"Roomies"
Por
Kay CherryBlossom
(POV Serena)
36. Fantasmas
.
—¿Q-qué…? —tartamudea —. ¿Por qué está todo ésto aquí...?
Exhalo y me paso la mano por el flequillo. Un gesto que me ha pegado Seiya, creo. Contraria a mí, Minako nunca ha sido una llorona. Por lo tanto, me afecta muchísimo verla así cuando lo hace.
¿Ahora qué hago?
—¡Serena! —me llama. Creo que todo el mundo cercano a mí me Serenea, cada vez que se enfada conmigo. No soy Sere, ni Bombón, ni hijita, ni cosas así. Soy la infame Serena. Vaya.
Esta vez, cuando habla, un curioso sonido acapara mi atención. Ha sacudido su mano, y con ella, una pequeña sonaja ha hecho un tintineante ruido. Cielos, jamás se me ocurrió que ella pudiera encontrar estas cajas. Vamos, ni siquiera recordaba que existían. La culpa me recorre de pies a cabeza, e intento por todos los medios hacer carburar mi cerebro para reconfortar a Minako. Es mi amiga. La que siempre estuvo allí para mí, y ahora es mi turno de hacerlo. Se lo prometí.
Me acerco sigilosa, arrodillándome a su lado.
—Yo… —carraspeo para aclararme—. Seiya las puso aquí. Supongo que Yaten se lo pidió —le explico algo vaga, y esperando no desatar un lío.
Para variar, lo hago.
—¿Por qué haría algo así? —suelta furiosa.
Me acomodo mejor, a la par de que sopeso la respuesta. No me parece a mí un problema propiamente, pero a Minako es obvio que sí, así que ésta vez cuido mejor mis palabras.
—Francamente, no lo sé —Lo intuyo, sin embargo. Minako me balea con los ojos. Entonces me decanto por soltar la sopa —. ¿Qué quieres que te diga? Tal vez pensó que cambiarías de opinión respecto a…
Me interrumpe lanzando la sonaja alguna parte, y hace otro estropicio con las cosas. De la pila se caen peluches, ropa y diversos trastos. Me limito a contemplar el pequeño derrumbe sin decir nada.
—Claro que sí —escupe sin emoción, mirando a la pared. No sé a qué se refiere, pero por sí misma revela mi duda —. Siempre lo quiso. Ese fue el problema. Bueno, el inicio de nuestros problemas…
Me acerco a gatas hasta nuestros hombros se tocan. Minako extiende las piernas, una sobre otra, y suspira con la rendición solemne de que antecede a que al fin me contará su historia:
—No digo que antes fuéramos perfectos, pues discutíamos como todas las parejas. Pero éramos un gran equipo, y sobre todo, nos teníamos una confianza ciega. Sé él qué puede ser brusco o frío con los demás, incluso con su hermano, pero conmigo no lo es. Sólo a mí me contaba todos sus secretos, temores y sueños. Y que sólo yo pudiera ver su mejor lado, el más cariñoso y transparente, me llenaba de un orgullo y un egoísmo que me encantaba no tener que compartir con nadie. Pese a nuestros discrepancias, mi confianza absoluta en Yaten es lo que me aferró como un clavo ardiendo a la pared, incluso cuando quería asesinarlo. Pero ¿sabes? cuando se pierde eso, todo se maltrecha. Y es muy difícil recuperarla.
Asiento mostrando mi acuerdo.
—Dicen que de amor no se vive, y es verdad. Pero no creo que se refieran al dinero, sino a la confianza. El caso es que no me engañó ni nada, no es eso lo que quiero decir. Pero ninguno de los dos fuimos sinceros con el otro. Me queda más que claro. Cuando supe que estaba embarazada sabía que muchas cosas cambiarían en nuestra relación, y que tendríamos que hacer un doble esfuerzo por… bueno, por el bebé —dice con voz endeble.
Es la primera vez que lo nombra en voz alta, y yo me quedo rígida por segundos.
—Claro —repongo simplemente, para no embarrarla con o sin intención.
—Nos pareció demasiado pronto, pero como igual era parte de nuestros planes, asustados y nerviosos y todo, lo asumimos con la mejor actitud. Pero al perderlo tan de repente… no sé, siento que se fue una parte de nosotros. No sé exactamente qué. Si la ilusión, la alegría… no tengo idea. Nuestra casa quedó ensombrecida por un luto que en apariencia no existió, pero que sus nubarrones nos cubrieron totalmente. Fue muy extraño, confuso y triste.
—Lo siento mucho, Mina —susurro. Ella me sonríe con agradecimiento.
—Gracias. Bueno, él fue muy comprensivo. Me cuidó y aguantó todos mis vaivenes, mis cambios de humor y mi tristeza. Fue el pilar de nuestro duelo, y creo que eso le afectó. No hubo nadie que entendiera lo que él estaba pasando. Yo no estaba en condiciones de hacerlo, y él tampoco se lo permitió con nadie más. Así estuvimos, aguantando y compadeciéndonos. Pero ya me conoces, hubo un momento en el que me harté de ser una flor delicada que iba a deshojarse con el viento, y me recompuse por ambos. Pero quedaron, como siempre, los estragos que siempre deja una pérdida.
—¿Cómo qué? —me atrevo a preguntar, ya que hizo una pausa demasiado larga.
Mina prosigue:
—Nunca más hablamos del tema. Fue como si el bebé no hubiera existido, y aunque yo sabía que no podía embarazarme de nuevo tan pronto por cuestiones médicas, tampoco quería intentarlo en el futuro. O al menos Yaten lo intuía. Me conoce muy bien. De hecho, creo que sigo sin quererlo. Si yo estoy dañada, por así decirlo, no podría soportar pasar por lo mismo. Sentir el dolor. Oler la sangre. Y el espantoso vacío que dejó dentro de mí… Él nunca va a comprenderlo. No es su culpa, pero tampoco mía.
Minako se estremece.
—No estás dañada, Mina. ¿Has acudido a un médico para cerciorarte de ello?
—Sin hacerme muchos estudios, sí. Vimos un par, pero ninguno puede garantizarte una concepción sana o exitosa. No totalmente. Y mientras hubiera una duda, una posibilidad, yo no me atrevería. Llegué a pensar que era una especie de señal divina que… pues ya sabes, yo no debería convertirme en madre —sentencia de modo duro. Muy duro a mi criterio.
—Mina, no creo que… —no obstante, me corta:
—Sin embargo, sé lo mucho que él lo ansía y eso generó tensión y resentimiento entre nosotros. Él por no resignarse, y yo por no arriesgarme. Ya no éramos un equipo, era yo contra él y nuestros argumentos en apariencia simples, pero terriblemente complejos. Yo no quería un bebé. Él sí. ¿Qué íbamos a hacer? ¿Quién iba a ceder en algo tan importante en nuestras vidas? Aparentemente, ninguno. ¿Por qué no le dije que empecé a tomar anticonceptivos? ¿Por qué él dejó éstas cosas aquí si yo le pedí que las tirara? Porque ya no nos teníamos confianza. A eso voy. Luego vino lo peor… la total y absoluta indiferencia. Sencillamente ya no nos interesaba discutir, y cuando ya no hay nada que decirse… sólo queda cerrar el telón. Y ya está.
—No lucían así. Se veían unidos y normales —opino.
—Porque había muchas cosas que nos unían y no queríamos renunciar a ellas. Y nos queríamos, por supuesto. Charlábamos, nos reíamos y teníamos sexo. Como una pareja normal. Pero bastaba encontrarnos una familia con carriola en el centro comercial para que él empezara a babear, y yo le soltara la mano para hacerme la occisa. O nos hicieran las típicas preguntas incómodas en cenas con mis padres o nuestros conocidos; ninguno supiera qué contestar, y regresáramos callados y disgustados todo el camino. Sabíamos que eso tarde que temprano nos iba a separar.
Le permito continuar.
—Obviamente no todo fue de la noche a la mañana. Fue como cuando te quedas dormido… primero de a poco, y luego de sopetón. Sientes cansancio, cierras los ojos incluso… pero no sabes cuánto vas a tardar para llegar a ese punto en el que ya no escuchas nada y caes al sueño profundo. Fue algo así.
Me miro las manos. Me siento tan mal por ella, y eso que estoy segura que aun no llega a la la parte más complicada de la historia.
—Un día antes de marcharme de casa cada uno estaba por su lado, haciendo sus cosas. Yo miraba en el sofá una película de Jim Carrey. Ésa donde le cachan las mentiras —dice Mina con un tono muy extraño, entre simpático y amargo —. No sabía lo que sea que él estuviera haciendo. Así fueron nuestros últimos días. Cortesía, indiferencia y frialdad absolutos. Y es curioso, porque cualquiera podría decir que eso era mejor que gritarnos y alegar, pero no. Porque como te dije, cuando dejas de luchar… también es porque todo te deja de interesar. Incluso un matrimonio.
Yo nunca me lo había planteado así, pero no dije nada. Esto no es sobre mí, así que esperé a que continuara:
—La cosa es que sentí frío, y fui a buscar unos calcetines más gruesos. Lo encontré encorvado y de espaldas en la cama de nuestra habitación, que estaba a oscuras. Tardé en entender que estaba llorando. Yo jamás le había visto llorar, y aquello me dejó en shock. Verle quebrarse de ésa forma me partió aun el corazón, por supuesto, y quise consolarle, decirle que todo iría bien y sólo necesitábamos tiempo, pero ya era demasiado tarde. Me rechazó y me hizo ver lo lejos que habíamos llegado. Como él me dijo, de ser almas gemelas a tratarnos como simples extraños. Lo siguiente que seguía, era odiarnos.
—Vaya —musito, consternada.
—Y era verdad… me di cuenta que yo ni siquiera había reparado en su presencia en la casa. ¡Él estaba sollozando por mí a un muro de distancia mío, y yo me reía con la película! ¿Te das cuenta de lo enfermo y deprimente que es eso?
Me mira de una manera taimada, moviendo la cabeza lentamente, como si hubiera perdido su compás. Yo tomo su mano para infundirle valor y seguirse desahogando, mientras las lágrimas le empiezan a rodar por su rostro blanco y contrito.
—No te diré todo lo que nos dijimos, porque eso es privado, pero básicamente él ya no podía más con la situación y me liberaba del matrimonio, si quería. Se iría a un hotel al día siguiente hasta que pensáramos qué hacer. No quise forzarlo a irse, pues sé cuánto ama nuestro hogar. Se esforzó porque cada habitación y rincón fueran de nosotros, hermosos y perfectos. Podrá hacerse el fuerte, pero Yaten no sabe lidiar con la inestabilidad, pues le recuerda a la tragedia con sus padres. Así que decidí irme yo. Como te dije, tenía más posibilidades de sufrir menos. O eso espero, porque su ausencia me duele y me quema como si estuviera en el mismísimo infierno, un infierno que yo elegí. Pero ¿qué más puedo hacer? Si regreso volvería a verlo, pero también siguen allí los problemas. No desaparecerán. Así que en vez de ir a trabajar hice la maleta, le escribí la carta y luego vine aquí. Lo demás ya lo sabes.
Y rompe a llorar, haciéndome llorar con ella en silencio respetuoso. Yo paso un brazo por sus hombros, que se sacuden de modo pasmoso y frágil. Cuando se recobra, largos minutos después, se separa y limpia su cara con las manos. Sonríe como si fuera una conversación cualquiera:
—Gracias, Sere. Ya estoy bien. Deberías salir con Seiya esta noche. Aunque sea sólo para ir a caminar. Pero pasa tiempo con él, no le dejes solo.
Hago un ademán de restarle importancia. Está chalada si cree que voy a dejarla sola en este estado.
—No. Estoy segura que sobrevivirá sin mí otros pocos días, no me preocupa.
—Debería —contradice con voz quebradiza.
—¿Por qué?
—Porque así se empieza. Ve, por favor. Yo estaré bien.
—¿Qué vas a hacer?
—Si me preguntas si voy a ponerme otro vestido corto para salir a hacer el ridículo, no.
—Ah.
Me siento muy mal por ella. Inútil, sobre todo. Yo quisiera arreglarlo todo con una habilidad misteriosa y omnipotente, y que ella fuera feliz. Como antes. Como cuando estaba comprometida empaquetando cajas y eligiendo arreglos florales.
Tremendamente abatida, le tomo de la mano otra vez:
—No te cierres, Mina. Por favor… dime qué hago. ¿Qué puedo hacer para que te sientas mejor? Sé que puede haber algo —le pregunto e insisto fervientemente —. Haré lo que sea con tal de que te ayude un poco.
Mina exhala, cubriendo sus mejillas de rubor. Está conmovida, pero declina mi petición de modo afectuoso:
—Me has recibido en tu casa, aguantando mi drama y me estás ayudando a desenterrar mis fantasmas. ¿Te parece poco?
—¿Eh? ¡Pues sí! —me ofendo.
Por minutos contempla de modo ausente las cajas, como si fueran los restos de una guerra en la que claramente nadie ganó.
—¿Lo que sea, dices? —pregunta absorta.
—Sí, y no acepto un nada por respuesta. Así tengas que inventártelo —finjo enfadarme.
Mina se gira para mirarme, y me entrega el cepillo que traía en las manos. No lo había visto. Posiblemente iba a meterse a bañar cuando decidió venir aquí a por una toalla limpia u otra botella de champú. Ni idea.
—¿Me peinas? —me pide, con vocecilla débil e infantil.
Yo sonrío con ternura. Si supiera que eso arregla todo, lo haría todos los días. Pero sé que no. Al menos sí sé, por experiencia propia, que es una medicina íntima entre las dos que no cura, pero cómo reconforta.
Invito a Seiya al cine aquélla noche. Como es viernes y todo está abarrotado, sólo encontramos boletos para una película cuya reseña es violenta y absurda.
Entramos igual. Después de ir a la dulcería, ya instalados, le hablo de algo que no deja de comerme la cabeza:
—Seiya, ¿me prometes que cuando algo vaya mal entre nosotros, me lo dirás? No importa lo que sea.
Se queda con un puñado de palomitas a medio camino.
—¿Y eso a santo de qué? —inquiere, arisco como siempre.
—Sólo prométemelo.
—Er… ¿lo que sea?
—Sí, lo que sea —rectifico, aunque un miedo tonto me brota del estómago. Sí, qué tonta, no está pasando nada. Su silencio, por suerte, no me tortura mucho.
—Tal vez deba confesar… que tu taza favorita no la rompió Minako. Sólo aproveché su torpeza diaria para inculparla. Creí que te enfadarías menos con ella que conmigo.
—¡Zoquete! —me río, y es tan aliviador reír por una tontería. Quiero que nuestra vida sea siempre así, relajada y llena de complicidades.
—¿De veras no te cabrea que la haya roto? Traté de buscar otra igual, pero no encontré.
—No, no me importa. Sólo es una taza —le digo sonriendo. Él replica mi sonrisa. Era mi favorita y la tengo desde la universidad, pero he aprendido de la experiencia de Minako que no voy a prestar atención a nimiedades ni errores insignificantes en mi relación. Mientras estemos juntos, quiero que estemos bien. Pase lo que pase.
—Uf, menos mal…
—Además yo te tengo algo que decir sobre tu guitarra clásica…
Se pone pálido, y juraría que la mandíbula le llega al suelo.
—¡¿Qué, qué hiciste?!
Nos vuelven a chistar. Ninguno le hacemos caso. ¿A qué clase de amargado le molesta que la gente hable durante los avances?
—Que te ves taaan sexy cuando la tocas, ¿cuándo me haces otra canción? —canturreo.
Seiya resopla.
—Eres perversa, Bombón. No sé cómo te soporto —escupe bromeando.
Me da tiempo de darle un beso antes de que la sala quede a oscuras. Cómo no, terminamos tirando una buena cantidad de palomitas al piso, y los de atrás nos miran mal otra vez. Yo les ignoro, y Seiya ni siquiera los ha pillado. Me acurruco en su hombro y me trato de concentrar en la película, con mi mente que va distraída. De todos modos es tan mala como prometía, y me alegra haber seguido el consejo de Mina.
De regreso a casa aun estamos burlándonos de la cantidad exagerada de sangre, de armas y chicas espantosas del filme, cuando nos quedamos de piedra al entrar. Todo el apartamento está ordenado, incluso más que como lo teníamos antes de que llegara nuestra roomie. Paso los ojos por la cocina, y se me abren al máximo, si es que se puede. Retengo el impulso de frotarlos para verificar que no es una alucinación. Mina está limpiando la encimera con un paño y nos sonríe en cuanto nos ve. No hay ni un sólo plato o vaso sucio. Todo está impecable.
—¿La pasaron bien? —nos pregunta. Suena algo más animada… o seré yo, que el cerebro se me ha fundido con lo que estoy viendo.
Seiya se recupera más rápido carraspeando, y le contesta que sí. Antes de emitir otro cualquier tipo de comentario, Mina habla de nuevo:
—Ordené comida china. Tallarines, rollitos y algo de pollo agridulce. ¿Supongo que tendrán hambre?
—Sssí, claro —repone él.
—Lo dejé aquí fuera, ya está listo para meterlo al horno.
—Gracias, Mina —reacciono parpadeando y retomando el habla —¿Tú que has…? Quiero decir, entonces… ¡cenemos!
—No, gracias. Ya cené —deja el trapo secando y luego se sacude las manos —. Ustedes coman tranquilos. Me voy a acostar. Ah, Seiya, cambié mis cosas para la habitación donde estabas durmiendo. Me quedaré ahí. ¿Está bien?
—¿Por qué? —replico, pero Mina no me responde. Sólo me vuelve a sonreír mientras toma un vaso con agua.
—Hasta mañana —se despide, como si no debiera discutirse el tema. Frunzo el ceño, pero no digo más.
—Ah, cu… esto, Mina —la llama Seiya, justo cuando ella está por desaparecer por el pasillo —. Llévate otra frazada del armario. Hoy hace mucho frío.
—Lo haré. Gracias.
Y se va.
—De... nada… —murmura Seiya, aun atónito.
Tras múltiples intentos por quitarme al pervertido de mi novio de encima mientras me arreglo, me llevo para el camino un pastelillo empaquetado. Han pasado cuatro días más y hoy debo estar más temprano que de costumbre en la editorial. Setsuna se marcha de viaje para la preparar la apertura de la nueva sucursal, y tengo muchos informes y manuscritos que entregar. Será un cierre de mes de locos, pero no como aquéllos en mi antiguo empleo. Esto es una locura emocionante, de la cual disfruto.
—Mmm… —rumea mi jefa, cuando va por las últimas líneas. Esta vez se lo entregué personalmente, no por correo electrónico. ¿Será un mmm bueno o un mmm malo?
Y me pierdo...
Mi mente va y viene hacia lo que tuve que dejar pendiente en la cama justo esta mañana. De nuevo. Me ruborizo hasta las orejas cuando mi jefa me mira con las cejas arqueadas, y una cara de cuestionamiento. Evidentemente, no le prestaba atención. Estaba ocupada con mi fantasía barata de estar en alguna isla desierta paradisíaca, mejor si era desnudista.
—¿Estás bien?
—Disculpa, no escuché. Sí… todo maravilloso —pestañeo, y me revuelvo incómoda.
—Te decía que me gustó mucho tu análisis del clímax. También el comentario final. Creo que le concederé una entrevista al autor. Ya veremos si a mí me convence.
—Espléndido —respondo honestamente contenta.
—Es la segunda vez que dices espléndido… y nunca dices espléndido —sonríe Setsuna, desviando los ojos hacia su Ipad para cerrar el documento—. Ahora sé que algo va mal. Y lo sé porque es una palabra odiosa.
Se me sale una risilla.
—¡En absoluto! Es que… ya sabes, esto de las entregas antes las fiestas me tiene algo…
Frustrada. Hambrienta. De comida y de...
—Atareada —decido contestar.
—Entonces te gustará saber que si terminas el siguiente, eres mujer libre por los siguientes doce días.
—¿Cómo? —pregunto en voz demasiado alta, y me vuelvo a sonrojar —. Perdón, yo...
A Setsuna no le importa.
—Se llaman vacaciones, Serena. Todo el mundo las tiene de vez en cuando —refuta con algo de sarcasmo, sin mirarme. Atiende un correo electrónico ésta vez.
—Pero si recién tengo un par de meses aquí —sueno patética, y una voz en mi cabeza me recomienda que me calle.
—Lo sé, yo te contraté —dice. Ah, por eso era la voz.
—Um...
Me mira un segundo, desconcertada.
—Si eres de esos adictos al trabajo que odian la Navidad no tengo problema. Puedo darte tareas, pero deberás hacerlas desde casa. La editorial siempre está cerrada hasta enero —dice, y se encoge de hombros. Luego vuelve a sus pendientes.
Creo que voy a llorar. A abrazarla, o a gritar los cuatro vientos de alegría. Esta vez escucho a la voz de la mesura, pero no puedo evitar que se me corte un poco la voz. Tendré días libres, para pasarlos con Seiya, con mi familia… ¡Éste año podré comprarles regalos yo misma, no lo que se me atraviese por la Internet! Y esta vez también tengo alguien especial para disfrutarlo.
Siento como si en vez de sangre, tuviera burbujeante y dulce champán por las venas.
—¡Gracias, Setsuna! —chillo y me largo antes de que se arrepienta, o de que lo arruine yo misma.
Unazuky está tan asombrada como yo, y le contagio mis ánimos. No pierde la fe que Zafiro le pida ser su novia antes de fin de año, cosa muy poco probable considerando que han salido como cuatro veces. Acarrea café, sándwiches y dulces a mi oficina y pasamos las siguientes horas sacando el informe del manuscrito. Una no sabe de filología, pero es muy lista y las pilla de una. Tiene buena redacción y retentiva, además es más rápida que yo para transcribir en el teclado.
Cuando terminamos, bajo hasta una de las plantas bajas del edificio para recoger unos ejemplares impresos que también me ha pedido. Además del informe, necesita ver y comparar en físico varios tipos de portadas de un autor que ya pertenece a la editorial.
Tardan años y resultan ser pesados. De regreso caso corro en dirección al elevador, donde hay una única persona que ha abordado unos pasos antes de mí.
—¡Espere, por favv—agh, IDIOTA! —le grito a la puerta en cuanto cierra herméticamente en mi cara.
Pero no es así. La puerta se abre de nuevo con su particular campana. Dentro, está el mismo tipo que me dejó fuera. Entro como quien no quiere la cosa, aunque el estómago se me encoje de la vergüenza. Vamos al mismo piso. Oh, no. Esto no pinta bien si él...
—¿Me llamaste idiota? —pregunta con una voz estilosa y varonil, cuando el ascensor se pone en marcha para subir.
Joder. Claro que me tenía que oír.
Trago saliva y pongo mi mejor cara de póker. Le miro de reojo detrás de la torre de libros que llevo hasta la barbilla.
—Por supuesto que no.
—Por supuesto que sí. Te oí —increpa.
—Pues oíste mal —le suelto, cínica. Maldita sea… ¿por qué? ¿Por qué hoy?
No lo deja estar.
—Iba a detener el ascensor, ¿sabes?
Me exige una disculpa, pero no sé si ya es tarde para eso. He llegado demasiado lejos, y todo por mi emoción y mi histeria de terminar a tiempo e impresionar a Setsuna.
En cambio, sé que no debería buscar conflictos.
—Lo sé. Perdona, ha sido un largo día.
—Ya lo creo —repone, y aunque burlesco, me parece que habla menos enfadado.
Hasta entonces reparo en su aspecto: es un hombre muy alto, como pocos he visto. Con gafas modernas de aumento y el pelo castaño. No pasará de los treinta. Viste saco y pantalón que no van a juego, y huele bien. No tiene pinta de ejecutivo, y viene de los pisos de abajo. Debe ser de sistemas. El típico cerebrito, aunque admito que es atractivo para ser un cerebrito. No puedo evitar recorrerle con la mirada, desviándola rápido para despistar.
—En serio, lo siento —digo neutral.
Me sonríe, y hasta su sonrisa se me figura intelectual.
—Está bien. No te culpo… pues estás leyendo a Ryhmes —señala la pila de novelas.
—No exactamen… espera, ¿qué quisiste decir con eso? —apunto, cuando algo me hace corto circuito.
—Digo que si estás leyendo a Ryhmes, es normal perder la cabeza. El tipo es…
—Un genio.
—Un asco.
Los dos hablamos al mismo tiempo. Y por la manera en que lo veo, sabe que él es ahora quien la ha liado parada. Se tapa la boca con la mano para disimular la risa, pero yo estoy muy cabreada. Rhymes es de mis escritores favoritos de toda la vida, después de los clásicos de época.
—¿Cómo que un asco? —me ofendo, y procedo a escupir —¡Es de los mejores autores contemporáneos que existen!
Se mete las manos en los bolsillos y se recarga en la pared, muy ufano. Oficialmente éste tipo me cae pésimo.
—¿Según quién? ¿Las porristas de tu secundaria? —se burla en tono despectivo. Yo abro la boca para soltarle una mentada, pero me contengo para ser profesional. Somos colegas, técnicamente, aunque usemos las neuronas para cosas totalmente diferentes.
—Está en las listas más populares de la literatura, para que sepas —le recrimino.
—Como lo es "Mi lucha" de Hitler. Y también es un asco.
—¿Esos son tus argumentos? ¿Compararlo con un genocida racista y sádico? —le escupo. Soy muy buena para la crítica literaria, así que me parece que no logrará convencerme ni hacerme sentir una idiota. ¡Es de sistemas! ¡Formatea computadoras! ¡Instala antivirus! ¿Qué se podría esperar de alguien tan cuadriculado?
Parece que mi pregunta le da un calambre, porque hasta coge aire para vociferar:
—Es aburrido, predecible y cursi hasta rayar lo repugnante. Tiene agujeros de continuidad en la mayoría de sus tramas, y sus personajes son desabridos y sin carácter. Sin mencionar que ha plagiado todo su método narrativo.
Vale… tal vez no sólo instala antivirus. De todos modos, lo que dice es una estupidez.
—¡No le ha plagiado a nadie, a él lo plagiaron!
—Eso dicen todos los plagiadores —decreta sin compasión.
Siento como si me hubiera dado un bofetón. Estoy perpleja. ¡Qué par tiene! Admito que pese a lo grosero, se defendió bastante bien… para ser un programador. Aunque ya no estoy segura de que lo sea tampoco.
Tengo unas ganas impresionantes de estamparle el libro en la nariz, para que se le graben a fuego las maravillosas y poéticas palabras de Rhymes, y no se le olviden nunca. La campana del timbre, no obstante, se abre y yo no tengo de otra más que desplantarlo con el mentón y decirle de frente lo que nunca debí negar: es un idiota.
Que digo idiota… es un imbécil integral. De libro. Un esnob remilgado y descortés. Nuevamente, ¿qué puedo esperar de un tipo así, se dedique a lo que se dedique? Así sea un erudito, discípulo del mismo Aristóteles, no tiene visión moderna ni criterio. Ni sabe, por sobre todas las cosas, lo que es el auténtico romance. Seguro que nadie le da ni la hora siendo como es. ¡Ja!
Cuando atravieso el pasillo principal, me obligo a cambiar mi humor. Sólo debo darle cuentas a Setsuna y todo será disfrutar la víspera, días de descanso que me esperan al lado de la gente que amo. Me rehúso a que el no-programador amargado me arruine eso.
—Mmm… —vuelve a rumiar Setsuna. Ahí vamos de nuevo. ¿Es un mmm bueno o un mmm malo? —. Me gusta, supongo. ¿Estás segura que no tenemos nada similar en la competencia?
Carraspeo.
—No hay, me aseguré de ello. Todos sus estrenos se han enfocado en el thriller tipo Katzenbach. No los opacará.
—De acuerdo, le daremos una cita. Coordina con publicidad —Setsuna firma el manuscrito con su aprobación y me dice que le deje los ejemplares del tan agraviado Rhymes. Ha elegido portada, pero pide que cambien dos puntos el tamaño de la fuente.
—Hecho —le sonrío satisfecha. ¡Puedo irme ya!
Voy a desearle felices fiestas a Setsuna cuando alguien toca la puerta.
—Adelante —habla en voz alta antes de que yo me ofrezca a abrir, o de que yo pueda irme.
Mi cara arde mientras nuestras miradas se cruzan. La de él regocijado, y la mía de pocos amigos. Le doy la espalda queriendo que la tierra me trague, pero no podía dejarme sin salirse con la suya:
—Vaya… hola otra vez.
—¿Se conocen? —pregunta Setsuna interesada.
Tiene la lengua muy larga, y cómo no, me gana la palabra otra vez:
—Sí, tuvimos una peculiar presentación en el ascensor, ¿verdad? —sonríe, y me mira con osadía, como si me desafiara a insultarlo delante de ella. Como yo me muerdo la lengua, saborea la victoria y se gira hacia ella con las manos en los bolsillos.
—¿Todo bien con el alta de tu tarjeta de seguridad?
—Sí, gracias.
Así que por eso estaba ahí. En un segundo, rezo una plegaria para no tener que trabajar con él. Empezamos tan mal, que seguro que me haría la vida imposible. Nunca vamos a congeniar.
Como me suele suceder, mis predicciones salen peor de lo que imaginaba:
—Serena, Taiki se ha quedado como encargado del contenido editorial de la sede de Kamakura. Taiki, Serena es mi asistente más reciente. Tal vez te mande algún correo de vez en cuando, así que es bueno que la conozcas.
¿Qué? No es posible. Nuevamente el calor sube a mi rostro y quiero desaparecer, mientras que en sus ojos oscuros brilla el desafío ganado. Bueno, al menos no trabajaré con él, pero la revelación ha hecho que sea yo, yo solita, la que se sienta la idiota ahora.
Setsuna me indica con un ademán que ya puedo recoger los libros, y también me pide que le avise a Berjerite que les suban café. Yo, sin saber realmente por qué, también me siento algo humillada. Si yo fuese este sujeto, Tadase o Takuto, como se llame, Setsuna me trataría diferente. No haría mandados ni cargaría paquetes; estaríamos negociando mi promoción y yo estaría escogiendo de una revista la decoración de mi nueva oficina privada, junto con el equipo que estaría a mi disposición.
—¿En serio? —digo yo, sólo por cortesía… o masoquismo.
—Sí, se quedó con el puesto que declinaste. Bueno, eso es todo. Gracias, Serena —me despide, solicitando privacidad. Seguramente porque tiene de mucho que hablar con el… con ése… Tukis de su nuevo y fabuloso trabajo.
—De acuerdo.
—Ah, diles también que prefiero el margen negro. Espero que funcione para que le dé más seriedad. Aunque es decente, Rhymes siempre me pareció algo cursi.
Salgo pitando, echando humo como una locomotora… porque sé que él está sonriendo.
Cuando se me pasa un poco el entripado, llego al escritorio de Unazuky. De lejos ve mi cara larga. No quiero espantarla y que piense que hemos hecho un mal trabajo, así que no me queda de otra que contarle.
—¡Lo vi cuando llegó, es guapísimo! —exclama. Yo suspiro. Esta no deja vivo ni uno...
—No lo es, y eso no es lo que importa…
—Sí importa. Sería peor a que fuera feo y panzón, si de todos modos te robó el puesto —me pincha encogiéndose de hombros, y engrapando unos documentos —. ¡Así al menos nos alegra la vista!
—No me lo robó, yo se lo regalé prácticamente —objeto enfurruñada —. Y para nada me parece guapo. Está normal. Además es creído y maleducado, y se siente un dios sabelotodo.
—Siempre dices eso de los chicos que te terminan gustando —bromea riendo. Yo le doy un pequeño empujón antes de ir a por mis cosas.
—Nada que ver.
—¡Todo que ver!
Así sea verdad, jamás lo admitiré. Además, ese tipo no se parece en nada a mi Seiya. O a los otros hombres con los que he salido. Y si rechacé la oportunidad, esa aparente magnífica oportunidad, fue por una buena razón. Estoy muy feliz con mi decisión. Me encanta trabajar aquí, la paso muy bien con Una y mis compañeros me agradan. Estoy cerca de Minako, de nuevos amigos como Lita y viviendo en Tokio. Ser la editora del contenido de una nueva Star Publishment con personal a mi cargo, vista al mar y el doble de sueldo y reconocimientos no significa nada para mí. No estoy loca, ¿verdad? ¿verdad que no?
Me sigo diciendo que no estoy loca hasta que Unazuky me dice que mi parada es la siguiente. Hoy tomamos juntas el tren, y yo bajo antes que ella.
—¡Se me olvidaba! Como estabas enojada por el papacito de Taiki, no quedamos en organizar el plan de la doble cita.
Frunzo el ceño.
—¿Doble cita? ¿Con quién?
—Tú, Seiya, Zafiro y yo. ¿A que suena genial? Tenemos días libres, y si quiero que Zafiro me tome más en serio, qué mejor que saliendo con una pareja ya formada. Además te daría tu regalo de Navidad.
—Yo… no sé, debo hablarlo con él —me excuso. Desde que Minako llegó, nuestra rutina es un caos, aunque al menos ya sólo figuradamente hablando. Igual no creo que a Seiya le entusiasme la idea de una doble cita en víspera de Navidad, con lo renuente que es para esos rollos.
—No es nada grande, sólo una cena en tu casa. O iremos por unas copas.
—No, en casa ni de chiste —me rehúso en el acto. Unazuky me ve como cachorrito.
—¿Por qué? Tu apartamento es genial, y no creo que quieras ir al de Diamante, ¿o sííí?
—No, no es éso, es…
Es que no hay modo de que yo pueda meter a Zafiro y Mina en el mismo lugar. Para colmo sería ultra incómodo para todos, pero no quiero decirle a Mina que se desaparezca mágicamente sabe dónde estando tan deprimida, ni tampoco quiero que Unazuky sepa de su separación con Yaten. Es tan ansiosa, que es capaz de echar a perder sus pocos avances con él en un arranque, con tal de tenerlo seguro. ¿Qué haré? No quiero fallarle a nadie, y supongo que sí me parece divertida la idea de salir con alguien más que sólo sea Seiya. Aunque el tiempo con él tampoco desmerece, me atrae la posibilidad de intentar cosas nuevas para salir de nuestra rutina, que buena falta nos hace desde que Mina llegó arrollándolo todo como un tren en descontrol.
—¡Ya sé! ¿Y si vamos a ver tocar a la banda de Seiya? Me dijo que darán una presentación en el Galáxico o algo así mañana en la noche —le propongo alegre.
Una suelta una carcajada.
—Creo que te refieres al Shadow Galáctica, pero sí. Apoyo la idea, pero no luces exactamente como una aficionada de los bares de rock. ¿Segura que quieres ir allí?
Titubeo, aunque sólo un instante porque ya me tengo que bajar. No creo que sea tan malo. A lo mucho me quedaré sorda y me harán algunos empujones. Ay…
—Estoy segura. Seiya ha ido a lugares que me gustan sólo por complacerme. ¡Iré!
—¡Aw, qué monos!
—Sí, pero que él no te oiga —me río, antes de bajar en mi parada —. Te llamaré.
—¡Buenas noches!
Al otro día, estoy casi a punto de arrepentirme. No tengo nada qué ponerme que no sea muy informal, casi llegando a las fachas, o muy formal, como lo que uso en el trabajo. ¿Qué se usa en un bar de rock? No quiero disfrazarme de fulana, de modo que recurro a mi infalible consejera de la moda.
Mina se las ingenia para transformarme en una Sandy perfecta para su Danny en Vaselina. No exagero. Me ha prestado unos pantalones de cuero sintético que usaba en la universidad, y que ahora le van chicos y a mí me quedan pintados. Me ha escogido en la tienda un top ajustado de tirantes anchos también negro, y me ha prestado unas botas altas de punta triangular. Yo siento que es demasiado negro para mí. Parezco un cuervo. Mina, por suerte, nuevamente me sorprende prestándome una chaqueta blanca de cuero con estoperoles en los hombros. Es preciosa y me resalta la cintura.
—Ten —me dice, y pone sobre mis manos unos pendientes con hebras de plata, creo, muy largos y brillantes —. Creo que suavizarán el atuendo, y se verá más femenino.
—¡Qué lindos! ¿De veras puedo usarlos? —le pregunto sentada frente al espejo, mirándola. Ha estado alisándome el pelo, para recogérmelo después en una coleta alta.
—Por supuesto, sólo no los pierdas —me advierte, y detecto con un dejo de inquietud en su voz —. Me los regaló Yaten.
—Oh.
Cuando los inspecciono bien, me doy cuenta que no es plata. Deben ser de oro blanco. Joder… no debería usarlos, pero por algo Mina me los dio, y sé que se va a empecinar. Cierro el pico y dejo que me peine, mientras escuchamos música en la habitación donde ella duerme ahora, que vengo recordando… también era de él. Debe ser muy raro dormir en la antigua habitación de tu esposo de soltero… ahora ex esposo. O lo que sea que sean ahora.
—Le envié un mensaje —interviene Mina por sí misma, y me hace levantar los ojos —. A Yaten, quiero decir.
Aquello me despabila del aturdimiento de mis pensamientos y el calor del alisador.
—¿Cuándo?
—Hace un par de días, pero no me respondió —masculla antes de que yo le pregunte, fingiendo completa concentración en mi pelo.
Yo tuerzo el gesto.
—Ya veo —Qué mal, pobre Mina.
—No quería fastidiarlo, sólo quería saber si estaba bien —dice escondiendo su dolor con una mueca.
—¿Qué te hizo pensar lo contrario?
Se encoge de hombros.
—No lo sé. Siento una especie de hilo invisible con él desde siempre, y estaba algo preocupada —dice y suspira, acicalando otro mechón de mi pelo rubio de modo mecánico.
Sopeso bien la respuesta.
—Si fuese algo grave, ya lo sabría Seiya —le trato de calmar.
—Claro que sí, ¿pero me lo diría? —pregunta, y me arquea una ceja.
—¡Pero claro! —No. Un momento —A menos que…
—Ajá. Que él le pida específicamente que no diga nada, ya lo sé —completa Mina, leyéndome el pensamiento.
—Desgraciados Kou. ¿Tienen que ser tan leales sólo para lo que les conviene?
—No importa. Lo más probable es que simplemente no quiere hablar conmigo, así que lo dejaré en paz —Yo bajo la mirada. Qué lástima, Minako ya se había acercado, y hubiera sido la oportunidad perfecta para que hablaran —. Lista. Mírate, pareces una superestrella —me canturrea recuperando los ánimos. Yo me pongo de pie para verme bien.
—Bueno, el crédito es tuyo —le agradezco. Minako mueve la mano como si hubiera hecho un truco de magia. Y lo es, después de dos largas horas de producción. Si no es porque ya había quedado con Unazuky, me hubiera echado para atrás y ya estaría con el pijama puesto.
Cuando mi amiga se gira para guardar todas los trastos que me ha puesto, como productos para el pelo, maquillaje, etcétera, yo me sigo viendo en el espejo desde varios ángulos, sin acostumbrarme a este estilo. Es arriesgado, y muy sexy, pero no podría vestir así cada fin de semana.
—Vas muy guapa. A Seiya le va a encantar la sorpresa de que te aparezcas de repente.
—¿Tú crees? Como nunca me ha invitado… —refunfuño, sintiendo la misma antigua inseguridad de que yo le avergonzara a sus amigos músicos.
—Seguro sólo porque pensaba que no querrías ir. Tú ve, besuquéalo y restriégale a todas que su ídolo, por el que tanto gritan y cantan, es tuyo y nada más que tuyo —me aconseja, guiñándome un ojo. Luego guardando la ropa que no usé, de pronto se pone seria —. Sólo no hables con nadie. En ése lugar va gente medio rara.
Me río.
—Gracias, Mina. No voy sola de todos modos —Yo me muerdo el labio inferior antes de hablar—. Voy con Unazuky... y Zafiro.
Sus ojos parpadean, fijándose en mí con una curiosidad innegable, pero no más. Me siento aliviada, pero sólo un poco.
—¿En serio?
—Sí. Están saliendo juntos —contesto.
Se tarda más de lo que me gustaría en hablar.
—Qué bien —murmura finalmente, y me da la espalda para colgar unas minifaldas —. Bueno, pues que se diviertan. ¿Van a venir por ti o tomarás un taxi?
Me está cambiando el tema.
—¿Estarás bien? —le pregunto acercándome. Minako pasa al lado mío y se echa en el futón, enrollándose con las mantas. Alcanza un libro de la mesita y lo muestra. No tiene el hábito de leer, pero sabía que le ayudaría a distraer su mente, como hago yo. Así que se lo sugerí.
—Tengo mucha chatarra y los dramas de éstos dos necios. Me recuerda a mí. O sea, claro que sí.
—¿Verdad que es bueno? Hay gente que no tiene cultura, sencillamente —espeto, acordándome del insoportable de Taiki. Le presté a Mina el primer libro de Rhymes, y no pudo soltarlo.
—¿De qué hablas?
—De nadie. Digo, de nada.
Mina me ve como si estuviera lunática y se esconde en el libro, no sin antes recordarme la importancia vital de que me rocíe perfume. De todos modos, en cuanto llego al lugar me doy cuenta que tanta preparación estética ha sido innecesario.
Mina no se equivocaba. El sitio sí es un antro en toda la extensión de palabra. Es enorme, y la plataforma del escenario con las luces son impresionantes, pero eso es todo lo bueno que puedo decir al respecto. La música es estruendosa y las letras agresivas; hay humo de colores que sale del techo y me pica la garganta. Y la gente es… bueno, digamos que me alegro de haber venido acompañada. Una chica anota mi nombre y el de Unazuky en una lista, y yo me la trago con los ojos. Tiene puesto un harapo horrible de rejilla roja que deja ver perfectamente su sostén y bragas negros. Sus zapatos son altísimos, de charol, y lleva labial azul eléctrico. Sí, he dicho azul. Para rematar, ha arruinado su cuerpo con un montón de tatuajes y perforaciones. Vale, sí la estoy juzgando —en silencio, claro—, pero es que para mí no es normal. Si yo hubiera me hubiera hecho eso mientras vivía en casa, mi padre se habría echado a llorar y mi madre me habría internado en un convento.
Se da cuenta de que la estoy observando como un fenómeno de feria, y me vuelvo. Entonces, con mala cara, nos indica cuál es nuestra mesa. Esquivamos las mesas apretadas y mientras, me le quedo mirando a los otros fenómenos… digo, asistentes. Todos parecen cortados con la misma tijera: las mujeres visten vestidos minúsculos, en negro o rojo, botas que parecen zancos, mallas de red o shorts embutidos que las dejan ver el inicio de sus nalgas. Los varones traen el pelo en punta, decolorado o teñido de colores vivos. Parecen pajarracos. A su lado, Seiya parece un príncipe mojigato en plena coronación.
Me alegra que Zafiro vaya vestido normal… quiero decir, más como nosotras. Sólo viste unos pantalones negros informales, zapatos deportivos y una camisa que por las luces del lugar, no sé si es gris o azul. Se pone de pie apenas nos divisa.
—Señoritas —nos saluda haciendo una reverencia graciosa —. Bienvenidas al inframundo, ya no pueden salir.
Unazuky se ríe exageradamente de su chiste. Yo también lo hago para quedar bien, aunque en el fondo me lo tomo medio en serio. Me intimida estar aquí. Una cosa son los clubes nocturnos a los que Minako me llevaba, este ambiente es totalmente distinto. Zafiro nos dice que nos sentemos, y yo siento la necesidad de limpiar el asiento con un pañuelo. Por suerte me refreno. Parecería una pedante y no quiero que nadie se pelee con nosotros por algo así, menos si ya estoy recibiendo varias miradas sospechosas de las mesas vecinas.
—Las bandas son geniales pero el servicio apesta, así que traeré las bebidas directo de la barra —nos grita Zafiro prácticamente, inclinándose hacia nosotras —. ¿Qué van a querer?
Pido una cerveza y él pone los ojos en blanco, burlándose de mi elección tan simplona.
—¡Vale, un ron con Coca-Cola! —exclamo. Él asiente con aprobación y tras comentarle algo a Unazuky al oído, se levanta. Muchas mujeres le miran, aunque no sé si es porque les gusta o porque a sus ojos parece un chico de coro de iglesia.
—¡Recordó mi trago favorito! ¡Y llegó antes que yo! ¿Verdad que es todo un galán? —dice como si acabara de rescatarla de caer en un precipicio con una telaraña y toda la cosa.
—Sí, claro… —respondo sin mucho afán —¡Sólo no te adelantes, por favor! Deja que las cosas sucedan...
—¿Por qué no? ¡A ti te funcionó! —gruñe Una cruzándose de brazos, renegada. Yo suspiro. Teóricamente es verdad, pero...
—Sí, pero sufrí mucho para llegar a ése punto. No quiero que tú pases por lo mismo —me explico.
Al pasar un grupo de chicas a nuestro lado, una voz aguda nos grita:
—¡Les dije que fuéramos a otro lugar! Con sus moditas, ya vienen puros estirados de Azabu y sus alrededores —escupe con desdén.
Levanto la cara y veo a las chicas sonriendo con malicia. El tipo de chicas por las que yo nunca iba sola al baño en la secundaria. Incluso una de ellas, la de mirada más penetrante y aterradora, me la sostiene hasta que un grupo de góticos ruidosos las recibe, y se pierden de nuestro rango de visión.
—¿Cuál es su problema? ¿Es que tanto tinte rosa le frió el cerebro? —se ofende Unazuky, refiriéndose a la que había hablado —¡Menuda loca! Además ya quisiera yo vivir en ésa zona.
—Ni idea, pero me pareció reconocer a una de ellas —le digo, sintiéndome contrariada. Sólo vi su rostro un segundo entre tanto humo. ¿Quién es? Seguro sólo me la he topado en el tren de regreso del trabajo o algo así. Una fichita así no podría ser parte de mi grupo de conocidos de ninguna forma.
Tengo que dejar de juzgar. Me esfuerzo, pero es tan difícil...
El resto de la siguiente hora y media transcurre sin percances. La primer banda es intolerablemente ruda, los cantos del vocalista más bien parecen berridos sacados de una película gore y todos parecen necesitar meterse más a la ducha que a un escenario. Aun así no les faltan admiradores, y grupos de jóvenes se arremolinan frente a la tarima para brincar y volverse unos salvajes. Luego sigue una pequeña formación acústica que dice ser nueva. Varios les abuchean, aunque a mí me parecieron buenos.
Zafiro atraviesa la espalda de Una para tocarme el hombro.
—Ya siguen ellos —me avisa animado. Yo sonrío y me coloco al borde del asiento, para prestar toda mi atención.
Apenas suenan los primeros acordes, el bar se transforma en un verdadero manicomio, principalmente femenino. La mandíbula se me cae al suelo, porque no solamente tocan espléndidamente bien, sino que además los otros cuatro chicos que rodean a Seiya son guapísimos. Parecen ser de su misma vibra musical, con onda, pero más relajada. Al menos por como visten. Cuando él pega sus labios al micrófono juro que se me sale el corazón.
Una cosa es oírle en modo desigual, bajito y pensativo durante sus ensayos en casa, y otra muy diferente verle poner toda su energía en las canciones y la guitarra a este volumen. Su cuerpo se desenvuelve con soltura, y su voz es potente y bella a la vez. Sin pena a verme ridícula frente a mis amigos, las hormonas me saltan a flor de piel. Me pongo de pie, aplaudo y grito también como si estuviera en un estadio de fútbol. La canción habla de nuevas experiencias y lugares en tierras lejanas, es incluso compleja, y me aprendo el coro rápidamente para poder cantarla a todo pulmón.
Luego pasan a una balada, aunque no deja de tener sus momentos intensos y más rítmicos, como del tipo de Go-Go Dolls o Muse. Es profunda sin llegar a ser melosa, y me la sé de memoria porque es una de mis preferidas. Durante cada estrofa no dejo de mirarlo, y me doy cuenta de cómo Seiya se transforma estando en este papel. Sonríe e interpreta la lírica, a todos y a nadie. Se vuelve atrevido y también arrogante cuando le place. Abstraída y fascinada, la canción se me antoja demasiado corta.
En una avalancha de aplausos y vítores, los chicos se despiden momentáneamente. Me siento, acalorada pero contentísima de haber venido. Unos quince minutos y otro ron con cola después, Seiya se aproxima hasta nuestra mesa, boquiabierto y con un brillo en la mirada.
—¡Creí que era una broma de Zafiro! —exclama acercándose, y luego se para en seco para mirarme de hito a hito —. Estás…
—¿Estoy? —le pregunto, a ver qué se atreve a decir. Para mi placer, no tarda nada.
—Súper atractiva, preciosa, sexy y… wow —se atraganta y le da la risa tonta, sin saber qué agregar. Su cara deslumbrada y sus pupilas dilatadas son suficiente para mí.
Le abrazo.
—Gracias. ¿Recuerdas a Unazuky? —la señalo, sin desenganchar mis brazos de su cuello. Ella sacude la mano de modo tímido.
—Sí, claro. Hola —le asiente con la cabeza, y deja una mano en mi cintura. Mi pecho se infla y mi estómago se encoge al mismo tiempo —. Y a ti, por desgracia, también —le dice a Zafiro, quien le suelta una fresca, pero se ve obligado a comportarse como Dios manda. Después de todo, está enfrente de su cita.
—¿Te ha gustado, Unazuky? —pregunta Seiya amablemente. Me causa gracia, no es que le importe realmente, pero sé que se esfuerza en convivir por mí.
—¡Muchísimo! —salta entusiasmada de que le haga plática.
—Me alegra. ¿Y a ti, Bombón?
—Creí que sería peor —bromeo. Seiya abre la boca perplejo, y yo me río. —Obvio que no, tonto. Estuviste increíble, me encantó —le digo inclinándome para que sólo él me escuche.
Él me sonríe.
—De hecho olvidé un poco la letra de la primera estrofa, pero creo que no se dieron cuenta —se encoge de hombros, algo resignado.
Claro que no. Las malditas estaban muy ocupadas desvistiéndote con la mente.
—Pues sonabas fantástico —le adulo sonriendo de oreja a oreja. Seiya me estrecha un poco más contra sí.
—Gracias.
Hago amague de sentarme, pero él me retiene con su otro brazo de la cintura, formando una especie de trampa para osos. No me dice nada, simplemente me gira la cara con una mano y estampa sus labios contra los míos. Apenas me da tiempo de cerrar los ojos, con las luces neón brillando debajo de mis párpados. Su boca está caliente y su espalda algo húmeda debajo de la chaqueta, pero para mí es algo sublime sentirle después de verlo cantar, en medio de esta multitud.
Se aparta y me deja mareada y excitada, con ganas de más, pero frente a Unazuky y Zafiro me tengo que comportar yo también. Seiya dice que nos traerá más tragos gratis y botellas de agua frías. Luego me vuelve a besar, demasiado casto después del gran beso anterior.
—Voy con Zafiro. Ni se les ocurra hablar con nadie —me indica autoritario, sonriendo a la vez de modo adorable.
—¿Así celas a todas tus fans? —le pincho antes de que se vaya, sin soltar todavía su mano, a ver qué dice.
Él pestañea con ingenuidad actuada.
—Yo no veo a ninguna fan. Sólo veo a mi novia con su amiga.
Niego con la cabeza, rendida a su manera de darme siempre la vuelta. Y a riesgo de que me ponga a babear y deshojar margaritas como una estúpida, le aviso a Unazuky que necesito ir al baño. Pensé que iría conmigo, pero dice que nos ganarían la mesa si se queda vacía. Así que me adentro en este oscuro universo paralelo y busco un baño, rezando porque no sean mixtos.
Dejo escapar el aire aliviada cuando veo que hay dos letreros. Tras salir del cubículo, me lavo las manos y después me veo en el espejo. El trabajo de Mina es impoluto, y apenas se me ha ido el color rosado de los labios. Es verdad que luzco sexy y atractiva. Al menos así me siento. Mis ojos están más grandes y brillantes, mis mejillas encendidas y mi sonrisa rozagante es delatora. Pero no es el maquillaje… es él. La manera en la que me ha recibido y tratado, frente algunos de sus conocidos o compañeros de banda significa mucho para mí. Significa que soy parte de su vida, no sólo del lugar donde vive. No puedo creer que pensara que él no me querría aquí. Me he perdido de mucho por cobarde.
Cuando me quiero retocar, mis manos singularmente torpes hacen que se me caiga el pintalabios y ruede por el piso, justo cuando otra chica está saliendo del reservado de lado que yo había ocupado.
Trae un vestido tan corto que no deja nada a la imaginación, y no es precisamente de buen gusto. Debo admitir que el negro de terciopelo hace un impresionante contraste con su color de pelo. Sin embargo, las mallas de red rotas y las botas de plataforma toscas son demasiado. El pequeño tubo queda atascado en sus suelas de goma al pisarlo, y ella lo recoge con una extraña parsimonia, haciendo que me fije en sus torneadas piernas desnudas. Al tenerlo en mano, lo examina con sus ojos —maquillados con la mayor cantidad de delineador que podría ser posible usar—, como si fuera algo muy interesante.
—Hola. Esto… lo siento —bisbiseo.
Alargo la mano, pero no me lo devuelve.
—Sweet Dream. ¡Vaya, qué tierno! —lee con sus carnosos labios rojo oscuro. Y si no mal entiendo, lo dice socarrona. Tiene la piel aceitunada y tersa, los ojos algo rasgados y sus facciones son finas. Es muy bonita, pero su exceso de "todo" eclipsa su belleza —Yo tenía uno igual.
Vuelvo a extender la mano con cierta aprensión, aunque no termino de entender el por qué me siento así. Sólo es una chica con ropa estrafalaria en un baño. No me va a asesinar. No puedo evitar compararnos ante tal contraste tan opuesto. Es decir, tengo más confianza en mí que antes… pero hasta cierto punto. Aunque mis curvas no son prominentes como la mayoría de mis amigas, prefiero dejarlas disimuladas o bien equilibrar los atuendos. Mientras que es claro que ella intenta captar toda la atención que pueda por los cuatro puntos cardinales.
—¡Ah! —yo trato de ser lo más agradable posible, pese que me cuesta. Decido girarme para evitar que note mi mirada escrutadora. De hecho, si valorara mi vida, debería salir corriendo de aquí.
—Sí, pero yo sólo tenía catorce años —punza. Ya decía yo. Sí se estaba burlando de mí.
La miro a los ojos y ella sonríe. Sus ojos llevan con sombra oscura y son amedrentadores. Implacables. ¡Es la chica que iba con las otras bravuconas! Diez años después, siguen siendo del tipo que no te quieres encontrar a solas en un baño.
Y yo estoy en el baño con ella. Y sola.
Mierda.
—Bueno, tengo que irme —resoplo sonriendo, aunque seguro que ya detectó mi miedo. Las bravuconas se alimentan del miedo, lo cual quiere decir que debería darme por muerta o pedir auxilio. Apenas me muevo un milímetro —a éstas alturas no me importa perder el labial—, me detiene con su voz.
—¿No te acuerdas de mí? Soy Kakyuu—me pregunta y se presenta, extrañamente, dulcificando su tono. Sus uñas, largas y pintadas de negro, hacen un sonido irritante en el mármol de los lavatorios.
Giro sobre mis talones.
—No, no creo que tenga el gusto —miento a medias.
La pelirroja se ríe, como si yo fuera algo muy cómico. Los vellos del cuello se me erizan como púas, y eso hace que me sienta aún más estúpida. Si tuviera un gramo de orgullo, ya la hubiera dejado con la palabra en la boca. Pero claro que eso no podía pasar.
—Bueno, ya pasó algún tiempo —dice, y avanza un paso hacia mi dirección.
Estoy a punto de negarlo otra vez, cuando añade:
—Déjame refrescarte la memoria. Tú estabas muy ocupada siendo la marioneta de Seiya y sus amigos en aquella pizzería, para hacerme quedar en ridículo —me dispara. Luego, como si se hubiera olvidado que existo, se acaricia una enorme mariposa colorida que tiene tatuada en el antebrazo.
Miro sus largos dedos ir y venir, y ni siquiera soy capaz de pensar en una respuesta. ¿Qué? ¿Conoce a Seiya? ¿Amigos? ¿Pizzería? ¿Yo la hice quedar en ridículo? Imposible.
Sus palabras resuenan en mi cabeza sin ninguna lógica. En primera yo no soy ninguna marioneta, en segunda es la primera vez que la veo en mi vida. Y a una Kakyuu, con tan feo nombre, sin duda lo recordaría...
Pero siendo yo… definitivamente no. Además, casi nada en esta vida es imposible.
La confusión se hace un hueco entre el caos de mis pensamientos. Me impide ordenarlos y encontrarle sentido a sus palabras. Porque no tiene ninguno, sencillamente. Vuelvo a mirarla y entonces, de a poco, comienzo a comprender lo que captaron mis oídos. Pero la confusión pronto le cede el paso a una mezcla en ebullición de celos y rabia. Mis recuerdos de hace meses se van acomodando como en un rompecabezas en una serie de escenas.
Era la primera vez que salí con Seiya. La vez que conocí a Diamante, Andrew y Zafiro. Una noche donde yo estaba aburrida como ostra por mis habituales malos días en el trabajo, y avergonzada por haber encontrado a Seiya en el baño sin ropa. Entonces, por ironías de la vida, terminé en aquella pizerría canta-bar, que se volvería uno de nuestros locales favoritos para cenar.
¡Alerta hiena! Risas. ¡Dijiste que ya no venía por aquí! Joder, maldita loca. ¡Hola chicos!Seiya, ¿por qué no me llamaste? ¡Lo prometiste! He estado… ocupado. Con mi novia. Kakyuu, esta es mi novia, Serena Tsukino. Sí, nos conocimos en un karaoke, hace cinco meses. Apenas lo hicimos oficial.
Y luego me besó, para que ella se largara despechada. Humillada. Los demás, Diamante, Zafiro e incluso Andrew, le aplaudieron la hazaña. Fue sólo eso. Un beso obligado para alejar a Kakyuu. No fue como el primero que me dio en la cocina el día de los tequilas, que fue salvaje y catártico. Este no. Fue mecánico y forzado. A él no le importó, y yo lo sabía. Fui un instrumento para que él se deshiciera de una chica que, aparentemente, lo hostigaba hasta la coronilla. Aun así me sentí un poco mal por ella. Sin mencionar que yo sí había sentido mariposas, y con aquél beso, había tocado las estrellas desde entonces. Allí empezó mi perdición, pues nunca pude volver a ver sus labios igual.
Kakyuu se percata que he aterrizado a la realidad lánguidamente, como un globo que se pincha con la rama de un árbol.
—Veo que ya te acordaste. Entonces, ¿viniste como su fan… o como su marioneta otra vez?
Suspiro para mis adentros, tratando de sosegarme. Sólo yo sería capaz de meterme un lío por una tontería que pasó hace meses. Evidentemente, por su excepcional memoria, esta mujer no ha dejado de sentirse rechazada ni cabreada con Seiya. ¿Qué quiere que le diga? Lo que sea que haya pasado entre ellos, yo no puedo hacer nada y no tiene por qué insultarme para hacerme sentir mal.
Aunque técnicamente, yo haya sido parte de su enojo o su dolor. Lo que sea. Lo sé. No me siento orgullosa, pero ya ha pasado casi un año. Con demasiadas cosas en el medio como para que esto deba tener alguna relevancia en mi relación o lo que siento. No la debería tener. No es culpa mía.
La Serena de hace la pizzería, de hecho, se habría mostrado tímida y temerosa ante una confrontación así. Pero ya no soy esa chica. La que se escondía detrás de Minako para que la defendiera. La que pedía la aprobación de Darien para que no le echara en cara sus equivocaciones después, o la que cedía siempre a la opresión de sus jefes o sus primas. Ahora tengo más valor y sé lo que quiero. Nadie me lo va a arrebatar.
Dos chicas entran trastabillando y riendo, y mi pulso se desacelera. Eso me infunde seguridad y levanto la cara, rogando que la voz no se me corte en el proceso de mi improvisado discurso:
—Escucha, er… Kakyuu. No sé que haya sucedido entre Seiya y tú en el pasado, pero yo no tengo nada qué ver. Si quieres reclamarle algo a él eres libre de hacerlo, y por lo que veo, estoy segura que sabes dónde encontrarlo. A mí no me metas en tus problemas.
Ladea la cabeza, y su expresión fría me atraviesa.
—¿Míos, dices? Pero te prestaste al juego de la noviecita falsa, ¿qué no? ¿Eso es mantenerse al margen de los problemas? No creo. Además da igual que le reclame, ya sé que me va a mentir. Siempre lo hace —instiga con mala leche.
Me muerdo el labio y la fulmino con la mirada. Sabe dónde morder la muy perra, y yo tengo muy pocos elementos para defenderme, y si acaso, defenderlo. Podría picar en su trampa, salvo por una cosa.
—A mí no me miente.
—¿Cómo lo sabes? —dice, no sé si riendo o ladrando.
A riesgo de que Kakyuu me regale una nueva cara y me agende una cita con el cirujano plástico, le espeto:
—Bueno, para empezar porque yo no soy una novia falsa —respondo altiva, sacando el pecho.
—Ah, sí. El cuento de los "roomies" —Usa las garras para entrecomillar la palabra —. Todavía peor el asunto. ¡Encima tienes que pagar por fingir!
Vuelve a reírse de mí. ¿Quién le dijo eso? ¿Acaso fue él? Mentalmente tengo que recordarme que este zorrón no debe salirse con la suya, así que omito el sablazo que me ha dado y mi lado malvado disfruta de la revelación:
—No, no me entiendes, Kakyuu. Somos novios. Porque vivimos juntos, dormimos juntos, despertamos juntos, hacemos la compra juntos, nos lavamos hasta los dientes juntos y claro, hacemos el amor… juntos. Somos una pareja, de las de verdad —le suelto venenosa, ante su agresiva y ahora incrédula mirada.
Seguramente suele tener enfrentamientos seguido, porque se yergue como una cobra antes de volver a la carga:
—Él no tiene novias, cariño. Le conozco. Tiene folla amigas, amigas con derecho a roce y muchas admiradoras. Todo según el día de la semana o lo que le apetezca. La palabra «novia» no existe en su vocabulario. Todos lo saben. ¿Eso te dijo que eras, para marearte y aprovecharse de ti por más tiempo del que acostumbra? No sé si felicitarte o compadecerte, porque entre más alto subas, más dolerá la caída. No me pongas esa cara, de hecho no dudo que le gustes. Le atraen los retos, y claramente tú eres uno. La niña linda y el chico malo. Todo un cliché. Como sea, si yo fuera tú le dejaría ahora, antes que él te cambie por otra. Es lo que hace, no eres la primera. La gente es lo que es, y Seiya Kou no es la excepción. No cambian, sólo aprenden nuevos métodos para conseguir sus objetivos.
¿De qué se va esta arpía de cuarta? No solamente la detesto por haberme arruinado esta noche, que se supondría sería genial, ahora también quiere que dude de Seiya para que le deje. Pero está operada si cree que le daré el gusto. Yo sé quién es quién. Seiya es el amor de mi vida, y Kakyuu una resentida. Siento lástima por ella porque nunca comprenderá lo que hay entre nosotros. Está ardida sólo porque aunque se le puso en bandeja, él jamás la tomó en serio. Y no lo culpo. No es cosa de su aspecto, con esa personalidad tan horrible, ¿quién querría?
Me esfuerzo por guardar la compostura, mientras la sangre me bulle:
—Mira, si quieres pensar eso, hazlo. Es tu teoría. Tu problema. No mío. Seiya era… como sea que era, pero eso ya pasó. Me da idéntico. Y si tienes un concepto tan reducido y torcido de él, claramente no le conoces ni una milésima de como le conozco yo. Y nunca lo harás. Porque él va a estar conmigo, ahora, mañana y por mucho tiempo. Le amo y él a mí. Lamento que eso sea demasiado para tu ego herido, Kakyuu. Te recomiendo que lo superes, o te busques a otro antes que tus rencores te consuman a ti.
Kakyuu aplaude exactamente tres veces.
—¡Wow, pero qué poeta! Vale, princesa. Tú ganas. Si tan segura estás para poner las manos al fuego por él, pues hazlo. Quédatelo. Quémate. Es tu pellejo, no el mío. A mí no me interesa ni para darle la hora —sisea.
Agito las manos en el aire, exasperada.
—¡Perfecto! Nos hubiéramos ahorrado este... diálogo.
Me vuelvo para no darle el gusto de volver a insultarme, y veo por el espejo que sus manos forman puños, como si le hubiera cabreado muchísimo lo que acabo de decirle.
—Y yo espero no verte de nuevo por aquí —me amenaza —. Es obvio que no encajas, y tus oídos de princesa podrían… pues no sé, a lo mejor oír algo sobre tu adorado Seiya que no puedas aguantar. Y tu dulce sueño —levanta en alto mi maquillaje—, puede que tenga más bien un amargo despertar. ¡Qué chistoso, hasta rimó! Yo también debo tener mi lado poético.
Y se pasa de largo, pegándome en el hombro y no sin antes echar mi lápiz labial al fondo del retrete.
Espero que esta no sea la tónica general de la noche. Sé que este problema no es de vida o muerte, pero me siento tremendamente frustrada por haberme metido en esta situación tan agobiante. Debería acallar la repentina voz en mi cabeza que me incita reprochárselo a Seiya, ahora mismo, y no precisamente de un modo diplomático. La otra parte de mí me dice que eso es justo lo que Kakyuu quiere. Ansía que nos enfademos y nos arruine la noche por completo.
Mi debate no dura mucho. Mis amigos están en plena cháchara sobre temas triviales y en cuanto Seiya me divisa, su entrecejo se frunce. Sabe que algo va mal. Debo haber tardado una eternidad y mi cara seguro es un libro abierto. Le miento y le digo que me he perdido en el camino, y también que he extraviado mi brillo labial favorito y había estado buscándolo en el baño, sin éxito. Mitad verdad, mitad mentira.
—La próxima vez te acompaño yo —me dice con la boca pegada a mi pelo. Luego pasa su brazo por mis hombros —¿En serio no pasa nada? Te ves inquieta. Si quieres mañana vamos al almacén y comprar tu… coso ése, si tanto te gustaba.
Me hace sonreír. Aspiro su perfume, y sólo así consigo tranquilizarme.
—No, no quiero otro. Todo está bien. Sólo tengo calor, y sed —digo, y bebo de mi vaso. Es agradable. El ron y el hielo juntos adormecen mi dolorida garganta por el culebrón.
—Bien. Porque voy a volver a cantar, y necesito mi súper beso de la suerte —me dice travieso, acercando su rostro al mío. Enseguida mi respiración se vuelve irregular. Cómo si la necesitara, pero es encantador que lo diga. El tipo de comentarios y detalles que eran imposibles en él y siempre quise que hiciera. Y ahora los hace. Por mí. Porque me quiere y ha cambiado. Yo también he cambiado. Nuestros fantasmas se han disipado, lejos de nosotros, donde pertenecen. Tengo que grabarme ésas palabras en alguna parte para que nadie me lo haga dudar. Quizá hasta me haga un tatuaje, pero desde luego no sería uno tan ordinario.
Le beso, un segundo, tres, diez… y aunque quisiera dejar de besarlo, sé que no puedo. Aún así mis ojos no pueden evitar abrirse y buscar una mata de pelo de fuego entre las cabezas, para restregarle mi felicidad o para cuidarme de que alguien me estampe una botella de cerveza en la cabeza.
—Te quiero.
—Yo más.
Se pone de pie.
—Tengo que irme. ¿Me juras que todo va bien? ¿No necesitas nada?—me vuelve a preguntar, sacudiendo mi mano y examinando mi rostro.
—Que sí, necio. Estoy disfrutando mucho del concierto. Aunque… —me muerdo el labio inferior, y le miro espero no tan suplicante —Si de veras quieres complacerme, canta mi canción. La que me diste. Ya sabes cuál. ¡Por favor!
Su rostro se contrae a serio, y casi de inmediato sonríe patidifuso. Asumo que es parte de que no está acostumbrado a que le pidan que dedique su música a nadie, que para él es sagrada. Se pasa la mano por el pelo, y sé que eso es un no rotundo.
—Bombón, yo…
Sacudo frenética la cabeza.
—¡Olvídalo! No sé por qué se me ha ocurrido, perdóname —atajo sonriendo. Me duele un poco su reacción tan negativa, pero me concentro en mi bebida para disimular lo expuesta que he quedado.
Se sienta otra vez.
—No es que no quiera, es que… pues… se supone que seguimos un programa —se explica atropelladamente.
—Claro que sí. Buena suerte —le digo otra vez, y poso mis labios sobre los suyos en un beso corto —. Mírame aunque sea una vez, ¿sí?
Asiente emocionado.
—Eso sí lo puedo hacer.
Me aparta dulcemente un delgado mechón rizado detrás de la oreja que se deshizo de mi coleta. Lo hace muy seguido, y siempre me flecha que lo haga. Pensar que podría haber empleado ese gesto tan nuestro con alguien más, por ejemplo con cierta pelirroja de mallas rotas, se me revuelve el estómago de celos, dolor e incertidumbre.
Más ron. Decido no volver a pensar en Kakyuu y que me saque de mi centro. Al menos no ahora.
El público ovaciona otra vez.
Esta vez aparece con una chaqueta roja. Está metido en su papel de celebridad, y entonces, entre el estribillo de la canción, sus ojos se posan sobre los míos y me guiña un ojo. Muchas gritan, pero yo sé que es sólo para mí. Pero por sobre cualquier otra cuestión, de todas estas personas eufóricas y obsesionadas con su persona, me repito que sólo yo lo conozco en realidad. Ninguna más. Nadie sabe cuántas camisetas tiene, ni las ha usado para dormir. O por qué prefirió usar ahora la chaqueta roja en vez de la negra. No entienden lo importante que es esa vieja guitarra para él que le regaló su padre, ni dónde la deja cuando se va a dormir, a mi lado. No le ven nervioso apretándose el estómago antes de tocar el micrófono. No saben nada de sus costumbres, de sus miedos ni sus secretos. O su verdadera devoción por la música. No les pide besos de la suerte. Le admiran quizá, pero no lo aman. Sólo yo. Eso me lleva a otro plano de emociones que rebasa por mucho la palabra triunfo. Es gozo.
Pues lo siento Kakyuu. Lo siento resto chicas de todo el planeta. Sólo hay un Seiya Kou, y es mío.
Eso es lo bueno de los fantasmas. Que depende de ti creer en ellos o no. Dejarte perseguir por ellos, darles cara, o enterrarlos para siempre.
O ¿por qué no? Contárselos a tu mejor amiga al otro día, porque te siguen enchinchando.
—Kakyuu… Kakyuu… ¡No me suena de nada! —Mina da vueltas sobre la habitación, como si estuviera resolviendo un crucigrama mental. Se queda mirando por la ventana —¿Cómo dices que es?
—Pelirroja, punk, antipática —enlisto con los dedos.
—¿Guapa? —pregunta, girándose de pronto.
—Me encantaría decir que es un adefesio, pero no. Es muy guapa. Aunque mejoraría si no pareciera un grafitti humano y fuera más amable.
Minako se mantiene cruzada de brazos. Seiya está en la ducha, y ella insistió en quedarse en casa otra vez leyendo y comiendo. Incluso le invitamos a cenar fuera, los tres, por muy peculiar que parezca. Se rehusó, así que he ordenado comida para todos y luego ya veremos.
Como si de pronto algo se hubiera reiniciado en su sistema, Mina reacciona y me apunta:
—¿Tiene tatuajes en los brazos?
—¡Sí! —salto. Parecería una dinámica de adivina quién soy. Y sería divertido, si no tuviera tantos celos y empezaran a preocuparme sus amenazas —. Le vi varios, pero sólo recuerdo una mariposa grande y fea.
Mina se sienta en la cama y cruza una pierna sobre otra.
—Es la hermana de Rubeus. No puede ser otra —resuelve.
—Sé quién es Rubeus. También es espantoso —hago un mohín.
—¿Seiya te lo presentó? —se asombra.
—No, nos lo encontramos por casualidad en la calle. Él no quería que lo tratara. ¿Sería por ella?
—Lo dudo mucho. Rubeus es el tipo de persona que querrías a un kilómetro de distancia por lo menos, créeme.
—¿Tú les conoces? ¿Qué relación tenían con él? ¿Hubo problemas?
Mina me sonríe y pone una mano al frente, para pararme el freno.
—No, no sé mucho. Sólo lo que oía por Yaten, y ya ves que no es muy detallista. Mencionó una vez que un tal Rubeus y sus amigotes lo metían en problemas, usaban drogas y cosas así. Su hermana Kakyuu tenía una fijación insana por Seiya, así que supongo que le dio el cortón lo antes que pudo.
Bueno, bueno… somos todo un club. Como no sé qué pensar de todo esto, así que permanezco callada y cabizbaja.
—Sere, no es nadie. Sólo es parte de la gentuza con la que Seiya se juntaba cuando daba malos pasos antes de conocerte a ti. No le des importancia —me recomienda Mina, que mordisquea una donut. Luego agrega con crudeza —. Y honestamente, si empiezas a dudar de sus sentimientos y sentir celos de cualquier chica con la que Seiya haya salido, besado, acostado o cualquier otra variante, siento decirte que vas a luchar con todo un gran ejército tú solita. Y vas a perder.
Debo estarla mirando como una psicópata, porque Minako replica:
—¡Ya lo sabías! Yo te lo advertí.
—Sí, ya lo sabía —Debo parecer de lo más patética, así que me trato de justificar—. Sólo es duro corroborarlo cuando… pues…
—¿Cuando ya estás enamorada hasta la médula y crees que serás la siguiente de la lista?
Asiento, entre derrotada y avergonzada.
—Eso no va a pasar. Es cierto que le veíamos con una chica diferente a cada rato, pero él no las engañaba ni nada de eso. Les dejaba en claro desde el inicio que todo era casual, y bueno, no dudo que hubiera alguna que se confundiera en el camino… pero te aseguro que él no era cruel a posta. Y si de algo sirve, me acabo de acordar que la tal Kakyuu no era ninguna blanca paloma. Antes de metérsele a Seiya hasta por las narices, ya lo había intentado con la banda, con Zafiro y hasta con Andrew, que ya ves cómo es de serio. Incluso con Yaten, y eso que sólo lo vio de pasada una vez aquí. ¡Y conmigo! —se ofusca, como si no diera crédito sólo de recordarlo.
—¿De veras?
—Sí. Y bueno, si tu inseguridad está en que eres vulnerable porque… ¿así es el amor? No sé. Pues él también lo está. Eso es que debe consolarte, bobilla. ¡Siempre lo estuvo! Estoy segura que incluso en sus andanzas de Don Juan Tenorio, siempre le interesaste más que cualquiera. Alguna vez dudé de Seiya hacia a ti, lo admito, pero estos días me han convencido que eres y serás la única para él. Así que a la mierda con Kakyuu, Rubeus, o con todo Japón si es necesario. Tú disfruta tu felicidad, que se la merecen de sobra.
—Sí, ¿verdad? —digo con más ilusión de la que debería mostrar. Mina le da otra gran mordida a su donut y vuelve a asentir, con la boca llena. Ha suplido el llanto con comida, y supongo que es un avance, pero no quiero hacérselo notar —. Gracias, Mina. Supongo que sólo necesitaba escucharlo de alguien más.
Mi problema es tan absurdo y mi amiga tiene tanta razón, que no puedo más que reírme de eso.
—¿Ya puedo seguir evadiendo mi realidad en paz? —me pide, señalando el libro que le presté.
El timbre suena justo en ese momento.
—Si eso quieres… aunque sigo pensando que deberías salir y orearte un rato. En fin, esa debe ser la comida. Yo voy.
—¡Asegúrate que no haya olvidado mi malteada!
Niego con la cabeza sonriendo mientras avanzo por el pasillo. Me siento ligera y más calmada, no volveré a pensar en lo que no merece la pena. Abro la puerta con el billete en mano y pongo con cara de reclamo, pues el pedido viene bastante atrasado.
—¡Ya era hora, no crees!
El extraño e inesperado giro de los acontecimientos me toma demasiado desprevenida. Tanto, que me pongo más roja que una guinda y el billete se me cae de la mano, con buena parte de mi dignidad.
—¿Ah, sí? —pregunta Yaten arrastrando las palabras.
Mi cara debe ser digna para tomarle foto, pero él tiene la decencia de no disfrutarlo mucho. Apenas hace una mueca que esconde el fallido intento de disimular una sonrisa. Estoy destinada a que me pasen estas cosas.
—¡Yaten! —jadeo, cuando al fin se me destraba la lengua. Mi cara tiesa consigue sonreír —. Tú… er… esto… ¡Hola! Pasa…
—Gracias. Hola.
Es tan raro verlo aquí. La tensión parece que podría cortarse con un cuchillo. Yo miro en todas direcciones, como si no supiera qué hacer con él. Si llamar a Minako, a Seiya o a los bomberos. Cierro la puerta y le inspecciono de arriba abajo. Luce bien, con la ropa de invierno arreglada y combinada. No veo a un hombre destrozado y desaliñado por haber perdido a su gran amor como ella.. Antes de lograr enfurecerme con él, le miro a los ojos y me muerdo la mejilla sintiendo un genuino arrepentimiento. Sus ojos tristes y sus ojeras lo transmiten todo, pues él es ése tipo de persona, contenida e introvertida. Lo había olvidado.
—Qué frío hace, ¿verdad? ¿Quieres un café? Seiya se está duchando, pero…
—Minako está aquí, ¿no? —me interrumpe.
¡Vaya! No es que me sorprenda de todos modos.
—Sí —respondo ecuánime.
—Llámala —dice borde.
Yo frunzo el ceño. Yaten baja los hombros, suspira, y rectifica:
—Me refiero a que… ¿podrías decirle que estoy aquí y ver si…bueno, si acaso...?
Está nervioso. Mucho. Yo sonrío.
—Espera aquí.
Entro y me encuentro a Mina con la nariz metida en el libro. Su expresión se torna enfadada cuando me ve las manos vacías.
—¡Oye! Toca antes de entrar. Podría haber estado desnuda. Ay, no me digas que no trajo mi malteada ese cabrón.
—Olvida eso. Levanta el trasero y cámbiate de ropa. ¡Ahora! Yaten está aquí, y quiere hablar contigo —le demando con urgencia.
Hablando de fantasmas… parece que Minako acaba de ver uno. Casi se cae de sentón de la cama, y está lívida como una vela.
—¡¿Que qué?!
—Corre. Y ponte ropa limpia por favor. ¡Tienes chocolate embadurnado en todas partes! ¿Qué tienes, cinco años? —la riño.
Minako se pone histérica en el acto.
—¡No tengo más ropa limpia! Pensaba hacer la colada mañana. ¿Cómo supo que estaba aquí? ¿Por qué carajos le has dejado pasar? ¿¡Y por qué me dejaste comer tanto!?
—Mina, cálmate…
—¡Serena Tsukino, nunca vuelvas a decirme que me calme!
Joder. ¿Qué es lo que tienen los Kou, que los hace tan absorbentes, irresistibles y devoradores? Estúpido ADN. Cojo aire y decido que voy a tomar el mando. Aunque me odie ahora, me lo agradecerá algún día.
—¡En primera deja de Serenearme! Es su casa, no puedo simplemente prohibirle la entrada. Y escúchame tú, Minako Aino. Te vas a calmar, vas a lavarte la cara, ponerte una camiseta limpia mía y vas a ir a hablar con tu marido, que tiene los pantalones demasiado bien puestos como para venir hasta aquí a dar la cara. No me obligues a abofetearte, pues con mi mala puntería terminaría rompiéndote la nariz, e igual irás con un tampón puesto. ¿Está claro o lo repito?
Ella sacude la cabeza, como si se le hubiera freído la sesera ante tanta información. Le sacudo los hombros como uno hace con los juguetes averiados.
—Sí, mamá. Digo, señora. Digo… Serennn… digo… ¿Qué digo? —gimotea, a punto de chillar.
—Nada. No digas nada. Sólo date prisa —le urjo, conteniendo la risa. Es muy chistoso ver como se han cambiado las tornas. Usualmente es Minako la que me saca de las crisis y me mangonea. Una técnica que parece funcionar, por lo que veo, porque sus neuronas parecen reaccionar.
—¡Sere, no me puedo poner nada tuyo! ¡He comido tantos dulces que cualquier cosa me va a quedar envasada al vacío!
—¡Pues mejor, así se alegra la vista y quizá hasta se le olvide lo que hiciste! —le señalo descaradamente el busto.
Mina se queda boquiabierta, luego hace morritos y finalmente se cruza de brazos, totalmente cohibida.
—Está bien...
Lo siguiente que pasa no lo puedo explicar con exactitud, ni menos lograr detallar. Desde mi habitación, aún con la puerta entreabierta apenas los podría escuchar, pues están charlando en voz baja. O eso parece. Me aventuro a asomar la cabeza para echar un vistazo y asegurarme que no se están matando. Y dale… no sólo no se están matando, creo que les va demasiado bien. No seré yo quien haga algo para que dejen de comerse a los besos, así que cierro la puerta tras de mí con una sonrisa enorme. Estoy tan feliz que mi corazón se expande y se contrae como una banda elástica.
«Por favor que lo arreglen. Por favor. No pueden estar separados en Navidad. Es horrible. Por favor...» Imploro.
Los minutos pasan y Seiya abre la puerta del baño, dejando sacar más vapor que en un sauna de sumo. No sé como simplemente no se desmaya ahí dentro. Al verme se sobresalta, y apenas consigue agarrar la toalla que lleva amarrada a la cadera.
—¡Dioses, Bombón! Me asustaste. Privacidad, ¿por favor?
—¿Qué tienen todos con el pudor hoy? —Pongo los ojos en blanco —. Y ahora resulta que te molesta que te vea.
—No es que me veas, es que me veas con esa sonrisa de demente —el bóxer negro se abraza a su piel y mientras se me hace agua la boca, se coloca la toalla en los hombros frunciendo el ceño —¿Qué haces ahí parada?
—Te miro. Ah, y custodio la salida para que no vayas a interrumpir.
Seiya eleva una ceja y entonces escucho que la puerta principal se cierra. Voy a correr a ver, pero mi celular da un tono de mensaje. Lo saco de mi bolsillo y leo. Es Minako.
Gracias, amiga. Y también a Seiya.
Prometo contarte todo. Entretanto, les deseo felices fiestas.
Y no olvides lo que hablamos.
Besos,
Mina
El timbre vuelve a sonar y por fortuna, esta vez sí es la comida. Reviso la que brevemente fue la habitación de Minako. Se ha llevado todas sus cosas, hasta las sucias, e incluso a doblado las frazadas. Regreso al dormitorio con una sonrisa que no podría ser más grande que un eclipse de luna en el cielo de diciembre.
—¿Cómo que se fue? ¿Así nada más, por sus calzones? —reprocha Seiya, como si fuera su padre.
—No por sus calzones. Yaten vino a por ella y se fue por su propia voluntad. Se despidió y nos agradeció todo. Y es lo correcto. No debemos meternos más. Ahora que si quieres, le digo que se regrese… —sugiero, pretendiendo que hago una llamada.
—¡No! —brinca espantado, y me lo quita —. Solamente, yo…
Le echo los brazos al cuello.
—Tú solamente estabas preocupado. Eso es taaaan mono —Él abre la boca para repelar, y yo se la tapo la palma de mi mano —. Sssssh. ¿Te das cuenta que vas semidesnudo, totalmente solos después de casi diez días de no poder hacer nada guarro y tú prefieres alegar tonterías?
Cuando la retiro, él ya me sonríe libidinoso. Sin previo aviso, se me echa encima y los dos caemos de bruces en la cama, haciéndome pegar un pequeño grito.
.
.
Notas:
Santa madre… creo que tenemos récord en el hiatus. 😣😲 Espero que no se repita! Tanto por ustedes como por mí. Espero hayan disfrutado del capítulo. En este caso se cierran círculos y se abren nuevos. El tras bambalinas del asunto de Yaten y Mina por obvias razones no podía mostrarlo aquí, pero si su curiosidad les gana (que esperaría eso, al menos ) ya subiré el capítulo correspondiente en "Sí, acepto" sobre qué hablaron, y como pudieron atravesar su situación.
En cuanto a Serena y Seiya, la aparición de una vieja ¿enemiga? ¿rival? Aun no puedo definirla, porque eso sería adelantarme a los hechos. Pueden como siempre sacar sus propias conjeturas. ¿Les agradó el nuevo personaje? Siempre me cayó bien Taiki, no podía dejarlo fuera. Además de que sirve, créanme que no es un relleno impositivo. Pero dejo en claro que no es pariente de Seiya y Yaten. Por eso omití su apellido. 😏
Supongo que amarán un especial navideño en pleno junio jajaja… (mil perdones).
Si te gustó por favor no ignores este llamado y regálame una estrellita, y un comentario. Tu aportación es importante para que esta escritora se anime a continuar y acabar esta historia.
¡Hasta el otro!
Kay🌸🌸
