.

"Roomies"

Por:

Kay CherryBlossom

(POV Serena)

33. Intervención

.

Oh, el amor.

Es todo un enigma. Bendición y maldición. Pero sobre todo, es capaz de obligarnos a hacer tantas tonterías de las que después nos arrepentimos. Tatuajes. Deudas. Regalos ridículos. Escribir sonetos y en los casos más escandalosos, amenazar con aventarnos a las vías del subterráneo o algo así si ésa persona nos abandona o nos deja de querer. En el mío, acceder a éste calvario ha sido uno de los peores errores que he cometido, y miren que he cometido muchos.

—¡Vamos, Bombón! —oigo que me grita Seiya, muchos metros delante de mí —. ¿Has visto a este tipo que te ha rebasado? ¡Tiene como cincuenta años! —se queja de mi lentitud… otra vez.

Y yo reprimo una maldición… también otra vez.

Son como las siete y cuarto de la mañana. El aire es tan helado que parece que me arranca la cara a tiras, y debajo de la sudadera estoy sudada como un maldito pan chino. Cojo bocanadas de aire, pero no logro recuperarme para mantener el ritmo. Los músculos de las piernas me duelen como el demonio y siento que en cualquier momento voy a vomitar un pulmón. Esto es espantoso. La gente que sale a correr merece una conmemoración… o la extinción de su especie. No sé.

Al fin me rindo.

Bajo la velocidad de mi "trote" —si se le puede llamar así a mis brazadas de espantapájaros—y me detengo. Pongo las manos sobre las rodillas mientras el corazón me bombea frenético en la garganta y mi respiración sufre. Maldito Seiya. Y maldita yo, por andar con las ideas cursilonas de "pasar más tiempo juntos", porque claro, no me detuve a pensar que eso significaba también hacer cosas que le agraden a él y no sólo a mí. Como correr. Y ahora no me queda de otra más que morir.

Una anciana en traje deportivo a juego me mira por el rabillo del ojo, y me sonríe cuando me rebasa con su caminata. Estoy tan machacada que cuando se la devuelvo, ya va dando vuelta en la siguiente curva.

En menos de lo que canta un gallo, él retrocede y ya lo tengo gritándome como un sargento a su pelotón:

—¡Venga, Bombón! ¡Son seis kilómetros! ¡Sólo te faltan tres y medio!

¿Más de la mitad? Ni loca. Tengo la sensación de que necesitaré llegar a casa en una ambulancia.

Ni siquiera le respondo. Salgo de la pista y me arrastro hasta que me dejo caer en el césped del parque. Está húmedo por el rocío matutino, pero es refrescante.

—Oh, por favor… eres una dramática.

—Cierra el pico —jadeo.

—Prometiste que…

—Prometí que lo intentaría, y aquí estoy ¿no? Ya está, lo intenté y no puedo más —le espeto con la voz entrecortada y los ojos cerrados. Mi pecho sube y baja desaforado. Voy a requerir una tonelada de azúcar en las venas para ponerme de pie, o RCP.

Siento las pisadas de sus tenis en el barro.

—Bombón —me regaña —. Si no te esfuerzas, nunca vas a tomar condición.

—Perfecto, no estoy interesada en tenerla.

—Levanta el culo y muévete. ¡Vamos! —me grita en el mismo tono autoritario de entrenador, pero yo le ignoro. Cuando al fin puedo hablar con normalidad, me apoyo en los codos y le miro desde mi humillante posición.

—Hagamos algo… te cambio ésta cruel marcha forzada nazi y los kilómetros que restan por un latte y un donut de chocolate de una cafetería que ya debe estar abierta. ¿Verdad que suena mejor mi oferta? —le sonrío entusiasmada, aunque debo estar horrible toda sudada, roja y despeinada.

Seiya me mira sin inmutarse.

—No.

—¿Dos donuts de chocolate? —contra oferto entrecerrando los ojos. El sol empieza a pegarme en el rostro de lleno.

—Ponte de pie antes que lo haga yo. ¡Muévete!

—Seiya, te juro que pierdes tu tiempo porque no te tengo ni el menor miedo. La única manera en la que terminaría la carrera es si me cargas a cuestas, o me llevas arrastrando de los pelos. Gritaré por socorro y te van a arrestar.

Él suspira enfadado, y se pone en cuclillas.

—No me gustan las chicas fracasadas y débiles —me pincha. Ah, me está buscando las cosquillas a ver si mi ego pica, pero estoy calada con eso.

—Es una pena por ti, pero yo soy así de fábrica. Está en mi genética ser un fiasco en los deportes. Si sobreviví a las burlas de mis compañeros de secundaria, ¿crees que no puedo contigo?

Aquéllo le causa gracia.

—¿Y qué hacías para aprobar las clases de educación física?

—Fingía estar enferma, lesionada o con mi período, y Minako falsificaba la firma de mi madre en los permisos.

—Par de delincuentes —dice.

—Lo siento —le digo, y me incorporo un poco cruzando las piernas. Él se frota las manos para darse calor, exhala vaho y sonríe. Oh no, está tramando algo.

—Dame un kilómetro y medio.

—No lo creo.

—Te recompensaré.

El tira y afloja. El pan nuestro de cada día. Mi dolor de cabeza a veces, pero también lo que ha hecho emocionantes, espontáneos y salvajes todos mis días a su lado.

—No hay nada que puedas darme que valga ésta tortura.

—Yo creo que sí —sonríe con picardía, acercándose. Mi estómago da una sacudida involuntaria.

Ya me sé ésa canción. Además él no puede darme nada que no tenga y quiera, salvo él mismo. Y ya es mío.

—Si es sexo no voy a caer. ¿Crees que no sé que es algo que te conviene más a ti que a mí? —le digo tratando de hacerme la dura, pero pensándolo, nunca lo he hecho justo antes de irme al trabajo.

Él irrumpe mis pervertidos pensamientos. Yergue un poco la espalda y vuelve a la carga:

—No es sexo, Bomboncito —menea la cabeza, y me provoca con su sonrisa—. Pero después de eso, seguramente lo vas a querer. Mucho.

Pestañeo intrigada. Él me mira con sus ojazos brillantes y azules, suplicando una respuesta.

Obviamente funciona.

—Vale, ¿de qué se trata?

—Todo un fin de semana para ti solita. Bueno, conmigo en realidad —se ríe como haciendo el tonto —. Haremos todo lo que tú quieras. Cine. Cena. Compras. Lo que quieras, y a diferencia de ti, no seré un quejica todo el tiempo.

Omito que acaba de llamarme quejica porque esto es sin duda una revelación interesante. No solamente podríamos tener una cita de verdad, o varias, si no que está en rollo adorable y simpático. Sería una tonta si no lo aprovechara.

Por otro lado, no creo poder correr ni medio metro más.

Pero como ya he dicho, el amor hace las cosas más impensables. Por ejemplo, nos da superpoderes a los inútiles.

—¡Vale! —me pongo de pie de un salto. Siento un tirón en la pantorrilla que me hace dar contracciones de dolor, pero ruego porque se me quite —¿Me das tu palabra?

Sonríe de oreja a oreja, mientras se incorpora otra vez en la suave pista de caucho.

—Te voy a dar todo.

—¡Seiya!

—Sí, sí. Apúrate antes de que me arrepienta, o me enfríe, que es peor.

Pongo los ojos en blanco y, milagrosamente, empiezo a trotar. Seiya se pone la capucha y me sonríe burlón, bien sabido de que se ha salido con la suya. Por eso le grito sólo para fastidiarle:

—Habría negociado los tres kilómetros, ¿sabes?

Por un instante se sorprende, pero después chista los labios y se echa a correr con mayor velocidad después de devolverme una de sus típicas joyas:

—Pues yo te habría dado dos fines de semana, pero accediste sólo a uno. Nos vemos en la meta. ¡Adiós! —grita y agita la mano, dejándome con la palabra en la boca.

—¿Qué…? ¡Cabrón!

Aquella mañana llego tarde a la oficina, pero tengo suerte de que mi jefa esté en una reunión. Unazuky brinca de su silla apenas me divisa. Ve mi cara, que seguramente luce echa polvo, incluso con el maquillaje extra. Me pone en el escritorio una taza humeante de mi café favorito. Le abrazaría, si tuviera la certeza de que puedo mover los brazos.

—Muchas gracias, Una. No sabes cuánto lo necesito —me siento, y ahogo un chillido de ratón cuando reposo mi pobre trasero magullado sobre la silla de cuero.

Unazuky sonríe socarrona.

—¿Estás bien? Sólo mi abuela hace eso, y tiene ochenta años.

Maldito Seiya. Se lo haré pagar con creces.

—Lo estaré después de este café y un ibuprofeno. O dos. Creo. ¿Qué novedades hay? —le pregunto.

Ella se instala frente mío y consulta el Ipad.

—Setsuna quiere verte por la tarde, pero descuida, la vi sonreír y ya sabes que casi nunca lo hace. Deben ser buenas noticias —añade optimista. Qué bien, no creo estar preparada para sorpresas desagradables.

—¿Algo más?

Se muerde el labio inferior y se ruboriza.

—Pues…—parece dudar el hablar, pero luego de una pausa lo hace—. No es de trabajo.

—No importa, dime —Tal vez quiera un día libre o algo así.

—Me preguntaba si podríamos cerrar cierto pendientillo con el amigo de tu novio…

Enseguida me viene a la cabeza la imagen de la cara de Zafiro. ¡Rayos! Le prometí que los presentaría. Hace….¿Semanas? ¿Meses? Ya se me olvidó.

—Lo sé, Una. Lamento no haber podido organizar algo… es que he estado tan ocupada…

Me mira con recelo.

—Sí, claro. Es decir, no te culpo. ¡Todo te va de fábula! Pero deberías acordarte de vez en cuando de los desdichados olvidados de Dios —replica teatral, aunque su tono es de broma.

Suspiro frunciendo los labios. Contemplo lejos el paisaje por la ventana, el cielo celeste y la ciudad.

Se me ocurre una idea.

—Ya sé. El sábado es el cumpleaños de una amiga. Podrías venir con nosotros. Sé que Zafiro estará allí —propongo.

—¿Este sábado? —se horroriza palideciendo.

—No, el del año entrante… ¡Pues claro que éste sábado, tonta! ¿Hay algún problema?

Se pone roja y empieza a tartamudear y negar con la cabeza.

—¡Es demasiado pronto! No estoy preparada. No puedo… yo…

Arqueo las cejas con incredulidad.

—¿Tienes algo mejor que hacer? Digo, además de lavarte el pelo y pasar la noche con tu vibrador —le espeto, ponzoñosa.

Ella se lleva una mano al pecho.

—¡Serena Tsukino! ¡Te has vuelto una descarada! —se ofende, y luego se ríe. Yo hago lo mismo.

Debe estárseme pegando lo guarro de cierta persona...

—Una, es ahora o nunca. Además no creo que organizar una cita doble sea una buena idea. Seiya dice que Zafiro es… bueno —omito que quizá altamente promiscuo, y alérgico al compromiso. Básicamente como él era también—, yo creo que si piensa que le tendemos una trampa se espantará. Es mejor que todo simule ser una hermosa obra del destino —le resuelvo, y le guiño un ojo. Luego le doy otro glorioso trago a mi café.

—¿Una obra del destino donde casualmente estoy en una reunión de una chica que no conozco?

—Buen punto. Diremos que eres amiga de Lita. Ella es una romántica, incluso nos ayudaría si se lo pidiera.

Y porque me debe una grande por lo de la dama de honor.

—¡Oh, está bien! —accede con pesar, pero se le nota emocionada también —. Que pase lo que tenga que pasar. Aunque es probable que no le guste…

Ahora niego yo con la cabeza.

—Yo creo que sí le gustarás. Sólo sé tú misma. Algo me dice que se inclina por las chicas coquetas y alegres —le digo haciendo un movimiento con la mano, y recordando a Minako.

En ése momento, el teléfono de su escritorio empieza a sonar. Unazuky se pone de pie, llena de energías. Parlotea sobre que va a depilarse, ponerse mascarillas y sabe cuánta cosa más antes del gran día. Yo sólo le entiendo la mitad de su cháchara.

—Por cierto —me cuchichea antes de salir por la puerta —. Para tu información, no tengo ningún vibrador. Yo parpadeo desconcertada por el abrupto cambio de tema—. Es un dildo, y es bastante realista. ¡Vale lo que costó!

Luego desaparece. A mí se me sale una sonora carcajada. Hoy estoy de muy buen humor. Supongo que las endorfinas por el ejercicio compensan mis músculos incapacitados.

Apenas pasa una hora y media cuando mi amiga-asistenta-desesperada llega, como un torbellino irrumpiendo en mi despacho. Estaba a la mitad de una trama buenísima, donde una mujer vive varias reencarnaciones para encontrarse con el amor de su vida. Inverosímil y cliché, lo sé, pero tiene encanto.

—¡Anda, pues! ¡Tienes que decirme cuál es tu maldito secreto! —me grita prácticamente. Yo me llevo el dedo índice a los labios.

—¿Quieres bajar el tono? ¿Y de qué diablos estás hablando? —le digo golpeada también.

Se pone a enlistar algo con los dedos, exacerbada:

—Pues primero Seiya, que parece casi un modelo de Abercrombie. Luego Diamante, que era que era algo así como un Christian Grey materializado y luego otra vez Abercrombie. Y ahora mismo, un chico con los ojos más divinos que he visto está preguntando por ti allá afuera. Así que dime, ¡¿Cómo diablos haces para atraer a semejantes obras de arte?! Porque si es el peinado, te juro que hoy mismo me largo a la peluquería…¡Con tres chonguetes en vez de dos!

Paso por alto el comentario.

—Una, ¿de qué demonios estás hablando? —le repito volviéndola a la Tierra, porque parece como en trance.

Ella parpadea y reacciona.

—Sí, ¿perdón? —debe seguir deslumbrada por el desconocido.

—¿No te dio su nombre? —le pregunto.

—Uy, no se lo pregunté —responde. Yo pongo los ojos en blanco. Buenísima asistente tengo. Al menos se acuerda de traerme café.

—Debe ser alguno de los autores que estoy leyendo, y viene a rogar que no eche a la basura su manuscrito.

Unazuky dice que no con su delgado dedo.

—De eso nada. Preguntó por Serena. No la ayudante de Setsuna Meioh o la encargada del contenido editorial. Tampoco por la señorita Tsukino. Se-re-na —deletrea enfatizando cada sílaba.

Yo bufo.

—Bueno, pues como has hecho un excelente trabajo de investigación, iré a ver quién es —anuncio sarcástica. Cuando me pongo de pie, involuntariamente un sonido horripilante que se me escapa.

Me duelen hasta las pestañas, lo juro por Dios. No volveré a hacerlo, ni aunque Seiya me baje la luna y las estrellas.

Salgo con ella pisándome los talones. Miro el vestíbulo y todos mis colegas están en su lugar ocupados, o hablando por teléfono. No hay nadie distinto, salvo alguien de pie…

Le reconozco en cuanto hacemos contacto visual. Él me saluda escuetamente con la mano y yo hago lo mismo con un entusiasmo exagerado, producto de los nervios. ¿Qué hace aquí?

—¿Y bien? —cotillea Unazuky por encima de mi hombro.

—Es prácticamente mi cuñado, así que déjalo estar —le susurro todavía sonriendo, para que Yaten no note que hablamos de él.

—Sí, claro. ¡Yo también quiero un cuñado así! —resopla desdeñosa, y se sienta en su lugar.

No le hago caso y empiezo a caminar.

—Yaten, qué sorpresa —le sonrío cuando le tengo a un paso de distancia.

Enseguida empieza a dispensarse:

—Perdona por molestarte en tu trabajo. Minako me dijo que ahora estabas aquí y hubiera podido llamar ayer, pero no quería arriesgarme a que Seiya nos escuchara.

Aquello me toma con la guardia baja.

—Oh. ¿Todo está bien? —pregunto notoriamente mortificada. Siempre desde que tengo uso de razón, cuando todo marcha sobre ruedas algo llega, colisiona y lo arruina. Siempre.

—Sí, en teoría. Es… ¿Segura que no interrumpo alguna junta importante o algo? —pregunta entonces, refiriéndose con un cabeceo a Unazuky. Que por cierto, no nos quita los ojos de encima. Pretende escribir algo en su portátil, pero apuesto a que son puras líneas de letras repetidas.

Qué va, sólo hablábamos de vibradores y tus ojos. Lo normal.

—Para nada —le aseguro. Su indiferente forma de ser hacia el mundo me ahorra tener que esmerarme en las explicaciones —. Vamos a mi oficina a hablar.

Él me sigue.

—¿Quieres un café? —le ofrezco, una vez que cierro la puerta tras de mí. Yaten está mirando por la ventana con aire ausente, aun cuando me contesta:

—No, gracias. No me quedaré mucho —dice —. Bonita vista.

—Gracias. Bueno… pues ¿qué ocurre? —le pregunto, tratando de entablar conversación.

Me siento en mi lugar y él en una de las sillas. Ya empieza a picarme el cuero cabelludo, y muevo ansiosa el pie derecho debajo del escritorio.

Otra cosa buena de Yaten es que nunca se va por las ramas, así que no sufro mucho. Se pone a dibujar algo con los dedos sobre la madera mientras habla:

—Es sobre el apartamento. Un abogado del banco llamó, y todo ésta en orden… no nos han retirado del programa de restauración de hipotecas —se apresura a aclarar, mirándome hasta entonces. Seguro ya tenía una cara de espanto—. Pero había un error tonto de redacción en el contrato que firmamos. Tenemos que volver a completar el papeleo.

—Ah —no sé por dónde va.

Él se da cuenta.

—Creo que sería buen momento para decirle todo a Seiya —añade.

Cuando aterrizo a la realidad, no puedo evitar suspirar acongojada. Yo sabía que llegaría éste momento, pero por una ridícula razón, creí que podría evitarlo. U olvidarlo.

Pero no.

—¿Tú crees que sea necesario? —le pregunto a Yaten con docilidad, a ver si de puro milagro lo reconsidera. Seiya y yo estamos en nuestro mejor momento, felices como nunca, y quién sabe cómo lo va a tomar. Él es demasiado impredecible —¿No podríamos llevarnos el secreto a la tumba o algo así?

Intento bromear, pero él no se ríe. Nada raro. Aun así, me dedica una pequeñísima y lánguida sonrisa.

—Si se tratara de cualquier otra persona, quizá. Pero estamos hablando de que lo sabe Diamante Black —me recuerda cruzándose de brazos, y recargándose en el asiento—. No vas a querer que se entere por alguien más.

Rayos, no había reparado en eso.

Asiento, y de paso, me doy una patada en el culo mentalmente por ser tan despistada. Claro Mr. D se lo diría. Estará encantado de restregarle lo mentirosa que soy para arruinar nuestra relación. De hecho, me parece muy sospechoso que no haya hecho algún movimiento en nuestra contra. Tal vez no le importe. Tal vez ya se consiguió otra chica a la cual torturar. Una a la que pueda vestir como muñeca de Dior negro todos los días y le obedezca sumisamente sin rechistar.

Suspiro. Mejor me dejo de absurdas expectativas. Suelen ser una pérdida de tiempo.

—Es lo mejor —me saca Yaten de mi sombría cavilación. Yo le miro, y asiento beligerante.

—Sí, lo sé. Tienes razón. Sólo… no sé, supongo que la idea de que Seiya se enfade y me grite a los cuatro vientos no me termina de fascinar —sonrío un poco, mirándome las manos.

—Pues nos gritará a los dos. Porque aunque haya sido tu idea, fui yo quien lo decidió —concluye.

—Sí, bueno… nuestra relación es un poquitín diferente —comento, obviando los hechos.

Yaten se encoje de hombros.

—Lo siento, no veo otra alternativa.

—No lo sientas, yo metí el cucharón donde no debía. Se lo diré, y espero que no lo tome tan mal —le digo con la mayor determinación que puedo, aunque ya estoy aterrada ante la idea.

—De acuerdo. ¿Cuándo quieres que vaya o…?

—No, yo se lo diré —atajo, y me tiembla la voz —. Lo antes posible. Al mal paso darle prisa. Es lo que dicen, ¿no?

Yaten frunce el ceño, insatisfecho por mi elección de palabras.

—¿Segura que no quieres refuerzos? Eso no evitará que me lo reclame. Le conozco, y se va a trepar de las paredes —me advierte, enarcando una ceja.

Ay, madre…

—No, estaré bien. Si empieza a aventar los platos o algo así, dispararé una luz de bengala —le digo con el mejor humor que puedo. Obviamente es una exageración mía, pero sé que Seiya, muy cabreado o acorralado, puede ser bastante hiriente si se lo propone. Tengo que manejar la situación de una manera muy cuidadosa. Que sería bueno si supiera cuál.

Tengo exactamente siete horas para averiguarlo.

Sacudo la cabeza mentalmente. No. Él me ama, no va a echar por la borda todo lo que tenemos y hemos construido por un estúpido trámite. Le diré las cosas como son y confiaré. Además mi entrometimiento terminó siendo un beneficio para todos. ¿Verdad?

¿Verdad?

Como no hay más que hablar, ambos nos ponemos de pie. Él antes que yo.

—Vale. Pues… suerte —me dice Yaten sin mucha convicción. Estoy a punto de decirle que prefiero que lo haga él, de preferencia con unos dardos tranquilizantes y un réferi, pero ya no me da tiempo. ¡Se va! —. Tenemos que firmar antes del lunes.

Y encima tengo fecha límite. Genial.

—Sí, descuida. Hoy se lo digo. Te avisaré cómo me va… —comento con resignación mientras camino a la puerta.

—Si no es un cabezota como siempre y ve las ventajas del acuerdo en vez de sus dramas personales, lo valorará. Si no puede verlo, es que es un idiota y nada se puede hacer.

Sus palabras tan parcas me hacen sonreír.

—Gracias.

—Ya me voy. Tengo que volver a la constructora.

—Claro. Eh… ¿Cómo está Minako? —le pregunto de último minuto.

Se detiene en seco.

—Pues… —su frase queda incompleta. Desvía la mirada y se muerde el labio —. ¿Qué no has hablado con ella? —me pregunta, como disperso.

Hago un mohín, y me balanceo sobre mis tacones bajos.

—No mucho. Sólo hemos intercambiado algunos mensajes sin importancia. ¿Por?

—Por nada. Ya tengo que irme —me corta, y parece que de pronto tiene mucha más prisa—Nos estamos viendo, entonces…

—Sí...

Coge el picaporte y luego inesperadamente me llama, con su característico tono suave y a la vez imperativo.

—Oye.

Me giro hacia su dirección.

—¿Qué pasa?

Yaten vacila. Tiene una chispa maliciosa en sus ojos verdes y aniñados, y en ellos puedo ver el destello del chico "malo". El chico malo del que se ha enamorado Minako. El otro chico malo Kou.

—¿Tengo algo en la cara? —pregunta intrigado.

—¿Eh? En absoluto, tu cara es perfecta —suelto admirada. En un segundo me doy otra patada mental en el culo (ya llevo dos en un día, qué bien), y me pongo de color granate hasta las orejas.

—¿Qué? —parpadea.

Agrego atropelladamente:

—Quiero decir que no...¡No! ¿Por qué? ¿Por qué l-lo dices? Yo veo todo normal.

Soy un asco improvisando, pero parece relajarse o tal vez sólo no le importa mucho.

—Es sólo que tu asistente es... algo rara —dice en voz baja, señalando tras la puerta.

Me pongo las manos en la cintura, arqueando las cejas y fingiendo concentración.

—¿Ah, sí? Supongo… no me he fijado, la verdad.

No me extrañaría que Unazuky le haya tomado una foto o algo. Es una acosadora, no es rara.

—Ya.

Le abro la puerta antes de que yo diga otra estupidez.

—¡Que tengas buen día! —le despido con urgencia.

—Adiós.

Suspiro y me recargo en la puerta. Me sigue doliendo cada maldito centímetro del cuerpo, tengo que resolver otro lío con mi novio y mi jefa quiere hablar conmigo de algo importante.

Y no es ni el mediodía.

Por fin llega la hora del almuerzo. Me ha costado mucho concentrarme en mis lecturas y ansío salir a despejarme. Voy saliendo del baño de damas del vestíbulo principal, cuando me topo a Setsuna de frente.

—Hola, Serena —me saluda. Lleva abrigo y bolso en mano, y va impecablemente vestida con su falda lápiz vino y blusa de manga larga en color marfil.

—¡Hola! Esto… Unazuky me dijo que necesitabas algo, pero esperaba que tú me…

—Sí, descuida. Te estaba buscando. ¿Ya te vas a comer?

—Ajá —respondo aturdida.

—¿Te apetece que vayamos a almorzar juntas? Conozco un buen lugar. La empresa invita, por supuesto —me sonríe, pero con su típica formalidad.

—Claro. Muchas gracias —le devuelvo la sonrisa. Vaya, esto sí que no me lo esperaba.

No le invierto muchos pensamientos a las cuestiones de por qué Setsuna requiera más privacidad para hablar conmigo, o si simplemente se le antojó llevarme a comer. Me da nervio estar con mi jefa así, pero a la vez siento curiosidad por conocerla mejor. La verdad es que aunque exigente, Setsuna es muy agradable. Sin mencionar que le debo mucho.

Un coche privado con chófer y toda la cosa nos lleva unas cuadras delante. Para mi asombro, no vamos a restaurante lujoso, sino a un moderno japonés. Está abarrotado, pero ella consigue que nos den dos lugares de inmediato, justo en la barra cuadrangular donde te cocinan todo al momento. Es minimalista, con música lounge y muy bonito. Nunca se me hubiera ocurrido entrar.

—Aquí hacen la mejor tempura de la ciudad. También el takoyaki —me dice animada, tomando su asiento. El camarero pone nuestros bolsos en un pequeño perchero y nos indica que, literalmente, tenemos que gritarle al chef qué queremos ordenar.

—Parece estupendo. Nunca había venido aquí —Todo tiene una pinta maravillosa, y me aflora el apetito. Enseguida un ayudante de cocina nos pone agua y dos vasitos de sake a nuestro alcance.

—Perdona, no te pregunté si sueles beber —se disculpa, y se lleva una mano a los labios. Uau, hasta para apenarse tiene tanta clase…

Niego con la cabeza.

—No en horas de trabajo, pero ya que tengo la correspondiente autorización… —sonrío y me encojo de hombros. Setsuna ríe y asiente, estando de acuerdo.

La bebida es tan fuerte que siento que me va a derretir los intestinos. Reprimo toser. , pues no se vería muy decoroso.

Antes de que nos traigan los platos, Setsuna se dirige a mí:

—¿Cómo va el trabajo, Serena? ¿Te sientes cómoda en Star Publishment?

Lo siguiente me sale del alma.

—Es el mejor trabajo que he tenido en mi vida —confieso agradecida.

—Espero que no sea sólo por la oficina —comenta pretendiendo ser crítica, aunque ambas sabemos que no lo es —. Porque por lo que sé, sólo has tenido un trabajo formal. No parece haber mucho rango de opciones.

Me sonrojo. Bueno, es cierto.

—No, no es eso. ¿Que me paguen por lo que más me gusta hacer? Pues qué te digo, no podría estar más contenta —admito.

Aquello parece interesarle. Ladea la cabeza en su lugar, para poder verme bien.

—¿Y éso es...?

—Leer libros, claro. Ah, y opinar a diestra y siniestra de ellos también —sonrío tímidamente.

Levanta las cejas.

—Por eso aplicaste para una editorial de libros, y no un periódico o una revista —deduce.

Le doy a entender que sí con un gesto, y le doy otro sorbo a mi sake. Sabe aún mejor, y no quema más.

—¿Y por qué te gustan tanto los libros? —inquiere después—. Son entretenidos, sí, pero tu pareces iluminarte cuando mencionas sólo la palabra. ¿Por qué?

Me sonrojo aun más. No sé por qué quiere indagar en eso, pero no me nace mentirle. Aunque francamente, esa es una historia que siempre me he reservado para mí misma, así que le hago una especie de resumen:

—Creo que fue cuando entré a la secundaria. Ahí empezó mi amor por la lectura real. Antes sólo leía mangas o revistas de chicas. Mis padres, aunque me quieren mucho, dejaron de prestarme atención un buen tiempo cuando nació mi hermanito. Me sentía algo sola y desplazada. Enojada. Sobre todo invisible. Y ya tenía bastante de eso con el colegio —repongo, entre ácida y cómica.

—¿El colegio? —repite, queriendo saber más.

Ya se me fue mucho la lengua, y no me encanta hablar de mi época escolar, pero por alguna razón ya no me importa mucho mi frustrada adolescencia. ¿Pudiera ser que la tenga superada? ¿Que ahora sea una mujer madura? Espero que sí.

—Sí. Nunca sobresalí en nada. No era la favorita de los profesores por las calificaciones. Ni de los chicos, por mi aspecto menudo e infantil —me río sin embargo, recordando mis tantos San Valentín fallidos —. Mi mejor amiga era la guapa, la popular y la ponían reina del baile todos los años. Odiaba estar ahí, y ansiaba que terminara el instituto para poder irme a la universidad y dedicarme a lo que me gustara de verdad.

—Suena horrible —suelta Setsuna, y tiene la cortesía de mostrarse afligida.

La comida es deliciosa. De cinco estrellas y ni siquiera es muy costoso. Tengo que decirle a Seiya que vengamos aquí. Tal vez podría agregarlo a la lista del fin de semana que prometió pasar conmigo. Mientras comemos, prosigo con mi relato:

—Un poco, pero no es culpa de nadie. Yo soy cómo soy, y nunca quise cambiar. Y mis padres estaban fascinados con el bebé. Así que la primera vez que leí El Principito -mi primer libro- en la biblioteca, fue mi salvación. Mis días empezaron a tener ilusión a partir de ahí.

—Te distraía —supone.

—Más que eso. Me tele-transportaba a otro mundo. Podía ser quien yo quisiera. La princesa. La espía. La policía o la amazona… no importaba el mundo que me hacía a un lado o me ignoraba, sólo importaba lo que pasaría en el siguiente capítulo y quién sería ahora. Amaba las letras y cómo se veían en las páginas. Desde entonces, empecé a devorar novelas, y quise convertirme en escritora, editora o periodista.

—Es fantástico —sonríe Setsuna con amabilidad, picoteando su plato de arroz con pulpo y vegetales.

—Es algo idealista, lo sé…

—No, tiene todo el sentido del mundo —contradice acalorada. Raro en ella —. Yo estoy en el ámbito editorial porque mi padre lo estaba. Y su padre —agrega, rodando los ojos con hastío por un instante—. En cambio tú fuiste por tus sueños directamente. Es algo admirable.

—Muchas gracias. Es todo un halago viniendo de ti —declaro, pestañeando sorprendida.

—Tu secreto está a salvo conmigo. Por cierto, ¿Conoces la ciudad de Kamakura?

Entorno los ojos, mientras saboreo mis camarones.

—¿La que tiene el buda enorme? —La ubico de los panfletos turísticos, pero jamás me ha llamado la atención.

—Ésa misma. Bueno, el próximo año Star Publishment abrirá una sede ahí —me informa.

—Ah. ¿Por qué?

Debo estarla mirando como si tuviera dos cabezas, porque mi jefa se ríe.

—Ya sé, no es el sitio ideal que todos esperarían. Pero es precisamente por eso que la elegí —me dice muy precisa, cambiando su faceta a la eficiente ejecutiva que es —. La literatura debería ser accesible para todo el mundo, sin tener que desplazarse a Kioto o Tokio. ¿No crees?

—Eh… pero para eso tienen Internet, ¿no? —sugiero, tratando de no parecer muy petulante.

—¿Cuándo fue la última vez que tu madre o tu padre compraron un libro por la Internet? —cuestiona con agilidad.

Frunzo el ceño.

—Nunca. No lo hacen.

—¡Exacto! Y eso que a veces resultan mucho más baratos. Pero la experiencia de ir a una librería no sustituye adquirir el producto. Ni siquiera en físico. Ya no hablemos de la versión digital.

—Lo sé, Kindle y yo somos enemigos jurados —repongo con gracia. En serio, jamás entenderé a la gente que lee a través de un dispositivo. Me resulta sencillamente horrible —. Soy de alma vieja.

—Mucha gente lo es. Kamakura es una ciudad tradicional. Muy pequeña. Con apenas 200 mil habitantes. La mayoría es gente de mediana y grande edad, que vive del turismo y los pequeños negocios locales. Star Publishment se encargaría de proveer ésa ciudad y las aledañas también. No sólo queremos diversificar el mercado, también dejar de concentrarlo en Tokio. Aunque Star es muy grande, la competencia está como un halcón sobre nosotros. Necesitamos expandirnos lo antes posible.

—Claro. Es brillante la estrategia. Felicidades, Setsuna —digo sonriendo. La verdad es que abrir sucursales no es precisamente mi tema más predilecto, pero si a ella le ilusiona ¿quién soy yo para contradecirla?

—Entonces… si te ofrezco una plaza en Kamakura, ¿aceptarías? —revela, observándome fijamente.

En otro tiempo seguramente me habría atragantado, se me habría derramado el agua encima o simplemente me hubiera ido de espaldas, igual que los dibujos animados. Pero como estoy atrofiada de las neuronas por la información y parece una pregunta capciosa y que no tiene nada que ver conmigo, hasta me río.

—No es bueno hacerle chistes a la gente cuando come, Setsuna —le pincho, cuando dejo de reír. Espero no estar siendo muy informal en mis modales.

Pero ella sólo me mira impasible, atravesándome con sus ojos con sombra café, delineados y de color rubí, mientras yo finjo no haberla oído.

Hasta que no me queda de otra más mascullar:

—¿Qué? ¿Era en serio?

Tonta. Te citó para almorzar. Es lo que hacen los jefes cuando quieren hacer propuestas importantes o intervenciones.

Pero es que nunca nadie me propone nada bueno ni importante. ¡Esto es…!

Miro a Setsuna, quien me sonríe como para infundirme ánimos para hablar.

—Oh, Dios —jadeo, y suelto mis palillos para llevarme las manos a las rodillas. Empiezo a sudar frío y mi corazón se acelera. Comienzo a repasar una película mental: Una mudanza. Un acenso. Otro trabajo. Otra ciudad. Otra gente...

Cambios. Muchos.

Debería estar emocionada, pero como soy Serena Tsukino y no alguien normal, no puedo más que entrar en pánico.

—Yo… —titubeo, eludiendo su mirada.

Siento su mano en mi hombro.

—Antes de que digas algo más; déjame aclarar que no es nada apantallante. Es un equipo de seis o siete colaboradores. Uno o dos a cargo de cada departamento con su auxiliar. Pero eso sí, la ventaja es que allí no serías una ayudante. Serías la editora en jefe de contenido. Una yo.

¡¿Siete personas a mi cargo?! Santa madre, creo que me voy a desmayar. Estoy hiperventilando.

—No, Setsuna. Por favor. No puedo —contesto, sin siquiera planteármelo—. No tengo experiencia. Apenas tengo en esta editorial muy poco tiempo y…

Me pide la palabra con otro movimiento suave. Yo trago saliva.

—Ése es el punto. No quiero otro intelectual arrogante con un currículum impresionante. Quiero gente nueva y fresca, que tenga ideas innovadoras. Y sobre todo, que sea capaz de transmitir su amor por los libros a gente que no lee. Tu "secreto" acaba de confirmármelo. Tú eres la candidata ideal.

¡Qué!

¡Yo y mi miserable boca, junto con mis cursis y aburridos hábitos! ¡¿En qué momento me di un tiro en el pie?!

—Pero yo… —me empeño, con una vocecilla infantil y aguda.

Ni siquiera termino la oración.

—¿No te estás rindiendo antes de siquiera intentarlo? Sería un gran escalón en tu carrera profesional —me dice con demasiada sensatez. Me deja muda y pensativa por largos segundos, en los que me dedico a cavilar y suspirar varias veces.

—No puedo irme de Tokio —le digo finalmente, agarrándome a un clavo ardiendo de la pared.

En sus labios se traza una línea de desaprobación.

—¿Por qué no? Nada te ata aquí. No estás casada, ni tienes hijos. Vamos, ni siquiera una casa propia aquí —me remata.

Yo frunzo el ceño. ¿Cómo le digo que no quiero dejar a un novio sin que parezca una chica tonta, patética y dependiente?

—Es… algo personal —declaro avergonzada, esquivando nuevamente su mirada.

Setsuna exhala con un mínimo de irritación, que casi ni se notaría si no la tuviera tan cerca. Está siendo lo más educada que puede, pero la entiendo. Cualquiera en mi lugar ya estaría brincando de una pata y pidiendo tragos para celebrar.

Cualquiera, de nuevo, menos yo. Sé que debería echarme a reír o darme manotazos en la frente, pero la idea de dejar a Seiya me produce náuseas, ansiedad, incluso un dolor inconmesurable. Sería incapaz.

—Sé que eres joven, y la idea de dejar los rascacielos, clubes y las divinas tiendas de Tokio no tientan tan fácil —me dice, conciliadora —. Pero Kamakura es linda es su simpleza. No hay tránsito ni contaminación, y las vistas costeras son preciosas. Y sería temporal, sólo hasta que estemos bien posicionados en el mercado. Tal vez un año… o año y medio, como máximo.

Se me escapa un quejido, y ésta vez no es dolor muscular. ¡Más de un año! No, ni hablar. Mi relación con Seiya podría desmoronarse con la distancia. Dejaría a Minako. Estaría más lejos de mis padres. Y no más leer libros y escribir reseñas. No más cafés y risas con Unazuky. Tendría un montón de ocupaciones y responsabilidades, y además estaría sola en una ciudad que no conozco de nada. A no ser que viajara cada fin de semana, que al principio sería una salida, pero con el tiempo demasiado agotador. Poco viable.

Considerando que tuviera días libres… porque Setsuna casi no tiene.

Aquello termina por decidirme.

—Perdóname, Setsuna. No puedo. Sé que no es la respuesta que esperabas —le digo agachando la cabeza, a sabiendas que parezco una fracasada.

—No te disculpes. Los cambios no son para todos —dice, declarando una obviedad. No parece enojada, si no más bien… algo decepcionada.

Una vez pagada la cuenta regresamos directo a la editorial. Todo el camino siento una fea amargura recorrerme por las venas. ¿Arrepentimiento?

No, eso no. Sé lo que quiero.

Antes de entrar en el ascensor me dirijo, cohibida, a mi jefa:

—Espero que esto no cambie la imagen que tienes de mí, y mi rendimiento en el trabajo —me apresuro a aclarar—. Me gusta mucho estar aquí.

Ella arquea las cejas, sorprendida por mi sinceridad.

—Para nada, es tema aparte —Me sonríe con condescendencia. Mierda. Odio la compasión forzada. Luego añade—. Además debí intuir que era demasiado para ti. Has pasado momentos difíciles en tu vida, y supongo que lo que necesitas es estabilidad en estos momentos.

—Sí, así es.

—Lo respeto, no te preocupes.

Y se va, antes de que pueda agradecerle por el almuerzo.

Paso el resto de la tarde atribulada, producto de mi plática con Setsuna y la que me espera en casa. Quizá debería dejarlo para el fin de semana, pero es el cumpleaños de Lita y si acaso Seiya se volviera un engorro y pusiera todo patas arriba, tengo varios días para solucionarlo y calmarnos. Yo digo que este lío no merece la pena, pero si tuviera el súper poder para meterme en la mente de mi novio y adivinar lo que está pensando, pues mi vida sería más sencilla.

No es más fácil encontrarme con una bienvenida de él cocinando ramen casero, y para colmo, con un humor de lo más encantador. Cierro los ojos con pesar mientras me deshago de los zapatos y el abrigo, y estoy a una de echarle todo el paquete a Yaten. Pero no, antes de enviar cualquier mensaje me recuerdo a mí misma que eso tampoco evitará que yo deje de estar involucrada. Por donde mire el cuadrado es la misma cara. No podré evadirlo.

Me pongo unos mallones viejos y una camiseta suya, que se han convertido en mis favoritas para estar en casa. A él también parece gustarle, y me lanza piropos todo el tiempo insinuando que debería usarlas sin nada debajo.

—¿Estamos celebrando algo que no sé? —pregunto, después de darle un beso rápido. El ramen requiere, según mi madre, al menos tres o cuatro horas de preparación. La idea que ésta cena se convierta en un campo de guerra hace que se me vaya el hambre de repente.

—Que me estaba matando de aburrimiento —bromea, y echa una pizca de algo que no identifico al cazón —. Nada, Bombón. ¿Puedes creer que me encontré una receta vieja de mi madre en el fondo de un anaquel? ¡Incluso con su letra y todo! ¡Tenía que hacerla!

Siento un pinchazo de melancolía.

—Es increíble —le adulo, sentándome en un taburete de la encimera.

—Claro que no tenía todos los ingredientes, y el sazón no estará a su altura, pero creo que no sabrá tan terrible—dice, y se limpia la frente con el dorso de la mano —. Además te mereces una buena cena. Te machaqué mucho en la mañana. ¿Estás muy adolorida?

—No, ya estoy bien —le regalo una gran sonrisa.

—Espero que te guste —su complacencia y dedicación me hace dudar en abrir el pico —. ¿Qué tal el trabajo?

Carraspeo.

—Claro que me va a gustar. Pues… todo tranquilo —le digo con una voz tremendamente controlada.

Sólo hablé con tu hermano sobre ti a tus espaldas, y me ofrecieron una plaza permanente a cientos de kilómetros de aquí, que rechacé.

—¿Estás bien? Pareces preocupada —me mira dudoso, sacando dos refrescos fríos de la heladera.

—Estoy perfecta —miento, destapando el mío y desviando los ojos—. Esto… ¿podemos hablar de… de algo? O tal vez después de cenar —sugiero.

Soy una gallina.

—Le quedan quince minutos al guiso, así que escúpelo Bombón.

Me aclaro la garganta.

—Pues… eh… verás…

Demonios, debí escribir un discurso o al menos tener una idea clara de cómo abordar el tema. Pero no, las horas pasaron como minutos y cuando menos me di cuenta, ya se había terminado mi jornada. ¿Cómo se lo digo?

Sin poder evitarlo, resoplo. Mi actitud irritada debe ser notable, porque Seiya apoya los codos y se inclina sobre mí, comprensivo.

—¿Qué pasó, Bombón? Sabes que puedes contarme lo que sea —me dice para infundirme seguridad.

Le miro esperanzada.

—¿Seguro?

—Sí.

—¿No te enfadarás conmigo si es… bueno, si hice algo que… que puede no gustarte del todo?

Él frunce el ceño instantáneamente.

—Depende de qué hayas hecho —puntualiza, ahora defensivo.

Pffff...

—¿Importa si de antemano aclaro que lo hice por tu bien y nada más que por tu bien? —pregunto pestañeando. Es una sucia artimaña que en balde pretende disuadirlo de su seguramente explosiva reacción.

Se sienta a mi lado.

—Mejor dímelo y ya, Bombón. Esto de las ambigüedades me tensa un poco.

Por segundos sólo escucho el caldo que gorgotea agradablemente en la estufa, y que llena el aire de calor y sus ricos aromas.

—Yooo… tal vez tuve algo que ver con que el banco pudiera permitirles quedarse con el departamento —lo escupo de corrido, sobria y honesta.

Seiya me observa a través de sus pestañas negras. Está procesando una información que no parece tener sentido al asociarla conmigo. Al menos no para él. Lógico, sólo a mí se me ocurre meterme con deudas familiares, empresarios poderosos que solapan a mi ex obsesivo y encima con una historia más falsa que mi propia culpabilidad. Porque aunque sé que no fue la manera más apropiada de ayudarle, lo haría de nuevo sin dudarlo.

—No entiendo. ¿Cómo es éso? —inquiere, hecho todo confusión.

Me muerdo la mejilla por dentro, y dulcifico mi voz.

—El programa de rescate de hipotecas en el que están Yaten y tú, para poder salvar este departamento.

Se endereza, impactado.

—¿Cómo sabes que está en un programa de rescate?

—Es lo que estoy tratando de explicar —respondo, algo borde por los nervios.

—Hazlo por favor, porque se me agota la paciencia —me avisa, muy serio.

Ya no luce tan pacífico. No puedo evitar poner los ojos en blanco, aunque me mire mal.

—Justamente por ésa razón es por lo me costaba decírtelo. Y no me lo haces fácil, Seiya —me quejo.

—¡Pues evidentemente me ocultas cosas, me tienes en ascuas con el puto suspenso de una telenovela y te ofendes porque no permanezco quieto y simpático! ¡Es de locos! —protesta.

Y se exalta.

Ah… aquí vamos. Como siempre. En crescendo. En menos de cinco minutos las ventanas se van a quebrar, una a una.

—No lo es. Lo que sí es de locos que no podamos iniciar una conversación adulta sin que empieces a decir palabrotas y a pegar de gritos, ¿no crees? —farfullo, ofendida —. No he hecho nada abominable, así que no te pongas así antes de saber los hechos completos. Ten fe en mí, por favor —añado, en el tono más apaciguado y cariñoso que logro proferir.

Me lanza una mirada gélida, pero pensativa a la vez. De milagro hace caso. Se calla, asiente y parece dispuesto a ponerme atención.

—Está bien, te escucho —concede.

—¿Has oído hablar de un tal Frank Loywood? —le pregunto casual.

—Es… ¿un tipo americano? —sugiere, como en adivinanza.

—Un americano, ajá. Y también es el dueño del banco que les hipotecó este lugar. Loywood Enterpriseis.

Sólo un poco sacude la cabeza, como si tratara de ordenar sus ideas.

—Ubico la compañía —balbucea —Pero ¿Qué tiene eso qué ver contigo?

—Pues que yo le convencí para que les condonaran buena parte de la deuda, y pudiesen quedarse con el departamento —le suelto. Por un instante cierro los ojos, como si mis palabras me fueran a rebotar y explotar en la cara.

Seiya permanece absorto, como si estuviera reconsiderando sus pensamientos.

—Eso es imposible —sonríe, y mirándome como si todo fuera una broma—. Tú no podrías ni hablarle… es… ése tipo debe ser un multimillonario inalcanzable. ¿Por qué te haría caso a ti?

—Millonario sí. Inalcanzable… no tanto —corrijo sintiendo rubor.

Seiya sonríe aun incrédulo, casi como en un acto reflejo.

—Es imposible —repite, y se pone de pie. ¿Por qué se levanta? ¿Se va, acaso? Mis ojos vuelan hacia él, temerosos —. ¿Cómo?

Literal, parece que no encuentra su lugar. Bueno, puedo con eso. Aunque no le he dicho lo peor.

—Le investigué en la Internet. Luego lo abordé en un restaurante que suele frecuentar, y le inventé un cuento tonto sobre una amiga… digamos que fuera Mina, la que estaba en apuros financieros. Él accedió a hacer una excepción, y dijo que llamaría a un empleado para que se encargase. En realidad no fue tan difícil —me excuso, como si eso importara.

Pero Seiya no es ningún estúpido. Se frota el cuello y se hace un masaje inquieto en el hombro. Sabe que algo no termina de encajar, y enseguida me lo recalca pensando en voz alta:

—No, me refiero a ¿cómo lograste que te escuchara en primer lugar? Ése tipo debe estar rodeado de guaruras, y ni siquiera aparecerá seguido en público. ¿Cómo pudiste acercarte lo suficiente para entablar una charla con él? Debiste necesitar un contacto, o alguien que te lo presentara, que tuviera mucha influencia y dinero para que…

Se detiene. Sus ojos se agrandan, y su mirada índigo se ensombrece en un segundo. Un escalofrío desagradable me recorre la espina dorsal. Lo ha pillado.

Yo permanezco agazapada en mi silla. Tras lo que me resulta una eternidad, levanta la mano y me señala con su dedo índice:

—Serena… —sisea. Oh no, siempre que me llama por mi nombre real significa algo malo en toda regla —Dime por favor que no le he vendido mi alma a Diamante Black.

—No. Bueno, no exactamente —sus ojos llamean fuera de sus órbitas—. ¡Él no tuvo nada que ver! Yo lo decidí sola, él sólo es su…

Pone las manos sobre la barra. Es como el policía hostigoso que interroga al criminal.

—¿Su qué?

—Es su amigo. Fue su socio, padrino o algo así…

Seiya echa hacia atrás la cabeza, bufando como un toro desaforado.

—¡No, joder! Ya sé quién es. ¡No, no!

Me pongo de pie también.

—¡Tuve que hacerlo! Minako me dijo que estaban a punto de perder el departamento, y yo no podía quedarme sin hacer nada. Yo ya te quería desde entonces —le doy esquinazo con aire suplicante —. No quería que perdieras éste lugar, sé lo importante que es para ti.

Aquello lo desarma en gran parte. Exhala con fuerza y mira en todas direcciones, como si no supiera qué decir o qué sentir.

—No debiste hacerlo —sentencia, sin embargo. Decide que fue un error. Qué bien.

—¿Por qué no? —le cuestiono calmada.

—Porque no es tu asunto a resolver. Es una imprudencia. ¡Una locura!

—¿En serio? —le interrumpo, con una carcajada indignada—. No me digas. ¿Como por ejemplo, mentir deliberadamente y meterme en una oficina a romperle los huesos a un tipo? ¿A éso te refieres por locura?

Abre la boca en una "O" perfecta, y su expresión mengua a casi un arrebato infantil.

—¡Eso no es justo, Bombón! ¡No es lo mismo!

Internamente, me alegro de volver a ser Bombón, pero finjo estar enfadada también cuando le reprocho:

—Ah, qué cara tienes. ¿Sólo tú puedes hacer cosas arriesgadas por las personas que amas? ¿Sólo tú puedes hacerte el héroe, o ser imperfecto y siempre salir ileso? Te recuerdo que me lo ocultaste por meses, y te comprendí. Tú deberías hacer lo mismo. Ah, y flash informativo, Seiya: ¡El amor nos hace cometer locuras, estupideces o lo que sea que les llames, y no creo que sea la última!

Se acerca, y parece herido, pero no de un modo peligroso. Sobre todo, no conmigo. O eso es lo que me figura.

—¿De veras crees que Diamante no perderá la oportunidad de que se lo pague con sangre? ¡Te has metido en la cueva del lobo, Bombón!

—Ya he vivido en ésa cueva, y no me asusta. Tampoco debería asustarte a ti.

Eso lo prende como mechero.

—¡No me asusta, mierda! ¡Sólo lo quiero lejos, no quiero deberle nada a ése cabrón!

—¡Y no lo haces! Todo es legal, es a través del banco y no puede interferir de ninguna manera.

—¡Como siempre eres una ingenua! ¡Tú no le conoces como yo!

Siento una tensión en el estómago ante la ínfima posibilidad. No. No puede. Sabe que yo también sé cosas comprometedoras sobre él, y ahora tengo acceso a casi todo el plano editorial de Japón. Si Diamante hace algo en contra suya, o nuestra, pues, destruiré su reputación. Su alma. Lo que sea. Pero no dejaré que le haga daño de ninguna forma.

Pero sé que no puedo decírselo, porque es más terco que una mula y no quiere parecer débil.

Opto por bajar las revoluciones y hacerlo entrar en razón.

—Seiya, te estás poniendo paranoico. No pasará nada. Yo sólo vi la oportunidad de ayudarte, la aproveché y funcionó. No importa nada más.

—¡El punto es que no era tu decisión a tomar, simplemente! No tenías el derecho —me acusa, señalándome.

—No lo hizo. Fui yo.

Durante raros y capciosos segundos, ni Seiya ni yo parecemos entender por qué hay una tercera voz ajena a las nuestras. Sólo se nos ocurre lo obvio. Cuando nos giramos en aquella dirección, vemos a unos metros de distancia a Yaten. Nos contempla impasible, como si disfrutase del espectáculo. ¡¿Cuánto tiempo lleva ahí parado?!

—¡¿Tú qué narices haces aquí?! —farfulla Seiya enseguida. No da crédito a lo que ve y parece que tiene todos los pelos de punta.

Él simplemente le muestra una pequeña llave plateada.

—Sabía que la necesitaría un día, así que me la llevé. Ah, y entré porque tu melodiosa voz se escucha hasta el elevador. Además también es mi casa —le explica con serena frialdad.

—¿Qué quisiste decir con eso de que "fuiste tú"? —le ladra.

—Eso mismo. Serena habló con el banquero, pero yo lo sabía y estuve de acuerdo. Ah, y también Minako —agrega ácido, y se mete las manos en los bolsillos.

Como si se le invocara con magia, unos tacones repiquetean hasta que atraviesa la puerta y frena hasta que se coloca a su lado.

—¿Que yo qué? —pregunta agitada, con una mano sujetando sus costillas —¡Oye, sabes que no puedo correr con éstos zapatos!

Yaten simplemente la mira significativamente, como si le recordase algo. Minako sacude la cabeza, y se gira hacia nosotros. Particularmente hacia Seiya.

—Ah, sí. Claro. Yo también. Pongan mi nombre en todo —parlotea, toda despatarrada.

Seiya, en cambio, está casi poseso de rabia y frustración:

—Pero, ¿Quién carajos se creen que son, para hacer toda ésta mierda a mis espaldas? —nos reclama uno por uno, manoteando. Me duele su actitud, y la verdad creo que está exagerando, pero no lo quiero decir y desatar un infierno.

Minako y yo nos miramos, pero nos hacemos las occisas. Es Yaten quien se adelanta a contestar:

—Nos creemos gente precavida e inteligente, que anticipaba que te ibas a poner como un cavernícola, y obviamente no aceptarías. ¿Cuál es la parte que tú no entiendes? El trato nos conviene, así que supéralo y firma. Tenemos que ingresar los papeles el lunes.

Y pone los papeles así, como si nada, sobre la barra de la cocina. Es un gesto entre serio, controlador, intimidante y la verdad… algo gracioso. Aunque me refreno las ganas de reír. No creo que a Seiya le haga mucha gracia, que se limita a apretar la mandíbula.

—Estás drogado si crees que voy a firmar. Ya pueden ahorrarse éste patético intento de intervención, o lo que sea. No pienso formar parte de la ecuación del... magnánimo patrocinador de Diamante. Lamento que les saliera el tiro por la culata.

—Dame un motivo. Uno real —le presiona Yaten atravesándolo con sus ojos verdes.

Él se encoje de hombros.

—Porque no se me da la puta gana, y a ti no tengo por qué darte explicaciones —le espeta.

—Qué argumentos tan sólidos, Seiya. Me asombras con tu intelecto tan objetivo, como siempre que se trata de tomar decisiones.

—Cállate, Yaten, cállate. Si no quieres que… —le amenaza, a la par que empieza a desbordarse su ira, pero algo lo detiene. Quizá la prudencia que le queda, o que no quiere que lo vea siendo así, porque me mira un segundo antes de refrenarse.

—¿Qué? ¿Qué vas a hacer? —le provoca Yaten, abriendo los brazos como alas —¿Vas a gritarme hasta dejarme sordo? ¿Quieres estamparme la cara contra la mesa? ¡Hazlo, por favor! ¡Demuéstrale a tu querido amigo Diamante y a nosotros que sigues siendo un inmaduro, y un peón manipulable!

—¡Yaten, basta! —salta Minako, atónita.

Gimo y me tapo la boca con las manos. Yo no puedo creer lo que le acaba de decir. Dios, si esto acaba en desastre es culpa mía.

Seiya, tras recuperarse del baldazo de agua fría, se coloca delante de su hermano sin emoción alguna. Con los hombros hundidos, y los ojos ahora sin brillo. Por la perplejidad de su rostro, puedo ver que al fin se ha dado cuenta de algo importante.

—¿Qué quisiste decir con éso? —le pregunta con voz escarmentada.

Yaten niega con la cabeza, exasperado, y se revuelve el pelo platino. Es la primera vez que lo veo perder la compostura.

—¡Te juro que me piro contigo, Seiya! ¡No puedo creer que sigas tan ciego! —se ríe, pero lo dice como si las palabras le supieran agrias—. ¿No te das cuenta que es justamente eso lo que Black quiere? ¿Crees que no es perfectamente consciente que al callar, y nosotros al tener que decírtelo, te pondrías así? Harías un escándalo sólo por orgullo, te pelearías con Serena y conmigo. Tu única familia. Te quedas solo, como él quiere. O siendo su perrito faldero de nuevo. Te jode y te sigue jodiendo sin mover un dedo, ¡y tú le das el gusto! ¡Bravo!

Es como si sus palabras lo aplastaran.

Lo veo así y se me estruja el corazón. Me contengo para no ir volando a darle una frase de consuelo. No sé si me va a apartar de un empujón o abrazar. Está inerte como una estatua, y tras asimilar algo muy complejo en su mente, y en silencio, baja la mirada lentamente y apoya las manos en la encimera de la cocina. Luce avergonzado, derrotado y… también creo que defraudado. Él me dijo una vez que en el fondo, quizá Diamante conservaba algo de respeto por su amistad pasada. Saber que siempre estuvo equivocado y que sea su hermano quien se lo restriegue es lo que le afecta tanto.

De manera increíble, el tono de Yaten cambia de cruel a comprensivo:

—Mira, ya sé que no es la resolución que tú esperabas. Ninguno de nosotros quiere tener nada que ver con ése psicópata o sus allegados. Pero en este caso no tenemos opción. Si no firmamos, volvemos al punto muerto donde debemos millones e inevitablemente tendremos que vender.

Él no dice nada.

—Yaten tiene razón, Seiya —comenta Minako, conciliadora—. Y sus padres no querrían verlos discutir así. Considéralo por favor, y acabemos con ésto por fin.

Él le echa un vistazo furtivo y suspira, como si ya hubiera tomado una decisión.

—De acuerdo. Hagan lo que tengan que hacer, pero sacas mi nombre el contrato. No pienso figurar en ése acuerdo de mierda —dice.

Yaten chista los labios con desagrado, pero no vuelve a explotar como yo creía.

—Como quieras, pero hay un pequeño problema —dice con falsa amabilidad.

—¿Ahora qué? —replica.

—Como bien sabes, Minako y yo hemos estado cubriendo más de la mitad de los pagos actuales, dado que tú ganas una bicoca. Lo cual, si no me equivoco, nos convierte legalmente en los dueños mayoritarios de este lugar. Si renuncias a éste derecho, no tenemos de otra que comprarte tu parte. Puedes usar el dinero para viajar como un hippie mugroso hasta que se te acabe, o invertirlo en la bolsa o en carritos de helados, eso me tiene sin cuidado. Es tu vida. Pero no te puedes quedar aquí, lógicamente. Nosotros no podemos sostener ambos apartamentos, así que tendríamos que venir a vivir aquí para compensar semejante gasto.

Se me corta la respiración. Seiya me mira con un destello de preocupación en los ojos, sabiendo que me arrastraría con él a su incierto destino.

Me quedaría sin casa por… ¿tercera? ¿cuarta vez? Ya no llevo la cuenta.

No es que ahora no pueda permitirme un arriendo, de hecho creo que podría tener un lugar pequeño pero decente con mi sueldo. Pero tendría que pagar facturas, muebles, y un sin número de cosas yo sola. Y lo sabe. Aquí nos va de fábula. Estamos en una de las mejores zonas de Tokio y disponemos de un montón de privilegios, como el espacio para dar sus clases de guitarra y la cercanía de nuestros trabajos. Además no podrá desprenderse emocionalmente del apartamento, no tan sencillo. Ama vivir aquí.

Yaten vuelve a hablar.

—O la otra opción, es que puedes pagarnos alquiler. Y creo recordar que en este edificio se éste rondan los… no sé, ¿Cien mil yenes? —se encoge de hombros, sopesando la cantidad.

¡Tanto, Dios mío!

—Ciento ocho —menciona Minako, mirando a otro lado. ¡Lo ha investigado y todo!

Seiya le mira como si le acabara de dar una puñalada por la espalda.

—Gracias. Ciento ocho mil yenes. ¿Puedes… o pueden permitírselo? —pregunta en general, con un tinte de cinismo.

—Déjate de ironías, enano —le espeta, otra vez recuperando el mal humor.

—Perdón, pero eres tú el que no quiere cooperar. ¿Qué alternativa propones, aparte de insultar y quejarte a diestra y siniestra? Además, te recuerdo que si estamos en ésta incómoda posición, es porque tú la cagaste en primer lugar al ocultarme la deuda, y...

—¡Me lleva! —le interrumpe, lanzando las manos al aire, como si quisiera estrangularlo.

No obstante, toma el manojo de papeles, abre bruscamente un cajón de la cocina y coge un bolígrafo de los tantos que van a dar ahí. Busca su nombre y garabatea en un santiamén. Oigo a Minako respirar con alivio, y para ser honestos, también yo lo hago.

—Quiero el cincuenta y cincuenta de los pagos —le exige, antes de firmar la última página.

Yaten asiente.

—Bien. ¿Algo más?

Se le acerca y prácticamente se los estampa en el pecho.

—Sí. Púdrete.

Yaten pone los ojos en blanco y hace un rollo con los documentos. Luego anuncia que él mismo llamará al abogado para que ingrese su solicitud a primera hora de mañana, y que se marchan. Seiya le ignora en todo, saca una cerveza del refrigerador y se larga a la sala.

—¿No quieren quedarse a cenar? Seiya preparó ramen —imploro con voz aguda. No quiero quedarme sola con él.

—No, gracias. Tenemos reservaciones —declina Yaten. Ni me había fijado en lo elegantes que estaban vestidos. Minako lleva un vestido debajo de su abrigo, y él va de camisa formal.

—Okay… que se diviertan.

Minako me da un beso y promete que me mandará mensajes. Luego ambos se van.

Y me dejan aquí. Con la bomba con patas que es Seiya, y que ahora yo tengo que desactivar.

.

.

.


Notas:

¡Hola a todas! Ya les traigo una nueva actualización. *-*, sé que ahora no me enfoqué mucho en el romance entre Serena y Seiya, pero tenían que atravesar esta zona "minada" pues era un pendiente que inició hace mucho y deben resolver, que también servirá mucho para su relación más adelante. Particularmente disfruté mucho de Yaten descosiéndose sobre Diamante XD, que parece que anda desaparecido. Parece. Muajajja

¿Les gustó? Espero que sí y me lo hagan saber con un review. Gracias a todas por leer!

Besos de cereza

Kay