Pueden creerlo? Actualicé antes de que terminara el año jajaja Les agradeceré por siempre todo el apoyo y por darse el tiempo de leer esta historia. Tuve que cortar este capítulo en dos porque estaba giganteee, así que el capítulo 17 ya está super avanzado wooohooo! Aviso por adelantado que no habrá romance en este capítulo, buu! Pero sí tuve que agregar algunas cosas que serán importantes más adelante. Prometo que tengo demasiadas cosas planeadas, pero tengo déficit de atención y me cuesta avanzar en mis cosas. ANYWAY, me gustaría su opinión respecto a qué quieren ver más adelante? Más romance? Más misterio o acción? Tengo mucho Yoh x Anna planeado, pero me asusta dejar muy de lado el resto de la historia? EN QUÉ ME METÍ? Bueno, no les quito más tiempo jajaj gracias por leer! La próxima actualización debería estar esta semana (ya llevo 16 páginas AYUDA)
Capítulo 16: Pesadillas
Las imágenes pasaban rápidas y borrosas por su cabeza, repitiéndose una y otra vez como si su mente se hubiese descompuesto.
Estaba recostada, aferrada a las mantas y a sí misma, por fin en la seguridad de su habitación. A pesar de eso, era muy consciente de los latidos desesperados de su corazón, mientras su cuerpo temblaba como si se encontrara afiebrada. Sostuvo con más fuerza las cobijas, esperando que esto le ayudara a sentir calor. Recogió sus rodillas y redujo el espacio que usaba en la cama tanto que esta se le hizo enorme. Daba respiraciones profundas, cada exhalación más errática que la anterior.
—Ya estás a salvo —la voz de Eliza se escuchó muy cerca, y fue sólo entonces que recordó que su tía estaba sentada junto a ella, en el borde de la cama.
No podía mirarla, porque incluso eso le significaba demasiado esfuerzo. Quería concentrarse en respirar y en dejar de temblar. Quería fijar sus ojos en la nada, con la esperanza de que no pensar la ayudara a calmarse, pero era imposible. Las imágenes volvían a aparecer en su mente, y ella presionaba con más fuerza las mantas.
Sintió la mano de Eliza sobre su cabello, acariciando con tanta suavidad y delicadeza que se sintió la cosa más frágil del mundo. Intentó imaginar el rostro de la mujer, adivinando la expresión de preocupación y afecto con que solía mirarla cuando trataba de consolarla. Anna agradeció que no le hablara más, quedándose en silencio mientras desenredaba su pelo.
—Será mejor que la dejemos sola.
Anna escuchó a su madre hablar, un poco más distante. Supuso que estaría observando desde la puerta de su habitación, sin decirle palabra alguna antes que eso.
No recordaba cuando Eliza la ayudó a cambiarse de ropa y a meterse a la cama, ni tampoco cómo llegó a la mansión de sus tíos. ¿En dónde se había metido su padre? ¿Dónde estaba su tío?
Tenía una serie de escenas grabadas, posterior a su salida de la mansión. En algún punto, se separó de Horo-Horo, quien la había guiado hasta ese entonces, y se vio rodeada de personal médico que la subió a una ambulancia. No dijo nada cuando su padre la encontró e insistió en llevarla a casa. Aún podía sentir el agarre firme de Hans en su hombro, alejándola de un policía cuando intentó pedirle declaraciones.
Su padre la obligó a entrar a un auto negro de ventanas blindadas, y fue justo antes de subirse cuando vio a varios metros a Yoh. Podría jurar que su corazón se detuvo por un segundo, ya que la impresión la congeló por completo. Lo llevaban a rastras, entre Ryu y Horo, sus mechones castaños cubriendo gran parte de sus facciones. Incluso a esa distancia, notaba la palidez de sus mejillas.
Detrás de ellos, iba Hao, que por el contrario, caminaba con ímpetu a la siga de su gemelo. Su sorpresa fue cuando evitaron a toda costa la ambulancia, y prácticamente lanzaron el cuerpo de Yoh a otro vehículo, que en un par de segundos ya había desaparecido.
De eso hacia atrás, las escenas eran más claras.
Sí recordaba la sangre de Yoh en sus propias manos, una curiosa adición para su anillo de compromiso.
Recordaba partes de la pelea con claridad, con el orden de los eventos confusos, revoloteando aleatoriamente en su memoria. Recordaba que, entre todos los disparos que escuchó, uno en particular la heló por completo. Recordaba la mancha roja en la camisa de Yoh esparciéndose cada vez más.
Recordaba el aire frío en el balcón, y la misma camisa blanca y limpia. Su traje aún arreglado, sus mejillas ligeramente rosadas y sus ojos castaños fijándose en ella.
Inhaló hondamente, y relajó sus hombros y sus manos, presionando los párpados con fuerza.
—El calmante ya hará efecto, Anna necesita descansar —escuchó la voz de su madre otra vez, carente de emoción.
La mano de su tía dejó, y sintió que se levantaba de su lugar, caminando con lentitud hacia la puerta. Esta se cerró, por lo que la rubia supuso que estaba sola. Exhaló apenas, y tomó aire en un sollozo. Sintió una lágrima escapar, rodando desde sus pestañas hacia su mejilla. Las imágenes en repetición se hacían lentas y confusas, a la par de su respiración, que se volvía más natural y pacífica.
Escuchó música de vals lejana, y sintió que su cuerpo daba vueltas a su compás, acompañada por alguien que la dirigía. No sabía si era un sueño o un recuerdo, sólo sabía que se sintió segura y se dejó llevar hasta que logró por fin quedarse dormida.
Era difícil distinguir qué era verdad y qué era un sueño. Recordaba a su hermano frente a él, y luego estaba de pie, apenas. Se sintió como un saco lleno de piedras, al ser trasladado de un lugar a otro sin voluntad. Autos, techos, personas, inyecciones, su cuerpo frío y su hermano nuevamente. De pronto estaba sobre un colchón, personas caminando a su alrededor, toqueteándolo y manipulándolo como un títere sin voluntad. Hao lo observaba fijamente, sus ojos tan serios y serenos que le generaban tanto tranquilidad como ansiedad. Por lo menos, estaba ahí.
En un momento parpadeó, y su gemelo seguía ahí, pero por alguna extraña razón lucía más joven y más fúrico. Podría asesinar a alguien con la mirada. Lo que Yoh no lograba entender era por qué de pronto su hermano tenía menos edad frente a él. Notó, además, que ahora él mismo se encontraba boca abajo contra el colchón, cosa que no tenía sentido, porque recordaba que lo habían herido en el abdomen. Justo al cuestionarlo, un dolor lacerante pareció quemar su espalda. Cerró sus ojos con fuerza, conteniendo lágrimas que no sabía que retenía. ¿Por qué lloraría? El dolor era intenso, pero soportable. Supuso que ya debería estar medicado, no era para tanto. Luego, se fijó en el resto de la habitación, y reconoció uno de los cuartos de la casa principal Asakura en Izumo.
Pestañeó nuevamente, y dejó su antiguo hogar, llevándolo de vuelta a la actualidad. Sus párpados apenas lograban abrirse, viendo a Hao, quien había vuelto a ser el mismo de siempre, a excepción de la bajada de suero que conectaba su brazo a una bolsa de sangre.
Quería preguntarle a su gemelo al respecto, pero justo en ese entonces lo vio decir algo, probablemente dando una orden. Un cuerpo se interpuso entre su hermano y él, reconociendo al instante a Marion, sus delgados brazos tomando el suyo, inyectando un desconocido líquido en una vía venosa conectada a su torrente sanguíneo. En breves segundos, fue impulsado otra vez al sopor.
Lo siguiente que vio fue a Ren, varios años menor, sosteniendo una lanza ensangrentada mientras lo miraba con frialdad. La lluvia caía copiosamente sobre ellos, mojando los árboles y el suelo de piedra.
El Tao siempre había sido una persona fría, pero Yoh se negaba a creer que fuera realmente cruel. Hasta ese momento, en que cayó de rodillas al suelo, su corazón más adolorido que la herida recién abierta a lo largo de su espalda.
Deseó gritar, abrazándose a sí mismo inútilmente ante su propia miseria. ¿Ren lo había herido? Pero, ¡si eran amigos! Por lo menos así había sido, tanto tiempo atrás. Esperó algo de compasión, o arrepentimiento. Sólo vio odio, un odio que no había experimentado en la vida.
—Adiós… Yoh Asakura —le dijo, como si su apellido fuese una ofensa. Una maldición.
Tal vez sí lo era.
Ren le dio la espalda, y apenas comenzó a alejarse se escuchó un trueno digno de esa tormenta.
Yoh se sobresaltó y despertó de golpe, sentándose en un instante ante la vista sorprendida de todos. Inhaló con tanta fuerza que le pareció que sus pulmones no aguantarían tanto aire.
Sintió una mano soltar su antebrazo, y lo siguiente que vio fueron los vidriosos y cansados ojos de Tamao sonriéndole aliviada. En lugar de su voz, escuchó a Horo enfadado, mientras llevaba una palma a su pecho.
—¡Pero qué diablos te pasa, idiota! —le reprochó, respirando agitado— ¡Casi me matas del susto!
—Por fin despertaste —comentó Tamao, volviendo a sujetar el antebrazo de Yoh.
El Asakura intentó calmarse, interiorizándose de quienes lo rodeaban. Horo resoplaba, pero ya no lucía molesto. Tamao se encontraba sentada junto a él, sus párpados levemente hinchados. Marion se encontraba en una esquina, la comisura de sus labios curvada apenas, en una sonrisa casi invisible.
Y Hao seguía ahí, en el mismo sitio, sentado sobre un sofá, piernas cruzadas, su mano sujetando su mentón, y su sonrisa apacible contrastando con la chispa de su mirada.
—¿Pesadillas? —le preguntó.
Yoh no esperaba que su hermano se sorprendiera porque había vuelto a la consciencia, ni mucho menos esperaba que le dijera que había temido por su vida. A diferencia de Yoh, a Hao no se le pasó por la mente en ningún momento ni la más mínima posibilidad de que algo le ocurriera. No era una opción, así que hizo lo posible por tenerlo en pie lo antes posible. Parecía satisfecho de que sus intentos por estabilizar a su gemelo hubiesen dado resultado.
El menor de los gemelos, suspiró, relajando su cuerpo y dejándose caer sobre las almohadas.
—N…no, más bien recuerdos —le respondió, desviando la mirada hacia el techo.
—Mucho peor —supuso Hao, poniéndose de pie.
Yoh lo miró por el rabillo del ojo. Al igual que el resto, vestía casual, dejando la ropa formal de lado. Usaba una camisa blanca y limpia, arremangada hasta los codos. La curiosidad lo hizo voltear la cara hacia él, comprobando que tenía un pequeño parche en el pliegue de su brazo izquierdo. Recordó la imagen de Hao con una bajada de suero sin suero, sino sangre, y se mantuvo en silencio, estremeciéndose al preguntarse cuánta sangre debería haber perdido esa noche para que su gemelo se la hubiese donado.
No quiso comentar al respecto, menos cuando su hermano se paró junto a él, a la vista atenta del resto.
—Te tengo un regalo —le dijo, buscando sin ceremonia entre el bolsillo de su pantalón.
Yoh se reincorporó, abriendo la palma de la mano por inercia cuando Hao acercó la suya con el misterioso objeto. Frunció el ceño con extrañeza cuando sintió algo helado y pequeño en su piel, mirando curioso el regalo de su hermano.
Una bala.
—Más recuerdos —explicó Hao, una sonrisa ladina decorando su rostro.
El menor negó con la cabeza, sonriendo ligeramente. Era una broma de su hermano. Era un reproche de su jefe. Puso la pequeña bala entre su pulgar y su índice, tomándose el vientre con la mano libre. No sentía dolor; era de suponerse cuando se dio cuenta de que el pliegue de su antebrazo tenía una vía venosa instalada. ¿Que tan drogado tendría que estar para ser inmune al efecto de sus heridas?
Tamao sacudió la cabeza, mirando con molestia al mayor de los Asakura.
—Qué mal gusto, Hao. Menos mal que Yoh ya está mejor.
—Sí, menos mal. No te viene el color negro —le respondió el mayor, riendo brevemente cuando la muchacha resopló con enfado.
Yoh guardó la bala en su mano, e hizo el intento de reconocer en dónde se encontraba. Miró de una esquina a otra, descifrando rápidamente que no había estado ahí antes.
—Es el hotel de nuestro tío favorito —contestó su gemelo, la ironía palpable en su voz. Al hablar, miró fijamente a Tamao, lo cual fue suficiente para que Yoh supiera de qué familiar se trataba.
Yohken Asakura no era realmente su tío, ni tampoco era el padre biológico de Tamao, pero actuaba como tal. Asumió el rol de tutor de la muchacha poco después de que Mikihisa la descubriera y la integrara a su familia. Con los gemelos tuvo una relación de amor y odio hasta que Hao asumió como líder, generando un quiebre irreparable entre ambos. Aun así, continuaba sirviendo a su clan en momentos desesperados como ese.
La reputación de los Asakura no era la mejor, por lo que ir a un hospital era más que complicado. Estaba acostumbrado a las salas médicas improvisadas, pero siempre las armaban en un lugar distinto. Solían recurrir a médicos amenazados, que tenían que guardar el secreto de haberles servido si no querían sufrir consecuencias espantosas. Los cuidados posteriores solía realizarlos Marion, que pese a su pésima disposición, tenía un gran talento y precisión con las agujas.
Yoh jugueteó brevemente con la bala entre sus dedos, notando que su motricidad se encontraba lejos de lo normal.
—¿Cuánto tiempo llevo inconsciente? —preguntó, tragando con dificultad.
Le había parecido que habían pasado un par de horas entre sus visiones incoherentes y memorias sin hilo.
Tamao miró a Hao fugazmente, quien sólo inspiró largamente al corresponder sus ojos. Ella suavizó su expresión, y su mano alcanzó la de Yoh, presionándola de manera protectora.
—Dos días... —contestó ella, frunciendo los labios cuando el castaño abrió los ojos sorprendido.
—Perdiste mucha sangre —contestó Horo, que se había mantenido al margen, su espalda contra la pared y sus brazos cruzados— Nos hiciste pasar un gran susto.
—Y nos has dado mucho trabajo —murmuró Marion, inyectando una sustancia desconocida con una jeringa a una bolsa de suero.
El menor de los Asakura la contempló mientras se acercaba a él para instalar la solución salina a su vía venosa. El líquido tardó poco en entrar a su torrente sanguíneo, y la rubia regulaba la velocidad de la infusión cuando decidió agregar:
—Ya sabes cómo funciona esto. Cuando el líquido acabe, te retiras todo. El catéter venoso también.
—¿Qué tiene el suero? —cuestionó el castaño.
—¿Realmente quieres saber? —preguntó ella, sonriendo siniestra. —A propósito, Matty me avisó que ella y Ryu ya vienen por Tamao.
—Entonces —dijo Hao —Será lo mejor que nos vayamos todos.
—¿Tan luego? —preguntó Yoh —Pero...
—No gastes tu fuerza... tu siesta te hizo acumular varios pendientes, así que reponte luego y hablamos más tarde.
—Aguarda —exigió Tamao, su voz demandante, pero rostro preocupado— ¡Yoh necesita descansar! No puedes…—
—Va a descansar hasta la tarde, luego tiene que ponerse en marcha.
—¡Hao…!
—Está bien —interrumpió Yoh, siendo él quien tomó la mano de Tamao, asegurándole que todo estaba en orden— Me siento bien.
Marion rió por lo bajo.
—Es sólo porque estás drogado.
—Además —continuó el mayor de los gemelos—, no tendrás que hacer nada que implique mucho esfuerzo físico. No aún.
—Eso espero —respondió el menor.
La chica de cabello rosa intercambió miradas entre los gemelos, una seriedad repentina que llamó la atención de ambos.
—Prometan que tendrán cuidado. Háganlo por mi, por Keiko y los chicos…
—Yo nunca prometo —contestó Hao, simple y sincero.
—Voy a intentarlo —respondió Yoh, deseando darle un codazo a su hermano.
Tamao dio una sonrisa lastimosa. Querer a los Asakura era un padecimiento. Se despidió de todos y salió de la habitación siendo escoltada por Marion, dejando solos a los chicos.
—Perdió su vuelo en la mañana, pero insistió en quedarse —comentó el mayor, sentándose en el borde de la cama.
—Lo siento por ella… por todos, en realidad.
—Gracias por la consideración —contestó Horo, rodando los ojos.
—Pedir perdón por sobrevivir es algo único de ti, Yoh. Aunque admito que no te creí tan torpe…
—…Aquí viene…—susurró el castaño al Usui.
—Teníamos una salida y decidiste elegir otra, mucho más peligrosa, sin que fuese necesario —el mayor de los Asakura hablaba con gracia.
—Yo mejor los dejo…—
—No, Horo-Horo, porque tú mismo me lo dijiste —explicó Hao—, tú y las chicas me confirmaron lo que ocurrió, pero quiero que Yoh me diga por qué lo hizo.
—Todo salió bien —contestó el menor con sencillez— Y deja a Horo fuera de esto, él siguió órdenes porque de pronto te esfumaste, y no tengo idea de a dónde.
—Cambiar el tema no te salvará —advirtió su gemelo, arqueando una ceja.
—Oigan, en serio —insistió Horo— puedo dejarlos a solas para que arreglen sus conflictos familiares.
—Somos todos una familia, ¿no es así? —preguntó su jefe, con cierta ironía.
—Hao, ya no lo molestes… Si tanto insistes, te diré la razón por la que cambié los planes…—
—…y casi morimos…—masculló el Usui.
—…y es muy simple. Nadie estaba protegiendo a Anna, y decidí ayudarla porque era lo correcto.
—"Lo correcto" —repitió con burla.
—Tú eres quien insistió en que me quedara todo este tiempo con los Kyoyama, ¿qué pasaba si la dejaba morir? ¿No sería sospechoso?
—Sé que lo que dices es cierto, pero también sé que hay algo que ocultas con demasiada torpeza —antes de que Yoh replicara, continuó hablando— No me interesa, mientras no te desvíes de nuestro objetivo.
El mayor de los Asakura se puso de pie, y miró directamente a los ojos de su gemelo.
—Al final, lo único que importa somos nosotros. Grábate eso en la cabeza.
Yoh prefirió no responder, y vio a su hermano caminando hacia la puerta, levantando la mano en señal de despedida sin voltear a verlo.
—Mejórate pronto, no te queda de otra.
Salió de la habitación sin decir más, y se escuchó un gran suspiro de alivio una vez que cerró la puerta detrás de él.
—Me pone tan tenso —comentó Horo-Horo, rascándose la cabeza— Menos mal que no se ve enfadado.
—Está furioso —contestó Yoh, dejando caer su cabeza en la almohada— Apuesto que me va a dejar alguna tarea aburrida para vengarse.
—Ay, no puedo con ustedes —se quejó el Usui— Iré al balcón a fumar. ¿Vamos?
—Te acompaño luego, primero iré al baño —refirió el castaño, poniéndose de pie con cuidado.
Desconectó el suero de su brazo, y comenzó a caminar, notando lo difícil que era retomar sus pasos, ya que su cuerpo no le respondía tan bien como esperaba. El cuarto comenzó a dar vueltas en su cabeza, por lo que decidió tomar más precaución y caminar despacio.
Al encerrarse en el baño de la habitación miró su propio reflejo; no parecía que poco tiempo atrás había luchado por su vida. Se veía hidratado y su color de piel tenía un buen aspecto, pero estaba ligeramente ojeroso y su cabello caía desordenado sobre sus hombros.
Descubrió su torso, dejando caer la bata blanca hasta su cintura, y fue ahí que aún había evidencia de sus heridas. Entre varias cicatrices antiguas, destacaba una nueva en su abdomen. Llevó sus manos a la lesión, que aún estaba cubierta por una gasa, levemente manchada con sangre seca. Ignoró el resto de las heridas y moretones, y dio media vuelta, mirando sobre su hombro su espalda.
La larga cicatriz que Ren le había dejado era la única herida que le seguía doliendo.
Esa vieja oficina tenía algo nostálgico para Hao. Sería el olor del humo de cigarro impregnado en las paredes, que le hacía rememorar eventos de su infancia, en específico de sus abuelos. De hecho, fue Yohmei Asakura quien compró el piso de ese antiguo edificio, designado como base en ese distrito. Hao no tenía los mejores recuerdos del anciano, quien se había encargado en gran parte de su formación como futuro líder antes de fallecer. Hao no sería el mismo si no hubiese sido instruido por su abuelo, sobre todo por esos meses en que Yoh no estuvo junto a él compartiendo las escabrosas lecciones que el anciano sí le enseñó al mayor de los gemelos.
Hao detestaba a su abuelo, pero no por eso fue grato cuando lo asesinaron.
—Señor Hao —habló Kanna, después de carraspear la garganta.
Él llevaba un par de minutos en silencio, recordando el pasado. Permanecía sentado detrás de un escritorio que sus predecesores habían ocupado, mientras sus más fieles secuaces se mantenían expectantes.
—Oh, lo lamento —les dijo a las tres mujeres que lo esperaban con atención— Necesitaban hablar conmigo, ¿cierto?
—Pues, sí —contestó la mujer de cabello azul, mientras Mattilda y Marion intercambiaban miradas—. Estábamos conversando sobre lo que ha ocurrido, y tenemos ciertas dudas…
—Ya sabe —continuó Matty—, como después de la fiesta la policía encontró una tarjeta con la inscripción "Mappa Douji", nosotras nos adherimos al plan original, pero nos sorprendió lo de los tipos, esos de negro, ¿sabe? Nos tomó desprevenidas, sobretodo después de que le dispararon a Yoh.
—Eso no estaba en el plan original… —continuó Marion, entrecerrando los ojos— y hasta el momento hemos coordinado todo juntos, por lo que no nos queda claro qué está pasando.
Hao dio una media sonrisa. Le fascinaba el jardín de flores que tenía frente a él, cada una recogida cuidadosamente en la época en que Mikihisa estuvo a cargo. Había muchas cosas que Hao cuestionaba de su fallecido padre, sin embargo, haber llevado a las muchachas a su clan fue una decisión acertada. El resto de sus familiares lo detestaban por integrar tanta gente externa, y encima, extranjera, para servir a los Asakura, cuyas tradiciones estaban arraigadas en sus genes. El nuevo jefe tenía respeto por algunas de esas normas, mientras que otras eran modificadas por él mismo para su conveniencia. Estaba acostumbrado al resentimiento del resto de su familia, y le divertía tener poder sobre ellos. Le servían por esas mismas tradiciones que tanto protegían, atados a él forzosamente, y no por lealtad. No como las mujeres que se encontraban esperando una respuesta, fieles desde antes de que él asumiera como su líder.
—Si no les advertí lo que ocurrió en la fiesta, fue porque, como Marion dijo, no estaba en el plan original.
Las muchachas permanecieron en silencio, intercambiando miradas de confusión.
—Debo estar desquiciado como para haber hecho que hirieran a mi gemelo de esa forma, y tendría que ser un cínico al haberme quedado con él esperando a que despertara.
—No hemos dicho nada de eso, señor Hao —explicó Kanna.
—Pero así lo creen si piensan que yo organicé ese ataque. No las culpo, ya me han visto hacer cosas peores, es natural que crean que sería capaz de hacer eso.
—Entonces…—continuó Marion, frunciendo el ceño— ¿Lo de la fiesta no fue planeado por ti?
—No tiene sentido —comentó Matty— Los reportes decían que encontraron evidencia de Mappa Douji, y eso quiere decir…—
—Quiere decir que alguien más se está divirtiendo.
Hao se puso de pie y enderezó su postura, observando a las chicas con detención.
—Ese alguien aprovechó el nombre del autor de los atentados anteriores para pasar desapercibido. Es una carrera contra el tiempo antes de que intente otra jugarreta.
—¿Qué hay de lo que teníamos planeado? —preguntó Marion, cruzando los brazos.
—Es cierto —dijo Kanna— Si usted cree que este… doble aparecerápronto, ¿qué ocurrirá con el resto de las misiones que estaban planificadas?
—Aprovechemos para tomar una pausa —indicó el castaño, sonriendo ampliamente— Tal vez, el idiota detrás de todo esto nos termine ayudando sin querer hacerlo. Lo importante es averiguar quién está metiéndose en nuestro juego sin ser invitado.
Hao había aprendido a adelantarse a los demás, hasta que predecir eventos y leer a las personas se convirtió en un pasatiempo. Esa misma habilidad se había transformado en una maldición, porque así se daba cuenta de lo solo que estaba realmente. ¿Cuántas eran las personas que estaban de su lado? ¿Qué tanto odio ajeno había ganado por portar su apellido? Yoh solía decirle que estaba paranoico, mientras que Hao afirmaba que simplemente había que estar preparado.
El ataque en la fiesta no le sorprendió, pero sí el hecho de que alguien se atribuyera dicha hazaña adoptando un nombre que él había usado, y cuyo significado sólo él conocía. O eso creía.
Podría frustrarse ante ese misterio, no obstante, no era el caso.
—Todo se ha vuelto más interesante —comentó el Asakura, como si ese nuevo enemigo le diera energías renovadas—. Aunque, es desafortunado. Firmó su sentencia de muerte demasiado pronto.
Las chicas no necesitaban más explicaciones para saber a qué se refería su líder. El impostor casi había asesinado a Yoh, y esa proeza le saldría cara.
La mansión de los Kyoyama se había encontrado particularmente silenciosa hasta esa tarde.
Anna había mantenido una distancia considerable del resto de su familia, y del resto del mundo. Tenía sentimientos mixtos, y cada vez que recapitulaba los eventos de lo que pasó era como subirse a una montaña rusa. Anticipación. Poder. Agobio. Deseo. Confusión. Temor. Culpa.
Era más fácil bloquear todo y pretender que nada había ocurrido. Había evitado a sus familiares, sobre todo a sus padres, porque sabía que no sería placentero enfrentar los sucesos, y se le haría imposible controlarse.
En algún momento, tendría que hablar con ellos al respecto. Jamás habían tenido una relación muy cercana, porque solían viajar y dejarla al cuidado de otras personas. Pasó gran parte de su juventud en internados privilegiados de alta seguridad, compartiendo las vacaciones con ellos u otros familiares. No tenía resentimientos al respecto, porque lo había aceptado como su realidad desde temprana edad, y sus conocidos se encontraban en la misma situación.
Por eso, cuando llegó el momento de hablar, salió precisamente como lo esperaba. Terrible.
Hans y su esposa se encontraban sentados en el comedor, mientras que Anna continuaba arremetiendo contra ellos.
—Sé que tienes preguntas, pero necesito que te calmes —pidió Hans, masajeándose la sien.
—¿Qué me calme? —preguntó Anna, incrédula— Trataron de matarnos, ¡¿y quieres que me calme?!
—Siempre hay alguien que querrá matarnos —contestó su madre, y Hans la miró sorprendido ante tal brutal honestidad— Las cosas en esta familia son así, ¿por qué crees que te hemos protegido tanto?
—Oh, gracias por tanta preocupación —respondió la menor negando con la cabeza— ¿Dónde estaban cuando los necesitaba? Esa noche tú huiste sin siquiera mirar atrás, y papá estaba ocupado con Fausto disparándole a medio mundo.
—Anna, ¿cómo vamos a asegurarnos de que estés bien si nos matan primero? —cuestionó Hans, reclinándose contra el respaldo de su silla.
Padre e hija se miraron a través de la mesa, y pese a lo demente de la conversación, Anna no sabía si sentir gratitud porque al fin le hablaran sin tapujos. Eso no restaba lo indignada que se sentía con sus progenitores.
Su padre pareció ligeramente conmovido ante el silencio de su hija, por lo que prefirió continuar hablando para que ella pudiera comprender.
—Sé que no es fácil, pero esta es nuestra realidad. Siempre odiaste que te tuviésemos rodeada de guardias y que todo lo que hicieras fuese con supervisión, pues ahora entiendes por qué. Te darás cuenta que constantemente habrán conflictos y conspiraciones contra nosotros... por eso mismo debemos estar preparados para este tipo de situaciones.
—Como tu padre dice —continuó la mujer— no podemos estancarnos y entrar en una crisis cada vez que hay una amenaza. La vida sigue.
—Me enferman —respondió Anna, intercambiando miradas con sus progenitores— Lo acostumbrados que están a esto, y su falta de empatía...
—Te hemos dado todo —le dijo su padre, cruzando los brazos con desaprobación— No puedes decir que no hemos sido empáticos, cuando eres tú quien está siendo difícil. Sé que debes estar confundida y asustada, pero no podemos detener el mundo por cómo te sientes.
—Eres imposible. Te excusas en todo lo material que me han dado a través de sus negocios sucios, como si eso compensara sus nulas capacidades paternales.
—Anna, entiende que todo es parte de un plan...
—¿De quién? ¿De ustedes? ¿De Ren? —su voz se volvió aguda e irónica— No pretendan que tienen idea de qué está pasando, ni tampoco que tienen control alguno.
Antes de que Hans lograra responder, Amidamaru entró a la habitación.
—Disculpen la interrupción —dijo evidentemente incómodo, mirando de soslayo a la iracunda Anna—. El señor Kamogawa se encuentra esperándolo.
—Iré de inmediato —avisó Hans, poniéndose de pie—. Con permiso.
Anna supuso que su padre aprovecharía de escapar, por lo que no vio razón por la cual quedarse. Abandonó el comedor casi pasando a llevar a Amidamaru, quien la vio caminando a paso apresurado. Iba tan rápido que no se dio cuenta de la presencia de Yosuke Kamogawa, quien la miró con curiosidad mientras esperaba a su padre.
—Una chica temperamental —comentó el joven, una vez que Hans se reunió con él.
—Eso lo sacó de su madre —masculló el rubio, negando con la cabeza—. Lamento la espera, usemos el despacho de mi cuñado.
Ambos llegaron a la desocupada oficina de Fausto, quien se encontraba ocupado en otros asuntos fuera de la mansión. Hans tenía gran destreza para actuar respetuosamente con la persona que fuese, por la que mantuvo compostura en todo momento pese a la horrible reputación del representante de los Kamogawa.
—¿Qué tienes para mí, Yosuke? —preguntó Hans, sentándose frente al muchacho.
—Sé de tus buenas relaciones con la policía, por lo que imagino que la información oficial ya la conoces.
—Fue ese tal Mappa Douji otra vez, pero no hay rastros de él.
—La lista de sospechosos es larga —comentó el joven, sonriendo siniestramente— Deberíamos acortarla.
—Si hablas literalmente, no podemos equivocarnos y eliminar a quien se nos antoje.
—¿Ni siquiera a Hao Asakura? —preguntó Yosuke, manteniendo su expresión inquietante— Ya les mostré el video a ti y a Ren, hasta su gemelo desconfía de él. Deberían acabar con esa falsa alianza de una buena vez y deshacerse de él antes de que sea demasiado tarde.
—Aún desconozco qué tanto poder tienen los Asakura... no me arriesgaré a una guerra por evidencia vaga.
—La guerra ya inició, Hans —aclaró Yosuke, con tono serio— Debes jugar bien tus cartas. Los Kyoyama lograron marginar a los Asakura con la muerte de Mikihisa, no deberías sentirte amenazado por unos chicos irrespetuosos e inexpertos.
—Los Asakura tienen más influencia de la que imaginamos—aseguró el rubio— Lograron unir a varios grupos pequeños que nos tenían resentimiento en un par de años; en un sólo acto podría haber una revuelta contra nosotros.
—Para eso tienes a la familia Tao.
—En Tao fue muy claro al establecer los términos de la alianza; sólo protegen a los suyos, y no nos prestarán su ayuda a menos de que Ren y Anna se casen—explicó Hans, encogiéndose de hombros con resignación.
Yosuke asintió, con una sonrisa irónica jugando en sus labios.
—Al menos respetan sus tradiciones.
—Eso supongo, aunque... aún me intriga el por qué los Tao jamás nos hicieron saber sobre los reales herederos Asakura —murmuró para sí mismo, con la mirada perdida en el espacio— Todo este tiempo creímos que Mikihisa había dejado dos infantes ilegítimos por ahí, por lo que no nos preocupamos hasta ahora.
—Si Ren sabía sobre Yoh y Hao y no les dijo nada, imagino que habrá tenido alguna especie de deuda con ellos... Son sólo suposiciones. —añadió el más joven, llevando una mano a su mentón.
Hans asintió, con una expresión de entendimiento.
—Por lo mismo, no quiero tomar ninguna decisión apresurada. Los Asakura acaban de resurgir tras varios años, y dependen de nosotros si quieren sobrevivir a las indagaciones de la policía y de la prensa.
—Pues, si reconsideras esa alianza, ya sabes donde encontrarme.
—En realidad, no lo sé.
—Descuida, se mantendrá así. Por el contrario —añadió, con un aire enigmático—, yo si sé dónde están todos.
Hans sonrió por cordialidad, deseando internamente descubrir las intenciones reales de Yosuke. Ren le había advertido que el joven se había reunido con él previamente, dándole comentarios dudosos respecto a los Kyoyama y a los Asakura. Tal como Hans esperó, la conversación con el representante de los Kamogawa también le dejó un sabor amargo.
Con los Asakura de regreso después de tantos años, los recientes atentados y los Kamogawa involucrándose, cuestionó como muchas otras veces haberse casado con la anterior heredera de los Kyoyama. Haber tomado el mando de un clan ajeno era un peso que pudo haber evitado, aunque se había hecho adicto a los privilegios que su obscena fortuna le otorgaba.
Si una guerra estaba en curso, iba a ganarla, y estaba a pagar el precio que fuera.
O eso creía.
