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"Roomies"
Por:
Kay CherryBlossom
(POV Serena)
35. Tercia
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Todo esto es raro. Raro del carajo.
Minako está sentada en el sofá con las piernas en modo flor de loto, con su pijama invernal de estampado a cuadros amarillo y naranja. Es de una tela tan suave como una manta de bebé y demasiado holgada para sus estándares. Sólo lo usa cuando está o muy enferma, o cuando la ha liado grande con un novio y necesita hibernar hasta recuperarse, sonreír y volver a ponerse sus tacones y sus cintas en el pelo junto con la alegría que la caracteriza.
Pretendo ver el envoltorio de las palomitas dar vueltas en el microondas mientras le echo vistazos furtivos. Tiene media hora que llegó y no ha hecho más que reírse con la película, y luego me pidió unas botanas. ¿Qué le pasa? ¿Por qué finge que no pasa nada?
Vuelvo junto a ella con el plato hondo rebosado de palomitas, y balbuceo:
—¿Quieres un refresco?
—Si es de dieta, sí —responde, y se pone a picotear. Evita el mirarme.
Regreso a la cocina y reprimo un suspiro agobiado. Minako instalada en nuestra casa es algo demasiado surrealista, y no sé ahora si fue buena idea. Además, me siento culpable por haberle otorgado refugio indefinido sin habérselo consultado antes a Seiya. Ahora ya es demasiado tarde. Sólo ruego que no me monte un circo al respecto cuando venga. Me ha enviado un mensaje diciendo que está retrasado camino del trabajo.
—Aquí tienes —lo pongo sobre la mesita. Minako me sonríe, como si fuera un día cualquiera.
—Gracias —la abre y tras darle un trago, señala la pantalla —. Por cierto, vi ésta película en un autobús hace mil años, y me pareció pésima. ¡En realidad es muy divertida! Ve a ése tipo bobo, es una pasada...
Yo me recargo en el respaldo, y cubro mis pies con la manta que compartimos.
—¿En serio, Mina? ¿Vamos a hacer esto? —le pregunto con el mejor tacto que puedo.
—Si quieres cámbiala, tú eras la que…
—Ya sabes a qué me refiero —le digo en voz más alta.
El rostro de Mina se contrae, como si alguien la hubiera pellizcado.
—No quiero hablar de eso, Sere —me corta.
—Y no es que quiera presionarte, pe…
—Sí, sí que lo haces.
Levanto las manos a la defensiva.
—¡Pues discúlpame si no me quedo contenta sólo con que aparezcas en mi puerta, hecha un mar de lágrimas y con equipaje en mano! Pensé que merecía una pequeñísima explicación —le recrimino, lo que le sorprende muchísimo. No suelo ser así de exigente con ella. La culpa me corroe en cuanto las palabras salen de mi boca, pero no deseo retirarlas. En vez de eso, agrego para subsanar el error —. Sólo estoy preocupada, y lo sabes.
—Ya lo sé —menea la cabeza y mira al suelo —. Pero no quiero hablar.
—No confías en mí.
Minako sonríe con un tinte agridulce.
—Es más complicado que eso. Pero no, Sere. Si no confiara en ti, ahora mismo estaría en un motel.
Me da mala espina. Sé lo espantoso que es estar en la calle, expuesta y desamparada y no saber dónde ir o a quién acudir.
—Jamás te dejaría vivir en un motel. Pero tienes que entender que Seiya, en cuanto llegue, empezará a hacer preguntas. ¿Qué se se supone que le diga? O tal vez prefieras hacerlo tú misma…
Aquello desarma a Minako por completo. Sus ojos se abren de par en par y parece estar a punto de salir corriendo como un gato acorralado por una jauría de perros.
—¡Es cierto! Él no va a quererme aquí. Lo mejor será que me marche.
La detengo y la obligo a sentarse de un jalón.
—No irás a ningún lado.
—No quiero causarles problemas —protesta débilmente.
—No pasa nada, de verdad. Sólo necesito una breve historia con la cual trabajar para poder ayudarte. Yo no le oculto nada a él, ¿me entiendes? —murmuro, ruborizándome un poco ante la firme convicción de mis palabras.
Minako me brinda una mueca demacrada, como si se espejeara ella misma alguna vez atrás.
—Claro, lo entiendo.
Me quedo en silencio y ella también. Asumo que debo darle un pequeño empujón.
—Entonces… tú y Yaten discutieron —asumo.
Tras un pesado silencio, Mina habla con la voz cargada de rabia y de tristeza:
—Discutir es una forma muy refinada de definirlo. No. Hemos discutido muchas veces, y ésta vez no se trataba de ver quién cedía con el mejor argumento. Queríamos hacernos daño de verdad, y nos dijimos cosas que… bueno, cosas que no se pueden desdecir.
—¿Por qué pelearon? Si se puede saber —agrego, sólo por amabilidad. Sabe que me muero por averiguarlo de todos modos. Me conoce como la palma de su mano.
Mina mira el techo y suspira.
—«Diferencias irreconciliables»… Creo que así le llaman los abogados. Podría resumirse a eso.
—¿Te vas a divorciar? —se me sale, pegando un brinco.
Se estremece, como si un escalofrío la hubiera recorrido completa. Con la mirada intensa, mira a otro lado y luego me mira sólo un instante a los ojos.
—No sé. Sólo sé que tenía que irme de ahí.
—¿Yaten te lo pidió? —pregunto demasiado osada. De ninguna manera, siendo tan protector e incluso algo posesivo con Minako, me le imagino echándola a mitad de la noche helada. Es sencillamente imposible.
—No, la verdad es que yo me fui —admite con gran tristeza.
—¿Y... estuvo de acuerdo, así sin más? —pregunto agregando miedo. En cada frase me imagino escenarios más y más oscuros y turbulentos. Eso no apunta a algo bueno. Quizá a él no le importe tanto, después de todo.
Mi amiga no parece saber qué decir. Se queda con la boca abierta y luego la cierra y así. Repite los gestos hasta que al fin sus labios consiguen articular torpemente las palabras:
—No lo sabe todavía.
Parpadeo.
—No sabe ¿qué?
Se muerde el labio otra vez. No. Ay, Minako…
—Que… bueno, no sabe que le dejé.
—¡¿Cómo que no sabe?! —grito totalmente histérica.
Enrojece y juega con sus dedos, dándole un aspecto infantil y sumiso a la vez.
—Salió, y yo le dejé una nota —se defiende inútilmente.
Yo ya me he puesto de pie como un resorte.
—¡¿Que queeeé?! —ella se encoje en su sitio con mi alarido —. Minako Aino, ¡Dime que no hiciste la putada que le hicieron a Carrie de Sex and the City, con el maldito post-it! ¡Porque yo misma te pateo el culo aquí!
—¡Claro que no, le escribí una carta! —chilla cruzándose de brazos, defensiva. Nos sabíamos de memoria la serie y odiábamos ése episodio, donde el ex novio de la protagonista decide sensiblemente terminarla con un pedazo de papel que se usa para recordatorios mientras ella dormía. Luego desapareció sin más.
Me pongo las manos en las caderas.
—Qué maduro de tu parte. Lamento decirte que Yaten se merece algo mejor que una carta, Mina —le reprocho, en un intento de hacerle razonar.
Pero ella sólo me echa fuego por los ojos, y me ve arriba abajo.
—No le conoces. ¡No le conoces en absoluto! ¡No sabes nada de nosotros! —me acusa, y se lleva la mano al pecho, como si mi juicio le hubiera herido de verdad.
Me muerdo la mejilla interior. Me estoy pasando, lo sé. Sus ojos llorosos me ruegan en silencio que no la obligue a contar más de lo que puede soportar, y me conmueve al instante. Al fin y al cabo tiene razón, ¿yo que sé aparte de lo poco que puedo apreciar a la distancia? Siempre fueron muy herméticos en su matrimonio, y desconozco qué clase de relación lleven… o llevaran, en realidad. Mina es muy fuerte, positiva y perseverante. Y Yaten es… Yaten. Sin más comentarios. Y si tiró la toalla, o huyó, o como se le quiera llamar… es porque algo grande ocurrió y no hallaba la salida. Yo misma lo hice, ¿no?
Me siento a su lado.
—Discúlpame, por favor. Se me ha ido la lengua… no volverá a suceder, y entiendo si ya no quieres contarme nada.
Ella exhala, para sacar la tensión. Luego me toma la mano.
—Sí quiero contarte. Desesperadamente. Pero siento que al decirlo todo, no van a quedar más esperanzas, y aun… aun me aferro a la esperanza. Supongo.
—No es así, Mina. Sólo estarás desahogándote —le consuelo —. Nada es definitivo en esta vida. Excepto la muerte, claro. Eso dicen. Ahí sí estarían jodidos. No creo que estén tan jodidos… aun.
Ella alza una ceja.
—¿Gracias?
—Lo siento, para haber leído tantas novelas soy un asco para parafrasear.
A las dos, extrañamente, se nos sale la risa. Ella luce más aliviada después de reír con mis tonteras. Le ha vuelto el color a las mejillas. Después de abrazarle, nos separamos.
—Mina, no quiero sonar como una arpía pero… ¿no crees que es injusto que le dejes en el departamento cómodamente mientras tú no tienes donde vivir y…?
Me callo de inmediato. No se le ve buen semblante por mi comentario.
—Disculpa, traumas de nómada —me excuso.
Mina hace un gesto con la mano, como diciendo que no tenga cuidado, aunque luego me pasma su determinación:
—Si te refieres a que le pelee la propiedad, no. No le haría eso. Yo puedo ir a berrear con mis padres y me recibirían fácilmente. Aunque no quiera oír sus sermones, tengo a quién recurrir. Me quieren. Él no tiene a nadie. No pienso hacerle ésto aun más difícil. ¿Me entiendes?
—Mmm, te entiendo —repito desganada, y aunque pienso en Seiya, algo me dice que Yaten preferiría tragar arsénico antes que pedirle ayuda. Son un par de cabezotas —Y hablando de ellos, ¿qué crees que opinen tus padres?
—Lo que opinen es irrelevante. Soy una adulta. Sólo que ahora lo último que me apetece es escuchar el «Te lo dijimos, cariño. Debiste esperar». Al menos quiero evitarlo hasta que sea algo definitivo —comenta, volviendo a tomar su lata de refresco. Con eso se aclara la garganta, que se le escucha ronca.
—Sí, conozco el sentimiento —concuerdo.
No obstante, Minako me lanza una mirada sarcástica.
—Tú también lo piensas, ¿verdad? Que lo mío con Yaten era un garrafal error —grazna, dibujando en el aire un círculo invisible con la lata de la bebida.
La pregunta me pilla por sorpresa. Habíamos hablado muchas veces de él, como lo mismo de sus anteriores romances fallidos. Pero normalmente esas conversaciones se desviaban a cosas más interesantes y en ninguna parte del manual pensé que estaba cuestionar si era correcto o incorrecto. Minako siempre fue muy testaruda en sus ideales, siempre hacía lo que se le cantaba la gana y yo no quería perder el tiempo discutiendo con ella. Además, no creía que tuviera autoridad moral para hacerlo, porque yo era una fracasada con medalla en el tema. Con Darien estaba más que claro.
Mina me observa detenidamente, rogando una respuesta.
—Yo… pues honestamente, sólo estaba algo celosa —confieso.
—¿Celosa? —pregunta interesada.
—Me preguntaba cuándo sería mi turno... si alguna vez alguien me amaría tan intensamente como para hacer eso por mí. Es todo —bajo la mirada, recordando mis eternas noches con música, libros y películas. Además de las tantas que pasé mirando el techo, todas sola, pensando en qué había mal en mí. El por qué yo no tenía "suerte".
Después entendí que mi soledad no se debía a la mala suerte, sino a que yo le tenía miedo al amor, al verdadero, ése que te hace que te vean tal y como eres y te vulnera, y que me volviesen a lastimar. Y por eso inconscientemente alejaba a cualquiera que se me acercara. Me encapsulé en mi burbuja, donde me sentía segura y protegida. En cambio Minako, como ya dije, se daba un tiempo para lamentarse y luego volvía al ruedo. Nunca se rendía ante la posibilidad de que el siguiente sería "el indicado". No fue hasta que llegó Seiya que me devolvió la fe, en el amor, y en mí misma.
—Pero hablando del matrimonio, específicamente —me insiste Minako, trayéndome a la realidad. Parece ser algo que le revolotea en su cabeza como un pájaro atrapado en una jaula diminuta.
—No creí que hubiera nada mal o bien. Somos jóvenes, eso sí. Quizá sólo creí que estabas…
—¿Embarazada? —interrumpe, elevando las cejas.
Me sonrojo y digo que sí con un asentimiento. A ella no parece afectarle.
—Descuida. Creo que todos los que conocemos lo pensaban. Pero no, sólo estaba… enamorada —resuelve sacando un profundo suspiro, y dejando caer la cabeza en el respaldo del sofá.
—¿Estabas? ¿Ya no lo estás? —me atrevo a preguntar, aunque al instante me arrepiento de haberlo hecho. Mina me mira desconcertada, luego coge aire y me explica:
—He estado enamorada muchas veces. Te consta.
—Me consta —asiento, recordando todos sus novios, conquistas, casi novios y amores platónicos desde la secundaria. Vamos, la lista es más larga que un rollo de papel higiénico.
—Y resulta que, con los años, he comprendido que estar enamorada y amar son cosas muy diferentes. A él lo amo, y nunca voy a amar a nadie más de ésa forma. Estoy segura —decreta firmemente —. Lo cual lo hace todo terriblemente más complejo…
—Pero si no es éso, ¿por qué te fuiste? —me empeño, frunciendo el ceño.
—Porque también estaba haciéndole daño.
—¿Y al abandonarlo no crees que sólo lo vas a rematar? No sé, yo digo… —me encojo de hombros.
Ella se lleva las manos a la frente, y agacha la cabeza hasta dejarla en sus rodillas. Luego se incorpora y sonríe veladamente. Una sonrisa falsa, tirante, para disimular el pánico que brilla en sus ojos y le tiembla en la garganta.
—Pues espero que no —dice simplemente con expresión abatida.
La cerradura comienza a moverse. Yo me pongo de pie rápidamente.
—No digas nada y déjamelo a mí —le indico a Minako, quien no tiene más remedio que asentir nerviosa —¡En serio, no abras la boca para nada!
—¡Sí, ya capté! —replica sumisa, aunque no me fío mucho. Y es que la conozco...
En eso entra Seiya, quejándose del clima y que seguramente estará por nevar, y de paso considera el demandar a Haruka por explotación laboral. Sus ojos se fijan en nosotras, que estamos situadas como un par de maniquís inmóviles, con todo y sonrisas pintadas con plumón.
—Minako —la ubica, frunciendo el ceño un segundo, y luego sonríe amistoso —. Hola. ¿Qué haces aquí? ¿Dónde está Ya…?
—Mina va a quedarse a cenar, ¿no es genial? —le interrumpo en tono alto. Seiya tarda un segundo en asimilarlo cuando cuelga su chaqueta.
—¿En pijamas? —señala.
Las palabras me salen a borbotones:
—Exacto, es una fiesta de pijamas. ¡Vamos a ponerte la tuya! ¡Ya volvemos! —le arrastro, mientras él empieza a protestar. Cómo no.
Le indico a Minako, que tiene una actitud incómoda, que le pague al repartidor con mi billete y prácticamente lo empujo a trompicones hasta nuestra habitación.
La mirada de Seiya se encuentra con la mía en cuanto cierro la puerta.
—Bombón, ¿qué ocurre? —me pregunta confuso, al ver la expresión indescifrable de mi rostro.
—Mira, no te enfades…
—Sabes que odio que me predispongas al misterio. Y si me tienes que avisar, es obvio que me voy a enfadar de todos modos.
Bueno, eso sí. Me muerdo el labio.
—Mina va a pasar aquí la noche, es todo —le digo, omitiendo el contenido problemático. Seiya mira hacia la puerta y luego a mí. Lógicamente no le cuadra que yo esté tan seria por algo así, pero bromea mientras se sienta en la cama y se libra de los zapatos.
—¿Incendió el apartamento hirviendo agua y Yaten se ha quedado adentro? Porque sabía que tarde o temprano ocurriría —dice con su típico humor negro.
—No seas ridículo —digo poniendo los ojos en blanco.
—Pues déjate de chorradas a medias. ¿Qué pasó?
Me miro los lunares de mis calcetines invernales, como si pudieran salvarme.
—Ellos… rompieron o algo así. Así que ella se quedará con nosotros —Mis labios consiguen articular las palabras. Cuando alzo la vista, veo la mano de Seiya que se queda a medio camino buscando una camiseta limpia.
Y lentamente se gira, procesando los hechos.
—¿Qué? ¡No, no puedo creerlo! —rezonga. Yo hago pucheros sentimentales, y me le acerco.
—¿Verdad? Yo tampoco lo creía cuando me lo dijo…
Él me desplanta con una mano, y me lanza una mirada de pocos amigos:
—¡No, no puedo creer que le dijeras que puede quedarse aquí!
—¡Seiya! —le riño.
—¡Es en serio! La respuesta es no. Que busque otro sitio.
—Es tu cuñada —me apresuro a decirle en un siseo. Sé que no estaría celebrando la ocasión, pero podría tener una primera reacción más cortés, para variar.
—¿Cuñada? Ahora mismo, eso es cuestionable —repone con frialdad, poniéndose una camiseta limpia. Ni siquiera su hermoso torso me distrae ésta vez. Su insensibilidad despierta un inesperado coraje en mi interior.
—¡Es Minako! Es mi mejor amiga de toda la vida.
—Bien por ti, pero es mi casa —discrepa, deshaciéndose de los pantalones.
Ah, con que vamos a jugar ésa carta. Bien. Sonrío y me le paro enfrente.
—También mía. Pago cuentas, comida y todo. ¿No lo dijiste? Es nuestro hogar —le recuerdo ácida —¿O sólo va a serlo cuando se trate de favorecerte a ti?
Seiya se revuelve el pelo, lleva sus manos a las caderas y suspira.
—No es lo que intentaba decir. Es que no me lo preguntaste —explica, bajando por un instante su artillería.
Por mi pecho va escurriendo la adictiva influencia que tiene en mí, no importa la infinidad de veces que no estemos de acuerdo en algo.
—Lo sé. ¡Iba a hacerlo! —le aseguro suavizando mi tono —. Pero todo fue muy precipitado. Apareció así, de la nada. Y no pensé que hubiera realmente un problema.
—Lo hay —espeta, aunque sonríe fugaz al ponerse un calcetín.
—¿Por qué?
—Porque nos iba genial solos, ¿no crees? Y ya sabes lo que dicen del pescado y los huéspedes al tercer día. Especialmente una tan catastrófica como Minako.
En el fondo lo reconozco, esto no es precisamente oportuno. Tampoco me entusiasma, pero no puedo pensar solamente en mí. Sería muy egoísta.
Me acerco a él, me siento y pongo las manos en su apuesto rostro para que me mire. Con los pulgares, acaricio su piel irritada por el viento.
—Sé como te sientes. Pero seguro que Mina y Yaten no brincaban de gozo por tenerme en su casa, y me ayudaron. Sin quejas —le recuerdo, y es verdad. Me dieron consejos y no me aceptaron un centavo, aun cuando ya había conseguido mi empleo.
Seiya gruñe, derrotado.
—Ya lo sé. Y me odio por no haberte ayudado yo en su lugar —musita, pero su expresión ya es comprensiva. Yo le tomo sus manos frías, las beso, y le miro con la esperanza de que acceda de buena gana.
—Ya pasó, eso no importa. Pero como verás, me rehúso a darle la espalda ahora. Me necesita.
—¿Pero sí debemos dársela a Yaten? —retruca con osadía.
Echo la cabeza atrás, como si me hubiera dado un empujón.
—¿Qué...?
—No se trata de buscarle una almohada extra simplemente, Bombón. ¿Cómo crees que se sentirá él cuando sepa que estamos alojando a Minako? Va a pensar que la apoyamos a ella, que estamos de su lado…
—Pues lo estoy —discuto acalorada.
—Yo no —me contradice.
Suspiro y le suelto.
—Ni siquiera sabes exactamente lo que pasó entre ellos.
—Exacto. ¿Tú sí?
Como siempre, es un obcecado que no le gusta perder. Yo suspiro otra vez, llevándome los dedos a los labios y pellizcándolos en el centro. Tanto lío no merece la pena, y no quiero luchar de convencerlo de ello. Necesito un plan de resolución eficaz.
—Pues no marquemos una línea entonces, Seiya —le sugiero más calmada—. Ellos no lo hicieron conmigo a pesar que no querían involucrarse con Diamante.
—No me recuerdes eso tampoco —farfulla.
—Vale, pues sólo quiero que empatices un poco con ella ahora. Eso no te va a impedir que le seas leal a Yaten siempre si quieres. Dales el beneficio de la duda. Te lo pido yo. Mírala. Está sola, se siente fatal y nos ha ayudado mucho. A ambos.
No quiero caer en el extremo de echarle en cara que el dinero de Minako también ha ido a parar a la cuenta de hipotecas, porque ya sé que ese asunto lo pone de chinches y también porque seguramente, por su cara enfadada y ahora arrepentida, acaba de recordarlo él solito. Afortunadamente no es necesario. Ablandado, Seiya pone las manos en mi cintura y apoya la barbilla en mi hombro formando un abrazo necesitado.
—Está bien. Si tú quieres, que se quede la sin-techo.
—Seiya —protesto riendo ante el comentario. Detrás de mi hombro, siento que él sonríe.
—Que se quede Mi-na-ko.
Le estrecho por el cuello y me impregno de su aroma, del cual nunca me hartaré.
—¡Gracias! ¿Prometes no ser maleducado con ella?
—Siempre y cuando no rompa nada. Ni toque mis cosas. Ni hable como cotorra en las películas o use mi...
—Seiyaaaa —le reprendo otra vez. Sin embargo, él se ríe suelto. Está de joda, como presentía. Eso me alivia.
—Qué engorro son ustedes juntas. Sí, prometo intentarlo —accede, enfatizando la palabra. Sonrío de oreja a oreja ante lo considerado que se ha vuelto conmigo, o con el mundo en general. Recuerdo cuando era una guerra campal antes por cualquier tontería, y ahora no me ha costado nada de trabajo convencerle. Con el tiempo, me he dado cuenta que ahora es mucho más tranquilo y ecuánime que cuando le conocí, tan temperamental e impetuoso ante la menor provocación de darle la mínima contra.
Como todo está aclarado, me levanto para regresar a la sala. Entonces siento que de un tirón me regresa a mi lugar y me sienta sobre sus piernas.
—Oye, tú eres la maleducada. Tomas decisiones a mis espaldas, me regañas con sermones y además de que te complazco de buena voluntad, ¿encima no me das ni un beso? —murmura con su voz seductora, dulce y grave. Mi favorita.
Sus palabras se me escurren por la piel como deliciosa miel tibia, justo enfocándose hasta mi corazón. Siempre es tan incitante y travieso… algo que me gusta mucho de él y aprecio que no lo haya cambiado.
—¿Ah, sí? Perdón, a éso iba… —me excuso acercándome, pero su lengua ya invade mi boca. Y así nos besamos un buen rato abrazados, hasta que nos hartamos.
Cuando salimos a la estancia, Minako está devorando la pizza como si tuviera años a dieta.
Seiya carraspea, y enseguida que lo nota, Mina se pone de pie y se limpia las comisuras de la boca con la mano. Parece una niña esperando el veredicto del maestro principal afuera de la dirección.
—Esto... cuñ… ejem, Minako. Bombón ya me ha informado de tu situación y… —Los ojos de Mina se agrandan como el gato de Shrek. Incluso le tiembla un poco el labio. No obstante, Seiya gruñe y se rasca el cuello frenéticamente. Imagino que está luchando consigo mismo para no decir lo que en realidad quiere decir —. Y francamente creo que no sé por que pensaste que pod…
Ah, pillado.
Le doy un puntapié en la espinilla que lo hace doblarse de dolor, pero se disimula su chillido con una tos. Minako parece desconcertada, pues no ha captado ni jota. Yo le sonrío a mi amiga para darle a entender que todo marcha bien.
En cambio, veo a Seiya con ojos de asesina y él hace lo mismo conmigo. Habíamos quedado en algo y se le está yendo la lengua. Se lo merece. Luego de lanzarnos chispas unos segundos, él se calma, se aclara la garganta y completa su frase de modo mecánico y condescendiente:
—No sé por qué pensaste que habría problema en que te quedaras con nosotros. Eres bienvenida siempre —declara abriendo los brazos, cerrando su discurso con una sonrisa plástica, como la de un político en plena campaña electoral.
En un santiamén, Mina salta y le abraza, toda eufórica.
—¡Muchísimas gracias, Seiya! ¡Eres un sol!
—Sí que lo soy… —refunfuña, dándole palmaditas de apoyo.
Mina se separa y junta sus manos en oración.
—¡Te juro que ni cuenta se darán que estoy aquí!
—Pues eso sí lo dudo —masculla girando la cara a otro lado.
Voy a soltarle un codazo, pero Minako no le oye. O finge no oírlo, porque ha vuelto a echarse al sofá y se sirve otro trozo de pizza. Ahora parece muy cómoda, y se le ha esfumado por completo la timidez cuando nos comenta:
—¡Ah! Me comí sólo la parte de la derecha, pero les he dejado toda la de queso. No hay problema, ¿verdad?
Y nos guiña un ojo, como si eso fuera un detalle de extraordinaria bondad por su parte.
No se qué decir y me quedo con la boca abierta. Luego decido cerrarla. No sé si reírme o temer por su vida. O por la mía. ¡Se comió la parte de Seiya! Sólo ésa. La mía ha quedado intacta.
Yo le miro instintivamente, para ver qué hace.
—¿Tenemos ramen instantáneo? —me pregunta él con cara larga. Sé que debe estarse muriendo de hambre.
—Um… sí, compré un montón ésta tarde —respondo asintiendo.
Antes de largarse a la cocina, sólo se limita a decir con los labios apretados:
—Gracias.
—¿Quieres que pida otra pi…?
—¡No! —increpa brusco, y luego fuerza otra sonrisa tiesa —. No, gracias. Así está bien.
Como sigo sin saber qué pensar de todo esto, me le quedo mirando a mi novio, que está desquitándose con el envoltorio de la sopa. Luego a mi mejor amiga, casi hermana, riendo a pata suelta en nuestra sala con la película. No tiene ni una hora aquí y ya siento que el aire se puede cortar con una tijera, o quizá sólo sea mi imaginación. Quizá apenas pase la complicada fase de adaptación, todo vaya bien. O más o menos bien.
También miro la puerta, e imagino que Yaten hace su gran aparición con un impresionante ramo de rosas para convencerla de volver a su casa, igual que en las películas. No sé por qué, pero tristemente siento que eso no va a pasar, o al menos no pronto. Así que sólo anhelo dos cosas:
Primero: espero que Seiya pueda controlar su carácter efervescente, y ser paciente con Minako durante el tiempo que vayamos a vivir juntos. Sé lo mandones, insufribles y territoriales que los dos pueden llegar a ser. Ambos han sido mis roomies, y son personas muy valiosas para mí. Y lo segundo: deseo no quedar atrapada en el fuego cruzado de sus personalidades intensas y volátiles y terminar peleada con cualquiera de ellos.
Por lo menos, el apartamento es lo bastante grande para huir a una habitación distinta en caso de emergencia.
Y por emergencia, amigos, claro que hablo también de incendios. Al día siguiente me despierta el olor asfixiante a humo.
Confusa y asustada, me pongo de pie de un salto. Tardo mucho en comprender lo que está pasando, hasta que el bulto de ropa desacomodada sobre la maleta me confirma que no es necesario llamar a los bomberos.
Sólo es… es… ella siendo ella.
—Mina, ¿¡qué narices estás haciendo!? —exclamo cuando llego a la cocina que, cómo no, también está hecha un total desorden.
—¡Ay, buenos días! —grita Minako tosiendo y abanicando el aire con un pequeño mantel —Sólo intentaba hacer el desayuno, pero se me pasó un poquitín el pan. ¿Tienes hambre?
—No, gracias —miento escandalizada, mirando los daños. Por fortuna, nada irreparable.
Por ahora.
—¿Estás bien? Pareces preocupada.
Qué va, sólo me aterra que nos mates y que nunca vuelvas a tu casa.
—Es sólo que no dormí muy bien —respondo con una sonrisa, creo, lo más simpática que puedo. Después procedo a ventilar abriendo la ventana de la sala, aunque hace un frío que pela.
Con una sartén en mano y mientras yo pongo en marcha la cafetera, Mina parpadea ingenuamente con sus ojitos celestes. Como si no fuera consciente que anoche me estuvo quitando las mantas, revolviéndose como un condenado pez atrapado en la red y para cerrar con broche de oro, me picó un ojo entre sueños. La cabrona estará muy afectada, o eso dice, pero no le roba ni un segundo de energía a su estado de no-vigilia. En cambio yo, no puedo dormir si un mosquito perturba mi paz. Y esto definitivamente califica como un peligro grande.
—Debería quedarme en la otra habitación —comenta, y parece pensar en algo más que la atormenta.
Eso me languidece.
—No, está bien así —consigo decir con determinación. Seiya insistió en dejarnos la cama grande a nosotras. Y por insistió, me refiero a que ni siquiera me preguntó. Sólo pasó de mí y se llevó la mayoría de su ropa al otro armario y sacó una colchoneta hinchable de no sé dónde. Quiere mantener a Minako alejada de su sagrado recinto con sus partituras y sus instrumentos. Y francamente no le culpo, aunque le extrañé muchísimo anoche.
—Pero…
Somos interrumpidas por el mismo Seiya, que nos barre con una ojeada de sutil recelo.
—Hola, chicas. ¿Qué hacen? —pregunta áspero, sacándose la sudadera. Sospecho que hoy ha corrido más kilómetros que de costumbre para aplacarse los nervios. Debí ir con él.
No, no estoy tan desesperada tampoco.
—Mina prepara el desayuno —comento en un obvio tono de advertencia, esperando que capte la indirecta —, pero le he dicho que no es necesario.
—¡Por favor, es lo menos que puedo hacer! —refuta Mina y luego se dirige a Seiya, toda candorosa —. ¿Por qué no te sientas? ¡Ya está todo listo!
—A mí me parece bien. ¿Por qué no? —sonríe Seiya con malicia, y se sienta en uno de los taburetes. Yo abro los ojos como platos. Éste ingenuo no sabe lo que hace. Debo salvarlo.
Minako recobra su ánimo al ver que tiene una víctima…digo, un comensal, pero me le adelanto:
—Seiya, ¿podrías ayudarme con el calentador? Quise encenderlo, pero algo le pasa.
—¿Eh? Pero si el calentador es automá…
—¡AHORA! —grito.
—Joder… ya voy.
Nos alejamos hasta el pasillo.
—¿Qué quieres? Tengo hambre, así que si no tienes nada import…
—Ssssh, calla. No puedes permitir que ella toque ni una olla, ¿estás loco? —le cuchicheo con urgencia.
—¿Por qué no? Yo me merezco un descanso de la cocina, y tú eres una buena para nada —me recrimina.
Cree que retribuye nuestra hospitalidad, qué gracioso. Le pellizco el brazo para que se baje de su nube.
—¡Auuuch! ¿Y ahora que bicho te picó? —se soba mirándome con resentimiento.
—Eso es por decirme buena para nada. Y no, zoquete. ¿Qué Yaten no te dijo de sus "especiales" habilidades culinarias?
Seiya pone los ojos en blanco.
—Sí, algo… pero ya pasó mucho tiempo. Tiene casi un año de casada, ¡es lógico que ya aprendió algo! No creo que sea tan estúpida.
Me cruzo de brazos y sonrío de modo insidioso.
—Con que lógico, ¿eh?
—Sí, lógico. Así que si no te molesta, iré a que me alimente. Si no quieres probar nada no lo hagas, ¡Pero no te metas en mis asuntos ni decidas por mí!
Me quedo boquiabierta, pero me recupero rápido. Con que ésas tenemos.
—Como quieras, pero si te envenena no me vengas a lloriquear que haga algo al respecto, ¿estamos?
Él me manda al cuerno con una seña airada, y regresa a su sitio como si nada hubiera pasado. Y como sé que es un espectáculo digno de mirar en primera fila, no me voy a duchar tan pronto. Me sirvo una taza de café y aguardo pacientemente.
—¿Tostadas? —le pregunta Minako con exagerada educación.
—Sí, por favor —sonríe Seiya ladino. Yo sólo niego con la cabeza, aguardando.
Casi escupo el café cuando veo la cara que pone por la pila de mosaicos negros, duros y achicharrados que Mina pone en su plato. Seiya los mira con los ojos desorbitados, y luego a ella, que ya está muy ocupada sirviéndole el jugo de la jarra.
—Qué es esto…
—¡Ay, perdóname! Qué tonta. ¡Tienes razón! —se ríe Mina. Seiya esboza una breve mueca de alivio, quizá esperando que se las cambie. Nuevamente, qué incauto es —. Te daré la mermelada… ¿Dónde la vi? ¡Ah sí! Uy, está algo escondida... Aquí está ¡aaaaah!
Por supuesto, el frasco se le resbala de las manos y se hace añicos en el piso. Yo me escondo tras el refrigerador para doblarme de la risa.
—¡Ay! Jajaja… tengo manos algo escurridizas, ¡lo siento mucho! —se disculpa toda colorada.
—Descuida, Mina. Sólo es la jalea de albaricoque que mis padres le regalaron, y que sólo se consigue en Hokkaido en el otoño. Ya será el próximo año.
Obviamente, no estaba escondida por accidente.
Seiya se encoje en su sitio y sé que mentalmente, está invocando algún ritual satánico o meditando en el monte. Quién sabe. Yo oculto mi gran sonrisa tras mi taza de café.
—Enseguida lo limpio…
—Minako, esto… en realidad yo sólo desayuno proteína en las mañanas, así que no te molestes. Ya me preparo yo algo —Seiya intenta disuadirla, pero es tarde para él.
—¿Proteína? ¡Excelente! Porque he preparado huevos revueltos. Te voy a servir.
—Pues… —Seiya me lanza una mirada de auxilio, pero yo le ignoro igual que él hizo conmigo, le saco la lengua y cojo un plátano del frutero. Cuando Mina sirve su plato, creo que Seiya está a punto de vomitar.
—¿Pasa algo? —pregunta Minako presionando, al ver que no lo prueba.
—No, es que... Bueno, en realidad los prefiero más…
—¿Cocidos? —hablo yo, con absoluta ironía.
Seiya me echa ojos de bala. Mina no lo nota.
—Sí, eh… y sin las cáscaras. Y el jugo… sin todas ésas semillas nadando ahí. ¿Y, Dios, ésa salsa qué es…?
Ketchup. Salsa inglesa. Jabón para trastes. Con Minako nunca se sabe.
—Pero Seiya, qué dices. Ha sido un gran detalle de Mina el preparar el desayuno. Lo menos que puedes hacer es terminártelo sin remilgos, ¿no crees, amiga? —me dirijo a Minako en tono empalagoso, quien ya espera mi aprobación muy atenta.
—Correcto, amiga —me apoya en el mismo tono, y luego se da vuelta para servirse su café.
—¿Tú no vas a comer? —me coacciona Seiya para vengarse de mí, pero yo ya tengo la coartada perfecta:
—No, corazón. Tengo que cuidarme en éstas fechas de tanta comilona, o no me entrará el vestido de la dama de honor. Tú sí me entiendes, ¿verdad Mina?
—¡Claro, no pasa nada! —replica, y coge una toronja de la canastilla.
Cuando le da la espalda, Seiya en silencio vuelve a evocar a todos los demonios del infierno o a meditar, y yo, tras darle un sonoro beso en la mejilla, anuncio que me voy a bañar.
Admito que esto también tendrá su parte de divertido.
Más tarde, es la hora del almuerzo en la oficina. Estoy en la barra de alimentos decidiendo entre un emparedado de atún o uno de jamón, cuando Unazuky me embiste loca de contenta y se mete en la fila. Hoy ha sido un día ajetreado, Setsuna sale de viaje pronto y no hemos tenido oportunidad de charlar a solas. Sé que se muere por contarme qué pasó con Zafiro en la fiesta.
—Adelante, háblame de él —le sonrío una vez que nos sentamos en una mesa libre del comedor corporativo. Además, si habla, yo puedo comer.
Sus pupilas se agradan, y junta sus manos.
—¡Ay, Sere! Él es un sueño. Es cómico, simpático y guapísimo… ¡Es simplemente perfecto!
—Nadie es perfecto, Una.
—¡Zafiro sí! —insiste, montada en su fantasía. Tras darle una buena mordida a mi emparedado, yo me río. Después de todo, no tengo por qué juzgarle por Diamante, aunque de ahí a ser perfecto, tampoco —. Sólo no empieces a acosarlo.
Le rehuye a mi mirada, mientras sorbe de su botella de agua.
—¡Una!
—¡Sólo un poquito en la red! Para corroborar que no sale con nadie —admite, entre digna y avergonzada.
—Promete que vas a llevarte las cosas con calma. Zafiro no es de los que en la segunda cita se imaginan el anillo, la casa y el perro. Debes dejarle que te conozca, y no le pongas expectativas imposibles —le aconsejo duramente, picando mi porción de sopa fría.
Ella asiente como robot, absorbiendo la información, aunque sospecho que hará exactamente lo opuesto. Es una desesperada.
—¿Entonces no le llamo para salir el fin de semana?
¿Ven lo que les digo?
—No, deja que lo haga él.
Una abre la caja de su ensalada. Luce menos emocionada, pero creo también aliviada de no haberla cagado aun.
—Está bien. ¡Si quiere azul celeste, que le cueste!
—Eh… exacto.
—Sólo no podría soportar que él esté interesado en alguien más —dice suspirando.
Mis fusillis se caen del tenedor de plástico. Unazuky y yo nos miramos en cámara lenta, y ella se da cuenta al instante de que mis pensamientos han abierto paso a algo nuevo y reconsideran mi opinión. Oh, no.
—No la hay, ¿o sí? —Su mirada, antes ilusionada, se ensombrece.
Trago saliva. Este es el momento en el que decido ser honesta con mi amiga, o no meterme en rollos que no me incumben. Probablemente lo más fácil sería lo segundo.
Y es que si Unazuky me hubiera hecho esta pregunta hace seis meses, no lo dudaría en lavarme las manos de todo esto. Pero he llegado a apreciarla un montón, y además no quiero que pierda el tiempo. Sé lo mucho que ansía encontrar a alguien especial.
Por otro lado...
Hace una semana, le habría dicho que no tiene por qué preocuparse en absoluto. Hoy no sé.
¿Y si Zafiro se entera que Minako está separada, y pretende contactarla? No es malo él, pero no deja de ser un Black. Y Diamante puede ser muy influyente. Ergo, no soporta a Yaten. Seguro que le encantaría mover sus hilos para fastidiarle, y qué mejor que con Minako y su hermanito.
No, ella no sería capaz de verle a solas. Aun así, no conozco el contexto de los problemas que la llevaron a irse a mi casa. No sé de culpables, de víctimas ni victimarios. Minako lo dijo. No sé nada sobre su matrimonio. Lo que sí sé, es que hay algo que Minako hace, incluso a veces sin planearlo realmente, es volver locos de celos a los hombres para llamar su atención.
Me paso el bocado con demasiada lentitud. Unazuky espera impaciente.
—Bueno, hubo alguien que le gustaba. Hace mucho tiempo, pero no funcionó —accedo a hablar, porque ya me ha descubierto, pero le puntualizo lo último para que no se haga más ideas raras.
—¿Quién? —salta.
—Una amiga…
—¿Quién es? Déjame verla. ¿La conozco? ¿Tiene redes sociales?
—¡Una, no! No te voy a decir —me rehúso tajante.
—Necesito evaluar a la competencia, Serena.
—¡No existe ninguna, no seas absurda!
Su expresión desafiante desfallece y empieza a parpadear rápidamente. No puedo soportar el drama sin haber ingerido mis sagrados alimentos.
—No vas a dejarlo estar, ¿verdad? —inquiero de mal humor.
—Tú qué crees —enarca una ceja —. Una chica enamorada es capaz de…
Le interrumpo con una mano al frente.
—Cuál enamorada, no eres más que una cotilla. Está bien. Sólo voy a mostrártela para que te apacigües, pero no puedes decir ni hacer nada malo sobre ella, ¿de acuerdo? Es mi mejor amiga.
Aquel agregado no parece animarla, pero cuando busco su foto de perfil en la aplicación de mi celular y se la muestro, su rostro se ensombrece. Para variar, me lo arrebata de las manos para verlo con acercamiento y detalle.
—¡Debe ser una puta broma! —gimotea.
—No alces la voz, por favor. Nos van a empezar a mirar —suplico, arrepentida de haberle mostrado la foto.
—Dime que esto está súper editado y con mil filtros —me señala una que tiene en traje de baño.
A mí se me escapa una sonrisa compasiva.
—Lo siento. No. Minako no usa éso.
—Minako —farfulla apesadumbrada —. Hasta su nombre es perfecto.
—Ya te dije que nadie es...
—¡Espera! —su celebro parece recapitular a la velocidad de la luz —. ¿No es ésta tu amiga la que se casó hace poco? Me contaste que fuiste su dama de honor.
—Sí —contesto parpadeando rápidamente —. Vaya, qué buena memoria tienes.
Unazuky se deja caer en el respaldo de la silla, y sonríe relajada.
—Y vaya susto tú el que me has dado. ¡Entonces es inofensiva! —repone, y comienza a comer gustosa —. Esperaré a que me llame, ¡descuida!
Pero no sé por qué razón decido aconsejarle:
—Es el siglo XXI… si no lo hace pronto, llámalo tú.
Por fin llego viva al viernes. Ha sido una semana más pesada que el plomo desde que nuestra "peculiar" tercia se formó. Sólo quiero darme un baño y dormir. Seiya tiene turno largo hasta la madrugada, de modo que espero que hoy sea una noche tranquila.
No obstante, cada esquina, mueble o artefacto que miro, me recuerda a un desperfecto dejado por el huracán Minako Aino. Categoría de alta peligrosidad. Sigue en proceso de desintegrarse durante el invierno pero sin novedad de cuándo:
Minako haciendo explotar un empaque de macarrones en el horno. Minako acabándose el agua caliente. Minako dejando el control remoto pegajoso de dulce. Minako averiando el elevador y dejando a los vecinos del piso de abajo atrapados. Minako y el enchufe sobrecargado de la sala… y podría seguir toda la noche, pero no estoy de ánimos.
Honestamente, no sé como sobrevivimos cuatro años como compañeras de piso. Sí hacíamos trastadas, y muchas, pero recuerdo que eran divertidas y mi padre o el suyo siempre acudían en nuestra ayuda. No recuerdo tampoco que fuera el pan de cada día. Ese es el quid de la cuestión y por lo que soy incapaz de enojarme en serio con ella: creo que Mina está tan abatida que su cabeza es un hervidero de horribles ideas, lo cual agrega un porcentaje terriblemente alto a su habitual personalidad patosa.
Se da la vuelta tras el espejo para mirarme.
—Hola… esto… uau —silbo, al ver el entalladísimo vestido vino, cubierto en partes por pequeñas cuentas del mismo color que la luz refleja en ellas. No es muy corto, va justo a la rodilla, pero el problema es que parece haber sido confeccionado para alguien con el cuerpo femenino de una chica de quince años y a ella le hace un efecto push up que...
—¿Me veo bien? —pide mi confirmación, aunque lo sabe.
Se ve despampanante, pero éso no es lo que me preocupa.
—Muy bien. Pero… ¿vas a alguna parte? —pregunto sentándome en la orilla de la cama.
Minako se coloca en cada oreja unos aros de plata.
—Vamos —corrige, y su sonrisa se ensancha.
—¿Qué? —salto.
—Ya me has oído. Es viernes, Seiya no está y no pienso quedarme en casa mirando la tele. ¡Vamos a escogerte algo de ropa! Um… bueno, mejor te la escojo yo —decide, dirigiéndose hacia el armario.
Enarco una ceja. No sé si tomármelo como un halago o no. En vez de responderle, me pongo de pie y la sigo.
—Mina, ¿de veras crees que es buena idea? —pregunto.
—¿Por qué no? Tiene siglos que no salimos juntas, y solíamos divertirnos. ¿Te acuerdas?
En realidad...
—Ya sabes por qué lo digo —rezongo seria, mientras ella sigue haciéndose la sorda y me elige un conjunto de vaqueros entallados con un top minúsculo negro, que nunca me calzó bien y estoy segura que ya ni entra. En los últimos meses he ganado dos o tres kilos. Culpo al angelito de flechas.
—Ahora los zapatos… uy, o mejor unas botas.
—Minako, ¿quieres dejar de hacer el tonto? —alzo la voz, mosqueada ya por su actitud. Puedo tolerarle que haga un cochinero con los platos, se tarde horas en el baño o me complique tener intimidad con mi novio, pero no que me trate como imbécil. No, peor, que se engañe ella misma como imbécil en mi presencia.
—¿Prefieres éstas zapatillas? —me enseña los zapatos que sólo son un adorno en mi zapatera. Son tan incómodas como caminar sobre clavos.
—¡No! Y nuevamente, no es éso de lo que hablo.
—No seas tan renegona, Sere. Póntelas. Te darán altura y estilizarán tu figura aun más. Te la vas a pasar de fábula, como en los viejos tiempos —decreta, me guiña un ojo y acto seguido, se gira para rociarse su usual perfume frutal.
—¡Nunca me la pasé de fábula! —estallo, lanzando los tacones al piso a modo rabieta.
Minako abre los ojos como platos y se queda petrificada.
—¿Qué dices? —musita.
—¡Todas las veces que me convenciste para salir de juerga, lo odié! No bailo como tú, ni me gustaba ver como filtreabas con los chicos que te invitaban tragos y me dejabas sola, ni me va el ambiente de las discotecas. Y si antes lo aborrecía, ahora más. Así que no, no la pasaré de fábula y estoy segura que tú tampoco. ¡Sólo estás fingiendo! ¡Ya basta!
Me siento como si hubiera pasado muchísimo tiempo para decirle esas palabras, y aunque no era la manera más correcta, no me arrepiento de haberlo hecho.
Minako se ha quedado estupefacta, y como si no supiera cómo reaccionar, aprieta los párpados y respira profundo. Yo todavía tengo la respiración agitada por la revelación. No obstante, me duele el corazón al verla así. Supongo que creía que un poco de diversión le solucionaría la vida, pero no es así.
Me le acerco y la dirijo de la mano hasta la cama para sentarla.
—¿Ves? De esto es de lo que hablo. No estás bien. En las noches, cuando crees que ya estoy dormida, no haces más que llorar, ¿cierto?
—¿Me escuchaste? —pregunta, haciendo un mohín de disgusto.
—No, pero sé que lo haces. También tus duchas larguísimas no son para que haga efecto el acondicionador, ¿verdad? Lloras ahí, donde ni yo ni Seiya podemos verte. Mina, si tanto le echas de menos… ¿por qué no simplemente lo llamas?
Minako me mira con melancolía, mientras se lleva una mano al estómago para sostener su cuerpo por mis palabras, que aunque dulces, también son demoledoras.
—Él también podría buscarme, y ¿lo ves en alguna parte? —me desafía, haciendo un gesto hacia la habitación.
—Tú te fuiste —le recuerdo.
—¡Por una razón! —replica dolida. Levanto la mano para tranquilizarla, y la obligo a que me mire.
—Está bien, lo entiendo. Pero esto no. Crees que todo será como en el pasado, cuando bastaba enmascarar con maquillaje tus sentimientos y sacar un clavo con otro clavo. Tú misma lo dijiste, esto es diferente y uno no deja de amar de la noche a la mañana. Si vas a enredarte con otro, tal vez olvides un rato, pero mañana te odiarás por ello y desearás no haberlo hecho.
Minako aparta sus ojos celestes y cuando me ve otra vez, veo durante un breve momento otras emociones escondidas bajo su mirada de tristeza y recelo: cariño y agradecimiento. Sabe que tengo un punto, y asiente.
—No planeaba eso, sólo… quería que durante un rato, todo fuera como antes. Antes de que una persona tuviera tanto poder sobre mí, y trastocara todo mi universo. Quería sentirme segura y confiada. Al menos, normal —se encoge de hombros.
Le paso el cabello por encima del hombro, igual que lo haría una madre.
—Nada va a ser como antes, Mina. Han pasado demasiadas cosas en el último año.
—Lo sé —dice en tono derrotado.
Se nota perdida. Desmoralizada. No la culpo. Yo estaría igual o peor en su situación. ¿Qué tienen los Kou, que los hacen tan devoradores y fascinantes? Y es sin duda una ironía que las dos, que nos consideramos como hermanas, hayamos caído en el mismo anzuelo genético.
Un pitido de mensaje resuena en el profundo silencio que nos acoge. No es el mío, de modo que asumo será el de Mina. Ella lo toma del buró sin ánimos, pero cuando mira la pantalla, su rostro empalidece, como si se le hubiera bajado la presión de golpe.
—¿Qué pasa? —pregunto atemorizada.
—Es de Yaten —contesta.
—Um… ¿Ya ves? ¿A qué esperas? Léelo —la animo. Seguro que le está pidiendo hablar, volver, lo que sea —. Vamos, no puede ser tan malo.
He aprendido que nunca hay que tentar a la suerte, aunque cuando lo pienso ya es tarde.
Mina pulsa la tecla correspondiente y en sus ojos brilla la curiosidad, pero en un par de segundos se opacan, y entonces traga saliva. Literal como si quisiera pasarse el mal trago. Apenas me percato que se pone de pie a buscar sus zapatos y el abrigo cuando se sale de mi rango de visión.
—Mina, ¿dónde vas? ¿Qué pasa?
—A ninguna parte. A un bar. O a una de las discotecas que me entero recién que odias —responde con amargura —. No lo sé. Pero voy sola.
—¿Qué? ¿Pero por qué? ¿Qué te ha escrito Ya…?
—No le menciones —me señala haciéndome callar, pero no por mucho tiempo.
Sus tacones vuelan hasta la salida principal. Yo hago lo mismo, pero de modo torpe y descalza.
—Recapacita, Mina. Si lo que quieres es una noche de borrachera auto compasiva, lo hacemos juntas, pero aquí en casa. Habla conmigo, no huyas otra vez. No veas a nadie más. No es sano. ¡Por favor!
—No. Necesito aire fresco. Aquí me estoy ahogando.
—¡Pero...!
—Estaré bien —me advierte, sin dejarme ir tras ella. Luego se da un segundo para mirarme y añadir —. Confía en mí.
Y se va.
Arrastrando los pies y con un vaso de agua servido, regreso a la habitación. Me pongo el pijama, me lavo la cara y luego le aviso a Seiya que ya estoy en casa. No responde, pero no es de extrañar. Estará ocupado atendiendo la barra que debe estar a reventar hoy a ésta hora.
Con expresión abrumada, me dejo caer en la cama. Estos días han sido absorbentes y cansados. Casi ni hemos hablado. ¿Cuánto más podremos estar así? No sé qué pensar de todo esto. Estoy buscando razones para entender a Minako, pero no se me ocurre ninguna. No cuando es tan tozuda y defensiva. Aunque no se lo diré, en momentos así le doy la razón a Seiya. No debimos quedar en medio. Sacudo la cabeza. No, no. Es mi amiga. Me necesita, aunque sea tan orgullosa. Sopeso la posibilidad de llamarla, pero la descarto. Eso no hará que vuelva y se abra ante mí, ni puedo ayudarla si ella no quiere.
Entonces, con otro pitido, me percato que se ha olvidado el móvil. El foquillo se enciende y revela que tiene otro mensaje. No debo, pero aunque tuviera las mejores intenciones, no puedo husmear. Su teléfono está bloqueado. Sólo me queda aguardar a que regrese sana y salva, y valerme de su palabra de que no hará nada imprudente, aunque lucía bastante arrebatada.
Ejecuto el plan que ella rechazó. Me sirvo directo del pote de helado y me pongo a mirar una película navideña, de ésas de trama repetitiva y sosa. De vez en cuando echo vistazos furtivos a mi celular y la puerta. Me sorprende que antes de lo que pensaba, más o menos cuando el galán del filme revela su repentino amor por la protagonista, Mina atraviesa la estancia con el juego de llaves extra que le hemos dado.
—Hola. Pensé que estarías acostada —comenta en voz baja. Yo la miro de arriba abajo. Parece estar completa, tranquila y no se ve que haya llorado ni asesinado a Yaten, así que le sonrío.
—No es tarde. Tendrá una hora y media que te fuiste.
—Ah, parecía mucho más —dice, y se saca los zapatos y el abrigo. Va por una cuchara a la cocina y luego se deja caer en el sofá, a mi lado.
La prota de la película jura que ya no cree en la Navidad y tampoco puede corresponderle al chico. Yo rompo el silencio:
—¿Por qué has vuelto tan pronto? —inquiero, fingiendo interés en la pantalla.
Mina deja escapar el aliento, y hunde la cuchara en el pote. Cuando saborea y traga, dice:
—Una amiga me dijo que sería la peor idea del mundo, y tenía razón. Además me estaba congelando con éste vestido.
—Parece una amiga muy sabia —bromeo, comiendo también.
—Sí, bueno… a veces le atina—ríe. Yo la imito.
Sin que le pregunte, Mina parece barajar en su cabeza las ideas.
—Fui a un bar. No sé ni cuál era. Sólo me metí allí al azar —empieza a relatar, otra vez con el helado y dando pausas para hablar. Capta mi atención y le bajo el volumen al televisor —. Me senté en la barra, pedí un cóctel y después de veinte minutos ya estaba bastante cabreada por la ausencia de los moscones. Incluso pensé que no me veía lo suficientemente bien.
—Eso es imposible —increpo con gracia. Mina sonríe.
—Gracias. El caso es que me di cuenta que si no me rondaba ningún tipo, era por esto —me muestra la mano izquierda, haciendo bailar sus dedos. La alianza y su anillo de diamante amarillo tintinean bajo la tenue luz —. Olvidé esto. Resultaron más prudentes que yo. ¿No es hilarante?
—Entonces… sí querías ligar —repongo, y no puedo evitar que suene a una crítica.
A Mina no le afecta.
—No realmente. Pero admito que sí buscaba algo de atención. Charlar un rato o algo. La cosa es que cuando alguien me tocó el hombro y trató de convencerme de ir a bailar a otro lado, me di cuenta que no sólo no quería eso, sino que sólo deseaba que fuera él, y me sentí del asco. Literal, casi estuve a punto de vomitar. Así que le rechacé. Luego vine hasta aquí caminando. Debí tomar un taxi. En serio, un frío que no sé como no he perdido un dedo del pie.
—Vaya, suena intenso. ¿Y cómo era el chico? ¿Guapo?
—No importa quién era —dice con la mirada fija en su mano. Como si fuera una tortura mental y con casi dificultad física, se los saca.
—¿Vas a tirarlos? —respingo con voz aguda.
Mina exhala con frustración.
—No significan nada. Ahora mismo no son más que metal y rocas —se incorpora un poco y los deposita en uno de los bolsillos interiores de su bolso —Pero no. Sólo no los usaré hasta que esto se aclare. Si es que se aclara algún día —murmura con pesar, y echa la cabeza atrás.
—¿Qué decía su mensaje? Cuéntame —la insto. No es cotillería, de verdad creo que Minako debería hablar de estas cosas. Y qué mejor que conmigo, y ahora que estamos completamente solas.
—Primero quiero saber algo. Lo que dijiste sobre que odiabas salir conmigo, ¿por qué no dijiste nada?
Es obvio que quiere cambiar de tema, y se lo concedo.
—¿Me habrías hecho caso? —pregunto alzando las cejas con ironía.
—Me insultas horriblemente —sacude la cabeza y se acomoda el pelo de lado con la mano. Un ademán suyo de toda la vida.
—Ja, sí. Cómo no.
—Yo tal vez… ¿te habría insistido un poquitín? —sugiere fingiendo cara de inocente.
Ambas sonreímos. Yo más que ella.
—No me lo tomes mal. ¡Amaba vivir contigo! Y salir al cine, o de compras. Charlar día y noche y contarnos todo.
—Pero no la vida nocturna —rueda los ojos con teatralidad, aunque lo hace de broma.
—No, no la vida nocturna —confirmo.
—Ya. ¿Y por qué no dijiste nada? —insiste de modo ligero—. No digo que hubiera cedido a la primera, ya sé que soy terca, pero tampoco te habría obligado de saber que lo detestabas. Me sentía mal por dejarte sola en casa, es todo.
—Por qué va a ser, Mina. Por cobarde. Qué más —confieso, y me muerdo un carillo, avergonzada. Ella frunce las cejas con desaprobación —. Sí, es así. Pasé años en un trabajo donde me menospreciaban, no le decía lo que me molestaba a mi madre, aguanté vivir con un hombre que no amaba por regalos lindos y alejé al que sí amaba por miedo. Todo por miedo. De modo que deduzco que soy una cobarde.
Tras segundos de procesar mi explicación, Minako se ríe fuerte. ¡De mí, en mi cara! Siento la sangre subirme a las mejillas de coraje cuando en eso, me toma de las manos.
—Serena, tú tienes de cobarde lo que yo tengo de chef. Eres la persona más valiente que conozco —me dice, con la más bonita de las sonrisas que le he visto nunca.
—¡Venga! ¡No te burles de mí! —quiero soltarme, pero no me deja. Las agarra fuerte.
—¿Burlarme? Tonta, me río porque no puedo creer que pienses eso de ti. Es sencillamente absurdo.
Parpadeo mirándola con reserva. No puede estar hablando en serio. No Minako Aino, la ama y señora de las batallas ganadas y los chistes picantes, la que siempre tiene una palabra de aliento cuando todo su mundo se desmorona. La que no teme hablarle a desconocidos, enfrentar a mis ex novios psicóticos o arriesgarse por amor aunque sea una locura. Por un segundo, la expresión de su rostro me ha llevado a pensar que iba a disculparse por arrastrarme a sus fiestas, pero no imaginaba que sería algo tan importante sobre mí.
Por si no fuera poco, sigue:
—Eres generosa, compasiva y buena. Siempre te preocupas por los demás, más que por ti misma. Aunque tus padres querían que estudiaras contabilidad, defendiste tu postura hasta el final para hacer lo que te gusta. No cediste. Enfrentaste a ése desgraciado denunciándole a las autoridades, buscaste a Molly para que lo hiciera y la convenciste de ello. Ayudaste a Seiya con sus deudas y lo has convertido en un hombre mejor de lo que ha sido nunca. ¡Como si eso no fuera nada! ¿Y qué es la cobardía de todos modos? Una acción humana natural. Lo importante es lo que hacemos con ése miedo. Y tú has hecho cosas admirables…—se ruboriza y baja la mirada—, yo… te admiro mucho. Siempre lo he hecho. Te quiero.
Sus palabras me envuelven y penetran por todos los poros de mi cuerpo. Los ojos me escuecen y el labio empieza a temblarme. Nunca me había dicho algo así. Ni siquiera estando borrachas, así que me remueve toda el alma.
—Mina…
—¡Es en serio!
—Te creo. Yo también te admiro y te quiero —le digo.
Minako se limpia una lágrima traicionera que se le escapa. Me vuelve a sonreír, como si me tuviera buenas noticias aunque ella esté muriéndose por dentro:
—Así que si me divorcio, me quedará el consuelo de que gracias a mis tontos impulsos románticos fue que conociste a Seiya. Espero que tú sí seas muy feliz.
Por un instante me imagino cómo habría sido mi vida, o la nuestra, si no hubiéramos entrado aquélla noche a ése karaoke que ya no existe. Si yo hubiera estado enferma, o en casa de mis padres, o ella con ganas de ir a una fiesta o en una cita con otro en vez de allí. A pesar de todo lo que hemos pasado, sé que ninguna se arrepentiría.
Con nostalgia me echo a sus brazos, y ella me corresponde.
—Oh, Mina. ¡Todo esto es nefasto! Si tuviera un súper poder, haría que las cosas fueran más fáciles ti. Para todos.
—Sí lo tienes, eres mi mejor amiga. Si sigues siéndolo, sé que con el tiempo todo estará bien.
—Claro… —le digo, aunque sin mucha convicción. Quisiera ser tan determinada y optimista como ella. Sinceramente, yo estaría trepada de las paredes si Seiya… bueno…
Ignoro el dolor imaginario que me atraviesa el pecho, y le pregunto:
—Oye, ¿por qué no te pones el pijama y vemos la película? Bueno, los diez minutos que le quedan. O podemos ver otra. Todas son igual de predecibles —sonrío.
Ella disimula un bostezo, y se pone de pie para coger sus cosas.
—Gracias, pero estoy muy cansada. Trataré de no fastidiarte ésta noche con mis remoloneos. Es que no estoy acostumbrada a dormir con alguien que no… quiero decir, con alguien más.
—No lo haces —miento para no incomodarla más—. Oye, Mina.
Gira sobre sus talones, mientras yo recargo la cara en el respaldo del sofá.
—¿Qué decía el mensaje que te envió? —me aventuro a preguntar. Para mi asombro, ésta vez no se hace la difícil. Se cruza de brazos aun con los tacos en la mano.
—«Lo prometiste» —susurra.
Yo ladeo la cabeza. Mina se acerca un par de pasos hasta mí.
—¿Cómo?
—Eso decía su mensaje. «Lo prometiste». Dos palabras tan inocuas, pero, uff… yo sentí que me dio dos balazos. Uno por cada flanco —dice con voz endeble, esquivando mi escrutinio.
—¿Por qué? ¿Qué le prometiste?
Oh, lo he dicho en voz alta. Tremenda entrometida que soy, pero juro que lo dije antes de pensarlo.
—Ah, que nunca lo iba a dejar —murmura. Ahora es mi turno de esquivar su rostro.
—Ya veo… —Brillante respuesta la mía.
—El amor es algo muy extraño, ¿no crees? —dice con una mueca, y sus ojos se fijan en el cuarto de música de Seiya —. Puede sacar lo mejor de ti, pero lo peor también.
—No intento justificarle —balbuceo, tratando de hacerla sentir mejor —, pero quizá lo dijo estando...
—Ah, no hablaba de él. Sino de mí —me interrumpe con frialdad, antes de darse vuelta —. Así que, Sere, si me aceptas un consejo: nunca des nada por hecho, ni hagas promesas que no vas a cumplir.
Y con ésa reflexión, me deja abrumada y pensativa, aunque no sé por qué.
Por suerte, el resto de la semana la dinámica del trío de oro mejora un poco. Los accidentes han disminuido notablemente, y ahora sólo debo reponer un par de tazas y reparar un foco que Minako se ha cargado. A Seiya lo veo poco, pero en el transcurso del día nos enviamos muchos mensajes.
Después del trabajo, Minako se pone la misma pijama vieja y pasa largas horas mirando películas en su portátil, casi sin salir de la habitación más que para asaltar la nevera hasta que se agota y cae dormida. Su masoquismo me sigue preocupando, pero menos. Creo que está mejorando, pero me preocupa que las vísperas la pongan peor. Está negada a hablar con sus padres y con Yaten, y conmigo… y no sé cuánto tiempo más pueda sostener su farsa.
Por mi parte, yo uso el tiempo que no quiero estar en casa para adelantar pendientes del trabajo, y me he leído un montón de manuscritos. Casi todas mis reseñas le gustan a Setsuna, y antes de marcharse de viaje, me deja en mi escritorio una caja de bombones de una confitería muy fina, y en mi bandeja de entrada un e-mail que da permiso para completa tomarme la última semana del año libre. Eso es maravilloso, porque legalmente no me corresponden vacaciones. Debo estar haciendo algo bien. Eso me deja muy buen sabor de boca y regreso muy contenta a casa. Sería una forma estupenda de cerrar el año, si tan sólo pudiera compartirlo de tiempo completo con la persona que más quiero…
Mi subconsciente (ahora influenciado por la época de dar y recibir) me recuerda que no debo ser egoísta, y en vez de eso y agradecer lo afortunada que soy. Cuando llego y me cambio el calzado se me escapa una sonrisa. Seiya está en casa, ensayando. Su preciosa voz se escucha desde la estancia.
Toco un par de veces y cuando la música cesa, asomo únicamente la cabeza.
—¿Se puede? ¿O estás demasiado enfadado conmigo como para compartir una deliciosa caja de bombones navideños? —pregunto con cara de inocente, chantajéandolo.
Seiya deja su guitarra en el piso y me invita con la mano a pasar.
—Entra —resopla, y sonríe.
Me dejo hundir en el futón, a su lado, mientras le ofrezco una golosina. Apenas llevo uno, y no creo que pueda parar. Están deliciosos.
—Con que un bombón para otro bombón —comenta, y toma uno de cereza —. Ah, y no estoy enfadado —dice antes de echárselo a la boca.
—Me los dio Setsuna. Y yo creo que sí lo estás...
—Pues crees mal.
—Anda, sé que quieres decirlo. "Te lo dije". Hazlo, no me importa.
—¿Que te diga qué? —frunce el ceño mientras mastica.
—Que era mala idea dejar a Minako quedarse. Sé que te mueres por decirlo, así que te concederé el placer sólo por ésta vez —insisto, rodando los ojos.
Seiya me mira de un modo extraño. Como entre decepcionado y cómico de mi opinión.
—Esto no es una victoria para mí, Bombón.
Parece hablar en serio, e instantáneamente me siento una basura. Mi subconsciente navideño niega con la cabeza.
—¿Ah, no? —me confundo, relamiendo el chocolate de mis labios.
—Pues no. Mi hermano está sufriendo. Y Minako, aunque no lo creas, también me importa. Aunque no niego que me habría gustado que se pelearan hasta enero. Tenía planes para nosotros.
Abro mucho los ojos y no puedo evitar que se me caiga el chocolate, me dé una tos ridícula y luego le pregunte con voz atragantada:
—¿Cuáles planes?
Seiya se ruboriza y empieza a chocar sus pies, sólo en calcetines, de un modo casi infantil.
—Eh… no sé si tenga caso ahora que…
—¡Claro que tiene caso! —chillo, y él respinga —. Perdona. No quise gritarte, es que… me dio emoción. Cuéntame, por favor. ¿Síííí?
Seiya se ríe y me pasa el brazo por los hombros.
—Eres una niñata. No es la gran faramalla, sólo hablaba de un viaje corto a alguna playa cercana, a la montaña para descansar unos días lejos de la ciudad.
Un viaje. Sólo nosotros. Sin trabajo, sin historiales de deudas, ni líos de amigos o ex novios. En Nochebuena. Él y yo. Todo un detalle de su parte. Y mi sueño navideño dorado.
Debo tener una cara estúpidamente ilusa, porque Seiya me devuelve al mundo real con un chasquido de dedos.
—Pero supongo que creerás que no es buena idea dejar a Minako sola —me recuerda Seiya, mientras yo sigo fantaseando con la nieve, las chimeneas abrasadoras y una cena mágica a la luz de las velas — ¿O sí?
Oh, sí.
No, no. Claro que no. Paso de la oleada de calor que me revuelve entera y me concentro en estar disturbada por la situación.
—No. Ya ves lo que dicen de las depresiones invernales, las crisis nerviosas y todo eso —y me trago otro chocolate, éste de pura frustración.
—Bueno, ya veremos que pasa. Mis últimas tres Navidades han sido horripilantes, así que me conformo con que… ya sabes, estés aquí y no me dejes colgado o algo así —admite haciéndose el gracioso, pero noto como su tono apagado delata su más recóndito miedo. ¿Cómo es que puede pensar que yo estaría en otro sitio? ¿Dónde y con quién?
La necesidad de estar entre sus brazos me doblega, y me le arrimo más, rodeando con mi mano libre su firme torso. Y con el pensamiento inquebrantable de que yo nunca haría eso. Quiero pasar cada fecha importante a su lado. Me aferraría a él hasta el último aliento, no importa cuántas dificultades atravesemos. Mientras me ame, claro está.
Las palabras de Mina asaltan mi cabeza, y me repito que sólo está herida. Necesita sanar para retractarse de ellas. Sí, sólo es eso.
—Ya que tenemos tanta compañía, se me ocurre que podríamos invitar a nuestros amigos a cenar aquí para equilibrar el ambiente. ¿Qué opinas? —me pregunta.
¿Tenemos amigos? Me vengo enterando...
—Pues…
—¿Andrew y Lita? —sugiere, al percibirme dudosa. A mí se me ilumina la cara y asiento. Ambos me caen de perlas —. Bien. Oh, y podrían venir también Haruka y Michiru.
Se me escapa torcer el gesto.
—¿Ahora qué? —increpa Seiya de mal rollo.
—Nada, es que Michiru es tan…
No me deja terminar, y se lo permito. La verdad es que no tenía ninguna excusa de todos modos.
—Joder, sólo tú podrías seguir sintiendo celos de una chica que está programada biológica y mentalmente para rechazarme. ¡Es de locos!
Me enderezo.
—¡No son celos! —exclamo. En parte —. Es que ella parece acostumbrada a todo lo refinado y de buen gusto, ¿y qué podemos ofrecerle nosotros? ¿Vino barato y bocadillos empaquetados?
—Eres demasiado prejuiciosa, Serena. Ni siquiera la conoces.
—Tampoco es que esté en mi lista de propósitos de año nuevo el conocerla. Y no me digas Serena —me quejo, y sigo engullendo los bombones.
—Reclámale a tus padres, yo no te bauticé.
—Ajá, pero me da la sensación de que cuando me dices Serena, me estás riñendo.
Seiya se rasca la cabeza con aprensión.
—A ver, si no te interesa conocerla, ¿por qué la has invitado a cenar? Y antes de que la tomes por chismosa, ha sido Haruka quien me lo ha dicho.
—No iba a tomarla de chismosa —miento, y siento como me sonrojo. Vaya, no creí que se acordaran de la invitación. Era una vaga cortesía, como cuando la gente dice que un bebé es lindo cuando en realidad parece un alien. Nadie lo toma en serio.
No obstante, creo que me conviene llevarme mejor con la… o las amigas de Seiya. Eso sí, sólo un poco.
—Men-ti-ro-sa —se burla.
—¡Diablos, odio que me conozcas tan bien a veces!
Se ríe y toma uno de los bombones de café. Es la señal de que nuestra pequeña discrepancia ha llegado a su fin. Además, si no podemos acostarnos, qué más nos queda que atiborrarnos juntos de calorías vacías y reírnos de lo irónica que es la vida.
—Está bien, que vengan Haruka y Michiru. Va a ser un cuadro familiar muy interesante.
—Más bien un club de inadaptados —Nos echamos a reír.
Subo mis pies sobre los suyos, que están cruzados, y luego le miro con ojos de cordero.
—Sonaba muy agradable lo del viaje.
—Ya lo sé, Bombón. Pero tendremos tiempo para eso, ya verás —me dice, y me besa la coronilla del pelo. Yo cierro los ojos ante su contacto y sonrío.
Acto seguido, un estruendo extraño en otra habitación nos hace separarnos.
—Ya sabía yo que no podíamos tener un momento de paz —gruñe Seiya separándose —. ¿Qué habrá hecho ésta vez?
—Iré a ver —repongo poniéndome de pie.
Pero no hay nadie en la cocina. Luego de revisar la recámara y el baño, me desconcierto. Sólo me queda el cuarto de lavado, y no es como que ahí haya mucho que estropear, a no ser que haya inundado toda la tubería del edificio o algo así.
No digo que no sea posible, que conste.
Pero no, Minako no está allí. Al fondo, en la pequeña bodega donde va a dar todo lo que nos estorba o está descontinuado, está ella. Está despatarrada en el suelo, mirando algo pequeño, rodeada de varias cajas que tienen artículos de… bebé.
Cuando siente mi presencia y nuestros ojos se encuentran, los suyos son dos espejos enormes, cristalinos, que no reflejan más allá de la incredulidad; sino además el más profundo de los sufrimientos de una herida re-abierta.
—¿Q-ué…? —tartamudea —. ¿Por qué está todo ésto aquí...?
Exhalo y me paso la mano por el flequillo. Un gesto que me ha pegado Seiya, creo.
¿Ahora qué hago?
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NOTAS:
Gracias por leer y por seguir leyendo a las que lo han hecho desde un inicio. Una disculpa por la demora. Desde que empecé la historia quería escribir un capítulo que fuera, digamos, dedicado a Minako y sus ocurrencias, con cierta inspiración en el anime. Y a la vez, y que dentro de ése fragmento se revelaran cosas pasadas de su amistad con Serena, o su relación con ambos chicos Kou. Esto no tendrá ahora una inclinación hacia M&Y, para eso tienen sus spin-off en "¡Si, acepto!", pero quería también darles su lugar en "Roomies", dado la gran importancia que tienen en la vida de los protagonistas, y lo mucho que intervienen en su relación, directa o indirectamente. 3. Y porque los amo y no puedo evitar escribir sobre ellos. Espero que les haya gustado, aunque sé que todo fue muy sad 💔Aun alta cerrar la problemática de Mina, qué pasó con Yaten, etc. Paciencia.;) Y también paciencia con Serena y Seiya, no pasarán mucho tiempo para seguir con sus asuntos amorosos. Algo ya natural en este punto.
Por favor, regálame un review si te gusta mi fic, sería mi mejor regalo de Navidad (chantaje, ¿dónde?:P)
¡Felices fiestas 2022! 🎁🎄🎅Que todos sus deseos se hagan realidad, les deseo mucho amor y prosperidad.
XOXO
Kay🌸
