Capítulo 4: Libélula


El aire caliente de las llamas le calienta el rostro mientras ve inmóvil a la figura que se alza en medio de la batalla que pudo haber durado un parpadeo. Sin aire, con los ojos hipnotizados por el hombre que emerge victorioso, pero con el rostro profundamente ensombrecido. Sus ojos brillan como un diamante entre las tinieblas.

Kasumi sólo puede pronunciar su nombre en un ligero susurro que no llega a sus oídos. Completamente incrédula, incapaz de reconocer lo que sus propios ojos ven como algo cierto. Pero no puede ser, es inconcebible, nadie puede ser tan monstruosamente poderoso.

El soldado que ella apuntó con la espada de Satoru observa con terror que ha caído cerca de una pila de cadáveres y reconoce en uno de los rostros desfigurados a un camarada. Las manos le tiemblan y las piernas apenas le responden cuando intenta comenzar su escape y la pupila oscura de Satoru lo persigue como a una mosca, pero antes de cruzar los muros que separan el distrito rojo de la ciudad de Osaka, cae desplomado en el suelo.

Kasumi no ha tenido tiempo ni siquiera de voltear el rostro, pero ha Satoru le ha bastado para tomar una espada sin dueño y arrojarla justo en el medio de su cráneo.

Escucha el cuerpo caer y cierra los ojos con fuerza, incapaz de continuar viendo tal horror. Y cuando no hay más que silencio interrumpido por las chispas del fuego que comienza a hacer desaparecer el distrito, siente sobre ella sus ojos azules. Abre los ojos y él la observa por un instante, cuando la mesa del despacho de Hamari se voltea de un golpe y las voces de las chicas la obligan a voltear.

Mujeres y hombres salen amontonados de las casas de placer, al menos los que sobrevivieron. Todo parece indicar que la mayor parte del conflicto se centró en detener a Gojo Satoru.

Detrás de Kasumi comienzan a reunirse las cortesanas a ver con sus propios ojos los primeros síntomas de la guerra que se aproxima sobre todo el país. Hamari se abre paso entre las mujeres y se para junto a Kasumi, su rostro exhibiendo una expresión severa. A Kasumi le sorprende su temple y la forma en la que mira los cadáveres y a Satoru. Se da cuenta que ambos comparten una mirada cómplice y asienten al mismo tiempo.

—Reúnan sus cosas, traigan los caballos y los carruajes que tengamos. Lleven sólo lo que puedan cargar. Nos largamos de aquí.

Así como las amigas de Satoru, el resto de las mujeres de Shinmaki comienzan a trabajar casi de inmediato, sin mediar demasiadas palabras, todos parecen compartir el mismo pensamiento. En menos de treinta minutos han logrado apagar gran parte del fuego y el sol comienza a salir del otro lado del horizonte. Satoru no le ha dirigido ninguna palabra hasta el momento, y ella ha dedicado su tiempo en ayudar a las cortesanas a cargar sus carruajes, evitando a toda costa volver a ver los cuerpos dispersos por la calle.

Fuera de los muros de Shinmaki Kasumi encuentra a Oguri, esperando por ellos y al verla el animal estira su cabeza exigiendo una caricia. Kasumi no ha dicho mucho durante las últimas horas, pero se atreve a imaginar que esta no es la única masacre que este animal ha presenciado. Está demasiado tranquilo para no tener experiencia. Lejos de escaparle al peligro, se mueve casi invitándola a subir a su lomo. La mano de Satoru se estira sobre la cabeza de Kasumi para acariciar el pelaje de Oguri y ella levanta la vista para encontrar su rostro sonriente. Se ve calmado y a juzgar por su sonrisa podría suponer que es un día normal.

Kasumi desliza su mirada por su cuello, con pequeñas gotas negras pegadas sobre su piel blanca. La sangre ya se ha secado, en su piel, su cabello y ropa, pero él no le presta demasiada atención.

—Tenemos que marcharnos, ¿estás listo? —le pregunta y ella asiente.

—Oye, Kai —Kasumi dirige su mirada a quien la llama. Hamari del otro lado, parada junto a un carruaje tirado por dos caballos la observa y la invita a acercarse una última vez. Como si pidiera permiso mira a Satoru y, tras verlo asentir, camina hacia ella. Lleva la boca apretada, ya ha llegado el momento en el que deba cumplir su palabra y confesarle la verdad a Satoru. Renuente camina hasta Hamari y cabizbaja aguarda por lo que ella le demandará—. Fuiste muy valiente —le dice en un tono suave y ella alza la mirada—. Cuidaste muy bien de nosotras… y por eso es que te daré la oportunidad de decirle la verdad a Satoru bajo tus propios términos, cuando tu corazón esté preparado. Pero no te tardes mucho…

Con una carga menos sobre su espalda ella esboza una sonrisa esperanzada que apenas se desdibuja cuando Hanami toma su rostro entre sus manos y deja sobre sus labios un suave beso.

Sonrojada, la ve a los ojos incrédula. Hanami se ríe y abre la puerta de su carruaje, luego estira una mano para saludar a Gojo.

—¡Cuida bien de él! ¡Te lo encargamos!

Satoru observa con sorpresa el intercambio y por un pequeño instante sus mejillas se tiñen de rojo. Las muchachas abren las ventanas del carruaje y saludan mientras se despiden, arrojan besos a Kai a medida que se alejan. Los halagos que le profesan no llegan a sus oídos. Kasumi tiene una mano sobre la boca, su rostro encendido en llamas.

—Creo que le gustaste —dice Satoru a su lado—. Hamari nunca se toma tantas molestias… No quiero saber qué hicieron anoche, pero ¿te divertiste?

Kasumi aprieta los labios, incapaz de sacudirse de encima el pudor. Se voltea para subir por sí misma al lomo de Oguri mientras Satoru comienza a hacerle preguntas de lo más indecentes al oído.

—Podemos repetirlo en otra ciudad… —le dice, presionándola—. Si las chicas están tan felices contigo deben tener una buena razón. Me pregunto qué les dijo Hamari, luego te preguntaré cuáles son tus trucos, tal vez te robe alguno —continúa, a punto de echarse a reír.

Él no sabe el efecto que sus palabras surten en ella, no después de haber visto con sus propios ojos las cosas que suceden dentro del distrito rojo y la manera en la que realmente luce el sexo. Kasumi aprieta las piernas sobre el lomo de Oguri soportando las indecencias de Satoru.

—¿Quieres que te cuente como fue mi primera vez?

El corazón de Kasumi se detiene en medio del sendero, a su mente viaja una imagen que le pone la piel de gallina y le retuerce algo en medio del pecho. Esta sensación se ve obligada a admitir… son celos.

—No —dice en un susurro.

—¿No? —pregunta Satoru detrás de ella.

—¡No! ¡No quiero saber!

—Bueno… era sólo un tema de conversación. ¿De qué quieres hablar?

Kasumi no sabe si debería mencionar el ataque sobre el distrito de Shinmaki. Por momentos piensa que su manera de ser tan despreocupada es una especie de máscara. Nadie puede ser tan frío como para asesinar al menos treinta soldados y no decir una palabra al respecto.

—¿Cómo te sientes? —pregunta en un tono suave—. Es decir… pasaron muchas cosas anoche y sólo… ¿Me permitirías limpiar tu ropa? Está cubierta de sangre y…

—Huele mal, lo sé —contesta. Su rostro estoico—. Tenemos que alejarnos de Osaka al menos un día más. No sabemos cuántos soldados hay cerca o si el ejército del clan Zenin se ha movido de la ciudad imperial.

—¿Se dirigían al castillo que vimos en Osaka?

—Tal vez, quizás me buscaban a mí. O quizás Naoya pretendía que le juraran lealtad, pero nunca podrán entrar al castillo, es imposible. Es una fortaleza impenetrable.

—Anoche… escuché varias de tus historias. Nunca me dijiste que servías al anterior emperador.

—¿No lo hice? Y tú… ¿nunca escuchaste hablar de mí?

Ella niega.

—Qué decepción, esperaba que al menos se cantaran algunas canciones sobre mí a esta altura.

—Entonces, ¿por qué te buscan?

—Apostaría todo mi dinero a que pretenden que sirva al nuevo imperio al igual que al anterior, y como hui del palacio imperial… quizás digan que fue traición.

"La traición se castiga con la muerte", piensa Kasumi con el corazón apretado dentro del pecho. Repentinamente no siente ganas de hacer más preguntas. Tal vez todas las ideas que se había hecho de él no son ciertas. Pero para confiar plenamente en él sabe que tiene que cumplir su promesa con Hamari y ser completamente sincera. Con la decisión firme en su pecho, Kasumi decide que encontrará el momento ideal. Será cuando pueda verlo a la cara, cuando le diga lo que ha estado ocultando desde que lo conoció.

—Te traje una espada, espero que no te moleste que haya matado a su anterior usuario. Tu espada no servía de mucho después de anoche… Tengo el presentimiento de que necesitarás algo con filo.

Ella lo mira sorprendida por encima del hombro.

—Está bien… N-No me molesta… demasiado.

—Será momentáneo… cuando lleguemos al próximo pueblo buscaremos un herrero que pueda fabricarte una acorde a tu tamaño. La mía es demasiado larga y pesada para ti, ¿cierto?

Kasumi asiente.

—Por cierto… Cuando estábamos evacuando el distrito noté un rastro de energía maldita… de esos que se forman cuando se utiliza un encantamiento. ¿Acaso tienes una técnica innata de la que no me hablaste?

—N-No exactamente… Hay una técnica que mi maestro me enseñó, pero para usarla debo hacer un voto vinculante.

—Qué interesante, siempre me han resultado muy curiosos, ¿sabes? Los votos vinculantes. ¿Tu maestro te enseñó que revelarle tu ritual a otro hechicero puede hacer más fuerte tu encantamiento? Es un arma de doble filo, revelar el ritual puede hacer que tu oponente descifre la manera de vencerlo, por eso debes ser rápido. No debes desperdiciar un solo segundo luego de revelarlo.

—Mi maestro me lo mencionó, pero nunca me vi en la necesidad de usarlo en un combate real hasta hoy.

—¿Sabes qué es lo que me resulta más interesante? El voto puede tener muchas formas, pero no puedes realizar un contrato engañoso. Es decir, debes ofrecer algo a cambio de otra cosa. Supongo que tu conjuro no es demasiado riesgoso, pero si dieras algo realmente importante para ti… cómo tu cuerpo o tu corazón, el resultado debe ser igual de importante. Además, imagino que hay algo del otro lado capaz de escucharte, de lo contrario cómo se obtendría el poder, ¿no? Por ejemplo, si yo quisiera podría sacrificar mi mano derecha a cambio de una técnica que me permitiera hacer cosas increíbles, pero… ¿y si sólo doy un dedo? ¿Esa fuerza misteriosa del otro lado me daría la técnica que yo deseo, o la fuerza que le imploro?... Es algo que a menudo me pregunto… Cómo sea… ¿estoy divagando?

—No… de hecho… tiene sentido. En mi caso… Yo sólo debo mantener los pies sobre la tierra.

—Suena algo muy propio de ti, Kai-chan —dice y estira su cuello para verle el rostro, con una sonrisa juguetona pintada en los labios.

Debería sentirse extraña cabalgando junto a un hombre capaz de cometer una masacre y aun llevar una sonrisa en el rostro, pero no lo hace. Su confianza crece a cada paso de Oguri y su corazón comienza a aceptar la naturaleza de sus sentimientos. Aunque se cuestiona constantemente si lo que nace en su interior perdurará, y si es correcto sentirse así dadas las circunstancias, toda duda se disipa cuando lo ve sonreír. Se encuentra a sí misma tragando cuando él monta un campamento en medio del bosque y se queda viendo por demasiado tiempo su cuello y su manzana de adán moviéndose tras cada palabra que pronuncia. Se le hace un nudo en el estómago cuando se acerca demasiado, invadiendo su espacio con su aura magnética e impredecible. Basta con una palmada en el hombro, con su mano revolviéndole el cabello, o el más mínimo rose para dejarla sin aliento. Y mientras lo ve dormir una noche más se pregunta si cambiará en algo que él sepa que en realidad es una mujer.

Después de todo… es Gojo Satoru. Y podría llenar un pueblo con todas las mujeres que han caído presa de su sonrisa. Sin embargo, poco a poco reúne coraje y al día siguiente cuando vuelven a detenerse para darle un descanso a Oguri, Kasumi se decide.

Este será el día de la verdad.

—No es necesario, puedo hacerlo yo —dice Satoru entregándole su haori a Kasumi, pero ella niega y él se queda pasmado por un instante al ver la dulzura de su sonrisa.

—Quiero hacerlo, lo dejaré muy limpio. Lo prometo.

Ya se le ha hecho costumbre poner su mano sobre la corona de su cabeza y revolverle el cabello mientras ella se deshace bajo su toque, aunque no se dé cuenta. Kasumi ni siquiera puede verlo, así como está ahora, con el torso desnudo y la piel brillando bajo la intensa luz del sol.

—Traeré algo de comer para los dos. No tardaré mucho —le promete y ella asiente con una sonrisa tan ancha que podría tocarle ambas orejas.

Con la ropa de Satoru entre las manos lo observa marcharse siguiendo el río. Luego ella baja una pendiente con cuidado hasta llegar a la orilla y pone manos a la obra. Aunque Satoru no lo sepa, esta no es la primera vez que Kasumi tiene que limpiar sangre de su ropa. Sus primeros sangrados la tomaron por sorpresa mientras entrenaba con su maestro Kusakabe y más de una vez le han dado una paliza que la dejó arrastrándose. Y aunque el paso de los días le complica la labor ya que la sangre está seca y rígida como una piedra, se esfuerza como si fuera a entregarle este haori a un noble.

Kasumi, completamente inmersa en quitar todas las manchas de la ropa de Satoru, refriega la tela contra las piedras sin cesar. Limpia el sudor de su frente una y otra vez hasta que las manchas comienzan a desaparecer dejando tras de sí aureolas rosadas.

No nota un par de ojos atentos sobre ella.

Después de estrujar la ropa con fuerza hasta que la última gota rosada cae al río, vuelve sobre sus pasos y sube con esfuerzo la pendiente, con el haori colgado en su espalda.

Afortunadamente Satoru siempre trae consigo unas cuerdas que le sirven para colgar el haori, sosteniéndolo entre dos árboles. Estira la ropa con una sonrisa, con un sol tan intenso como el de este día no tardará mucho en secarse por completo. Quizás pueda ponérselo para cuando terminen de comer. Se seca las manos en su falda y voltea para preparar la leña, imaginando que Satoru no tardará mucho en regresar.

Al terminar suspira, mira hacia el horizonte preguntándose cuánto más tardará. Él no suele tomarse tanto tiempo, se le da fácil pescar.

—Qué lástima, pensé que estarían juntos.

La voz que se escucha detrás de ella la deja completamente helada y, al voltearse, Kasumi encuentra una mujer apoyada contra un árbol. Su sonrisa afilada le da escalofríos, ¿cómo pudo acercarse tanto sin hacer ningún ruido?

Toma rápidamente la katana que Satoru le ofreció y la desenvaina sin dudar frente a su rival. Con los dedos apretados sobre la empuñadura apunta con el filo hacia la mujer que le sonríe y ella camina con confianza acortando la distancia. La cadencia de su cuerpo exuda más confianza que la del mismísimo Gojo Satoru; sus pasos son intimidantes, como es la sonrisa sobre su rostro. Sin embargo, le sorprende no poder sentir ningún rastro de energía maldita.

—¡¿Quién eres?! —exclama Kasumi y por un momento teme estar rodeada de enemigos escondidos en el bosque.

—Cabello negro, ojos azules. Eres tú, ¿cierto? El compañero de Gojo Satoru.

—¡Él no está aquí! ¡Se marchó!

—Y… ¿no planea volver por su ropa? —dice ella y sonríe, señalando con su pulgar la ropa recién tendida.

Kasumi ve sus ojos felinos fijos en ella. Desvía sus ojos azules al bosque con la idea de que no puede estar sola, pero no ve a nadie. Luego descubre un arma que carga en su cintura. Es un arma maldita, de las que Kasukabe le ha contado. Pero en ella no percibe nada, ni un gramo de energía. ¿Cómo puede ser capaz de sostenerla? Tantas dudas le nublan la mente, pero se ve obligada a despabilar rápidamente cuando ella lanza la cuchilla en su dirección. Su forma parece la del ala de un murciélago y se mueve tan rápido que casi corta su mejilla. De no ser por la espada que Satoru le dejó habría sido decapitada.

Atraído por una cadena, la hoz vuelve a la mujer que la lanzó.

—Me daría lástima matarte —le dice con un gesto casi aburrido—, sólo dime dónde está y te dejaré vivir.

Kasumi tiene los labios apretados, tanto como las manos sobre su katana. La desventaja es clara y tal vez su única alternativa es esperar a que Satoru regrese. Sólo le queda resistir.

—¿No vas a decírmelo? ¿De verdad darías tu vida por ese idiota?

—¡Él no es un idiota!

Ella abre los ojos como si estuviera sorprendida.

—¿Es tu maestro? ¡Vaya que es pésimo en su trabajo! —le grita entre risas mientras lanza su arma maldita contra Kasumi una y otra vez, obligándola a retroceder sobre sus pasos.

El acero tiembla, Kasumi siente su espada trepidar entre sus manos tras cada estocada. La energía maldita de Kasumi es lo único que la mantiene unida, el acero en cualquier momento se partirá.

Acorralada entre la pendiente al río y la mujer que la somete, Kasumi ve sus intenciones grabadas en sus ojos castaños. Su sonrisa siniestra se ensancha cuando arroja el arma una vez más y ella se ve obligada a usar su único recurso.

—Nuevo estilo de sombras, ¡desenvaine!

El campo oscuro que se propaga a su alrededor la llena de energía y con su espada logra librarse del golpe certero de su enemigo. Pero cuando se desvanece un segundo después, ella está a su lado, tan cerca que puede verla cara a cara. Esta vez, sin un arma, con nada más que su puño, da directo al rostro de Kasumi y la hace caer por la ladera varios metros.

Ella posa una mano sobre su cintura tras verla fuera de combate, su katana tirada junto al río y el joven inconsciente.

—Esperaba más del discípulo de Gojo Satoru… —dice y chista mientras se aleja sin prestarle más atención—. Supongo que no era tan fuerte como todos decían…

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Con tres salmones en el hombro y un par de sandalias nuevas que consiguió de un mercader ambulante, Satoru regresa sobre sus pasos siguiendo el río. El cielo está despejado y el sol le da de lleno en la espalda y seca su piel húmeda con su calor. Tras cada paso planea su próximo destino y cuál será la mejor ruta para llegar a la aldea en la que vive su vieja amiga. Está tan concentrado que no se ha dado cuenta que desde hace un tiempo no escucha el canto de ningún ave, no hay nada más que silencio a su alrededor, nada más que el sonido de sus propios pasos.

Repentinamente una ola de energía maligna se presenta por su espalda, tan rápidamente que apenas tiene tiempo de sacar su espada de la vaina. El arma que pasa junto a su nariz tras chillar contra el acero de su espada le deja un pequeño corte en el antebrazo.

Incrédulo, Satoru concentra su atención en la energía a su alrededor, pero no puede percibir absolutamente nada. Obligado a quitarse las gafas, la ve como si se tratara de un espejismo.

Una mujer con un kimono verde sin mangas, sacudiendo sobre su mano derecha la cadena de arma maldita mientras que con su mano izquierda sostiene una cadena de eslabones grandes.

—Y tú, ¿qué eres exactamente? —pregunta Satoru intrigado—. ¿Acaso ven mis ojos a la paria del clan Zenin? —le pregunta sonriéndose.

—¡Humpf! —suelta torciendo su gesto. Su sonrisa se borra y frunce el entrecejo—. Yo te mostraré quién soy, ¡idiota! —grita lanzando su arma deforme y obtusa.

Su expresión se transforma nuevamente. Confiada por su pelea anterior olvidó por un momento a quién tenía en frente. Alerta, observa la forma en la que Satoru esquiva suavemente su ataque, el filo de su arma se desliza a través del aire y antes de que ella pueda tirar de la cadena para intentar un segundo golpe, el samurai introduce su espada en uno de los eslabones de la cadena como si el tiempo corriera más lento para él.

El movimiento de los eslabones por el aire se detiene tan súbitamente que logra dejarla sin balance y antes de que pueda darse cuenta, Satoru manipula su arma y jala de la cadena y la arrastra por el suelo.

—¡Qué divertido! ¡Llevo mucho tiempo sin una pelea de verdad! —exclama Satoru—. Qué pena que no tengamos público. Me hubiera gustado tener un par de espectadores, pero ¡qué más da!

—¡Sí! —brama la mujer plantando sus pies sobre la tierra—. ¡Lástima que tu discípulo no esté aquí para vernos!

Satoru cae presa de sus palabras por un instante, o eso le hace creer cuando recupera su arma victoriosa.

—¿Hablas de Kai?

—No le di tiempo suficiente para presentaciones. ¡Eres un maestro patético! No me duró más que un par de segundos.

—Vaya… con que eso pasó, ¿huh? Bueno, me has complicado mucho las cosas si lo que dices es cierto. No me queda más remedio que asesinarte.

En un parpadeo, ella siente el aire acariciar su mejilla. Lo ve por el rabillo del ojo, tan rápido como un relámpago. De nada le sirve un arma de ese calibre en una pelea cuerpo a cuerpo, por lo que la arroja sin pensárselo dos veces y da un salto antes de recibir el certero golpe de Satoru.

—Con que en el fondo eres tan sentimental como cualquiera. ¡Quién lo hubiera creído! Pensé que no eras nada más que un lame botas cuando abandonaste el palacio imperial y a tu señor.

—Y yo creí que los Zenin te habían desterrado hace mucho tiempo por tu… discapacidad. Pero parece que aún así te envían a hacer sus recados por ellos, tú sí debes saber cómo se siente ser un lamebotas, ¿no?

Ella aprieta los dientes y saca de su espalda un bastón rojo de doble filo, apoya con fuerza ambos pies sobre la tierra y con ambas manos se lanza contra Satoru, pero él esquiva con la mayor ligereza cada golpe hasta que finalmente decide detenerla con su espada. Ella lo ve a los ojos, enervada por lo petulante de su sonrisa. Tiene una sola mano sobre su katana y aun así fue capaz de detener su ataque. Y, antes de que ella pueda dar el siguiente, Satoru usa su mano izquierda para darle un golpe al bastón y golpearla en medio de la frente con él. Una y otra vez, como una burla, hasta que ella da un salto y se aleja.

Un hilo rojo sale de su nariz y le recorre hasta el mentón. Una gota de sangre rompe sobre su sandalia. Con los ojos fijos en su oponente, ella limpia su rostro y escupe. Reúne aire en los pulmones y se lanza a su siguiente ataque, pero esta vez él simplemente retrocede sobre sus pasos desviando su arma con el suave toque de sus manos hasta que de una palmada clava el arma en el suelo. Toma el báculo con su mano izquierda y se desliza alrededor de la mujer, moviéndose a través de su espalda hasta tomar el otro extremo para apuntarle en el rostro con su filo.

Sin aire, ella lo ve atenta y carraspea una suave risa.

—Entonces… sí eras fuerte.

—El más fuerte —contesta y toma el báculo con ambas manos antes de romperlo sobre su rodilla.

Para sorpresa de la mujer del clan Zenin, Satoru le lanza un extremo del báculo y le sonríe. La está retando a continuar hasta el final. No planea darle una muerte rápida y eso logra sacarle una sonrisa.

—Qué idiota tan arrogante.

—Eso me han dicho —contesta él con una sonrisa recorriéndole los labios.

Ambos levantan en el aire una parte del báculo maldito, como si fueran dos espadas. Con posición de duelo ambos se miran a los ojos antes de dar su primer paso hacia adelante, pero sin que ella pueda verlo, Satoru se desliza por el suelo y hace un corte profundo en su costilla.

'No hay comparación', piensa ella antes de dejar caer su arma y cae al suelo en una rodilla, aferrándose con fuerza sobre el corte. 'Es imposible, no hay manera de detenerlo, es demasiado rápido'.

Él la empuja sobre el suelo y ella cae de espaldas. La figura de Satoru eclipsa el sol sobre ella.

—No es fatal, al menos por ahora —le dice mirándola con ojos vacíos—. ¿Realmente el clan Zenin te envió?

Ella escupe.

—N-no… sólo quería… hacer el trabajo que sabía que ellos no podrían. Quería presentarle tu cabeza a Naoya y decirle en la cara '¿lo ves? Yo sí pude hacerlo'… —dice rendida, riéndose, su rostro manchado de sangre—. Quería ver qué cara pondría el bastardo cuando lo hiciera.

—¿Venganza?

—Orgullo.

—Entiendo. ¿Cómo te llamas?

—M-Maki…

—¿Unas últimas palabras?

Ella esboza una sonrisa suave, desvía la mirada de Satoru hacia el rio que fluye a pocos metros.

—Cuando mates a Naoya… libera a mi hermana.

Satoru alza las cejas al escucharla, ligeramente interesado.

—Está bien. ¿Cuál es su nombre?

—Mai, es mi hermana gemela. Naoya la tiene en su harem. He intentado liberarla por mucho tiempo, pensé que quizás si te mataba podría llevarla conmigo finalmente… pero… aquí estamos.

Satoru junta aire en los pulmones y luego suspira.

—Entiendes por qué debo matarte, ¿cierto? Respeto tus motivaciones, pero… mataste a Kai.

—¿El chico? Todavía estás a tiempo de verlo… si te das prisa…

Satoru se extraña, abre los ojos de par en par y busca a través de su expresión el indicio de alguna mentira. No pierde más tiempo. Envaina su katana y se marcha sin decir una palabra más.

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A duras penas se puede levantar del suelo, los brazos le tiemblan y siente un dolor prominente sobre la mejilla. Sus recuerdos se desdibujan, hace un momento atrás estaba lavando la ropa de Satoru en el río y un segundo después…

El sonido de pasos la pone en alerta y Kasumi se gira sobre su espalda completamente aterrorizada, tratando de pensar en menos de medio segundo en dónde tiró su espada. Cuando su visión se aclara lo ve a los ojos. Sus ojos del mismo color del cielo abierto la ven con preocupación y con premura la toma de un brazo y le da vuelta sobre el suelo buscando algo. Palpa su cuerpo sin pedir permiso, por todas partes, las manos grandes de Satoru la recorren, la toman del rostro estirándole el cuello, buscando algo que ella desconoce. Kasumi no sabe qué decir, él la inspecciona y la toca por doquier hasta que ella reúne la fuerza suficiente para empujarlo. Su expresión sobresaltada, su piel exudando calor por cada poro.

—¡¿Qué estás haciendo?!

—¿No estás lastimado? —pregunta frunciendo el entrecejo, como si le molestara.

Ella baja la guardia y repite el trabajo de Satoru sobre su propio cuerpo, desliza sus manos desde el pecho a la cadera y luego niega, pero él no parece satisfecho. La mira extrañado y se para derecho mirando hacia el horizonte. Luego se sonríe a sí mismo y suelta una pequeña carcajada.

—Qué astuta… —dice para sí mismo y voltea a verla, tirada en el suelo, para luego extenderle la mano—. Sobreviviste a Maki Zenin, Kai-chan. Bien hecho.

—Más bien creo que ella me perdonó la vida… —responde avergonzada, poniéndose de pie, sacudiéndose la ropa.

No necesitan cruzar muchas palabras para entender que no les queda más opción que levantar su improvisado campamento y buscar otro sitio en el cual pasar la noche. Si bien Maki no fue enviada por el Clan Zenin, Satoru tiene la certeza que están pisándole los talones.

La tarde cae rojiza sobre ellos. Levantan su campamento tan rápido que la ropa de Satoru no llega a secarse por completo. Antes de decir mucho más, ambos montan sobre el lomo de Oguri y marchan a toda prisa para ganar distancia hasta que el sol comienza a desaparecer.

Kasumi escucha el relato de Satoru sobre su pelea con Maki con incomparable admiración. Casi puede imaginar sus movimientos a pesar de nunca haberlo visto pelear con sus propios ojos, pero después de ver lo que su inimaginable fuerza deja a su paso no le cabe espacio para la duda. Su pecho pequeño, limitado por la faja que esconde bajo su kimono, se llena de orgullo y no cabe dentro de ella una gota de envidia.

—Fue una buena manera de hacerme dudar, haciéndome creer que te había matado.

—¿Eso hizo? —pregunta Kasumi, su corazón encogido dentro de su pecho—. Supongo que no podría encontrar a los niños sin mí, ¿cierto?

—Sé que los encontraría eventualmente, de otra manera. Pero me complicaría bastante si hablamos de tiempo. Pero eso no es todo, ¿sabes? Me sentiría muy mal si por mi descuido alguien te hiciera daño.

Kasumi se sonroja tanto que siente que tiene fiebre, todo arde, sus mejillas, sus orejas, su cuello, su pecho. Algo extraño le llena el pecho, como si se estuviera ahogando de un sentimiento que la deja sin aire.

—Gracias por volver por mí… otra vez —dice, intentando convivir con la permanente sensación de asfixia cálida que le provoca Satoru.

Cuando la noche llega, estrellada, Kasumi siente sus ojos pesados. Oguri camina lento, probablemente cansado tras tan largo viaje y tan poco descanso, pero no se detiene. Es un animal fuerte y aguerrido, como su dueño. Ella escucha grillos rechinando entre los pastizales y levanta el mentón observando las estrellas en total silencio. Se sonríe imaginando que probablemente, cuando se detengan a descansar, tendrá que confesar su mentira. La idea la deja tímida, con los labios apretados a pesar de haber finalmente aceptado que ya es momento.

—Kai-chan… —murmura Satoru y deja caer su cuerpo suavemente contra su espalda.

Rígida, Kasumi susurra su nombre. Increíblemente su cercanía nunca deja de asombrarla. La respiración de Gojo acaricia su oreja y le eriza los cabellos libres bajo su cola de caballo. Mueve sus hombros, incómoda, pero él no se mueve de su lado. Está pegado a ella, casi abrazándola, rodeándola con las riendas de su caballo y ella tiembla como una hoja. Traga saliva, inquieta por el salvaje palpitar de su propio corazón.

Satoru cae repentinamente del lomo de Oguri contra el sendero en medio de la noche y el caballo se escandaliza. Ella se sostiene de su pelaje, tratando de tomar las riendas que Satoru soltó.

—¡Gojo-san! ¡GOJO-SAN!

Con premura baja del caballo y se agacha sobre el cuerpo de Satoru. Su frente brilla sudor frío, todo su cuerpo se siente gélido. Kasumi toca su frente, lo sacude con fuerza mientras grita su nombre que hace eco en el bosque como si la naturaleza gritara su nombre, hasta que finamente encuentra la razón de su estado.

Kasumi se queda sin aliento al ver un corte sobre su brazo derecho, una enredadera púrpura se desprende de la incisión y se extiende a través de su antebrazo.

—Veneno… —dice Kasumi sin aliento y voltea en todas direcciones buscando infructuosamente ayuda. No hay nada alrededor, nada más que árboles, montañas y río. Ni el humo de una hoguera, ni indicios de algún puerto cercano. Kasumi ve a Oguri como si fuese un monte insorteable. Satoru mide al menos treinta centímetros más que ella y quizás hasta cuarenta kilos más—. Oguri… No sé si me entiendes… pero necesito tu ayuda… Tenemos que llevarlo a un lugar seguro.

Oguri resopla y se mueve unos pasos de atrás hacia adelante. Quizás no entienda las palabras de Kasumi, pero sí ha comprendido su tono. El animal se echa en el suelo ante los incrédulos ojos de azules que lo observan. La mirada se le humedece, conmovida por la forma en la que el caballo bufa como si le dijese 'apresúrate'.

—Estamos juntos en esto, Oguri… —dice tomando los largos brazos de Satoru para cargárselo en la espalda.

No puede extender las piernas, es incluso más pesado de lo que había imaginado. Debe ser la ropa y la espada. Kasumi se arrastra con Satoru sobre ella, jadeando sus respiraciones. Apenas logra dejarlo sobre el lomo de Oguri cuando cae de bruces al suelo y el caballo se pone de pie.

Tras montarse al lomo y asegurarse de que estuviera a salvo, toma con fiereza las riendas en busca de un lugar incierto, cualquier sitio que le sirva de refugio, tal vez el hogar de un ermitaño, quizás una pequeña aldea.

En su desespero unas lágrimas recorren su mejilla y vuelan en la lejana oscuridad de la noche. La desesperanza la invade después de unos minutos de un sendero desértico, la ilusa idea de encontrar un pueblo cerca con un curandero se desvanece minuto a minuto.

Su corazón vibra al ver una pequeña casa, azotada por la inclemencia del tiempo. Desolada, analiza su situación por un momento y poco después decide que no le queda más remedio que aceptar lo poco que el destino le ha brindado. Arrastra a Satoru sobre ella y lo deja sentado dentro de la pequeña choza. No parece que nadie haya vivido ahí en muchos años, la madera de las paredes se ve deteriorada y el techo a punto de caerse tras la próxima ráfaga de viento. Pero por ahora servirá para mantenerlo oculto.

Toma su mano, su rostro afligido, su corazón estrujado.

—Volveré con ayuda, aguanta un poco más… —le promete tomando con fuerza de su mano y antes de salir siente que él la estrecha más fuerte.

Al volverse, él abre los ojos apenas separando las pestañas. La mira con dulzura a pesar de su convalecencia. Kasumi ve a través de su mirada un dejo de resignación.

—Intentaste escapar un par de veces… —comienza casi sin aliento—. Esta es tu oportunidad… busca entre mis cosas… hay un par de talismanes ahí… te mantendrán a salvo en tu viaje. Puedes marcharte, no hay ningún pueblo cerca… Es demasiado tarde.

La suelta, cierra los ojos y se deja caer contra la pared de la choza sin decir nada más, cierra los ojos y deja caer la mano que sostenía la de Kasumi sobre su vientre.

Ella no tiene palabras, quiere decir algo, pero no sabe qué. El viento silva detrás de ellos trayendo consigo ráfagas gélidas. Ella, viviendo cada segundo con extrema lentitud intenta ordenar sus ideas. Si lo que Gojo dice es cierto y no hay pueblos cercanos quizás no haya nada que pueda hacer más que esperar que el veneno consuma el resto de su cuerpo. La idea le tuerce los labios, apretados para no llorar prematuramente su muerte.

No tiene sentido echarse a sus brazos a llorar, necesita hacer algo, cualquier cosa. Con sus manos temblorosas quita una vieja cubeta de madera, tirada en medio de la choza, limpia el pozo de tierra que sirve para armar una fogata, y lo ahueca para salir rápidamente a recolectar toda la leña que pueda encontrar. Viejas hojas secas y pastizales amarillentos. Arma una pira y toma dos piedras planas entre sus manos. Golpea una, dos, tres y cuatro veces, pero las manos no parecen dispuestas a dejar de trepidar. No puede crear una chispa lo suficientemente fuerte y que no se apague con la brisa otoñal que entra por la puerta ausente.

Una llama fuerte aparece frente a sus ojos y poco a poco consume las hojas y la hierba, luego las ramas y los troncos. Kasumi dirige sus ojos húmedos a él. Satoru esboza una suave sonrisa, su mano extendida hacia la pira y una señal aun palpitando sobre la punta de sus dedos.

La esperanza florece dentro de ella y, como si pudiera abrazarla en la distancia, Kasumi siente su pecho calmarse y sus manos dejan de temblar. Sin decir nada, sale de la cabaña en medio de la noche oscura y nublada con una idea en mente. Sube sobre Oguri con la cubeta en una mano y emprende viaje entre grandes árboles de pino y cedro, adentrándose peligrosamente en el bosque.

La densidad de la copa de los árboles bloquea la luz de la luna; apenas puede ver delante de su nariz, pero avanza sin detenerse hasta finalmente encontrar un estanque de agua.

Hace muchos años, Chiro —el hijo de Kota, el posadero—, fue mordido por un coyote, Kasumi de tan sólo ocho años, acompañó al médico de la zona al bosque. La mordida no era el problema de Chiro, sino la infección que le hinchó la pierna y, para no tener que amputársela, Kiosuke, quien además era boticario, sugirió que trataran la pierna con sanguijuelas. El trabajo de Kasumi consistió en encontrarlas, tantas como pudiera en el menor tiempo posible.

Gracias a eso Kasumi sabe que bajo las piedras de aguas estancadas puede existir la remota posibilidad de encontrarlas. Tal vez, si se esfuerza mucho, quizás el destino le dé una mano.

Con las manos azules de frío, las piernas mojadas y la ropa húmeda, Kasumi ve gotas caer sobre el agua. Parece que estuviera lloviendo, pero en realidad Kasumi está llorando. No puede ver nada gracias al frondoso bosque que la rodea y la densidad del agua estancada. A ciegas mete las manos dentro del agua hasta que no puede doblar los nudillos y termina maldiciendo como nunca antes ha hecho en su vida.

Su grito recorre el bosque y espanta las aves que reposan sobre la copa de los árboles y cuando ya no puede mover las manos sale del agua y cae a un costado del estanque. De rodillas, doblegada, llora amargamente su propia inutilidad. Arroja una de las piedras del estanque, incapaz de controlar el desasosiego que la doblega, luego grita con todas sus fuerzas y tras un último y lastimero sollozo, se sienta en medio de la nada dejando que las lágrimas caigan libremente a través de su rostro.

Torpemente limpia su rostro, baja la mirada; sus nudillos pálidos, azulados. Sus manos tiemblan incansablemente. De pronto, como una señal de los dioses, un pequeño insecto se posa sobre su falda. Una libélula. Mueve lentamente sus alas cansadas y luego se marcha y al girar su rostro siguiendo su rastro ve un enjambre de luciérnagas.

Con ojos cansados ve su luz palpitando suavemente, tranquilos, como una respiración, vuelan con sus alas traslúcidas hacia el estanque. Al voltearse, Kasumi ve con sorpresa las luciérnagas que han salido del arrozal al que arrojó la piedra, iluminando la noche y regalándole con calidez un poco de aliento.

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'Las libélulas son el símbolo del samurai' recuerda Kasumi con una sonrisa. Su cubeta llena de agua, con seis sanguijuelas que espera le den un poco más de tiempo a Satoru. Con esperanza piensa recuerda una tarde en la que buscó a Kano en casa del herrero. Tenía un casco colgado con orgullo sobre una chimenea en la que calentaba su martillo para dar forma a una armadura. Se lo preguntó aquel día…

'¿Por qué ese casco tiene libélulas grabadas?'.

"Son el símbolo del samurai. Eso es… porque las libélulas sólo se mueven hacia adelante. Nunca retroceden, siempre avanzan, sean cuales sean las circunstancias. Son el símbolo de fuerza, valentía y perseverancia. Y también de buena suerte. Por eso se las llama 'kachi-mushi', los insectos victoriosos."


Hola lectores! Este capítulo fue un poco más corto que los anteriores, pero pueden esperar que este sea el largo mínimo de cada uno, quizás algunos terminen siendo más extensos. Espero que eso no sea muy problemático a la hora de leer! Quería dejarles saludos a todos los que han dejado comentarios, especialmente Ina (que es mi lectora vip), Escarlata, Ohagiri_03, Wandd, astridhanmar y Gomi-chan. Me gustaría contestar, pero me la he pasado escribiendo, traduciendo y dibujando. Ojalá les haya gustado este capítulo y si pueden me encantaría saber lo que piensan hasta ahora. No sé si dejar las actualizaciones para los sábados o los domingos, ¿qué dicen? Los leo en el siguiente capítulo!

PD: GRACIAS A QUIEN ME AVISÓ QUE EL CAP SE LEÍA EN INGLÉS. No sé qué pasó, me fijé mil veces antes de publicar, de hecho no me abría la plataforma y tuve que usar otro explorador para subir el capítulo. Perdonen la confusión!