Inspiración musical: We go down together— Dove Cameron feat Khalid.
Cuando Honda se ametralló en el aposento de Jonouchi, lo primero que advirtió fue la presencia de Yugi, unido a la vela por el bienestar de su amigo. No precisó acatar la indicación de preguntarle a Jonouchi cómo se sentía, la tristeza le infundía un aspecto demacrado pese a tener los contornos rellenos, y miraba sin mirar en serio el techo con el dorso de una mano en la frente y la otra en el pecho.
Aunque Honda intuía que suspiraba por Yura mucho antes de que se la presentara y a pesar de que Jonouchi no se lo había confesado tal como lo hizo con Yugi, ninguno recurrió a las palabras para confirmar los hechos, el vínculo de la amistad los estrechaba con la misma fuerza que a Seto y Mokuba su vínculo de sangre. El único hilo que la intuición de Honda no pudo conectar fue que Jonouchi sembró la distancia más a causa del arrebato en la sala del departamento de Anzu que a consecuencia de Hirutani, pero el rubio, estorbado por el desprecio que le suscitaba, no sería quien atara ese cabo suelto de la verdad.
—Jonouchi…
—Estoy bien— bufó, sin apartar los ojos del techo—. El doctor solo me indicó usar la venda un par de días, no me ha desahuciado.
— ¿Entonces, todo bien con Yura? —Tentó Honda, obteniendo la respuesta inmediata de verlo ponerse de costado en la camilla sin decir nada, pero para él y Yugi ese silencio lo había dicho todo.
—Es lo mejor para los dos.
— ¡Honda! —Yugi alzó la voz en son de protesta al comentario desalentador de su compañero.
— ¡Iban demasiado rápido, Yugi! — Repuntó el aludido—. A largo plazo, la relación tendría el efecto nocivo que he oído mencionar de los narcóticos: al principio, pegan duro, pero a medida que los consumes, tu organismo se adapta y la intensidad disminuye, obligándote a incrementar la dosis y a repetir el ciclo autodestructivo.
—No son narcóticos, santo cielo, son sus sentimientos. Ni tú, ni yo, ni nadie tiene derecho a juzgarlos. —Devolvió el tricolor, concentrado en Jonouchi, que les daba la espalda a posta de que ninguno lo compadeciera por la desolación en su semblante.
—Algún día ella se irá y él tendrá que olvidarla de todos modos— insistió, reacio—. Mejor ahora, que el cariño no trasciende al extremo de que su ausencia le provoque un dolor insuperable, que después, cuando su partida se vuelva una cicatriz en el corazón. Si pudo superar la ruptura con Mai, esto será jugar Duelo de Monstruos para él.
—Siguiendo esa lógica, nosotros tampoco debimos encariñarnos con Atem.
—No es lo mismo, Yugi.
—Sí que lo es, Honda, porque los verdaderos amigos, así como el amor, pueden llegar a ser eternos. Atem se fue y sentimos su partida, eso es cierto, pero quedaron todas las sonrisas, todos los recuerdos y todo lo que aprendimos gracias a él. Protegernos del dolor de su partida hubiera significado renunciar a todas esas memorias que hoy día nos han hecho más fuertes y mejores personas que cuando lo conocimos.
—Un amor eterno que también puede convertirse en una herida eterna, Yugi. ¿Acaso soy el único que no quiere verlo sufrir?
La pregunta se interiorizó en Yugi como un "¿Acaso soy el único que no quiere seguir mintiendo?" Pero la culpa de saberse cómplice del engaño se interpolaba con el amor que había visto en Jonouchi cuando le abrió las puertas del dique en su interior, y la blandura del corazón no le permitía arrancarle de cuajo esos instantes de felicidad. Yugi reparó en que, una vez armado el Rompecabezas del Milenio, era como si al liberar el sello de Atem dentro del artículo a su vez hubiera sellado en su alma el destino de tener dos aposentos en su corazón, de balancearse al medio entre dos puntos, fragmentarse en dos como una suerte de efecto inverso al de unir las piezas doradas. Primero, en el Duelo Ceremonial, se dividió entre la dicha de devolverle las memorias a Atem y la congoja de verlo cruzar la puerta del inframundo, después entre el deseo de verlo una vez más y el deber de impedir su regreso con la mira de proteger la frontera dimensional liderada por Aigami, y ahora enfrentaba la encrucijada de saberse parte de una mentira por omisión que podría costar tanto la amistad más sincera y valiosa como el amor más desbordante y apasionado. Todo se redujo a la ironía de calzar los zapatos de Yura a fin de cuentas, aferrarse con uñas y dientes a la esperanza de que así el amor como la amistad gozaran la fortaleza de resistir el impacto de la revelación tan pronto se avecinara, que las raíces del aprecio cultivado rindieran en Jonouchi el fruto del perdón.
—Yo tampoco quiero verlo sufrir, pero, así tampoco tengo derecho a privarlo de aquello que lo puede hacer feliz. —De todas las palabras intercambiadas hasta el momento, aquellas fueron las únicas que invocaron el silencio, porque más que dirigirlas a Honda, también se las dijo a sí mismo—. ¿Acaso pudimos evitar que sufriera cuando terminó con Mai? Por favor, no me contestes a mí, eres tú quien necesita esa respuesta, eres tú quien necesita entender que se sufre solo por aquello que alguna vez nos hizo felices.
— ¿Aun si es una felicidad con los días contados?
—Eso es algo que solo Jonouchi puede decidir, Honda. Déjalo ser tan dueño de su felicidad como de su propio dolor, que decida en qué transformarlo.
—Chicos.
Enfrascados en la discusión, el arribo de Atem les pareció intempestivo. El moreno olfateó la pesadez del aire que circulaba en la habitación e intercaló la mirada entre Yugi y Honda, al primero lo miró voltear el rostro a la izquierda mientras el segundo lo doblaba a la derecha, sin embargo, él convino enfilarse hasta la camilla de Jonouchi, sentarse al borde y ponerle una mano en el hombro.
—Ignoro lo que haya ocurrido entre tú y Yura porque uno más uno no son tres, pero me siento en el compromiso de decirte lo siguiente—. Los músculos bajo la piel transpiraron un vapor de fiebre—. Vengo de hablar con ella, y hacia la recta final de nuestra conversación, le sugerí que volviera con Kaiba a la mansión, más que todo, previendo que fuera blanco de otro ataque sorpresa…
Jonouchi arqueó el rostro al término de la oración y Atem cortó allí el diálogo, aprehendido en los ojos mieles que, al borde de las lágrimas, lo conmovieron hasta el fondo de su alma.
— ¿Y ella lo aceptó?
—No. —La mirada cobró el punto luminoso de la refracción del oro en los ajuares del palacio—. Muy a pesar del peligro que le supone, se obstinó en quedarse en la pieza y no me dejó más opción que pedirle de favor a Kaiba que se asegurara de que al menos llegara con bien a su destino.
"... Estaré en el apartamento de Anzu, no me iré a la mansión aun si Kaiba me amenaza con despedirme. Toca mi puerta, Katsuya, y te juro que yo estaré allí, esperando por ti".
La confirmación de que Yura se mantuvo fiel a la promesa de esperarlo a puertas abiertas en el hogar de Anzu, persiguió a Jonouchi a todas partes y saboteó cada esfuerzo de restablecer la cotidianidad de sus días. Esa misma noche, luego de hacer efectiva el alta, se soñó terminando lo que había empezado entre el reguero de cartas dispersas en el suelo, la imaginó haciendo una comparación disparatada mientras se cepillaba los dientes, sintió las manos de ella aferradas a su cintura yendo a pedal de bicicleta por la ruta de la cafetería, y escuchó su voz entre los cuchicheos de los compañeros tratando de resolver el misterio de la desaparición de Midorikawa.
En su afán de ahuyentarla, sacudía la cabeza con tanta agitación que algunas veces nubló su visión, en otras, hacía el ejercicio mental de repetirse que Honda tenía toda la razón, que si él había sobrevivido al ataque del Dragón Alado de Ra, que era lo más parecido a ser quemado vivo, al abandono de su madre, al alcoholismo de su padre, a la distancia con Shizuka y a la ruptura con Mai, sobreponerse a la falta de Yura debía ser como jugar Duelo de Monstruos para él, pero apenas recuperaba un poco el ánimo y se resistía a su propia amargura, tenía a Yura de nuevo acaparando sus pensamientos y girando en círculos dentro de su cerebro.
El corazón le pegaba un brinco cada vez que sonaba la puerta anunciando la proximidad de un cliente, cayendo en la trampa espejo de pensar que era ella quien volvía a cruzar el dintel como el día en que se estrecharon las manos por primera vez, el nulo atisbo de unos ojos azules lo conminó a repudiar su ingenuidad en la oquedad de su fuero interno, y la rutina de trabajo, que desde sus inicios le fue agradable y llevadera, adquirió el peso de un yugo sobre los hombros.
Desde que plantaron los cimientos de la relación, Jonouchi tuvo plena consciencia de que sería un amor construido sobre arena, a los bordes de la superficie y el abismo, era justo ese desafío al azar, ese reto a la incertidumbre, lo que de hecho había despertado su instinto de apostador y alma de aventurero, confiado en que precisamente haber sorteado tantos infortunios como el ataque del Dragón Alado de Ra, el abandono de su madre, el alcoholismo de su padre, la distancia con Shizuka y su rompimiento con Mai, de alguna forma lo había inmunizado contra el dolor de las despedidas. Aquel ego de niño malcriado lo convenció de que podría superar la separación con el consuelo de haber disfrutado todo cuanto pudo mientras duró, pero la confesión en la casa-tienda le reveló que no tenía ningún resguardo, que estaba enamorado como un maldito imbécil y, tal como se lo dijo Yugi, ya era demasiado tarde para frenar esa bola de nieve que empezó a rodar de la pendiente con el tamaño inofensivo de una manzana y ahora tenía el de una noria capaz de arrasar con todo a su paso.
Jonouchi volvió a odiarse, como muchos años antes frente a Hirutani, al percatarse de lo fácil que era entrar en su corazón, el cómo la más ínfima de las muestras de cariño bastaba para ganarse su apremio. Tal vez, probar el aprecio sincero de sus amigos le había despertado el apetito voraz de afecto que durante cada desgracia aprendió a engañar con las peleas callejeras y demás fullerías, y por eso a la mínima seña de cariño se desbandaba con la saliva escurriendo de las comisuras.
Y ese era otro tipo de miseria.
Enojado consigo mismo, el aspecto de su entorno le pareció un buen escenario de pelea, y desbordó su curiosidad si acaso alguno de sus compañeros de labor sería un buen oponente que sirviera de saco de boxeo, importándole un comino que le costara prescindir del jugoso sueldo y recrudecer el golpe en su cabeza ya en proceso de sanación, porque así como Kaiba se dopaba con la carga de trabajo para combatir la frustración de no poder amoldar la realidad conforme a sus deseos, Jonouchi se dopaba con la adrenalina de las peleas para combatir el enojo contra sí mismo.
—Aquí tienes, mi muchacho— la voz del cocinero, de baja estatura y expresión risueña, entregó a sus manos un plato con su respectivo cloche, recordándole que se había ensimismado en el turno de su almuerzo—, ¿estás seguro de que no quieres el otro plato? Ya que siempre ordenas doble…
A Jonouchi se le escondió la voz como ante los dichos de Yugi y Honda, en cambio, salió despavorido de la cocina y, queriendo aparentar que no le pasaba nada, que estaba en sus cinco sentidos por si la riña era posible, se dirigió a la misma mesa de siempre, puso el plato encima, como siempre, tomó asiento, como siempre, pero la fermentación de la ira volvió a pudrirse en segundos cuando enfrentó la silla vacía.
Entonces descubrió que ya no soñaba con tener a Yura entre su cuerpo y el reguero de cartas dispersas en el suelo, sino allí, como siempre. Descubrió que se la imaginó haciendo sus comparaciones disparatadas mientras se cepillaba los dientes porque, cada mañana desde que habían compartido el hábito de comer juntos, él se lavaba los dientes preguntándose con qué nuevo disparate ella lo haría reír. Descubrió que había sentido las manos de ella aferradas a su cintura porque así mismo las había sentido cuando la llevó a casa de Yugi a pasar la noche, cuando la llevó a la Corporación Kaiba a la mañana siguiente y cuando la volvió a recoger para que se instalara en la residencia. Descubrió que había escuchado su voz entre los cuchicheos de sus compañeros porque ellos dos hablaban entre susurros con el sigilo de que ninguno sospechara de los besos que se robaban. Descubrió que ella lo perseguía no con el fin de sabotear sus esfuerzos de restablecer la cotidianidad de sus días, sino porque él la había hecho parte de esa cotidianidad, y descubrió que era la suma de esos pequeños hábitos compartidos lo que le había enamorado: en ese momento, frente a la silla vacía, no quiso terminar lo que había empezado en el apartamento, solo la quiso a ella, simplemente a ella, y guardaba silencio a las insinuaciones de su ausencia porque sabía que era abrir el grifo de su llanto. Un llanto mordiente que consumía su voluntad de contenerlo en el centro del estómago, y que ahora le rugía en las tripas en vez del hambre.
Después de presenciar la evaporación de la diosa Bastet, acompañada por el espectáculo de viento y luces con el que se había manifestado, el segundo que distó a Yura de sucumbir a la entrega total con Jonouchi se multiplicó en horas de tortura en el resto de la velada. Pasó la noche reviviendo el momento en imágenes relámpago que más parecían fragmentos de pesadillas que instantes de sueño, perseguida por los retazos de culpa que salpicaron de gris al ámbar de la última mirada que Jonouchi le dedicó antes de dejarla tendida en el suelo. Ai, la herramienta programada con el objetivo de ser su guía, la rescató con el tono de alarma de un nuevo mensaje, de manera que la luz del alba la sorprendió en el último parpadeo.
Señorita Yura, usted tiene un mensaje del señor Kaiba. Lo ha marcado como prioritario, así que debo proceder a su emisión de inmediato sin esperar autorización de su parte:
"No es necesario que vengas a la corporación si no estás en condiciones, eso te haría ineficiente, regresa solo cuando te sientas mejor. Te quiero aquí solo si estás al cien por ciento".
Pero aquella era la única vía de acercamiento directo que tenía con Mokuba. Además, quedarse allí era hacer otro recuento de los daños, esta vez en la realidad, de modo que no tuvo mejor alternativa que ducharse, buscar alguna muda de ropa decente que sustituyera de paso el uniforme sucio entre aquel estropicio, y tratar de cubrir con el menor maquillaje posible la roncha púrpura en su pómulo derecho. En otras palabras, soportar el peso de salir adelante que Jonouchi había sentido cual yugo sobre los hombros.
Una resignación que duró lo que unos toques a la puerta en recorrer la distancia del pasillo. La brocha difuminadora se le cayó de la mano, que recurrió al tic de peinarse los mechones tras la oreja, la boca de repente le supo árida y, al ponerse de pie, la firmeza de las piernas se volvió gelatina, pero la emoción le restauró la verticalidad con la misma prisa con la que atravesó la sala en el ardor de pararse frente al pomo. Antes de rotarlo, el corazón le pegó uno de los brincos que Jonouchi sentía cada vez que sonaba la puerta de la cafetería.
— ¡Buenos días! —El saludo cantarín de Mokuba la recibió al otro lado, quien hizo el amago de un abrazo que decidió suspender en el movimiento final. Yura se columpió entre la decepción por el nulo atisbo de unos ojos mieles y la gracia de que su carta de triunfo se hubiera puesto a la extensión de su mano. La contrariedad de sentimientos que, al igual que a Jonouchi, la conminó a repudiar su ingenuidad en la oquedad de su fuero interno—. Me alegra comprobar que estás bien por mis propios ojos y no por las descripciones vagas de mi hermano.
—A mí también me da mucho gusto verte, Mok, no sabes cuánto— respondió, procurando esconder los falsos en la voz que delataban su mal hecha combinación de sarcasmo con ironía—. Llegas justo cuando me preguntaba cómo diablos llegaría hasta la Corporación— agregó, mientras tendía la vista más allá de la espalda del menor, donde alcanzó a distinguir la limusina estacionada.
— ¿No has recibido el mensaje de Seto? — Inquirió Mokuba, con la duda vuelta arruga en el entrecejo—. Tengo entendido que aprobó tu ausencia el día de hoy, por eso he venido a verte aquí.
—Muy bien, me estás viendo ahora, Mok, ¿te parece que necesito estar en cama o que me estoy muriendo?
—No, pero…
—Podemos seguir esta charla en la limusina. —Yura figuró una sonrisa de ojos entrecerrados que perturbó a Mokuba como la de su hermano mayor cuando maquinaba alguna diablura—. Voy por Ai y abordo en lo que tú parpadeas.
—De acuerdo, pero no seré yo quien rinda explicaciones a nuestro presidente— amonestó el Kaiba menor, encauzando el andar hacia el medio de transporte.
Contrario a las pretensiones de Mokuba con aludir a Seto, y entretanto Yura se metía a la pieza en busca de Ai, descubrió sin proponérselo la dopamina oculta tras la columna de papeles en el escritorio del CEO: a falta de Jonouchi, ella prefería tener la mente ocupada en cualquier trámite de oficina que en la maraña de la cual se había enredado, tener un receso— por más momentáneo que fuese— del susto constante de caminar una y otra vez en una cuerda floja a la que a cada paso se le deshilachaba una hebra de hilo. Comprendió entonces que la necedad del castaño para con el trabajo era en realidad una válvula de escape, y empatizó tanto con él que, de regreso a montar el vehículo con la herramienta digital y las llaves metidas en un bolso pequeño, tomó allí la resolución de hacer lo imposible por no topárselo una vez en la corporación.
—Bien, Yura, retomando la plática— instó Mokuba, viéndole ocupar el asiento acolchonado de la limusina—, mi hermano me contó que primero fue a buscarte a casa de Yugi, él y Atem lo enteraron de que te habían secuestrado. Por suerte, Yugi conocía el lugar donde te tenían cautiva, estuvo allí dos veces y por las mismas razones, es decir, las locuras de un tipo llamado Hirutani que tenía un "ajuste de cuentas" —imitó la función gramatical de las comillas con los dedos— pendiente con Jonouchi y, como en los últimos días estabas trabando amistad con él y los demás, ideó que usarte a ti de señuelo sería más fácil que a Yugi. No tiene muy en claro que pasó en todo el tiempo que demoraron en llegar a la licorería en desuso, pero cuando aparcaron al fin estaba prendida en fuego desde afuera. Honda salió contigo en brazos y te arrojó a los de mi hermano para socorrer a Jonouchi, presa de las llamas. Entre Atem y Yugi llamaron a los servicios de emergencia, que a su vez dieron parte a la policía, en equipo apagaron el incendio antes de que empeorara y arrestaron a Hirutani junto a los que pudieron hallar en los alrededores. Mi hermano arregló todo para que ninguno tuviera que ofrecer declaraciones, el asunto se reportó como un altercado entre pandillas.
—Uf, mejor informado que yo, como siempre.
—Sí, sí, como digas, pero no quiso abundar en los detalles de tu estancia en el hospital ni de lo que hablaron cuando, según él, te dejó en el apartamento de Anzu.
—Ha de ser porque no es importante.
—Lo que Seto califica de "menos importante" es en realidad lo que a él más le importa.
—En lo que a mí respecta, solo me transportó de un lado al otro, eso es todo.
Mokuba se vio tentado a insistir con el plan de dirigir la conversación hacia el requiebro transversal de Kisara, pero el velo de luto que cubrió la faz de Yura el ante segundo a que la volteara con dirección a la ventana, actuó de mordaza sobre sus labios, y lo volvió ajeno a que la causa de esa amargura no era la experiencia traumática del secuestro, sino el aire encapotado de la limusina y la vista de la ciudad, porque asfixiaron a Yura con el recuerdo del aire fresco y natural que exhalaba la urbe al invadir sus calles aferrándose a la espalda fornida de Jonouchi.
Y el gruñido de una arcada le acompañó hasta que los dos dragones blancos de ojos azules se veían de custodios a la entrada del edificio.
—Vayamos a tu oficina, Mok— sugirió Yura, luego de cruzar la fachada y minimizar los controles de seguridad, por ir a la par del vicepresidente—, allí pensamos la estrategia para enfrentar a Seto. Además, he oído decir que estás muy comprometido en un proyecto y despierta mi curiosidad saber de qué se trata.
— ¡Oh, sí! —El brillo del entusiasmo se asomó a las pupilas del menor—. Ven conmigo, te voy a contar todo. Tal vez, contigo involucrada, mi hermano se motiva a desintoxicarse de tanto Duelo de Monstruos.
En vez del resumen integrado a las funciones de Ai, así se informó Yura de los pormenoresde Blue Broadway Theater: una experiencia musical de muerte, fue la propia voz de Mokuba quien le refirió el avance del proyecto que, en los documentos extendidos a la vista ya en la oficina del vicepresidente, plasmó en la mente de Yura la imagen del cuadro con el conjunto de edificios y anuncios con luces de neón que colgaba en la pared de la vivienda prestada. La primera fase consistía en evaluar los perfiles de los candidatos a los diversos puestos, tales como los gestores del escenario, los compositores de la música, los guionistas de las funciones, los encargados del vestuario, los coreógrafos y, sobre todo, los agentes de contratación de los actores. En la segunda, se procedería a una entrevista por videoconferencia y posterior selección con la firma de los contratos, cuyos acápites definirían el plan de acción adjunto al cronograma de actividades.
Seto aprobó el presupuesto de los fondos de ejecución, y con el mapa de Kaiba Land tendido en la mesa de trabajo, dispuso que fuera una ampliación del Teatro Virtual del Death-T, de allí que la frase "una experiencia musical de muerte" figurara en el eslogan, un recurso destinado a limpiar la mancha negra del malévolo propósito que se le dio al Death-T en su inauguración. Yura volcó todo su esfuerzo en interesarse de veras, tratando de que fueran las descripciones de esplendor y apoteosis de Mokuba, y no Jonouchi, las que ocuparan su pensamiento y giraran en círculos dentro de su cerebro, pero apenas recuperaba el ánimo y resistía su propia amargura cuando las palabras del menor le dieron una cachetada.
—De tanto hablar me ha venido el hambre, ¿comemos algo juntos?
Entonces descubrió que había detenido la entrega al segundo de concretizarse porque no quería hacer el amor con un fantasma de Jostet, sino con Katsuya. Descubrió que, desde aquel beso a plena calle, eran los ojos de Katsuya, y no los de Jostet, los que la perseguían como un búho al acecho en el delirio de sus sueños, que era el atisbo de los ojos de Katsuya, y no los de Jostet, los que anheló colindar cuando halló a Mokuba en el reverso de la puerta. Descubrió que el peso del yugo que había sentido sobre los hombros no era el de salir adelante, sino el de la ausencia de Katsuya: la ausencia de su risa a las comparaciones disparatadas, la falta de su calor al asirlo de la cintura mientras recorrían las calles de la ciudad, el vacío de los besos que se robaban en el almuerzo; y que era la suma de esos pequeños hábitos compartidos lo que le había enamorado: allí, justo en ese momento, no quiso corregir lo que había sucedido en el apartamento, sino que fuera él quien ocupara el lugar de Mokuba, y que la mesa fuera la de la cafetería, como siempre. Descubrió que lo quería a él, a simplemente él, y que la arcada que le gruñó en el estómago era en realidad el atasco de lágrimas que tenía en las tripas en vez del hambre.
—Tengo que ir al baño, con tu permiso.
Salió tan despavorida de la oficina como Jonouchi de la cocina, sorda a la voz de Mokuba como él lo fue a la del cocinero. El grifo de su llanto se abrió primero que el del baño, y mientras lo sentía fluir, rogó a la diosa Bastet que Katsuya jamás tocara su puerta, porque de lo contrario, su ser entero, la razón de su existencia y la nueva determinación volverían a colapsar tal como lo hizo cuando lo halló durmiendo despreocupado sobre un sillón verde oscuro.
—Tenemos que hablar.
Kisara se reflejó en el espejo del lavabo, al tiempo que su voz se fusionaba al ruido tenue del efluvio. El uniforme de camisa azul y falda blanca contradecía la falda azul y camisa blanca con la que sustituyó la vestimenta institucional, un paralelo tan perfecto a la charla del camerino que Yura casi se echó a reír debido al acierto de una de sus comparaciones: su vida era como un conjunto de espejos que, reflejándose a sí mismos, creaban una ilusión del infinito. Era como si el tiempo no avanzara, sino que diera vueltas y vueltas en las curvas que daban forma al símbolo del infinito.
—Si yo soy la imagen original y tú eres mi reflejo, ¿entonces por qué soy yo quien refleja lo que tú sientes? —Kisara copió la táctica de Seto de no utilizar eufemismos e ir directo al grano.
Yura cerró el grifo, inhaló profundo a fin de ingerir de nuevo el llanto, se secó la cara y manos con los dispensadores de papel a un lado del lavabo y pretendió retirarse cual si fuera sorda, pero Kisara la agarró por el brazo con una mano que más bien parecía una garra de águila.
— ¿Qué ganas con todo esto, Yura? ¿Por qué te cuesta decir la verdad?
—Tiempo, eso gano— reconoció, mirándola a los ojos—. Y porque la verdad nos cambia la perspectiva de la realidad y modifica nuestro comportamiento, además de que yo— titubeó, sintiendo las palabras avinagrar su paladar—… quería una amiga en vez de una rival.
Se zafó del agarre de una sacudida, emprendiendo camino al exterior.
— ¿Cómo puedo ser tu amiga cuando solo dejas un rastro de mentiras a tu paso? — Estampó a sus espaldas.
—Lo único que puedo decirte es que, al principio, mentía porque necesitaba engañar, pero ahora omito la verdad porque necesito tiempo, el mismo que ya no puedo seguir dedicando a esta discusión— dijo, sin virarse, dando rectitud a sus pasos.
—Te voy a desentrañar, Yura. A mi manera, descifraré la verdad de quién eres. Ahora más que nunca estoy convencida de que, si sé quién eres tú, sabré quién fui yo.
El castigo de no atender la instrucción de la mañana consistió en soportar que Seto, Mokuba y Kisara le acompañaran en la limusina rumbo al domicilio prestado. El ánimo caldeado entre Yura y Kisara aumentó de tal modo la hostilidad del ambiente que ni siquiera el talante jocoso de Mokuba les motivó a interactuar sin aversiones.
—Hasta mañana. —Masticó Yura, abriendo la portezuela.
—Hasta mañana.
El vehículo se adueñó de las calles en la fracción que buscaba la llave a incrustar en el cerrojo, cuando una voz a su izquierda la sacudió de pies a cabeza y provocó que el juego brincara de sus dedos.
— Etto, disculpa…
El instinto de supervivencia se activó primero que la neurona del razonamiento y, sin contemplaciones, dio un certero puñetazo en el pómulo de su contrario, que resultó ser una chica sosteniendo dos bolsas precipitadas al suelo a causa del impacto.
— ¡Por la barca de Ra! — Yura elevó las manos a la cabeza en señal de contrición.
— ¡Mis lentes! — Exclamó la desconocida, poniéndose de rodillas en un santiamén a tentar el piso en donde había caído.
Hasta entonces Yura notó el instrumento de visión en la acera y se agachó a recogerlo.
—Los tengo en mis manos, pero no te los daré mientras no me digas quién eres y por qué me has abordado.
La muchacha se incorporó de un salto, permitiendo a Yura definir mejor su apariencia. Las puntas del pelo suelto le rozaban los hombros y el azabache resaltaba el color nuez de los ojos. Vestía una blusa morada de cuello tortuga que suavizaba el tono lila de los pantalones anchos y afelpados cuyos bordes casi tapaban al completo los pies, calzados con unos zapatos que tenían forma de conejo.
—Vivo en el segundo piso y solo quería ofrecerte un poco de cena ya que compré cuando estaba muerta de hambre de tal modo que pensé que me lo comería todo pero a la mitad de las porciones me inflé como un globo así que me dije que sería un desperdicio tirarla en la basura por lo que me tomé el atrevimiento de venir a tu puerta y…
— ¡Más despacio! — Aclamó, perdida en alguna parte del monólogo—. ¿Siquiera respiras cuando hablas?
—Sí, aunque no lo parece puesto que…
— ¿Cómo sabes que yo vivo aquí?
—Porque oí tu grito y por curiosidad me asomé a la ventana donde pude ver cómo te capturaba el tipo con la coleta de caballo para después meterte en una furgoneta que se esfumó a máxima velocidad por lo que me quedé impresionada y decidí bajar justo cuando vinieron el chico rubio y el de los mechones en triángulo y al estar yo en la puerta me ví en el aprieto de tener que decirles lo que pasó a fin de que no pensarán que yo participé del rapto.
—Ya veo. —Yura apaciguó los gestos a la par de la voz tras acordarse de Mokuba citando el arresto de Hirutani. Por ende, condujo los lentes a las manos de la dueña, quien los tomó de inmediato a restaurar su vista—. Lo siento, yo…
—No te preocupes, también hubiera hecho lo mismo de haberme secuestrado la noche anterior— sonrió, pero Yura en su lugar compuso una mueca de arrepentimiento al ver la zona del pómulo enrojecerse a semejanza del rubor que se había puesto temprano con la intención de camuflar su propio golpe.
Se agachó esta vez a recoger las fundas en el pavimento.
— ¿Te gustaría pasar, este…?
—Kyoka Hanashi, ¡mucho gusto! ¿Y tú eres…?
—Yura, solo Yura.
En vista de que mi ritmo de actualización en esta historia es mensual, siento la necesidad de retomar un par de incisos:
1. Por favor, recuerden que esto es un mero fanfic y no una obra que vaya a pasar por el filtro de una editorial para su posterior publicación en papel, así que existe la posibilidad de que modifique/edite estos capítulos en el futuro.
2. Precisamente porque mi ritmo de actualización es mensual, y que esta historia no es lineal, ya que tiene muchos hilos sueltos que se van uniendo entre un capítulo y otro (algo que pasó en el capítulo 5 se vuelve a retomar en el capítulo 8), siento que esta distancia puede hacer que el lector olvide ciertos aspectos y llegue a pensar que algunas cosas salen de la nada, razón por la que suelo recurrir a la técnica de repetir palabras, oraciones o párrafos que ya he usado en capítulos anteriores, a fin de conectar los cabos sin la necesidad de meter todo un flashback, de modo que frases y párrafos seguirán repitiéndose a lo largo del escrito.
3. Cuando Yura dijo que su vida era como un conjunto de espejos que, reflejándose a sí mismos, creaban una ilusión del infinito, me di cuenta de que ella definió la verdadera naturaleza de esta historia mejor de lo que yo lo hice con el título, JAJAJJA.
4. ¡Muchísimas gracias por leerme!
