"Roomies"

By: Kay CherryBlossom

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Extra: Seiya Kou

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(POV Seiya)

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(Nota: Esto se desarrolla al tiempo del capítulo 19: "Dudas".)

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Abro los ojos y el sueño que había tenido se desvanece con la poca luz de la mañana. A pesar de que intento recopilar algunos fragmentos, no logro retener mucho como siempre, pero sé que tenía que ver con mis padres y era inquietante… como siempre.

No pierdo tiempo en la cama y busco unos pantalones holgados deportivos, una camiseta y una sudadera con capucha que me cubrirá del frío. Afuera, en el parque, el cielo oscuro de septiembre casi no deja escapar el sol, y mi humor gris se proyecta en él, algo raro en mí. No soy el tipo de persona que deja que el clima o un sueño me afecte, pero las cosas ya no parecen iguales que antes.

Con un buen repertorio de Metallica en los tímpanos corro como si se me fuera la vida en ello. A zancadas largas y sin mirar a la gente que me cruzo en los senderos y caminos. No cuento los kilómetros, sencillamente paro hasta no puedo más y luego me marcho a casa caminando.

El apartamento está exactamente como lo dejé ayer. Y antier. Y el día anterior a ese. No es que sea alguien desordenado, de hecho, el lugar estaba más patas arriba antes, pero es exactamente esa constante congelada y carente de ningún cambio lo que ha empezado a desquiciarme.

Me quito los audífonos y me tomo una proteína energética de chocolate con las noticias de la mañana mientras mi celular vibra anunciando un mensaje. Leo su contenido y aparto el aparato con fastidio sin responder.

A pesar de ser mi cuñada, no conocía muy bien a Minako. Por aquello de la boda inesperada y que el amargado de su marido no parecía gozar el querer compartirla demasiado tiempo, no profundizamos en amistad, salvo de vez en cuando que charlábamos cuando ella planeaba alguna comida en domingo.

Aun así dentro de lo que la había tratado, me parecía alguien chévere. Es decir, tenía una risa escandalosa y estridente que aturdía, y a veces dramatizaba demasiado por cosas estúpidas como casi todas las mujeres, pero me gustaba para Yaten. Con ella, mi hermano se convertía en una persona diferente. A veces me asustaba un poco lo raro que se entendían, como si estuvieran programados para coexistir sólo para el otro y nadie más encajara en su mundo. En realidad me enfadaba, pero después de observarlos varios meses, deduje que no era tanto enfado lo que sentía, si no celos infantiles de no tener a alguien que significara algo así para mí y viceversa. Como sea, no es que le de tanta importancia tampoco.

Como decía, Minako no me caía mal. Me alegraba que se hubiera agregado una chica atractiva a la familia Kou y que aguantara a Yaten cuando yo era bastante incapaz, y juro que cuando llegara el momento, yo sería el mejor tío del mundo… pero en estos momentos, justo en estos momentos no me hacía ni feliz a mí, ni a Yaten. De hecho era una verdadera plaga que quería poner en cuarentena, aunque ella tuviera buenas intenciones. O eso decía.

Hubo un momento —en el que nadie le preguntó— que Minako decidió que Yaten y yo no convivíamos lo suficiente y nuestra relación apestaba, y eso era inaceptable. La familia ideal debía permanecer unida cual panal en primavera y tenía que compartir alegres momentos con té helado, contando agradables anécdotas vacacionales en mesitas de jardín y con ensaladas y risas. O sea, básicamente lo que ella veía en los realitys.

En la vida real de los Kou, Yaten y yo nos evitábamos lo más que podíamos salvo para emergencias (en las que éramos extrañamente incondicionales) y ver juntos el basquetball, el único deporte que a él le gustaba y lo único interesante para mí que compartíamos en común. Nos sentábamos frente a la ESPN con cervezas y comida e intercambiábamos comentarios respecto del juego, y en el medio tiempo una que otra cosilla de su trabajo o del mío. Cuando todo se acababa, volvía el silencio incómodo de siempre y alguno de los dos terminaba la visita con algún pretexto hasta que la NBA volviera a anunciarse. Sólo así sobrevivíamos uno con el otro y nos había funcionado hasta ahora. Nos gustaba. Ninguno se había quejado.

Hasta que Minako Aino se unió a la familia e irrumpió en nuestra perfecta dinámica, y nos empezó a psicoanalizar, sermonear y a controlar. Que si no era normal, que si teníamos la misma sangre, que nuestros padres estarían muy tristes, que esto y que el otro. Al principio nos resistimos, e imagino él luchó más que yo por obvias razones (mi más sentido pésame) pero al final ninguno le aguantó el ritmo. Mina era muy persistente y hasta chantajista, y no hubo más remedio que darle gusto una que otra vez para que nos dejara en paz.

Así que hoy era viernes y me tocaba salir voluntariamente a fuerzas con Yaten a un lugar normal como un restaurante o algo así, como se supone que salen las familias normales y no podía estar incluida ni la ESPN ni ella como la médium que solía ser para comunicarnos.

O sea, todo el escenario era perfecto… pero para un fracaso absoluto.

El celular vuelve a sonar cuando ya me he acabado la proteína. Sabe que la estoy ignorando. Pongo los ojos en blanco y le respondo un simple "OKAY" y me dirijo a la ducha para después irme al bar. Mi turno empieza hoy a las 12:00 PM para que pueda estar en la puñetera cita a tiempo, más o menos a las 19:00 horas.

Trabajo en el Joe's hace cuatro años y contando. El dueño, Joe Tenoh, un hombre maduro, calvo y gordo como para récord guiness murió de un infarto hace año y medio y le dejó el negocio a su única y rebelde hija, Haruka Tenoh. Desde entonces el lugar ha sido un caos de cambios, dimes y diretes, y no parece que a ella le guste mucho atenderlo. Parece que le mueve la culpa, la necesidad y el ocio, pero definitivamente el gusto no. Somos almas libres. Nos gusta movernos donde queramos, no que nos digan qué hacer. Veo en Haruka mucho de lo que hay en mí. Por eso nos llevamos particularmente mal, y por eso es que quizá ella corre autos, mientras yo corro a zancadas. Ambos huimos de nuestros problemas inconscientemente.

La cosa es que el bar, a pesar de ser muy popular, ha dejado de tener su chispa para mí.

Al principio me funcionó, tanto ajetreo me distraía y me permitía, hasta donde se podía, trabajar en mi música y estaba a solo unas cuadras de mi apartamento. Pero todo eso fue cambiando también en el último año.

Incluso mis roses con Haruka han dejado de ser entretenidos. Ella y Michiru parecen haber congeniado de un modo que jamás me planteé al presentarlas, puesto que son como agua y aceite. Y Michi le ha bajado los humos (seguramente junto con las bragas) a Haruka y la mantiene ocupada, lo cual me ha reducido a ser un especie de subgerente de papel en el lugar, algo que es nefasto. ¿Cuál es el beneficio de trabajar en un bar sin el alcohol gratis, la música y ligarme a la nena que yo quiera en la barra? De eso ni mierda. Ahora todo eran inventarios, armar horarios y escuchar las estupideces de los clientes quejándose de mis compañeros que claro, ahora ya no les caía tan bien. Estaba atrapado, y ya no podía más.

Y ya lo sé… no soy un árbol, debo poder moverme. Pero ¿saben? De veras me gustaba trabajar aquí. Lo que me reventaba era que todo parecía transmutar a mi alrededor. Todo avanzaba y evolucionaba. Todo y todos, menos yo. Parecían olvidarse de las cosas buenas. La vida era buena antes, o eso suponía. Ya no estaba tan seguro.

Llego a un bar launge muy moderno a las siete y veinte. Tiene sillones de piel blanca y mesas enanas de vidrio con una iluminación y decoración minimalista. No es para nada mi estilo. Ni el de Yaten. Bueno, no es nuestro estilo ni salir juntos, lo cual ya con eso se dice todo.

Lo encuentro alejado del barullo de las mesas principales, en una periquera alta pegada a la pared, como si quisiera camuflarse con la pintura. En cuanto me mira frunce el ceño.

—Llegas tarde.

—Es una puta entrevista de trabajo ¿o qué? —espeto quitándome la chaqueta.

—¿A estas alturas lo dudas?

Me río, y él también. Bien.

Hacemos la charada un rato tomando cerveza y escuchando una música chill-tecno que para variar detesto y sé que él también, por las caras que pone. Cuando llevamos casi una cerveza completa terminada, le digo:

—Bueno, ya que ha sido Minako la que nos embarcó en esto, deberíamos usar el tiempo para quejarnos de ella en venganza.

Yaten parece considerar mi propuesta apenas un segundo.

—No —dice, tan leal como siempre a la loca aquélla.

Lo sabía, debí traer un dominó del bar.

—¿Y entonces?

Él se encoge de hombros. Yo gruño, y luego él suspira. Estos somos nosotros. El Kou que gruñe y el Kou que suspira. No habrá más.

Estoy en mi elucubración cuando él examina las paredes y todo a su alrededor. Suele hacer eso con todos los sitios, seguramente imaginándose los planos y mierdas de arquitectura en su cabeza que yo no entiendo, pero no va por allí su comentario.

—¿No era este el lugar donde…? —y se calla, como si no estuviera seguro.

—¿El qué?

—El bar donde me llevaste el año pasado.

—¿Yo te llevé a un bar? —pregunto absorto, casi como si me dijera que fuimos de paseo en una nave espacial a otra galaxia.

—Sí, aquí conocí a Minako —confirma.

Me enderezo y lo inspecciono bien. Es cierto. Es el mismo sitio. Claro que ya no está la plataforma para cantar al karaoke, los pisos pegajosos fueron suplantados por duelas brillantes y están los muebles finos y definitivamente no hay multitudes de gente contorsionándose. Ni siquiera recuerdo cómo es que fui a dar allí —bueno, aquí— ésa vez. Sólo pensaría que no encontramos cupo en ningún otro lado y estábamos ansiosos por la juerga. Fue una coincidencia extraordinaria que mis amigos pisaran un lugar como ése.

Otra cosa que había cambiado, y claro, me molestaba.

—Lo es. Seguramente el dueño lo vendió.

—No me extraña. Era una porquería. Bueno, éste no se queda atrás —opina con desdén.

Aquí conoció a Minako. Es verdad. Quién lo diría. Y yo conocí a Bombón también ése día, aunque quizá nadie lo mencionaría como algo memorable, pues no es ninguna historia de amor.

Llevaba una playera de Snoopy rosa y unos pantalones de jean que resaltaban sus delgadas piernas, y unos converse negros y viejos. Tomaba bebidas coloridas, de ésas de niña com sombrilla miniatura, y cantaba a los gritos junto con su amiga, con la que a pesar de ser muy parecida físicamente, discrepaba mucho en su atuendo y forma de actuar. Minako será una belleza, y ése día tal vez era la más guapa de todo el bar, pero Bombón era muy bonita de formas mucho más discretas, y mucho más interesantes para mí.

Me gustaba, pues.

Me gustaba mucho, mucho, mucho. Me gustaban las pecas salpicadas que tenía en la nariz. Las curvas que se ocultaban debajo de sus camisetas cursis, como ésa. Me gustaba que, cuando no usaba perfume, olía como dulce, como a galleta de chocolate o vainilla. Quizá de su crema corporal. Me gustaban los mechones rizados que le caían del peinado de coletas. Me gustaban los hoyuelos que se le formaban en la cara cuando sonreía sinceramente y como fruncía los labios cuando se disgustaba con algo, pero prefería callar. Me gustaba que cuando comía algo que le resultaba delicioso, como hotcakes o algo así, hacía un bailecillo gracioso sobre su silla. También me gustaba verla correrse debajo de mí. Apretaba los ojos y se mordía los labios. La cara se le distorsionaba deliciosamente y aunque ella no se daba cuenta, perdida en su placer, yo la miraba y así era como me corría también, pensando en ella diciendo mi nombre. Varias veces me he preguntado si la tonta es consciente de lo sexy que es.

La camarera me despabila, una chica de pelo asimétrico al hombro y negro con un mini short de cuero sintético que nos pregunta si queremos otra ronda. Como sabemos que debemos esforzarnos mínimo dos horas (sí, tenemos un plazo), Yaten asiente de modo asequible y resignado, yo hago lo mismo. Nos estudia unos segundos con un brillo en la mirada, mira el anillo de mi hermano y parece decepcionada cuando se le une a su otra amiga camarera, y le cuchichea algo con mala cara. Quizá planeaba una cita doble. Yo también me decepciono, porque cuando se ha da la vuelta a la cocina, la vista me regala un culo redondo y respingado como melocotón. Tiene tanto que no tengo sexo, y no me lo puedo creer.

Yaten carraspea para llamar mi atención.

—Oye. Tengo un colega que necesita un lugar para quedarse unas semanas. Tal vez un par de meses. Tiene una infestación de termitas o chinches o una cosa asquerosa así en su apartamento. Le dije que podría quedarse en la que era mi habitación. Nos pagaría un alquiler adecuado, claro.

Es la frase más larga que ha dicho desde que llegamos, y me noquea como en la final de una pelea de box.

—¿Qué?

—Y el dinero podría ir directo a la deuda del banco. Así estaremos más holgados al menos un tiempo y…

—Espera, ¿cómo? —atajo. Yaten parpadea con desconcierto.

—¿Cómo qué? —se confunde.

—¿Quieres que alquile tu habitación?

Él le da un trago a la cerveza y me mira como si se me hubiera ido la olla. Y vaya que se me ha ido.

—¿Algún problema?

—Pues… pues sí —respondo atropelladamente —. No conozco de nada a ése tipo.

—Yo lo conozco —aclara calmado —y es más confiable que cualquiera de la gente que tú conozcas, créeme.

—Pero no… no está adecuada ahora. Yo... tengo que… pintar.

Yaten arquea una ceja.

—¿No has oído una palabra de lo que he dicho? El sujeto vive y duerme rodeado de bichos repugnantes, ¿crees que le va a importar si las paredes son blancas o verdes? —suelta ácido. Y tiene razón, porque lo que digo no tiene sentido. Porque estoy hablando por hablar.

—Sólo no estoy… a gusto con la idea de compartir el piso aún —digo al fin, con una verdad a medias.

Él se cruza de brazos y sus ojos me lanzan una mirada evaluativa. Yo finjo que no me doy cuenta y busco a la camarera, que ya no me parece tan buena.

—¿Por Serena?
¿Qué diablos?

Me echo a reír, pero me sale de modo algo sombrío. Él me sigue mirando impasible.

—¿Qué tiene ella qué ver?

—Esa es la pregunta —puntualiza.

—Es una pregunta absurda. Y estúpida.

Y personal. Y nosotros nunca hacemos esto. Maldita Minako...debe estarle pegando algo de su cotilleo.

—Pues respóndela y listo. Todas las preguntas tienen respuesta. Hasta las más estúpidas, como tú dices —me desafía.

Me exaspero.

—Vale, pues… a lo mejor. Sí. ¿Por qué?

Gran arranque de sinceridad el mío, y no se lo espera. El tamborilea un poco con sus dedos sobre la mesa, algo típico de él cuando está pensando en algo. Papá lo hacía también y lo heredó igualito. No me gusta que opine sobre Bombón ni lo que siento… digo, lo que pienso sobre ella.

Da la impresión de que sus conclusiones no dan para algo más, y me inquiere sutil:

—¿Por qué dejaste que se fuera con ése tipo?

Siento como si la Tierra hubiera dejado de girar.

Y esa es la cosa con Yaten. Nunca habla, pero cuando lo hace en serio, te suelta una bomba atómica en la cara que te deja en ruinas.

Mi mejor defensa siempre es la risa, así que me río. Aunque sé que eso no lo engañará, me da tiempo.

—¿Disculpa? —me sigo riendo, para después darle un trago largo a la cerveza. Mi estómago se ha encogido involuntariamente.

—Ya me has oído.

—No es de que la dejara o no, es su decisión vivir con quien le apetezca.

—Y no digo que no...—él inhala profundamente, pero tarda demasiado en decidirse que decir y se echa para atrás, como si no valiera la pena —, sólo… vale, olvídalo.

—No, dímelo. Quiero saber.

Me muero por saber.

—Sólo digo que Black… bueno, creo que siempre te ha tenido envidia.

Esta vez mi risa es auténtica.

—¿Envidia de qué? ¿De mi colección de coches deportivos? —exclamo burlón. Yaten pone los ojos en blanco —. No, espera… de mis millonarias cuentas en las Islas Caimán. O quizá… ¡No! De mi exitosísima carrera artística y mi cinco Grammys. Sí, eso debe ser.

Las palabras de mi hermano brotan con profusión. Quizá se deba a la música tipo clase de aeróbicos para la tercera edad que nos atormenta.

—No dije que pudiera probarlo. Sólo….es algo que sé.

Así, nomás.

Sólo lo sabe. Bueno. Tampoco es que yo me vaya a poner a defender a Diamante, esos tiempos ya son historia. Pero de ahí a que saque las antorchas porque a mi hermano siempre le ha caído mal y ahora coincida con su reciente "relación"… pues no sé. Tal vez soy muy ingenuo, pero parte de mí albergaba la esperanza de que su noviazgo con Bombón no fuera malintencionada. Al menos no de quien alguna vez fue mi amigo. No por mí. Por ella. Ella es especial, y merece a alguien especial. Diamante no lo es. Está muy torcido por dentro.

Él parece incómodo por su revelación, y yo trato de que no se vuelva a cerrar de nuevo. Independientemente de que esté de acuerdo o no, me gusta que me hable de lo que siente con sinceridad, así que me ablando.

—Da igual. Bombón es sólo una buena amiga —le digo como a modo de disculpa, en caso de que se estuviera imaginando cosas.

Me mira como te mira el profesor cuando le dices que el perro se comió tu tarea.

—Ajá —replica.

—Es cierto. Ya me conoces.

—Una amiga que te hace poner esa cara de imbécil incurable cuando hablas de ella no es una amiga —sentencia, pone un billete sobre la mesa y se pone de pie —. Voy al baño. Yo invito. Y vayámonos ya, este lugar me saca de quicio.

Salimos al aire de la noche y caminamos unas cuadras antes de desviar nuestros caminos. No dejo de darle vueltas a lo que me dijo. Él lo nota.

—Yo… bueno, de lo que dije de Diamante…

—No te retractes. Me gustó que lo dijeras —le aseguro con las manos en los bolsillos.

Además, era algo que ya intuía. Aunque no termina de cuadrarme del todo. Sólo no quería creerlo.

Él asiente.

—¿Vemos el juego el sábado?

—Seguro.

Genial. Un poco de normalidad.

Decido ir caminando a casa.

Y no es que yo fuera alguien metódico, ése es él. A mí me gusta improvisar, experimentar, conocer cosas y personas nuevas. Siempre. Pero hay unas pocas cosas que atesoro como mías y solo mías, que no me gusta que se muevan. Me gusta saber que las tengo cuando yo quiera, como un especie de refugio. Sobre todo las que aprecio. Una de ésas era mi trabajo, que ya no es divertido. Se cagó. La música, que está por cagarse porque cada vez la banda tiene menos oportunidades de llamados. Mis amigos, que están cagados con sus mujercitas respectivas. ¿Cuándo fue la última vez que jugamos al póker? Ni me acuerdo. Y es que un día éramos los cuatro, y al otro ninguno. Andrew había conocido a una chica que, por como hablaba de ella, parecía que era la última cerveza del Super Bowl. Luego fue Diamante quien desapareció, y bien sabíamos todos el por qué. Zafiro se rajó a la par aunque llamaba de vez en cuando, porque el cagón parecía que no podía hacer nada sin el visto nuevo de su hermano mayor.

Y el que se jodió fue yo.

No es que me faltara con quien salir tampoco, gente conocía a montones, pero no era el mismo tema. No era lo mismo. Podía ir a fiestas de otros conocidos músicos, follar con cualquier chica que le echara el ojo o hacer una excursión intrépida en bicicleta a la montaña. Ese no era el problema. El problema era que en esa gente no confiaba. No me conocían. No compartía nada importante.

El problema era que a pesar de que me hiciera de la vista gorda, sí me sentía algo solo.

Después de la muerte de mis padres, sentí que me arrebataron del alma algo vital, que jamás volvería a ser llenado. Y que, contra mi voluntad, lo reemplazaron con algo vacío, desagradable, oscuro, y que me perseguía desde entonces. La culpa. A veces cuando corría, me reía con histeria porque no podía creer que no volvería a contarles nada de mí. De la misma forma que no estuvieron en la boda de Yaten, no estarían en ninguna otra Navidad, en ningún otro cumpleaños. No conocerían a sus nietos. No volverían a darme ningún consejo. Ningún abrazo.

Y no es que me sintiera merecedor de su afecto. Yo había hecho todo lo posible por defraudarlos y me lo tenía bien ganado, pero aun así, años después me costaba sobrellevarlo. Entonces esos pequeños refugios se convertían en parches que me sacaban a flote, que me brindaban alegrías y me ayudaban mucho a no hundirme como el barco lleno de agujeros que era desde ése día. Andrew me daba los consejos. Zafiro me hacía reír con sus trastadas. Diamante me daba soporte. Michiru me obligaba a seguir la música. Y así, encontraba en cada uno de ellos lo que me faltaba.

Uno de ésos grandes "parches" también fue mi roomie. La primera que tuve y posiblemente la última.

No le mentí a Yaten, cuando dije que Bombón era mi amiga. A ella le contaba (casi) todas mis cosas. Comía con ella, pasaba el tiempo con ella y me divertía un montón con ella. Y suponía que a ella le pasaba lo mismo conmigo. Y la conocía. Más de lo que ella podía percatarse.

Sabía que tenía tres lunares en la espalda que asemejaban el cinturón de Orión. Que no le gustaba hablar en público. Que despreciaba a su jefe. Que odiaba lavar los platos. Que adoraba el helado doble de chocolate. Que se sabía todos los capítulos de Friends de memoria. Que admiraba mucho a su papá. Que chocaba mucho con su mamá. Que a veces pensaba en su ex. Que se ponía celosa de Michiru.

Que me veía de una manera que me asustaba, con algo que sobrepasaba la amistad y asemejaba más al afecto, y que de todas las cosas que sabía y me hacía sentir bien conmigo mismo, la última era la única que no quería saber con certeza, aunque era la que más me importara.

La fórmula es simple: Si no te involucras con nadie lo suficiente, nadie puede herirte lo suficiente. Si no dejas acercarse a alguien lo suficiente, es imposible que te deje.

Ey, dije que era simple, no que yo era un tipo inteligente.

Pero me gustaban las mujeres. En plural. Demasiado. Y yo les gustaba a ellas. Lo tenía en mi ADN. Ligar y follar era fácil, en cambio permanecer y comprometerme con una sola me daba urticaria, pereza y agobio. Lo veía igual que como veía la existencia de las películas del holocausto: un dolor muy innecesario.

Pero el asunto es que con Bombón siempre la tuve más peliaguda que con las demás.

Deshacerme de Kakyuu fue fácil, ya que era era de ésas histéricas que te querían tener agarrados de las pelotas, las llamaras día y noche, les dijeras ciento cincuenta veces al día lo hermosas que eran y si sólo llegabas a la ciento cuarenta y nueve, te armaban un desmadre de aquéllos. Luego estaban otras como Reika, dulces, comprensivas y complacientes. Las que no esperan nada a cambio, pero igual la terminé alejando porque siempre que salía con otras yo me sentía un hijo de puta, y pues creo que aun tengo algo de moral.

Y Bombón… pues los dos éramos un tejemaneje de un montón de contradicciones y nunca sabía a qué atenerme con ella y viceversa. Y como todo empezó raro, no era de extrañar que terminara igual. Un día quería tener sexo como coneja (la ironía) y al otro me rechazaba por la misma razón. Un día nos llevábamos bien y al otro ninguno quería salir de su cuarto. Y había instantes, contados instantes, en los que sólo éramos ella y yo mirándonos, en los que sentía mi corazón llegar al límite del aguante y la veía como lo único bueno que tenía en la vida y que no podía perder. Serena escudriñaba mi rostro, con esos ojos marinos, enormes e infantiles como diciendo "¿Lo sientes tú también?"...

Miro al cielo. La luna se oculta detrás de una nube pasajera, igual que mi humor.

Y admito que lo de Diamante fue un golpe bajo, y me dolió. Pero sólo porque resultó ser una revelación. Al final, resultó que yo tenía razón. Nuestro jugueteo no iba a ningún lado y yo no puedo ser lo que ella necesita. Tenía que acabar. O más bien, nunca tenía que haber empezado. Debimos compartir las cuentas y el apartamento, tal como alguien cabal haría. Pero no pude resistirme. Me encantaba, y hacía sentir demasiado bien. Soy muy egoísta. Quizá más que Diamante, aun con todo lo que me preocupa. Me preocupa que Bombón no sea su salvadora sino el arma con la que él intenta lastimarme, y no puedo permitir que la corrompa. No a ésa chica, que tiene un corazón tan grande y un alma tan brillante como la luna que me sigue.

No dejaré que ocurra lo mismo dos veces. No quiero meterme en su vida, sólo quiero asegurarme que está bien. Ella es demasiado buena para cualquiera de los dos.

Entro al apartamento oscuro, pero no me molesto por encender la luz. Dejo la chaqueta en el sofá que me queda de paso y camino hasta el cuarto del fondo, que sé que está vacío. Aun así enciendo el interruptor. Miro las paredes que pinté de rosa pálido, las cortinas y el armario, consciente de que todo esto lo ha tocado ella. Aquí la he oído cantar, gritar, llorar, reír, gemir.

¿Cómo voy a dejar que un extraño duerma aquí?

Me rasco la cabeza. ¿Por qué me afecta tanto su ausencia? No es que haya pasado un día. Ya va para más de un mes. No sé por qué me siento tan confundido y perdido. Sería la costumbre de la convivencia.

Las palabras de Yaten me retumban en el cráneo:

¿Por qué dejaste que se fuera? Había dicho, como si yo de verdad lo hubiera podido evitar.

Mi Bombón. Tan diferente a las demás chicas que he conocido, y la única por la que me daría de puñetazos con un cabrón que creí que era mi amigo, a la que le he compuesto canciones en secreto y le he dicho cosas que ni mi familia sabría, y que aun así, no por eso significa que es para mí. Tendría que estar muy pirada para eso. No soy su tipo. Ella quiere un sujeto que use traje, regale flores y se acuerde de los aniversarios. No soy yo.

Apago la luz, pero no cierro la puerta.

Me pongo el pantalón de chándal que uso para dormir y una camiseta. Enciendo la TV y destapo una cerveza de lata mientras hago zapping esperando encontrar algo entretenido. Mi celular suena con la alerta de un mensaje. Es Zafiro, que al fin se digna a hablarme.

*¿Una cerveza, campeón? *

Le respondo:

*No estoy de humor¨*

Zafiro me responde al instante.

*Jódete.* Y un emoji enseñando los dientes.

Jodido ya estoy, ¿no ves? Es viernes y no me interesa salir. Todo me aburre. Lo único que me motiva es que a eso de dos semanas, la banda tocará en un festival de música fuera de la ciudad. Así que eso debería bastarme por ahora. Debería.

Pero no.

No cuando sé que pude haberme equivocado.

No cuando aun espero que ella vuelva.

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Notas:

Y que no me lo creo tíoooo! *voz de española* UwU ¿alguien esperaba algo como esto en medio de la historia? Era algo que ya venía maquilando, creo que muchas estaban intrigadas con los pensamientos de Seiya y querían ver algo de él, y este es un especial dedicado a todas y cada una de sus fans. Ahora, sé que fue una probada, take it easy, no voy a revelar TODO en el pov de Seiya y hacer un tratado de 100 páginas porque entonces se pierde el enfoque de Serena.

Espero que lo hayan disfrutado tanto como yo, y nos vemos en la próxima actualización! Y lean Amor de intercambio, no sean mala onda! :P

Besotes,

Kay