El silencio de la noche en la casa de la familia Miyamizu solo era roto por el rítmico sonido de las teclas de la computadora portátil de Taki. El sonido solo se interrumpía cuando se detenía a revisar alguno de los numerosos documentos que tenía distribuidos sobre la mesa del comedor.

Taki sintió deseos de bostezar. Intentó contenerse, pero eso solo exacerbó la necesidad. Al final no pudo aguantar más y dejó escapar un largo bostezo de la manera más silenciosa que pudo, estirándose para elongar su espalda. Cerró los ojos y masajeó su nuca para relajarla, pero la tensión en su cuello no logró aflojarse.

A su mente volvieron fragmentos de la conversación que había tenido con la abuela Hitoha apenas una hora y media atrás. La experiencia lo había dejado mental, emocional y físicamente exhausto.

Taki abrió los ojos con dificultad. Sentía los párpados pesados. Revisó la hora en la computadora. Faltaban 10 minutos para la media noche y aún no lograba terminar lo que estaba haciendo. Se regañó a sí mismo por su incapacidad de poder concentrarse. Sin importar cuán cansado se sentía, él sabía que tenía que continuar y terminar…

El muchacho levantó la cabeza y miró el cielo raso del comedor, mientras intentaba mover la cabeza en un amplio círculo intentando estirar y relajar su cuello. «Ésta va a ser una noche corta», pensó. «Mañana yo… ».

Taki repasó en su mente el itinerario que había planeado después de cenar: necesitaba despertar apenas amaneciera para llegar a la estación de trenes más cercana, tomar el primer tren bala hacia Nagoya y llegar de vuelta al hotel lo más temprano posible. Esa era la única forma de cumplir la promesa que había hecho a Ozamu Gondō. Y eso significaba que tenía que subir al tren a eso de las 6 de la mañana, lo que le dejaba menos de cinco horas para poder dormir...

Dormir… solo pensarlo le hizo bostezar de nuevo.

—¿Estás bien, Taki? —dijo una voz femenina a un par de metros de distancia.

Taki se giró y vio a Mitsuha a la entrada del pasillo que llevaba a los dormitorios. La chica estaba de pie sosteniendo un colchón de futón entre sus brazos.

—Sí, estoy bien… espera, ¿necesitas ayuda con eso? —dijo el muchacho intentando ponerse de pie, pero no pudo hacerlo a la velocidad que quería.

—Tranquilo, lo puedo hacer sola, tú sigue haciendo tus cosas—dijo Mitsuha mientras llevaba el futón a la sala y lo desplegaba sobre el piso.

Taki se quedó por unos segundos a medio incorporar, mirando como Mitsuha terminaba de preparar su cama sobre el tatami de la sala. Se volvió a sentar pesadamente, y volvió a mirar la pantalla de su computadora, intentando completar el trabajo en el punto que había estado revisando.

Mitsuha terminó de preparar la cama improvisada de Taki y volvió al comedor junto a su novio. Ella se dio cuenta que Taki estaba sentado en una postura incómoda, con la espalda doblada por el cansancio. Se arrodilló detrás de él y comenzó a masajear suavemente sus hombros.

—Ahhh —dijo Taki, en una especie de exhalación de alivio y placer—. Eso se siente muy bien.

—¿Te gusta? —dijo contenta Mitsuha, presionando con sus dedos un poco más fuerte sobre los hombros y luego desplazando sus palmas hacia el centro de la espalda, y luego volviendo con sus dedos hasta la base del cuello.

—Sí, es… oh, eso está genial —dijo Taki cerrando los ojos y dejándose llevar por el momento.

Mitsuha siguió masajeando amorosamente la espalda de Taki y no pasó mucho tiempo antes de que el muchacho se diera cuenta que, si seguían así, él iba a quedarse dormido en ese mismo lugar. Se giró para mirar a Mitsuha y detenerla. Ambos quedaron con sus caras a corta distancia, mirándose directamente a los ojos. La chica acarició la cara del muchacho, y comenzó a acortar la distancia aún más, hasta que de pronto ella se hizo consciente de que estaban en la casa de su abuela y se cohibió, así que retrocedió alejándose de Taki en forma abrupta.

—Perdóname, no quería interrumpir tu trabajo—dijo Mitsuha con un tono de voz culpable.

—No te preocupes… y tienes razón, creo que es mejor que termine esto —respondió Taki mientras intentaba mirar la computadora como si nada hubiera pasado, pero ahora que se había relajado se le hizo incluso más difícil.

Mitsuha miró hacia la habitación de su abuela, y se dio cuenta que ella y su hermana debían estar profundamente dormidas, así que el riesgo de que la hubieran visto era mínimo. Se arrepintió de haber reaccionado de forma tan infantil. Miró a Taki, que estaba intentando rearmarse para continuar escribiendo en la computadora. Quería ayudarle, pero no sabía cómo. Así que se puso de pie y se encaminó hacia la cocina. Entonces se le ocurrió una manera práctica de apoyarlo.

—¿Quieres que te traiga un poco de té? —dijo la chica con un tono alegre—. Yo me prepararé una taza también…

—Sí, eso estaría muy bien.

Mitsuha se puso a canturrear una canción entre dientes mientras preparaba el té, intentando no mirar a Taki para así no distraerlo.

Taki se dio cuenta que ella lo estaba ignorando, así que continuó trabajando en silencio, mirándola de forma disimulada de vez en cuando. No supo interpretar si la súbita actitud esquiva de Mitsuha era por lo que había pasado recién, o porque a ella la cohibía que él la observara. Pero fuera cual fuera la razón, Taki sintió que la repentina timidez de la chica le hacía gracia. Era como volver a ver a la tímida Mitsuha adolescente de antaño.

Mitsuha terminó y volvió al comedor con una pequeña bandeja trayendo dos humeantes tazas de té. Se acomodó al lado de Taki y le extendió una taza.

—Gracias —dijo Taki recibiéndola y tomando un sorbo del líquido. Sintió de inmediato como el calor del té lo reanimaba.

Mitsuha tomó la taza con ambas manos y se concentró en su taza mientras bebía algunos sorbos. Como vio que Taki había interrumpido sus tareas para beber el té, abandonó el disimulo para mirarlo abiertamente y sonrío de satisfacción al ver como la cara del muchacho se distendía. Entonces se dio cuenta de las grandes ojeras que se estaban formando en la cara de Taki, y se sintió culpable por ello.

—Taki, creo que no es bueno que sigas trabajando hasta tan tarde… tal vez deberías descansar ahora.

—Lo sé, pero ya me falta tan poco…

—¿Y de verdad tienes que volver a…?

Mitsuha se detuvo a la mitad de la frase y se envaró al darse cuenta que estaba a punto de hacer a Taki una sugerencia cruel. Aunque que él se quedara era lo que ella más quería en ese instante, presionarlo con eso solo lo iba a estresar más. Ella sabía lo importante que era esta oportunidad de trabajo para Taki, y se dio cuenta que, si la situación fuera al revés, ella se sentiría aún más agobiada.

Pero Taki adivinó el significado de esa frase inconclusa, y sonrió de forma cansada mientras se encogía de hombros, como diciendo "no tengo otra opción".

—Perdóname, no debí decirte eso —se excusó Mitsuha bajando la vista—. ¡Gracias por haber venido a vernos desde tan lejos, Taki! Sé que te estás esforzando mucho, y por culpa nuestra ahora estás en apuros…

—No te preocupes. Yo sabía que esto iba a ser duro, pero no dudaría en volver a hacerlo. Tú… todas ustedes son muy importantes para mí.

Mitsuha sonrió al chico, agradecida.

—Voy a dejarte trabajar —dijo Mitsuha poniéndose de pie—. Yotsuha está durmiendo con la abuela. No quiso moverse de su lado para cuidarla, así que me dejó su habitación. Me iré a acostar… y… ¿a qué hora dijiste que tienes que irte?

Taki revisó su teléfono y confirmó el itinerario.

—Tengo que salir a eso de las cinco y media y, uhm… caminar hasta la estación Higashi-Shizuoka…

—¿Qué? ¿Caminar? ¿A esa hora? ¡No, no puedes hacer eso! —protestó Mitsuha.

—Pero a esa hora no voy a encontrar un taxi, Mitsuha.

—¿Un taxi? Uhm… ¡Espera un momento! —dijo Mitsuha desapareciendo como una exhalación por el pasillo de los dormitorios.

Taki quedó perplejo mirando por donde se había ido la chica. Sin entender qué le había pasado, volvió a poner su atención en la taza de té que tenía entre sus manos y se dedicó a terminarla. La estaba dejando vacía sobre la bandeja cuando Mitsuha volvió trayendo una tarjeta en su mano.

—¡Mira! Hoy un taxista me dio esta tarjeta. Tiene los datos de una empresa de taxi local, que está acá cerca. Los llamaré para pedir que vengan a buscarte a esa hora.

—¿En serio? ¡Eso me ayudaría mucho!

—Claro. Dijiste a las cinco y media ¿verdad?

Taki asintió.

—Entonces los voy a llamar… —dijo Mitsuha mientras caminaba hacia la sala de estar.

Taki escuchó como ella conversaba con alguien en un tono reservado por un largo rato. Luego la vio volver con una sonrisa de satisfacción.

—¡Todo listo! Vendrán a recogerte a las cinco y media —dijo Mitsuha sentándose al lado de Taki.

—Excelente, eso hará todo más fácil. Gracias, Mitsuha —dijo Taki acariciando a la chica en la mejilla.

—Es lo menos que puedo hacer por ti. Oh, ¿terminaste tu té? Iré a lavar las tazas.

La chica recogió las tazas y fue de vuelta a la cocina, mientras Taki continuaba dando una última revisión al documento en el que había estado trabajando.

—Ah, ¡creo que lo terminé! —dijo el chico con voz cansada pero alegre—. Ahora… solo necesito pasarlo al pendrive y… ¡Listo!

Taki apagó la computadora y comenzó a ordenar los papeles y documentos que estaban desparramados sobre la mesa, guardándolos de vuelta en su bolso.

—Entonces… ¿vas a poder descansar al menos algunas horas? —preguntó preocupada Mitsuha.

—Ah, sí… de verdad lo necesito —dijo Taki intentando estirar su espalda.

—Colocaré la alarma de mi teléfono para despertar y ayudarte en la mañana, Taki.

—No es necesario, yo puedo salir solo. Solo despídeme de Yotsuha y de tu abuela. Ustedes van a estar bien ¿verdad?

Mitsuha se puso seria. Se dio cuenta que el futuro cercano se sentía muy incierto.

—Ruego por que todo salga bien y mi abuela se recupere —dijo la chica sintiendo como el pecho se le apretaba—. Hace un rato se terminó el suero con medicamentos que le dejaron y lo desconecté. En la mañana volverán los paramédicos para controlarla y… ¡oh, casi lo había olvidado!

Mitsuha metió la mano en su bolsillo y sacó su cuerda kumihimo.

—La abuela se quedó dormida con nuestra cuerda en la mano. Se la tuve que arrebatar sin que se diera cuenta —dijo Mitsuha, con una sonrisa pícara. Estiró la mano hacia Taki—. Toma, te la devuelvo.

Taki se congeló. Miró la cuerda, luego a la chica y de nuevo la cuerda, sin moverse para tomarla.

La muchacha no comprendió porqué Taki se mostraba de pronto tan dubitativo.

—¿Qué sucede? ¿No la quieres de vuelta? —preguntó extrañada Mitsuha.

Taki suspiró en forma cansada. Hizo el ademán de estirar la mano para tomarla, pero luego volvió a dudar, y la retiró.

—No puedo, Mitsuha… yo no debería tenerla.

—¿De qué hablas? Yo te la di y ¡es nuestra cuerda! ¿Por qué no deberías?

—Es que, abuela Hitoha me explicó que esa no es una cuerda cualquiera…

—¡Claro que no lo es! Esta era la cuerda de mi madre ¡Tú lo sabes mejor que nadie!

—No es solo eso, Mitsuha. Abuela Hitoha me explicó que esa cuerda no fue solo de tu madre. También ella la tuvo un tiempo, y la recibió de tu bisabuela. Y tal vez la tuvieron quien sabe cuántos otros de tus ancestros. Esa cuerda tiene ¿unos 60 años? ¿80 años? Quizás más. Y tiene hilos que vienen de otras cuerdas aún más antiguas.

—¿Qué? ¿Es tan vieja? —dijo Mitsuha sorprendida; ella jamás se había cuestionado su origen.

—Sí… esta cuerda está conectada con el pasado distante de tu familia, y tu abuela me dijo que la tradición es que esta cuerda pase de mano en mano a otras mujeres de tu familia. Yo no soy parte de ella. No creo que yo deba volver a tenerla.

—Debes estar bromeando… —dijo Mitsuha con un dejo de molestia en su voz.

—¡Cómo podría estar bromeando con algo así! —protestó Taki.

—Taki, si tengo esta cuerda… si… si estoy viva en este instante y esta cuerda aún existe, ¡eso es todo gracias a ti! ¿Cómo tú no vas a tener todo el derecho del mundo de recibirla? Y además… nosotros algún día…

Mitsuha se detuvo y se quedó en silencio. No pudo continuar esa línea de razonamiento en voz alta, y dejó de mirar a Taki.

—Algún día podríamos formar una familia, ¿verdad? —dijo Taki completando la frase con una sonrisa que luego se fue desdibujando.

Mitsuha miró a los ojos a Taki y sonrió feliz y agradecida del coraje del chico para decirlo.

—Sí, y por eso, yo quiero que tú la t-

—Mitsuha —la interrumpió Taki con una voz que no podía ocultar un dejo de tristeza—. Hay algo que hablamos con la abuela, y… no sé cómo decírtelo.

—¿Eh? ¿Qué te dijo ella?

—Ella me preguntó acerca de nuestra relación. Yo le dije la verdad. Que yo te amo…

Taki sonrió a la chica, pero un segundo después la sonrisa desapareció de su cara, y él bajó la vista.

—Pero abuela Hitoha me dijo que, si yo algún día quería casarme contigo, debería tomar el papel del esposo de la heredera de la familia Miyamizu.

Mitsuha levantó una ceja extrañada, sin entender a dónde iba Taki con eso.

—Bueno, si nos casamos, eso sería así.

—¿Y tú estás de acuerdo? —preguntó asombrado Taki.

—¡Por supuesto! Si nos casáramos, bueno, serías mi esposo ¿Qué problema hay con eso?

Taki se echó hacia atrás y miró a Mitsuha a la cara, intentando descifrar lo que estaba pasando por la cabeza de la chica. No podía entender si ella estaba pensando lo mismo que él.

—Ah… —de pronto reaccionó Mitsuha, sonriendo comprensiva—. Ella te dijo que debías cambiar de apellido ¿verdad?

Taki asintió.

—Bueno, sí, hablamos también de eso.

—Pero esa es una tradición antigua —dijo Mitsuha de forma reflexiva—. Mi abuela forzó a mi padre a hacerlo para poder casarse con mamá. Pero… yo no creo que tú tengas que hacer eso.

—Le dije a tu abuela que yo estaba dispuesto a hacerlo por ti.

—¿En serio? Taki ¿de verdad tú lo harías por mí? —preguntó Mitsuha con la cara hinchándosele de alegría.

—Sí, claro que lo haría. Pero ese no es el problema.

—¿Entonces qué pasa?

—Si nos casamos, ¿Qué pasará con nosotros, Mitsuha?

Mitsuha lo miró extrañada, sin entender a dónde iba Taki con esa pregunta.

—Nosotros formaríamos una familia, viviríamos juntos, buscaríamos una casa grande y… algún día, llegarían bebés… —dijo Mitsuha sintiendo que su cara se colocaba caliente de pronto.

—Bueno, sí, sé que eso sería así, agh, me refiero a que… ¿qué va a ser de ti?

Mitsuha lo pensó un segundo, sin entender del todo el tema de la conversación.

—Si tuviéramos bebés, tendría que pedir permiso de maternidad a la empresa. Es un derecho laboral ¿sabías? —dijo Mitsuha algo sorprendida por lo que veía como una extraña preocupación de Taki.

—Entonces, tus planes son seguir trabajando en Tokio…

—¡Claro! A menos que aparezca alguna oportunidad de carrera mejor en otro lugar… pero ¿por qué me estás preguntando todo esto, Taki?

Taki miró el piso apesadumbrado. Sentía que si él debía hacer cumplir el destino supuestamente marcado por los dioses, que ellos fueran los nuevos sacerdotes de un templo Shinto dedicado a Musubi… ¿él tendría que obligar a Mitsuha a abandonar sus sueños de vida?

—¿Taki? —insistió Mitsuha cada vez más preocupada al ver la grave actitud del muchacho.

—Perdón, no es nada —dijo Taki.

El muchacho se arrepintió de haber traído ese tema, así que intentó sacarse esas ideas de la cabeza y prefirió terminar esa conversación antes que se pudiera descarrilar. Sabía que tenía que hablarlo con ella, pero no era en ese momento. Miró a la chica y la cara de preocupación que vio en ella lo terminó de convencer que no era el momento adecuado.

—Tal vez solo estoy cansado y mi cabeza ya no da para más… —dijo Taki intentando cambiar el tema.

—Es cierto. Debes descansar. Ven conmigo.

Mitsuha tomó la mano de Taki y lo llevó a la sala.

—Bueno, esta será tu alcoba esta noche —dijo la chica apuntando al colchón de futón que estaba en medio de la sala—. Sé que no es mucho, pero tienes que dormir y descansar todo lo que puedas. Si necesitas algo, estaré en la habitación del fondo. Te vendré a despertar a eso de las cinco ¿ya? —dijo Mitsuha acariciando la cara de Taki con ternura.

Taki se acercó a ella y le dio un beso tierno en la boca.

—Tú también descansa, buenas noches —le dijo Taki, dando un paso atrás y encaminándose hacia el futón que estaba en el piso.

Mitsuha quedó sorprendida por lo escueto de esa despedida, y sintió que deseaba mucho más, pero después de un segundo de vacilación decidió dejarlo descansar.

—Buenas noches, Taki. No olvides apagar la luz.

Mitsuha lo miró con ternura y preocupación por última vez y luego se dio media vuelta y desapareció por el pasillo que daba a las habitaciones.


§

La mañana estaba oscura y una suave lluvia había acompañado a Taki en su viaje desde que salió de la casa de la familia Miyamizu. Se bajó del taxi apenas unos minutos después de un corto viaje hasta la estación Shizuoka, donde abordó el tren bala hacia Nagoya, que partió puntual a las 6:02 am. Como el viaje en tren apenas tomaría una hora, Taki decidió que no valía la pena acomodarse demasiado para dormir. Así que abrazó su bolso y cerró los ojos para descansar durante el viaje. Pero su mente seguía alborotada, y apenas si pudo dormitar. Cada vez que el sueño comenzaba a invadirlo, imágenes de la agitada mañana que estaba viviendo volvían a su mente, y lo volvían a despertar.

La mañana había partido cuando se giró medio dormido en el futón y se había encontrado con Mitsuha dormida a su lado, pero recostada sobre la frazada. Había abierto los ojos, confundido, ya que le costó entender qué estaba ocurriendo. Con cuidado buscó su teléfono para mirar la hora. Eran las 4:55 de la madrugada. Apenas faltaban minutos para tener que levantarse, así que apenas alcanzó a disfrutar la tibieza del cuerpo de Mitsuha que traspasaba la frazada. Cuando la alarma de su celular comenzó a sonar a las 5 am, Mitsuha despertó sobresaltada, excusándose por haber invadido su espacio personal, aunque él de verdad estaba más deleitado que molesto y, en especial, se sentía frustrado de haberse dado cuenta tan tarde de la compañía de su chica…

Pero el tiempo apremiaba, así que Mitsuha le ayudó a prepararse y un poco antes de las 5:30 am el taxi que habían pedido llegó a recogerlo, y él se fue de inmediato. Se despidió de Mitsuha con un apresurado abrazo en la puerta de la casa, diciéndole un escueto "Cuídense, cuida mucho a tu abuela". La última vez que Taki vio la cara de la mujer por la ventanilla trasera del automóvil, él sintió que la cara de Mitsuha mostraba pena «¿Qué tipo de despedida había sido esa?», se recriminó Taki durante todo el camino.

Y la sensación de culpabilidad por esa fría despedida lo atosigó durante todo el viaje en tren. Sentía que no era la forma en que él quería tratarla. Él quería abrazarla, reconfortarla y decirle que él de verdad deseaba estar junto a ella. Pero él también tenía que volver a Nagoya, a terminar su trabajo, y luego cuando volviera a Tokio, él iba a tener que tomar una decisión. Que harían ellos. ¿Tenía razón abuela Hitoha de que ellos debían dedicarse a revivir el santuario Miyamizu en vez de vivir la vida moderna que Mitsuha realmente había elegido?

Cuando el tren bala llegó a la estación de Nagoya, la mente de Taki era como un torbellino. Mientras caminaba al tren local intentó calmarse y concentrarse en el futuro inmediato. Tenía que presentarse ante Ozamu Gondō y excusarse por lo grosero que había sido la noche anterior, y así poder seguir trabajando, porque…

De pronto una idea oscura pasó por su cabeza… ¿Tenía él aún trabajo? ¿O tal vez lo despedirían en el acto? La sola idea de llegar y que le dijeran directamente que estaba despedido cayó como un ladrillo sobre su cabeza.

Ya en el metro local de Shizuoka sacó su teléfono y revisó con nerviosismo su correo electrónico. Con cierto alivio descubrió que Ozamu no le había escrito nada. Tampoco tenía ningún mensaje de él en la aplicación de mensajería. Ni tampoco llamadas perdidas. Pero luego no estuvo seguro si de todas formas esa era o no una buena señal. Su nerviosismo solo aumentó.

Los últimos 350 metros desde la salida de la estación de metro Hisayaodori hasta el hotel se le hicieron eternos. El corazón de Taki iba pulsando agitadamente en su pecho. No porque fuera caminando de prisa, sino porque el nerviosismo de lo que estaba por venir comenzó a invadirlo.

Cuando llegó al hotel tuvo que detenerse frente a la puerta, y estuvo respirando por un largo minuto con los ojos cerrados para recuperar el temple.

—Bien, debes hacerlo, Taki —se dijo en voz alta para darse ánimo y entró al lobby del hotel.

Taki pasó rápidamente por el lobby hasta los ascensores. Miró la hora en su celular. Eran las 7:29. Dudó de si sus colegas ya se habrían levantado o no. Era domingo, pero si ya estaban en pie deberían estar en la cafetería del hotel desayunando. Decidió que el primer lugar donde probaría suerte sería ahí, y si no estaban en la cafetería, los buscaría en sus habitaciones, y si aún eso fallaba… no tendría más remedio que llamarlos por teléfono.

Primero fue a su habitación a dejar su bolso. Luego pasó al baño para refrescarse y recomponer su apariencia. En el espejo se dio cuenta que estaba ojeroso y con cara de cansado a causa del viaje. Eso ya no lo podía solucionar, pero se lavó la cara a consciencia para intentar dar una mejor impresión.

Salió de su habitación y se dirigió directo a la cafetería del segundo piso.

A la entrada de la cafetería una persona del hotel le pidió su número de habitación y quiso escoltarlo a una mesa, pero Taki rehusó la oferta. "Puede que un par de colegas ya me estén esperando adentro, iré yo mismo a revisar", le explicó al dependiente, despidiéndose con una rápida reverencia.

Los últimos metros fueron los peores. Taki sentía que su corazón estaba latiendo tan fuerte que se le podía salir en cualquier segundo. Cuando llegó al salón, comenzó a barrer con la mirada a los pasajeros que desayunaban. Al fondo de la cafetería divisó a Ozamu y a Tsuyoshi sentados en una mesa, desayunando juntos. Ozamu le daba la espalda, y Tsuyoshi estaba de frente a él. Taki pudo ver que Tsuyoshi estaba comiendo en silencio, sin mirar en su dirección, concentrado en su desayuno.

Taki tragó la poca saliva que le quedaba en la boca, y caminó con un paso tranquilo pero firme hasta pararse al lado de los dos hombres.

—Gondō-san, Watanabe-san. Buenos días, y discúlpenme por interrumpir su desayuno —dijo Taki dando una profunda reverencia, mirando el piso, y quedándose en esa posición por varios segundos.

En esa posición Taki escuchó un golpe en la mesa y una súbita carcajada de Tsuyoshi. No se atrevió a moverse.

—¿Y sólo vas a decir eso, Taki-san? —dijo Ozamu, con una voz en un tono que se mesclaban por partes iguales la molestia y el alivio.

Taki se incorporó lentamente, y vio como su jefe lo miraba con el ceño fruncido y con cara de interrogatorio, mientras que Tsuyoshi se estaba limpiando lágrimas de risa sin poder controlarse del todo. La imagen era tan rara que no supo que decir.

—¿Tomaste desayuno? —preguntó Ozamu con un tono un poco más molesto ante el incómodo silencio de Taki.

Taki apenas tuvo el temple de negar con la cabeza.

—Entonces ve a buscar algo de comer y vuelve a la mesa. Y luego vamos a hablar —le ordenó Ozamu, girándose para seguir comiendo como si Taki ya no estuviera ahí.

—Lo haré, Gondō-san, gracias —dijo Taki, dando media vuelta y alejándose de la mesa, aún más confundido por un nuevo ataque de risa de Tsuyoshi, y sin estar seguro de si lo que acababa de responder siquiera tenía sentido.

Taki sintió deseos de esconderse entre las bandejas de comida de la cafetería y desaparecer. Pero el aroma hizo que el hambre superara a los nervios, así que tomó un plato y buscó entre la variedad de raros platillos que había para elegir. Para su sorpresa, la mayoría era diferente de los que había visto y probado la mañana anterior, lo que demoró su proceso de decidir que llevar.

Cuando Taki volvió a la mesa, Ozamu le hizo un gesto para que se sentara en el sofá del muro al lado de Tsuyoshi. Taki se acomodó en silencio y entonces Tsuyoshi le dio varias palmadas en la espalda.

—Muchacho, hoy me has hecho más que feliz —le dijo el hombre con una sonrisa de oreja a oreja.

Taki lo miró extrañado, y luego miró sorprendido a Ozamu que emitió una mescla entre un bufido y un gruñido por las palabras de Tsuyoshi.

—Te prometo que no volveré a apostar contigo de nuevo —le dijo Ozamu a Tsuyoshi mirándolo con cara de pocos amigos.

Tsuyoshi se giró hacia Taki, y le habló en un tono de secreto, pero sin bajar la voz, como si su jefe no lo estuviera escuchando.

—No te tomes tan enserio al gruñón de Ozamu, está molesto porque le hiciste perder 10.000 yen.

—¿Eh? ¿Cómo? ¿Pero por qué...? —intentó preguntar Taki ante lo que parecía ser una nueva mala noticia para su futuro.

—No te jactes de tu suerte, Tsuyoshi, no sea que luego lo lamentes —dijo Ozamu mirando a ambos con los ojos echando chispas por un segundo, y luego volvió a concentrarse en terminar lo que quedaba de su desayuno.

—No fue suerte, Ozamu, y tú lo sabes —dijo Tsuyoshi—. Fuiste tú quien no creyó que el muchacho iba a volver, y decidiste apostar…

Taki miró incrédulo a Tsuyoshi.

—…y yo le dije que estaba seguro que tú ibas a volver antes del mediodía —continuó Tsuyoshi mirando ahora a Taki—. Y resulta que no pasaron ni cinco minutos desde que hicimos la apuesta y tú me hiciste 10.000 yenes más rico, ha-ha-ha.

—Yo… lo siento, lo siento por lo de ayer… e hice todo lo posible por volver temprano… —intentó excusarse Taki al darse cuenta que ahora además su jefe lo iba a odiar aún más por hacerle perder dinero.

—Preocúpate mejor de tomar tu desayuno antes de que se enfríe. Yo iré a buscar una taza de café —dijo Ozamu poniéndose de pie y alejándose de la mesa.

Taki siguió comiendo en silencio, intentando relajarse. Este reencuentro con sus colegas estaba saliendo de la forma más alejada a lo que se había imaginado que iba a ser.

Tsuyoshi a su lado terminó de comer y tomó un sorbo de una taza de té verde.

—No te preocupes por él —dijo Tsuyoshi con una sonrisa—. Sé que Ozamu se ve enojado, pero créeme que esos son los diez mil yenes que más feliz él ha perdido en su vida. Él temía que no ibas a volver ¿sabes? Y ahora ya estás aquí. Solo que él tiene que mostrarse molesto por ser el jefe, para cuidar las apariencias, pero sé que por dentro está saltando de felicidad.

—Entonces… ¿no me van a despedir? —preguntó con timidez Taki.

—No te preocupes por eso. Bueno… no tienes que preocuparte ahora porque volviste —dijo Tsuyoshi guiñándole un ojo—. Más allá del susto que nos diste, diría que nuestras tareas van según el plan.

—Gracias, Tsuyoshi-san, eso de verdad me tranquiliza —dijo Taki, sintiendo que el peso de sus hombros se comenzaba a disipar.

Ozamu volvió a la mesa trayendo una humeante taza de café negro. Se sentó y comenzó a beberla. Los dos hombres mayores aprovecharon de revisar sus teléfonos en silencio mientras Taki terminaba de tomar su desayuno.

Cuando Taki ya estaba terminando, Ozamu se echó hacia atrás en su asiento, y miró a Taki con los ojos entrecerrados, como evaluándolo.

—Y bien, Taki. ¿Nos vas a decir ahora que rayos fue lo que pasó anoche?

Taki se limpió la boca con una servilleta, y se acomodó en su asiento. Puso sus manos sobre sus muslos e hizo una reverencia para pedir disculpas nuevamente.

—Lo lamento, Gondō-san, anoche de verdad fue una emergencia, y tuve que ausentarme sin previo aviso. La abuela de Mitsuha sufrió un desmayo repentino y tuvieron que llamar a una ambulancia. Ella estaba sola con sus nietas, y yo pensé que necesitaban mi apoyo, y por eso… por eso tuve que partir a Shizuoka de inmediato, sin tiempo de advertirles a ustedes. De verdad fue una emergencia…

—¿Miyamizu-san está bien? —preguntó Tsuyoshi.

—Sí. Cuando llegué la habían revisado los paramédicos de la ambulancia. Dijeron que había sido, uhm… algo con sin... sin…

—¿Un síncope? —preguntó Ozamu.

—Sí, eso. Un síncope. Eso la desmayó. Y parece que es primera vez que le ocurre.

—Ya veo —dijo Ozamu de forma pensativa—. Mi madre sufrió varias veces eso. Una vez cuando yo era apenas un chiquillo y sé que puede ser aterrador. Pensé que se había muerto. Pero no debería ser algo tan grave.

—¿No es algo grave? —preguntó con algo de alivio Taki.

—O sea, no es normal, pero algunas personas a veces pueden sufrirlo en momentos de mucha tensión, en especial si son personas de edad avanzada —explicó Ozamu.

—Ya veo. Entonces era muy importante que yo fuera —dijo Taki, pensativo—. Aparentemente yo fui la causa de esto. La abuela Hitoha no sabía de mí existencia y cuando lo supo… bueno, por temas familiares, la cosa fue difícil, ella se puso muy nerviosa y parece que eso le causó el síncope. Y por lo mismo fue muy importante que yo fuera y hablara con ella en persona para aclarar las cosas.

—Entonces todo esto fue algo fortuito y de fuerza mayor —intentó mediar Tsuyoshi—. Creo que no había forma de que pudiera hacerse de forma más elegante, pero lo importante es que tú volviste, Taki, y todo entonces puede enrielarse, sin consecuencias.

—Así veo, y tienes razón, Tsuyoshi. Lo clave es que volviste, muchacho —dijo Ozamu mirando con algo más de relajo a Taki, con el tono de voz más relajado que había tenido en toda la conversación—. Hiciste lo que tuviste que hacer por tu familia, pero ahora tienes que responder como un profesional honorable ante las responsabilidades que aceptaste, porque todavía hay mucho que hacer.

—Respecto de eso…

Taki se puso de pie y buscó en su bolsillo. Sacó un pequeño objeto y se inclinó para ponerlo en frente de Ozamu Gondō. Era un pequeño pendrive.

— Yo continué trabajando en la propuesta ayer mientras viajaba y luego en la noche. Falta solo que la revisen y me digan si quieren algún cambio o ajuste. Pero por mi parte, yo diría que está terminada.

—¿Termi-nada? —preguntó con voz de incredulidad Ozamu.

Taki se volvió a sentar, y asintió con la cabeza.

Tsuyoshi estalló en una ruidosa carcajada y comenzó a darle palmadas en la espalda a Taki.

—¿Viste, Ozamu? Te dije que este muchacho sería un buen elemento. Esos 10.000 yen que me debes han sido la mejor inversión que has hecho en mucho tiempo, ha-ha-ha.

Ozamu se puso de pie, sacó la billetera de su bolsillo, y gruñendo en voz baja algo ininteligible, sacó dos billetes de 5.000 yen, y los puso sobre la mesa frente a Tsuyoshi.

—Te aseguro que la próxima vez voy a ganar yo —dijo Ozamu guardando su billetera y sentándose de vuelta con los brazos cruzados, mirando a Tsuyoshi con una sonrisa desafiante.


§

Mitsuha abrió la reja de la casa de su abuela, salió a la calle y se paró con las manos delante de su regazo. La luz de la mañana le hizo entrecerrar los ojos mientras hacía una reverencia a los dos paramédicos que iban saliendo detrás de ella, de vuelta al vehículo que los esperaba.

—Muchas gracias por venir y atender a mi abuela. Les estoy eternamente agradecida.

El paramédico de mayor edad miró a su colega mujer y sonrieron ante la sincera muestra de gratitud de la chica.

—No tiene de que preocuparse. Es nuestro trabajo. Lo importante es que su abuela se mantenga tranquila, y que ella vaya a la cita médica de este martes. Y recuérdele que no debe faltar, porque conseguir una cita médica de nuevo así de rápido no es fácil.

Mitsuha desdobló el papel que tenía en su mano y lo volvió a leer, en voz alta.

—Eh, entonces la cita de mi abuela es… este martes 19 en el hospital general de Shizuoka… a las 16:15…; uhm, ella tiene que ir acompañada ¿verdad? —preguntó Mitsuha casi adivinando la respuesta.

—Sí, lo ideal es que vaya con un adulto responsable de la familia, y si es la persona que la cuida, mejor —respondió la mujer paramédica.

—Es que… ella vive con mi hermana, que es menor de edad. Y yo vivo en Tokio, entonces, es complicado…

Los paramédicos intercambiaron una mirada de preocupación.

—¿Hay algún otro familiar que pueda ir con ella? —preguntó el hombre.

Mitsuha negó con la cabeza.

—Solo somos nosotras tres. No tenemos más familia…; bueno, está mi padre, pero él vive aún más lejos que yo, así que no hay nadie más que nos pueda ayudar, la verdad.

—¿Necesita que activemos la ayuda de servicios sociales? —preguntó el hombre.

—¡No! Por favor, no es necesario, yo veré entonces como hacerlo, si es necesario pediré el día o algo.

El paramédico miró el suelo, ponderando que hacer. Al final se rindió ante el hecho que no había ninguna solución simple. Dio un suspiro de cansancio, y miró a Mitsuha con cara muy seria.

—Mire, los ancianos a veces no entienden todas las instrucciones y recomendaciones de los médicos, especialmente si se requieren más exámenes o procedimientos. Y es peor si hay que tomar alguna decisión respecto de tratamientos futuros. Por eso ella tiene que ir acompañada por alguien. Tal vez su hermana deba ir en el peor de los casos, y eso ya sería de ayuda. También puede ser algún vecino cercano que sea de confianza. Pero de verdad sería importante que vaya usted, Miyamizu-san —explicó el hombre.

—Yo lo entiendo. Haré todo lo posible por ir con ella.

—¡Bien! La dejamos. No dude en contactar al número de emergencia si su abuela de nuevo presenta desmayos o algún síntoma inesperado. Que tengan un buen día.

Mitsuha hizo otra reverencia, y se quedó en la puerta mientras los paramédicos abordaban un pequeño sedán que estaba esperándolos a unos metros de la entrada.

Cuando el vehículo se fue, ella cerró la reja y volvió a la casa, pero se detuvo a un metro de la puerta. Ver esa puerta se le hacía tan extraño. Ella apenas había alcanzado a vivir en esa casa años atrás, así que no la sentía como su hogar. Pero hacía pocas horas había cruzado esa puerta con Taki, y esta mañana ella se había desvelado, y al final se había deslizado al lado del muchacho por unos minutos antes de que sonara la alarma y tuvieran que levantarse a la carrera para que él pudiera volver a Nagoya. Y fue como si, de pronto, ella hubiera estado viviendo con él. Cerró los ojos, y recordar lo cerca que lo había tenido, y el calor del cuerpo de Taki a través de la ropa, le hizo desear egoístamente tenerlo cerca de nuevo. «Ah, voy a perder la cabeza si sigo pensando en eso», se dijo tomándose la cabeza y sacudiéndola como si pudiera exorcizar esas nuevas emociones que no sabía cómo controlar.

Mitsuha tomó una gran bocanada de aire y exhaló hasta poder despejar su mente, y luego entró caminando con resolución a la casa.

Apenas dar unos pasos en el hall, se encontró con Hitoha de pie, caminando lentamente y ya casi llegando al comedor. Iba caminando apoyada en un bastón. A su lado iba Yotsuha ofreciéndole un brazo como apoyo.

—Abuela, ¿estás segura que quieres levantarte tan pronto? —preguntó alarmada Mitsuha.

—No puedo seguir en cama, y tú escuchaste a esas personas. Dijeron que debía seguir con mi vida normal, pero tranquila. Así que prefiero estar en la sala con ustedes. No puedo seguir acostada como una enferma.

—Pero abuela… —protestó Mitsuha.

—Deja que la abuela decida lo que quiere hacer, hermana —dijo Yotsuha mientras ayudaba a sentarse a su abuela en la mesa de comedor.

Mitsuha se rindió con un sonoro suspiro.

—Está bien… ¿quieres alguna cosa, abuela?

—Tengo sed, algo de beber estaría bien —respondió Hitoha.

—Prepararé algo de té entonces —dijo Mitsuha, encaminándose a la cocina.

Yotsuha se unió a Mitsuha en la cocina y se puso a mirar inquisitiva alrededor, pensando.

—¿Pasa algo? —preguntó la hermana mayor.

—Uhm, nosotras dos tendremos que preparar almuerzo. Además, al final las sobras de anoche las terminó Taki… no queda nada.

—Yo te ayudaré, pero primero tomemos una taza de té con la abuela y descansemos un segundo. Ya ha sido una mañana demasiado ajetreada para ser un domingo.

A los pocos minutos las tres mujeres estaban sentadas de nuevo alrededor de la mesa de comedor, disfrutando una tibia taza de té verde. Las tres estuvieron por un rato en silencio, disfrutando el sabor del té, pero al final Hitoha rompió el silencio con una voz firme.

—Niñas, tenemos que hablar —dijo mirando intensamente a sus dos nietas.

—Abuela, anoche ya hablamos y ya sabes lo que ocurrió —respondió Mitsuha con voz preocupada—. Y también hablaste con Taki; yo creo que es mejor que ahora te quedes tranquila, como dijeron los paramédicos.

—Ya lo sé. Es cierto, anoche me alteré. Lo lamento mucho, niñas. Pero debo ser clara con ustedes, porque creo que aún no entienden lo que significa todo esto que nos ha pasado.

Mitsuha y Yotsuha se miraron entre ellas.

—Abuela… tú… ¿lo entiendes todo? —preguntó Yotsuha sin poder ocultar la ansiedad en su voz.

Hitoha, negó suavemente con la cabeza.

—No, Yotsuha. Me encantaría saberlo todo, pero al menos ahora veo con claridad cosas que antes no podía entender. Ahora sé que Futaba realmente me habló. Cuando me advirtió que tú traerías muchas respuestas, Mitsuha, no podía imaginar a qué se refería. ¡Y vaya si que las trajiste! Esta anciana te estará agradecida hasta el último día de su vida por eso —dijo Hitoha sonriendo a su nieta mayor—. Y ahora soy una anciana feliz. Ahora puedo morir en paz…

—¡Abuela, no digas esas cosas! —protestó Mitsuha.

—Pero es la verdad, Mitsuha —respondió Hitoha, mirando con ternura a su nieta—. Yo me estaba ahogando. Toda mi vida la dediqué a nuestro santuario. Era mi destino mantener las tradiciones de los Miyamizu, en especial porque su madre nos dejó muy temprano, y ustedes eran todo lo que me quedaba, y… todo se perdió esa noche del cometa. Mi vida desde entonces fue criarlas a ustedes, porque no quería que mi vida se fuera en vano, pero… yo estaba perdiendo la fe. Ya no teníamos nuestra vida, no teníamos nuestro pueblo, ni nuestro santuario. Y ustedes… tú Mitsuha, tú te alejaste de nuestras tradiciones, tal como lo hizo tu padre…

Mitsuha se movió incómoda, dejando sobre la mesa su taza de té con algo más de rudeza de lo que esperaba, lo que hizo un sonido sordo que sobresaltó a su hermana.

—Abuela, por favor, no volvamos a eso…

Hitoha se quedó en silencio por un momento y solo sonrió, mirando a Mitsuha de una forma que la joven no pudo descifrar.

—Eso era lo que yo pensaba —continuó Hitoha—. Pero ya no lo hago más. Ahora veo que estaba tan equivocada… porque nunca consideré que Musubi nunca nos abandonó. Siempre estuvo con nosotras. Y eso lo cambia todo.

—Abuela, ¿qué sabes tú de eso? —preguntó Yotsuha.

—No todo lo que quisiera. Pero ahora sí entiendo algo muy bien. Nada de lo que pasó fue casual. Yo creo todo lo que me dijeron, Mitsuha. Creo que de verdad morimos esa noche de 2013. Y que después volvimos a vivir, aunque yo no me haya dado cuenta. Creo que tú y ese muchacho hicieron que ese milagro fuera posible. Y de verdad creo que tú salvaste a la gente de Itomori de la muerte que ya había ocurrido. Todos les debemos mucho a ti y a Taki. Pero nosotras le debemos más aún a Musubi, niñas. Se lo debemos todo a él.

Mitsuha se echó hacia atrás, más incómoda que antes. Sintió que lo que decía su abuela tenía sentido, pero sabía que, de boca de su abuela, eso no sería bueno para ella.

—¿Entonces, todo esto fue culpa de Musubi? —preguntó Yotsuha inclinándose sobre la mesa en dirección a su abuela.

—No, Yotsuha. No fue culpa de Musubi que cayera esa roca. —dijo Hitoha, en un tono meditabundo, como pensando en voz alta—. No creo que Musubi se hubiera tomado tantas molestias en traernos de vuelta a la vida, si es que esa roca que cayó fuera algo que él nos envió. Si ese fuera el caso, ese cometa nunca hubiera caído en Itomori. Pero cayó, y Musubi nos resucitó. Él quiere que nosotras vivamos, y si él lo quiere, eso explica porque tu hermana tuvo sueños con… con ese muchacho Taki.

—Eso lo sabemos —dijo Mitsuha saliendo de su ensimismamiento—. Taki y yo lo hemos hablado, y sospechamos que lo que nos pasó no fue natural, que… que Musubi tal vez haya sido amable con todos en Itomori. Ayer también lo conversé con Yotsuha ¿verdad?

La adolescente asintió.

—Sí, de hecho, ayer pasamos al templo a dar gracias a Musubi, antes de venir a casa.

—¿Ustedes hicieron eso? —preguntó asombrada Hitoha—. ¿Y de quién fue la idea?

—Pues… de Mitsuha —dijo la chica, mirando a su hermana.

Hitoha rio de buena gana ante tal noticia.

—Mitsuha, entonces tú entiendes bien lo que todo esto significa.

—Bueno, que probablemente fue Musubi quien nos ayudó… —dijo Mitsuha, sin saber a dónde quería ir su abuela.

—Musubi es el dios de las relaciones —dijo Hitoha, poniendo de pronto el tono de voz de una profesora explicando a sus alumnas—. Él puede ver como las cosas se unen y se separan, se atraen y se repelen. Y puede ver como el tiempo se entrelaza con cada evento en nuestras vidas. Musubi debe haber visto venir esa roca. No fue él quien la envió, pero sí la vio venir. Sabía que vendría y que destruiría Itomori. Y como los Miyamizu y el pueblo de Itomori dedicamos decenas de generaciones a servirle, Musubi se apiadó de todos nosotros e hizo un milagro digno de un dios, para salvarnos a todos a través de ese muchacho y de ti, Mitsuha.

—Entonces, de verdad estamos vivas gracias al dios del santuario —dijo con voz asombrada y ojos abiertos Yotsuha.

—Eso no lo sabemos con certeza, hermana —dijo Mitsuha intentando atenuar las ideas de su abuela—. Es posible que Musubi sea quien nos salvó, pero...

—¿Es posible? —repitió Hitoha con voz de extrañeza y algo de molestia, interrumpiendo a su nieta—. ¿Acaso crees que alguien que no sea un dios como Musubi podría haber hecho que el tiempo se torciera y desdoblara como una cuerda, para hacer que todas viviéramos de nuevo?

Mitsuha bajó la vista y se sintió regañada. No supo qué decir, al final, el silencio fue insoportable, levantó la vista y encontró a su abuela mirándola directamente, esperando una respuesta.

—Yo… no lo sé, abuela —dijo al final, respondiendo a regañadientes.

—Sí lo sabes, Mitsuha. Por eso dije: nada de lo que ocurrió fue casual. Y es la voluntad de Musubi que incluso ahora estemos hablando esto. Todo es parte de sus designios —concluyó Hitoha con cara de satisfacción, mirando a sus nietas con la seguridad de un profesor que acaba de demostrar una verdad absoluta a sus alumnos.

—Pero si todo es parte del plan de Musubi, ¿Porqué Musubi eligió a Taki y me eligió a mí? ¡Podría haber elegido a cualquier otro que lo hiciera mejor!

La cara de Hitoha se ensombreció.

—Está claro porqué te eligió, Mitsuha. No es casualidad. Tú eres… tú servías como una sacerdotisa en el santuario Miyamizu ¿o acaso ya no lo recuerdas?

—Pero si todo lo que pasó era parte del plan de Musubi y nosotras las Miyamizu lo servíamos en el santuario ¿por qué no lo supimos antes? ¿No nos los debería haber dicho? —preguntó Yotsuha.

—En su momento lo supimos—respondió con voz triste Hitoha—. La familia Miyamizu protegió por más de mil años la historia de Itomori. Guardábamos viejos documentos que contenían la sabiduría ancestral del clan. Había conocimientos secretos e incluso profecías…; nuestros rituales, tradiciones e incluso las cuerdas que hilamos tenían significados que los iniciados del clan podían descifrar. Pero esos documentos se perdieron hace doscientos años…

—…en el Gran Incendio de Mayugorô… —se adelantó Yotsuha casi como repitiendo un mantra—. Pero abuela, si la familia Miyamizu continuó fue porque hubo antepasados Miyamizu que sobrevivieron al incendio ¿verdad? Ellos tenían que saber algo, por eso nosotras continuamos atendiendo el santuario, haciendo danzas y practicando el hilado, a pesar de ese maldito incendio… y entonces, debe haber habido alguna pista que nos dijera que ese cometa iba a venir… ¿Qué sabes tú abuela? Nunca nos dices nada más, pero ¡tus padres o tus abuelos Miyamizu tienen que haberte dicho algo!

Hitoha miró a Yotsuha, luego a Mitsuha. Después bajó la vista.

—Tal vez sí lo hicieron —dijo, la anciana.

—¿Qué? ¿Sabías eso y nunca nos lo dijiste? —preguntó en forma exaltada Yotsuha.

—Oye, ¡no le levantes la voz a la abuela! —dijo Mitsuha retando a su hermana—. No hagas que la abuela se altere ¿acaso no recuerdas lo que dijeron los paramédicos?

—Perdón —dijo Yotsuha, bajando la voz—. Abuela, discúlpame. Pero de verdad, yo… yo quiero… yo necesito saber porqué esto está pasando… ¡Por favor dime que sabes!

—Hay cosas que… solamente el heredero del clan debía recibir. Información y conocimiento que incluía cosas secretas. Que se transmitían de heredero a heredero. Yo… yo lo recibí de mi madre, y luego se lo enseñé a Futaba. Ella era la heredera. Y ella debería haberte enseñado esto a ti, Mitsuha…

La anciana tomó la taza de la mesa y tomó un largo sorbo de té. Carraspeó, y miró hacia el muro, detrás de sus nietas, a un punto lejano que parecía estar más lejos que el horizonte.

—…y ahora tu madre ya no está con nosotras —continuó Hitoha—, yo debería haberte iniciado en todas esas cosas cuando crecieras, Mitsuha. Tú eres la heredera del clan Miyamizu. Pero vino ese desgraciado cometa, lo destruyó todo, y luego tú te alejaste…; pero los tiempos no son normales, y dejar ese conocimiento en una única heredera ya no sirve. Creo que es mejor que ambas lo sepan…

Las dos chicas se quedaron en silencio, expectantes, sintiendo que iban a escuchar algo que nunca en su vida habían sabido.

Hitoha tomó aire, cerró los ojos, y se quedó pensando, recordando, como buscando cosas en su memoria que se venían de tiempos inmemoriales.

—En nuestro santuario había documentos que registraban lo que pasó en ese incendio. Y guardaban lo poco que sobrevivió. Los herederos Miyamizu podían leer esos documentos. Futaba lo hizo, y estudió lo poco que quedaba. Pero incluso eso lo perdimos con su muerte, y luego con el cometa.

La anciana suspiró de tristeza al recordar la magnitud de la pérdida.

—Entonces yo sentí que todo había acabado —continuó—. Después del cometa sentí que nuestro clan había terminado para siempre. Todo perdido. Ahora me doy cuenta de lo equivocada que estaba. Y todo lo que ahora queda es lo que puedo recordar…

La anciana volvió a callar. Volvió a cerrar los ojos por largos segundos, intentando reunir en su memoria antiguos recuerdos, imágenes de conversaciones, incluso aquellas que parecían intrascendentes entonces, y que escuchaba siendo una niña alrededor del fuego del hogar.

Hitoha abrió los ojos y continuó.

—Hace doscientos años el fuego de Mayugorô lo destruyó todo. El pueblo de Itomori casi desapareció. Así de grande fue. Más de un tercio de la población pereció. El santuario completo, que era varias veces más grande que el que nosotros teníamos, terminó hecho cenizas. Todos los edificios, las reliquias, los documentos, todo se perdió. En esa época, el santuario era controlado por dos sacerdotes Miyamizu. Uno de ellos estaba casado y tenía tres hijos: dos niñas que deben haber tenido una edad parecida a la que ustedes tenían en 2013, y además un bebé varón de pocas semanas. Había en el santuario decenas de sirvientes que vivían y trabajaban día a día ahí. Y entonces ocurrió el incendio. Todos murieron en el fuego. Los dos sacerdotes, su esposa, la hija mayor, que era la heredera del clan y también el bebé. Murieron casi todos los sirvientes… solo sobrevivió una única Miyamizu, la hija del medio que era apenas una niña, y cuatro sirvientes. Solo cinco personas en total. Ni nuestra antepasada que sobrevivió ni los sirvientes sabían los secretos de nuestra familia, y por eso se perdieron en el fuego para siempre. Entre los sirvientes que sobrevivieron había dos mujeres que conocían las danzas y las técnicas de hilado. Ellas fueron las maestras que enseñaron y transmitieron ese legado a nuestra antepasada, la niña que quedó huérfana y sobrevivió...

Hitoha hizo una pausa intentando rearmar sus recuerdos, mientras que Mitsuha y Yotsuha estaban en verdadero shock. Ninguno de esos detalles jamás había llegado a sus oídos.

—Abuela… ¿cómo una niña pudo reconstruir el santuario? —preguntó Mitsuha con voz temblorosa—. ¿Cómo…?

—Por el amor que tenía la gente del pueblo de Itomori a Musubi, por el respeto que tenían por el clan Miyamizu y por el compromiso con nuestro santuario. El pueblo de Itomori se construyó en torno al santuario Miyamizu, niñas. Y en esa época nuestro clan era fuerte. Los Miyamizu incluso representaban la autoridad de los shogunes de la época en toda la zona. Éramos autoridades respetadas. Después del incendio, todos en el pueblo reconocieron a esa niña de 10 años como la heredera del clan. Todos se unieron en la tarea de reconstruir nuestro santuario. El santuario donde nosotras vivíamos fue construido por nuestros ancestros bajo las órdenes de esos cinco sobrevivientes y sus descendientes. Tomó casi treinta años terminarlo. La mujer que sobrevivió se llamaba Miyamizu Kaori. Era la tatarabuela de mi abuela, Miyamizu Kotoko. Kaori-sama creció y contrajo matrimonio con el hijo de un sacerdote Shinto que vino desde la prefectura de Shimane. Y ellos como matrimonio se encargaron de volver a restaurar todo, para hacer que el santuario volviera a funcionar. Pero los significados secretos de nuestras tradiciones ya se habían perdido. Las oraciones, las danzas, nuestros hilados… se los debemos a esas mujeres que sobrevivieron, pero ellas tampoco conocían las enseñanzas secretas detrás de los movimientos, detrás de las canciones, detrás de los patrones de hilos...

Hitoha se detuvo para tomar el último sorbo de té que quedaba en la taza. Sintió que ya estaba frío. Pero humedeció su boca reseca, y se sintió agradecida.

—Mi bisabuela Setsuko nació el año en que comenzó la revolución Meiji. Para ese entonces el santuario ya había perdido gran parte de su poder después del Gran Incendio de Mayugorô, pero aún conservaba su prestigio, y algo de influencia política. Pero en la era Meiji perdió todo su poder político. Para el poder humano nos transformamos solo en otro santuario Shinto de culto religioso. Pero para la gente de Itomori, el santuario y la familia Miyamizu continuó siendo el corazón del pueblo. Ellos siempre apoyaron a nuestro santuario. Hasta el final. Por eso yo pienso que Musubi decidió salvar la vida de toda la gente del pueblo.

—Pero entonces, nuestra antepasada, Kaori-sama… ¿ella de verdad no sabía nada? —preguntó Yotsuha con voz desanimada.

—Ella solo tenía los recuerdos de las cosas que sus padres y su tío sacerdote le enseñaban. Pero a ella nunca le revelaron los verdaderos secretos. Su hermana tal vez fue iniciada, pero como murió en el incendio, lo que sea que ella sabía se perdió con ella. Mi abuela contaba que Kaori-sama decía que había profecías acerca del futuro del santuario y de los Miyamizu. No sabemos que decían. Tal vez algunas de ellas eran acerca del cometa.

—¡Entonces nunca podremos saber nada! —se quejó amargamente Yotsuha.

—Solo hay pistas. Hay algo que recuerdo que mi abuela contaba. Decía que Kaori-sama les contaba que su padre y su tío hablaban a veces de las antiguas profecías, sin mencionar que decían, pero discutían después de las comidas, por las noches, intentando descubrir si lo que estaba pasando en su época era el cumplimiento de alguna de ellas, o el anuncio de alguna por cumplirse. Y que ella una vez les había preguntado porque hablaban en secreto, y su padre le había dicho "hay cosas que aún no puedes saber, pero el destino ya fue fijado por los dioses, y hay cosas en el futuro de las que debemos estar preparados".

—Entonces, si tenían profecías tan importantes, ¿Cómo es que todos ellos murieron en ese incendio? ¿No deberían haber estado advertidos por… por Musubi? —preguntó Yotsuha, impaciente.

—Tal vez lo estaban. El día del gran incendio, la madre de Kaori-sama estaba en cama, enferma, y no podía moverse. Mi abuela decía que esa antepasada, cuando supo que venía el fuego, tomó a sus tres hijos y los hizo abandonar de inmediato el santuario, y les dijo que ella sabía que ellos iban a estar bien. Kaori-sama les contaba que ella había sentido que su madre sabía lo que iba a pasar, y que tenía una tranquilidad única. Ella confió en Musubi hasta el último momento…

—Pero abuela ¿cómo esa mujer iba a saber eso? —protestó Yotsuha—. De sus tres hijos solo… ¡solo sobrevivió una! Y nuestra antepasada no sabía nada de nada, no nos dejó nada, ella no…

Yotsuha se quedó callada, y no pudo continuar. Su rabia por no saber se transformó en una pena abrumadora. Comenzó a comprender la magnitud de la tragedia de haber perdido todo el conocimiento de su pasado. De la misma forma que ellas habían perdido su pueblo apenas unos años atrás. El recuerdo de perderlo todo la invadió. Los ojos de Yotsuha comenzaron a ponerse húmedos por lágrimas de impotencia que pujaban por salir.

Hitoha suspiró con tristeza. Miró a su nieta y pudo comprender sus sentimientos.

—Si tu madre viviera, tal vez sabríamos más… ella sabía muchas cosas. Más cosas que yo. Ella estudió todos los documentos que había desde la época de Kaori-sama. Hubo un tiempo en que ella se dedicó a viajar a menudo a Tokio para estudiar acerca de la historia del Shinto, y el origen de nuestras tradiciones.

—¿Así como papá? —preguntó Yotsuha.

—No me hables de ese hombre… —respondió con un tono de desagrado Hitoha.

—Pero abuela… ¿papá no era investigador o algo así? —insistió Yotsuha.

—Él era antropólogo, o investigador en antropología, si no recuerdo mal —respondió Mitsuha, para evitar más tiras y afloja entre Yotsuha y su abuela—. Se supone que por eso conoció a mamá, porque él vino a investigar las tradiciones del santuario.

—Entonces… si papá conoció a mamá, y habló con ella… ¿puede ser que él recuerde algún detalle que tú no sepas? —preguntó Yotsuha volviéndose a su abuela.

—Dudo que ese hombre pueda enseñarte nada útil. Cuando se casó con tu madre, él se transformó en el sacerdote de la familia Miyamizu. Todo lo que sabía del santuario se lo enseñó tu madre. Pero nunca lo hacía bien. Y de eso hace tantos años, que dudo en que siquiera recuerde alguna oración o rito del santuario. Ese hombre fue solo un dolor para la familia.

—Abuela, pero si él no hubiera aparecido, nosotras no existiríamos —intentó mediar Mitsuha.

Hitoha miró a las niñas, y exhaló un cansado suspiro.

—Tal vez eso haya sido lo único bueno que hizo tu padre, el hacer que Futaba concibiera a dos hermosas mujeres como ustedes. Lo que me lleva a pensar algo importante…

Hitoha miró a Mitsuha con los ojos entrecerrados. Luego miró a Yotsuha reconsiderando si debía hablar de ese tema delante de la adolescente, pero decidió que lo que estaba en juego era más importante que las apariencias, así que volvió a enfocarse en Mitsuha.

—¿Taki y tú ya tienen planes de tener hijos?

Mitsuha casi saltó al escuchar una pregunta tan repentina como íntima, y además espetada tan de golpe por su propia abuela. Se puso tan nerviosa que comenzó a tartamudear mientras respondía a trompicones…

—¡Abuela! ¿Cómo p-puedes…? ¡No! Aún no… no lo hemos hablado siquiera ¿C-cómo esperas que…?

—Me consta que Mitsuha no es demasiado avispada respecto de eso, pero por cómo los he visto, tal vez no tengas que esperar demasiado, abuela —dijo Yotsuha, mirando con una sonrisa burlona a su hermana.

—¡Yotsuha!... No, esta conversación termina aquí. ¡Voy al baño! —dijo Mitsuha de forma vehemente, parándose de forma brusca y alejándose con grandes zancadas en dirección al sanitario.

El golpe de la puerta del baño al cerrarse fue el signo final del alterado estado de ánimo con que había quedado Mitsuha con esa pregunta.

En el comedor, Yotsuha y la abuela se habían quedado calladas mirando en dirección hacia el baño, sorprendidas por la súbita reacción de Mitsuha. Cuando todo se quedó en silencio, Yotsuha estalló de la risa.

—Ha, ha, hacía tanto que no la veía así —dijo sujetándose el estómago de la risa.

Hitoha movió la cabeza de lado a lado, con una sonrisa en la cara. Sí, era divertido. Como en los viejos tiempos.

Cuando Yotsuha se tranquilizó, tuvo que limpiarse un par de lágrimas de risa que habían quedado en sus ojos. Era la primera vez que reía así en casi una semana, y eso la hizo sentir bien. Cuando terminó de limpiar su cara, se encontró a su abuela mirándola seriamente.

—Yotsuha, entiendes lo que le pregunté a tu hermana ¿verdad?

—Eh, claro, supongo.

Hitoha bajó la voz, hablando en forma velada solo para los oídos de Yotsuha.

—A estas alturas, incluso si ella quedara embarazada y aún no está casada, yo lo consentiría. Pero esto jamás se lo digas a ella ¿entendido?

—Bueno, si así lo quieres…

—Pero eso que dije vale solo para ella. Tú no puedes hacer esas cosas aún. Aún eres demasiado niña ¿me entendiste?

Yotsuha quedó parpadeando por varios segundos intentando entender lo que acababa de escuchar. Y cuando lo hizo, su cara se puso roja por la sorpresa.

—¿Ehhhhhhh?