Capítulo 6: El carpintero y sus marionetas malditas


El sol de la mañana lo despierta, atraviesa las viejas cortinas de su morada y él se levanta de la cama con el cabello desordenado. Tras vestirse su yukata de lino sale por la puerta comenzando a sentir la brisa fría del otoño. Levanta la vista hacia los árboles de hojas anaranjadas y amarillentas que comienzan a caer desde la copa. Toma su hacha, clavada en un tronco cortado desde la base un árbol de grandes y extensas raíces y la deja sobre un carro pequeño de dos ruedas. Se arremanga, toma los extremos y lo lleva un pequeño establo que construyó hace ya muchos años.

Su viejo caballo lo espera, le acaricia la cabeza y le sirve agua que ha recolectado de un pozo el día anterior. Luego, cuando el animal termina de beber, lo saca del establo y acomoda en su montura el carro.

Montado sobre su lomo recorre en completo silencio el sendero que lo lleva al bosque en el que ha estado trabajando las últimas semanas. El bosque Okaya está lleno árboles de cedro, y es tan profundo que bien adentrado en él parece que el sol se hubiera escondido.

Pasa horas talando árboles, con su hacha embebida en energía maldita para no cansarse demasiado rápido. Su cuerpo delgado se cubre de sudor y termina desvistiéndose la parte superior de su ropa. Selecciona los mejores troncos, de los cuales sacará más provecho y también recoge ramas y hierba seca que le ayudará a montar una fogata más tarde.

Aves salen volando a toda prisa cuando clava su hacha en el siguiente tronco, alertados por el súbito golpe. Él limpia su frente una y otra vez hasta que finalmente el carro está lleno, pero no tanto como para agotar a su viejo caballo.

El sol comienza a ponerse para cuando sale del bosque. A menudo pierde la noción del tiempo dentro de este bosque y eso nunca deja de sorprenderlo. Da su jornada por terminada, su gesto estoico y constantemente aburrido. Sube sobre el lomo de su viejo compañero y emprende el regreso por el mismo camino que recorrió para llegar.

A paso lento y apacible, con el sol escondiéndose frente a su nariz, comienza a pensar en qué deberá construir. Rememora el pedido del mercante que suele hacer negocios con él y echa un vistazo a carro preguntándose si será suficiente o si deberá volver al bosque al siguiente día cuando el relinche de un caballo llama su atención.

Tal vez sea el mercante, se dice a sí mismo ya que estos senderos no son visitados regularmente. La última vez que vio a un extraño fue hace poco menos de un año. Tal vez ha llegado a pedirle algo más, algún pedido especial.

No deja de ser extraño, el viaje es un poco largo desde la ciudad más cercana como para volver antes de la fecha acordada sólo por un pedido.

El relinche del caballo es constante y al poco tiempo se da cuenta que no surge desde el sendero, sino hacia el río que desemboca en el lago Suwa.

Todo el lago está rodeado de vegetación, matorrales y árboles. Intrigado por el rugido del animal, el carpintero deja a su caballo sobre el camino y se aventura hacia el lago, empujando las ramas y arbustos hasta que finalmente ve un corcel de lomo blanco luchando contra el fango a los pies del lago.

Tal bestia parece de la caballería real. Su porte imponente le hace dudar si debería acercarse o no, una sola patada del animal podría dejarlo parapléjico. Sin embargo, cuando él advierte su presencia se vuelve aún más salvaje. Levanta con fiereza sus patas delanteras para volverlas a meter en el fango, empantanado al punto de no poder avanzar un solo centímetro.

La idea de quedarse con él cruza su mente, pero para liberarlo tendría que quitar el carro de la montura de su caballo y atar las riendas de éste otro a él para ayudarlo a salir. Con eso en mente se acerca cuidadosamente, levanta su mano en su dirección extendiendo los dedos esperando que pueda entender sus intenciones. El animal se revuelve en el barro, pero no tanto como para ser peligroso. Se sonríe cuando finalmente logra tomar una de las riendas entre sus manos y tira de ella con fuerza, pero es más pesada de lo que esperaba.

Le da la impresión de que está atorada en algo y no es sino hasta que jala de ella con todas sus fuerzas que ve una mano pálida sujetando del otro lado.

El carpintero cae de bruces al suelo, espantado por la aparición, pero poco tiempo después cae en cuenta de que ese es el jinete del caballo.

A toda prisa se mete al agua y tira con fuerza de las riendas hasta que ve un brazo y se carga en el pecho una persona sin vida.

El caballo se sacude de un lado al otro dentro del aguan mientras él arrastra a esa persona hasta la orilla y se queda perplejo al dejarla en el suelo. Las hebras de su cabello sobre los dedos de su mano derecha brillan un color azul claro.

Su rostro pálido, casi azul, son la clara señal de que ha muerto ahogado. Él se acerca a su rostro, con la oreja tan cerca de su nariz como fuera posible esperando escuchar el más leve silbido, pero no se oye nada.

Supone que tiene un corte en alguna parte, ya que se ha manchado las manos de sangre sin darse cuenta.

Con cierto fastidio mira sus manos, dispuesto a abandonar allí el cuerpo y llevarse el caballo cuando la bestia ruge molesta detrás de él.

—Está muerto —le dice al caballo con voz ronca. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que dijo algo en voz alta? Debe ser desde la última vez que vio al mercader.

El caballo no parece entender e insiste, tal apego por su amo lo hace suspirar… tal vez podría hacer un último intento.

Vuelve a ponerse de rodillas frente al cuerpo frío y azulado de esa persona y esta vez posa su mejilla contra su pecho. Abre los ojos, preso de la sorpresa, tras escuchar un débil casi inaudible latido. Un repentino deseo de escucharlo mejor se apodera de él y estira la tela del kimono del ahogado para encontrar un torniquete de vendas que le comprimen el pecho con fuerza.

Sin dudarlo un instante, saca una daga de su cinturón y corta la faja de un solo tirón. Los pechos de Kasumi se inflan frente a sus sorprendidos ojos, cuando ella toma una bocanada de aire tan pronto como es liberada de su faja y vomita toda el agua que se ha tragado, echándose a un costado.

Él, habiéndose caído de espalda tras la sorpresa de verla desnuda, se queda perplejo mientras la escucha toser. Incrédulo, espera a que ella termine de escupir toda el agua que ha tragado, pero al terminar, no se mueve, está tirada ahí, inconsciente.

Con una mano se limpia el sudor de la frente que repentinamente le ha dejado todo el calor que se le subió al rostro, es la primera vez en su vida que ve una mujer desnuda y la imagen se queda grabada en su mente por más tiempo del que desearía.

Tras recuperarse de su sorpresa, se pone de pie y mira de lado a lado, el caballo empantanado y luego a la mujer inconsciente. Frunce el entrecejo y luego suspira.

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Sueños difusos, rostros asomándose desde sus recuerdos, extraños y distantes. Un dolor fuerte y constante la despierta. Siente que la cabeza se le partirá a la mitad y cuando se levanta completamente inmersa en el dolor, sentándose sobre la cama, siente una brisa gélida sobre su pecho. Al abrir los ojos se encuentra a sí misma desnuda, su pecho descubierto y sus tetas expuestas. ¿Dónde está su faja? Se pregunta tomando las cobijas que la cubrían para taparse.

Al levantar la mirada ve un rostro desconocido, sentado frente a una fogata con un trozo de carne empalado, con la boca abierta y el rostro completamente ruborizado.

Kasumi se arrastra, tapándose, hasta sentir la pared contra su espalda.

—¿Quién eres? ¿Qué… qué es lo que me hiciste? —le increpa, arruga las sábanas entre sus manos y se le voltea el estómago de solo imaginarse la respuesta.

—Me llamo Kokichi… Kokichi Muta—le dice en un tono suave, atento a los rápidos movimientos de la mujer que probablemente lo considera un depravado, idea que no le simpatiza demasiado. La mira con recelo antes de seguir—. Te encontré hace unas horas con tu caballo, ahogada en el lago Sawa.

—¿Lago Sawa? ¿Dónde estamos? Y… ¿dónde está mi ropa?

—Está mojada… tuve que desvestirte o morirías de frío —contesta, apartando la mirada—. De nada.

Por algún motivo, Kokichi no parece una amenaza. Apenas puede sostenerle la mirada y ella intuye que es porque la vio desnuda. De lejos puede ver su ropa colgada junto a la fogata, goteando sobre el suelo de madera. Él no puede borrar de su rostro el rubor, la mira de manera efímera y, a pesar de su confusión, tarda muy poco en darse cuenta que no está en peligro.

—¿Qué pasó contigo? ¿Te caíste al río? —le pregunta él repentinamente.

Ella se queda completamente en blanco, parpadea un par de veces intentando encontrar una respuesta para darle.

—Yo… no lo recuerdo. ¿Dijiste lago Sawa? —Él asiente—. ¿Estamos muy lejos del puerto de Yokohama?

—¿Yokohama? —pregunta frunciendo el entrecejo—. Bastante, debe ser un viaje de cuatro o cinco semanas. ¿Perdiste la memoria? Te diste un golpe en la cabeza… —dice mientras levanta su dedo índice y señala el lugar exacto en su propia cabeza de cabellera negra.

Kasumi levanta una mano y toca entre su cabello sintiendo bajo la yema de sus dedos las vendas que Kokichi le colocó.

—Eso creo… Lo último que recuerdo es… Yo estaba pescando y luego me atacaron…

—Bueno, supongo que le debes la vida a tu caballo —dice y hace una seña con el mentón hacia la ventana junto a la cama en la que Kasumi está acostada.

Ella estira el cuello, corre con los dedos una fina cortina de lino y ve del otro lado a un caballo blanco que no reconoce. Frunce el entrecejo, ya que esperaba ver al viejo caballo marrón oscuro que han tenido en la familia desde los últimos diez años.

—Ese no es Oshi… —susurra con el entrecejo fruncido, sin poder entender lo que ha pasado en lo que a su parecer fue un abrir y cerrar de ojos.

Se pregunta si quizás esos tres ladrones la dieron por muerta y arrojaron su cuerpo al rio, aunque no entiende cómo la corriente podría haberla llevado tan lejos. Además, ese caballo no lo ha visto en su vida.

—Tenías las manos firmes en sus riendas cuando te encontré. Es un poco salvaje… no pude sacarlo del agua atando las riendas a mi caballo, tuve que dejar la mitad de la leña que corté hoy para que pudiera apoyar sus patas en algo firme… Además, no tenía espacio para ti en el carro si no lo hacía…

—Lo siento… trataré de pagarte… Sólo tengo que volver a casa.

—Tu caballo está exhausto, tendrás que darle un poco de tiempo…

Kasumi se sonroja. Está completamente avergonzada por estar en la casa de un desconocido y ocasionándole tantas molestias. No sabe qué decir ni qué preguntar. Está tan desconcertada que simplemente guarda silencio intentando ordenar sus últimos recuerdos.

—Come algo —le dice Kokichi, poniéndose de pie para extenderle una brocheta.

Ella mira su rostro, tiene una cicatriz en la mejilla, y ojos oscuros. Su forma de mirarla es poco expresiva, sin embargo, tiene las mejillas ligeramente sonrojadas. Tras aceptar la brocheta él deja algo sobre la cama.

—Ponte esto hasta que tu ropa se seque —le dice antes de volver a sentarse junto a la fogata, dándole la espalda.

Él escucha con atención el movimiento de la tela a su espalda y una pequeña parte de él se siente inclinada a mirar, pero no lo hace, ya ha visto más de lo que hubiera esperado. Permanece en silencio mientras come y espera a que ella se vista y luego levanta el rostro al verla caminar hasta él y sentarse a su lado.

Le quita la vista de encima bastante rápido, no le agrada cómo se siente al verla a la cara, probablemente por haberse visto en la situación de tener que desnudarla mientras ella estaba inconsciente.

—Muchas gracias por ayudarme —le dice con una sonrisa, con la brocheta que le ha dado entre las manos—. Lamento mucho las molestias que te ocasioné… ¿Podría recompensar tu ayuda de alguna forma?

Incómodo por su sonrisa rebosante de inocencia, Kokichi traga saliva. Ella está demasiado cerca para su gusto y por alguna razón es muy inquietante ver a una mujer vestida con su ropa. Le queda grande y aún puede verle una pequeña porción del pecho desde donde está sentado.

—No es necesario —le responde, mezquinando cada palabra que sale de su boca.

—No podría comer tu comida y abusar de tu hospitalidad sin darte algo a cambio… No tengo dinero, pero podría ayudarte con cualquier otra cosa que necesites. Luego veré la forma de volver a casa con mi familia.

—No quiero que hagas nada —le dice él, su voz áspera y su entrecejo fruncido.

Kasumi desvía sus ojos azules al suelo y aprieta los labios de una forma tan efectiva que Kokichi siente repentinamente que debería pedirle una disculpa. ¿Acaso la menospreció sin darse cuenta?

—Es decir… N-No necesito nada. Vivo aquí solo y mi trabajo es… Quiero decir… No…

—Está bien. Lo entiendo. —le responde con una sonrisa cálida que deja a Kokichi con las palabras pendiendo de su boca. Un mechón de cabello cian cae sobre su mejilla y ella se lo acomoda detrás de la oreja.

Quizás se deba a que no suele ir mucho a la ciudad y no ha visto una mujer tan bonita en años. Pero Kasumi lo pone tan nervioso que realmente no sabe cómo seguir esta conversación. Preferiría estar solo, como está acostumbrado, pero asume que tendrá que soportar su presencia por haberla salvado. Tal vez debería haber ignorado el caballo y dejarla allí hasta que terminara de agonizar…

—¿Vives solo?

Él asiente.

—No hay muchas casas aquí… ¿cierto?

Él asiente nuevamente y Kasumi se sonríe incómoda. Frunce el entrecejo, ¿qué tan difícil puede ser sostener una conversación casual? Para ella no es tan complicado.

Kokichi se aclara la garganta mientras come y ella lo imita, los dos en silencio. Kasumi no deja de pensar ni por un segundo en el que el silencio se extiende entre ambos haciendo que la casa se sienta más pequeña de lo que en realidad es. Lo mira de reojo, a sus herramientas y su casa en general.

—Gracias por la comida —le dice y él vuelve a asentir.

Rendida, Kasumi se abstiene de hacer cualquier otro comentario. Tal parece ser que Kokichi es un sujeto de muy pocas palabras.

—Deberías volver a descansar —le dice repentinamente, sin mirarla a los ojos.

Ella vuelve su mirada sobre el pequeño colchón en el que estaba durmiendo y se da cuenta que no hay otro para él.

—Y tú, ¿dónde dormirás?

—En el suelo, supongo.

—No es necesario… yo…

—No me importa. Reúne la fuerza que necesites para marcharte.

Kasumi se sonroja, no porque las palabras de Kokichi sean tiernas de ninguna manera, más bien porque se siente completamente fuera de lugar y ha entendido que él simplemente quiere que se largue por donde vino.

Ella asiente, de la misma forma que él, y se levanta para volver a dormir en donde estaba recostada hacía pocos minutos. Le da la espalda mientras se cubre con sus cobijas. Es de noche y está demasiado lejos de casa, no sabe qué dirección debe tomar para regresar y está exhausta. Su cuerpo está fatigado, como si hubiera entrenado sin descanso por tres días seguidos. Aún le duele la cabeza, las articulaciones apenas puede doblarlas.

Él tiene razón, si quiere marcharse rápido no le queda más remedio que descansar. Ya verá cómo pagarle a Kokichi por salvarle la vida.

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La brisa gélida le sacude suavemente el cabello; largo, oscuro como la noche. Su rostro lleva una expresión de asombro que rápidamente cambia y muta, sus labios se mueven de forma dulce, se inclinan apenas en una sonrisa pacífica. Él lo mira como si no hubiera pasado un solo día, como si ayer mismo se hubieran cruzado. Pero el paso del tiempo se le nota más a Suguru que a Satoru, tiene los ojos un poco más cansados que él, a pesar de llevar un buen tiempo durmiendo a la intemperie. Es más alto de lo que lo recordaba, aunque Satoru sigue siendo el más alto de los dos. Lleva un traje de monje bastante amplio y el cabello semi recogido.

Satoru no puede evitar sonreírle, a pesar de la herida que tiene el hombro.

—¿Un monje con cabello largo? Eso es nuevo —le dice, como si no hubiera aparecido de la nada misma.

Suguru se ríe fuerte y el sonido le trae nostalgia. Se ríe tanto por su comentario que termina limpiándose una lágrima, para luego acercase a él y rodearlo con un brazo.

—Siempre tan extravagante, ¿no podías simplemente venir a caballo? —le dice, obligándolo a caminar con él—. Entra, hace frío y te ves cansado. Luego me contarás qué te trajo aquí.

Satoru suspira.

—Desearía que no hubiera tantas escaleras…

Suguru vuelve a reírse.

—Vamos… no falta tanto. ¿Los años te volvieron quejumbroso?

—De hecho, llevo bastante tiempo sin quejarme…

—Escuché lo que pasó con el emperador. Lo siento mucho, Satoru.

—Está bien. Era algo que eventualmente sucedería.

Luego de una larga escalinata en medio de la montaña, rodeado de un espeso bosque, un torri se alza imponente frente a ellos. En medio de un camino de piedra encuentra un pequeño templo rojo con paredes de madera oscura. De un lado un pozo de agua, del otro un pequeño espacio de plegarias.

—No hagas mucho ruido —le pide Suguru—. Las niñas están durmiendo.

Abrazado de su mejor amigo, Satoru continúa caminando a paso lento a través del camino de piedra hasta llegar a las puertas del templo. Gojo guarda silencio tal y como Geto le pidió, caminan entre la oscuridad hasta llegar en una habitación pequeña en la que Satoru se sienta.

—Iré por algo para tratar tus heridas —le dice antes de marcharse.

Satoru, solo y en medio de la penumbra de la habitación, no puede sacudirse la imagen de Kai cayendo al vacío. Tras pensárselo un poco no encuentra manera de que haya salido de esa situación con vida, ni él ni Oguri. Una sonrisa melancólica se dibuja sobre su rostro, apenado por haber fallado. Le había prometido protegerlo. En este instante duda incluso si la vida de los hijos ilegítimos de Taishō estará a salvo.

Suguru regresa poco tiempo después con una bandeja entre las manos y sobre ella unas vendas, un cuenco con una sustancia y aguja e hilo.

—¿Tienes discípulas? —le pregunta Satoru interrumpiendo el silencio.

—Son mis hijas.

El samurai alza las cejas al escucharlo.

—Vaya monje libidinoso.

Suguru se ríe.

—No… Es una larga historia —responde y suspira—, ¿qué fue lo que te pasó a ti? Sentí la energía maldita emerger muy cerca de aquí y la reconocí de inmediato. ¿Por qué viniste? No es que no seas bienvenido, pero no puedo evitar preguntármelo.

—Mi hechizo me lleva a dónde yo quiera, pero debo conocer ese lugar… No puedo ir a sitios en los que nunca he estado. Pero… cuando tuve que activarla… el único lugar que recordé fue este.

—Imagino que estás en serios problemas. Naoya está tras de ti, ¿cierto? —Satoru asiente y Suguru suspira mientras retira la tela del yukata de su amigo y ve su herida—. ¿Qué pretende? ¿Cortarte la cabeza?

—Eso imagino, o que alguien se la lleve… —Mientras Suguru limpia su herida, Satoru lo mira. Tiene una expresión apesadumbrada—. Nunca contestaste mis cartas —le dice repentinamente.

—Sí… —Recobra su cálida sonrisa—. Cuando nuestros caminos se separaron… encontré el mío propio. He formado una familia y estoy desarrollando mi propia disciplina, sólo para hechiceros. Por primera vez en mucho tiempo sentí que mi trabajo tenía sentido, que estoy en un lugar en el que me necesitan…

—Yo te necesitaba.

—No. Tú nunca has necesitado de nadie, Satoru. Aun así… sentí que si contestaba tus cartas eventualmente vendrías a buscarme y a tratar de convencerme de marcharme contigo. Perdóname, por ser tan egoísta… pero ahora tengo una familia propia a la cual cuidar.

—Podrías haberla tenido en cualquier sitio.

—No, en cualquier sitio a tu lado yo hubiera sido una extensión de ti… Yo necesitaba ser yo mismo sin ti.

Aunque sus palabras tengan sentido, Satoru no se siente completamente convencido. Quizás porque simplemente no quiere comprenderlas, quizás porque él hubiera buscado la manera de hacer convivir los dos propósitos al mismo tiempo. Guarda silencio por un tiempo mientras él coloca un ungüento sobre la herida de la flecha, cose la herida y luego enrosca una venda sobre su brazo y hombro. Al terminar vuelve a dejar las cosas sobre la bandeja y se retira, no sin antes pedirle que lo espere un momento más.

Satoru se siente incapaz de sonreír. Se sienta contra la pared y espera mientras escucha los pasos suaves de Suguru moviéndose a través del templo. Tal vez él tiene razón, piensa para sus adentros. Tal vez se había aferrado a él de tal manera que no le dejó espacio para ser él mismo.

En su pecho se alberga un sentimiento incómodo. Volver a ver a Suguru le revuelve desde adentro de tal forma que no sabe con exactitud si está feliz en absoluto.

Cuando Suguru regresa, Satoru hace un pobre esfuerzo por sonreír. Ha vuelto con la bandeja llena de comida, y cuando ve un plato de sopa caliente sobre la bandeja entiende qué le ha tomado tanto tiempo.

—Te traje ohagi —le dice en un tono suave—. ¿Lo has probado?

Satoru inclina el rostro tomando la bola oscura que le sirvió el monje, su forma irregular no le parece apetitosa, tampoco su color opaco y púrpura.

—¿A qué sabe?

—Sólo pruébalo.

Se lo echa en la boca sin dudar un instante más, lo mastica lentamente esperando algo completamente diferente. Sus labios se curvan en una extensa y extraña sonrisa. Una m se arrastra a lo largo y ancho de su garganta y mastica más lento para no perderse un segundo de su sabor.

Es tan dulce que le llena el pecho de alegría.

Suguru hace lo mejor que puede por contener la risa, pero resulta muy difícil después de ver la forma en la que Satoru se contorsiona de placer.

—Sabía que iba a gustarte. Ahora, bien… Dime qué pasó.

—Qué manera de arruinar el momento. Lo estaba disfrutando tanto que hasta olvidé en la situación en la que estoy metido —dice recobrando el ánimo. Toma un sorbo de agua y se aclara la garganta mientras toma los palillos para comenzar a comer—. Creo que Taishō tiene hijos ilegítimos… Me encomendó cuidarlos antes de morir. He viajado desde Kioto hasta Yohokama y de ahí a Osaka hasta que el ejército Zenin me encontró, así es como acabé aquí.

—¿Y los niños? ¿Los encontraste?

—No, pero ya sé en dónde están. Están en un pequeño pueblo llamado Otari, en Nagano. Ahí es dónde debo dirigirme ahora…

—Algo me dice que no estás seguro. ¿Ya no quieres continuar el viaje?

—No lo sé, debería hacerlo. Se lo prometí…

—Pero no estás convencido —contesta Suguru extrañado por el tono de su viejo amigo.

Satoru se sonríe.

—Perdí a alguien cuando el ejercito me atrapó.

—¿Lo capturaron?

—No, pero probablemente esté muerto.

—Ya veo… —dice y se sienta a su lado—. ¿Le tenías estima? —Satoru asiente mientras come—. Es una decisión difícil. Por un lado, le diste tu palabra al emperador, por el otro… creo que aún tienes la esperanza de encontrar a esa persona con vida… —Satoru asiente nuevamente y ambos guardan silencio por un tiempo—. Tengo un poco de experiencia en eso… ¿sabes? En dejar atrás a un ser querido. Cuando lo hice lo pensé por mucho tiempo, me pregunté si estaría bien sin mí y me di cuenta que esa persona era invencible. Era un idiota, sí, egocéntrico e imprudente. Y no sólo eso, esa persona tenía a su lado al hombre más importante del país. La respuesta a mi pregunta fue bastante más fácil de encontrar, ¿estará bien él sin mí? Ahora tú hazte la misma pregunta, ¿los niños están a salvo?

—Tal vez, se supone que están con un tal Kusakabe. No sé quién es, pero si los niños llegaron a él, puede que los haya puesto a salvo aún sin saber quiénes son en realidad.

—¿Y esa otra persona? ¿Podrá sobrevivir sin ti?

—No lo creo. Si sobrevivió debe estar a punto de morir.

—Y esa duda, saber si está muerto o no… ¿dejará de perseguirte?

—No… Creo que siempre me preguntaré si sobrevivió. Además, no hace mucho me salvó la vida. Tengo una deuda importante qué saldar…

—Quizás pierdas todo si vas por él, quizás pierdas tiempo y no encuentres a los niños. Quizás al final de todo no logres ninguno de tus objetivos.

—Eso no suena nada alentador. ¿Estás dándome un consejo o aplastando mi espíritu?

—No quiero mentirte. Pero de cualquier manera cargarás un pesar contigo. Uno de ellos es la promesa que hiciste, la otra es abandonar un amigo que necesita de tu ayuda. En todo caso… si fuera yo quien estuviera en tus zapatos… No podría descansar hasta ver el cuerpo. Al menos me conformaría con darle un entierro apenas digno y tener un sitio en el cual visitarlo. Pero eso tendrás que decidirlo tú, ¿cuál de las dos cargas te pesaría menos?

—Yo…

—No tomes la decisión ahora. Sea cual sea la respuesta primero debes descansar y recobrar fuerzas, come, duerme, y mañana… con el corazón un poco menos inquieto, elige tu propio camino.

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Al despertar vuelve a sorprenderse por el entorno extraño en el que se encuentra, busca los cabellos revueltos de sus hermanos y poco tiempo después recuerda que no está en Yokohama. Suspira y se levanta, Kokichi no está ahí. Estaba tan cansada que ni siquiera lo escuchó salir por la mañana.

Lleva vestida su ropa, se levanta, se cambia a la ropa vieja que cuelga sobre una cuerda, que estaba empapada la noche anterior, y vuelve a vestirse. Está bastante maltrecha, un poco más de uso y la tela se rasgará la próxima vez que la lave. La paja de sus sandalias se deshace tras cada paso, el agua no le hizo ningún favor.

Al salir de la cabaña encuentra al caballo blanco que le salvó la vida y se acerca a él cautelosamente. Se da cuenta tras acercarse que él no es fiero, al contrario, es manso y apacible. Estira su cabeza bajo su mano cuando ella la extiende en su dirección, buscando una caricia.

—Eres muy dócil —le dice un tono suave.

"Se comporta así porque le caes bien"

La respuesta que su mente le envía es súbita y confusa. ¿Fue algo que escuchó antes o es una conjetura que ha sacado de la nada? No está segura y la incertidumbre se mete dentro de ella, como si hubiera sembrado una semilla.

Incapaz de encontrar una respuesta clara, Kasumi toma las riendas del caballo y lo lleva al establo que vio a pocos metros. Toma un balde de madera lleno de agua y llena el cuenco de los animales. Acaricia el lomo del caballo mientras se pregunta cuál será su nombre. Su pelaje está opaco, sin embargo, con sólo verlo se da cuenta que ha tenido un cuidado especial, es fuerte, alto y se ve bien alimentado. Las riendas de cuero repujado están infladas, arruinadas por el agua. Sin embargo, basta con verlas para saber que no son baratas, las riendas, el sillín, el pretal, todo parece confeccionado para un soldado imperial.

La incertidumbre crece, ¿cómo podría ella haber terminado con tal espécimen y semejante montura? El animal debió pertenecer a alguien con jerarquía, un señor feudal, o algo parecido.

Cansada de ocupar su mente en hacerse preguntas cuyas respuestas no puede encontrar, Kasumi regresa sobre sus pasos y echa un vistazo en la cabaña de Kokichi. Todo está bastante ordenado, porque realmente no tiene muchas cosas. Sin embargo, está un poco sucia. Rebusca entre las cosas de Kokichi hasta encontrar un cepillo y se arremanga ignorando su pedido de descansar. Se pone en cuatro patas en el suelo y friega la madera hasta quitar capas y capas de mugre acumulada. Luego limpia las paredes, los vidrios, las repisas y las herramientas. Sale a sacudir las sábanas y toma la ropa sucia que encuentra para lavarla en el río junto a la casa.

Se cubre el rostro con una mano, mira el firmamento y se pregunta si podrá colgar la ropa a tiempo para secarse con el sol.

Carga la ropa y una tabla para remover las manchas y camina al río. Su corriente es suave, pero al poner una mano la encuentra completamente helada. Asoma su rostro sobre el agua y encuentra su reflejo, pero abre los ojos como platos al ver el color de su cabello. Se lleva ambas manos a la cabeza y toma mechones de cabello para mirarlos con más atención. Está opaco, con manchones negros. El agua no sólo le jugó una pasada a las riendas del caballo, sino también a su cabello.

Desesperada, se mete al río y estira las manos arrancando cualquier alga que sus manos encontraran, luego las mira bajo sus manos temblorosas para decir 'no' y 'no' una y otra vez. ¿Será que esa alga no crece en esa región? Sin ánimos de rendirse continúa buscando hasta que el frío la obliga a salir. Descalza, tirada a la orilla del río, mira sus pies pálidos temblando, tan fríos que apenas puede doblar los dedos. Se deja caer sobre la grava y suspira. ¿Qué más puede sucederle ahora?

Tal vez por eso Kokichi es tan reacio a hablarle.

Cuando termina de lavar la ropa, la deja tendida en un sitio en el que recibe los rayos del sol. Luego vuelve sobre sus pasos hasta la cabaña y se queda parada intentando inventarse alguna cosa más qué hacer. Le guste a él o no, ella va a pagar el favor que le ha hecho.

Toma una canasta de mimbre y sale nuevamente. Camina por el sendero y curiosamente escucha los pasos del caballo blanco andando detrás de ella. Se sonríe al verlo, al menos no está tan sola como creía.

—Seas quien seas, te agradezco —le dice al caballo cuyo nombre no sabe.

No todo muere en otoño, es la mejor temporada para recolectar setas y hongos. Y Kasumi conoce particularmente bien una especie de hongos que saben excelentes en la sopa. Sabe casi perfectamente dónde encontrarlos y pasa mayor parte de la tarde recolectándolos hasta que la canasta de mimbre está completamente llena.

Para cuando Kokichi empuja la puerta, ella está sentada frente al fuego probando la sopa. Le sonríe efusivamente y le da la bienvenida.

Él, sin palabras, atraído por el aroma que provenía de su propia casa, mira con cautela cada rincón. Su kimono favorito estaba tendido sobre un cordel afuera, limpio de manchas de barro y comida. El suelo de madera brilla de tal manera que, con un poco más de esfuerzo, podría verse reflejado.

Inquieto por la sonrisa de la muchacha que rescato y su cálida bienvenida, se sienta frente a ella. Kasumi sostiene una cuchara de madera y parece pretender que pruebe lo que ha preparado. Kokichi estira el cuello con cautela y sorbe la sopa con la obediencia de un perro bien entrenado. Inquieto por el notable cambio que dejó su sola presencia, mira de reojo su casa mientras sorbe la sopa.

Es lo mejor que ha probado en mucho tiempo. Aunque no es un halago demasiado grande, ya que a él no se le da muy bien cocinar.

—Está bien —le dice con el rostro ligeramente abochornado y ella simplemente sonríe. Parece que su escueta reacción le ha bastado.

—Imaginé que tendrías hambre… saliste muy temprano. ¿Estás cansado? Eres carpintero, ¿cierto? Vi algunas cosas guardadas en el establo. Tienes mucho talento, ¿tuviste un maestro o aprendiste por ti mismo?

—Veo que… recuperaste energía.

La verborragia de Kasumi se le hace graciosa, pero su gesto estoico no lo demuestra en lo más mínimo. Ella en cambio es un libro abierto, las mejillas blancas se le tiñen de rosa casi de inmediato y él se siente un poco arrepentido de sus palabras con solo ver la expresión de su rostro.

—¿Estoy hablando mucho? —pregunta y se ríe con incomodidad—. Lo siento… No te pedí permiso y toqué tus cosas. Es que… no podía quedarme acostada todo el día y quería agradecerte de alguna forma.

—Está bien… —dice él. Su voz es ronca y masculina—. M-Me gusta… la sopa… y la casa está limpia. G-Gracias.

Ella recobra el espíritu, su sonrisa crece al escuchar sus escuetas palabras y a él le pone profundamente nervioso e inquieto. Una parte de él esperaba que ella no estuviera allí cuando él volviera y que su vida continúe tal y como la conoce. La vida del ermitaño es simple, aunque laboriosa. Por lo que, un plato caliente después de trabajar por horas es un alivio bastante grande. Al menos eso puede reconocerlo. Volver todas las noches a una casa fría y oscura es muy diferente a esto.

Su casa reluciente, una comida y una mujer sonriente esperándolo son cosas que él jamás se había imaginado. Sobre todo, una mujer tan bonita, casi caída del cielo.

Kasumi le sirve la sopa en un cuenco de madera y se lo extiende, lo escucha darle las gracias y se sirve uno para acompañarlo.

—¿Te sientes mejor? —le pregunta él y ella asiente con entusiasmo.

—Aún me duele un poco la cabeza por el golpe, pero me siento mejor. Tengo más fuerza que ayer y creo que en un par de días podré volver a casa.

Es extraño para Kokichi sentirse súbitamente estremecido por su respuesta, sin embargo, no dice nada.

—¿Tienes idea qué dirección debes tomar? Es un viaje largo.

—Tenía la esperanza de que tuvieras un mapa que pudieras prestarme. Te lo pagaré, de alguna forma… No lo sé, podría limpiar toda tu ropa… No se me ocurre qué más podría hacer. No tengo ningún talento en especial. Podría cocinarte todos los días, eso se me da bastante bien. Sé cómo cocinar una cazuela con pocos ingredientes.

—No tienes que hacer nada… Pero no tengo ningún mapa para darte. El mercado más cercano está a un día de viaje hacia el norte y tampoco es demasiado grande. Pero podría llevarte y comprar uno ahí.

—¿No estaría causándote demasiadas molestias?

—No me importaría —dice sin pensar.

Ella vuelve a sonreír y, a él, el pecho se le llena de un sentimiento extraño. Traga saliva y desvía la mirada, completamente sofocado. Come tratando de ignorar su bonito rostro, incapaz de apagar el calor de su propio rostro.

—¿Quieres ir mañana?

—¡Sí! —responde tan arrebatadamente y que termina riéndose de su propia exaltación—. Por favor… sí, me gustaría.

—Puedo… ¿hacerte una pregunta?

Sorprendida por el repentino interés de Kokichi, Kasumi asiente mirándolo con atención. Emocionada por la idea de que el carpintero tenga el más mínimo deseo de conversar con ella.

—¿Por qué tu cabello es de ese color?

—Ah… sí… ¿eso? Bueno… No lo sé, sólo es así. No sé la razón. Simplemente… bueno… ¿Se ve muy mal?, ¿te desagrada? Intenté buscar las algas que uso para teñirlo de negro, pero no pude encontrarlas. Creo que no crecen en esta región. Lo siento, sé que no es muy bonito.

—¿Desagradarme?

Ella asiente tímidamente y pierde todo rastro de su alegría.

—No lo es. Es… lindo —contesta y traga.

Kasumi abre sus grandes ojos azules en su dirección, se acaricia el cabello, un poco nerviosa, intimidada por sus palabras. Él no puede sostenerle la mirada ni por medio segundo, gira sus ojos negros hacia el fuego y continúa bebiendo su sopa.

—¿D-De verdad? ¿No lo dices sólo para que no me sienta mal? ¡Si es así, no te preocupes! ¡Puedo tolerarlo! Estoy acostumbrada, no tienes que ser amable conmigo.

—No estoy siendo amable —dice frunciendo el entrecejo, hundiendo su rostro en su cuenco de sopa—. Es diferente y un poco extraño, eso es cierto… pero… te queda bien. Pareces… una tennyo.

—¿Tennyo? —pregunta ella ladeando el rostro, con una expresión de confusión.

—¿No sabes lo que son?

—No.

Arrepentido de sus palabras, Kokichi no sabe cómo explicarle que la ha comparado con un ser salido de leyendas que le contaron cuando era niño. ¿Cómo decirle que a sus ojos parece una cortesana de los cielos? Como un ángel que tropezó y cayó en su puerta.

—No importa —contesta—. No te preocupes por tu cabello, está bien así. No lo oscurezcas, no es necesario. Mucho menos lo hagas porque crees que a mí me desagrade.

—Gracias…

Esta es la primera vez en su vida que alguien le ha dicho eso a Kasumi y se siente como una caricia directo en el corazón.

—Solían molestarme mucho por el color de mi cabello cuando era pequeña… —dice ella rememorando su pasado—. Recuerdo que me apedrearon… un grupo de niños. Fue horrible… Cuando mi mamá murió y nos mudamos a casa de mi tía con mis hermanos ella dijo que era un fenómeno. Me dijo que debía ocultarlo o todos en la ciudad empezarían a hablar de nuestra familia. Encontramos la manera de teñirlo de negro y nadie volteó a mirarme otra vez, no como lo hacían antes. Así que continué haciéndolo por el resto de mi vida. Pero… ella dijo que de todas formas nunca podría casarme, si mi esposo lo descubriera me dejaría. Dijo que mi cabello estaba maldito y que mis hijos heredarían mi maldición.

—Suena como un montón de idioteces de campesinos.

Sus palabras son pocas, pero efectivas. Kasumi no tiene más qué decir y se conforma con su respuesta. No le hace falta preguntar nada más y por primera vez en su vida se siente completamente tranquila consigo misma. Kokichi parece sincero, no tiene ninguna razón para decirle algo con el solo objeto de consolarla. No parece ese tipo de hombre.

Por la noche, después de comer, Kokichi no dijo mucho más. Salió de la cabaña para trabajar en los troncos que trajo del bosque y luego, horas después, regresó. Se veía cansado y nuevamente le cedió su cama a pesar de insistirle lo contrario. Su respuesta fue simplemente echarse a dormir en el suelo alejado de ella, y a Kasumi no le quedó más remedio que echarse a dormir en su cama.

Sin palabras de por medio, Kasumi apaga la última vela que permanece encendida dentro de la cabaña. En medio de la noche, las preguntas sobre lo que ha pasado vuelven a aparecer en su mente. Kasumi no puede dejar de pensar que hay algo que le falta. Como si hubiera ido a algún sitio a buscar algo para luego olvidar por completo qué era. Como una pieza de un rompecabezas que le falta, una pieza esencial que le da forma al panorama. La deja intranquila, tanto que el es difícil conciliar el sueño. ¿Qué será? Se pregunta. Tiene el extraño presentimiento que no es sólo porque hay una porción de tiempo de la que no tiene memoria, es algo más, algo más importante. Algo le falta.

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Por la mañana despierta con otra bandeja de comida junto a la cama. Dormir fue particularmente difícil, sobre todo después de su última conversación con Suguru.

Las voces infantiles de las hijas de Suguru se escuchan entusiastas a través de los corredores del templo y con ellas la risa de su amigo. Sus carcajadas le alivian, le tranquiliza saber que todo este tiempo ha estado bien, aunque una parte de su corazón se siente teñido de amargura, él realmente no lo necesitaba y eso lastima su ego.

Después de llenarse el estómago se levanta para encontrárselo sentado en el suelo disfrutando del sol de la mañana, a las afueras del templo. Las niñas están más lejos recolectando flores en una pequeña cesta mientras él las observa con una sonrisa complacida en el rostro.

Satoru se sienta en los escalones del templo y ve de lejos a las niñas voltearse a verlo, se ríen y continúan la búsqueda de las flores.

—Sus nombres son Mimiko y Nanako. Su familia las desterró cuando empezaron a exhibir los primeros signos… Son chamanes, aunque no muy poderosas. Son un poco revoltosas, pero…

—Se ven amigables. A veces me pregunto si podría ser padre, no me parece que sea muy complicado. Me caen bien los niños.

—Podrías, tienes madera para eso, pero procura encontrar a una madre que tenga toda la responsabilidad que a ti te falta —Satoru asiente— ¿Estás listo? —le pregunta.

—¿Tú lo estás?

Suguru parece no entender a qué se refiere. Su pregunta enigmática viene acompañada de una sonrisa socarrona.

—Nos hemos permitido por mucho tiempo vivir las vidas que deseábamos. Yo, protegiendo a la persona más importante del país y tú, encontrándote a ti mismo, viviendo alejando y formando una familia propia. Pero ahora las cosas son diferentes, Taishō está muerto y con él las barreras que mantenían la energía maldita controlada. Imagino que te has dado cuenta de lo mucho que han crecido las olas de energía, las maldiciones se volverán más fuertes eventualmente, los chamanes, los usuarios malditos, nos afectará a todos… en mayor o menor medida. Para colmo estamos al borde de una guerra civil, solo será cuestión de tiempo para que vengan a destruir todo lo que has construido con tus propias manos. Un día los soldados caerán sobre tu puerta y tendrás que tomar partido.

—Haré todo lo que deba hacer para proteger a mi familia. No hay nada que no haría por ellas. Soy todo lo que tienen. Y si las cosas se ponen serias… estoy preparado para hacer lo que tenga que hacer.

—Cuando llegue el momento… si necesitas refugio… encuéntranos en Nagano. Voy a esperarte.

—Si todo esto termina como lo estás imaginando… sabes que tienes otra opción entre tus manos, ¿no? Reclama tu lugar como líder del Clan Gojo y usa sus soldados a tu favor.

—¿Y qué pasa después de derrocar a Naoya?

—Podrías convertirte en el siguiente shogun. O esperar a que los niños lleguen a la edad en la que su técnica maldita se manifieste y rezar para que hayan heredado la técnica de su padre. De esa forma tendrás a alguien a quien sentar en el trono y volver a ser su leal servidor.

—No seré el shogun. De ninguna manera.

—¿Y sobre lo otro no tienes nada qué decir?

—Si fuera así… si heredan su técnica maldita… Entonces sí, sería mi obligación ponerlo en el trono.

—Necesitarás aliados. Muchos.

—Y tú, ¿eres uno de ellos?

Suguru se ríe.

—No lo sé… Tendré que ver cómo se desenvuelve todo esto antes de tomar una decisión. Hay muchas cosas que me falta aprender sobre mi profesión. No he podido dominar por completo los conceptos del budismo… Porque aún si Japón ardiera en llamas frente a mis ojos… todo lo que me importaría serían ellas dos. Mi corazón está manchado de egoísmo, mi alma no es pura.

—Somos dos. Taishō solía recriminarme no seguir los conceptos del bushido, pero en definitiva nadie lo hace. De cualquier forma, si tuvieras que abandonar tu sueño, tu familia estará segura conmigo. Yo los protegeré a ustedes también.

—No puedes proteger a tantas personas.

—¿Qué otra opción tengo? No podía rehusarme al pedido de un hombre moribundo, ¿qué clase de samurai sería si le hiciera eso a mi propio amo? No tengo intenciones de hacer el seppuku, prefiero mantener mi palabra hasta el final.

—Y ¿qué pasa si ninguno de los niños hereda la técnica de Taishō? Sin emperador, no quedaría más remedio que derrocar al actual shogun y poner otro en su lugar. ¿Cuánto tiempo crees que pase hasta que Naoya empiece a agitar las aguas entre los lores de Japón? Su ejercito es fuerte, pero los otros clanes no van a agachar la cabeza ante él.

—Después de asegurarme de que los niños estén a salvo tenía pensado ir a buscar un tesoro que Taishō escondió. Pero no creo que sea posible simplemente ignorar todo el conflicto, ¿verdad? —pregunta mientras sus labios se estrechan en una sonrisa—. La verdad es que hubiera preferido irme del país… No pensé que las cosas se volvieran tan serias en tan poco tiempo. Naoya está arrasando con las aldeas más pequeñas. Naobito me dijo que seguirán haciéndolo hasta que me presente ante él. El bastardo enfermo me está haciendo directamente responsable de su masacre.

—Los feudos se verán afectados rápidamente y tendrán que tomar partido.

—Eso quiere decir que lo ayudarán a entregarme.

Suguru asiente.

—Lo cual hace la idea de tomar el liderazgo del clan Gojo la opción más inteligente.

Las risas de las niñas se escuchan más cerca a medida que ambas corren su dirección. Entrelazan las flores que recolectaron formando una corona, seleccionando solo las más brillantes, las que tengan los pétalos completos. Luego entre las dos colocan la corona sobre la cabeza de Suguru mientras él se sonríe y las mira de una forma que Satoru jamás había visto.

Es un amor particular, tierno y devoto. Un amor que Satoru jamás ha sentido antes.

Después de verlos jugar juntos, Satoru se pone de pie dispuesto a despedirse y reiterarle a Suguru que lo esperará. Él le pide que aguarde por un momento y desaparece para volver al poco tiempo con las riendas de un caballo.

—Te espera un viaje largo. Te deseo mucha suerte, amigo mío. Quizás nos volvamos a ver dentro de poco.

Satoru sonríe y asiente. Camina hasta la grava y de la misma manera que llegó allí, dibuja en el suelo un círculo y unas runas. Le dirige una última sonrisa a su viejo amigo y levanta la mano para despedirse de él, aunque su corazón inquieto espera volver a verlo. Las niñas lo saludan con entusiasmo y tras un parpadeo desaparecen.

El sonido de la cascada regresa, golpeando contra las rocas tras su poderoso cause. Es el mismo sitio en el que vio a Kai por última vez, pero el bosque ya no está, ahora no es más que un extenso conjunto de troncos oscuros, vueltos ceniza y carbón.

Su sonrisa se borra. Se gira hacia la cascada y se pregunta qué tan lejos podría haberlo llevado. ¿Qué tanto pudo haber viajado con la corriente?

Suspira, se sube al lomo del caballo que Suguru le prestó y parte en busca de Kai, dejando de lado la promesa que le había hecho a Taishō antes de morir con la esperanza de que él sea capaz de perdonarlo.


Hola! Quería contarles que ya tengo adelantado hasta el capítulo 9 así que tenemos actualizaciones aseguradas por el siguiente mes. Si me siento generosa quizás pueda dejarles el capítulo 7 a mediados de semana. Depende un 50% de ustedes y el otro 50% depende del tiempo que me tome traducirlos. Estoy escribiendo bastante a diario ya que dispongo de bastante tiempo libre. Espero que les haya gustado este capítulo y la introducción de Kokichi y Geto, a pesar de que los protagonistas no hayan tenido la oportunidad de interactuar. En el siguiente les prometo que volverán a verse y como ya deben suponer, Miwa no tiene ni faja ni el cabello pintado de negro. Así que a Gojo sólo le restará sumar dos más dos, pero el problema será que ahora ella no lo recuerda. Miwa recuerda sólo su último día en Yokohama, no recuerda que atacaron el puerto ni haber enviado a sus hermanos con Kusakabe. Pero les prometo que no se demorará tanto en recordarlo y cuando lo haga probablemente pase lo que la mayoría estará esperando. Así que les pido paciencia y espero con todo mi corazón que no se hayan aburrido de esta historia porque queda mucho por contar. Espero que encuentren un momento para comentarme lo que les ha parecido hasta ahora ya que para mí es un ánimo más para seguir escribiendo.

Gracias a los que siempre dejan un comentario lindo, Ina, Escarlata, Wandd, Gomi-chan, vicyewtiub y Ohagiri_03. Que tengan una excelente semana.


Glosario:

Tennyo: son criaturas extraordinariamente bellas que se parecen a las mujeres humanas.

Ohagi: es un dulce hecho de arroz glutinoso mezclados con pasta de anko.