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"Roomies"

Por:

Kay CherryBlossom

(POV Serena)

34. Ilusiones

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Apago la estufa y a la par inhalo y exhalo, en un vago intento de liberar mi tensión.

Echo un vistazo hacia la sala, donde Seiya sigue hundido en el sofá. Ahora tiene una mano sobre la frente, la otra sigue sosteniendo la cerveza. No puedo verle el rostro. No sé muy bien qué debo hacer, pero sí sé que no tengo opción en dejarlo estar. Quiero hablar con él, pero para eso necesito que él quiera hablar conmigo. No pelear.

Casi de puntillas, me aproximo hacia la estancia.

—Seiya —le llamo, en una voz tan apagada que no sé si podrá oírme.

Lo hace.

Se incorpora con pesadez, como si acabara de despertar de un aletargado sueño. Luego deja caer la cabeza sobre el mullido respaldo. A pesar de su lenguaje corporal, entre fastidiado y de hartazgo, sus ojos no traslucen ningún brillo peligroso. Me mira y extiende una mano, dando un golpecitos que me invitan a que me siente. Sonrío para contrarrestar la expectación rara que me provoca.

Me acomodo en la orilla, pero él deja escapar el aire, o tal vez es una risa.

—Bombón… no voy a comerte —replica suavemente, para luego añadir—. Bueno, no a menos que tú quieras.

Un agradable cosquilleo me brota en el estómago. El modo en el que la tenue luz de la única lámpara ilumina su rostro hace que me den ganas de alargar la mano y tocarle, pero no sé si es buena idea.

—¿Estás bien? —pregunto, quedando casi pegada a él.

—Sí —dice, y yo sigo aguardando su furia.

Gruñe y se aparta unos mechones rebeldes que se le han soltado de su cola de caballo. No parece querer hacer combustión espontánea como hace un momento.

Tres minutos o algo así después, sigo esperando que la bomba explote. Pero nada. Él sólo mira el techo con decepción.

—¿Vas a decir algo? —le pregunto, con la esperanza de interrumpir el extraño silencio.

—No te merezco —murmura sin volverse.

—¿Qué? —replico, con el corazón latiéndome a toda prisa.

Él gira un poco la cabeza, y me contempla con detenimiento.

—Que no te merezco, y... —repite, y se detiene a media frase. Yo subo las piernas al sofá, inquieta.

—¿Por qué dices eso? Seiya… ¡hey! —le llamo, alzando la voz y tocando su hombro para que me haga caso—. No digas eso. ¡Nunca!

—¿Por qué no? Es la verdad —afirma con voz endeble.

—No lo es —Dios, cómo me duelen sus palabras.

—¿No? —sonríe con amargura —. Mi hermano menor y mi novia tienen que salvarme el maldito culo, en vez de que yo sea quien resuelva mis propias mierdas. Mierdas que tienen años caducadas. Y encima tienen que hacerlo a mis espaldas, porque como soy un idiota y no tengo arreglo, no les queda otro remedio. Soy un incordio para todos, y tienen razón.

Es curioso, porque generalmente él intuye mucho lo que estoy pensando sobre casi todo. Pero en situaciones importantes como ésta, donde se trata de los sentimientos, no tiene ni la más mínima idea. Es una contradicción que suele repetirse entre nosotros. ¿Cómo puede decir eso? ¿Cómo puede degradarse al punto que no acepta que le protejan o le ayuden por el simple hecho de ser quien es? No es sólo un cabezota testarudo, es realmente un asco que se considere tan inferior a los demás por cuestiones que le pueden pasar a cualquiera. Es humano, sencillamente.

—¡Tú también me has salvado el culo muchas veces! ¿Y eso qué? —chillo, porque repetir mis cavilaciones es demasiado intenso.

Para mi asombro, Seiya se ríe.

—¿Qué? —le espeto, mosqueada.

—Es que cuando tú lo dices es tan gracioso, Bombón…

Al menos lo he hecho reír. Bien.

—Yo no le veo lo chistoso —finjo enojarme. Aunque quizá si lo tiene. Él me ve de forma inescrutable, y sacudo la cabeza menguando mi tono —. Perdón, no quiero discutir contigo de nuevo.

—Pues no lo hagas —dice, como si fuera tan fácil.

—Lo que intento hacer es explicarte que estás equivocado. No eres ningún incordio, y si hay alguien que sabe ser generoso y sacarnos de situaciones jodidas eres tú, Seiya. Es lo que hacen las familias. No es nada por lo cual avergonzarse.

—No éramos ni pareja, no había por qué —alega. Yo pongo los ojos en blanco.

—Tú has hecho muchas más cosas por mí que yo, y apenas si éramos conocidos.

—No exageres las cosas. Sólo fueron un par de favores —desplanta con desinterés, volviendo a agacharse, y así, cerrarse al mundo. ¡Favores, dice! Al milagro de que yo sea más osada, sociable, independiente y feliz. Sobre todo feliz.

Nuevamente, no digo mis pensamientos sin filtro. No le van a sentar bien. Miro mis manos enlazadas sobre mi regazo y repongo, abatida:

—Ojalá pudieses verte como yo lo hago.

—¿Cómo me ves? —su rostro se inclina a mí y parpadea. Su expresión de lo más curiosa me resulta adorable.

—Como alguien que da y ama a los demás incondicionalmente, sin esperar nada a cambio. Das exactamente lo que eres, y me deprime que no seas capaz de reconocerlo.

—Pero…

Le interrumpo con brusquedad. Si lo que necesita son pruebas, las tendrá. Le cojo la cara con las manos, dejándole desorientado.

—¿Quién me ofreció un sitio donde vivir, cuando pudo invitar a alguien más divertido o acorde a tu estilo de vida? Tú, y lo hiciste sólo porque me viste necesitada. ¿Quién se quedaba conmigo tantos sábados a ver películas porque yo no tenía donde ir? ¿Quién decoró el cuarto para que me sintiera a gusto? ¿Quién me consoló después de ésa horrenda reunión familiar? ¿Quién fue conmigo a la boda? ¿Quién me resguardó y juntó mis pedazos cuando estaba rota y desprotegida? ¿Quién hace todo por hacerme sentir bien, con mis padres o con mi hermano? Tú, tú, tú. Sólo tú. Nadie más. Eso es lo que me hizo enamorarme locamente de ti, Seiya… y lo que siempre me tendrá así. Así que te prohíbo que vuelvas a decirme que no te merezco o una cosa semejante. ¡Nunca más!

Él suspira sonoramente, y la desesperanza de su rostro es sustituida por un pequeño gesto de alivio e ilusión.

—¿En serio piensas eso de mí?

—Claro, tonto —contesto con honestidad.

—Ah.

—¿Pasa algo? —me preocupo, pues tarda mucho en contestarme.

—No. Solo que creí que te habías pillado por mi deslumbrante atractivo y carisma —bromea, fingiendo un puchero de angustia.

Se me sale la risa.

—Bueno, eso también. Un poco.

Para mí es el hombre más guapo del mundo, con ésa sonrisa entre pícara, dulce y burlona. Su pelo azabache que contrasta con el azul oscuro de sus ojos; y sus músculos fibrosos perfectamente tallados en su cuerpo. Es sencillamente perfecto.

Pero no se lo voy a decir. Además de que se sabe que está bastante bien, ya he conocido la faceta del príncipe gallardo en el caballo blanco. Dos veces. Y entonces sus armaduras se tornan negras y sus corceles mutan en demonios abominables de cinco cabezas. Y ya no soy la princesa, si no su presa, o su rehén.

Así que no me fío mucho de las apariencias. Ya no. Seiya tendrá mil defectos, pero tiene el alma pura… y me ama con toda ella.

Él me toma de la cintura, y abraza con más fuerza de lo que ha hecho jamás. De la sorpresa gimo, y él aprovecha para besarme. Es un beso ansioso, derrochador, agradecido, lleno de él. Mis labios se entretienen con los suyos mientras nuestras manos se cuelan por dónde les place sobre la ropa. Mi cuerpo se languidece con su contacto, y nuestras respiraciones se agitan en sincronía a nuestras bocas. Siempre nos cuesta una barbaridad separarnos, pero ésta vez es diferente. Es como si no necesitáramos ir más allá.

Concluye con un largo beso de pico, y sus iris azules brillan cuando me miran.

—Gracias, Bombón. No sólo por lo que hiciste… por aguantarme, y bueno, por todo —exhala abrumado, como si no supiera qué más decir.

Engancho las manos a su cuello como un monito.

—Me alegra que todo se aclarara al fin, y no tengamos más secretos. Sólo hay algo que me inquieta un poco —Alza las cejas en señal de duda —. Yaten. ¿Estarás bien con él?

Me mira con extrañeza.

—¿Por qué lo dices?

—Eh… porque le gritaste, le dijiste que se pudriera y luego prácticamente lo echaste de aquí —le recuerdo con ironía.

—Ah, éso —dice, como si no se acordara. Luego esboza una sonrisa ladina —. No le des importancia.

—Seiya… —rezongo, exigiendo respuestas.

—Bombón, en el lenguaje Kou eso es como: «Ganaste, yo lo sé, tú lo sabes. Pero estás de coña si crees que lo admitiré en voz alta enfrente de las chicas. Y por hacerme enfadar te toca traer las cervezas y las botanas la próxima vez que vengas a ver el partido.»

Pestañeo. Eso no tiene patas ni cabeza.

—¿De veras?

—Te lo juro.

—Qué raritos son —se me sale opinar.

—Eso no te lo voy a discutir —se ríe Seiya bajito—. Pero así nos entendemos, sino ya nos hubiéramos matado hace mucho.

Y tras prometer que me fiaré de su palabra, me coge de la mano y me lleva a cenar. Tanta disputa y emociones encontradas nos pusieron famélicos de pronto. Ponemos la tele y cenamos el ramen casi en silencio, sólo dedicándonos unas cuantas sonrisas o vistazos de vez en cuando. Los dos estamos reventados, y sin querer volver a tocar otro tema pesado, nos vamos a la cama.

Hoy es sábado por la mañana. Un molesto sonidito electrónico irrumpe mi profundo sueño. Manoteo torpe aun con los ojos cerrados, y lo único que consigo es darle a Seiya un trancazo en la nariz.

—Auuuuch —aúlla medio dormido, a mi costado.

—¡Perdón! —malhumorada, silencio el cacharro. No sé quién me ha llamado, pero por mí ya puede irse al infierno. Es muy temprano, y es fin de semana. Me acomodo de nuevo para buscar su calor, pero entonces las usuales campanitas de mensajes se suceden una a una, y vuelvo a gruñir.

Tal vez, sólo tal vez sea una emergencia, y me rindo. De todos modos ya me ha despertado.

Me pongo boca arriba, y con los párpados casi pegados abro la aplicación.

—¿Quién es? —pregunta de mala forma Seiya. Me abraza y se me acurruca en el pecho como si yo fuera su oso de felpa. No puedo evitar sonreír por primera vez en el día. Sólo hace éste tipo de niñerías cuando está semiconsciente.

Le acaricio el pelo revuelto con la mano que tengo libre.

—No lo sé. A ver… Oh, es Unazuky. Y un mensaje de Lita. Y uno más de Unazuky. No, dos. Tres, cuatro… ¿Qué diablos?

Por el rabillo del ojo noto como Seiya levanta un poco la cara, y se asoma hacia la pantalla.

—¿Son necesarios más corazones que palabras?

Vuelve a acomodarse sobre mí.

—¿Celoso? —pico.

—Mucho. Más que ése... Homero—murmura con voz ronca. Me río.

—Me parece que su nombre era Otelo.

—Homero, Otelo, Putelo. ¿Qué importa? ¿Qué quiere la pelirroja cotilla para variar?

Después de leer entre líneas montones de tonteras, le respondo a Seiya:

—Sólo está nerviosa porque tiene una cita ésta noche —me rasco la frente.

No sé si contarle...

—¿Y a nosotros qué nos importa? —se queja con los ojos cerrados. Está siendo algo maleducado, pero normal, le han despertado. Las mariposas en mi estómago revolotean cada vez que usa el plural, incluso para algo como ésto.

—Puede que le haya organizado ésa cita… con Zafiro —contesto, a sabiendas de que me lo va a reclamar.

Dicho y hecho. Levanta otra vez la cabeza y se talla los ojos para mirarme bien.

—¡Bombón, no! —exclama. Me pongo de costado y le hago un puchero suplicante.

—Sé lo que piensas, pero realmente creo que harían una pareja ideal —le digo, usando un tono de cría consentida. Es humillante, pero mi nivel de cursilería ha se ha disparado demasiado últimamente. Ya me sale a borbotones, a todas horas. Me he convertido en una de ésas chicas que yo juzgaba. Las que usan apodos ridículos y voces manipuladoras de bebé con sus novios.

Ya es demasiado tarde para mí.

Seiya suspira, pero no pica mi anzuelo. Sólo eleva una ceja con sarcasmo.

—¿Y eso lo deduces por…?

Me muerdo la mejilla.

—Pues… ella es soltera. Él también. Y…

Y porque está desesperada y quiero quitármela de encima, pero no creo que deba decirlo.

—¿Y? —insiste.

—Ambos son extrovertidos, guapos y se llevarían bien. Estoy segura.

Seiya se talla los ojos con hastío.

—Siento decirte que Zafiro no quiere una relación —Eso ya lo sabía.

—Eso es porque no ha encontrado a la mujer indicada, es todo —le discuto acaloradamente, defendiendo mi postura. Sí, mi nivel está de atar.

—O… realmente sólo no-quiere-una-relación —puntualiza tajante.

Me pongo otra vez boca arriba para usar mi teléfono y confirmarle a Lita nuestro punto de encuentro, y de paso pretender que le ignoro, aunque estoy pendiente de todos sus movimientos.

—Tú tampoco querías una, y mírate —le pincho, a la vez que esquivo sus ojos, que seguramente me están fulminando.

—No es lo mismo —farfulla.

—¿Por qué no?

—Porque yo lo digo, y punto.

—Ah, mire… disculpe usted, señor-de-las-verdades-absolutas. Aun así les presentaré, y no puedes evitarlo. No te estaba pidiendo permiso. Y punto.

Seiya bufa y se tapa la cara con su almohada. Su voz se oye amortiguada:

—Haz lo que quieras, pero no me metas en tu culebrón si sale mal. Porque saldrá mal. Y no me llames señor ni aunque sea de joda.

—¡Saldrá bien! —le jodo zarandeándolo —. Perdón, señooooor.

—Ssssh. Déjame dormir, por piedad.

—Acepta que es una posibilidad. Pueden tener química, enamorarse y puede que hasta ir juntos a la boda de Lita. Mucha gente se enamora en las bodas. Ahora que lo pienso, es muy curioso que esta es la tercera boda a la que vamos juntos, ¿no?

—No me interesa. No me hables. No existes...

Será desgraciado…

Le doy un almohadazo con todas mis fuerzas. Lo malo es que no le apunto bien y termino dándole además un buen codazo en las costillas. Se descubre de inmediato.

—¡Ey, es la segunda vez que me golpeas estando en desventaja! —protesta, y antes de que pueda disculparme, en el segundo que grito ya lo tengo encima haciéndome cosquillas en el ombligo y despeinándome toda. Nuestra pequeña riña se ha convertido en un juego revoltoso, como a veces pasa.

No fue una gran batalla. Cuando logra ponerme los brazos sobre la cabeza, sus labios dibujan una media sonrisa traviesa que hace que me excite y me derrita. Quisiera sacarle la camiseta, pero no puedo.

—¿Te rindes?

—Si me das un beso, sí —sonrío como una adolescente ilusionada por primera vez.

—Si suplicas, tal vez —me reta, y siento todo su peso sobre mí.

Sus mejillas arreboladas y el brillo de sus ojos es un panorama hermoso, pero entonces cuando se dispone a hacer algo más, de algún modo deja de serlo. No sé bien lo que está pasando. De mi pecho algo se contrae con mi respiración irregular y mi estómago se retuerce, como si estuviera subida en un juego mecánico del que no me puedo bajar.

—Vale, tú ganas —sonrío insegura, tratando de recobrarme —¿Podrías…? No puedo… moverme.

—Es la idea —dice malicioso, aplastándome aun más contra el colchón.

Pero oh no, ya no es divertido.

—Ya entendí. Sólo… quítate de encima —jadeo, y ya no es una petición. Es un clamo aterrado. ¿Por qué? Sólo es Seiya. Mi Seiya. Es un juego, un tonto jue...

—Ya te dije, tendrás que suplicar… —cierro los ojos y su voz se pierde en un eco. Cojo aire y mis brazos se tuercen y se retuercen, doblándose y sin poderse liberar. Estoy atrapada… y sobre mí hay unas luces blancas que me ciegan. Una figura maloliente y obscena me somete a su voluntad. Puedo oler el licor barato, siento su barba rasposa en mi piel y veo sonrisa enferma.

—¡Suéltame! ¡Basta! ¡Déjame en paz! —mis gritos deben ser desgarradores, porque entonces es nuevamente Seiya, quien me suelta y me estrecha en sus brazos, pero yo sólo huyo de él.

—¿Estás bien? ¿Es que te he lastimado? Yo pensé que estábamos tonteando… ¿Bombón? Hey, mírame.

Estoy sentada y a una buena distancia suyo. Ni siquiera recuerdo haberme arrastrado hasta aquí. Tengo las manos sobre el rostro, y el corazón, que ya se ha normalizado, me indica que todo está bien. Aparentemente, aunque no lo está.

Le miro con los ojos desorbitados.

—¿Qué pasó? —me pregunta de nuevo, buscando sus ojos con los míos.

—No lo sé —respondo con voz aguda, y soy entonces yo la que le echa los brazos al cuello. No, sí lo sé, así que rectifico —. Lo siento. Por favor no vuelvas a hacer eso.

—Claro, aunque… no sé bien qué hice mal —se disculpa en tono suave. Su aroma y el tacto de los músculos de su espalda me calman instantáneamente.

Tras darme unos momentos, le explico que dentro del calor del momento comencé a tener otra pesadilla vívida, aunque sólo fueran unos segundos y él no podría haberse percatado. Tenía mucho que no las tenía, y creí que habían desaparecido del todo. Pero lo cierto es que siempre que teníamos intimidad, era yo la que estaba sobre él, y desde entonces eso no había cambiado. Sólo así lográbamos hacer el amor sin posibles percances. No soportaba que alguien me inmovilizara o que me dejara indefensa, incluso sabiendo que podía confiar ciegamente en él. Daba igual. No era cosa suya. Mi mente revivía aquellas escenas si yo no le tenía totalmente bajo mi control.

Seiya me pasa el pelo detrás de las orejas.

—Bombón, yo…

—No me pidas perdón. No es tu culpa —le interrumpo con una sonrisa reconfortante, aunque me sale amarga la voz.

Él baja la vista, con un deje de remordimiento.

—En realidad… quería decirte que creo que deberíamos resolver esto.

—¿Resolver qué? —parpadeo confusa.

—Ven —me invita a acurrucarme en sus brazos. Lo hago, y los dos nos tumbamos otra vez, aunque mantengo la cabeza erguida para mirarle.

—No había querido decir nada para no disgustarte, pero no me siento a gusto con… umm… cómo explicarlo —lo veo dudar, y el pánico me recorre por un instante por las venas. Lo que sea que me va a decir sé que no es algo bueno, y que tiene que ver conmigo. Horror.

—Está bien, quedamos que no tendríamos más secretos —le animo, y espero que no detecte como mi corazón se ha acelerado junto a su pecho.

—Nuestro contacto físico. Es… bueno, algo complicado —me revela.

¿Qué quiere decir? Hasta donde sé, no nos quitamos las manos de encima todo el tiempo, y pensé que éramos felices. ¿Por qué? ¿Qué es lo que es complicado? ¿Es que ya no le gusto?

Seiya ve mi cara de mortificación, y me da un beso en la frente. Como de costumbre, sus muestras de cariño me tranquilizan.

—Mira, no sé si te has dado cuenta… pero cuando estamos juntos, siempre lo inicias tú. Puedo abrazarte o besarte siempre que quiera, pero ahí acaba la cosa. Cuando se trata de pasar al siguiente nivel, nunca sé si hago algo mal o soy demasiado brusco. Si te sentirás incómoda o te dará un episodio de éstos, entonces prefiero dejarte a ti la batuta y yo sólo te sigo la corriente.

Dejo escapar una tensa exhalación. Así que era eso…

—Entiendo —mascullo, y se me encienden las mejillas. No. Soy la despistada Serena Tsukino. Claro que no me había dado cuenta. Pensé que simplemente sabíamos leer nuestros movimientos, porque compaginábamos perfectamente. Ahora sé que era él quien me leía a mí.

Seiya interrumpe mi cavilación.

—Y no me molesta, en serio. Salvo que… —calla y chasquea los labios. Luego inhala fuertemente y parece luchar consigo mismo antes de hablar —. Que nunca he tenido relaciones sexuales con nadie con quien no sintiera más que simple atracción, y yo te quiero. Mucho. Estoy descubriendo algo totalmente nuevo. Hay muchas cosas que me gustaría probar contigo en ése aspecto. Es frustrante no poder tomar la iniciativa de nada, porque no sé si me vas a tomar por un depravado o un desconsiderado, o si simplemente te echarás a llorar o gritar como ahora…

—Jamás pensaría eso de ti, Seiya —le aclaro muy seria, mirándole.

—Pero pasó. Y eso que sólo era una guerilla en la que me dejé llevar en pijamas… imagínate si hubiera sido algo más. No quiero hacerte daño, de ninguna manera —concluye, y yo siento una agridulce sensación en el pecho.

Sin embargo, a pesar de que acabo de enterarme de algo que podría resultar problemático en nuestra relación para variar, no puedo dejar de reconocer que esto de la comunicación se nos está dando mejor. Mucho mejor. Quizá no es fantásticamente funcional, pero sí se acerca mucho a lo normal. A lo que siempre he aspirado con él.

Quiero decirle muchas cosas. Como que me encanta que me cuide tanto y sea más abierto conmigo en cuanto a sus pensamientos y sentimientos de modo casi natural, pero por ahora le echo una pierna encima y me limito a decir:

—¿Y qué cosas son ésas que tanto quieres hacer conmigo?

Entrecierra los ojos.

—Radical el cambio de tema, ¿no crees? —espeta, aunque lo dice de buen humor.

Me encojo de hombros, y justo cuando le veo abrir la boca, le pongo el dedo índice en los labios. Luego le beso de modo fugaz y salto de la cama.

—Piénsatelo bien y luego me lo dices. ¡Ya voy tarde!

—¡¿Qué?! ¿A dónde? —Su decepción me tienta a volver a la cama.

Empiezo a sacarme los calcetines y las calzas de dormir.

—Tengo que ver a Lita en una hora. Iremos a buscar su vestido. Bueno, iré a darme una ducha rápida.

—No se me ocurre nada peor que el hecho de casarse, salvo ser una dama de honor —farfulla Seiya.

—Sí, gracias por recordarme tu aversión a las bodas. Iremos igual.

—Si vas solo, te exilian a una horrible mesa con la peor gente, como los ancianos y los críos. Si vas acompañado, todos joden con éso de que cuándo serás el siguiente…

Pongo los ojos en blanco, aunque lo que dice es parcialmente cierto.

—Nadie va a joderte. Tenemos saliendo como cinco minutos. Oficialmente —apunto en burla, yendo hacia la puerta del baño; aunque a la vez tuerzo el gesto. Es una tontería, pero que su primera reacción sea rotundamente negativa sobre el matrimonio no me sienta del todo bien. Incluso cuando yo misma coincido que no necesito un papel para ser feliz, si ya lo compartimos todo prácticamente. Es una contradicción algo extraña, a la que procuraré no darle demasiadas vueltas, con tal de no discutir.

—Pues parece mucho tiempo —comenta, y entonces al mismo tiempo nos miramos.

—Es verdad —coincido, y rompo el contacto visual para buscar en mis cajones qué ponerme. Jeans, camiseta, un buen suéter...

—Supongo que es porque llevo mucho tiempo deseándolo —le oigo decir en voz baja.

Me paro en seco en mi destino rumbo al baño. Cuando le veo, noto que ha bajado los ojos a las frazadas y tiene el ceño fruncido. Son este tipo de comentarios los que hacen que siga más flechada que el tiro al arco donde practica el mismísimo Cupido.

Es una reflexión hermosa, pero creo que no debo hacérselo saber, porque existe la posibilidad de que le reste importancia. Prefiero quedarme con mis propia versión.

—¿Qué? —pregunta. Acabo de reparar que lo estoy mirando como una acosadora.

Carraspeo.

—Nada. También yo. Bueno, menos cuando eras ése cretino del karaoke que se burlaba de mi camiseta de Snoopy.

—Cierto. Era horrorosa —Sus ojos se iluminan divertidos.

—Tú eras el horroroso —devuelvo, y me desnudo completamente, lanzándole su camiseta negra al rostro. Detrás de la puerta oigo su reniego hasta que, asumo, se vuelve a quedar dormido.

El aire es helado ésta mañana, pero el sol es brillante y el cielo azul claro. Es un día radiante de diciembre. Mi boca se abre como la de un hipopótamo, sin intención de disimular mi enorme sueño. A mi lado, Lita me muestra las palmas de las manos y se ríe.

—¡No me comas, por favor!

Me sonrojo y meto las manos a los bolsillos del abrigo.

—Perdón, usualmente no carburo sin un buen café.

Lita me mira apenada.

—Siento haberte citado tan temprano, pero no quiero que las encargadas nos ignoren por tanta clientela después. Te prometo que recién localicemos un local yo te invito uno. ¡O dos! —sonríe a modo de disculpa.

Yo aleteo con una mano como si no tuviese importancia, aunque la tiene. Mis ojos buscan incesantemente una cafetería. Sólo Dios sabe cuánto nos tomará éste suplicio…

—Lita, no es que quiera meterme en tu agenda nupcial pero ¿no es un poco pronto para encargar el vestido? —inquiero, mientras la sigo por una acera llena de boutiques exclusivas de novias.

—¡Oh, no! El tiempo vuela cuando se planea una boda, por muy pequeña que sea. Y mi vestido es algo que he imaginado desde que tengo doce años. ¡Tiene que ser perfecto, y tengo tantísimas ideas que no sé ni por dónde comenzar! —chilla, casi sin aliento. Yo parpadeo contrariada, cuando me apabulla con un discurso: Aunque no le guste, debe comprarlo y no mandarlo hacer a su gusto. pues tampoco tiene un sastre que sea de fiar. E importar las telas adecuadas de Europa puede ser un verdadero lío con las aduanas, etcétera, etcétera...

—En cambio Minako sabía exactamente lo que quería. Lo cuál lo hizo más problemático —comento, cuando al fin termina su monólogo. No he puesto atención ni a la mitad.

Error. Es como si le hubiera abierto debate a su tema favorito. Le salen estrellitas en los ojos cuando me pregunta:

—¿Cómo era su vestido? Cuéntame.

No tengo de otra que ponerme a recordar.

—Er… pues era hermoso. Elegante y… muy sensual, supongo. Como de diosa griega. Tenía patrones de hilos dorados en el escote y era muy descubierto de la espalda.

—¡Qué maravilla! —suspira al viento—¡Espero poder encontrar algo que me quede a mí, aunque sea casi imposible!

Enarco una ceja.

—No creo que sea imposible. Sólo es cuestión de hallar tu estilo —empiezo, pero ella menea la cabeza. Si no me equivoco, ahora luce algo deprimida.

—No tienes idea. Mi cuerpo es un verdadero fastidio la mayor parte del tiempo. No soy normal, como puedes ver.

Se me sale una sonora carcajada.

—¿Disculpa? A menos que tengas pezuñas de cabra en tus botas en vez de dedos, no veo nada anormal en ti.

Se ruboriza y se frota las manos para entrar en calor.

—No tengo la talla promedio de una mujer japonesa. Soy demasiado ancha y alta, mi pecho es muy generoso. Me cuesta mucho encontrar ropa que me entre bien—se aun más pone colorada —. Casi toda debo comprarla de tiendas extranjeras en línea. Y como para colmo soy muy masculina, las cosas lindas no tienden a lucir en mí.

Me quedo boquiabierta. ¿Pero de qué demonios está hablando esta mujer?

—¡Lita! —le grito, prácticamente. Ella respinga y abre los ojos asustada. Es gracioso que ella se cohíba ante mí, porque podría derribarme fácilmente como una figura de cartón. Pero caray, su autoestima realmente me cabrea, si ella es tan linda y dulce —¡No digas estupideces!

Hace morritos.

—Pero es la verdad… yo quisiera ser como tú. Todo sería más fácil —discute, visualizando los escaparates con añoranza.

Me señalo.

—¿Como yo? ¿Enclenque y plana como una tabla de planchar? —Si éste es un chiste, es uno muy cruel.

—¡No es así! Estás proporcionada a tu figura. Eres delicada, esbelta y bonita. Como una bailarina de ballet.

—Sí, bueeeno… yo no bailo ni la polca, así que ahórrate la comparación —me mosqueo.

—Aun así…

Me le planto enfrente y la tomo de los antebrazos, obligándole a mirarme a la cara, y le suelto mi discurso:

—Escúchame bien. Compararte con otras mujeres es una pérdida de tiempo, con mucho sufrimiento de por medio. ¡Olvídalo! Me pasó con Minako, con Michiru, y otras más que conocí. Cada quien es como es, y eso no impedirá que tengamos nuestro propio final feliz. Y por cierto, de nada sirve que tu prometido te vea como la novia más bella del planeta, si tú no piensas igual. ¡Espabílate, mujer! ¿Eres alta? Pues tienes atributos de modelo. ¿Atlética y fuerte? Puedes darle una paliza a quien te busque las cosquillas. Y a mí me pareces muy mona. Eres gentil, cocinas, limpias, haces manualidades y sabe cuánto más… y si Andrew o los demás no lo valoran ¡que les den por el culo! ¡Se lo pierden ellos! ¡Pero tú no puedes pensar así!

—Serena… —musita ella, impactada de mis palabras tan soeces como conmovedoras.

Recupero el aliento y me distancio.

—Lo siento, pero tenía que decírtelo o ésta búsqueda del vestido será en balde. Y porque la abstinencia de cafeína me crispa un poco —agrego, y comienzo a caminar.

Lita ríe, y se toma muy bien las cosas. Me da un abrazo que obvio me duele, y me agradece ser su dama de honor. Luego nos introducimos en la primera tienda que le gusta.

Siempre pensé que en cuestiones de vestidos de novia, sólo habría que limitarse al tipo princesa o sirena. O bien, al largo de las mangas. Pues no. Existen un sin fin de cortes, tules, colas, encajes, pedrería, botones, transparencias, crinolinas, corsés y demás porquerías que pueden ser, además, de muchos tonos diferentes de blanco. ¡El blanco no es sólo blanco, aunque no lo crean amigos! ¡Nos engañaron en el jardín de niños! Hay perla, marfil, champán, crudo, hueso, rosáceo…

Una pesadilla.

Y Lita no es la excepción. Es muy quisquillosa, como todas las novias. Quiere algo que resalte sus curvas, pero que no muestre demasiada piel. Tela ligera, pero no corriente, como satén brilloso. Encaje, sí, pero sólo de flores. Largo, pero que no arrastre. Clásico, pero con un toque moderno. Que ésto, que lo otro…

Estamos en la quinta tienda, probándose ella el vestido "∞" mientras yo me atiborro de las galletas, té y chocolates que nos ofrecen gratis. Es lo único que no me impide salir pitando de aquí. Pienso en Seiya y en lo bien que me la estaría pasando con él ahora, metidos en la cama y charlando o mirando la tele. U otras cosas más interesantes que ahora sé que quiere hacer.

Mi celular suena desde las profundidades de mi bolso. Es Minako, y hablar con ella me entusiasma pues no he sabido de ella y estoy muy aburrida.

—¡Mina, hola!

Vaya… no pensé que estarías despierta hasta después del mediodía —dice asombrada a través de la línea.

—Me han levantado a rastras.

¿Y eso?

—Mi gran boca. Mi incapacidad de decir no. Mi infinita generosidad, ¿qué sé yo? —murmuro, mordisqueando una galleta.

Minako me pide el contexto, y se lo doy. Le cuento que ahora soy la dama de honor de Lita, y estamos organizando juntas la mayor parte de los preparativos. Su voz, en un principio agradable, parece apagarse.

—¿Pasa algo? —inquiero, cuando se queda callada del todo.

No. ¿Y de casualidad terminarás pronto? —pregunta como abstraída.

Miro a la tienda por si acaso Lita me escucha, pero no está alrededor.

—Lo dudo… iremos a almorzar luego, y en la noche tengo una fiesta. Lo siento —me disculpo, mordiéndome el labio —. ¿Podemos posponerlo al otro fin de semana?

, no importa. Sólo quería charlar.

—Estamos charlando.

No, Sere. En persona —No sé si me lo estoy imaginando, pero ahora parece nerviosa.

Me doy golpecitos en la nariz con el dedo. Siento que algo se me escapa...

—Ah —digo, alargando la palabra —¿Estás bien? Suenas rara.

No contesta a mi pregunta. En vez de eso, le da un giro totalmente diferente a nuestra conversación.

Me preguntaba si cuando dijiste aquélla vez que contaba contigo para lo que fuera… ¿Era en serio?

Pestañeo y siento todo el peso de sus palabras encima.

—Por supuesto, y me ofende que lo dudes —increpo.

Vale, lo sientodice vaga.

—Minako, ¿qué está pasando?

No está pasando nada. Sólo quería que me lo dijeras otra vez.

—Siempre hemos contado una con la otra, no necesito recordártelo. Pero sí. Tienes mi apoyo incondicional en lo que sea.

Mi amiga suspira. Un suspiro demasiado profundo que no evita para nada que me preocupe.

Gracias. Pásala bien. Hablamos luego, entonces.

—Mina…

Salúdame a Lita. Y… felicítale de mi parte —añade, y el tono abatido de su voz no pasa inadvertido. No para mí.

Sin embargo, cuando estoy por obligarla a que me cuente la verdad, ya ha colgado. Quiero volver a llamarla, pero Lita viene hacia mí con el vestido más deslumbrante y magnífico que yo haya visto en mi vida.

—¡Oh, mi Dios! —no puedo evitar jadear de admiración. Hasta la más escéptica del romance se ablandaría con algo así. Es una pieza impresionante, con corte strapless triangular sobrepuesto de encaje que resalta sus abundantes atributos, y sin llegar a ser demasiado. La falda cae en varias capas vaporosas y redondeadas como si fueran nubes, y una fina cinta con una rosa en el medio de ésta rodea su cintura.

—¿Qué opinas? —me pregunta Lita, mientras la ayudo a subir al escalón de la tarima.

—Pareces una princesa. No, una reina —sonrío.

—Oh, Serena. Es justo como lo soñaba —susurra sin poder dejar de contemplarse en el espejo. Está totalmente absorta, y seguramente ya se imagina caminando al altar con él. Sus ojos empiezan a nublarse y su voz a quebrarse con la emoción. Yo también me emociono, pero me esfuerzo por mantener la compostura.

—Si éste es el bueno, ¿a qué esperamos? —le digo. Feliz de haber terminado… y de poder comer, para qué negarlo.

—El encaje es crepé de aguja original, y exclusivo de una diseñadora francesa. La rosa es de seda pura. Tiene siete capas de tul y chifón —nos incita la dependienta, con una sonrisa ambiciosa en sus labios color carmín.

No sé qué significa eso, salvo que es costoso. Lita asiente, como si todo eso tuviera una gran lógica.

—Es divino. Perfecto. No quiero seguir buscando, pero se sale tanto de mi presupuesto —titubea Lita, aunque sigue babeando por el vestido en el cristal. Es obvio que no quiere quitárselo.

—Oh, vamos. No puede ser tan… —miro la etiqueta y sus seis números, y ahogo un grito —Madre, ¡¿Pues lo hicieron los ratones de la Cenicienta o qué?!

La empleada sólo se encoge de hombros, y tras entender que tenemos limitaciones para contribuir a su jugosa comisión, desaparece momentáneamente para atender a otra clienta. Maldita.

Entonces Lita se bate en un duelo entre lo práctico y lo sentimental. Dice que tendría que llevar su tarjeta de crédito al límite, y no es prudente considerando que el Rose's no está en su mejor momento. Además, teme que Andrew se disguste por un gasto tan excesivo.

—¿Tú qué harías? —se gira, y me hace la horrible pregunta que esperaba. Yo empiezo a procesar qué decirle sinceramente, sin herir sus sentimientos. ¿Yo?

Para empezar, yo jamás compraría un vestido así. Es más, si remotamente quisiera casarme, iría al juzgado con uno casual del centro comercial y mis mejores zapatos. Luego iría a atiborrarme de alitas picantes y cerveza a algún buen sitio con mis amigos. Y por la noche tendría mucho sexo. Y vivieron felices por siempre. Fin. Créditos y suena una canción de Muse.

Pero no se trata de mí. Soy la puñetera dama de honor. Seiya tiene razón, no hay nada peor que ésto. Porque ahora se supone que soy una especie de consejera, o de guía, y nada de lo que yo quiero en la vida compagina con lo de Lita. Mis ilusiones no tienen nada que ver con las suyas. Mi futuro implica, entre otras cosas, ser una reconocida editora, vivir en un gran apartamento con un gran balcón y mucha luz; y con suficiente tiempo libre para leer mis novelas. No hay espacio para preparar la cena a tiempo y elegir flores o decorar una mesita.

Más bien, si yo fuera ella y tuviera una dama de honor… ¿Qué querría escuchar? Sin duda la verdad.

—Lita —la tomo de las manos. Ella me mira expectante —. Si algo he aprendido de mi intensa relación con Seiya es que nunca hay que quedarse con las ganas de decir lo que quieres a tu pareja, y que casi en todos los casos se puede negociar. ¿Por qué no llamas a Andrew y se lo consultas? Quizá puedan ajustar algunas otras sobre la boda que no son tan relevantes para ti como lo es tu vestido.

Ella se queda callada, reflexiva.

—Sí… tal vez podríamos cambiar a un DJ en vez de una banda, o elegir una capilla más pequeña en lugar de iglesia.

—¿Ves? —le insto.

Animada, Lita se va a hablar con su prometido al probador. Yo, entretanto, me quedo mirando un bonito y sencillo vestido aperlado con tirantes de pedrería. La tela es suave y ligera, y cae como agua. Por primera vez, la traicionera posibilidad se cuela en mi cabeza. No debería, pero incluso cuando llego a casa y busco el vestido que quiero ponerme para la noche, contemplo a Seiya afeitarse en el baño para la fiesta. Está cantando y no se percata. Se ve fenomenal con ésa camisa granate y pantalones negros.

No puedo resistir la tentación de imaginármelo con un traje elegante y su boutonnière (vocabulario aprendido a raíz de la experiencia),esperándome al final de un pasillo cubierto de pétalos.

Ha pasado una hora, y el encanto se me diluye rápido. Seiya no deja de quejarse por absolutamente todo durante el trayecto en el taxi.

—No me cabe. ¿Por qué todo es tan formal? —replica, con una cara peor que la de un infante al que llevan a vacunarse con tretas —. Podrían haber hecho una reunión sencilla en casa de Andrew, o ir a cenar ellos solos, o no hacer nada.

—Porque también es su fiesta de compromiso. Creí que sabías —le recuerdo, girando obstinadamente el rostro hacia la calle.

Resopla.

—¿Me estás diciendo que hacen una fiesta... para anunciar que habrá otra fiesta? —Y lo dice en un tono que claramente indica que le parece una estupidez.

—Sí —le corto. No me gusta que tenga ésta repentina mala actitud para variar. Me hace pensar que no le hace ninguna gracia divertirnos juntos en un sitio público, y eso revive otros pensamientos paranoicos e innecesarios también, como que la idea de vernos como pareja no le gusta tanto como lo demuestra en privado. No quiero pasar otra vez por eso.

—No sé a quién se le ocurre hacer un evento al aire libre en pleno diciembre —critica. Yo pongo los ojos en blanco dramáticamente, para que vea bien que me está empezando a fastidiar. Si lo que busca es pelea para que no vayamos, se va a joder.

—Lita dijo que la terraza estaría climatizada —Él hace una larga pausa y respira hondo, como si se hubiera quedado sin elementos para seguir enchinchando —. ¿Y desde cuándo te afecta a ti el frío? Pensé que eras más resistente.

Y con eso al fin cierra el pico.

Eso me hace considerar que la que debió venir mejor abrigada soy yo. Mi saco es demasiado ligero, y para cuando salimos del auto ya me siento hecha una estatua de hielo. No dejo de titiritar y me froto los brazos en un inútil intento de entrar en calor. Camino a toda prisa atravesando el vestíbulo hasta el ascensor que nos llevará al último piso.

«Te lo dije», me lo echará en cara de un momento a otro.

Apenas soy consciente del suceso cuando él se saca con habilidad la chaqueta de cuero, y luego la deja reposando sobre mis hombros. Así, como si no hubiese sucedido nada, se limita a pulsar el botón correspondiente y las puertas se cierran.

Los temas de discusión diversos que tuvimos en el camino han demostrado ser puntos débiles nuestros en el pasado, pero en momentos como éste, parece simplemente un mundo sin obstáculos. Feliz. Ideal. Me siento casi mareada con el gesto tan encantador que acaba de tener conmigo. Eso, o su mano caliente ahora sosteniendo la mía, o su perfume habitual mezclado con el del cuero inundando el diminuto espacio en el que estamos me tiene atrofiada.

Yo lo miro levantando la cabeza y luego me recargo en su hombro, escondiendo mi sonrisa.

—Y no me hagas bromas —me dice, según él, exigente. Pone su pulgar en mi barbilla y me levanta la cara para verle a los ojos —. Sé que pensabas hacerlo.

Me besa suavemente en los labios, y el frío desaparece por completo. Ahora me siento hambrienta, y no de comida. Ansiosa de volver a casa y estar a solas, pese a no haber ni siquiera llegado a la fiesta. En intervalos, no he dejado de pensar en lo que me dijo en la mañana. «Las cosas que quería hacer conmigo». ¿A qué se refería? ¿Es algo muy guarro, muy alocado o muy tierno? Con él nunca se sabe, y la curiosidad me está matando.

—Sólo quería darte las gracias —Bueno, en parte.

—Vale —murmura, y sin mirarlo, sé que sonríe.

Él pega su cuerpo al mío y siento como se me sube el rubor a las mejillas. Los elevadores sin duda tienen un morbo que hace que la gente se ponga cachonda. Me concentro en el avance de los pisos hasta que suena un pitido que anuncia que hemos llegado, y eso me espanta.

Me alegra ver que no es demasiado grande, lo cual indica que tampoco habrá muchas personas. Menos mal, porque aunque ya no tengo ansiedad, sigo siendo terrible para socializar con desconocidos. Sólo son unas cuantas mesas y un pequeño bar en el fondo donde hay bebidas y bocadillos. El sitio está adornado con bombillas redondas colgantes y frascos con velitas en las mesas. También suena una música pop de ritmo tranquilo. La vista además es preciosa, da hacia una de las avenidas más importantes y llamativas de Tokio. Esto es típico de Lita, procurar los detalles y que todo luzca bien sin ser ostentosa.

Ni bien echo un vistazo, una mano se agita vigorosamente en el aire. Es Unazuky, que me llama con tal urgencia que parece un nadador ahogándose en mar abierto.

Andrew y Lita nos dan la bienvenida y nos saludan. Entonces le entrego su regalo, y ella sin saber qué es, ya dice que le encanta. Tengo que darle un codazo a Seiya para que la felicite apropiadamente, y no sólo por su cumpleaños.

—Si me disculpan —me excuso un momento, y avanzo hasta donde está Unazuky del otro lado de la terraza con una copa de vino en la mano.

—¡Pensé que no vendrías! —me susurra casi escupiendo las palabras.

—¿Por qué pensaste eso? Aun es muy temprano. Y, mujer, si no te relajas un poco no pescarás ni un resfriado hoy, te lo aseguro —la riño para que se tranquilice. Ella se ruboriza y me pide disculpas.

—Lo siento, tienes razón… Estás tan guapa… tu vestido es precioso. Creo que yo no me esmeré lo suficiente —se lamenta, y empieza a chocar sus rodillas con aprensión. La miro: Trae un top negro sin mangas que está más embarrado que si fuera body painting, y muestra una buena parte del nacimiento de sus senos. Debajo, lleva unos pantalones en imitación de piel color blanco y también lleva zapatos de tacón de aguja. No hay manera de que no llame la atención, pero no sé si sea del tipo que ella espera.

—Esto… ¿Por qué no te pones mi saco? No te ofendas, pero tu top parece a punto de reventar…

Se pone súper colorada, e inútilmente intenta subírselo.

—Me veo muy facilona, ¿verdad? ¡Lo sabía! ¡Pero me cambié diez veces y se me hacía tarde!

—Nada de eso. Estás bien. Sólo queremos que Zafiro te mire a los ojos, o al menos la mayor parte del tiempo —le sonrío para infundirle seguridad. Me quito la chaqueta de Seiya y luego le doy a ella mi saco. Se lo pone pero claro, no logra ni que le cierre. Eso hace que se vea mucho más sexy, y evidentemente mucho mejor que yo.

Tomo una copa del bar y charlamos unos pocos minutos de trivialidades, hasta que le reconozco. Está saludando a Andrew y en cuanto divisa a Seiya, se dispone a ir con él.

—¡Oh, ahí está! —le digo discretamente a Unazuky —. Es el alto de pelo corto y negro-azulado.

—Dios mío, ¿podría ser más atractivo? —gime. Casi babea y se le ponen los ojos en forma de corazón como en los mangas que yo solía leer.

Me río. Al menos a ella le gusta.

—Voy con ellos un rato para que no parezca tan obvio, ¿de acuerdo? Tú quédate allá, con Lita —le indico, y antes de que pueda repelar yo me escabullo.

Sin embargo, algo en el lenguaje corporal de Seiya me dice que no está precisamente feliz de ver a Zafiro. Le saluda apenas con un apretón frío de manos y luego cruza los brazos por encima del pecho, señal de que está defensivo. Probablemente hasta algo molesto. Aquello me intriga y en vez de ir en línea recta, rodeo algunas mesas hasta el muro que dirige a los sanitarios. No estoy demasiado cerca, pero creo que puedo escucharlos, sobre todo porque Zafiro no es precisamente discreto cuando exclama:

—¡Cuando me dijeron no me lo podía creer! Pensé que era invento de Andrew —Seiya se limita a mirarlo con expresión inescrutable—Seiya Kou con novia. ¡Te juro que no creí que viviera para ver eso! —y suelta unas risas que me hace fruncir el entrecejo.

—Si sigues diciendo estupideces, quizá no vivas mucho después de todo —bromea Seiya en tono ácido.

Es imposible que me mueva de aquí. Esta conversación es demasiado interesante ahora que yo he salido a colación. Él levanta las manos y luego se las lleva a los bolsillos del pantalón.

—No te cabrees, sólo me sorprendió. En realidad me alegra.

Seiya chista los labios.

—¿En serio?

—Hombre, pues sí… ¿por qué no? —El peliazul se encoge de hombros —. Ya sabes que siempre me mantengo al margen de los rollos de Diamante. Todo eso es agua pasada.

Soy un «rollo de Diamante». Vaya… de repente ya no tengo tantas ganas de presentárselo a Unazuky, ni de que sea amigo de Seiya. Aunque sé que no sería del todo justa. Seiya baja un instante la vista, patea una piedrita diminuta con su zapato, como quien no quiere la cosa, y luego le echa ojos de bala:

—¿Qué hay de acosar y amedrentar a Serena en medio de la calle? ¿También eso es agua pasada?

Casi me atraganto con mi propia saliva. Zafiro exhala sonoramente y ahora también luce atribulado.

—¿Te lo contó Serena? —inquiere, menguando su voz. Se ve avergonzado, y mi coraje hacia él baja también.

—Claro que no.

—Ah —dice Zafiro, y baja la mirada.

—Ni me lo dirá —prosigue Seiya, filoso—. Porque teme que nos matemos. O al menos, que nos partamos la cara. Lo último me tiene sin cuidado, por supuesto. Hasta creo que lo disfrutaría. Pero no pienso mortificarla, así que al menos yo sí me pienso comportar. Además todo lo que respecta a Diamante ya me importa un bledo, la verdad.

La copa se me empieza a resbalar de la mano y la pesco de puro milagro. ¡Ya sabía! Oh, Dios…

—Si Serena no te lo dijo… asumo que fue Yaten —increpa Zafiro, como si eso fuera más relevante que el hecho de que su hermano sea un cabrón abusivo y controlador.

—Sí. ¿Algún problema? —le devuelve él arqueando las cejas.

—Ninguno. Dijiste que contigo era de pocas palabras —murmura con un deje de desdén.

—No cuando se trata de lealtad —Seiya niega con la cabeza mientras sonríe —. ¿Y tú, Zafs? ¿Puedo decir lo mismo?

Oigo como Zafiro suspira y luego lo veo de perfil, pasándose una mano por la boca.

—Es mi hermano, Seiya. ¿Se supone que esté de los dos lados de la valla al mismo tiempo? Además Serena sí era su novia, en estricta teoría...

—Bombón y yo sentíamos cosas por el otro desde mucho antes, y él lo sabía. ¡Así que no me vengas con tus putas teorías de mierda! —le recrimina con rabia.

Se me sacude el estómago involuntariamente. Es tan raro oírle hablar de mí, y más cuando tiene que ver con sus emociones. Siempre lo esconde tan bien…

—Está bien, si tú lo dices… —Seiya abre la boca para volver a defenderse, pero Zafiro le gana la palabra —. Escucha, intenté frenarlo. Le dije que la dejase en paz. De veras.

—Claro, y te hará caso porque a Diamante le encanta que le ordenen qué hacer —se mofa Seiya, aunque luce más calmado después de oír aquéllo.

—Hago lo que puedo. No sé por qué te la cargas tanto conmigo. Deberías comprenderme, es cosa de familia. Hice lo mismo que Yaten pero del otro lado, ¿o no? —Yo sacudo la cabeza. No sé por qué pero pienso que no es sólo uno, son ambos los Black que están igualmente obsesionados con los Kou. O no me explico tanta cabezonería de estarlo mencionando de ésa manera.

—Sí. Sólo que Yaten estaba del lado correcto —lo acusa, sin dejarle terminar.

Los hombros de Zafiro se hunden, y agacha la cabeza.

—Ya lo sé —admite, y su opinión me suena genuina —. Independientemente del lío de quién siente qué o quién fue amigo o novio de quién, no apruebo lo que hizo Diamante. Te lo juro.

—Lo sé —le hace eco Seiya, y luego se quedan en silencio, como si no supieran cómo continuar la discusión.

Miro detrás de mí y nadie parece darse cuenta de que soy una espía. Titubeo en irme o no, hasta que Zafiro le pregunta:

—¿Va en serio ahora sí? Serena y tú, quiero decir —aclara, a la par que yo levanto la vista con los ojos muy abiertos. Tengo la sensación de que ésta no es la primera vez que se suscita este tema entre ellos, y mi nervio despunta en pánico ante el inminente silencio de Seiya, que se ha vuelto demasiado prolongado… ¿Qué le va a decir?

No debería sentirme temerosa de su respuesta, y aun así mi corazón bombea al máximo.

—Mientras ella me lo permita, sí —contesta con voz tremendamente controlada.

Su respuesta no es amorosa, ni poética. Y a pesar de eso, no me importa. Es genuina, bella y honesta. Como él.

Me muerdo un carillo del labio mientras sonrío. Debería irme antes de que me pillen, pero no sé si dirán algo más, ahora que sé que no soy la única que le da por ocultar información. Ésta es mi oportunidad de enterarme. Zafiro busca conciliar nuevamente:

—Entonces te complacerá saber que Diamante está fuera del mapa. Literalmente. Se ha ido a Hong Kong a hacer sus negocios y apenas si viene a Japón de pasada. No se queda más de dos noches. Yo mismo me estoy quedando en su penthouse. No les molestará. Ha cambiado. Sé que es difícil de creer y no sé cómo, pero es así.

Seiya no dice nada y sus ojos miran al otro lado del salón. Supongo que está decidiendo si fiarse de él o no.

—Sólo concédele el beneficio de la duda mientras tanto, ¿vale? —le pide. No me resulta irracional. Ni no estuviera escondida oyendo una conversación prohibida, hasta se lo agradecería.

—No queda de otra, supongo —opta por suspirar, y responder—. De todos modos no me interesa pensar en lo que hace o no. No me hables más de él. Por desgracia, antes era demasiado crédulo para caer en sus jueguitos. Pero ya no.

Zafiro lo examina y tiene cara de querer preguntar a cuento de qué viene tanta clarividencia, pero Seiya tiene la prudencia de omitir que ha sido Yaten quien le ha abierto los ojos. Debe haber notado lo mismo que yo y le protege, aunque probablemente Zafiro también encubre Diamante. ¿Quién cambia así como así, y siendo un experto en el arte de la manipulación? No cuadra.

—No creo que a Diamante le apetezca jugar con nadie. Está en cosas más… bueno, está ocupado, quiero decir —compone. Seiya le echa una ojeada excéptica.

—En serio, donde se le vuelva a acercar se me va a olvidar que una vez fuimos amigos...

—No lo hará —le corta él bajando los humos —¿Entonces nosotros estamos bien?

—¿De qué?

—Pues… ¿seguimos siendo amigos y eso? —le pregunta Zafiro con bochorno. Seiya esboza una sonrisa maléfica.

—Si no lo fuéramos ya te habría dado una patada en las pelotas, ¿no crees?

—Bueno, sólo decía… —se ríe Zafiro.

—Que sí, cabrón. ¿Qué quieres, que te de un beso y te lo jure de rodillas?

—Hoy no se me antoja, pero guárdalo para otra ocasión. Me vendría bien un trago —dice mirando alrededor suyo. Seiya consigue de un camarero un par de whiskys en las rocas y choca su vaso con el de él —. Salud. Bueno, y a todo ésto ¿dónde está Serena?

—Pues dijo que estaría con una amiga, pero ahora que lo dices… no la veo por ninguna parte.

Uy, es hora de irme antes de que me empiece a buscar. Dejo la copa por ahí y finjo meterme al baño. Luego salgo con su chaqueta colgada en el brazo y se la devuelvo. Entre las dos copas de vino que me he tomado y los acontecimientos, me ha dado mucho calor.

Luego nos sentamos en una de las mesas Andrew, Lita, Seiya y yo. También está una pareja que se presentan como amigos de Andrew de la universidad y que parecen muy simpáticos. No converso tanto con ellos ya que me quedan retirados, pero por las pocas frases que intercambiamos, me doy cuenta que me agradan y les agrado. Son inteligentes y abiertos, y me hacen sentir incluida.

Un rato después le estoy dando un trago a mi copa, y comprendo que no llegué a creer que me la pasaría tan bien aquí. De hecho, acabo revelarme a mí misma que estoy cumpliendo la fantasía más banal de mi existencia, que permanecía frustrada hasta entonces. No era una gran ambición, a decir verdad. Sólo era yo, sintiéndome cómoda en un círculo social donde no tuviera que fingir ser distinta o me descartaran como el bicho raro que yo me sentía. O bien, sólo limitarme a observar como otros se divertían. Yo siendo yo, con una persona a mi lado, mi persona, mientras mantiene su mano en mi muslo y constantemente me hace reír y ruborizarme con cosas secretas que me dice, y que nadie más entiende.

Sólo eso.

Busco el celular en mi bolso, y sin darle muchos rodeos se lo entrego a Andrew y le pido que nos haga una fotografía. Él mira a Seiya esperando su aprobación, pero yo hablo antes para que él no tenga que hacerlo.

—¿No te importa? —le presiono mirándole. Sus labios apretados dicen a los cuatro vientos que repele la idea, pero accede.

—Vale, pero sólo una —gruñe acomodándose el cuello de la camisa. Andrew se ríe disimuladamente.

—¡Sí, claro! —sonrío, y nos entrejuntamos hasta que el flash nos ciega. No me importa si salgo fatal, me aseguraré de que ésta foto perdure por siempre, igual que estos momentos.

Al cabo de un rato, Seiya me susurra al oído:

—¿Ves? Lo que está destinado a ser, será —me señala al lado opuesto del lugar. En una mesa pequeña están Unazuky y Zafiro charlando, y parecen muy juntitos. ¡Se me había olvidado! —. No necesitas hacer el guión de una novela juvenil.

—¿Tú hiciste algo? —le acuso.

—Claro que no, porque soy hombre. Pienso como hombre y si hay algo que a los hombres nos jode es que nos anden ofreciendo un banquete, cuando en realidad lo divertido está en la caza.

Le miro con cara de pocos amigos.

—Sí, bueno… es una persona, no un antílope.

Él niega con la cabeza mientras sonríe.

—Ya sé, pero no entiendes. ¿Crees que Minako no me insinuó salir contigo en el pasado? Lo de su cumpleaños no fue la primera vez. Y no era porque no me gustaras, aunque no creas.

—¿Ah, sí? —En realidad es una verdad a medias. Mina siempre me insistía que le echara el lazo, pero no creí que llegara a decirle nada a él —¿Y entonces por qué?

—No sé, sólo no quería hacerle caso a mi "cuñada". Es muy mangoneadora, y ya me conoces como soy de rebelde. Además no creí que me dieras ni la hora. Eres… quiero decir, eras demasiada pieza para mí. Pensé que eras una de ésas chicas santurronas que querrían casarse con un tipo intelectual o un banquero.

No puedo evitar reírme de su osadía.

—Tonterías. ¿Que no sabes que todas las santurronas tenemos la fijación por el chico malo? —Me mira con seriedad y yo palidezco —. No digo que seas mala persona, ¡eso no! Ya sabes, me refiero a la ropa de cuero, la banda y los tatuajes. Aunque tú no tienes tatuajes… y...

Seiya me golpea la frente con su dedo índice, y se ahoga una carcajada.

—Ya lo capto, Bombón. No pienses como filósofa o se te derretirá tu cerebro de caramelo.

—¡Oye! —me quejo sobándome, aunque en realidad no me ha dolido —. Siempre me estás maltratando. Olvida lo que dije, sí que eres malo.

—Perdona, se me olvida a veces que eres demasiado… delicada—Arqueo una ceja.

—¿No serás tú el bruto?

Estira su brazo y me atrae hacia él.

—Ya te pedí que me perdones —susurra contra mi pelo. Todos y cada uno de los poros de mi cuerpo se erizan ante su contacto.

Me siento observada. Es Andrew, que nos mira con los ojos como platos.

—¿Qué, se te perdió algo? —le espeta Seiya.

—Pues… Seiya Kou, creo —bromea meneando la cabeza. Yo me ruborizo mucho. No está acostumbrado a verlo comportarse así, y eso me infla el ego como un globo. Me siento especial. Él habrá tenido muchas "cazas" si quiere llamarlas así, pero es la primera vez que resulta cazado, y esa victoria es sólo mía.

En ese momento Lita le toca con suavidad el hombro a su novio, y entonces los dos se levantan para decir las palabras esperadas por la noche. Oigo sólo partes de su discurso y los agradecimientos, porque sólo tengo ojos para quien está a mi lado. Para no hacer una interrupción, le envío un mensaje. Seiya rebusca en su bolsillo y mira lo que le he escrito.

«¿Nos largamos en cuanto termine el brindis?»

Su mirada se ilumina como la de un chiquillo.

Apenas estamos en casa, me le voy encima. Su boca envuelve la mía, y enredo mis brazos en los suyos acercándolo lo más que puedo a mí. Su lengua abre paso entre mis labios para acariciar la mía, y las yemas de sus dedos se clavan aun más en mis caderas. Me hace gemir cuando después de un rato de besarnos, noto lo excitado que está. Cuando paramos para coger un poco de aliento, le digo:

—Dime qué es lo que querías hacerme —mientras, le beso el cuello. Se gira y me mira. Sus pupilas se dilatan por el deseo, pero se refrena como lo suponía. Cree que no podré con ello.

—Yo… otro día mejor…

—Otro día no. Ahorao nos iremos a dormir —le amenazo con una sonrisa provocadora.

—No te atreverías —jadea. Está luchando con sus ganas y su lógica. Obviamente sé cuál va a perder —¿O sí?

—Sólo hay un modo de averiguarlo…

Me pongo de rodillas frente a él y tiro del único botón de su pantalón. La cremallera me causa un poco de problemas, y por un momento considero arrancarlo, pero no puedo permitirme tal cosa. Igual y lo rompo, o con mi suerte, le dejo estéril. Mejor no.

Rozo con los dedos el vello fino que lleva desde su ombligo hasta el resorte del bóxer, y él exhala impaciente.

—Bombón, no me hagas ésto —me suplica desde arriba.

—Pero si es justo lo que quiero… hacértelo —sonrío lasciva. Él vuelve a soltar el aire, derrenegado.

—Está bien, pero primero… ¿podrías continuar a lo que ibas?

Lo sabía.

Le bajo la ropa hasta los tobillos. Seiya se queja ésta vez más fuerte. Con mi mano sujeto lo que no puedo abarcar y el resto de me lo llevo a la boca. Está duro y caliente. El compás lento y rápido de mi lengua quieren que se le grabe que yo soy la única que puede hacerle sentir así. Que su placer y el mío es superior a todo pensamiento oscuro y paranoico. Le quiero, así como él dijo… y nada me va a impedir disfrutar de su amor en cada forma posible.

Un movimiento rápido de sus caderas me provoca una arcada, pero lo soporto. Él recorre mi frente con el pulgar. No puedo pensar en la ironía de sus jugueteos en la fiesta, y que seamos a la vez tan diferentes. Los niñatos y los amantes. Es una dualidad envidiable.

—Hazlo más rápido —me pide, acariciándome el flequillo.

Y yo le complazco encantada. Me gusta su sabor y estoy disfrutando de ésto tanto como él. Siempre lo hago. Amo ver como cierra los ojos con mis caricias y cómo suspira cuando succiono con más fuerza o se le escapa decir mi nombre.

Echa la cabeza hacia atrás y siento como los músculos de sus muslos se contraen bajo mi mano, de donde me he apoyado para no perder el equilibro. Entonces me sostiene la cabeza y de alguna forma él empieza a marcar el ritmo. Yo se lo permito, aunque tantas idas y venidas me empiezan a marear.

—Me fascinan éstas coletas. Tan sexys e inocentes. Siempre me han fascinado… —enreda mi pelo en sus manos y delira como para sí mismo, a la par que me llena aun más la boca con su carne. Yo aprieto el vientre para refrenar lo que las obscenas palabras de Seiya están generando en mí. Entonces le miro, pestañeando, mientras sigo practicándole el oral. Algo que creo que sé que lo puede poner a mil.

No me equivocaba, porque no se aguanta mucho más y me pide frenar.

Me ayuda a levantarme, y entre besos y toqueteos me conduce hasta la barra de la cocina, donde me impulsa de un salto y me sienta. Ni siquiera se molesta en quitar lo que hay sobre la encimera con cuidado, lo tira todo de un manotazo. Por suerte, no hay nada que pueda romper.

—Aquí —me indica —. Esto es lo que quería hacer.

—Oh —murmuro extraviada, mientras él rasga la envoltura del condón con los dientes.

—¿Esperabas látigos y porno gay? —se mofa al ver mi expresión para nada asombrada.

—Sólo el porno gay —ahogo una risita. Un recuerdo me asalta, y con los ojos él me lo confirma.

Aquí fue nuestro primer encuentro. Aquél que fracasó por la llegada de sus amigos una noche de tequila y música. ¿En eso había estado pensando? No me parecía nada excepcional como para mantenerlo en secreto...

Sin embargo, Seiya siempre tiene un as bajo la manga.

—Date la vuelta e inclínate —me ordena.

—¿Perdón? —Me cuesta un poco procesar sus palabras, y él es ahora quien se ríe. No me da la posibilidad de dudar mucho, antes de que él mismo lo haga. Me toma y me empuja suavemente boca abajo, poniendo la palma de la mano en la parte baja de mi espalda, guiándome hasta la orilla. Me acomoda las caderas a la distancia que quiere y luego me sube la falda hasta que mi trasero queda al descubierto para él. Oh, Dios. Esto no me lo imaginaba. Lo admito. No sé si…

—Oye… —empiezo, pero me callo a tiempo.

No. Sí. Lo deseo tanto que me duele físicamente no tenerlo dentro de mí. Algo que sólo él puede apaciguar. Puedo con esto. Cuando me muevo para quitarme los zapatos, vuelve a presionar mi espalda, y siento que me acaricia el cuello.

—Déjatelos, por favor —dice.

—Ah. Vale —respondo torpe, sin cuestionarle.

Rayos, estoy tan expuesta. Necesito verlo. Sé que necesito verlo pero no lo quiero echar a perder. Rezo para que nada malo pase mientras siento como me recorre la carne de los glúteos, los amasa y los pellizca un poco. Luego me baja las bragas y mete muy despacio un dedo dentro de mí. Se acerca, tocando con sus piernas las mías, y entonces siento su dureza rozándome arriba y abajo, incitando aun más. Me retuerzo de gusto y eso me da confianza.

—Estás lista, como siempre —añade otro dedo fácilmente, y yo gimo largamente. Bajo la cabeza y apoyo la mejilla en el mármol frío, arqueando mi espalda cuando empieza a masturbarme de modo más constante. Dentro y fuera, y luego en círculos. Es una gozada. Me muerdo la mejilla, y quisiera pedirle que no tarde en tantas preliminares, pero prometí que todo sería idea suya, así que me rindo a lo que sea que se le ocurra.

En cuestión de segundos me sacia como sólo él puede, y como probablemente nunca hará nadie. Sexualmente, quiero decir. Pero eso no es nada en comparación a la ternura, amistad y complicidad que siento por él y en el fondo (ése fondo que sólo nosotros comprendemos) sé que nadie más me lo podría brindar.

Arremete sus cadencias de manera precisa, cada vez de manera más fuerte y enérgica. A cada estocada se me escapan jadeos y gemidos ahogados. Nuestros cuerpos chocan con una velocidad estrepitosa, con sus grandes manos sujeta una de mis coletas, la otra se aferra a mi talle. Tornando el acto en algo más visceral, primitivo y diría que incluso hasta algo salvaje.

Me apoyo en los codos. Es diferente, y no sé aun si me gusta. Quisiera poder tocarlo yo. Un lento escalofrío me recorre entera, y le pido, como puedo, que se detenga. Seiya se inclina y me besa el lóbulo de la oreja.

—Bombón, todo está bien. Mira —me dirige la barbilla hasta un punto de la cocina que no distingo, y ahí en el pequeño espejo del recibidor nos veo reflejados. Ahí estoy yo, doblada, sudorosa y entregada. Y él detrás de mí, desnudo de la mitad para abajo y la camisa abierta. Todo sensual y en apariencia dominante, aunque no lo es —. Soy yo. Siempre seré yo. Vuelve a mí —me ruega, y me gira la cara para besarme en la boca.

Es todo cuanto necesito.

Todo desaparece, excepto el fuego que nos consume. Mi cuerpo debajo del suyo, la humedad de mis piernas y los espasmos de placer que me recorren mientras entra y sale de mí. La sensación es de otro mundo. No importa cuántas veces esté con él, nunca serán suficientes.

—¿Estás bien? —pregunta, al ver que mis quejidos se vuelven un revoltijo entrecortado. Estoy llegando.

—Ah, sí. Más. Seiya... más, te amo —No sé si me entiende bien, pero luego él repite las palabras y me cubre para que estemos tan pegados el uno al otro tanto como sea humanamente posible. Él acelera, entierra la cara en mi cuello y entonces siento que la ola de presión me rebasa, sube por mi vientre hasta la columna vertebral encendiendo cada vértebra en ella. Los dedos de Seiya se entierran en mi piel, y con la voz aguda, grito alcanzando el clímax. Con unos últimos y desacompasados empujones, él hace lo mismo con su hermosa voz ronca, quedándose casi sin respiración. Nos quedamos así no sé cuánto, pero ninguno quiere apartarse. Su mano busca por instinto la mía, y abro los ojos recuperando el centro de mi conciencia. Sonrío para mis adentros.

Ahora lo sé. Estaré bien. Lo estaremos.

Mis párpados se abren poco a poco, pesados. La luz afuera es de un gris atenuado y cuando busco el calor de Seiya a mi costado no lo encuentro. Balbuceo un quejido y me acomodo del otro costado. Creo que vuelvo a quedarme medio grogui, hasta que recupero totalmente el sentido. La luz ahora es más brillante, y me doy cuenta que no llevo nada puesto salvo una camiseta lisa de Seiya. Miro a mi izquierda y tiento la superficie del colchón, que está fría. Le llamo en voz alta y no atiende. Él no está aquí, y debió salir hace mucho.

Con la cabeza más despejada empiezo a recobrar los últimos momentos de anoche. Estoy algo dolorida y no recuerdo haberme cambiado de ropa. Ni siquiera haberme metido en la cama. ¿Me trajo él? Ah, y el rímel pegado a mis pestañas me comprueba que tampoco me lavé la cara. Debo parecer ridícula con todo el maquillaje embarrado, pero no me importa mucho. Ayer fue tan, pero tan genial y perfecto, que es todo lo que ocupa mi atención por ahora.

La hora de mi celular marca las once y cuarenta de la mañana. Tengo un mensaje de Unazuky, que está que da piruetas de alegría. Zafiro le ha caído muy bien, no se ha propasado y lo mejor es que le ha invitado a tomar un café la próxima semana. Sonrío y le respondo. Luego abro el mensaje que tengo de Seiya, de las 8:05:

«Estimada Bombona:

Me hubiera encantado verte hibernar como una marmota hasta la tarde, pero Haruka quiere que le ayude a conseguir un nuevo camarero y se me había olvidado decirte.

Llego pasadas de las siete. »

Luego tengo otro de las 10:21:

«¿Sigues viva?»

Inspiro profundamente. Le echaré mucho de menos toda la tarde, pero por otro lado puedo aprovechar para haraganear a mis anchas. Quizá leer o hacer algo de compra en la tienda. No suena tan mal un poco de tiempo a solas.

Le respondo.

«Lo estoy. Y he dormido como un bebé. :) Por cierto, ¿tú me pusiste la camiseta?»

Apenas un par de minutos después me llega su respuesta.

«No, fíjate que hay un ente demoníaco que se aparece de repente. Toda una leyenda en el edificio. Ten cuidado»

Pongo los ojos en blanco y escribo:

«Pues que ente tan AMABLE. Me encanta mi camiseta tan cómoda y limpia, y que me lleven en brazos como una princesa. Le agradeceré cuando lo vea.»

Me lo imagino con su típica mueca de suficiencia, mientras yo también sonrío. En eso me entra otro texto:

«MIIII camiseta es la última, así que si te las vas a seguir poniendo tendrás que echar un ciclo a lavar. ¡Es en serio!»

Suspiro y sigo tecleando. Qué mandón es, pero tiene razón.

«Fingiré ser una abnegada ama de casa sólo esta vez. ¿Película y pizza en la noche?»

Definitivamente no tengo fuerzas para ir a ninguna parte hoy, por mucho que haya disposición. Además Seiya estará fascinado con la idea luego de trabajar todo el domingo.

«Hecho». Me responde simple.

Quiero escribirle algo lindo, más cariñoso, pero no sé si me estoy excediendo y no quiero que me diga que soy una pesada. Los mensajes así no son su estilo, pero la fotografía, su conversación con Zafiro, hacer algunas demostraciones de afecto en público y la lujuria de la cocina me tiene medio poseída, tal como el ente del que bromea.

«Te extrañaré.» No, me arrepiento y lo borro de inmediato.

«Pensaré en ti tod…» ¡Ni de broma! Lo va a odiar.

«Te quiero» No, ya lo sabe. ¿Qué caso?

Tras varios intentos fallidos, finalmente decido escribirle:

«Que tengas un buen día».

Vaya, suena como parte de un correo electrónico que le enviaría a mi jefa, y es espantoso. Así que decido agregar un inofensivo corazón. Como entro en conflicto por los colores y estilos (maldita tecnología), me decanto por el clásico corazón rojo. «Que tengas un buen día 3 ». Pulso la tecla de enviado.

Resoplo y me llevo el teléfono al pecho. Aprieto los párpados y espero.

Pico y no puedo evitar mirar la pantalla. Ya lo ha leído, pero no ha respondido nada de vuelta. Sabía que era una idiotez, pero…

¡Y ahora está escribiendo!

Me siento de sopetón con el estómago lleno de mariposas. Molestas e incómodas mariposas de anticipación. De pronto tengo catorce años otra vez, y siento como si estuviera esperando frente mi teléfono de conejito la llamada del chico popular de la clase de al lado, ése que me trae loquita rayando mis cuadernos. ¿Se puede saber qué me pasa?

Tras medio minuto de sufrimiento, aparece un simple :* . El emoji ése que lanza un beso. No tiene ni una palabra, y ni falta que hace…

¡Seiya Kou me mandó un beso por chat, a mí!

Me dejo caer sobre la almohada, con la sonrisa más estúpida de la historia. Estoy perdida, lo sé. En algún punto debo levantarme, hacer el desayuno, ordenar la casa y...

Y me mandó un beso...

El día pasa demasiado deprisa. Hice todo lo que se supone que tenía que hacer y estoy orgullosa de mi productividad, normalmente nula en el hogar. Me duché y elegí un atuendo limpio para ir a trabajar mañana. El apartamento ha quedado bastante decente, y hay suficientes víveres en la alacena y el refrigerador. Agotada, me siento en la sala con una Coca-Cola a esperar la pizza, mitad de tres quesos para mí e italiana para él, su favorita. Son las siete y cuarto. Debería llegar en cualquier momento. A pesar de haber dormido mucho, siento ganas de acostarme temprano.

En la tele están pasando Ella es el chico, una comedia sosa que me tiene muerta de risa. El timbre suena y tomo el billete que dejé a mano para pagarle al repartidor, pero no es él.

Es Minako, y logra darme un buen susto. No sólo por lo inesperado de su aparición, si no por su aspecto en general.

Tiene los ojos enrojecidos, hinchados y sin una gota de maquillaje. Lleva el pelo recogido en una coleta despeinada, y sus carnosos labios están pálidos y ajados por el frío. Incluso tiene un pequeño corte que sangra en ellos, y concluyo que es porque se los está mordiendo mucho ahora mismo. Yo no sé ni qué decir. Algo dentro de mí ya me lo decía, que pasaría algo...

Minako no parece tener energía para guardar las apariencias —cosa rara en ella—, y se limita a graznar:

—Hola. ¿Puedo… puedo pasar?

Asiento con una sonrisa gentil, y hasta que abro la puerta de par en par, reparo en lo que lleva consigo. Su bolso de mano, el maletín de su computadora y en la mano derecha sujeta la agarradera de una maleta con ruedas.

¡¿Una maleta?!

.

.

.


Notas:

De inicio estas notas serán algo largas, espero no aburrirlas.

1)Una disculpa por el atraso de la actualización. Quiero contarles sin entrar en detalles que marzo fue sin mentir el peor mes de mi vida. La muerte, amigas, es algo para lo que nadie está preparado y menos cuando viene de una madre. Así pues, sin afán de excusarme, por favor ténganme paciencia para los capítulos venideros, pues ahora mismo estoy usando la escritura sólo como un método de evasión y casi terapia, y no puedo ni quiero sentirme presionada al respecto. Gracias por su comprensión. Ya saben, yo no dejo historias truncas.

2)Vamos a la historia. Este capítulo es uno de los que más anhelaba escribir (digamos de los dos capis pasados en adelante) porque contiene al fin cosas que siempre quise ver en los personajes. A un Seiya enamorado, a una Serena empoderada y haciendo su vida con él y teniendo otras amigas, más evolucionada aunque aun le falte. Quise conservar la esencia de la personalidad de Seiya (simpático, bromista, apasionado, etc) pero la idea era invertir la posición que siempre ha tenido en el anime y en muchos fics. No quería al eterno friendzoneado que anhela una mirada de la princesa. Eso me harta. Quise que fuera Serena la que babeara por él, pero de un modo realista, que se fuera dando natural. Espero que les haya gustado su transición, que se supone es lo interesante.

3)¡Por fin Unazuky pegó su chicle! ¿Les agrada la pareja o es relleno? Bueno, sí es relleno, pero no quería dejar ése cabo suelto jaja, perdón. Además, Zafiro reveló información "Diamantosa" que seguro a muchas les interesa. ¿Quién le cree y quién no? Me gustaría saber sus suposiciones.

4)Bueno, el cierre es algo que seguro todas quieren ya saber YA. Primero, que a nadie se le ocurra insultar de ninguna forma a mi preciosa Minako-bebé, o la bloqueo :v Mina tiene inmunidad en este fic y en todos mis universos aunque peque de… ¿inoportuna? ¡Ups! Pues ha llegado en el mejor momento de SxS. Ya se veía venir algo al respecto, ¿cierto? Hubo dispersos indicios de que su relación con Yaten iba cual Titanic al iceberg, pero no les arruinaré el misterio.

No me extiendo más, nos leemos en el otro y no olviden dejarme un rw. Son gratis, nutritivos y me hacen feliz. Y necesito felicidad.

XOXO,

Kay.