieta cariñosamente el hombro.

—No pasa nada, linda —me apacigua, aunque noto su voz glacial como témpano —. Tu padre claramente tiene una ética muy admirable. Eso lo respeto mucho —luego se dirige a él —, pero en los negocios las emociones no son los mejores aliados, señor Tsukino. De hecho suelen entorpecer el éxito y el crecimiento. No sería un negocio si no me enfoco en las ganancias.

—En eso le doy la razón. Hay que tener la sangre muy fría para adquirir una empresa y desmembrarla como si fuera un coche viejo en el deshuesadero… sin importar a costa de qué y de quién. Algunos de ésos empleados estaban a punto de jubilarse, ¿sabía?

—Papá, Diamante participa en muchísimas obras benéficas —le digo ofendida.

—Pero claro, corazón, ¿cómo si no reduce los impuestos que…?

—¿Quién tiene hambre? —interrumpe mamá con voz alta y cantarina, apareciendo con una charola de bocadillos. Ha evitado que le grite a mi padre que se controle de una buena vez.

Es algo celoso, normal en un padre. El único sujeto que se sentó en esta mesa resultó ser un cabrón que aplastó el corazón de su hija, eso lo entiendo también. Pero no hay motivo real para que rocíe a los disparos a Diamante tan de pronto, es injusto y francamente, muy exagerado de su parte. Ni siquiera tuvo la cortesía de pretender que le gustó su regalo (una camisa de Armani que apenas miró). No lo entiendo.

Afortunadamente, mamá acaba con la disputa con su presencia, alegando que hay que hablar de temas más amenos y entretenidos (en su lenguaje, no polémicos), y comemos su tradicional pasta con carne relativamente en paz. La conversación se centra en mi trabajo inexistente (sólo cuento anécdotas pasadas), el clima de la ciudad, nuestros parientes odiosos y cosas en general muy banales. Diamante habla de sí mismo sólo cuando mamá le pregunta.

Es claro que papá lo ha incomodado y parece resentido con ello, aunque no mueve un pelo para decir nada en su contra, cosa que parece incluso afectarlo más a papá. Es como si quisiera provocarlo para subirlo al ring y desatar algún desastre. Conforme habla más y más de su vida y su entorno, la gente que conoce y todo eso, a mamá le empiezan a mutar los ojos con figuritas de signo de dólares, igualito que en los dibujos animados. Está extasiada de ver el excelente motín que he encontrado. Si supiera lo poco que le va a durar el gusto...

Papá no deja de hacer gestos y Sammy ni siquiera se esforzó en fingir no ser un adolescente aburrido por un par de horas. Sólo me queda beber, aguantar y esperar a que se acabe este martirio.

Ahogo un bostezo mientras mi celular suena el tono de mensaje.

Señorita Tsukino,

Soy el agente Komatsu, quería informarle que se trató de notificar al sujeto que señaló como responsable de su ataque del agravio del pasado jueves. Desafortunadamente, no hay rastro de él ni en su lugar de trabajo ni del que nos informaron era su domicilio. No se preocupe, eso sólo puntualiza más su culpabilidad y pronto esclareceremos los detalles.
Le encontraremos, pero por si acaso, tenga cuidado y no vaya sola por allí.

Estamos a sus órdenes

Reprimo una maldición en voz alta. Por supuesto que huyó. Tardaron diez días sólo en armar un puto expediente, ¿cómo no lo haría? En serio, ¿qué pasa con nuestro sistema de justicia? Entiendo que mi caso no es el único y no se tapa el sol con un dedo, pero joder…esto era mero papeleo y ni eso pudieron hacer bien. ¿Ahora qué? ¿el imbécil anda como si nada por la ciudad, probablemente acosando a otra chica, o peor, buscándome para vengarse o algo parecido? Por primera vez me alegra ser una nómada, porque la única referencia que tenía de mí era el antiguo apartamento que compartía con Mina. Jamás actualicé ésa información. Gracias al cielo.

—Iré por el café para la tarta —aviso para aislarme un momento de la sobremesa, aunque nadie me responde. Están hablando de un chisme de un político que pillaron (felicidades, a él sí lo pillaron) robando una gran suma de impuestos al gobierno.

Una vez sola, la pesadez que siento en el pecho y los hombros se agudiza. Me recargo un segundo en la mesita del microondas para tomar aire. Empiezo a poner el café con una brusquedad más de la necesaria debido a mi estrés y oigo la voz de papá detrás mío.

—Oye, oye señorita… ¿qué le haces a ésa pobre cafetera?

Apenas tengo tiempo de limpiarme con el dorso de la mano y aclararme la garganta.

—No puedo creer que aún tengan éste cacharro, papá… deberían deshacerse de ella. ¡No funciona!

Papá saca las tazas y los filtros de un anaquel y los pone a mi alcance.

—Yo también soy un cacharro que ya no funciona como antes… ¿quieres tirarme a mí también? —bromea.

Sonrío débilmente.

—Si eso impide que dejes de atacar a Diamante…

Resopla con arrepentimiento.

—Perdona, mi amor… no es eso, es que…

Lo miro arqueando una ceja mientras pone el café en el cucurucho y presiona el botoncito rojo. El agua empieza a hervir.

—No te agrada. Ya. Es más que obvio, pero contrólate por favor.

Me evalúa a través de sus gafas gruesas de toda la vida y esboza una expresión decaída.

—No es eso… es… —se encoje de hombros, como si no supiera qué decir —, es que… bueno, estábamos muy emocionados por verte. Y la verdad... esta vez pensamos que vendrías con alguien diferente.

Me cruzo de brazos y pestañeo.

—Ah… ¿diferente como en qué, papá?

—Bueno… no sé —murmura dubitativo, y se rasca la cabeza. Se ve que le da pena, pero al final me mira —. Tal vez alguien… como Seiya.

Abro la boca estupefacta. El calor se me sube a la cara, y momentáneamente no sé qué decir.

—¿Seiya? —casi grito. Él vuelve a encoger los hombros, esta vez como a modo de disculpa. Pensé que me diría que prefería a un intelectual. O a un ecologista. O un maestro de historia. Pero ¿¡Seiya!? Yo bajo considerablemente el tono. No puedo permitir que alguien nos escuche —. Papá, Seiya y yo sólo… sólo fuimos roomies. ¿Por qué pensaste eso? Yo… ¡ni siquiera pensé que recordaras su nombre! Nunca les hablé de él y lo trataste a lo mucho ¿cuánto? ¿dos horas? ¡No tiene sentido!

Me doy cuenta que me estoy poniendo medio histérica y lo dejo ahí.

—Sólo te estoy dando mi opinión…

—Pues es absurda…

—¿Ah, sí?

Le miro consternada y enseguida desvío los ojos hacia el cacharro, que hace caer a chorritos el líquido oscuro y el vapor que ya impregna la cocina.

—No importa papá, de todos modos voy a terminar con él.

—¿Con Diamante?

Asiento sin atreverme a mirarlo aún. Me muerdo el labio con una culpa evidente.

—Pero me quiere, y yo a él, aunque de otro modo… así que por favor déjalo en paz. Ya voy a herirlo lo suficiente con dejarle…

—¿Y tu amigo Seiya?

—Roomie, papá. Ex-roomie, de hecho. ¿Por qué insistes con el tema?

—Creí que te gustaba, cariño. Y tú a él. Los vi en la boda. Me parecía bueno para ti. Los padres tenemos un superpoder para ésas cosas.

Pero soy consciente que lo dice sin convicción. ¿Qué pudo ver? Que bailáramos, bebiéramos champán y nos riéramos de mis feas primas. Pues eso no es nada extraordinario. Definitivamente sé que no nos vio tener sexo en el baño, o no lo tendría en un pedestal. Algo se me pasa rápidamente por la cabeza, una idea fugaz y fascinante, (¿le diría él algo de mí?), pero se me escapa antes de que pueda atraparla y decírsela. La cafetera chilla otra vez.

—Pues se te está atrofiando el superpoder, Batman.

—Hija, Batman no tiene poderes, sólo mucho dinero.

—Y lógicamente le odias y lo llevarías a juicio si pudieras, ¿verdad?

Se ríe. Odio romper con la atmósfera que se había vuelto más divertida y ligera entre los dos, pero hablo antes de que no pueda hacerlo en la mesa. La cafetera pita que ha terminado su trabajo, pero ninguno le hace caso.

—Papá, me preguntaba si podría venir a visitarlos la semana entrante. De preferencia un día que Sammy esté en el colegio.

Frunce el ceño.

—¿Pasó algo?

—Sí, papá… me pasó algo —la voz se me corta inevitablemente —. A mí

Le veo y siento una irresistible necesidad de llorar a pata suelta en sus brazos como cuando me caía de la bicicleta, pero no puedo. Aun así se me saltan las lágrimas, y mi padre enseguida me atrae hacia él consolador.

—Oh, cariño… claro que sí. Esta es tu casa. Siempre lo será. ¿Pero estás bien?

—Sólo los echo de menos —le digo, tratando de canalizar mis sentimientos a otra cosa menos espantosa. Sé que si empiezo no habrá marcha atrás.

—Pero…

La voz de Diamante nos hace separarnos.

—Perdón —dice sin atreverse a cruzar la puerta —. Tu madre pregunta por el café y no la dejé que se levantara, ¿ayudo en algo?…

Mi padre se gira furioso hacia el lavaplatos y murmura una sarta de maldiciones en retahílas inteligibles mientras se pelea con las tazas. Ay, papá. Bueno, al menos no se lo ha dicho a la cara. Vamos mejorando.

—Todo bien, es que no encontrábamos el azúcar —le sonrío. Él asiente, pero justo antes de que su rostro cruce el marco de la puerta y me de la espalda lo veo: un chispazo de desdén en su mirada amatista. Mierda. ¿Nos oyó? El pánico me invade. No, no puede ser.

La sensación de que algo malo ocurría crece aun más camino a casa, pero se lo atribuyo a lo grosero que ha sido mi padre con él, aunque después del café se esforzó por no hacer muecas y prestarle algo de atención. No hizo más. No es para menos que esté cabreado. Yo habría salido dando tumbos de ahí si la situación fuera a la inversa.

Por eso trato de mitigar aunque sea un poco los daños.

—¿Quieres una copa? —le pregunto una vez que llegamos al apartamento.

—No. La verdad estoy cansado, Íré a acostarme.

—Claro… yo… siento que mi padre haya sido tan hostil contigo. Es… ya sabes, no soporta que nadie le robe a la luz de sus ojos —le digo sonriendo tiernamente. Él me ignora mientras se dirige a la habitación.

Mierda.

—¿Eso crees? —pregunta mientras se sienta en la cama y se saca tranquilamente un zapato. Yo paso saliva nerviosa.

—Es algo sobre protector...—sigo excusándole.

—O quizá sólo no le agrado —sigue desabrochándose otro, siempre sin mirarme —, y prefiere a otro tipo de yerno…

El corazón me empieza a latir con fuerza. Es bastante probable que nos oyera, ahora lo sé. Me alegra no haberle dicho nada sobre Seiya a mi padre. Habría sido el acaboze.

—Pues… no… no creo. A mi madre le gustaste mucho —retruco.

—Qué alivio —desplanta con ironía. Yo cierro los ojos. Está más enojado de lo que pensé.

Ya déjate de estupideces y dile la verdad, me reprende mi subconsciente. Ya es tarde. No deberíamos hablar de eso ahora. Tal vez mañana.

Y mañana será muy temprano, me vuelve a reprender, sabiendo que son sólo pretextos para seguir mintiendo.

Tomo aire para darme valor.

—Yo… quisiera que habláramos un poco—susurro. Mi voz es apenas audible. Hasta entonces se digna a mirarme, pero apenas un segundo para seguirse desvistiendo.

—¿De qué?

Mi estómago se encoje.

—Pues… de ti y de mí…de…

Mi teléfono, que está en la mesita del velador de mi lado empieza a sonar. Yo lo miro y luego a él. Me hace un ademán apremiante de que conteste, y luego se levanta y se va al vestidor con aire displicente. Suspiro y miro la pantalla. Es Mina. Me alejo un poco del cuarto de baño, pero no salgo del dormitorio.

—Hola… sí, ¿qué hay? Todo bien, sí… ¿de veras? No, no había visto. Suena genial. Yo… sí, creo que podré. Podríamos ir a ése café que te comenté. Es muy mono. Vale, yo te llamo para confirmar. Claro. Un beso. Ciao.

—¿Quién era? —me pregunta Diamante. Yo salto del susto. No me di cuenta que estaba mirándome fijamente desde el pie de la cama.

—Minako.

—¿Y ahora qué quería? —espeta. Antes se molestaba en disimular su desagrado. Es claro que ya no.

—Su cumpleaños es unas semanas y quería que la ayudara a planear una fiesta en su apartamento.

Él se ríe, pero no es una risa agradable. Más bien algo macabra. Vacía.

—¿Fiesta de cumpleaños?

—Sí.

—¿Cuántos años tiene?

Yo parpadeo desorientada. Poco a poco, la sangre se me empieza a calentar también. Está llevándolo a otro plano, demasiado personal y agresivo, y no me parece justo. Si quiere desquitarse, pues que lo haga conmigo, no con ella.

—¿Qué significa eso? —pregunto con mucha menos condescendencia que antes.

—Pues nada. Es que yo pensaría que cuando la gente se casa es para formar un hogar, madurar, volverse más serio… tú sabes. Pero evidentemente hay gente que se quedó estancada en las fraternidades y sólo juegan a "la casita", al parecer. ¿Harán camisetas mojadas y juegos de shots también?

Me invade una indignación salvaje y me levanto.

—¿Y cuál es el problema?

—¿Yo? No, yo no tengo ningún problema —contesta riendo, y ahora lo detecto claramente: cada palabra suya está llena de menosprecio —. El problema lo debe tener Yaten, supongo. Nunca va a poder controlar a esa esposilla de papel que tiene. Una pena por él.

Había intentado mantenerme a raya del silencio, pero he perdido la batalla.

Me le planto enfrente. No voy a permitir que insulte a mis amigos cuando ni siquiera les conoce, sólo porque está cabreado con mi padre.

—¿Eso es lo que quieres hacer conmigo? ¿Controlarme? —le grito. Rayos, estoy tan alterada que no puedo ni hilvanar una frase.

Diamante me devuelve el golpe con maestría:

—¿Y qué si lo hago? ¿No es la única forma de tener una relación con una mujer tan deshonesta e hipócrita como tú?

Me quedo petrificada.

Siento como el color me va descendiendo de la cara. Debo estar pálida como un muerto, pero él no se inmuta de mi reacción. De hecho parece satisfecho por haberme cogido desprevenida.

Me quedo mirándole, incapaz de hablar. Joder, jamás me había hablado así, y menos de ésa forma… está furioso. Muchísimo.

—Pareces confundida, cielo —me espeta sarcásticamente —. Lo siento, pensé que al fin nos estábamos diciendo la verdad.

—Yo… —balbuceo con voz estrangulada, una infinidad de segundos después —. Lo siento…

¿Qué otra cosa puedo decir a fin de cuentas? Además no me salen las palabras. Él me sigue mirando con sus ojos púrpura en pedernal. Podrían fulminarme con ellos si pudieran. Su furia parece llenar toda la habitación. Tengo miedo. Los hechos pasados me empiezan a perseguir y temo perder la serenidad en cualquier momento. No quiero que me haga daño. Él no. No quiero que nadie me vuelva a hacer sentir mal. Dios, ¿por qué no hablé antes?

—¿Exactamente en qué momento pensaste que podías verme la cara de imbécil a mí? ¡A mí! —se señala con arrogancia —¿Y engañarme con tus mentiras patéticas, que ni tu hermano el pesado colegial se les creería? ¿Crees que no tengo cámaras de vigilancia en mi apartamento? ¿Crees que mi casi padrino, Frank Loywood no me diría lo que hiciste a pesar de que te lo prohibí? ¿Dónde has ido toda la semana? A trabajar no. ¡Tú y tu amiga alcahueta! ¿Cuándo te convenció de que me dejaras?

Su respiración es entrecortada. La mía casi inexistente. Estoy casi desintegrándome ante sus ojos, pero por un segundo, me recuerdo que es ahora o nunca. Y de todos modos, si todo este teatro ya se ha desmantelado, lo menos que puedo hacer es enfrentarlo. Supongo que tiene razón.

—¡Dímelo!

—¡Basta! —le exijo, pero en seguida me vuelvo a cohibir —Por favor, basta… no me grites. Yo te puedo explicar… —murmuro mortificada. Ni siquiera sé por donde empezar.

—Supongo, porque ya no te queda de otra ¿cierto?—escupe con desdén, y me da la espalda —¿Controlarte, yo? Claro que me gusta controlarlo todo. Así la mierda no se cruza en mi camino y lo jode todo… ¡Controlarte yo!

Respingo ante sus gritos. Parece salido de sus casillas por el comentario, así que empiezo por ahí.

—No creo que quieras controlarme, lo siento… sólo… escúchame por favor —le pido mansamente. El guarda silencio, y yo me siento en el borde de la cama. Mis ojos no lo miran, sólo miran la alfombra persa y suave que está debajo de sus pies descalzos y los míos. Inhalo profundamente y cruzo los dedos en mi regazo, pues me están temblando —. La noche que te fuiste a Hong Kong pasó algo terrible… el jefe que tenía me… bueno él… ¿recuerdas que sospechabas que no era de fiar? No lo era. Me tendió una trampa para encerrarme en su oficina y trató de abusar de mí. Él me hizo los golpes… afortunadamente pude escapar. No llevaba nada encima, era tardísimo y llovía... y la casa de Seiya quedaba cerca… así que fui con él.

Lo miro por primera vez para advertir su reacción. Él es una estatua. Mantiene los brazos cruzados al pecho y el rostro desdeñoso, igual que antes. No da muestras de preocupación ni compasión hacia mí, y eso me lastima profundamente.

Son los celos y el resentimiento los que lo tienen así, trata de entenderlo y cuando se lo expliques, se va a conmover, te va a perdonar y se alegrará que estás a salvo a pesar de todo... me dice una voz ingenua en mi cabeza. No es mi subconsciente o no sería tan irracional. Como no parece que vaya a ocurrir eso, las lágrimas empiezan a caer por mi cara.

—Continúa —me ordena.

—Lo que me pasó ése día no se lo deseo ni a mi peor enemiga… ha sido el peor día de mi vida —sollozo —. Seiya me ayudó a conservar la cordura, yo estaba muy mal. Me acompañó a la policía y como no podía estar sola y estaba toda traumatizada me quedé allí hasta que volviste del viaje —me refriego la nariz—. No quise ocultártelo a posta, sólo tenía miedo, vergüenza… aun la tengo.

Diamante se balancea sobre sus piernas. Luego camina un semi círculo en pasos lentos.

—Estabas traumatizada —repite lenta y analíticamente, dividiendo en sílabas. Yo le miro con los ojos acuosos —. Tanto que no pudiste ni decírmelo por teléfono.

—Sé que suena ilógico, pero es verdad… no podía.

—¿Tu trauma no te impidió irte al acuario de paseo?

Impactada, le veo con la mandíbula desencajada. Sus ojos siguen echando chispas, y su rabia emana de él como un campo de fuerza que siento que va a electrocutarme en cualquier momento si me le acerco.

—¿Qué? —jadeo.

—Eres mala mentirosa, Serena. La gente que miente, y que es infiel trata de deshacerse de las evidencias. Tú en cambio las dejaste allí, al alcance de cualquiera…o eres muy tonta, o muy cínica.

—¿Revisaste mis cosas?

—No estás para hacerte la ofendida, Serena. Sí, revisé tus cosas —levanta las manos en un gesto de falso triunfo —. Y si lo hice fue sólo por tu culpa. Tu actitud me estaba desquiciando. Así que mientras te duchabas encontré un boleto del acuario, un pase a una atracción del parque y una baratija de llavero que tenía una etiqueta de ahí. ¿Tu trauma era tan insoportable que necesitabas desesperadamente irte de excursión? ¿Por qué no te dejas ya de historias trágicas de telenovela y aceptas que me estás engañando con Seiya? Que nunca le olvidaste como dijiste, que sólo me usaste y que aprovechaste ese fin de semana que no estuve en Japón para ir a revolcarte a gusto con él y lo has hecho toda la semana, por eso no me concedes ni un beso. ¿No es más fácil, acaso? ¡ACÉPTALO!

—¡No! —replico poniéndome de pie, indignada y dispuesta a desmentirlo como sea.

Pero entonces…

Entonces...

Algo en aquel monólogo no termina de encajar.

Las piezas del rompecabezas hacen clic, dándome la respuesta que yo no había podido ver. Mi instinto periodístico me lo dice claramente. Hay más.

Le atravieso con los ojos, y esta vez la que está furiosa —no, iracunda— soy yo. A pesar de eso, creo, le hablo muy calmada.

—Si revisaste mi bolso entonces… debiste ver el sobre con el documento de la denuncia que me dieron en la comisaría…lo he llevado conmigo desde entonces.

Hasta ése momento logro desequilibrarlo, y se delata con su silencio. Su expresión es cautelosa, la de un depredador cazado. No contaba con que yo hiciera ésa deducción. Diamante levanta la barbilla desafiante para recomponerse, pero yo también alzo el rostro. Ya no lloro, sólo siento la cara húmeda. Ahora sé que no podré sentir remordimiento por lo que sea que intente culparme este hombre. Ya no.

—Serena…

No le dejo continuar.

—Ya sabías lo que me había ocurrido… lo supiste toda la semana. Y tú… no parece importarte que saliera siquiera con vida de allí. Ni siquiera me has preguntado cómo me siento. ¿Lo único que has dicho en contra mía es que mi intento de violación es un cuento de telenovela y lo único que te preocupa resolver es si tu ego de macho está herido por una supuesta infidelidad? ¿Estoy entendiendo mal?

Me llevo una mano a las costillas para controlar mi respiración, esperando que con algo de lo que acabo de decir recapacite. Pero él sólo tiene una expresión imperturbable, glacial y hasta airada. No parece haberle movido la térmica en lo más mínimo.

Y por eso, yo suspiro con una profunda tristeza. Es cierto que no le amaba, pero sí le quería. Y si a él le pasara algo malo —como que alguien te muela a golpes y te pisotee tu dignidad y todo valor como ser humano, por ejemplo—, estoy segura que me partiría el corazón. Y él… pues no se ve descorazonado, más bien soberbio. Altanero de que alguien pudiese haberle tocado u arrebatado una de sus pertenencias más valiosas. Y no sé por qué tenga valor, pero ahora estoy segura que no es por ser yo misma, o porque signifique algo para él. Puedo entender su ira y sus celos, hasta su necesidad de atacarme… pero su insensibilidad y nula empatía no.

Como sigue sin hablar, continúo:

—¿Sabes qué frase tuya me viene a la mente justo ahora? La que me dijiste cuando te pedí que me prestaras el coche. "No presto mis juguetes", dijiste…

Y por un segundo sus ojos se ablandan, y su rostro se angustia ligeramente. Desgraciadamente tampoco se molesta en negarlo.

—No sé qué motivo te llevó a pedirme salir contigo. A ser tu novia o a vivir contigo. A llenarme de detalles o atenciones. Pero no es amor. Yo… no sé. Quizá en el fondo tú solo no concibes la idea de que yo pueda elegir a otro que no sea el gran Diamante Black.

A nadie le gusta perder. Lo capto. ¿Pero a costa de lo que sea?

—Pero me mentiste, ¡me traicionaste! —me recrimina entre dientes.

—Mentirte sí, pero traicionarte no —increpo dolida. Una sensación amarga me sigue recorriendo el cuerpo y se multiplica a cada segundo—. ¿Qué ayudé a los Kou? ¡Sí, porque lo necesitaban! No veo ningún crimen en ello ni necesitaba tu aprobación. Si a tu amigo Frank no le molestó, ¿por qué a ti sí? ¿Que si mentí sobre donde estuve aquél fin de semana de pesadilla? Lo hice, y ahora lo veo claro, fue sólo porque tenía miedo de tu reacción. De que fueses a matar a Shiho y acabaras en la cárcel. De que no me entendieras. De que me juzgaras y hasta pensaras que yo lo provoqué. ¡A saber! ¡No supe porqué por que simplemente no te conozco lo suficiente! Simplemente no confié en ti. No me nació hacerlo y lo siento, pero no era precisamente mi prioridad en ese momento darte explicaciones. Estaba destrozada. No me justifico, pero tampoco soy la bruja sin moral que tú crees.

Me siento en la cama. Subo las rodillas para apretarlas contra mi pecho y las rodeo con los brazos, como si quisiera protegerme. En serio, ¿qué esperaba? Me involucré con este hombre demasiado rápido. Lo sabía… sabía que llegaríamos a esto, y yo tengo toda la culpa. Debí ser sincera conmigo misma. Con mis sentimientos. No correr a los brazos de Diamante sólo porque me ofrecía protección y la vida de ensueño que siempre quise presumir a la familia que me hace menos. Me deslumbré. Me dejé enredar por comodidades y regalos. No es mi vida. No es real.

Le miro decidida a acabar con esto. Creo que lo intuye, porque se mantiene en silencio y con la misma mirada furibunda, oscura, despectiva.

—Te despejo la duda de lo único que al parecer te interesa. No te engañé con Seiya, ni con nadie —le digo suavemente, con voz entrecortada —. Nunca lo hice, pero seguro puedes corroborarlo pues no tienes problema con invadir la privacidad. Investígalo. Pregúntaselo a él. Fui al acuario porque pensó que me haría bien distraerme, fue una salida de amigos y no me disculparé por eso. Pero es cierto que no lo olvidé. Sigo sin hacerlo. Lo quiero mucho, y no puedo evitarlo. Lo siento mucho. Nunca quise lastimarte. Lo intenté. De veras que sí...

En vez de decirme que me perdona o de que soy una perra o la cosa que se le ocurra, Diamante opta por darme la espalda. Entra al vestidor apenas unos segundos y luego se encamina a zancadas al vestíbulo, cogiendo su chaqueta cuando sale del salón. Oigo el eco de sus pasos en el suelo de madera y lo veo desaparecer. El portazo que da al salir me sobresalta.

Estoy sola con el silencio. El silencio quieto y vacío del lugar, pues ni siquiera estaba puesta la televisión. Me estremezco involuntariamente mientras miro sin expresión el lugar por donde ha salido el que hasta hace quince minutos era mi novio. Se acabó. Se ha ido y me ha dejado aquí. Mierda. El resultado ha sido mucho peor de lo que había imaginado, pero al menos ahora no me queda nada por ocultar. Sólo quedo yo, sepultada en mis propias mentiras y cargando con las consecuencias.

Después de un larguísimo rato, acepto que no hoy volverá. Es la una y media de la madrugada. No quiero dormir aquí por si vuelve en la mañana. Cojo mi celular que había dejado junto a la cama, una frazada y una almohada del armario de blancos y salgo del dormitorio.

Me acomodo en el cuarto de huéspedes en el que alguna vez pasé las noches y me envuelvo en las mantas como un capullo de mariposa. Tengo mucho frío. Y también tengo un millón de cosas que resolver de mi vida y eso me consume. ¿Dónde fue Diamante? ¿Dónde iré yo? ¿Cómo voy a mantenerme? ¿Exonerán a Shiho? ¿Lo aprenderán siquiera? No. No más, hoy ya no puedo pensar más. En la mañana sabré que hacer.

Miro hacia la ventana la noche despejada aunque sin estrellas, y me sorbo un poco por la nariz., Como estoy tan cansada y abrumada por mi horrible pelea con Diamante, cierro los ojos y pronto me quedo dormida.

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Notas:
Que hay, estimadxs lectores. Me desaparecí un rato, I know… u.u pero ya saben, la fórmula del encierro y la inspiración no necesariamente van de la mano jajaja. Espero les haya gustado, se esclarecieron muchas cosas y sé que este capi levantará algo de polémica. ¿Serena hizo bien o hizo mal? ¿Diamante está bien o mal? ¿sacó el lado oscuro de Black Moon? Jajaja. Hagan sus propias conjeturas, pero a mí no me reclamen jiji UwU

Espero no tardar mucho en actualizar, GRACIAS :3